ANTE
UN MUNDO EN CRISIS
Jiddu Krishnamurti
PREAMBULO EDITORIAL
Los
signos de desintegración de toda nuestra época son ahora harto
evidentes; por donde quiera en el mundo se producen guerras,
violencias luchas sociales.
El
poderío y los falsos valores se han entronizado por doquier. En
medio de este caos, el hombre de buena voluntad intenta detener el
arrollador avance de la bancarrota social y pone sus esperanzas en la
fuerza de las instituciones tradicionales o nuevas, pero claramente
se advierte que el intento de estas instituciones, ya sean religiosas
o políticos, fracasa porque los individuos que forman esas mismas
instituciones, llevan consigo a ellas sus limitaciones, los falsos
valores y su confusión. Por consiguiente, la clave de la
transformación del mundo radica en la transformación del individuo:
sus actitudes, sus íntimas intenciones, su conducta, su relación
con el todo y lo particular.
En
medio de esta vorágine de mala voluntad que es la vida moderna, es
evidente el fracaso de las instituciones políticas y religiosas. La
defensa, pues, de este institucionalismo, con sus viejas y estrechas
formulas, no va a producir una auténtica reorientación individual,
ni menos un mundo unido y de fraternal convivencia. Importa estimular
un avivamiento individual, un interés vital por los valores eternos.
Allí donde este interés vital esté ausente; allí donde los
valores reales del espíritu fallan, es forzoso que se desintegre la
civilización.
Un
grupo de gente de habla española que está interesada en esos
valores espirituales, tiene hoy el sumo placer de lanzar este folleto
con objeto de dar a conocer el verbo inspirador de este hombre
sencillo y extraordinario llamado Krishnamurti.
Lo
mismo que otros grandes maestros libertadores del pasado, señala
Krishnamurti cómo ha de libertarse el hombre de todo aquello que
limita su vida y la condiciona.
No
creemos necesario insertar aquí una biografía completa de este
notable pensador. Aunque nacido en la vieja India, sus ideas son
universales y de valor para el hombre donde quiera que esté.
Más
de veinticinco años lleva recorriendo el mundo Krishnamurti. Con
preferencia se ha dirigido a millares de personas reunidas en
campamentos celebrados al efecto en Europa, Estados Unidos y en la
India, influyendo con sus ideas en muchos hombres y mujeres de todos
los países.
Para
orientación del lector hemos creído conveniente publicar este
folleto, agrupando las ideas de Krishnamurti en varios temas de
actualidad y universales. Si ello despierta interés, habrá que
buscar más amplia información en los varios tomos donde se han
recogido las pláticas y conferencias de Krishnamurti.
Cumplimos,
pues, gustosos la tarea de dar a conocer algunas de estas ideas de
valor universal las cuales, si logran transformar la vida del hombre,
pueden ser la base real de una nueva civilización.
INTRODUCCIÓN
¿Puede
cada quien, que es responsable del conflicto y miseria dentro de sí
mismo y por ende en el mundo, permitir que su mente-corazón esté
embotado por erróneas filosofías e ideas? Si vos que habéis creado
esta lucha y sufrimiento no cambiáis fundamentalmente, los sistemas,
conferencias, tratados ¿producirán orden y buena voluntad? ¿No es
imperativo que vos mismo os transforméis, puesto que lo que vos sois
es el mundo? Vuestros internos conflictos tienen expresión en
desastres externos. Vuestro problema es el problema del mundo y
únicamente vos podéis solucionarlo, no otro; no podéis dejarlo a
los otros. El político, el economista, el reformador, es, como vos,
un oportunista, un astuto urdidor de planes: pero nuestro problema,
este humano conflicto y miseria, esta existencia vacía que produce
desastres tan angustiosos, requiere algo más que maquinaciones
astutas, más que las superficiales reformas del político y el
propagandista. Requiere un cambio radical de la mente humana y
ninguno puede hacer que esta transformación se efectúe, salvo vos
mismo. Porque lo que vos sois, eso es vuestro grupo, vuestra
sociedad, vuestro líder. Sin vos el mundo no es; en vos está el
principio y el fin de todas las cosas. Ningún grupo, ningún líder
puede establecer el valor eterno, excepto vos mismo.
Las
catástrofes y la miseria vienen cuando los valores temporales
sensorios predominan sobre el valor eterno. El valor permanente,
eterno, no es resultado de creencia; vuestra creencia en Dios no
significa que estéis experimentando el valor eterno, tan sólo la
forma de vuestro vivir mostrará su realidad. La opresión y la
explotación, la agresividad y la dureza económica, inevitablemente
se suceden cuando la Realidad se ha perdido. La habéis perdido
cuando profesando el amor a Dios, disculpáis y justificáis la
matanza de vuestros semejantes, cuando justificáis el asesinato en
masa en nombre de la paz, y la libertad. Mientras deis importancia
suprema a los valores sensorios, existirá conflicto, confusión y
dolor. El matar a otro nunca puede ser justificado y perdemos la
significación inmensa del hombre cuando los valores sensorios quedan
predominantes.
Tendremos
miseria y tribulación en tanto que la religión esté organizada de
modo que sea parte del Estado, el instrumento del Estado. Eso
contribuye a tolerar la fuerza organizada como política del Estado;
y así alienta la opresión, la ignorancia y la intolerancia. ¿Cómo
puede entonces la religión, aliada con el Estado, cumplir su sola
función verdadera, o sea la de revelar y mantener el valor eterno?
Cuando la Realidad se pierde y no se la busca, hay desunión y el
hombre estará en contra del hombre. La confusión y la miseria no
pueden desterrarse por el proceso de olvido a través del tiempo, por
la idea consoladora de evolución, que sólo engendra pereza,
aceptación cómoda y el deslizamiento continuo hacia la catástrofe;
no deberíais permitir que el curso de vuestras vidas sea dirigido
por otros, para otros o en aras del futuro. Nosotros somos
responsables de nuestra vida, no otro; somos responsables de nuestra
conducta, no otro; ningún otro puede transformarnos. Cada uno debe
descubrir y tener la experiencia de la Realidad, que es lo único en
lo cual hay alegría, serenidad y la sabiduría suprema.
¿Cómo
podemos, entonces, llegar a esta experiencia, a través del cambio de
las circunstancias externas, o mediante la transformación desde
dentro? El cambio exterior implica el dominio del medio ambiente a
través de la legislación, la reforma económica y social, a través
del conocimiento de hechos y mejoramientos inestables, ya sea por
medios violentos o graduales. Pero ¿podrá la modificación de las
circunstancias exteriores llegar a producir una fundamental
transformación interna? ¿No es necesaria primero esta
transformación interna para producir un resultado externo? Podréis,
mediante la legislación, prohibir la ambición, ya que ella engendra
la crueldad, la afirmación de sí mismo, la competencia y el
conflicto; pero, ¿puede desarraigarse la ambición desde fuera?
Suprimida en una forma, ¿no se afirmará ella en otra distinta? El
motivo interno, el pensamiento-sentimiento privado, ¿no determina
siempre lo exterior? Para producirse una pacífica transformación
externa, ¿no debería primero efectuarse un profundo cambio
psicológico? ¿Puede lo exterior, por más agradable que sea,
producir contento duradero? El vehemente anhelo interno siempre
modifica lo exterior. Lo que sois psicológicamente, eso es vuestra
sociedad, vuestro estado, vuestra religión; si sois concupiscente,
envidioso, ignorante, entonces vuestro ambiente será eso que vos
sois. Nosotros creamos el mundo en que vivimos. Para que tenga lugar
un cambio radical y pacífico, debe haber voluntaria e inteligente
transformación interna; este cambio psicológico seguramente no ha
de producirse a través de la coacción y si lo fuera, habría
entonces tal conflicto interno y confusión, que de nuevo
precipitaría a la sociedad al desastre. La regeneración interna
debe ser voluntaria, inteligente, no obligada. Debemos buscar primero
la Realidad y entonces solamente podrá haber paz y orden en torno
nuestro.
Cuando
abordáis el problema de la existencia desde fuera, se pone desde
luego en marcha el proceso dual; en la dualidad hay conflicto
interminable y ese conflicto no hace sino embotar la mente-corazón.
Cuando abordáis el problema de la existencia desde el interior no
hay división entre lo interno y lo externo, la división cesa porque
lo interno es lo externo; el pensador y sus pensamientos son uno,
inseparable. Pero nosotros falsamente separamos el pensamiento del
pensador y procuramos de ese modo tratar tan sólo con la parte,
educar y modificar la parte, esperando que en tal forma
transformaremos el total. La parte va haciéndose más y más
dividida y así, cada vez existe mayor conflicto, por tanto, debemos
preocuparnos con el pensador desde dentro y no con la modificación
de la parte, su pensamiento. Pero desgraciadamente la mayoría de
nosotros nos encontramos atrapados entre la incertidumbre de lo
exterior y la incertidumbre del interior. Esta incertidumbre es lo
que debe comprenderse. La falta de certeza de los valores es lo que
produce conflicto, confusión y dolor, e impide que sigamos un curso
claro de acción bien sea del exterior o de lo interior. Si
siguiéramos lo externo dándonos plena cuenta, percibiendo su
significación total, entonces ese curso inevitablemente nos llevaría
a lo interno; pero desgraciadamente quedamos perdidos en lo exterior
por no ser suficientemente flexibles en la indagación de sí mismo.
Al examinar los valores sensorios por los cuales son dominados
nuestros pensamientos-sentimientos y al volverse conscientes de
ellos, sin que haya selección, percibiréis que lo interno se
aclara. Este descubrimiento traerá libertad y alegría creadora.
Pero este descubrimiento y su experiencia no puede hacerlo otro por
vos. ¿Quedaría vuestra hambre satisfecha por presenciar que otro
comiera? A través de la propia autopercepción debéis despertar a
los falsos valores y descubrir así el valor eterno. Puede haber
cambio fundamental interno y externo sólo cuando el
pensamiento-sentimiento se desenreda de los valores sensorios
causantes del conflicto y dolor.
Krishnamurti,
Ojai, 1945-46.
TRANSFORMACIÓN DEL
INDIVIDUO Y LA SOCIEDAD
El
dolor y la confusión existen siempre en el mundo; hay siempre en él
este problema de lucha y sufrimiento. Llegamos a ser conscientes de
este conflicto, de este dolor, cuando nos afecta personalmente o
cuando está inmediatamente a nuestro alrededor, como lo está ahora.
Los problemas de la guerra han existido antes; pero a la mayor parte
de nosotros no nos han interesado porque estaban muy lejanos y no nos
afectaban personal y profundamente; pero ahora la guerra está a
nuestras puertas y esto parece dominar la mente de la mayor parte de
la gente.
Ahora
no voy a contestar las preguntas que inevitablemente surgen cuando
interesan de modo inmediato los problemas de la guerra, la actitud y
la acción que uno debiera asumir en relación a esta, etc. Pero
vamos a considerar un problema mucho más profundo; porque la guerra
es solamente una manifestación externa de la confusión y de la
lucha interna de odio y antagonismo. El problema que debiéramos
discutir, que es siempre actual, es el del individuo y de su relación
con otro, que es la sociedad. Si podemos comprender este problema
complejo, entonces tal vez estaremos en aptitud de evitar las
múltiples causas que en último término conducen a la guerra. La
guerra es un síntoma, por más que brutal y morboso, y ocuparse con
la manifestación externa sin tener en cuenta las causas profundas de
ella, es fútil y carece de propósito: cambiando fundamentalmente
las causas, quizás podamos producir una paz que no sea destruida por
las circunstancias externas.
La
mayor parte de nosotros estamos inclinados a pensar que por medio de
la legislación, por la simple organización, por el liderismo,
pueden ser resueltos los problemas de la guerra y de la paz y otros
problemas humanos. Como no queremos ser responsables individualmente
de este torbellino interno y externo de nuestras vidas, acudimos a
grupos, autoridades y acción de masa. Por medio de estos métodos
externos se puede tener paz temporal: pero solamente cuando el
individuo se entiende a sí mismo y entiende sus relaciones con otro,
lo cual constituye la sociedad, puede existir la paz permanente,
duradera. La paz es interna y no externa; sólo puede haber paz y
felicidad en el mundo cuando el individuo que es el mundo- se
consagra definitivamente a alterar las causas que dentro de él mismo
producen confusión sufrimiento, odio, etc. Quiero ocuparme con estas
causas y cómo cambiarlas profundamente y en forma duradera.
El
mundo que nos rodea está en flujo constante, en constante cambio:
existe incesante sufrimiento y dolor. ¿Pueden existir paz y
felicidad duraderas en medio de esta mutación y conflicto,
independientemente de todas las circunstancias? Esta paz y esta
felicidad pueden descubrirse, desentrañarse de cualesquiera
circunstancias en que se encuentre el individuo.
Durante
estas pláticas trataré de explicaros cómo experimentar con
nosotros mismos, y así libertar el pensamiento de sus limitaciones
autoimpuestas. Pero cada uno debe experimentar y vivir seriamente y
no vivir simplemente de acción y frases superficiales.
Este
experimento serio, esforzado, debe comenzar con nosotros mismos, con
cada uno de nosotros, y es en vano el alterar simplemente las
condiciones externas sin un profundo cambio interno. Porque lo que es
el individuo es la sociedad, lo que es su relación con otro, es la
estructura de la sociedad. No podemos crear una sociedad pacífica,
inteligente, si el individuo es intolerante, brutal y competidor. Si
el individuo carece de bondad, de afecto, de sensatez en sus
relaciones con otro, tiene inevitablemente que producir conflicto,
antagonismo y confusión. La sociedad es la extensión del individuo;
la sociedad es la proyección de nosotros mismos. Hasta que
comprendamos esto y nos entendamos a nosotros mismos profundamente y
nos modifiquemos radicalmente, el mero cambio de lo externo no creará
paz en el mundo, ni le traerá esa tranquilidad que es necesaria para
las relaciones sociales felices.
Así,
pues, no pensemos sólo en alterar el medio ambiente: esto
necesariamente debe tener lugar si nuestra atención completa se
dirige a la transformación del individuo, la de nosotros mismos y de
nuestra relación con otro. ¿Cómo podemos tener fraternidad en el
mundo si somos intolerantes, si odiamos, si somos codiciosos,
voraces? Esto es notorio, ¿verdad? Si cada uno de nosotros es
llevado por una ambición que consume, si lucha por tener éxito, si
busca la felicidad en las cosas, es seguro que tendrá que crear una
sociedad que es caótica, cruel, insensible y destructora. Si todos
comprendemos y estamos profundamente de acuerdo en este punto: que el
mundo es nosotros mismos, y que lo que somos es el mundo, entonces ya
podremos pensar en cómo producir el cambio necesario en nosotros.
En
tanto que no estemos de acuerdo en este punto fundamental, sino que
simplemente consideremos para nuestra paz y felicidad el ambiente,
éste asume una importancia inmensa que no tiene, porque nosotros lo
hemos creado, y sin un cambio radical en nosotros mismos llega a ser
una prisión intolerable.
Nos
apagamos al ambiente esperando encontrar en él seguridad y la
continuidad de nuestra autoidentificación y, en consecuencia, nos
resistimos a todo cambio de pensamiento y de valores. Pero la vida
está en continuo flujo y por ende, existe conflicto constante entre
el deseo que siempre tiene que llegar a ser estático y la realidad
que no tiene morada.
El
hombre es la medida de todas las cosas y si su visión está
pervertida, entonces lo que piensa y crea debe inevitablemente
conducir al desastre y al sufrimiento. El individuo construye la
sociedad con lo que él piensa y siente. Personalmente, yo siento que
el mundo es yo mismo, que lo que yo hago crea paz o sufrimiento en el
mundo, que es yo mismo, y mientras yo no me comprenda no puedo
traerle paz al mundo: así pues, lo que me concierne de un modo
inmediato es yo mismo, no egoístamente con objeto de obtener mayor
felicidad, mayores sensaciones, mayor éxito, porque mientras yo no
me entienda a mí mismo, tengo que vivir en la pena y el sufrimiento
y no puedo descubrir la paz y felicidad duraderas.
Para
comprendernos, tenemos, en primer lugar, que estar interesados en el
descubrimiento de nosotros mismos, debemos llegar a estar alerta
respecto de nuestro propio proceso de pensamiento y sentimiento. ¿En
qué están principalmente interesados nuestros pensamientos y
sentimientos, qué es lo que les concierne? Les conciernen las cosas,
las gentes y las ideas. En esto es en lo que estamos fundamentalmente
interesados: las cosas, las gentes, las ideas.
Ahora
bien, ¿por qué es que las cosas han asumido tan inmensa importancia
en nuestras vidas? ¿Por qué es que las cosas, la propiedad, las
casas, los vestidos, etc., toman un lugar tan dominante en nuestras
vidas? ¿Es porque simplemente las necesitamos?, o ¿es que
dependemos de ellas para nuestra felicidad psicológica? Todos
necesitamos vestido, alimento y morada. Esto es notorio, pero ¿por
qué es que esto ha asumido importancia y significación tremendas?
Las cosas asumen tal valor y significación desproporcionados porque
psicológicamente dependemos de ellas para nuestro bienestar.
Alimentan nuestra vanidad, nos dan prestigio social, nos brindan los
medios de lograr el poder. Las usamos con objeto de realizar
propósitos diversos de los que tienen en sí mismas. Necesitamos
alimento, vestidos, albergue, lo cual es natural y no pervierte; pero
cuando dependemos de las cosas para nuestra gratificación, para
nuestra satisfacción, cuando las cosas llegan a ser necesidades
psicológicas, asumen un valor e importancia completamente
desproporcionados y de aquí se origina la lucha y el conflicto por
poseerlas y los diversos medios de conservar las cosas de las cuales
dependemos.
Formúlese
cada uno esta pregunta: ¿Dependo de las cosas para mi felicidad
psicológica, para mi satisfacción? Si tratáis seriamente de
contestar esta pregunta, sencilla en apariencia, descubriréis el
proceso complejo de vuestro pensamiento y sentimiento. Si las cosas
son una necesidad física, entonces les ponéis limitación
inteligente, entonces no asumen esa importancia abrumadora que tienen
cuando llegan a ser una necesidad psicológica. Por este camino
comenzáis a comprender la naturaleza de la sensación y de la
satisfacción: porque la mente que quiere llegar a comprender la
verdad debe estar libre de semejantes ataduras.
Para
libertar la mente de la sensación y de la satisfacción, tenéis que
comenzar con las sensaciones que os son familiares y establecer allí
el adecuado cimiento para la comprensión. La sensación tiene lugar,
y comprendiéndola no asume la estúpida deformación que tiene
ahora.
Muchos
piensan que si las cosas del mundo estuvieran bien organizadas, de
tal modo que todos tuviesen lo suficiente, entonces existiría un
mundo feliz y pacífico; pero yo temo que esto no será así si
individualmente no hemos comprendido el verdadero significado de las
cosas. Dependemos de ellas porque internamente somos pobres y
encubrimos esa pobreza del ser con cosas, y estas acumulaciones
externas, estas posesiones superficiales, llegan a ser tan vitalmente
importantes que por ellas estamos dispuestos a mentir, a defraudar, a
luchar y a destruirnos unos a otros. Porque las cosas son el medio
para lograr el poder, para tener gloria. Sin comprender la naturaleza
de esta pobreza interna del ser, el mero cambio de organización para
la equitativa distribución de las cosas, por mas que tal cambio es
necesario, creará otros medios y caminos de obtener poder y gloria.
A la
mayor parte de nosotros nos interesan las cosas y para comprender
nuestra justa relación respecto a ellas, se requiere inteligencia,
que no es ascetismo, ni afán adquisitivo; no es renunciación, ni
acumulación, sino que es el libre e inteligente darse cuenta de las
necesidades sin depender afanosamente de las cosas. Cuando
comprendéis esto, no existe el sufrimiento del desprenderse, ni el
dolor de la lucha de la competencia. ¿Es uno capaz de examinar y
comprender críticamente la diferencia entre las propias necesidades
y la dependencia psicológica de las cosas? No podéis responder esta
pregunta ahora mismo. Sólo la responderéis si sois persistentemente
serios, si vuestro propósito es firme y claro.
Es
indudable que podamos comenzar a descubrir cuál es nuestra relación
con las cosas. ¿Verdad que se basa en la codicia? ¿Y cuándo se
transforma en codicia la necesidad? ¿No es acaso codicia que el
pensamiento, percibiendo su propia vaciedad, su propia falta de
mérito, proceda a investir las cosas de una importancia mayor que su
propio valor intrínseco y en consecuencia crea una dependencia de
ellas? Esta dependencia puede producir una especie de cohesión
social: pero en ella siempre hay conflicto, dolor, desintegración.
Tenemos que hacer claro nuestro proceso de pensamiento y podemos
hacer esto si en nuestra vida diaria llegamos a darnos cuenta
conscientemente de esta codicia y de sus aterradores resultados. Este
darse cuenta conscientemente de la necesidad y de la codicia, ayuda a
establecer el cimiento recto para nuestro pensar. La codicia, en una
forma u otra, es siempre la causa del antagonismo, del odio nacional
despiadado, y de las brutalidades sutiles. Si no comprendemos la
codicia y la combatimos, ¿cómo podemos comprender la realidad que
trasciende todas estas formas de lucha y sufrimiento? Debemos
comenzar con nosotros mismos, con nuestra relación respecto a las
cosas y a la gente. Tomé en primer lugar las cosas porque a la mayor
parte de nosotros nos interesan son para nosotros de tremenda
importancia. Las guerras son por las cosas y en ellas están basados
nuestros valores sociales y morales Sin entender el proceso complejo
de la codicia no comprenderemos la realidad.
* *
Para
quienes por primera vez vienen aquí, haré una breve explicación
acerca de lo que hablamos el domingo pasado. Los que estéis
siguiendo estas pláticas de modo serio, no debéis sentir
impaciencia, porque estamos tratando de pintar con palabras un cuadro
de la vida tan completo como sea posible. Debemos entender el cuadro
integro, la actitud completa hacia la vida y no meramente una parte.
Decía
la semana pasada que no puede haber paz o felicidad en el mundo a
menos de que nosotros, como individuos, cultivemos la sabiduría que
da por resultado la serenidad. Muchos piensan que sin considerar su
propia naturaleza interna, su propia claridad de propósito, su
propia comprensión creadora, alterando en cierta medida las
condiciones externas, pueden producir paz en el mundo. Esto es,
esperan tener fraternidad en el mundo aun cuando en su interior estén
atormentados por el odio, por la envidia, por la ambición, etc. Que
esta paz no puede existir a menos que el individuo, que es el mundo,
efectúe un cambio radical dentro de sí mismo, es obvio para quienes
piensen profundamente.
Después
de siglos de predicar la bondad, la fraternidad, el amor, vemos en
rededor nuestro el caos y una brutalidad extraordinaria; somos
fácilmente cogidos en este remolino de odio y antagonismo, y
pensamos que alterando los síntomas externos, tendríamos la unidad
humana. La paz no es una cosa que pueda traerse del exterior, puede
solamente venir de adentro; esto requiere gran empeño y
concentración, no en algún propósito único, sino en la
comprensión del problema complejo del vivir.
Tomé
como una de las causas principales de conflicto en nosotros mismos y
por consiguiente en el mundo, la codicia, con su temor, con su anhelo
de poder y dominio, a la vez que social, intelectual y emocional.
Traté de marcar la diferencia entre la necesidad y la codicia.
Necesitamos alimentos, ropa y albergue, pero esa necesidad se
convierte en codicia, fuerza psicológica que impulsa nuestra vida,
cuando por el anhelo de poder, de prestigio social, etc., damos valor
desproporcionado a las cosas. Hasta que disolvamos esta causa
fundamental de conflicto o choque en nuestra conciencia, la sola
búsqueda de paz es vana. Aun cuando por medio de los códigos
podamos tener orden superficial, el anhelo de poder, de éxito y
demás, perturbará constantemente el vínculo que mantiene unida la
sociedad y destruirá este orden social. Para producir paz dentro de
nosotros y, por consiguiente dentro de la sociedad, debe comprenderse
este choque central en la conciencia, causado por el anhelo. Para
comprender, debe haber acción.
Hay
quienes juzgan que el conflicto en el mundo es causado por la
codicia, por la aserción individual para obtener poder y dominio por
medio de la propiedad, y proponen que los individuos no retengan
medios de adquirir poder, creen conseguir esto por medio de la
revolución, del control de la propiedad por el Estado, siendo el
Estado los pocos individuos que tienen en sus manos las riendas del
poder. No podéis destruir la codicia por medio de códigos. Podréis
destruir una forma de ella por la coacción, pero de un modo
inevitable tornará en otra forma que creará de nuevo caos social.
También
hay quienes piensan que la codicia o el anhelo pueden ser destruidos
por medio de ideales intelectuales o emocionales, por medio de dogmas
y credos religiosos; esto tampoco puede ser, porque la codicia no se
domina por la imitación, el servicio o el amor. Anonadarse no es: el
remedio duradero para el conflicto de la codicias Las religiones han
ofrecido compensación por librarse de la codicia; pero la realidad
no es compensación. Perseguir compensación es llevar a otro nivel,
a otro plano, la causa del conflicto que es la codicia, el anhelo;
pero el choque y el dolor siguen allí.
Los
individuos están atrapados por el deseo de crear orden social o
relación humana amistosa por medio de la legislación y de encontrar
la realidad que prometen las religiones como compensación por
renunciar a la codicia. Pero como lo he apuntado, la codicia no puede
destruirse por la legislación o por la compensación. Para abordar
de un modo nuevo el problema de la codicia, debemos ser plenamente
conscientes de la falacia de una mera legislación social en su
contra y de la actitud religiosa compensadora que hemos desarrollado.
Si ya no estáis buscando compensación religiosa para la codicia, o
si no estáis ya agarrados en la falsa esperanza de la legislación
en contra de ella, entonces empezaréis a comprender un proceso
diferente para disolver este anhelo de modo completo; pero esto
requiere empeño persistente, sin sentimentalismo, sin los engaños
del astuto intelecto.
Todo
ser humano necesita alimento, ropa y albergue; pero ¿por qué ha
llegado a ser esta necesidad un problema tan complejo y doloroso? ¿No
es acaso porque usamos las cosas con propósito psicológico, más
bien que como mera necesidad? La codicia es la demanda de
satisfacción, de placer, y usamos las necesidades como medios de
conseguirlo y les damos mucha mayor importancia y valor del que
tienen. Mientras uno usa las cosas porque las necesita, sin estar
psicológicamente involucrado en ellas, puede haber una limitación
inteligente en las necesidades, que no esté basada en una mera
gratificación.
El
depender psicológicamente de las cosas se manifiesta como miseria y
conflicto social. Siendo uno pobre interna, psicológica,
espiritualmente, se piensa en enriquecerse por medio de posesiones
con demandas y problemas complejos siempre en aumento. Sin resolver
fundamentalmente la pobreza psicológica del existir, la sola
legislación social o el ascetismo no pueden resolver el problema de
la codicia, del anhelo. ¿Cómo puede, pues, resolverse
fundamentalmente y no sólo en su manifestación externa, en su
periferia? ¿Cómo va a liberarse el pensamiento del anhelo?
Percibimos la causa de la codicia: el deseo de satisfacción, de
deleite, pero ¿cómo ha de ser disuelta? ¿Ejercitando la voluntad?
Si es así, ¿qué forma de voluntad? ¿La voluntad de vencer? ¿La
voluntad de refrenar? ¿La voluntad de renunciar? He aquí el
problema: siendo codicioso, avariento, mundanal, ¿cómo desembarazar
el pensamiento de la codicia?
Como
el pensamiento es ahora producto de la codicia, es transitorio y así
no puede comprender lo eterno. Lo que ha de poder comprender lo
inmortal, debe ser también inmortal. Lo permanente puede ser
entendido solamente al través de lo transitorio. Esto es, el
pensamiento nacido de la codicia es transitorio y todo lo que crea
debe ser seguramente transitorio también, y mientras la mente esté
aprisionada dentro te lo transitorio, dentro del círculo de la
codicia, no puede ni trascenderla, ni vencerse a sí mismo. En su
esfuerzo por dominar, crea mayores resistencias y más y más se
enreda en ellas.
¿Cómo
va a disolverse la codicia sin crear posterior conflicto, si el
producto del conflicto está siempre dentro del dominio del deseo, el
cual es transitorio? Podréis vencer la codicia por el esfuerzo de
voluntad que se traduce en abnegación: pero eso no conduce a la
comprensión, al amor, porque tal voluntad es producto del conflicto
y no puede, por ende, libertarse de la codicia. Reconocemos que somos
codiciosos. Hay satisfacción en poseer. Esto llena nuestro ser, lo
expande. ¿Por qué, pues, necesitáis luchar contra eso? Si de veras
estáis satisfechos con esta expansión, entonces no tenéis problema
consciente. ¿Pero acaso puede ser la satisfacción completa? ¿No
está en estado de flujo constante, anhelando una gratificación tras
otra?
Así
el pensamiento queda atrapado en su propia malla de ignorancia y
dolor. Comprendemos que estamos aprisionados por la codicia, y
también percibimos, cuando menos intelectualmente, el efecto de la
codicia. ¿Cómo, pues, va el pensamiento a desembarazarse de sus
propios y autocreados anhelos? Sólo estando constantemente alerta,
sólo por medio de la comprensión del proceso de la codicia misma.
La comprensión no se obtiene por el mero ejercicio de un propósito
unilateral, sino por medio de ese acercamiento experimental que tiene
la cualidad peculiar de inclusión total, de lo entero. Este
acercamiento experimental yace en los actos de nuestra vida diaria;
en llegando a darse cuenta de una manera profunda del proceso de la
codicia y de la satisfacción, se produce el acercamiento integral a
la vida, la concentración que no es resultado de elegir, sino que es
lo completo. Si estáis alerta, observaréis claramente el proceso
del anhelo; veréis que en este observar existe el deseo de
selección, el deseo de razonar: pero este deseo es aún parte del
anhelo. Tenéis que ser agudamente conscientes de la sutileza del
anhelo y, así, a través del experimento surge la plenitud de la
comprensión, que es lo único que de un modo radial liberta al
pensamiento del anhelo. Si de este modo sois conscientes, habrá una
forma diferente de voluntad o de comprensión, que no es voluntad
nacida del conflicto o de la renunciación, sino de lo total, de lo
completo; lo cual es santo. Esta comprensión es un acercarse a la
realidad que no es producto del propósito o esfuerzo de logro; de la
voluntad nacida del anhelo y del conflicto. La paz es de esta
totalidad, de esta comprensión.
Krishnamurti,
Ojai, 1940.
PROBLEMAS DE CONVIVENCIA
HUMANA
En
las últimas tres pláticas he tratado de explicar el acercamiento
experimental al problema de la codicia: acercamiento que no es
renunciación, ni control, sino la comprensión del proceso de la
codicia, lo único que puede traer liberación perdurable de ella.
Mientras uno dependa de las cosas para su propia satisfacción y
enriquecimiento psicológicos, persistirá la codicia, creando
conflicto social e individual y desorden. Sólo la comprensión nos
libertara de la codicia y el anhelo, que tanto estrago han creado en
el mundo.
Consideremos
ahora el problema de la relación de convivencia entre los
individuos. Si comprendemos la causa de fricción entre los
individuos y, como consecuencia, con la sociedad, esa comprensión
ayudará a producir libertad del afán posesivo. La relación de
convivencia se basa actualmente en la dependencia, es decir, que uno
depende de otro para su satisfacción psicológica, su felicidad y
bienestar. Generalmente no nos damos cuenta de esto, pero en el caso
de darnos, aparentamos que dependemos de otro, o tratamos de
desenlazarnos artificialmente de la dependencia. Abordemos aquí, de
nuevo, este problema experimentalmente.
Ahora
bien, para la mayoría de nosotros, la relación con otro se basa en
la dependencia, económica o psicológica. Esta dependencia crea
temor, engendra en nosotros el afán posesivo, se traduce en
fricción, suspicacia, frustración. El depender de otro
económicamente puede, tal vez, ser eliminado por medio de la
legislación y de una organización adecuada; pero me refiero en
especial a la dependencia de otro, psicológicamente, que es
resultado del anhelo de satisfacción personal, felicidad, etc. En
esa relación posesiva, uno se siente enriquecido, creador y activo;
siente que la pequeña llama de su propio ser es acrecentada por otro
y así, no queriendo perder esa fuente de plenitud, se teme la
pérdida del otro, y de esa manera nacen los temores posesivos, con
todos los problemas que de ellos resultan. Así que, en la relación
de dependencia psicológica, tiene que haber siempre temor,
suspicacia, conscientes o inconscientes, que a menudo se ocultan bajo
palabras agradables. La reacción de este temor lleva a uno en todo
tiempo a la búsqueda de seguridad y enriquecimiento a través de
diversos conductos, o a aislarse en ideas e ideales, o a buscar
substitutos a la satisfacción.
Aun
cuando uno dependa de otro, todavía existe el deseo de ser íntegro,
de ser completo. El problema completo en la convivencia es el de cómo
amar sin dependencia, sin fricción y conflicto: el de cómo vencer
el deseo de aislarse, de apartarse de la causa del conflicto. Si para
nuestra felicidad dependemos de otro, de la sociedad o del medio
ambiente, éstos llegan a hacerse esenciales para nosotros nos
abrazamos a ellos, y con violencia nos oponemos a su alteración en
cualquiera forma, porque de ellos dependemos para nuestra seguridad y
conforte psicológicos. Aunque percibamos, intelectualmente, que la
vida es un continuo proceso de flujo, de mutación, que necesita
cambio constante, sin embargo, emocional o sentimentalmente nos
aferramos a los valores establecidos y confortantes; de allí que
haya una lucha constante entre el cambio y el deseo de permanencia.
¿Es posible poner fin a este conflicto?
La
vida no puede existir sin la convivencia; pero la hemos hecho en
extremo angustiosa y repugnante por basarla en el amor personal y
posesivo. ¿Puede uno amar y sin embargo no poseer? Encontraréis la
verdadera respuesta no en el escape, no en los ideales, no en las
creencias, sino por, la comprensión de las causas de la dependencia
y el afán posesivo. Si puede comprenderse profundamente este
problema de la relación entre uno y el otro, entonces tal vez
comprendamos y resolvamos los problemas de nuestra relación con la
sociedad, puesto que la sociedad no es sino la extensión de nosotros
mismos. El ambiente, al que damos el nombre de sociedad, ha sido
creado por pasadas generaciones; lo aceptamos porque nos ayuda a
conservar nuestra codicia, afán posesivo, ilusiones. En esta ilusión
no puede haber unidad ni paz. La unidad meramente económica
producida por medio de la coacción y la legislación, no puede poner
fin a la guerra. Mientras no comprendamos la interrelación
individual, no podemos tener una sociedad pacifica. Puesto que
nuestra convivencia se halla basada en el amor posesivo, tenemos que
llegar a ser plenamente conscientes, en nosotros mismos, de su
nacimiento, sus causas, su acción. En el hecho de darse plena cuenta
del proceso de la posesividad, con su violencia, sus temores, sus
reacciones, surge una comprensión que es total, completa. Sólo esa
comprensión libera al pensamiento de la dependencia y el afán
posesivo. Es dentro de uno mismo donde puede encontrarse la armonía
en la convivencia, no en otro, ni en el medio ambiente.
En
la convivencia la causa primordial de fricción es uno mismo, el yo,
que es centro del anhelo unificado. Si tan sólo podemos darnos
cuenta que no es la actuación del otro lo de primordial importancia,
sino cómo cada uno de nosotros actúa y reacciona; y si esa reacción
y acción pueden ser fundamental, profundamente comprendidas,
entonces la convivencia sufrirá un cambio radical y profundo. En
esta relación de convivencia con otro existe no sólo el problema
físico, sino también el de pensamiento y sentimiento en todos los
niveles; y sólo es posible estar en armonía con otro cuando uno
mismo es integralmente armónico. Lo que importa en la convivencia es
tener presente no al otro, sino a uno mismo, lo cual no significa que
deba uno aislarse, sino que comprenda hondamente en uno mismo la
causa del conflicto y el dolor. En tanto que dependamos de otro,
intelectual o emocionalmente, para nuestro bienestar psicológico,
esa dependencia inevitablemente tiene que crear temor, del cual emana
el sufrimiento.
Para
comprender la complejidad de la interrelación, debe haber paciencia
reflexiva y sincero propósito. La convivencia es un proceso de
autorevelación en el que uno descubre las causas ocultas del
sufrimiento. Esta autorevelación es sólo posible en la convivencia.
Pongo
énfasis en la relación de convivencia, porque en el acto de
entender profundamente su complejidad estamos creando comprensión,
comprensión que trasciende la razón y la emoción. Si basamos
nuestra comprensión meramente en la razón, entonces hay en ella
aislamiento, orgullo y falta de amor; y si la basamos únicamente en
la emoción, no existe profundidad, hay sólo sentimentalismo que
pronto se esfuma, y no amor. Solamente como resultado de esta
comprensión puede existir la plenitud de acción. Tal comprensión
es impersonal y no puede ser destruida; ya no está supeditada al
tiempo. Si no podemos derivar comprensión de los diarios problemas
de la codicia y de nuestras relaciones de convivencia, entonces el
buscar tal comprensión y amor en otras esferas de conciencia es
vivir en la ignorancia y la ilusión.
Cultivar
simplemente la bondad, la generosidad, sin la comprensión plena del
proceso de la codicia, es perpetuar la ignorancia y la crueldad; sin
comprender integralmente la convivencia, tan sólo cultivar la
compasión, el perdón, es producir el aislamiento de uno mismo y
condescender con ciertas formas sutiles de orgullo. En la comprensión
plena del anhelo hay compasión, perdón. Las virtudes que se
cultivan no son virtudes. Esta comprensión requiere lucidez
constante y alerta, persistencia ardua y a la vez flexible; el simple
control con su entrenamiento peculiar tiene sus peligros, puesto que
es unilateral incompleto y por tanto, vacío.
El
interés verdadero produce su propia concentración natural,
espontánea, en la que hay el florecimiento de la comprensión. Tal
interés se despierta por medio de la observación, el cuestionar las
acciones y reacciones de la existencia diaria.
Para
captar el complejo problema de la vida, con sus conflictos y dolores,
tiene uno que producir comprensión integral. Esto puede efectuarse
sólo cuando comprendemos profundamente el proceso del anhelo, que es
ahora la fuerza central de nuestra vida.
Krishnamurti,
Ojai, 1940.
PROBLEMAS PSICOLÓGICOS
Pregunta: ¿Qué hay
que hacer para estar libre de algún problema que nos perturba?
Krishnamurti: Para
entender cualquier problema es preciso consagrarle de lleno nuestra
atención. Tanto la mente consciente, como la inconsciente o
profunda, tiene que intervenir en la solución de los problemas; pero
casi todos nosotros, infortunadamente, tratamos de resolverlos de un
modo superficial, es decir, con esa pequeña parte de la mente que
entra en el campo de la “conciencia”, con el intelecto tan sólo.
Ahora bien, nuestra conciencia nuestro pensar-sentir- es como
un “iceberg” (témpano de hielo marítimo) cuyo mayor volumen se
halla bajo la superficie del agua y del que sólo emerge una
fracción. Tenemos conocimiento de esa parte superficial, pero es un
conocimiento confuso; de la mayor fracción, la profunda e
inconsciente, apenas nos damos cuenta. Si alguna noción llegamos a
tener de ella, es cuando se torna consciente en sueños o mediante
ocasionales insinuaciones; pero unos y otras las traducimos e
interpretamos de acuerdo con nuestros prejuicios y con nuestra
capacidad intelectual, siempre limitada. De ahí que esas
insinuaciones de lo subconsciente pierdan su puro y profundo
significado.
Si
realmente deseamos entender nuestro problema, debemos empezar por
disipar toda confusión en nuestra mente consciente, superficial,
pensando en dicho problema y sintiéndolo tan amplia e
inteligentemente como nos sea posible, comprensiva y
desapasionadamente. Entonces, en este espacio libre de la conciencia
abierta y alerta, la mente profunda podrá proyectarse. Cuando el
contenido de las múltiples capas de conciencia haya sido de ese modo
recogido y asimilado, solo entonces, el problema dejará de ser tal.
Tomemos
un ejemplo. La mayoría de nosotros ha sido educada en un espíritu
nacionalista. Se nos ha enseñado a amar a nuestra patria en
oposición a las demás; a considerar a nuestro pueblo como superior
a tal o cual otro, y así sucesivamente. Este orgullo o noción de
superioridad se nos inculca en la mente desde la infancia; nosotros
lo aceptamos, lo hacemos parte de nuestra vida y lo justificamos. Con
esa tenue capa mental que llamamos “mente consciente”, tratamos
de entender este problema y su profundo significado. Aceptamos el
nacionalismo ante todo por obra de las influencias del ambiente y
somos condicionados por ello. Este espíritu nacionalista, asimismo,
nutre nuestra vanidad. La afirmación de que pertenecemos a esta o
aquella raza o nación alimenta nuestros “egos” pequeños y
mezquinos, inflamándolos como el viento infla las velas de los
barcos; y así quedamos en disposición de defender nuestro país,
matar y hacernos matar por él, por nuestra raza y por nuestra
ideología. Identificándonos con lo que consideramos superior a
nosotros, esperamos llegar a ser superiores; pero seguimos siendo
íntimamente pobres; lo único que brilla como grande y poderoso es
la etiqueta. Este espíritu nacionalista sirve fines económicos; y
también se le usa, mediante el odio y el miedo, para unir a unos
pueblos en contra de otros. Observando, pues, este problema y todo lo
que implica percibir sus efectos: guerra, miseria, hambre y
confusión. El adorar la parte, que es idólatra, nos hace negar el
todo. Y esta negación de la unidad humana engendra tiranías,
interminables guerras y brutalidades, divisiones sociales y
económicas.
Todo
esto lo entendemos intelectualmente, con esa tenue capa mental que
denominamos “mente consciente”: pero seguimos prisioneros de la
tradición, de la opinión pública, de la conveniencia, del temor y
otras cosas más. Hasta que las capas profundas de nuestra mente
salgan a luz y sean comprendidas, no nos veremos libres de la
enfermedad del nacionalismo.
Al
examinar, pues, este problema, hemos despejado la capa superficial de
lo consciente para que hacia ella puedan fluir las capas más
profundas. Este flujo puede intensificarse mediante un estado de
conciencia constantemente alerta: observando cada reacción, cada
estímulo que reciba el nacionalismo o cualquier otro mal por el
estilo. Cada reacción, por pequeña que sea, tiene que ser pensada y
sentida en un modo amplio y profundo. Pronto percibiréis que el
problema se disuelve y que el espíritu nacionalista se desvanece.
Todos nuestros conflictos y miserias pueden ser entendidos y
disueltos de esta forma: aclarar la tenue capa de lo consciente,
pensando y sintiendo profundamente el problema tan comprensivamente
como sea posible: en esta claridad, en esta quietud comparativa, los
motivos profundos, intenciones, temores y demás podrán proyectarse.
Examinadlos a medida que aparezcan: estudiadlos y así los
entenderéis. De este modo el estorbo, el conflicto, el dolor, total
y profundamente comprendidos, quedan disueltos.
Pregunta: ¿Lo que
usted enseña es simplemente una forma más de psicología?
Krishnamurti: ¿Qué
entiende usted por psicología? ¿Ella es, a su entender, el estudio
de la mente humana, de uno mismo? Si no entendemos nuestra propia
estructura intima, nuestra psiquis, nuestro sentir y pensar, ¿cómo
habremos de entender otras cosas? ¿Cómo podréis saber que lo que
pensáis es verdadero, si no tenéis conocimiento alguno de vosotros
mismos? Si no os conocéis, no conoceréis la realidad. La psicología
no es un fin en sí misma. Es apenas un comienzo. Con el estudio de
uno mismo colócanse firmes cimientos para la estructura de la
realidad. Es preciso que existan esos cimientos, pero ellos no son la
estructura ni un fin en sí mismos. Si no colocáis los verdaderos
cimientos, surgirán a la existencia la ignorancia, la ilusión y la
superstición, tal como hoy existen en el mundo. Es preciso que
coloquéis los verdaderos cimientos con medios correctos. No se puede
llegar a lo justo por medios errados. El estudio de sí mismo es
tarea sumamente difícil; y sin conocimiento propio y recto pensar,
la realidad suprema no es comprensible. Si no sabéis que existen y,
por lo mismo, no entendéis la autocontradicción, la confusión y
las diferentes capas de la conciencia ¿sobre qué base habréis de
edificar? Sin conocimiento propio, todo lo que edificáis, vuestras
formulaciones, creencias y esperanzas tendrán escaso significado.
Comprenderse
a sí mismo requiere alta dosis de desprendimiento y sutileza,
perseverancia y penetración; no hacen falta el dogmatismo ni las
afirmaciones, la negación ni las comparaciones, todo lo cual conduce
al dualismo y a la confusión. Cada cual tiene que ser su propio
psicólogo, tener alerta y despierta conciencia de sí mismo, pues
sólo en uno mismo está la suma total del conocimiento y la
sabiduría. Nadie puede ser perito acerca de vos. Hay que descubrir
por sí mismo y de esta manera liberarse. Nadie más que vosotros
mismos puede contribuir a libertaros de la ignorancia y del dolor.
Cada cual engendra su propio sufrimiento, y el único posible
salvador es uno mismo.
Pregunta: ¿Cuál es
la fuente del deseo?
Krishnamurti: La
percepción, el contacto, la sensación, la necesidad y la
identificación causan el deseo. La fuente del deseo es la sensación,
tanto en sus más bajas como en sus más altas formas. Y cuanto mayor
sea vuestra exigencia de satisfacción sensual mayor será la parte
de mundanalidad que busque continuidad en el más allá. Dado que la
existencia es sensación, debemos simplemente comprender ésta, no
ser sus esclavos: así emanciparemos el pensamiento para que
trascendiéndose, se conviertan en pura y alerta conciencia. El deseo
de ser satisfechos tiene que producir medios de satisfacción, cueste
lo que cueste. Tal exigencia, tal deseo, puede ser observado,
estudiado, inteligentemente comprendido y trascendido. Estar
esclavizado por el anhelo es ser ignorante y el resultado de ello es
el dolor.
Krishnamurti, Ojai,
1944.
Pregunta: Durante
muchos, muchos años, he luchado con un problema personal. Estoy
todavía luchando, ¿qué debo hacer?
Krishnamurti:
-¿Cuál es el proceso para la comprensión de un problema? Para
comprender, la mente-corazón debe descargarse de sus propias
acumulaciones, de manera que sea capaz de una percepción recta. Si
queréis comprender una pintura moderna, tenéis, si os es posible,
que hacer a un lado vuestra preparación clásica, vuestros
prejuicios: vuestras respuestas ya educadas. De manera similar, si
deseamos comprender un complejo problema psicológico, debemos ser
capaces de examinarlo sin ninguna propensión favorable o
condenatoria; debemos estar en aptitud de abordarlo con
desapasionamiento y frescura.
El
que interroga dice que ha estado luchando durante muchos años con su
problema. En su lucha el ha acumulado lo que llamaría experiencia,
conocimiento, y con esta carga en aumento trata de resolver el
problema; de ese modo nunca se ha puesto frente a frente con él,
abiertamente, como de nuevo, sino que siempre lo ha abordado con la
acumulación de varios años. Es esta memoria acumulada lo que
confronta el problema y por tanto no existe su comprensión. El
pasado muerto obscurece el siempre vivo presente.
La
mayoría de nosotros nos encontramos arrastrados por alguna pasión y
somos inconscientes de ello, pero si acaso somos conscientes,
generalmente la justificamos o disculpamos. Mas si es una pasión que
deseamos trascender, por lo general luchamos con ella, tratamos de
conquistarla o suprimirla. Al tratar de vencerla no la hemos
comprendido; al tratar de suprimirla no la hemos trascendido. La
pasión permanece todavía o ha tomado otra forma que es aún causa
de conflicto y dolor. Esta constante y continua lucha no trae
comprensión, sino sólo fortalece el conflicto, recargando la
mente-corazón con la memoria acumulada. Pero si podemos ahondar
profundamente dentro del conflicto y morir a él, enfrentarnos a él
como por vez primera, sin el lastre del ayer, entonces podemos
comprenderlo. Por estar nuestra mente-corazón alerta y aguda,
profundamente consciente y en quietud, el problema se trasciende.
Si
podemos abordar nuestro problema sin formular juicios, sin
identificación, entonces las causas que yacen detrás de él se
revelan. Si hemos de comprender un problema, debemos apartar nuestros
deseos, nuestras acumuladas experiencias, nuestros patrones de
pensamiento. La dificultad no está en el problema en sí, sino en
cómo lo abordamos. Las cicatrices de ayer impiden abordarlo en la
forma debida. El condicionamiento traduce el problema de acuerdo con
su propio molde, lo cual no libera en forma alguna el
pensamiento-sentimiento de la lucha y dolor del problema. Traducir el
problema no es comprenderlo; para comprenderlo y así trascenderlo,
la interpretación debe cesar. Lo que se comprende plena,
completamente, no deja huella como memoria.
Krishnamurti,
Ojai, 1945 46.
PROBLEMAS DEL ODIO Y LA
VIOLENCIA
Pregunta: ¿Cuál
debería ser mi actitud hacia la violencia?
Krishnamurti:
¿Cesa la violencia por medio de la violencia, el odio por medio del
odio? Si me odiáis y en respuesta yo os odio, si actuáis contra mí
de un modo violento y de la misma manera actúo yo contra vos, ¿cuál
es el resultado?: más violencia, mayor odio, mayor amargura, ¿no es
cierto? ¿Hay fuera de ésta alguna otra consecuencia? El odio
engendra odio, la mala voluntad engendra mala voluntad. A menudo en
nuestras relaciones individuales o sociales, ese espíritu de
represalia crea solamente mayor violencia y antagonismo.
El
espíritu de venganza anda desenfrenado en el mundo. ¿Sois capaces
de tener alguna otra actitud hacia la violencia? Al ser violentos nos
sentimos poderosos. Para emplear una frase comercial: produce
dividendos mayores y más rápidos el odio. El individuo ha creado la
estructura social existente por su odio recóndito, por si deseo de
desquitarse y de obrar violentamente. El mundo que nos rodea está en
condición febril de odio y de violencia. A causa de su astucia y su
fuerza tendenciosa nos veremos fácilmente arrastrados en esa
corriente brutal, a menos que nosotros mismos estemos libres del
odio. Si estáis libre de él entonces no surge la cuestión de la
actitud que deba asumirse hacia sus múltiples expresiones. Si
fueseis profundamente conscientes del odio mismo y no meramente de
sus expresiones arteras, veríais que el odio sólo engendra odio. Si
lo tenéis en vuestro interior responderéis al odio de otro, y
puesto que el mundo es vos mismos os veréis obligado a reaccionar a
sus temores, ignorancia y codicia. Seguramente estáis prontos a
odiar, a ejercer venganza, si vuestro pensamiento está confinado al
yo. La codicia y el amor posesivo tienen que incubar mala voluntad, y
si el pensamiento no se liberta de ellos, tiene que haber constante
acción de odio y violencia. Como he indicado, nuestras creencias y
esperanzas son el resultado del anhelo, y cuando sobre ellos lanzamos
la duda, brotan el resentimiento y la cólera. Al comprender la causa
del odio nacen el perdón y la bondad. La comprensión y el amor
surgen a través del estado de percepción lúcida.
Krishnamurti,
Ojai, 1940.
Pregunta: ¿Cómo
podré emanciparme del odio?
Krishnamurti:
Preguntas análogas me han sido hechas con respecto a la ignorancia,
la ira, los celos. Al responder a esta pregunta, espero responder
también a las otras.
Ningún
problema puede ser resuelto en su propio plano, en su propio nivel,
tiene que ser entendido, y por lo tanto disuelto, desde un plano
diferente y más profundo de abstracción. Si aspiramos tan sólo a
emanciparnos del odio suprimiéndolo o tratándolo como cosa molesta
y embarazosa, no lo disolveremos; volverá a presentarse una y otra
vez en formas diferentes, ya que en ese caso lo habríamos enfrentado
desde su propio nivel, limitado y mezquino. Pero si empezamos a
entender sus causas intimas y sus efectos externos, tomando con ello
nuestro pensar-sentir más amplio y profundo, más sagaz y más
claro, el odio desaparecerá de un modo natural, porque estaremos
interesados en niveles más importantes y profundos de
pensamiento sentimiento.
Si
sentimos ira y somos capaces de vencerla, o nos dominamos a nosotros
mismos en forma tal que ella no vuelva a surgir, nuestra mente sigue
siendo tan pequeña e insensible como antes. ¿Qué habremos ganado
con nuestro esfuerzo para no experimentar ira, si nuestro
pensar sentir continúa todavía lleno de envidia y de miedo, de
estrechez y limitaciones? Podemos librarnos del odio y de la ira,
pero si nuestra mente-corazón sigue siendo necia y mezquina
suscitará otros problemas y otros antagonismos, lo que hará que el
conflicto no tenga fin. Si empezamos, en cambio, a mantener nuestra
conciencia despierta y alerta, entendiendo por lo tanto las causas y
efectos de la ira, ciertamente ampliaremos nuestro pensar-sentir y lo
libraremos de la ignorancia y el conflicto. En ese estado de
conciencia alerta empezaremos a descubrir las causas del odio y de la
ira, que son el miedo y el afán de protección del “yo” en sus
diferentes aspectos. A través de esa conciencia alerta, descubrimos
nuestra ira, producida quizás, porque nuestras creencias
particulares han sido atacadas; y llevando más a fondo el examen
llegamos a preguntarnos si las creencias y los credos son realmente
necesarios. Mediante este proceso nos damos más amplia cuenta de
todo lo que ello significa; percibimos cómo los dogmas y las
ideologías dividen al género humano y dan origen a los
antagonismos, a las diversas formas de la crueldad y del absurdo. De
modo, pues, que con esta conciencia alerta y expandida, con esta
comprensión de lo que la ira significa en el fondo, ella no tarda en
desvanecerse; mediante este proceso de autopercepción la mente se
vuelve más profunda, más serena, más sabia, y así, las causas del
odio y de la ira ya no encuentran cabida. Librando nuestro
pensar sentir de la ira y del odio, de la codicia y de la mala
voluntad, nace una ternura que es la única cura. A esta dulzura, a
esta compasión, no se llega suprimiendo ni substituyendo nada, sino
alcanzando el conocimiento propio y el recto pensar.
Krishnamurti,
Ojai, 1944.
PROBLEMAS DE LA GUERRA Y
LA PAZ
Pregunta: Mi hijo fue
muerto en la guerra. Tengo otro hijo de doce años y no quiero
perderlo a él también en una nueva guerra. ¿Cómo se la podrá
evitar?
Krishnamurti:
Estoy seguro que esta misma pregunta ha de hacerla toda madre y todo
padre a través del mundo. Es un problema universal. Y yo me
pregunto, a mi vez, qué precio los padres estarán dispuestos a
pagar para impedir otra guerra, para evitar que sus hijos sean
asesinados, para impedir estas aterradoras matanzas de hombres; qué
quieren exactamente decir cuando afirman que aman a sus hijos, que la
guerra debe ser evitada, que tiene que haber fraternidad, que hay que
encontrar algún medio de poner fin a todas las guerras.
Para
crear nuevas formas de vida tendrá que operarse un cambio
revolucionario en nuestro pensar-sentir. Habrá otra gran guerra,
forzosamente la habrá, si continuamos pensando en términos de
nacionalidades, de prejuicios raciales, de fronteras económicas y
sociales. Si cada uno de nosotros considera realmente en el fondo de
su corazón, lo que hay que hacer para impedir una nueva guerra. Verá
que tiene que dejar de lado toda idea de nacionalidad, la religión
particular a que pertenezca, su codicia y su ambición. Si esto no se
lleva a efecto, habrá una nueva guerra, pues estos prejuicios y el
pertenecer a tal o cual religión son tan sólo expresiones externas
de la ignorancia, del egoísmo, de la mala voluntad y de la
concupiscencia.
Me
responderéis, sin duda, que tomará demasiado tiempo la
transformación de cada uno de vosotros y el convencer a todos
vuestros semejantes en el mismo sentido; que la sociedad no está
preparada para recibir esta idea; que a los políticos no les
interesa; que los dirigentes son incapaces de concebir un gobierno o
Estado mundial sin soberanías separadas. Diréis probablemente que
sólo un proceso evolutivo producirá gradualmente el cambio
necesario. Si le respondieseis de ese modo a un padre cuyo hijo está
destinado a morir en una nueva conflagración, y si él quiere
realmente a su hijo, ¿creéis que hallaría alguna esperanza en este
proceso evolutivo gradual? Lo que quiere es salvar a su hijo, y por
eso pregunta cuál es el medio más seguro de terminar con todas las
guerras. No podrá quedar satisfecho con vuestra teoría de la
evolución gradual. ¿Esta teoría evolucionista de la paz progresiva
es verdadera o la hemos inventado para racionalizar nuestra pereza,
la tendencia egoísta de nuestro pensar-sentir? ¿No es acaso una
teoría incompleta, y por lo tanto falsa? Se nos ocurre que tenemos
que atravesar todas las etapas: la familia, el grupo, la nación, la
sociedad internacional, para alcanzar tan sólo en última instancia
la paz. En ello hay una tentativa de justificar nuestro egoísmo y
estrechez de miras, nuestro fanatismo y nuestros prejuicios; en vez
de eliminar resueltamente el peligro que nos acecha, inventamos una
teoría del desarrollo progresivo y a ella le sacrificamos la
felicidad de las demás y de nosotros mismos. Si aplicamos nuestra
mente y corazón, empero, a curar la enfermedad mortal de la
ignorancia y del egoísmo, crearemos un mundo sano y feliz.
No
tenemos que pensar y sentir horizontalmente, por así decirlo, sino
verticalmente. Veamos lo que ello significa. Hasta ahora y con la
idea de que eventualmente se llegará a un paraíso sobre la tierra,
nuestro pensamiento ha concebido un proceso gradual de evolución, de
lento esclarecimiento a través del tiempo, siguiendo una corriente
de conflictos y miserias sin fin, de asesinatos en masa y de treguas
llamadas “paz”. ¿Por qué, en vez de pensar y sentir a lo largo
de esos senderos horizontales, no habríamos de pensar verticalmente?
¿No podríamos zafarnos de la continuación horizontal del desorden
y las luchas, y pensar-sentir de nuevo, alejándonos de todo eso, sin
el sentido del tiempo, es decir, verticalmente? Dejando de pensar en
términos de evolución, lo cual tiende a racionalizar nuestra pereza
y continua postergación, ¿no podríamos pensar-sentir directamente,
simplemente? El amor de una madre la lleva a sentir directa y
simplemente, pero su egoísmo, su orgullo nacional y otros factores
contribuyen a que piense y sienta horizontalmente, en términos de
evolución gradual.
El
presente es lo eterno; ni el pasado ni el futuro pueden revelarlo
Sólo a través del presente se realiza Aquello que es,
independientemente del tiempo. Si deseáis realmente salvar de otra
guerra a vuestros hijos, y por consiguiente a la humanidad, habréis
de pagar el precio que corresponde: dejar de ser codiciosos y
mundanos y no tener mala voluntad hacia ningún ser. La
concupiscencia, la mala voluntad y la ignorancia, en efecto,
engendran conflictos, desorden y antagonismos; nutren el
nacionalismo, el orgullo y la tiranía de la máquina. Sólo si
estáis dispuestos a libraros de la sensualidad, de la mala voluntad
y de la ignorancia, salvaréis a vuestros hijos de una guerra. Para
lograr la felicidad del mundo, para poner término a estos asesinatos
en masa, tiene que producirse una completa revolución en los
espíritus. Ella nos traerá una nueva moral que no se basará en
valores sensuales sino en la liberación de toda sensualidad,
mundanalidad y ansia de inmortalidad personal.
Pregunta: Yo tenía un
hijo que murió en la guerra actual. El no quería morir. Quería
vivir para impedir que este horror llegase a repetirse. ¿Tengo yo la
culpa de que haya muerto?
Krishnamurti:
Todos nosotros tenemos la culpa de que continúen los horrores
actuales. Son el resultado externo de nuestra diaria vida interna, de
nuestra diaria vida de codicia, mala, voluntad, sensualidad,
competencia, afanes adquisitivos y religión especializada. La culpa
es de todos los que, entregándose a estas fuerzas, han engendrado
esta espantosa calamidad. Es porque somos individualistas,
nacionalistas, apasionados, por lo que cada uno ha contribuido a este
asesinato en masa. Se os ha enseñado a matar y a morir, pero no a
vivir. Si de todo corazón aborrecieseis las matanzas y la violencia
en cualquiera de sus formas, encontraríais el medio de vivir
pacífica y creadoramente. Si éste fuese vuestro fundamental
interés, os pondríais a averiguar dónde están las causas, los
instintos, que engendran la violencia, el odio y los asesinatos en
masa. ¿Os anima ese interés total y apasionado en suprimir la
guerra? Si la respuesta es afirmativa, tendréis que arrancar de
vosotros mismos los motivos que inducen a emplear la violencia y a
matar no importa la razón que se de para ello. Si deseáis acabar
con las guerras, tendrá que producirse una revolución íntima y
profunda de tolerancia y compasión; entonces vuestro pensar-sentir
tendrá que librarse del patriotismo, de la codicia, de toda
identificación con determinados grupos y de todas las causas que
engendran enemistad.
Una
madre me dijo una vez que el abandono de todas esas cosas no sólo
sería extremadamente difícil, sino que provocaría una gran soledad
y terrible aislamiento, insoportables para ella. ¿No era ella,
entonces, también responsable de estas indescriptibles desgracias?
Algunos de vosotros tal vez concuerden con ella; y de ser así, con
vuestra pereza e irreflexión estaríais echando leña a la hoguera
siempre creciente de la guerra. Si, por el contrario, intentáis
seriamente desarraigar de vosotros las causas íntimas de enemistad y
violencia, habrá paz y regocijo en vuestro corazón, lo que surtirá
inmediato efecto en torno vuestro.
Tenemos
que reeducarnos para no asesinar, no liquidarnos los unos a los otros
por causa alguna, por más justa que ella parezca para la felicidad
futura de la humanidad, ni por ideología alguna por más prometedora
que ella sea; nuestra educación no tiene que ser meramente técnica,
pues ello inevitablemente engendra crueldad, sino que debe enseñarnos
a contentarnos con poco, a ser compasivos y a buscar lo Supremo.
La
prevención de estos horrores y destrucciones siempre en aumento
depende de cada uno de nosotros; no de tal o cual organización o
plan de reforma, ni de ninguna ideología, ni de la invención de
mayores instrumentos de destrucción, ni de ningún jefe o dirigente,
sino de cada uno de nosotros. No creáis que las guerras no pueden
evitarse partiendo de una base tan humilde e insignificante; una
piedra puede alterar el curso de un río. Para llegar lejos tenemos
que empezar cerca. Para comprender el caos y la miseria mundiales,
tendréis que entender vuestra propia confusión y dolor, pues de
éstos provienen los más vastos problemas del mundo. Y para
entenderos a vosotros mismos tendréis que manteneros constantemente
en estado de conciencia alerta y meditativa, lo cual hará surgir a
la superficie las causas de violencia y de odio de codicia y
ambición; estudiando dichas causas sin identificación, el
pensamiento las trascenderá. Nadie, salvo vosotros mismos, puede
conduciros a la paz. No hay más jefe ni sistema que pueda poner
término a la guerra, a la explotación y a la opresión, que
vosotros mismos. Sólo con vuestra reflexión con vuestra compasión
y con el despertar de vuestro entendimiento, podrá establecerse la
paz y la buena voluntad.
Krishnamurti,
Ojai, 1944.
Pregunta: Estas
guerras monstruosas claman por una paz duradera. Todos hablan ya de
una tercera guerra mundial. ¿Ve usted la posibilidad de evitar esta
nueva catástrofe?
Krishnamurti:
-¿Cómo podemos esperar evitarla cuando los elementos y valores que
causan la guerra continúan? ¿Ha producido algún profundo cambio
fundamental en el hombre la guerra que apenas acaba de pasar? El
imperialismo y la opresión mantienen aún su señorío, tal vez
hábilmente disimulado; continúan los estados soberanos separados;
las naciones maniobran encaminadas a nuevas posiciones de poder; el
fuerte todavía oprime al débil; la elite dirigente explota todavía
a los dirigidos; los conflictos sociales y de clases no han cesado;
los prejuicios y odios arden por todas partes. Mientras el sacerdocio
profesional con sus prejuicios organizados justifique la intolerancia
y la liquidación de otro ser por el bien de vuestro país y la
protección de vuestros intereses e ideologías, habrá guerra. En
tanto que los valores sensorios predominen sobre el valor eterno,
habrá guerra.
Lo
que vos sois eso es el mundo. Si sois nacionalista, patriota,
agresivo, ambicioso, codicioso, sois entonces la causa de conflicto y
guerra. Si pertenecéis a alguna particular ideología, a un
prejuicio especializado, aun si se le llama religión, seréis
entonces la causa de contienda y miseria. Si estáis enredado en
valores sensorios habrá entonces ignorancia y confusión. Porque lo
que sois es el mundo; vuestro problema es el problema del mundo.
¿Habéis
cambiado fundamentalmente a causa de esta catástrofe presente? ¿No
seguís llamándoos americano, inglés, indo, alemán y así
sucesivamente? ¿No codiciáis todavía posición y poder, posesiones
y riquezas? El culto se convierte en hipocresía cuando estáis
cultivando las causas de la guerra; vuestras oraciones os conducen a
la ilusión si os entregáis en brazos del odio y la mundanalidad. Si
no borráis en vos mismo las causas de enemistad, de ambición, de
codicia, entonces vuestros dioses son dioses falsos que os llevarán
a la miseria. Sólo la buena voluntad y la compasión pueden traer
orden y paz al mundo y no los pactos políticos y las conferencias.
Debéis pagar el precio de la paz. Debéis pagarlo voluntaria y
dichosamente y ese precio es estar libre de concupiscencia y mala
voluntad, mundanalidad e ignorancia, prejuicio y odio. Si hubiese tal
cambio fundamental en vos, podríais contribuir a la existencia de un
mundo pacífico y sano. Para tener paz debéis ser compasivo y
reflexivo. Podréis no ser capaces de evitar la Tercera Guerra
Mundial, pero podéis libertar vuestro corazón y mente de la
violencia y de las causas que producen la enemistad e impiden el
amor. Entonces en este mundo de obscuridad habrá algunos que sean
puros de corazón y mente y de ellos tal vez venga a nacer la semilla
de una cultura verdadera. Purificad vuestro corazón y mente, porque
sólo por vuestra vida y acción puede haber paz y orden. No os
perdáis y quedéis confusos dentro de las organizaciones, sino
manteneos por completo sólo y sencillo. No busquéis meramente
evitar la catástrofe, sino más bien que cada uno desarraigue
profundamente las causas que alimentan el antagonismo y la contienda.
Krishnamurti,
Ojai, 1945 46.
PROBLEMAS ECONÓMICO
SOCIALES
Pregunta: Yo quiero
servir y ayudar a mis semejantes. ¿Cuál es la mejor forma?
Krishnamurti: La
mejor forma consiste en empezar a entenderos y modificaros vosotros
mismos. En el deseo de ayudar y servir al prójimo se halla oculta la
vanidad, el engreimiento. Cuando uno ama, ayuda. Este afán de ayudar
nace de una vanidad.
Si
queréis ayudar a otro ser tendréis que conoceros a vosotros mismos,
pues vosotros sois el otro ser. En lo externo podemos ser diferentes;
amarillos, negros, morenos o blancos. Pero a todos nos mueve el
deseo, el miedo, la codicia o la ambición; por dentro nos parecemos
mucho. Sin entenderse a sí mismo, nadie puede entender ni servir
realmente al prójimo. Sin conocimiento propio, ¿cómo podréis
tener conocimiento de las necesidades ajenas? Sin el conocimiento de
sí mismo, el hombre actúa en la ignorancia y engendra sufrimiento
Analicemos
lo que antecede. La industrialización se difunde rápidamente a
través del mundo, impulsada por la codicia y por la guerra. La
industrialización puede dar trabajo y alimentar a la gente, ¿pero
cuál será su resultado final? ¿Qué le ocurre a un pueblo
altamente desarrollado en el aspecto técnico? Será más rico,
tendrá más automóviles, más aviones, más lugares de diversión,
más cinematógrafos, casas mejores y en mayor número, ¿pero qué
le acontece como conglomerado de seres humanos? Que ellos se vuelven
cada vez más duros, más mecánicos, menos creadores.
La
violencia sienta entre ellos sus reales: y el gobierno, en tales
circunstancias, es la organización de la violencia. La
industrialización podrá traer mejores condiciones económicas,
¡pero con qué espantosos resultados! Conventillos y barrios
miserables, antagonismo entre trabajadores y no trabajadores,
caudillos y esclavos, capitalismo y comunismo, es decir, todo ese
caos que se extiende rápidamente a diversas partes del mundo. Suele
decirse que por suerte habrá elevación del nivel de vida, que la
miseria será liquidada, que habrá trabajo, libertad, dignidad y
otras cosas más. Lo que hay y que continúa, mientras tanto, es la
división de los hombres en ricos y pobres, en poderosos y ambiciosos
de poder. ¿Y el final de todo ello, cuál es? ¿Qué ha sucedido en
Occidente? Guerras, revoluciones, amenaza constante de destrucción,
infinita desesperación. ¿Quién brinda ayuda a quién, y quién
sirve a quién? Cuando todo cae destruido en torno nuestro, los
hombres de pensamiento tienen que investigar a qué causas profundas
ello obedece. ¡Son tan pocos, empero, los que parecen formularse ese
interrogante! El hombre al que una bomba le hace volar la casa
envidia sin duda al hombre primitivo. La civilización ha sido
llevada a los pueblos “atrasados”... ¡pero a qué precio! No
basta servir a nuestros semejantes; hay que considerar cuáles serán
las consecuencias de dicho “servicio”. Pocos son los que perciben
las causas más profundas de tanto desastre. No es posible destruir
la industria ni prescindir de la aviación; lo que si resulta posible
es extirpar de raíz las causas que conducen a su mal empleo. Las
causas de todo ese espanto residen en vosotros mismos. Podréis
desarraigarlas, lo que representa sin duda una tarea difícil. Pero
como el hombre no hace frente a esa tarea, trata de legalizar o
prohibir la guerra; surgen los pactos, las ligas, la seguridad
internacional y otras cosas por el estilo. Pero la codicia, la
ambición, se sobreponen a ellas, lo que trae como consecuencia la
guerra y las catástrofes.
Para
ayudar a los demás, habréis de conoceros a vosotros mismos. Los
demás, al igual que vosotros, son el resaltado del pasado. Estamos
todos en relación los unos con los otros. Si padecéis en lo intimo
de vuestro ser la enfermedad de la ignorancia, la mala voluntad y la
ira, inevitablemente difundiréis en torno vuestro enfermedad y
sombras. Si sois íntimamente sanos e íntegros, difundiréis luz y
paz; no siéndolo, contribuiréis a producir peor caos y mayor
miseria. Entenderse a uno mismo requiere paciencia, tolerante y
despierta conciencia. El “yo” es una obra en varios tomos que no
puede leerse en un día; pero una vez comenzada esa lectura, hay que
leer cada palabra, cada frase, cada párrafo, ya que en ellos están
las insinuaciones del todo. El comienzo de esa obra es el final de la
misma. Si sabéis leerla, encontraréis la suprema sabiduría.
Pregunta: Como muchos
otros hombres de Oriente, parece Ud. estar contra la
industrialización. ¿Por qué lo está?
Krishnamurti: Yo
no se si muchos hombres de Oriente están contra la
industrialización, y si lo están, ignoro qué razones invocan para
ello; pero creo haberos explicado por qué considero que la simple
industrialización no da solución alguna a nuestros problemas
humanos, con todos sus conflictos y sufrimientos. La mera
industrialización fomenta valores mundanos: mejores y más amplios
cuartos de baño, mejores y mayores coches, distracciones,
diversiones y todo lo demás. Los valores externos y temporales
adquieren precedencia sobre los valores eternos. Se busca la
felicidad y la paz en las posesiones, ya sean materiales o
intelectuales; en el apego a las cosas o al mero conocimiento.
Recorred cualquiera de las calles principales y veréis tiendas y más
tiendas que venden la misma cosa aunque de diferentes formas y
colores; innumerables revistas y miles de libros. Nuestro deseo es
que se nos distraiga, se nos divierta, se nos libre de nosotros
mismos, dado que íntimamente somos tan pobres, desdichados, vacías,
y que siempre, por una causa u otra, nos agobia alguna pena. Y de ese
modo, habiendo demanda, hay producción y se establece la tiranía de
la máquina. Y se nos ocurre que la simple industrialización
resolverá nuestro problema económico y social. ¿Lo resuelve
realmente? Tal vez durante un tiempo; pero con ella llegan las
guerras, las revoluciones, la opresión y la explotación, y les
llevamos la “civilización” a los pueblos no civilizados.
Bueno,
la industrialización y la máquina ya las tenemos, y no podemos
deshacernos de ellas. Pero ellas sólo ocupan su verdadero lugar
cuando el hombre no depende de las cosas para su felicidad, cuando
cultiva la riqueza intima, los imperecederos tesoros de la realidad
suprema. Sin ello, la mera industrialización acarrea inenarrables
horrores; acompañada de los tesoros del alma tiene un sentido. Este
no es un problema de tal o cual raza o país, es un problema humano.
Sin el poder compensador de la compasión y de la espiritualidad, lo
único que obtendréis con el mero acrecentamiento de la producción
de cosas, de hechos y de técnica, serán mejores y mayores guerras,
opresión en lo económico, mayor rivalidad de las potencias, medios
más sutiles de engaño, división y tiranía.
Así
como una piedra puede torcer el curso de un río, unos pocos hombres
que entiendan de verdad podrán quizá desviar este terrible curso de
la especie humana. Pero nos resulta difícil resistir la constante
presión de la civilización moderna si no mantenemos nuestra
conciencia constantemente despierta y alerta, descubriendo así los
tesoros que son imperecederos.
Pregunta: ¿Por qué
no hace Ud. frente a los males económicos y sociales, en vez de
refugiarse en una actitud mística y obscura?
Krishnamurti: He
hecho lo posible por señalar que sólo dando importancia a las cosas
primordiales, los problemas secundarios podrán ser entendidos y
resueltos. Los males sociales y económicos no podrán remediarse sin
comprender que es lo que los causa. Para entenderlos y de tal modo
efectuar un cambio fundamental, tenemos que empezar por comprendernos
a nosotros mismos, causantes de esos males. Nosotros, individual y
colectivamente, hemos engendrado el desorden, las luchas económicas
y sociales. Solo nosotros somos responsables de todo eso; y es por
ello que nosotros mismos, individual y quizá colectivamente,
podremos establecer el orden y la claridad. Para actuar
colectivamente, tenemos que empezar por la acción individual. Para
obrar como agrupación, cada cual tiene que entender y alterar
radicalmente dentro de sí mismo aquellas causas que engendran
conflictos y constante dolor. Con ayuda de leyes podréis obtener
determinados resultados benéficos; pero si no se altera lo que hay
en el fondo de todos los males, es decir, las causas fundamentales de
todo conflicto y antagonismo, la obra legislativa terminará por ser
subvertida y cederá su lugar a un nuevo desorden. Las reformas
meramente externas exigirán nuevas reformas, y por ese camino se
llega a la opresión y a la violencia. El orden y la paz creadores y
duraderos vendrán tan sólo si cada cual establece la paz y el orden
dentro de sí mismo.
Cada
uno de nosotros, sea cual sea su posición, busca el propio
engrandecimiento: es codicioso, sensual y violento. Si no pone
término a eso dentro de sí mismo y por sí mismo, las reformas
externas podrán, por cierto, dar buenos resultados superficiales;
pero éstos, en un momento dado, serán anulados por hombres que
andan constantemente en busca de fama, de posición, de poder. Para
producir los cambios indispensables y fundamentales en el mundo
externo, con sus guerras, rivalidades y tiranías es evidente que
deberéis empezar por vosotros mismos, transformándoos
profundamente. Me diréis que en esa forma llevará un tiempo enorme
modificar el mundo. ¿Y qué hay con eso? ¿Acaso una revolución
superficial, por rápida e implacable que sea, alterará el hecho
íntimo? ¿Sacrificando el presente podrá crearse un mundo futuro de
felicidad? ¿Empleando malos medios podrán lograrse buenos fines?
Esto no se nos ha probado, a pesar de lo cual continuamos haciendo
siempre lo mismo, ciegamente, irreflexivamente, con el resultado de
que el mundo ha llegado a la más extrema destrucción y miseria. No
es posible alcanzar la paz y el orden si no es por medios ordenados y
pacíficos. ¿El propósito de las revoluciones meramente externas
económicas y sociales, es acaso libertar al hombre ayudándole a
pensar y sentir plenamente, a vivir de un modo completo? Los que
quieren cambios rápidos, inmediatos, en el orden económico y
social, también crean normas rígidas de conducta y de pensamiento.
No aspiran a que se sepa “cómo pensar”; dictan “lo que hay que
pensar”. ¿No es así? El cambio brusco defrauda, pues, su propio
objetivo, y el hombre vuelve a ser juguete del medio ambiente.
He
tratado de explicar en estas conferencias que la ignorancia, la mala
voluntad y la concupiscencia, engendran dolor, y que si el hombre no
se purifica, no elimina de su ser esos estorbos, inevitablemente
produce conflictos, desorden y miseria. La ignorancia, es decir, la
falta de conocimiento propio, es el mayor de los males. La ignorancia
impide el recto pensar y pone el principal acento en cosas que son
secundarias, con lo cual la vida se torna vacía, monótona, mera
rutina mecánica de la que buscamos salida en diversas formas:
arrojándonos al dogma, a la especulación y a una serie de engañosos
espejismos. Nada de eso es misticismo. Pero si procuramos entender al
mundo externo, alcanzaremos el mundo interior; y éste, cuando se lo
busca acertadamente y se lo entiende de verdad, conduce a lo Supremo.
Esta realización no es fruto de ninguna escapatoria, y sólo esta
realización traerá orden y paz al mundo.
El
mundo se ha sumido en el caos porque nosotros hemos perseguido
valores falsos. Hemos dado importancia a lo terrenal, a la
sensualidad, a la gloria y a la inmortalidad personales, cosas todas
que engendran conflictos y dolor. El verdadero valor se halla en el
recto pensar; y no hay recto pensar sin conocimiento propio. El
conocimiento propio nos llega cuando adquirimos clara y alerta
conciencia de nosotros mismos.
Krishnamurti,
Ojai, 1944.
PROBLEMAS ESPIRITUALES
Pregunta: ¿La
creencia en Dios no es necesaria en este mundo terrible y despiadado?
Krishnamurti: La
creencia en Dios ha existido desde que el mundo es mundo, lo que no
nos ha impedido llenarlo de horrores. Tanto el salvaje como el
sacerdote altamente civilizado creen en Dios. El hombre primitivo
mata con arcos y flechas, y se dedica a danzas frenéticas; el
sacerdote civilizado bendice los acorazados y los bombarderos, dando
para ello una serie de razones. Esto no lo digo cínicamente ni con
ánimo despreciativo, de modo que no tenéis por qué sonreír. Es un
asunto muy serio. Ambos son creyentes; pero están también los
otros, los que no creen en nada, y que también optan por liquidar a
los que se les cruzan en el camino. El hecho de adherirse a una
creencia o a una ideología no acaba con las matanzas, la opresión y
la explotación. Por el contrario, ha habido y continúan
produciéndose espantosas guerras, destrucción y persecuciones en
las que se invoca la causa de la paz y el nombre de Dios. Si logramos
hacer de lado esas creencias e ideologías antagónicas, e
introducimos en nuestra vida diaria un cambio profundo, habrá alguna
probabilidad de que surja un mundo mejor. Es la propia vida cotidiana
de cada ser humano que ha provocado la actual y anteriores
catástrofes. Nuestro atolondramiento, nuestros exclusivismos
nacionales, nuestras barreras y privilegios económicos, nuestra
falta de compasión y de buena voluntad, han traído estas guerras y
otros desastres. La mundanalidad, de naturaleza eruptiva, vomitará
siempre caos y dolor.
Somos
un resultado del pasado, y al edificar sobre él sin entenderlo,
provocamos desastres. La mente, que es un resultado, un compuesto, no
llega a entender Aquello que no está constituido por fragmentos, que
carece de causa y es independiente del tiempo. Para comprender lo
increado, la mente debe cesar de crear. Toda creencia pertenece
forzosamente al pasado, a lo creado; y ella constituye un impedimento
para la experimentación de lo real. Cuando el pensar sentir
está anclado, en estado de dependencia, el entendimiento de lo real
resulta imposible. Tiene que haber una franca y serena liberación
del pasado, una espontánea inundación de silencio; sólo en tales
condiciones puede florecer Aquello que es real. Cuando contempláis
una puesta de sol, en ese instante de belleza un júbilo espontáneo
y creador os invade. Luego, cuando deseáis que la misma experiencia
se repita, la puesta de sol ya no os emociona; tratáis de sentir la
misma dicha creadora, pero no la halláis. Vuestra mente fue capaz de
recibir cuando nada pedía ni esperaba; pero habiendo recibido una
vez quiere más y esa codicia la enceguece. La codicia es acumulativa
y representa una pesada carga para la mente-corazón; no cesa de
juntar, de almacenar. Nuestro pensar y sentir se ven corrompidos por
la codicia, por las olas corrosivas del recuerdo. Sólo un estado de
conciencia alerta y profunda pone fin a este proceso absorbente del
pasado. La codicia, al igual que el placer, siempre limita y
singulariza. ¿Y cómo un pensamiento nacido de la codicia habría de
entender Aquello que es inconmensurable?
En
lugar de reforzar vuestras creencias e ideologías, daos plena cuenta
de vuestro pensar y sentir, pues en él está el origen de los
problemas que la vida os presenta. Lo que vosotros sois, la es el
mundo: si sois crueles, sensuales, ignorantes, codiciosos; así será
el mundo. Vuestra creencia en Dios, o vuestra incredulidad a su
respecto, muy poco significan. Sólo con vuestros pensamientos,
sentimientos y acciones, en efecto, haréis del mundo una cosa
terrible, cruel, bárbara, o un lugar de paz, de compasión y de
sabiduría.
Pregunta: Díganos
usted, por favor, ¿cuál es su concepto de Dios?
Krishnamurti: Y
bien, ¿por qué queremos saber si hay Dios? Si de un modo profundo
podemos entender la intención de esta pregunta, comprenderemos
muchísimo La creencia y la no creencia, son obstáculos positivos
para la comprensión de la realidad; la creencia, los ideales, son el
resultado del temor, el temor limita al pensamiento y para escapar
del conflicto nos acogemos a distintas formas de esperanzas,
estímulos e ilusiones. La realidad es experiencia auténtica,
directa. Si dependemos de la descripción de otro, la realidad se
desvanece porque lo que se describe no es real. Si nunca hemos
probado la sal, de nada sirve la descripción de su sabor. Tenemos
que probarla para conocerla. Ahora bien, la mayoría de nosotros
queremos saber lo que es Dios, porque somos indolentes, porque es más
fácil depender de la experiencia de otro que de nuestra propia
comprensión; esto también cultiva una actitud irresponsable en
nosotros, y entonces todo lo que tenemos que hacer es imitar a otro,
modelar nuestra vida de acuerdo con un patrón o según la
experiencia de otro, y siguiendo su ejemplo pensamos que hemos
llegado, que hemos alcanzado, que hemos realizado. Para comprender lo
supremo debe haber liberación del tiempo, el continuo pasado,
presente y futuro: de los temores a lo desconocido, de los fracasos y
del éxito. Hacéis esta pregunta porque, o bien queréis comparar
vuestra imagen de Dios con la mía y de este modo afirmaros en ella,
o reprobarla; mas esto sólo lleva a la pugna y al enfangamiento de
las opiniones. Este camino no conduce a la comprensión.
Dios,
la Verdad, o como queráis llamar a la realidad, no puede
describirse. Lo que se puede describir no es lo real. Es vano
inquirir si hay Dios, porque la realidad nace cuando el pensamiento
se liberta de sus limitaciones, de sus anhelos. Si estamos educados
en la creencia en Dios o en la oposición a ella, el pensamiento está
sugestionado y se está formando un hábito, de generación en
generación. Tanto la creencia, como la no creencia en Dios, impiden
la comprensión de Dios. Estando anclados en la fe, cualquiera
experiencia que podáis tener de acuerdo con vuestra creencia, sólo
puede fortalecer más vuestro condicionamiento previo. La mera
continuidad del pensamiento limitado no es la comprensión de la
realidad. Cuando afirmamos a través de nuestra propia experiencia
que existe o no existe Dios, estamos continuando y multiplicando
experiencias influidas por el pasado. Sin que comprendamos las causas
de nuestra esclavitud las experiencias no nos dan sabiduría. Si
continuamos repitiendo determinada influencia a la que llamamos
experiencia, tal cosa sólo fortalece nuestras limitaciones; pero no
produce la liberación de ellas. La mente, como apunté en mi
plática, es resultado del anhelo y, por tanto, transitoria; así,
cuando la mente concibe una teoría de Dios o de la verdad, la
probable es que sea un producto de su propia fantasía, y por ende,
no es real. Tiene uno que llegar a darse cuenta plenamente de las
distintas formas de anhelo, de temor, etc., y a través de la
indagación y discernimiento constantes, nace una nueva comprensión
que no es resultado del intelecto o de la emoción. Para comprender
la realidad, tiene que haber lucidez, constante y darse cuenta.
Krishnamurti,
Ojai, 1944.
El
amor es la única respuesta duradera a nuestros problemas humanos. No
lo dividáis artificialmente en amor a Dios y amor al hombre.
Solamente hay amor, pero el amor está cercado por diversas barreras.
La compasión, el perdón, la generosidad y la bondad no pueden
existir si no hay amor. Sin amor, todas las virtudes llegan a ser
crueles y destructivas. El odio, la envidia, la mala voluntad,
impiden la plenitud del pensamiento-emoción y es solamente en lo
completo, en la plenitud, en donde puede haber compasión, perdón.
Krishnamurti,
Ojai, 1940.
ÍNDICE DE MATERIAS
Preámbulo Editorial
Introducción
1º.- Transformación del
individuo y la Sociedad.
2º.- Problemas de
Convivencia Humana
3º.- Problemas
Psicológicos
4º.- Problemas del Odio
y la Violencia
5º.- Problemas de la
Guerra y la Paz
6º.- Problemas Económico
- Sociales
7º.- Problemas
Espirituales
Contraportada
Jiddu
Krishnamurti, nació en el Sur de la India en 1895, y fue educado
desde niño en Inglaterra.
Durante
varias décadas ha viajado por distintos países celebrando diálogos
con grupos de personas, en campamentos, dando conferencias en las
ciudades y Universidades de América, Europa, Asia y Australia.
Está
considerado como uno de los más destacados pensadores de nuestra
época, por la profundidad de su mensaje, por su tenaz insistencia en
el conocimiento de sí mismo, como base esencial para la liberación
total del hombre y el desarrollo de una nueva sociedad. Miles de
personas en los diversos campos de la actividad humana han encontrado
una orientación vital, por la comprensión de sus enseñanzas.
En
la actualidad los centros principales de su actividad en Occidente
son: Brockwood Park en Inglaterra, Saanen en Suiza, California en
Estados Unidos y Andhra Pradesh en la India.
En
Saanen y en Brockwood Park, se celebran campamentos de verano durante
los meses de Julio, Agosto y Septiembre, a los cuales acuden millares
de personas de todas las partes del mundo, para escuchar sus
conferencias y participar en las reuniones de discusión que
personalmente dirige.
La
Fundación Krishnamurti Hispanoamericana, entidad creada sin fines
lucrativos, por un grupo de amigos de Hispanoamérica y de España,
con el fin de publicar y difundir las obras de Krishnamurti en
español.
El
plan de difusión de este mensaje responde a la necesidad que siente
el ser humano en el mundo de una transformación fundamental.