A
LOS PIES DEL
MAESTRO
J. KRISHNAMURTI
PREFACIO
Por ser un hermano de más edad, se me ha concedido la
distinción de escribir algunas palabras como prefacio de este
pequeño libro, el primero que ha escrito un hermano más joven de
cuerpo, ciertamente, pero no de alma.
Las
enseñanzas contenidas en él se las impartió su Maestro cuando
lo preparaba para la Iniciación, y él las ha transcripto de
memoria, lenta y laboriosamente, porque el año anterior sabía mucho
menos inglés que ahora.
Este libro es, en su mayor
parte, una reproducción literal de las propias palabras del
Maestro; y lo que no, es el pensamiento del Maestro expresado
con las palabras del discípulo.
El Maestro suplió dos frases omitidas. En otros dos
casos más, se añadió otra palabra omitida. Aparte de esto; es
enteramente de Krishnamurti: es su primer donativo al mundo. Que este
libro pueda ayudar a otros como las enseñanzas verbales lo ayudaron
a él. Con tal esperanza las da. Pero las enseñanzas pueden tan sólo
dar fruto si las vivimos como él las ha vivido, desde que brotaron
de los labios de su Maestro. Si el ejemplo se sigue de acuerdo con el
precepto, entonces se abrirá el gran Portal para el lector como
se abrió para el autor, y sus pies hollarán el Sendero.
Annie besant
A LOS QUE LLAMAN
Conducidme desde lo ilusorio a lo Real.
Conducidme de las tinieblas a la Luz.
Conducidme de la muerte a la Inmortalidad.
PRÓLOGO
Estas palabras no son mías: son del Maestro que me
enseñó. Sin Él no hubiera podido hacer nada, pero con Su ayuda he
puesto los pies en el Sendero. Vosotros también deseáis penetrar en
este Sendero; y así, las mismas palabras que Él me dijo os ayudarán
si queréis obedecerlas. No basta decir que estas palabras son bellas
y verdaderas; quien desee lograr éxito debe hacer exactamente lo que
ellas entrañan. Mirar la comida y decir que es sabrosa no
satisfaría a un hambriento: ha de comerla. Así pues, no basta
escuchar al Maestro: debéis practicar lo que Él aconseja,
atendiendo a cada palabra y fijándoos en cada insinuación. Si no
advertís una indicación, si no atendéis a una palabra, queda
perdida para siempre, porque Él no las repite.
DISCERNIMIENTO
CARENCIA DE DESEOS
BUENA CONDUCTA
AMOR
Trataré de explicaros lo que el Maestro me dijo acerca
de cada una de ellas.
A LOS PIES DEL MAESTRO
I
La primera cualidad es el DISCERNIMIENTO. Se denomina así, generalmente, a la facultad de distinguir entre lo real y lo ilusorio, y la cual guía a los hombres para entrar en el Sendero. Pero también es mucho más que esto, y debe practicarse no tan sólo en los comienzos del Sendero, sino en cada una de sus etapas, diariamente, hasta el fin.
Vosotros entráis en el Sendero porque habéis aprendido que tan sólo en él pueden encontrarse las cosas dignas de ser alcanzadas. Los que no saben esto trabajan para adquirir riqueza y poder, pero esto dura a lo más una vida tan sólo y, por lo tanto, no es real. Hay bienes mayores, reales y perdurables, cuando los hayáis alcanzado, ya no desearéis jamás aquellos otros.
En el mundo hay dos clases de seres: los sabios y los ignorantes. Esta sabiduría es la que nos interesa. La religión que un hombre profese, la raza a que pertenezca, importan poco; lo realmente importante es que los hombres conozcan el plan Divino. Porque el plan de Dios es la evolución. Una vez que el hombre realmente lo reconoce, no puede sino identificarse con sus designios y trabajar de acuerdo con él, porque es tan glorioso como bello. Así, conociéndolo, permanece al lado de Dios, firme para el bien y resistente contra el mal, trabajando para la evolución y no por egoísmo.
Si está al lado de Dios,
está unido a nosotros, y no importa lo mínimo que se llame hindú o
buddhista, cristiano o mahometano, ni que sea indio o inglés, chino
o ruso. Los que están al lado de Dios saben por qué están aquí y
cuál es su misión, y procuran cumplirla; los demás no saben
todavía lo que han de hacer, y así obran a menudo erróneamente e
intentan trazarse vías que imaginan placenteras sin comprender que
todos somos uno y que, por lo tanto, tan sólo lo que el Uno quiere
puede ser verdaderamente agradable para todos. Ellos van en pos de lo
irreal, en vez de lo real. Hasta que aprendan a distinguir entre los
dos, no se colocarán al lado de Dios, y, para aprenderlo,
discernimiento es el primer paso.
Pero, aun después de
efectuada la elección, debéis recordar que hay muchas variedades de
lo real y lo irreal, y por lo tanto debemos discernir también
entre lo justo y lo injusto, lo esencial y lo accesorio, lo útil y
lo inútil, lo verdadero y lo falso, lo egoísta y lo altruista.
Aquellos que, deseosos de
seguir al Maestro, han resuelto servir a lo justo a toda costa, no
hallan dificultad en la elección entre lo justo y lo injusto. Pero
el cuerpo es distinto del hombre, y la voluntad del hombre no
siempre coincide con el deseo del cuerpo. Cuando vuestro cuerpo
desee algo, deteneos a pensar si vosotros realmente lo deseáis.
Porque vosotros sois Dios, y queréis únicamente lo que Dios quiere;
así, debéis buscar profundamente en vosotros mismos para
hallar el Dios interno y escuchar Su voz, que es vuestra
voz. No confundáis con vosotros mismos
ni vuestro cuerpo físico, ni vuestro cuerpo astral, ni vuestro
cuerpo mental, porque cada uno de ellos pretenderá ser el Yo, a fin
de obtener lo que desea. Debéis conocerlos todos y reconoceros por
su dueño.
Cuando se ha de hacer un
trabajo, el cuerpo físico quiere descansar, pasear, comer y beber; y
el ignorante se dice a sí mismo: "Yo quiero hacer estas cosas y
debo hacerlas." Pero el sabio dice: "Lo que en mí
desea no soy yo, y puede esperar." A menudo, cuando se
presenta alguna oportunidad para ayudar a alguien, el cuerpo incita a
pensar: "¡Qué molestia me causa esto! Dejemos que otro lo
haga." Pero el hombre le replica a su cuerpo: "Tú no me
estorbarás para practicar el bien."
El cuerpo es nuestro
animal, el caballo en que cabalgamos. Por lo tanto, debéis tratarlo
y cuidarlo bien; no debéis fatigarlo; debéis alimentarlo
tan sólo con comidas y bebidas puras, y llevarlo escrupulosamente
limpio de la más leve mancha. Porque sin un cuerpo perfectamente
limpio y sano no podríais llevar a cabo el arduo trabajo de
preparación, ni podríais soportar el esfuerzo incesante. Pero
vosotros debéis gobernar constantemente al cuerpo, nunca el cuerpo a
vosotros.
El cuerpo astral tiene sus
deseos a docenas; él os inclina a la cólera, a la injuria, a la
envidia, a la avaricia, a codiciar los bienes ajenos, a sumiros
en la depresión. El cuerpo astral quiere todas estas cosas y
muchas más, no porque desee perjudicaros, sino porque le gustan las
vibraciones intensas, así como el cambio constante de ellas.
Mas vosotros no necesitáis estas cosas, y por esto debéis saber
distinguir entre vuestros deseos y los de vuestro cuerpo.
Nuestro
cuerpo mental desea pensar orgullosamente que es algo separado de lo
demás; pensar dándose mucho valor a sí mismo y poco a los
otros. Aun cuando lo hayáis apartado de las cosas mundanas, persiste
en especular sobre sí mismo, en incitaros a pensar en vuestros
propios progresos, en vez de pensar en la labor de los Maestros
y en ayudar a los demás. Cuando meditéis, tratará de haceros
pensar en las diferentes cosas que él desea, en vez de pensar
en lo que vosotros queréis. Vosotros no sois esta mente, sino que
ella está a vuestro servicio, y así también en este caso es
necesario el discernimiento. Debéis vigilar constantemente, so
pena de fracaso.
El Ocultismo no tiene
compromiso entre lo justo y lo injusto. Debéis hacer a toda costa lo
justo; debéis dejar de hacer lo injusto, sin importaros lo que el
ignorante piense o diga. Debéis estudiar profundamente las leyes
ocultas de la Naturaleza, y cuando las conozcáis, ordenad
vuestra vida de acuerdo con ella, empleando siempre la razón y
el sentido común.
Debéis saber distinguir
lo importante de lo secundario. Firmes como una roca cuando de lo
justo y de lo injusto se trate, dad siempre la razón a los demás en
cosas de poca importancia. Porque debéis ser siempre amables y
cariñosos, razonables y condescendientes; habéis de conceder
siempre a los demás la misma libertad que necesitáis para
vosotros mismos.
Tratad de ver lo que es
más meritorio que hagáis, y recordad que no debéis juzgar las
cosas por su aparente grandeza. Es mucho más meritorio hacer
una cosa mínima pero útil a la labor del Maestro, que otra de mayor
apariencia de las que el mundo llama buenas.
Debéis
distinguir no tan sólo entre lo útil y lo inútil, sino entre lo
más útil y lo menos útil. Alimentar a un pobre es bueno, útil y
noble; pero alimentar su alma es todavía más noble y más útil que
alimentar su cuerpo. Cualquier rico puede alimentar el cuerpo de un
necesitado, pero tan sólo los sabios pueden alimentar su alma. Si
sois sabios, vuestro deber es ayudar a otros en el logro de la
sabiduría.
No obstante, por sabios
que seáis, tenéis mucho que aprender en este Sendero, y por
esto también en él es preciso el discernimiento. Debéis
pensar cuidadosamente lo que es mejor que aprendáis. Todo
conocimiento es útil, y llegará un día en que lo alcancéis; pero
mientras tan sólo poseáis una parte, cuidad de que ésa sea
la más
útil.
Dios es tanto Sabiduría
como Amor, y cuanta más sabiduría alcancéis, mejor podréis
manifestar a Dios. Estudiad, pues; mas, en primer lugar,
estudiad lo que os ayude a ayudar a los otros. Estudiad
pacientemente, no porque los hombres os llamen sabios, ni aun por
tener la dicha de serlo, sino porque tan sólo el sabio puede ayudar
sabiamente. Por mucho que deseéis ayudar, si sois ignorantes,
podréis hacer más mal que bien.
Debéis saber distinguir
lo falso de lo verdadero; debéis aprender a ser verídicos en
todas las circunstancias, en pensamiento, en palabra y en obra.
Primero en pensamiento; y
esto no es fácil, porque en el mundo hay muchos pensamientos falsos,
muchas supersticiones tontas, y nadie que esté esclavizado por ellas
puede progresar. así pues,
no debéis sostener una idea precisamente porque otros la
sostienen, ni porque se haya creído en ella durante siglos, ni
porque esté escrita en algún libro que los hombres tengan por
sagrado. Debéis pensar acerca de aquel asunto por vosotros mismos, y
juzgar si es razonable. Recordad que la opinión de un millar de
hombres acerca de algún asunto que desconozcan no tiene ningún
valor. Los que piensan hollar el Sendero deben aprender a pensar
por sí mismos, porque la superstición es uno de los mayores males
del mundo, una de las ligaduras de que totalmente debéis
desembarazaros.
En lo tocante a los demás,
vuestros pensamientos deben ser verídicos; no debéis pensar
acerca de nadie lo que no sepáis. No supongáis que los demás están
siempre pensando en vosotros.
Si un hombre hace algo que
parezca perjudicaros, o dice algo que creáis que se refiere a
vosotros, no penséis entonces: "Quiere ofenderme."
Probablemente ni siquiera piensa en vosotros, porque cada alma tiene
sus propias tribulaciones y pensamientos, que flotan
principalmente alrededor de ella. Si un hombre os habla
colérico, no penséis: "Me odia, trata de herirme."
Quizá otra persona o alguna otra cosa lo han contrariado, y porque
tropieza eventualmente con vosotros, descarga su cólera en
vosotros. Él obra imprudentemente, porque toda clase de cólera
es prueba de insensatez; pero vosotros no os debéis formar de él un
juicio equivocado.
Cuando seáis discípulos
del Maestro, podréis poner siempre a tono la pureza de vuestros
pensamientos comparándolos con los Suyos. Porque el discípulo
es uno con su Maestro, y debe procurar fundir su pensamiento con
el Suyo y ver si coinciden. Si no están a tono, su pensamiento no es
recto, y debe variarlo inmediatamente, porque los pensamientos del
Maestro son perfectos, puesto que Él lo sabe todo. Los que
todavía no han sido aceptados por Él, no pueden hacerlo del
todo; pero pueden ayudarse mucho deteniéndose a pensar a menudo:
"¿Qué pensaría el Maestro en estas circunstancias?"
"¿Qué haría o qué diría el Maestro acerca de esto?"
Porque no debéis nunca hacer, decir o pensar lo que no podáis
imaginar al Maestro haciéndolo, diciéndolo o pensándolo.
Aun al relatar habéis de
ser verídicos, exactos y sin exageración.
Nunca atribuyáis
intenciones a otro; tan sólo su Maestro conoce sus pensamientos, y
él puede estar obrando por razones de que no tenéis idea. Si oís
que dicen algo en contra de alguna persona, no lo repitáis;
podría no ser verdad, y aun cuando lo fuese, es caritativo callar.
Pensad bien antes de hablar, no sea que incurráis en inexactitudes.
Sed verídicos en la
acción; jamás pretendáis ser otro del que sois, porque toda
pretensión sirve de impedimento a la pura luz de verdad que debe
brillar a través de vosotros como la luz del sol brilla a través de
un diáfano cristal.
Debéis distinguir entre
el egoísmo y el desinterés; porque el egoísmo se presenta
bajo muchas formas, y cuando creáis que al fin lo habéis
destruido en algunos de sus aspectos, surge en otro tan fuerte como
siempre. Pero gradualmente os irá animando tan por completo el
pensamiento de ayudar a los demás, que no habrá lugar ni
tiempo para pensar en vosotros mismos.
También debéis
distinguir en otro sentido. Aprended a reconocer a Dios en todos los
seres y en todas las cosas, prescindiendo del mal que puedan
presentar en la superficie. Podéis ayudar a vuestros hermanos
por medio de lo que tenéis de común con ellos, esto es, la
Vida Divina. Aprended a despertarla y a vivificarla en ellos, así
los salvaréis de lo falso.
II
Hay muchos individuos para quienes la cualidad
"CARENCIA DE DESEOS" es verdaderamente difícil,
porque sienten que sus deseos son ellos mismos, y que si
desechan sus deseos peculiares, sus gustos y disgustos, dejará de
existir su yo. Pero esto les sucede tan sólo a quienes no han visto
al Maestro. A la luz de su Santa Presencia se extinguen todos los
deseos, menos el de igualarse a Él. Sin embargo, antes que
gocéis, de la felicidad de encontraros frente a frente con Él,
podréis alcanzar, si queréis, la "Carencia de deseos".
El
Discernimiento os ha mostrado ya que las cosas que los hombres más
desean, como la riqueza y el poder, no tienen valor alguno.
Cuando esto no se dice tan sólo, sino que se siente en verdad,
cesa todo deseo de ellos.
Así
pues, todo eso es sencillo; sólo se requiere que lo comprendáis.
Pero hay algunos que cesan de perseguir los bienes terrenales, con el
fin de ganar el cielo o alcanzar la liberación personal del
renacimiento; no debéis caer en este error. Si habéis olvidado al
yo, no podéis pensar en la hora en que este yo sea libre o qué
clase de cielo tendrá. Recordad que todo deseo egoísta ata, por
elevado que sea su objeto, y en tanto no os hayáis librado de
él no estaréis enteramente preparados para dedicaros a la
labor del Maestro.
Cuando desaparezcan todos
los deseos que se refieren al yo, todavía puede existir el deseo de
ver los resultados de vuestra obra. Si ayudáis a alguien, querréis
ver en cuánto lo
habéis ayudado; aun tal vez queréis que aquel a quien habéis
ayudado, también lo vea y os lo agradezca. Esto es todavía deseo,
y, además, falta de confianza.
Cuando hacéis todo el
esfuerzo que podéis para ayudar, debe dar un resultado, tanto
si podéis verlo como si no; si reconocéis la manera de obrar
de la Ley, sabéis que esto es así. Por esto debéis obrar
rectamente por amor a lo recto, no con esperanza de recompensa;
debéis trabajar por amor al trabajo, no por la esperanza de ver el
resultado; debéis entregaros al servicio del mundo, porque lo amáis
y no podéis dejar de entregaros a él.
No deseéis poderes
psíquicos; ya vendrán cuando el Maestro comprenda que debéis
tenerlos. Además, es esforzarse en adquirirlos trae consigo,
muy a menudo, gran perturbación; frecuentemente, a su poseedor
le descarrían los falaces espíritus de la naturaleza, o se
envanece y cree que él no puede caer en error; y el tiempo y el
esfuerzo que emplea para alcanzar estos poderes podría
emplearlos, de cualquier otro modo, en trabajar para los demás. Los
poderes vendrán en el curso del desarrollo; deben
venir; y si el Maestro ve que es útil que los tengáis antes, os
enseñará a desarrollarlos sin peligro. Hasta entonces,
estaréis mejor sin ellos.
Además, debéis
precaveros de ciertos pequeños deseos que son comunes en la
vida diaria. No deséis jamás brillar o parecer superior en ningún
sentido; no habléis mucho. Es mejor hablar poco; es mejor todavía
callar, hasta que estéis seguros de que lo que vais a decir es
VERDADERO, BUENO y PUEDE AYUDAR A OTROS. Antes de hablar, pensad
cuidadosamente si lo que vais a decir posee estas tres cualidades; si
no es así, no lo digáis.
Lo mejor es acostumbrarse
desde el primer momento a pensar cuidadosamente antes de hablar,
porque cuando alcancéis la Iniciación debéis fijaros en cada
palabra, no sea que digáis lo que no debe decirse. Mucha habladuría
vulgar es insensata y vana; cuando es chismosa, es maligna. Así,
acostumbraos a escuchar, mejor que a hablar, no expongáis opiniones,
a menos que os las pidan directamente. En resumen; las cualidades
son: saber oír, querer y callar; y la última es la más ardua
de todas.
Otro común deseo que
debéis reprimir severamente es el de inmiscuiros en los asuntos
de los demás. Lo que otro haga o diga o crea, no es cosa
vuestra, y debéis aprender a dejarlo completamente solo. Él
tiene perfecto derecho al pensamiento, palabra y acción libres,
mientras no se meta con otro. Así como vosotros reclamáis la
libertad de hacer lo más conveniente, debéis concederle la
misma libertad, y cuando la usufructúa no tenéis ningún
derecho a ocuparos de él.
Si pensáis que obra
equivocadamente, y podéis hallar oportunidad de decirle privadamente
y con la mayor delicadeza vuestra opinión, es posible que lo
convenzáis; pero hay muchos casos en que, aun de esta manera, la
intervención sería impropia. Nunca debéis hablar a una tercera
persona acerca del asunto, porque ésta es una acción muy
baja.
Si veis un caso de
crueldad contra un niño o un animal, vuestro deber es defenderlos.
Si estáis encargado de instruir a otra persona, es vuestro
deber reprender afectuosamente sus faltas. Excepto en semejantes
casos, ocupaos de vuestros propios asuntos y ejercitad la virtud
del silencio.
III
Las seis reglas de conducta que particularmente se
requieren, las da el Maestro en este orden:
1ª Dominio de la mente.
2ª
Dominio de la acción.
3ª
Tolerancia.
4ª
Alegría.
5ª
Aspiración única.
6ª
Confianza.
Sé
que algunas de estas cualidades se han denominado
diferentemente, pero yo hago uso de los nombres que el Maestro mismo
les daba al explicármelas.
1ª
dominio de la mente.
— La cualidad "Carencia de deseos"
nos demuestra que debemos dominar el cuerpo astral; esta otra
significa lo mismo con relación al cuerpo mental. Ello implica
dominio del temperamento, de suerte que no podáis sentir cólera o
impaciencia; dominio de la mente, de modo que podáis sosegar y
tranquilizar el pensamiento y, por medio de la mente,
dominio del sistema nervioso, a fin de que se excite lo menos
posible.
Esto último es difícil, porque cuando os preparáis
para entrar en el Sendero, no podéis evitar que vuestro cuerpo
se haga más sensitivo, y así los nervios son perturbados por
cualquier choque o sonido, y sienten agudamente cualquier presión;
mas debéis hacer lo posible por evitarlo.
Mente tranquila significa también valor para arrastrar
sin temor las pruebas y dificultades del Sendero; significa además
firmeza para considerar serenamente cuanto os acontezca en la
vida cotidiana, y evitar el incesante tedio e inquietud que
dimanen de ciertos pormenores de la vida, en los que muchos malgastan
la mayor parte del tiempo. El Maestro enseña que a un hombre no le
debe importar lo más mínimo cuanto provenga del exterior:
tristezas, disgustos, enfermedades, pérdidas; todo esto nada
debe significar para él, ni ha de permitir que perturbe la
calma de su mente. Estas cosas son resultado de pasadas acciones, y
cuando sobrevengan, debéis soportarlas con calma, recordando
que todo mal es transitorio, y que vuestro deber es permanecer
siempre contentos y serenos. Aquello pertenece a vuestras vidas
anteriores, no a ésta; no podéis alterarlo, y, así es inútil
preocuparos por ello. Pensad, mejor, lo que hacéis ahora,
lo cual determinará los acontecimientos de vuestra próxima vida,
pues esto podéis modificarlo.
No cedáis jamás a la tristeza ni a la depresión.
La depresión es un mal,
porque contamina a otros y torna sus vidas más penosas, a lo cual no
tenéis derecho alguno. Por esta razón, si alguna vez os acometen,
desechadlas para siempre.
Aun en otro sentido debéis
dominar vuestro pensamiento; no le permitáis errar a la ventura.
Fijad la atención en lo que estéis haciendo, sea lo que fuere, para
que lo hagáis con toda la perfección posible; no acostumbréis
vuestra mente a la vagancia; antes bien conservad buenos
pensamientos siempre en su fondo, dispuestos a surgir en el
momento en que ella esté libre.
Emplead todos los días el
poder de vuestro pensamiento en buenos propósitos; convertíos en un
poder que trabaje de acuerdo con la evolución. Pensad cada día
en alguno de quien sepáis que está triste, que sufre o que necesita
ayuda, y enviadle pensamientos de amor.
Apartad vuestra mente del
orgullo, porque el orgullo es hijo de la ignorancia. El ignorante
cree ser grande, cree que ha hecho esta o aquella gran cosa; el
sabio sabe que tan sólo Dios es grande y que sólo Él es el hacedor
de todas las cosas buenas y perfectas.
2a
dominio de la acción.
— Si vuestra mente es tal como debe ser,
se perturbará muy poco con vuestra acción. Recordad que para ayudar
a la Humanidad, el pensamiento debe convertirse en acción.
En esta labor no caben
tibiezas, sino una constante actividad. Pero debéis cumplir
vuestro propio deber, no el de los demás, a no ser con su permiso y
con el fin de ayudarlos. Dejad que cada cual cumpla su propio
deber, a su modo peculiar; estad siempre dispuestos a ofrecer
vuestro apoyo cuando sea necesario, pero nunca os entrometáis.
Porque, para algunas personas, la cosa más difícil del mundo es
aprender a cumplir sus propios deberes, y precisamente esto es
lo que vosotros debéis hacer.
Aunque tratéis de
realizar una labor más elevada, no por ello debéis olvidar
vuestros deberes ordinarios, pues hasta que éstos no queden
satisfechos, no estaréis en libertad para prestar otros
servicios. No os comprometáis a nuevos deberes mundanos; mas debéis
cumplir perfectamente aquellos de que estéis encargados, esto es,
todos aquellos deberes que reconozcáis como evidentes y
razonables, no deberes imaginarios que otros traten de imponeros. Si
queréis servirles a Ellos, debéis cumplir vuestros deberes
ordinarios mejor y no peor que los demás; porque haciendo
esto también Les servís.
3ª
tolerancia.—Debéis
sentir perfecta tolerancia hacia todos y un sincero interés por
las creencias de los que profesan otras religiones, tanto como por la
que profesáis. Porque la religión de los otros es un sendero que
conduce a lo más elevado, lo mismo que la vuestra. Para ayudar a
todos, debéis comprenderlos.
Mas, para alcanzar esta
perfecta tolerancia, debéis libraros antes del fanatismo y de la
superstición. Debéis saber que no hay ceremonias necesarias; de
otro modo es consideraríais algo mejores que los que no las
practican. Sin embargo, no debéis vituperar a los que aun las
necesitan. Dejadles hacer su voluntad; pero ellos no deben
meterse con vosotros, que sabéis la verdad, ni deben tratar de
imponeros aquello que habéis trascendido. Sed indulgentes y
bondadosos en todo.
Ahora que vuestros ojos
están abiertos, quizás os parezcan absurdas algunas de vuestras
antiguas creencias y ceremonias; tal vez lo sean en realidad.
Pero, aunque ya no toméis parte en ellas, respetadlas por
consideración a aquellas buenas almas para quienes todavía tienen
importancia. Ellas tienen su lugar y su utilidad, como la
falsilla le sirve a un niño para escribir derecho, hasta que
aprende a escribir mejor y con mayor igualdad sin ella. Hubo un
tiempo en que las necesitasteis, pero ya pasó aquel tiempo.
Un gran instructor dijo:
"Cuando yo era niño, hablaba, comprendía y pensaba como niño;
pero ya hombre, di de lado las niñerías."
Quien haya olvidado su
infancia y perdido la simpatía por los niños no puede enseñarles
ni ayudarles. Así, sed bondadosos, amables, tolerantes con
todos los hombres sin distinción, sean buddhistas o indos, jainas o
judíos, cristianos o musulmanes.
4ª
alegría.—Debéis
sobrellevar alegremente vuestro karma, cualquiera que sea,
aceptando como un honor que el sufrimiento caiga sobre vosotros,
porque esto demuestra que los Señores del Karma os consideran dignos
de ayuda. Por muy penoso que resulte, agradeced que no sea peor.
Recordad que podréis servir muy poco para la labor del Maestro,
mientras vuestro mal karma no se extinga y quedéis libres. Al
ofreceros a Él, habéis pedido que se acelerase vuestro karma,
y así, en una o dos vidas haréis lo que de otro modo hubierais
debido hacer en cientos. Pero a fin de obtener el mejor resultado,
debéis sobrellevarlo alegremente.
Todavía hay otro aspecto.
Debéis desechar toda idea de posesión. El Karma puede
arrebataros las cosas que más queráis y hasta a las personas
que más améis. Aun entonces debéis permanecer alegres,
dispuestos a separaros de todo. A menudo el Maestro necesita verter
Su fuerza sobre otros por medio de Su discípulo e incondicional
servidor; y si éste cayese en la depresión no podría Él
realizarlo. Así, la alegría debe ser vuestra norma.
5ª
aspiración única.—El
objetivo que debéis tener a la vista es realizar la obra del
Maestro. No debéis jamás olvidarla, cualesquiera que sean las
ocupaciones que os salgan al paso, y ninguna otra labor puede
interponerse en vuestro camino, porque toda la que sea fecunda y
desinteresada es labor del Maestro, y debéis ejecutarla
por amor a Él. Además, debéis poner toda vuestra atención en cada
parte de la misma, para que la hagáis lo más perfecta posible.
El mismo Instructor dijo también: "Sea lo que fuere que
hagáis, hacedlo de corazón,
como para el Señor y no para los hombres. Pensad cómo ejecutaríais
una obra si supieseis que el Maestro ha de venir a verla; así debéis
realizar toda labor." Los más conscientes sabrán mejor lo que
este versículo significa. Y hay otro semejante y mucho más
antiguo: "Esfuérzate tanto como puedas en cumplir cualquier
cosa que se te presente."
Aspiración
única significa también que nada deberá jamás desviaros, ni
siquiera por un momento, del sendero en que habéis entrado. Ni
tentaciones, ni placeres terrenales, ni mundanos afectos deberán
nunca apartaros de él. Porque vosotros mismos debéis identificaros
con el Sendero, el cual ha de formar parte de vuestra
natulareza, de tal modo que lo sigáis sin necesidad de pensar en él
ni en la posibilidad de abandonarlo. Vosotros, la Mónada, lo
habéis decidido; desprenderos de él equivaldría a desprenderos de
vosotros mismos.
6ª
confianza.—Debéis
confiar en vuestro Maestro; debéis confiar en vosotros mismos. Si ya
habéis visto al Maestro, confiaréis del todo en Él a través de
vidas y muertes. Si aún no Lo habéis visto, debéis tratar de
imaginároslo y confiar en Él, porque si no lo hiciéreis, no podrá
Él ayudaros. Sin completa confianza no puede establecerse la
perfecta corriente de amor y de
poder.
Debéis
tener confianza en vosotros mismos. ¿Decís que os conocéis bien a
vosotros mismos? Si tal creéis, no os conocéis; tan sólo conocéis
la débil corteza externa que con frecuencia cae en el cieno.
Vosotros, vuestro Yo real, es una chispa del propio Fuego Divino; y
como Dios, que es omnipotente, está en vosotros, nada hay que no
podáis hacer si queréis. Decíos: "Lo que hizo un hombre, otro
hombre puede hacerlo. Yo soy un ser humano, más aún, soy Dios en el
hombre: puedo y quiero hacerlo." Porque vuestra voluntad
debe ser cual acero templado, si queréis hallar el Sendero.
IV
El
Amor es la cualidad más importante, porque cuando es bastante
fuerte en un hombre, lo estimula a revestirse de todas las demás,
que sin ella nunca serían suficientes. Suele definirse el amor como
un intenso deseo de unión con Dios y de liberación de la rueda de
nacimientos y muertes. Pero este concepto del amor suena a egoísta e
implica sólo una parte de su significado. El amor es más que
deseo; es voluntad,
resolución, determinación. Para producir este resultado,
la resolución debe llenar vuestra naturaleza entera, hasta el
punto de no dejar lugar para ningún otro sentimiento. Es, sin duda,
la voluntad de ser uno con Dios, no para escapar del
sufrimiento y de la fatiga, sino a fin de que, en razón de
vuestro amor profundo hacia Él, podáis obrar con Él y como Él
obra... Pues siendo Dios Amor, si queréis llegar a ser uno con Él,
debéis también estar poseídos de amor y perfecto altruismo.
En la vida diaria, esto
significa dos cosas: primera, que procuréis cuidadosamente no
causar daño a ningún ser viviente; segunda, que siempre estéis
alerta por si se presenta la oportunidad de ayudar.
Primero, no dañar. Hay
tres pecados que causan en el mundo mayores males que todos los
demás: maledicencia, crueldad y superstición, porque son pecados
contra el amor. Si el hombre quiere henchir su corazón de amor
divino, ha de vigilarlos y combatirlos constantemente.
Veamos los efectos de la
maledicencia: Principia con el mal pensamiento, y esto en sí
mismo es ya un crimen. Porque en todas las personas y en todas las
cosas existe el bien y el mal. A cualquiera de éstos podemos
prestarle fuerza, pensando en él, y por este medio ayudar o
estorbar la evolución; podemos hacer la voluntad del Logos o
trabajar en contra de ella.
Si pensáis mal de otro, cometéis tres iniquidades
a un tiempo:
1a
Llenáis el ambiente que os rodea de malos pensamientos en vez de
buenos, y así aumentáis las tristezas del mundo.
2a Si
en el ser en quien pensáis existe el mal que le atribuís, lo
vigorizáis y alimentáis; y así, hacéis peor a vuestro hermano en
vez de hacerlo mejor. Pero, si generalmente el mal no existe en él y
tan sólo lo habéis imaginado, entonces vuestro maligno pensamiento
tienta a vuestro hermano y lo induce a obrar mal, porque, si no es
todavía perfecto, podéis convertirlo en aquello que de él
habéis pensado.
3a
Nutrís vuestra propia mente de malos en vez de buenos pensamientos,
y así impedís vuestro propio desarrollo y os hacéis, a los ojos de
quienes pueden ver, un objeto feo y repulsivo, en vez de bello y
amable.
No contento con hacerse todo este daño y hacerlo a
su víctima, el maldiciente procura con todas sus fuerzas que
los demás participen de su crimen. Les expone con vehemencia su
chisme, con la esperanza de que lo crean, y entonces los convencidos
cooperan con él, enviando malos pensamientos al pobre paciente. Y
esto continúa día tras día, y no lo hace sólo una persona, sino
miles. ¿Veis ahora cuán bajo, cuán terrible es este pecado?
Procurad evitarlo en absoluto. No habléis jamás mal de nadie;
negaos a escuchar a quien os hable mal de otro, y decidle,
afectuosamente: "Tal vez eso no sea verdad, y, aunque lo
fuese, es mejor no hablar de ello".
En
cuanto a la crueldad, ésta es de dos clases: intencionada y sin
intención.
La
crueldad intencionada consiste en causar, de propósito, dolor a
otros seres vivientes, y éste es el pecado más grave de todos: obra
de diablo más bien que de hombre. Diréis que ningún hombre
puede hacer una cosa semejante; pero precisamente los hombres la
han hecho muy a menudo y aún la están haciendo cada día. Los
inquisidores la practicaron, y también muchas gentes religiosas
en nombre de su religión; los vivisectores, así como habitualmente
algunos maestros de escuela. Todas estas personas tratan de excusar
su brutalidad con la costumbre; pero un crimen no deja de serlo
porque muchos hombres lo cometan. Karma no tiene en cuenta las
costumbres; y el karma de la crueldad es el más terrible. En la
India, al menos, no puede haber excusa para tales costumbres, porque
todos conocen el deber de no acusar mal a nadie. El destino
de los crueles cae también sobre aquellos que se dedican
intencionadamente a matar a las criaturas de Dios, y llaman a esto
deporte.
Ya sé que tales cosas no las efectuáis vosotros, y por
amor de Dios hablaréis claramente contra ellas cuando la oportunidad
se os presente. Pero también hay crueldad en las palabras como en
los actos, y una persona que diga una palabra con intención de herir
a otra es culpable de este crimen. Esto tampoco lo haréis vosotros;
pero algunas veces una palabra dicha al descuido hace tanto daño
como una maliciosa. Así pues, debéis estar siempre en guardia
contra la crueldad no intencionada.
En general, ello procede de la irreflexión. Hay hombres
tan poseídos de la ambición y de la avaricia, que ni siquiera
se dan cuenta del sufrimiento que causan a los demás pagándoles
poco, o haciendo pasar hambre a su mujer e hijos Otros, pensando tan
sólo en su codicia, se preocupan poco de los cuerpos y de las almas,
a quienes arruinan por satisfacerla. Para librarse de unos
cuantos minutos de molestia, un hombre deja de pagar a sus obreros el
día que les corresponde, sin acordarse de las dificultades que
este hecho les reporta. ¡Tanto sufrimiento se causa por descuido,
por olvidar cómo una acción ha de afectar a los demás!... Pero
Karma nunca olvida, y no tiene en cuenta que los hombres olviden
los hechos.
Si
deseáis entrar en el Sendero, debéis pensar en las consecuencias de
vuestros actos, para que no seáis culpables de crueldad irreflexiva.
La
superstición es otro mal tremendo, que ha causado grandes y
terribles crueldades. Las personas esclavas de ella menosprecian
a las que saben más, y tratan de obligarlas a hacer lo que ellas
hacen.
Pensad en la horrorosa
matanza debida a la superstición de sacrificar a los animales y al
todavía más terrible prejuicio de que el hombre necesita
alimentarse de carnes. Pensad en el trato a que la superstición ha
dado motivo con respecto a las clases oprimidas en nuestra amada
India, y ved cómo esta mala tendencia puede engendrar una despiadada
inconsideración, aun entre los que conocen el deber de fraternidad.
Los hombres han cometido
muchos crímenes en nombre del Dios de Amor, movidos por la pesadilla
de la superstición; cuidad mucho de que no quede en vosotros ni el
más leve vestigio de ella.
Debéis
evitar estos tres grandes delitos, porque son fatales a todo
progreso, por ser pecados contra el amor. Pero no tan sólo estáis
obligados a refrenaros de este modo ante el mal, sino que habéis de
ser activos para el bien. El intenso deseo de servir ha de
llegar al máximo, hasta el punto de estar siempre a la mira para
aplicarlo alrededor de vosotros no tan sólo a las personas, sino a
los animales y a las plantas. Debéis prestar vuestro servicio
hasta en las pequeñas cosas de la vida diaria, de modo que,
acostumbrándoos a ello, no podáis substraeros, cuando se presente
la oportunidad de hacer cosas de mayor importancia. Pues si
deseáis llegar a ser uno con Dios, que no sea para vuestro propio
beneficio, sino para convertiros en canal por donde fluya Su amor
para alcanzar a vuestros semejantes.
El que está en el Sendero no vive para sí mismo,
sino para los demás; se olvida de él para poder servirlos. Es
a manera de pluma en manos de Dios, por la que fluye Su pensamiento y
tiene expresión aquí abajo, lo que no podría suceder sin ella. Es
a manera de un canal de fuego viviente que derrama sobre el
mundo el Divino Amor que llena su corazón.
La sabiduría que os capacita para ayudar, la voluntad
que dirige la sabiduría, el amor que inspira la voluntad, éstas son
vuestras cualidades.
Voluntad,
Sabiduría y Amor son los tres aspectos del Logos; y vosotros,
que deseáis alistaros para servirlo, debéis, hacer gala de ellos
en el
mundo.
Quien la palabra del Maestro anhele,
De Sus mandatos póngase en escucha
Entre el fragor de la terrena lucha,
Y la escondida Luz atento cele.
Sobre el inquieto y mundanal gentío,
Del Maestro atisbe la señal más leve,
Y oiga el susurro que Su voz eleve
Del mundo entre el rugiente griterío.