KRISHNAMURTI
La
libertad primera y última
Primera
edición: noviembre de 1979
Primera
reimpresión: abril de 1984
Segunda
reimpresión: marzo de 1989
PREFACIO
El hombre es un ser anfibio que vive a un tiempo en dos mundos: el
mundo de lo dado y el mundo de lo hecho por él mismo; el mundo de la
materia, la vida y la conciencia, y el mundo de los símbolos. En
nuestro pensar utilizamos un repertorio de sistemas que son símbolos:
el lenguaje, las matemáticas, el arte pictórico, la música, el
ritual y lo demás. Sin tal sistema de símbolos no habría arte, ni
ciencia, ni filosofía, ni siquiera tendríamos los rudimentos de la
civilización: en otras palabras, descenderíamos a la animalidad.
Los símbolos son, pues, imprescindibles. Pero, como lo comprueba
la historia de todos los tiempos, los símbolos también pueden tener
consecuencias fatales. Como ejemplo, tómese de un lado el dominio de
la ciencia, y del otro, el de la política y la religión. El pensar
en términos de cierta clase de símbolos y el actuar en respuesta a
los mismos nos ha permitido comprender, y hasta cierto punto dominar
las fuerzas elementales de la naturaleza. En cambio, el pensar en
términos de otra clase de símbolos y el actuar en respuesta a ellos
nos hace utilizar esas fuerzas como instrumentos para el asesinato en
masa y el suicidio colectivo. En el primer caso los símbolos
estuvieron bien escogidos, cuidadosamente analizados y
progresivamente adaptados a los hechos de la existencia física. En
el segundo caso los símbolos originalmente mal escogidos no han sido
nunca sometidos a riguroso análisis, ni tampoco se han ido
mortificando para ponerlos en armonía con los hechos de la vida
humana. Más aun, estos símbolos inadecuados inspiran a todo el
mundo tanto respeto como si por arte de magia fueran más reales que
las mismas realidades que representan. Así, en los textos de
religión y de política, no se piensa que las palabras representan
defectuosamente hechos y cosas, sino que, por el contrario. los
hechos y las cosas sirven para comprobar la validez de las palabras.
Hasta hoy, los símbolos sólo han sido utilizados de un modo
realista en materias a las cuales no damos la máxima importancia. En
todo lo concerniente a nuestros móviles más profundos, persistimos
en valernos de símbolos no sólo irracionalmente sino con asomos de
idolatría y hasta de locura. El resultado final de todo esto es que
el hombre ha podido cometer, a sangre fría y por largos períodos de
tiempo, actos que las bestias sólo son capaces de cometer por breves
instantes, cuando están en el colmo del frenesí, del deseo o del
terror. Los hombres pueden volverse idealistas porque hacen uso de
los símbolos y les rinden culto; y, por ser idealistas, pueden
transformar la intermitente codicia del animal en los grandiosos
imperialismo de un Rhodes o de un J.P. Morgan; el intermitente afán
de pelea del animal lo pueden transformar en el Stalinismo o en la
Inquisición española; y el transitorio apego del animal a la tierra
que lo sustenta, lo pueden transformar en el deliberado frenesí del
nacionalismo. Afortunadamente, el hombre puede también convertir la
intermitente bondad del animal en la caridad de toda la vida de una
Elizabeth Fry o de un Vicente de Paúl; la intermitente dedicación
animal a la hembra, al macho y a la prole, la puede convertir en la
razonada y persistente cooperación humana que hasta la fecha ha
demostrado ser tan recia que ha logrado salvar al mundo de las
desastrosas consecuencias del otro tipo de idealismo. ¿Será posible
que este idealismo siga salvando al mundo? No lo sabemos. Lo que sí
sabemos es que con la bomba atómica en manos del idealismo
nacionalista ha disminuido mucho la ventaja de los idealistas de la
caridad y cooperación.
Ni siquiera el mejor de los libros sobre el
arte de cocina puede substituir a la peor de las comidas. El hecho es
obvio. Y, sin embargo, en el transcurso de los siglos, los filósofos
más profundos y los teólogos más hábiles y eruditos han caído
constantemente en el error de identificar sus obras puramente
verbales con la realidad de los hechos, o peor aun, han imaginado
que, en alguna forma, los símbolos son más reales que aquello que
representan. Este culto a la palabra no ha dejado de ser combatido.
Según San Pablo: “La letra mata; el espíritu vivifica”. “Y
¿Por qué se pregunta Eckhart-, por qué caer en habladurías
sobre Dios? Cualquier cosa que digáis de Dios es falsa”. En el
otro extremo de la tierra el autor de uno de los Mahayana
sutras
afirmó que “Buda nunca predicó la verdad, pues comprendía que
tenéis que descubrirla dentro de vosotros mismos”. La gente
respetable se desentendía de esos dichos por creer que eran
profundamente subversivos. Y así, al correr del tiempo, perduró la
idolatría que exagera el valor de los emblemas y las palabras. Las
religiones se hundieron en la decadencia, pero la vieja costumbre de
promulgar credos y de imponer la creencia en dogmas persistió aun
entre los mismos ateos.
Durante los últimos años, los expertos en lógica y semántica
han hecho un minucioso análisis de los símbolos que el hombre usa
para pensar. La lingüística se ha convertido en una ciencia y hasta
existe una materia de estudio denominada por Benjamín Whorf
meta-lingüistica. Todo esto es muy encomiable, pero no basta. La
lógica y la semántica, la lingüística y la meta-lingüística son
disciplinas puramente intelectuales que analizan las diversas formas,
correctas e incorrectas, significativas e insignificantes, en que las
palabras pueden relacionarse con las cosas, los procesos y los
acontecimientos. Pero estas disciplinas no ofrecen orientación
alguna respecto del magno problema, más fundamental que cualquier
otro, de la relación del hombre, en su totalidad psicofísica, con
los dos mundos en que vive: el mundo de los hechos y el mundo de los
símbolos.
En todas partes y en toda época de la historia este problema ha
sido resuelto individualmente por algunos hombres y mujeres. Aunque
hablaran y escribieran sobre ello, estos individuos crearon ningún
sistema porque sabían que todo sistema o doctrina envuelve la
tentación de exagerar el valor de los símbolos, de dar más
importancia a las palabras que a las realidades que ellas
representan. Su propósito nunca fue el de ofrecer explicaciones
preconcebidas ni panaceas, sino invitar a la gente a hacer el
diagnóstico y el tratamiento de sus propios males, lograr que vayan
al lugar donde el problema del hombre y su solución se presentan
directamente a la experiencia.
En este volumen, que contiene selecciones de escritos y
alocuciones de Krishnamurti, el lector hallará una clara exposición
contemporánea del problema humano fundamental y una incitación a
resolverlo en la única forma en que puede resolverse, resolviéndolo
cada individuo por sí y para sí mismo. Las soluciones colectivas,
en que muchos ponen desesperadamente su fe, son siempre soluciones
inadecuadas. “Para comprender la confusión y la desdicha que hay
dentro de nosotros, y por lo tanto en el mundo, hemos de comenzar por
hallar claridad dentro de nosotros mismos, y esa claridad surge del
recto pensar. La claridad interior no puede organizarse, porque no
puede recibirse ni darse a otra persona. El pensamiento que se
organiza colectivamente es una mera repetición. La claridad no es
resultado de la afirmación verbal sino de la comprensión de uno
mismo y del recto pensar. A la rectitud del pensamiento no se llega
por el mero cultivo del intelecto, ni por la imitación de modelos,
aunque estos sean dignos y nobles. La rectitud del pensamiento nace
del conocimiento propio. Sin comprenderse uno a sí mismo no hay base
para el pensamiento; sin el conocimiento propio, lo que “uno piensa
no es verdadero”.
Este tema básico lo desarrolla Krishnamurti
una y otra vez. “Hay esperanza en los hombres, no en la sociedad,
no en los sistemas ni en los credos religiosos organizados, sino en
vosotros y en mí”. Las religiones organizadas, con sus mediadores,
sus libros sagrados, sus dogmas, sus jerarquías y sus rituales, sólo
ofrecen una falsa solución al problema fundamental. “Cuando citáis
la Bhagavad
Gita, o la
Biblia, o
algún libro sagrado chino, ¿qué hacéis, acaso, sino repetir? Y lo
que repetís no es la verdad. Es una mentira, porque la verdad no
puede repetirse”. Una mentira puede ampliarse, exponerse y
repetirse, pero no puede hacerse lo mismo con la verdad. Cuando la
verdad se repite, deja de ser la verdad; por eso los libros sagrados
no tienen importancia. Es a través del conocimiento propio, no a
través de la creencia en símbolos originados por otros, como el
hombre llega a la realidad, eterna en que está arraigado su ser. La
creencia en la perfección y en el valor supremo de cualquier
conjunto determinado de símbolos no conduce a la liberación, sino a
la historia, a la repetición de los viejos desastres de siempre. “La
creencia tiene un inevitable efecto separatista. Si tenéis una
creencia, si buscáis seguridad en vuestra particular creencia, os
sentís separados de aquellos que buscan seguridad en alguna forma de
creencia. Todas las creencias organizadas se basan en la separación
aunque prediquen la fraternidad”. El individuo que ha resuelto el
problema de sus relaciones con los dos mundos de hechos y símbolos,
es un individuo sin creencias. Con relación a los problemas de la
vida práctica, mantiene hipótesis viables que le sirven para
realizar sus propósitos, y a las cuales no concede más importancia
que a cualquier otra clase de instrumento. En cuanto se refiere al
prójimo y a la realidad en que se afinca su vida, tiene las
vivencias directas del amor y la comprensión. Es con el En de
librarse de las creencias que Krishnamurti “no ha leído ningún
libro sagrado, ni la Bhagavad Gita,
ni las Upanishads”.
Nosotros ni siquiera leemos obras sagradas; nos conformamos con leer
periódicos, revistas e historietas detectivescas de nuestra
preferencia. Esto quiere decir que nos enfrentamos a la crisis de
nuestro tiempo, no con amor y comprensión, sino con “fórmulas,
con sistemas”, que en verdad tienen muy poco valor. Pero “los
hombres de buena voluntad no deben tener fórmulas”, porque las
fórmulas conducen inevitablemente a “la ceguera del pensamiento”.
El apego a las fórmulas es casi universal. Y es inevitable que así
sea, “porque nuestra educación se basa en qué pensar, y no en
cómo pensar”. Se nos educa como miembros creyentes y militantes de
algún grupo: comunista, cristiano, mahometano, hindú, budista o
freudiano. Por tanto, “respondéis al reto, que es siempre nuevo,
de acuerdo con una norma vieja, y de ahí que la respuesta carezca de
validez, de originalidad y frescor. Si respondéis como católico o
como comunista, estáis respondiendo ¿no es verdad?- de
acuerdo con el pensamiento condicionado. En consecuencia, vuestra
respuesta no tiene sentido. ¿Y no es el hindú, el musulmán, el
budista, el cristiano quienes han creado este problema? Así como la
nueva religión es el culto del Estado, la vieja religión era el
culto de una idea. “Si respondéis a un reto según el viejo
condicionamiento, vuestra respuesta no os permitirá comprender el
nuevo reto. Por eso, “lo que uno tiene que hacer para enfrentar el
reto nuevo es librarse, despojarse enteramente del trasfondo,
encararse con el reto de un modo nuevo”. En otras palabras, los
símbolos jamás deben elevarse a la categoría de dogmas, y ningún
sistema debe considerarse más que como una conveniencia provisional.
El creer en fórmulas, y los actos que de esas creencias se derivan,
no pueden conducimos a una solución de nuestro problema. “Es sólo
a través de la comprensión creadora de nosotros mismos como puede
surgir un mundo creador, un mundo feliz, un mundo en que no existan
ideas”. Un mundo en que no existan ideas sería un mundo dichoso,
porque sería un mundo sin las poderosas fuerzas que condicionan, que
obligan a los hombres a emprender acciones impropias, sería un mundo
sin los dogmas consagrados por la tradición que sirven para
justificar los peores crímenes y dar estudiados visos de razón a
los mayores desatinos.
Una educación que nos enseña qué pensar y no cómo pensar
requiere una clase gobernante de sacerdotes y de maestros. Pero “la
idea misma de dirigir a los demás es antisocial y antiespiritual. El
dirigente siente satisfecho su anhelo de poder, y los que se dejan
gobernar por él sienten satisfecho su deseo de certeza y seguridad.
El guía espiritual provee a sus discípulos una especie de
narcótico. Pero alguien podría interrogar: “¿Qué hace usted?
¿No se comporta usted como un guía espiritual?” “Es obvio
contesta Krishnamurti- que yo no actúo como vuestro guía,
porque, en primer término, no os doy satisfacción alguna. No os
digo lo que debéis hacer en todo momento, ni de día en día, sino
que os señalo algo; y vosotros podéis aceptarlo o rechazarlo, de
acuerdo con vuestro propio criterio y no de acuerdo con el mío. Nada
os pido a vosotros, ni vuestro culto, ni vuestros elogios, ni
vuestros reproches, ni vuestros dioses. Yo digo: esto es un hecho;
podéis aceptarlo o rechazarlo. Y la mayoría de vosotros lo
rechazará por la simple razón de que el hecho no os satisface”.
¿Qué es precisamente lo que nos ofrece Krishnamurti? ¿Qué es
lo que podemos aceptar, si nos parece bien, pero que con toda
probabilidad preferiremos rechazar? No se trata, como hemos visto, de
un sistema de creencias, de un catálogo de dogmas, ni de un
repertorio de ideas o ideales. No se trata de ningún caudillaje, ni
mediación, ni dirección espiritual, ni siquiera se trata de un
ejemplo; ni de un ritual, ni de una iglesia, ni de un código, ni de
una elevación o alguna forma de parloteo estimulador.
¿Se tratará acaso de la autodisciplina? Tampoco, pues es la
cruda realidad que la autodisciplina no sirve en absoluto para
resolver nuestro problema. Para hallar la solución, la mente ha de
abrirse a la realidad, ha de enfrentarse con los hechos del mundo
exterior y del mundo interior, sin ideas preconcebidas ni
limitaciones de ninguna especie. (El servicio a Dios es la libertad
perfecta. Y, a la inversa, la libertad perfecta es el servicio a
Dios). Al someterse a la disciplina, la mente no experimenta ningún
cambio radical; es el mismo “yo” de antes, pero “maniatado,
mantenido bajo dominio”.
La autodisciplina figura en la lista de cosas
que Krishnamurti no nos ofrece. ¿No ofrecerá él la creación?
Contestamos otra vez con la negativa. “La creación os puede traer
lo que buscáis; pero la respuesta puede venir de vuestro
inconsciente, o del depósito de todos vuestros deseos. La respuesta
no es la voz apacible de Dios”. “Veamos continúa
Krishnamurti- lo que sucede cuando rezáis. Mediante la repetición
constante de ciertas palabras, y dominando vuestro pensamiento, la
mente se aquieta, ¿no es verdad? Por lo menos la mente consciente se
aquieta. Arrodillados, como lo hacen los cristianos, o sentados, como
lo hacen los hindúes, a través de tanta repetición la mente del
que ora se aquieta. En esa quietud brota la insinuación de algo que
habéis pedido, que puede venir de lo inconsciente, o que puede ser
la respuesta de vuestros recuerdos. Pero, ciertamente, eso no es la
voz de la realidad, pues la voz de la realidad debe venir a vosotros;
a ella no se puede apelar, a ella no se puede orar. No podéis
seducirla para que venga a vuestra pequeña jaula practicando el
‘puja’, el ‘bhajan’1
y otras cosas por el estilo, ni haciendo ofrendas florales, ni
ceremonias propiciatorias, ni olvidándoos de vosotros mismos, ni
emulando a otros. Una vez que se aprende el truco de aquietar la
mente por la repetición de ciertas palabras, y de recibir
insinuaciones en medio de esa quietud, surge el peligro a menos
que estéis en vigilancia muy alerta para averiguar el origen de
tales insinuaciones- de que quedéis atrapados y la oración se
convierta entonces en substituto de la búsqueda de la Verdad. Lo que
pedís lo obtendréis, pero eso no será la verdad. Si deseáis, si
pedís, recibiréis, pero a la larga tendréis que pagar su precio”.
De la oración pasamos al yoga, otra de las cosas que no nos
ofrece Krishnamurti. Porque el yoga es concentración, y la
concentración es exclusión. “Erigís un muro de resistencia por
la concentración en un pensamiento que habéis escogido, y tratáis
de mantener alejados los demás pensamientos”. Lo que comúnmente
se llama meditación es el mero “cultivo de la resistencia, de la
concentración exclusiva en una idea que habéis escogido”. Pero,
¿cómo hacéis la selección? “¿Qué os hace pensar que algo sea
bueno, verdadero, noble, y lo demás no lo sea? Es claro que la
opción se basa en el placer, en la recompensa o en el éxito; o es
meramente una respuesta del propio condicionamiento o de la
tradición. ¿Por qué escogéis algo? ¿Por qué no examináis cada
pensamiento? Si sentís interés por muchas cosas, ¿por qué razón
escogéis una de ellas? ¿Por qué no investigáis todo lo que os
interesa? En lugar de crear resistencia por la concentración en un
interés o en una idea, ¿por qué no estudiáis cada interés y cada
idea a medida que surgen? Después de todo, vosotros tenéis muchos
intereses, muchos disfraces, conscientes e inconscientes. ¿Por qué
preferís uno y desecháis los demás, si al oponeros a éstos creáis
la resistencia, la lucha y el conflicto? Mientras que si examináis
todo pensamiento en el instante en que surge todo pensamiento,
he dicho, y no algunos pensamientos-, entonces no hay exclusión. En
verdad que es una tarea ardua el investigar cada uno de nuestros
pensamientos. Porque, mientras investigamos un pensamiento, se
introduce otro inadvertidamente. Pero si uno se da cuenta cabal de
este proceso y sin deseo de justificar o dominar se dedica a observar
pasivamente un pensamiento, notará que no habrá la intromisión de
ningún otro pensamiento. Esa intromisión de otros pensamientos sólo
ocurre cuando censuráis, comparáis, o inclináis”.
“No juzguéis para que no seáis juzgados”.
Esta enseñanza del Evangelio es tan aplicable a nuestra propia vida
como a nuestro trato con los demás. Cuando uno juzga, compara o
condena, la mente no está abierta a la verdad, no puede estar libre
de la tiranía de los símbolos y sistemas; no puede escapar al
ambiente, ni al pasado. Ni la introspección con un fin
predeterminado, ni el autoanálisis dentro de alguna norma
tradicional, ni una serie de principios consagrados, pueden servirnos
de ninguna ayuda. Hay una espontaneidad trascendente en la vida, una
“Realidad creadora”, como la llama Krishnamurti, que se revela a
uno cuando la mente se halla en estado de “alerta pasividad”, de
“captación pasiva sin opinión”. El juicio y la comparación
irremediablemente nos conducen a la dualidad. Sólo la captación
pasiva sin opción puede conducirnos a la no dualidad, a la
reconciliación de los opuestos en una comprensión total, en un amor
total. Ama et fac quod vis. Si
amáis podéis hacer lo que os plazca. Pero si comenzáis haciendo lo
que queréis, o lo que no queréis hacer, en obediencia a algún
sistema, a nociones, ideales o prohibiciones tradicionales, jamás
amaréis. El proceso liberador ha de comenzar con la comprensión sin
opción de lo que queréis, y de vuestras reacciones ante cualquier
sistema de símbolos que os diga que debéis o no debéis querer eso.
Mediante esta comprensión sin opción, a medida que penetra en los
estratos profundos del “ego” y del subconsciente con él
asociado, surgirán el amor y la mutua comprensión; pero éstos
serán de naturaleza muy distinta al amor y la mutua comprensión que
nosotros conocemos. Esta comprensión sin opción en todo
instante y en todas las circunstancias de la vida es la única
meditación eficaz. Todas las otras formas de yoga conducen, ya sea a
la ceguera del pensamiento que se deriva de la autodisciplina, o a
alguna modalidad de arrobamiento provocado por autosugestión, es
decir, a alguna forma de falso “samadhi”. La liberación
auténtica es “la libertad interior de la Realidad creadora”. “No
es una dádiva; ha de ser descubierta y vivenciada. No es una
adquisición que habéis de retener para glorificaros a vosotros. Es
un estado de ser, como el silencio, en el que no hay devenir, en el
que hay plenitud. Esta ‘creatividad’ no tiene necesariamente que
buscar expresión; no es un talento que requiera manifestación
externa. No es necesario que seáis un gran artista ni que tengáis
vuestro público. Si esto es lo que buscáis, no comprenderéis la
Realidad interior. No es un don, ni es resultado del talento; este
tesoro imperecedero sólo se halla cuando el pensamiento se libra de
la concupiscencia, de la mala voluntad y de la ignorancia, cuando el
pensamiento se libra de lo mundano y del afán de continuidad
personal. Ha de ‘vivenciarse’ a través del recto pensar y la
meditación”.
La autocomprensión sin opción nos lleva a la Realidad creadora,
que está debajo de todas nuestras ilusiones destructivas; nos lleva
a la serena sabiduría que siempre está allí a pesar de la
ignorancia, a pesar del conocimiento, que es meramente otra forma de
la ignorancia. El conocimiento es cuestión de símbolos, y es, con
demasiada frecuencia, un estorbo a la sabiduría, al descubrimiento
de uno mismo de instante en instante. La mente que ha llegado a la
quietud de la sabiduría “comprenderá el ser, comprenderá lo que
es amar. El amor no es personal ni impersonal. El amor es amor, y la
mente no puede definirlo ni describirlo como algo exclusivo ni
inclusivo. El amor es su propia eternidad; es lo real, lo supremo, lo
inconmensurable”.
ALDOUS HUXLEY
CAPÍTULO I
INTRODUCCIÓN
Comunicarnos unos con otros, aun conociéndonos bien, es en extremo
difícil. Podré usar palabras que para vosotros tengan diferente
sentido que para mí. La comprensión sólo llega cuando nosotros
vosotros y yo- nos encontramos en el mismo nivel al mismo
tiempo. Ello ocurre tan sólo cuando existe verdadero afecto entre
las personas; entre marido y mujer, entre amigos intimos. Esa es la
verdadera comunión. El entendimiento instantáneo adviene cuando nos
encontramos en el mismo nivel al mismo tiempo.
Resulta muy arduo establecer contacto unos con otros en forma fácil,
eficaz y con efectos definitivos. Yo empleo palabras que son muy
sencillas, que no son técnicas, porque no creo que ningún tipo
técnico de expresión vaya a ayudarnos a resolver nuestros difíciles
problemas. No emplearé, pues, términos técnicos, ya sean de
psicología o de ciencia. No he leído, por suerte, ningún libro
sobre psicología ni libros religiosos. Desearía transmitir, con las
palabras muy sencillas de que nos valemos en nuestra vida diaria,
algo de significación más profunda; pero ello resulta muy difícil
si no sabéis escuchar.
Existe un arte de escuchar. Para escuchar de veras, habría que
abandonar o hacer a un lado todos los prejuicios, formulaciones
previas y diarias actividades. Cuando os halláis en un estado mental
receptivo, las cosas pueden comprenderse con facilidad; cuando
vuestra verdadera atención está puesta en algo, escucháis.
Desgraciadamente, empero, la mayoría de nosotros escucha a través
de un tamiz de resistencia. Nos escudamos en prejuicios religiosos o
espirituales, psicológicos o científicos; o en nuestros diarios
deseos, preocupaciones y temores. Escuchamos con todo eso por tamiz.
De ahí que en realidad escuchemos nuestro propio ruido, nuestro
propio sonido, no lo que se dice. Es en extremo difícil hacer a un
lado nuestra educación, nuestros prejuicios, nuestras inclinaciones,
nuestra resistencia, y, llegando más allá de la expresión verbal,
escuchar de modo tal que comprendamos al instante. Esa va a ser una
de nuestras dificultades.
Si, durante esta disertación, algo de lo que se
dice resulta opuesto a vuestro modo de pensar y a vuestra creencia,
escuchad; nada más; no resistáis. Podréis tener razón, y yo podré
estar equivocado; pero escuchando y considerando esto juntos, vamos a
descubrir qué es la verdad. La verdad no puede dárosla nadie.
Tenéis que descubrirla; y, para descubrir, es preciso que haya un
estado mental en el que exista la percepción directa. No hay
percepción directa cuando hay una resistencia, un resguardo, una
protección. La comprensión llega dándose uno cuenta de lo que es.
Saber exactamente lo que es,
lo real, lo efectivo, sin interpretarlo, sin condenarlo ni
justificarlo, es, por cierto, el comienzo de la sabiduría. Sólo
cuando empezamos a interpretar, a traducir de acuerdo con nuestro
“condicionamiento”, a nuestro prejuicio pasamos por alto la
verdad. Ello, al fin y al cabo, es como la investigación. Saber lo
que una cosa es,
lo que ella es exactamente, requiere investigación; no podéis
traducirla conforme con vuestros estados de ánimo. De un modo
análogo, si podemos mirar, observar, escuchar, darnos cuenta de lo
que es,
exactamente, entonces el problema está resuelto. Y eso es lo que
procuramos hacer en todas estas disertaciones. Voy a señalaros lo
que es, y
no a traducirlo caprichosamente; y tampoco vosotros deberíais
traducirlo o interpretarlo conforme con vuestro trasfondo o
educación.
¿No es posible, entonces, darse cuenta de toda cosa tal como ella
es? Partiendo de ahí, ciertamente, puede haber comprensión.
Reconocer, darse cuenta, descubrir lo que es, pone fin a la lucha. Si
yo sé que soy mentiroso, ese es un hecho que reconozco, la lucha ha
terminado. Reconocer, darse cuenta de lo que uno es, representa ya el
comienzo de la sabiduría, el comienzo de la comprensión que os
libra del tiempo. Introducir el factor tiempo no el tiempo en
un sentido cronológico sino como medio, como proceso psicológico,
proceso de la mente- es destructivo y crea confusión.
Podemos, pues, tener comprensión de lo que es,
cuando lo reconocemos sin condenación, sin justificación, sin
identificación. Saber que uno se halla en cierta condición, en
cierto estado, es de por sí un proceso de liberación; pero un
hombre que no se da cuenta de su condición, de su lucha, trata de
ser otra cosa que lo que él es, lo cual produce hábito. Tengamos
presente, entonces, que deseamos examinar lo que es,
observar y captar exactamente qué es lo existente, sin tendencia
alguna, sin darle una interpretación. Se necesita una mente en
extremo astuta, un corazón extraordinariamente flexible, para darse
cuenta de lo que es
y seguirlo; porque lo que es
está en movimiento constante, sufre incesante transformación; y si
la mente está amarrada a la creencia, al saber, deja de seguir el
veloz movimiento de lo que es.
Lo que es
no es estático, por cierto; se mueve constantemente, como veréis si
lo observáis bien de cerca. Y para seguirlo necesitáis una mente
activa y un corazón flexible, cosa imposible cuando la mente es
estática, cuando ella está fija en una creencia, en un prejuicio,
en una identificación; y una mente y corazón secos no pueden seguir
fácilmente, velozmente, aquello que es.
Creo que uno se da cuenta sin demasiada discusión, sin excesiva
expresión verbal, de que hay caos, confusión y miseria, tanto en lo
individual como en lo colectivo. No sólo en la India sino en el
mundo entero. En China, en América, en Inglaterra, en Alemania, en
todo el mundo, hay confusión, creciente infortunio. Ello no es sólo
nacional, cosa de aquí particularmente; ocurre en el mundo entero.
Hay un sufrimiento extraordinariamente agudo; y él no es sobo
individual sino colectivo. Se trata, pues, de una catástrofe
mundial, y resulta absurdo confinarla a una simple área geográfica,
a una sección de un mapa en colores; porque entonces no entenderemos
la plena significación de este sufrimiento, mundial a la vez que
individual. Y dándonos cuenta de esta confusión, ¿cuál es hoy
nuestra respuesta? ¿Cómo reaccionamos?
Hay sufrimiento: político, social, religioso.
Todo nuestro ser psicológico está confuso, y todos los dirigentes,
políticos y religiosos, nos han fallado. Todos los libros han
perdido su significación. Podéis consultar la Bhagavad
Gita o la Biblia,
o el último tratado sobre política o psicología, y encontraréis
que ellos han perdido ese timbre, esa cualidad de la verdad; se han
vuelto meras palabras. Vosotros mismos, que sois los repetidores de
esas palabras, estáis confusos e inciertos, y la simple repetición
de palabras nada sugiere. Las palabras y los libros, por
consiguiente, han perdido su valor. Es decir, si citáis la Biblia,
o a Marx, o la Bhagavad Gita,
vuestra repetición se convierte en una mentira porque vosotros
mismos estáis inciertos, confusos. Lo que allí está escrito, en
efecto, se vuelve mera propaganda; y la propaganda no es la verdad.
De modo que, cuando repetís, habéis dejado de comprender el estado
de vuestro propio ser; sólo cubrís con palabras de autoridad
vuestra propia confusión. Lo que nosotros tratamos de hacer, empero,
es comprender esta confusión y no encubrirla con citas. ¿Cuál es,
pues, vuestra respuesta a la confusión? ¿Cómo respondéis a este
extraordinario caos, a esta confusión, a esta incertidumbre de la
existencia? Daos cuenta de ella mientras yo la dilucido; seguid no
mis palabras sino el pensamiento que está activo en vosotros. Casi
todos estamos acostumbrados a ser espectadores y a no tomar parte en
el juego. Leemos libros pero nunca escribimos libros. Ha llegado a
ser nuestra tradición maestro hábito nacional y universal, el de
ser espectadores, el de ver jugar al fútbol, el de observar a los
políticos y oradores públicos. Somos simples extraños que miran, y
hemos perdido la capacidad creadora. Queremos, por lo tanto, absorber
y participar.
Si no hacéis más que observar, si sois meros espectadores,
perderéis enteramente el significado de la disertación; porque esto
no es una conferencia que hayáis de escuchar por la fuerza del
hábito. No voy a brindaros información que podáis recoger en una
enciclopedia. Lo que procuramos hacer es seguirnos mutuamente los
pensamientos, seguir tanto y tan profundamente como podamos las
insinuaciones, las respuestas, de nuestros propios sentimientos. Os
ruego, pues que averigüéis cuál es vuestra respuesta a este
proceso, a este sufrimiento; no cuáles son las palabras de alguna
otra persona, sino cómo respondéis vosotros mismos. Vuestra
respuesta es de indiferencia si os beneficiáis con el sufrimiento
con el caos, si obtenéis provecho del mismo, ya sea económico,
social, político o psicológico. No os importa, por lo tanto, que
este caos continúe. No hay duda de que, cuanto más perturbación y
caos hay en el mundo, más busca uno seguridad. ¿No lo habéis
notado? Cuando hay confusión en el mundo en lo psicológico y
en todo lo demás- os encerráis en alguna clase de seguridad, ya sea
la de una cuenta bancaria o la de una ideología; o bien recurrís a
la oración vais al templo, lo cual es en realidad escapar a lo que
sucede en el mundo. Más y más sectas se van formando; más y más
“ismos” surgen a través del mundo. Porque, cuanto mayor es la
confusión, más necesitáis de un líder, de alguien que os guíe
para salir de este revoltijo. Por eso apeláis a los libros de
religión o a uno de los instructores más en boga; o bien actuáis y
respondéis de acuerdo con un sistema que parezca resolver el
problema, un sistema de izquierda o de derecha. Eso, exactamente, es
lo que está ocurriendo.
No bien os dais cuenta de la confusión, de lo que es exactamente,
procuráis esquivarlo. Y las sectas que os ofrecen un sistema para
hallar solución al sufrimiento económico, social o religioso, son
lo peor; porque entonces lo importante se vuelve el sistema, no el
hombre, ya se trate de un sistema religioso o de un sistema de
izquierda o de derecha. El sistema, la filosofía, la idea, llegan a
ser lo importante, no el hombre; y en aras de la idea, de la
ideología, estáis dispuestos a sacrificar a todo el género humano.
Eso, exactamente, es lo que está sucediendo en el mundo. Esta no es
mera interpretación mía; si lo observáis, veréis que eso,
exactamente, es lo que ocurre. El sistema se ha vuelto lo importante.
Por consiguiente, como el sistema es lo que importa, el hombre
vosotros y yo- perdemos significación; y los que controlan el
sistema, religioso o social, de izquierda o de derecha, asumen
autoridad, asumen el poder y a causa de ello os sacrifican a
vosotros, al individuo. Eso, exactamente, es lo que está ocurriendo.
Ahora bien: ¿cuál es la causa de esta confusión, de esta miseria?
¿Cómo se ha producido esta desgracia, este sufrimiento que no sólo
es íntimo sino externo, este temor y expectativa de la guerra, de la
tercera guerra mundial que ya se está desencadenando? ¿Cuál es la
causa de ello? Ella indica, por cierto, el derrumbe de todos los
valores morales, espirituales, y la glorificación de todos los
valores sensuales, del valor de las cosas hechas por la mano o por la
mente. ¿Qué ocurre cuando no tenemos otros valores que el valor de
las cosas de los sentidos, el valor de lo producido por la mente, la
mano o la máquina? Cuanto mayor es la significación que atribuimos
al valor sensual de las cosas mayor es la confusión. ¿No es así?
Nuevamente: esta no es una teoría mía. No necesitáis citar libros
para descubrir que vuestros valores, vuestra riqueza, vuestra
existencia social y económica, se basan en cosas hechas por la mano
o por la mente. De modo, pues, que vivimos y funcionamos con nuestro
ser impregnado de valores sensuales, lo cual significa que las cosas
las de la mente, la mano y la máquina- han llegado a ser lo
importante; y cuando las cosas adquieren importancia, la creencia
cobra predominante significación. Eso, exactamente, es lo que ocurre
en el mundo, ¿verdad?
Trae, pues, confusión, el atribuir significación cada vez mayor a
los valores de los sentidos; y estando en la confusión, tratamos de
escapar de ella de diversas maneras, ya sea religiosas, económicas o
sociales, o mediante la ambición, el poder, la busca de la realidad.
Pero lo real está cerca: no necesitáis buscarlo; y el hombre que
busca la verdad nunca la encontrará. La verdad está en lo que es; y
en eso consiste su belleza. Pero no bien la concebís, no bien la
buscáis, empezáis a luchar; y el que lucha no puede comprender. Por
eso es que debemos estar en silencio, en observación, pasivamente
perceptivos. Vemos que nuestro vivir, nuestra acción, está siempre
dentro del campo de la destrucción, dentro del campo del dolor; como
una ola, la confusión y el caos siempre nos alcanzan. No hay
intervalo en la confusión de la existencia
Todo lo que actualmente hacemos parece conducir al caos, parece
llevarnos al dolor y a la infelicidad. Mirad vuestra propia
existencia y veréis que nuestro vivir está siempre al borde del
dolor. Nuestro trabajo, nuestra actividad social, nuestra política,
las diversas asambleas de naciones para poner coto a la guerra, todo
ello produce más guerra. La destrucción es la secuela del vivir;
todo lo que hacemos lleva a la muerte. Eso es lo que en realidad
acontece.
¿Podemos poner fin de una vez a esta desgracia, y no seguir siendo
atrapados de continuo por la ola de confusión y dolor? Es decir,
grandes instructores, ya sea Buda o Cristo, han aparecido; ellos
aceptaron la fe y se libertaron, tal vez, de la confusión y del
dolor. Pero ellos nunca impidieron el dolor, jamás pusieron coto a
la confusión. La confusión continúa, el dolor prosigue. Y si
vosotros, al ver esta confusión social y económica, este caos, esta
miseria, os retiráis a lo que se llama vida religiosa” y
abandonáis el mundo, podréis tener la sensación de que os unís a
esos grandes instructores; pero el mundo continúa con su caos, su
miseria y su destrucción, con el sempiterno sufrir de sus ricos y de
sus pobres. De modo, pues, que nuestro problema el vuestro y el
mío- consiste en saber si podemos salir de esta miseria
instantáneamente. Si, viviendo en el mundo, rehusáis formar parte
de él, ayudaréis a otros a salir de este caos, no en el futuro, ni
mañana sino ahora. Ese, por cierto, es nuestro problema. La guerra,
probablemente, se viene, más destructiva y aterradora en sus formas.
Es indudable que nosotros no podemos impedirla, porque los puntos en
litigio son demasiado marcados, demasiado próximos. Pero vosotros y
yo podemos percibir la confusión y la miseria de inmediato, ¿verdad?
Tenemos que percibirlas; y entonces estaremos en condiciones de
despertar la misma comprensión de la verdad en los demás. En otras
palabras: ¿podéis ser libres al instante? Esa, en efecto, es la
única salida de esta miseria. La percepción sólo puede ocurrir en
el presente. Mas si decís “lo haré mañana”, la ola de
confusión os alcanza, y entonces os veis siempre envueltos en la
confusión.
¿Es, pues, posible llegar a ese estado en que percibís la verdad
instantáneamente, y por lo tanto ponéis fin a la confusión en
vosotros mismos? Yo digo que lo es; y ese es el único camino
posible. Digo que puede y debe hacerse, sin basarse en la suposición
ni en la creencia. Producir esa extraordinaria revolución, que no es
la revolución para deshacerse de los capitalistas e instalar otro
grupo; traer esa maravillosa transformación que es la única
revolución verdadera, tal es el problema. Lo que generalmente se
llama “revolución” es tan sólo la modificación o la
continuación de la derecha de acuerdo con las ideas de la izquierda.
La izquierda, después de todo, es la continuación de la derecha en
forma modificada. Si la derecha se basa en valores sensuales, la
izquierda es mera continuación de los mismos valores sensuales,
diferentes tan sólo en el grado o en la expresión. La verdadera
revolución, pues, sólo puede llevarse a efecto cuando vosotros,
individuos, os volvéis perceptivos en vuestra relación con los
demás. Indudablemente, lo que vosotros sois en vuestra relación con
los demás con vuestra esposa, vuestro hijo, vuestro patrón,
vuestro vecino-, eso es la sociedad. La sociedad no existe por sí
misma. La sociedad es lo que vosotros y yo hemos creado con nuestras
relaciones; es la proyección hacia fuera de todos nuestros estados
psicológicos íntimos. De modo, pues, que si vosotros y yo no nos
comprendemos a nosotros mismos, la mera transformación de lo externo
que es la proyección de lo interno- no tiene significación
alguna. Es decir, no puede haber alteración ni modificación
significativa de la sociedad mientras no me comprenda a mí mismo en
relación con vosotros. Estando confuso en mi vida de relación, doy
origen a una sociedad que es la reproducción, la expresión externa
de lo que yo soy. Este es un hecho obvio que podemos discutir.
Podemos dilucidar si la sociedad, la expresión externa, me ha
producido a mí, o si yo he producido la sociedad.
¿No es, pues, un hecho evidente que lo que yo soy en mi relación
con el prójimo crea la sociedad; y que, sin transformarme
radicalmente, no podrá haber transformación de la función esencial
de la sociedad? Cuando esperamos de un sistema la transformación de
la sociedad, no hacemos sino eludir la cuestión, porque un sistema
no puede transformar al hombre; siempre es el hombre quien transforma
el sistema, como lo muestra la historia. Hasta que yo, en mi relación
con vosotros, me comprenda a mí mismo, seguiré siendo la causa del
caos, de la miseria, de la destrucción del miedo y de la brutalidad.
Comprenderme a mí mismo no es cuestión de tiempo. Yo puedo
comprenderme en este mismo instante. Si yo digo “me comprenderé a
mí mismo mañana”, introduzco el caos y la miseria, mi acción es
destructiva. En cuanto digo que “habré” de comprender,
introduzco el elemento tiempo, por lo cual ya me ha alcanzado la ola
de confusión y destrucción. La comprensión es ahora no mañana.
“Mañana” es para la mente perezosa, la mente inactiva, la mente
que no está interesada. Cuando estáis interesados en algo, lo
hacéis instantáneamente; hay comprensión inmediata, transformación
inmediata. Si no cambiáis ahora, jamás cambiaréis; porque el
cambio que se efectúa mañana es mera modificación, no
transformación. La transformación sólo puede producirse de
inmediato; la revolución es ahora, no mañana.
Cuando eso acontece, os halláis completamente sin problemas, pues en
tal caso el “yo” no se preocupa por sí mismo; y entonces estáis
más allá de la ola de destrucción.
CAPÍTULO II
¿QUÉ ES LO QUE BUSCAMOS?
¿Qué es lo que busca la mayoría de nosotros? ¿Qué es lo que cada
uno de nosotros quiere? Sobre todo en este mundo de desasosiego, en
el que todos procuran hallar cierto género de felicidad, alguna
clase de paz, un refugio, resulta sin duda importante averiguar ¿no
es así?- qué es lo que intentamos buscar, qué es lo que tratamos
de descubrir. Es probable que la mayoría de nosotros busque alguna
especie de felicidad, alguna clase de paz; en un mundo sacudido por
disturbios, guerras, contiendas, luchas, deseamos un refugio donde
pueda haber algo de paz. Creo que eso es lo que casi todos deseamos.
Y así proseguimos, yendo de un dirigente a otro, de una organización
religiosa a otra, de un instructor a otro.
Ahora bien: ¿andamos en busca de la felicidad, o
lo que buscamos es alguna clase de satisfacción de la que esperamos
derivar felicidad? Hay una diferencia, por cierto, entre felicidad y
satisfacción. ¿Podéis buscar
la felicidad? Tal vez podáis hallar satisfacción; pero,
ciertamente, no podéis encontrar
la felicidad. La felicidad, sin duda, es un derivado; es un producto
accesorio de alguna otra cosa. Antes, pues, de consagrar nuestra
mente y corazón a algo que requiere gran dosis de seriedad, de
atención, de pensamiento, de cuidado, debemos descubrir ¿no
es así?- qué es lo que buscamos: si es felicidad o satisfacción.
Temo que la mayoría de nosotros busque satisfacción. Deseamos estar
satisfechos, deseamos hallar una sensación de plenitud al final de
nuestra búsqueda.
Después de todo, si uno busca la paz puede encontrarla muy
fácilmente. Puede uno consagrarse ciegamente a alguna causa, a una
idea, y hallar en ella un refugio. Eso, a buen seguro, no resuelve el
problema. El mero aislamiento en una idea que nos encierra, no nos
libra del conflicto. Debemos, pues ¿no es así?-, descubrir
qué es lo que cada uno de nosotros quiere, tanto en lo intimo como
exteriormente. Si esto lo vemos claro, no necesitaremos ir a parte
alguna, recurrir a ningún instructor, a ninguna iglesia, a ninguna
organización. De modo que nuestra dificultad ¿no es así?-
estriba en aclarar en nosotros mismos cuál es nuestra intención.
¿Puede haber claridad en nosotros? Y esa claridad, ¿nos viene
indagando, tratando de averiguar lo que otros dicen, desde el más
elevado instructor hasta el vulgar predicador de la iglesia a la
vuelta de la esquina? Tenéis que recurrir a alguien para descubrir?
Y sin embargo, eso es lo que hacemos, ¿no es así? Leemos
innumerables libros, asistimos a muchas reuniones; y discutimos,
ingresamos a diversas organizaciones, procurando con ello hallar un
remedio al conflicto, a las miserias de nuestra vida. O, si no
hacemos todo eso, creemos que hemos encontrado; esto es, decimos que
determinada organización, determinado instructor, determinado libro,
nos satisface: en eso hemos hallado todo lo que deseamos, y en eso
permanecemos, cristalizados y encerrados.
Lo que buscamos a través de toda esta confusión ¿no es acaso algo
permanente, algo duradero, algo que denominamos realidad, Dios,
verdad o lo que os plazca? El hombre importa poco; la palabra no es
la cosa, ciertamente. No caigamos, pues, en la red de las palabras;
dejad eso para los conferenciantes profesionales. Hay por cierto, en
la mayoría de nosotros, una búsqueda de algo permanente, ¿no es
verdad? Buscamos algo a lo cual podamos adherirnos, algo que nos dé
confianza, una esperanza, un entusiasmo duradero, una constante
certeza, porque en nosotros mismos nos sentimos inseguros. No nos
conocemos a nosotros mismos. Muchos sabemos en cuanto a hechos: lo
que han dicho los libros; pero no lo sabemos por nosotros mismos, no
tenemos una vivencia directa.
¿Y qué es lo que llamamos permanente? ¿Qué es lo que buscamos y
qué nos dará o que esperamos ha de darnos permanencia?
¿No buscamos felicidad, satisfacción, certeza duradera? Queremos
algo que perdure eternamente, que nos satisfaga. Si nos despojamos de
palabras y frases, y vamos al fondo de las cosas, eso es lo que
queremos. Queremos placer permanente, perpetua satisfacción; y a
ello le damos el nombre de verdad, Dios o lo que sea.
Y bien, queremos placer. Tal vez esta expresión sea muy cruda, pero
eso es realmente lo que queremos: conocimientos que nos den placer,
experiencia que nos dé placer, una satisfacción que no se marchite
el día de mañana. Y, habiendo experimentado diversas
satisfacciones, todas ellas se han desvanecido; y ahora esperamos
encontrar una satisfacción permanente en la realidad, en Dios. Eso,
por cierto, es lo que todos buscamos: los inteligentes y los necios,
el teórico y el hombre práctico que lucha por algo. ¿Pero existe
satisfacción permanente? Existe algo que haya de perdurar?
Ahora bien: si buscáis satisfacción permanente y le llamáis Dios,
o la verdad, o lo que os plazca el nombre no interesa- debéis
por cierto comprender aquello que buscáis ¿no es así? Cuando decís
“busco felicidad permanente” (Dios, la verdad o lo que sea), ¿no
es preciso también que comprendáis al que busca, al buscador, al
investigador? Porque es posible que no haya tal seguridad permanente,
tal dicha perpetua. La verdad puede ser algo enteramente distinto; y
yo pienso que es totalmente diferente de aquello que podéis ver,
concebir, formular. Antes de buscar algo permanente, entonces, ¿no
es evidente que se necesita comprender al que busca? ¿El buscador es
diferente de la cosa buscada? Cuando decís “busco la felicidad”,
¿es el buscador diferente del objeto de su búsqueda? ¿El pensador
es diferente del pensamiento? ¿No son un fenómeno conjunto, más
bien que procesos separados? Es indispensable, por consiguiente
¿verdad’’-, comprender al buscador antes de intentar
descubrir qué es lo que él busca.
Debemos, pues, llegar al punto en que nos preguntemos, de modo serio
y profundo, si la paz, la felicidad, Dios, o lo que os plazca, pueden
sernos dados por otra persona. ¿Puede esta búsqueda incesante, este
anhelo, darnos ese extraordinario sentido de realidad, ese ser
creativo, que surge cuando nos comprendemos realmente a nosotros
mismos? ¿Acaso el conocimiento propio nos llega siguiendo a alguna
otra persona, perteneciendo a alguna organización en particular,
leyendo libros, y así sucesivamente? Después de todo, ese es el
principal problema: que mientras yo no me comprenda a mí mismo, no
tengo base alguna para el pensamiento, y toda mi búsqueda será en
vano. ¿No es así? Puedo escapar hacia cosas ilusorias, puedo huir
de la contienda, del esfuerzo, de la lucha; puedo adorar a otro;
puedo buscar mi salvación a través de otra persona. Pero mientras
yo no me conozca a mí mismo, mientras no me dé cuenta del proceso
total de mí mismo, no tengo base alguna para el pensamiento, para el
afecto, para la acción.
Pero eso es lo último que deseamos: conocernos a
nosotros mismos. Esa, por cierto, es la única base sobre la cual
podemos construir algo. Pero antes de que podamos hacerlo, antes de
que podamos transformarnos, antes de que podamos condenar o destruir,
es preciso que sepamos lo que somos. Continuar buscando, cambiando de
instructores religiosos, de guías espirituales, practicando la
“yoga”, ejercicios respiratorios, cumpliendo ritos, siguiendo a
Maestros y demás cosas por el estilo, es totalmente inútil,
¿verdad? Ello carece de sentido, aunque aquellos mismos a quienes
seguimos nos digan: “Estudiaos a vosotros mismos”, porque lo que
nosotros somos, el mundo es. Si somos mezquinos, celosos, vanos,
codiciosos eso
es lo que creamos en torno nuestro, esa
es la sociedad en que vivimos.
Paréceme, pues, que antes de emprender un viaje
para hallar la realidad, para encontrar a Dios, antes de que podamos
actuar, antes de que podamos tener relación alguna unos con otros y
eso es la sociedad- es esencial que empecemos por comprendernos a
nosotros mismos en primer término. Y yo considero persona seria a
aquella a quien eso le interesa completamente, ante
todo, y no cómo llegar a determinada
meta. Porque, si vosotros y yo no nos comprendemos a nosotros mismos,
¿cómo podremos, en la acción, operar una transformación en la
sociedad, en nuestras relaciones, en nada que hagamos? Y ello no
significa, de seguro, que el conocimiento propio se oponga a la
convivencia o esté aislado de ella. No significa, evidentemente,
acentuar lo individual, el “yo”, como opuesto a la masa, como
opuesto a los demás.
Ahora bien: sin conoceros a- vosotros mismos, sin conocer vuestra
propia manera de pensar, y por qué pensáis ciertas cosas; sin
conocer el “trasfondo” de vuestro “condicionamiento”, ni por
qué tenéis ciertas creencias en materia de arte y de religión,
acerca de vuestro país y vuestros vecinos, y acerca de vosotros
mismos, ¿cómo podéis pensar verdaderamente sobre cosa alguna? Si
no conocéis vuestro “trasfondo” si no conocéis la substancia ni
el origen- de vuestra pensamiento, vuestra búsqueda resulta del todo
vana, por cierto, y vuestra acción carece de sentido. ¿No es así?
Tampoco tiene sentido alguno el que seáis americanos o hindúes, o
que vuestra religión sea una u otra.
Antes, pues, de que podamos descubrir cuál es el
propósito final de la vida, qué significa todo esto: las guerras,
los antagonismos nacionales, los conflictos, toda esa baraúnda,
debemos ciertamente empezar por nosotros mismos, ¿verdad? Ello suena
tan sencillo; pero es extremadamente
difícil. Para seguirse uno mismo, para ver cómo opera el propio
pensamiento, hay que estar extraordinariamente alerta. Así, a medida
que uno empieza a estar cada vez más alerta ante los enredos del
propio pensar, ante las propias respuestas y los propios
sentimientos, empieza uno a ser más consciente, no sólo de sí
mismo sino de las personas con las que está en relación. Conocerse
a sí mismo es estudiarse en acción, en la convivencia. Mas la
dificultad está en que somos muy impacientes; queremos seguir
adelante, queremos alcanzar una meta. Y a causa de ello no tenemos
tiempo ni ocasión de brindarnos a nosotros mismos una oportunidad de
estudiar, de observar. O nos hemos comprometido en diversas
actividades: ganarnos el sustento, criar niños, o hemos asumido
ciertas responsabilidades en diversas organizaciones. Tanto nos hemos
comprometido de distintas maneras, que casi no tenemos tiempo para
reflexionar sobre nosotros mismos, para observar, para estudiar. De
tal modo, la responsabilidad de la reacción depende en realidad de
uno mismo, no de los demás. Y el seguir como se hace en el
mundo entero- a los “guías espirituales” y sus sistemas, el leer
los últimos libros sobre esto o aquello, etcétera, paréceme de una
total vacuidad, absolutamente vano. Podréis; en efecto, recorrer la
tierra entera, pero tendréis que volver a vosotros mismos.
Y como casi todos somos totalmente inconscientes de nosotros mismos,
es en extremo difícil empezar a ver claramente el proceso de nuestro
pensar, sentir y actuar.
Cuanto más os conocéis a vosotros mismos, más claridad existe. El
conocimiento propio no tiene fin: no alcanzáis una realización, no
llegáis a una conclusión. Es un río sin fin. Y, a medida que se lo
estudia, que en él se ahonda de más en más, encuéntrase la paz.
Sólo cuando la mente está tranquila mediante el conocimiento
propio, no mediante una autodisciplina impuesta-, sólo entonces, en
esa quietud, en ese silencio, puede advenir la realidad. Es sólo
entonces cuando puede existir la beatitud, cuando puede haber acción
creadora.
Y a mí me parece que sin esa comprensión, sin esa experiencia, el
mero hecho de leer libros, de asistir a conferencias, de hacer
propaganda, es del todo infantil; es simplemente una actividad
carente de significado. Empero, si uno logra comprenderse a sí
mismo, y con ello producir esa vivencia de algo que no es de la
mente, entonces, tal vez, puede haber una transformación inmediata
en la convivencia alrededor nuestro, y, por lo tanto, en el mundo en
que vivimos.
CAPÍTULO III
EL INDIVIDUO Y LA SOCIEDAD
El problema que se nos plantea a la mayoría de nosotros es el de
saber si el individuo es un mero instrumento de la sociedad, o si es
el fin de la sociedad. ¿Vosotros y yo, como individuos, hemos deber
utilizados, dirigidos, educados, controlados, plasmados conforme a
cierto molde, por la sociedad, el gobierno, o es que la sociedad, el
Estado, existen para el individuo? ¿Es el individuo el fin de la
sociedad, o es tan sólo un títere al que hay que enseñar, que
explotar, que enviar al matadero como instrumento de guerra? Ese es
el problema que se nos plantea a la mayoría de nosotros. Ese es el
problema del mundo: el de saber si el individuo es mero instrumento
de la sociedad, juguete de influencias, que haya de ser moldeado; o
bien si la sociedad existe para el individuo.
¿Cómo habréis de descubrir eso? Es un serio problema, verdad? Si
el individuo no es más que un instrumento de la sociedad, entonces
la sociedad es mucho más importante que el individuo. Si eso es
cierto, debemos renunciar a la
individualidad y trabajar para la sociedad; entonces nuestro sistema
educativo debe ser enteramente revolucionado, y el individuo
convertido en instrumento que ha de usarse, destruirse, liquidarse, y
del que hay que deshacerse. Pero si la sociedad existe para el
individuo, entonces la función de la sociedad no consiste en hacer
que él se ajuste a molde alguno, sino en darle el sentido y el
apremio de libertad. Debemos, pues, descubrir qué es lo falso.
¿Cómo investigaríais este problema? Es un
problema vital, ¿no es cierto? Él no depende de ideología alguna,
de izquierda o de derecha; y en caso de que si dependa de una
ideología, entonces es mero asunto de opinión. Las ideas siempre
engendran enemistad, confusión, conflicto. Si dependéis de libros
de izquierda o de derecha, o de libros sagrados, entonces dependéis
de meras opiniones, sean ellas las de Buda, de Cristo, del
capitalismo, del comunismo o de lo que os plazca. Son ideas, no la
verdad. Un hecho nunca puede ser negado. La opinión acerca
del hecho puede negarse. Si podemos descubrir cuál es la verdad en
este asunto, podremos actuar independientemente de la opinión. ¿No
resulta necesario, por lo tanto, descartar lo que otros han dicho? La
opinión de los izquierdistas u otros lideres es el resultado de su
condicionamiento. De suerte que si dependéis para vuestro
descubrimiento de lo que se encuentra en los libros, estáis
simplemente atados a las opiniones. No se trata, pues, de
conocimiento directo.
¿Cómo habrá de descubrirse la verdad acerca de esto? Sobre esa
base actuaremos. Para hallar la verdad al respecto, hay que estar
libre de toda propaganda, lo cual significa que sois capaces de
observar el problema independientemente de la opinión. Todo el
cometido de la educación consiste en despertar al individuo. Para
ver la verdad respecto de esto habréis de ser muy claros, es decir,
no podréis depender de un dirigente. Cuando escogéis un líder, lo
hacéis por confusión, de suerte que vuestros dirigentes también
están confusos; y eso es lo que ocurre en el mundo. No podéis, por
consiguiente, esperar de vuestro dirigente guía ni ayuda.
Una mente que desea comprender un problema debe no sólo comprender
el problema por completo, enteramente, sino que debe poder seguirlo
rápidamente, porque el problema nunca es estático, siempre es
nuevo, ya sea el problema del hambre, un problema psicológico o
cualquier problema. Toda crisis siempre es nueva, por lo tanto, para
comprenderla, la mente debe ser siempre lozana, clara, veloz en su
búsqueda. Creo que la mayoría de nosotros comprendemos la urgencia
de una revolución intima, pues ella es lo único capaz de producir
una transformación radical de lo externo, de la sociedad. Este es el
problema que a mí mismo a todas las personas de intenciones serias
nos preocupa. Cómo lograr una transformación fundamental, radical,
en la sociedad es nuestro problema; y esta transformación de lo
externo no puede ocurrir sin revolución íntima. Dado que la
sociedad siempre es estática, cualquier reforma que se realice sin
esa revolución intima se vuelve igualmente estática; de suerte que
sin esa constante revolución íntima no hay esperanza, porque sin
ella la acción externa resulta reiterativa, habitual. La acción
implícita en las relaciones entre vosotros y los demás, entre
vosotros y yo, es la sociedad; y esa sociedad se vuelve estática,
sin cualidades vitalizadoras, mientras no exista esa constante
revolución íntima una transformación sociológica creadora; y es
por que no hay esa constante revolución íntima que la sociedad
siempre se vuelve estática, cristalizada, y tiene por lo tanto que
ser destruida constantemente.
¿Qué relación existe entre vosotros, por una parte, y la miseria y
confusión en vosotros, y a vuestro alrededor, por la otra? Es
evidente que esta confusión, esta miseria, no se ha originado de por
sí. Somos vosotros y yo quienes la hemos creado, no la sociedad
capitalista, o comunista, o fascista. Vosotros o la hemos creado en
nuestras relaciones. Lo que sois proyectado hacia afuera, en el
mundo. Lo que sois, lo que pensáis y lo que sentís, lo que hacéis
en vuestra existencia diaria, se proyecte hasta afuera; y eso es lo
que constituye el mundo. Si somos desdichados, confusos, caóticos en
nuestro interior, eso, proyectado llega a constituir el mundo, la
sociedad la sociedad es el producto de nuestra relación-, y si
nuestra relación es confusa, egocéntrica, estrecha, limitada,
nacionalista, eso lo proyectamos y causamos caos en el mundo.
El mundo es lo que vosotros sois. Vuestro problema es el problema del
mundo. Ese, a no dudarlo, es un hecho básico y sencillo. Pero en
nuestras relaciones con uno o con muchos parecemos siempre, en cierto
modo, no tomarlo en cuenta. Pretendemos producir alteraciones
mediante sistemas o una revolución en las ideas o los valores,
basada en tal o cual sistema, olvidando que somos vosotros y yo
quienes creamos la sociedad y producimos el orden o la confusión con
nuestra manera de vivir. Debemos entonces empezar por lo que está
más próximo; tenemos que preocuparnos por nuestra existencia
diaria, por nuestros actos, pensamientos y sentimientos de todos los
días, los cuales se revelan en el modo de ganarnos la vida y en
nuestra relación con las ideas y las creencias. Esa es nuestra
existencia diaria, ¿no es cierto? Nos interesa ganarnos el sustento,
conseguir un empleo, ganar dinero; nos interesa la relación con
nuestra familia, o con nuestros vecinos, y estamos interesados en
ideas y creencias. Si examináis ahora vuestras ocupaciones, veréis
que ellas se basan fundamentalmente en la envidia y no en la estricta
necesidad de ganar el sustento. La sociedad está estructurada en tal
forma que es un proceso de constante conflicto, de constante devenir.
Todo se basa en la codicia, en la envidia a nuestros superiores. El
empleado quiere llegar a ser gerente, lo que muestra que su
preocupación no es sólo ganarse el sustento, un medio de
subsistencia, sino también adquirir posición y prestigio. Tal
actitud, naturalmente, produce estragos en la sociedad, en la
convivencia. Mas si vosotros y yo nos preocupásemos tan sólo por el
sustento, hallaríamos medios de vida justos cuya base no sería la
envidia. Ésta es uno de los factores más destructivos que obran en
la sociedad, ya que la envidia revela deseo de poder, de posición, y
al final conduce a la política. Envidia y política están
estrechamente ligadas. Cuando el empleado busca llegar a gerente,
conviértese en uno de los factores que engendra la política del
poder, que conduce a la guerra. Él es, pues, directamente
responsable de la guerra.
¿En qué se basan nuestras relaciones? La relación entre vosotros y
yo, entre vosotros y los demás la sociedad es eso-, ¿en qué
se basa? No, por cierto, en el amor, aunque hablemos de ello. Si se
basara en el amor habría orden, paz y felicidad, entre nosotros.
Empero, en esa relación entre vosotros y yo hay una fuerte dosis de
mala voluntad que asume la forma del respeto. Si unos y otros
fuésemos iguales en pensamientos y en sentimientos, no habría
respeto ni mala voluntad, puesto que habría contacto entre dos
individuos no se trataría de maestro y discípulo, ni de
esposo que domina a su mujer, ni de mujer que domina al marido.
Cuando hay mala voluntad hay deseo de dominación, lo cual provoca
celos, ira, pasiones; y todo eso, en nuestras mutuas relaciones
engendra constante conflicto que hacemos lo posible por eludir,
produciendo mayor caos y mayor desdicha.
En lo que atañe a las ideas, creencias y formulaciones, las cuales
forman parte de nuestra vida cotidiana, ¿no deforman acaso nuestra
mente? ¿Qué es, en efecto, la estupidez? Consiste en atribuir falso
valor a las cosas que produce la mano o la mente del hombre. Casi
todos nuestros pensamientos se originan en el instinto de
autoprotección, ¿no es así? ¿No damos a muchas de nuestras ideas
un sentido de que carecen en sí mismas? Cuando, por consiguiente,
creemos en determinadas formas ya sean religiosas, económicas
o sociales- o cuando creemos en Dios, en ideas, en un régimen social
que separa al hombre del hombre, en e nacionalismo y otras cosas más,
es evidente que damos falsa significación a la creencia. Ello indica
estupidez, pues la creencia no une a los hombres sino que los divide.
Vemos, pues, que por nuestra manera de vivir podemos producir orden o
caos, paz o conflicto, felicidad o desdicha.
Nuestro problema, pues, consiste en saber ¿no es así?- si
puede haber una sociedad que sea estática y al mismo tiempo un
individuo en quien aquella constante revolución esté realizándose.
Es decir, la revolución en la sociedad debe empezar por la
transformación íntima, psicológica, del individuo. La mayoría de
nosotros desea ver una radical transformación en la estructura
social. Esa es toda la batalla que se desarrolla en el mundo:
producir una revolución social por medios comunistas o cualesquiera
otros. Ahora bien, si hay una revolución social, es decir, una
acción con respecto a la estructura externa del hombre, la
naturaleza misma de esa revolución social, por más radical que ella
sea, es estática si no se produce una revolución íntima del
individuo, si no hay una transformación psicológica. De suerte que,
para hacer surgir una sociedad que no sea reiterativa estática, que
no esté desintegrándose, que esté constantemente viva, resulta
imperativo que haya una revolución en la estructura psicológica del
individuo; pues sin una revolución íntima, psicológica, la mera
transformación de lo externo tiene muy poca significación. Es
decir, la sociedad se vuelve siempre cristalizada, estática, por lo
cual constantemente se desintegra. Por mucho y muy sabiamente que la
legislación sea promulgada, la sociedad está siempre en proceso de
descomposición; porque la revolución debe producirse por dentro, no
sólo exteriormente.
Creo que es importante comprender esto, y no considerarlo con
ligereza. Una vez llevada a efecto, la acción externa ha terminado,
es estática; y si la relación entre individuos que es la
sociedad- no es el resultado de la revolución intima, entonces la
estructura social, por sor estática, absorbe al individuo y por lo
tanto lo torna igualmente estático, reiterativo. Si se comprende
esto, si se percibe el extraordinario significado de ese hecho, no
puede tratarse de acuerdo o de desacuerdo. Es un hecho que la
sociedad siempre se está cristalizando, que siempre absorbe al
individuo y que la revolución constante, creadora, sólo puede
ocurrir en el individuo, no en la sociedad, en lo externo. Esto es,
la revolución creadora sólo puede tener lugar en las relaciones del
individuo, que es la sociedad. Vemos cómo la estructura de la
sociedad actual en la India, en Europa en América, en todas partes
del mundo, se desintegra rápidamente; y esto lo sabemos dentro de
nuestra propia vida. Podemos observarlo cuando vamos por la calle. No
necesitamos grandes historiadores para que nos revelen el hecho de
que nuestra sociedad se derrumba; y es preciso que haya nuevos
arquitectos, nuevos constructores, para crear una nueva sociedad. La
estructura debe levantarse sobre nuevos cimientos, sobre hechos y
valores nuevamente descubiertos. Tales arquitectos aún no existen.
No hay constructores, nadie que observando, dándose cuenta del hecho
de que la estructura se desploma, esté transformándose en
arquitecto. Ese, pues, es nuestro problema. Vemos que la sociedad se
derrumba, se desmorona; y somos nosotros vosotros y yo- quienes
tenemos que ser los arquitectos. Vosotros y yo debemos descubrir de
nuevo los valores, y edificar sobre cimientos más fundamentales, más
duraderos. Porque si algo esperamos de los arquitectos profesionales
los constructores políticos y religiosos- nos hallaremos
precisamente en la misma situación de antes.
Porque vosotros y yo no somos creativos, hemos reducido la sociedad a
este caos. Vosotros y yo tenemos, pues, que ser creativos, porque el
problema es urgente. Vosotros y yo debemos darnos cuenta de las
causas del derrumbe de la sociedad, y crear una nueva estructura que
no se base en la mera imitación sino en nuestra comprensión
creadora. Y esto implica ¿no es así?- pensamiento negativo.
El pensamiento negativo es la más alta forma de la comprensión Es
decir, para comprender lo que es el pensamiento creador, debemos
enfocar el problema negativamente; porque un enfoque positivo del
problema que es que vosotros y yo debemos volvernos creadores a
fin de edificar una nueva estructura de la sociedad- será imitativo.
Para comprender aquello que se está derrumbando, debemos
investigarlo, examinarlo negativamente, no con un sistema positivo,
una fórmula positiva, una conclusión positiva.
¿Por qué, pues, la sociedad se derrumba, se desploma, como sin duda
ocurre? Una de las razones fundamentales es que el individuo,
vosotros, habéis dejado de ser creadores. Explicaré lo que quiero
decir. Vosotros y yo hemos llegado a ser imitativos; copiamos
exterior e interiormente. Exteriormente, cuando aprendéis una
técnica, cuando os comunicáis unos con otros en el nivel verbal,
tiene naturalmente que haber algo de imitación, de copia. Copio las
palabras. Para llegar a ser ingeniero, primero debo aprender la
técnica; y luego empleo la técnica para construir un puente. Tiene,
pues, que haber cierto grado de imitación, de copia, en la técnica
externa. Pero cuando hay imitación interior, psicológica, dejamos
por cierto de ser creadores. Nuestra educación, nuestra estructura
social, nuestra vida llamada “religiosa”, todo ello se basa en la
imitación; es decir, me ajusto a determinada fórmula social o
religiosa. He dejado de ser un verdadero individuo; psicológicamente,
me he convertido en una simple máquina de repetir, con ciertas
respuestas condicionadas, sean ellas las del hindú las del
cristiano, las del budista, las del alemán o las del inglés.
Nuestras respuestas están condicionadas según el tipo de sociedad,
ya sea oriental u occidental, religiosa o materialista. De suerte que
una de las causas fundamentales de la desintegración social es la
imitación, y uno de los factores desintegrantes es el líder, cuya
esencia misma es la imitación.
Para comprender, pues, la naturaleza de la sociedad en vía de
desintegración, ¿no es importante investigar si vosotros y yo el
individuo- podemos ser creadores? Podemos ver que, cuando hay
incitación, tiene que haber desintegración; cuando hay autoridad,
tiene que haber imitación. Y como toda nuestra formación mental,
psicológica, se basa en la autoridad, hay que estar libre de
autoridad para ser creador. ¿No habéis notado que en los momentos
de creación, en esos momentos relativamente felices de interés
vital, no hay sentido alguno de repetición, de imitación? Tales
momentos siempre son nuevos, frescos, creadores, dichosos. De suerte
que una de las causas fundamentales de la desintegración social es
la imitación, que es el culto de la autoridad.
CAPÍTULO IV
EL CONOCIMIENTO DE UNO MISMO
Los problemas del mundo son tan colosales, tan complejos, que para
comprenderlos y resolverlos hay que abordarlos de un modo muy
sencillo y directo; y la sencillez y visión directa no dependen de
las circunstancias exteriores ni de nuestros prejuicios y estados de
ánimo individuales. Como y a lo he señalado, la solución no ha de
encontrarse mediante conferencias o proyectos, ni substituyendo a los
viejos dirigentes por otros nuevos, y lo demás. Es evidente que la
solución está en el creador del problema, en el creador de la
maldad, del odio y de la enorme falta de comprensión que existe
entre los seres humanos. El causante de estos daños, el creador de
estos problemas, es el individuo, vosotros y yo, no el mundo, como
creemos. El mundo es vuestra relación con otro. El mundo no es algo
que existe aparte de vosotros y de mí; el mundo, la sociedad, es la
relación que establecemos o procuramos establecer entre unos y
otros.
De suerte que vosotros y yo somos el problema, no el mundo; porque el
mundo es la proyección de nosotros mismos, y para comprender al
mundo tenemos que comprendernos a nosotros mismos. El mundo no está
separado de nosotros; somos el mundo, y nuestros problemas son los
problemas del mundo. Esto no puede repetirse con demasiada
frecuencia, porque somos de mentalidad tan indolente que no creemos
de nuestra incumbencia los problemas del mundo; creemos que deben ser
resueltos por las Naciones Unidas o reemplazando los viejos
dirigentes por otros nuevos. Es una mentalidad bien torpe la que
piensa de ese modo; porque nosotros somos responsables de la horrible
miseria y confusión que hay en el mundo, de la guerra que nos
amenaza. Para transformar el mundo debemos empezar por nosotros
mismos; y lo importante al empezar por nosotros es la intención. La
intención tiene que consistir en comprendernos a nosotros mismos, y
en no dejar para otros el transformarse o producir un cambio
modificado mediante la revolución, de izquierda o de derecha. Es,
pues, importante comprender que esta es nuestra responsabilidad, la
vuestra y la mía; porque, por pequeño que sea el mundo en que
vivimos, si podemos transformarnos, si podemos hacer surgir un punto
de vista radicalmente diferente en nuestra existencia diaria,
entonces, tal vez, afectaremos al mundo en general, las extensas
relaciones de unos con otros.
Como lo he dicho, pues, vamos a tratar de descubrir el proceso de la
comprensión de nosotros mismos, que no es un proceso de aislamiento.
No es el retiro del mundo, porque aislados no podéis vivir. Ser es
estar relacionado, y el vivir en el aislamiento es cosa inexistente.
Es la falta de verdadera convivencia lo que causa conflictos, miseria
y lucha; y por pequeño que sea nuestro mundo, si podemos transformar
nuestras relaciones dentro de ese pequeño mundo, ello será como una
onda que se extiende constantemente hacia afuera. Creo que es
importante ver eso, o sea que el mundo es nuestra interrelación, por
estrecha que sea; y si ahí podernos producir una transformación no
superficial sino radical-, entonces empezaremos activamente a
transformar el mundo. La verdadera revolución no es conforme a una
norma determinada, de izquierda o de derecha, sino una revolución de
valores, una revolución que lleva de los valores sensorios a los que
no son sensorios ni creados por influencias ambientales. Para
encontrar esos verdaderos valores que traerán una revolución
radical, una transformación o regeneración, es esencial que uno se
comprenda a sí mismo. El conocimiento de uno mismo es el principio
de la sabiduría, y por lo tanto el comienzo de la transformación o
regeneración. Para comprenderse uno mismo, tiene que existir la
intención de comprender; y ahí es donde se presenta nuestra
dificultad. Porque, si bien la mayoría de nosotros estamos
descontentos, deseamos producir un cambio súbito, y nuestro
descontento se canaliza hasta el mero logro de cierto resultado;
estando descontentos, o buscamos otro empleo o simplemente sucumbimos
ante el medio ambiente. De suerte que el descontento, en vez de
encendernos, de inducirnos a poner en tela de juicio la vida y todo
el proceso de la existencia, se ve canalizado, con lo cual nos
volvemos mediocres y perdemos la energía y el empuje necesarios para
descubrir todo el significado de la existencia. Por consiguiente, es
importante descubrir esas cosas por nosotros mismos, pues el
conocimiento de uno mismo no puede dárnoslo nadie ni habrá de
hallarse en libro alguno. Tenemos que descubrir, y para descubrir
tiene que haber intención, búsqueda, investigación. Mientras esa
intención de descubrir, de inquirir hondamente, sea débil o no
exista, la mera aserción, o un deseo casual de investigar acerca de
uno mismo, tiene muy escasa significación.
La transformación del mundo se efectúa, pues, por la transformación
de uno mismo; porque el “yo” es producto y parte del proceso
total de la existencia humana. Para transformarse, el conocimiento de
uno mismo es esencial; porque sin conocer lo que sois, no hay base
para el verdadero pensar, y sin conoceros a vosotros mismos no puede
haber transformación. Uno debe conocerse tal cual es, no tal como
desea ser, lo cual es un mero ideal y por lo tanto ficticio, irreal;
y sólo lo que es puede ser transformado, no aquello que deseáis
ser. El conocerse uno misiono como uno es, requiere extraordinaria
vigilancia de la mente; porque lo que es sufre constante
transformación, cambio, y, para seguirlo velozmente, la mente no
debe estar atada a ningún dogma ni creencia en particular, a ninguna
norma de acción. Si queréis seguir algo, de nada sirve estar atado.
Para conoceros a vosotros mismos, tiene que existir la vigilancia, la
actitud alerta de la mente, en la que se está libre de toda
creencia, de toda idealización, porque las creencias e ideales no
hacen más que daros un color, pervirtiendo la verdadera percepción.
Si queréis saber lo que sois, no podéis imaginar o creer en algo
que no sois. Si soy codicioso, envidioso violento, el mero hecho de
tener un ideal de “no violencia” de “no codicia”, es de
escaso valor. Pero el saber que uno es codicioso o violento, el
saberlo y comprenderlo, requiere extraordinaria percepción, ¿no es
así? Exige honestidad, claridad de pensamiento. Mientras que
perseguir un ideal alejado de lo que es, resulta una escapatoria, os
impide descubrir y obrar directamente sobre lo que sois.
De suerte que la comprensión de lo que sois: feos
o hermosos, perversos, dañinos o lo que fuere; el comprender sin
deformación lo que sois, es el comienzo de la virtud. La virtud es
esencial porque ella brinda libertad. Sólo en la virtud podéis
descubrir, podéis vivir, no en el cultivo de la virtud, que sólo
trae respetabilidad, no comprensión ni libertad. Hay una diferencia
entre ser virtuoso y hacerse virtuoso. El ser virtuoso proviene de la
comprensión de lo que sois, mientras el hacerse virtuoso es
aplazamiento, encubrimiento de lo que es con lo que desearíais ser.
Al haceros virtuosos, evitáis obrar directamente sobre lo que sois.
Este proceso de eludir lo que es
mediante el cultivo del ideal, es considerado virtuoso; pero si lo
observáis de cerca y directamente, veréis que no es nada de eso.
Consiste simplemente en dejar para después el enfrentarse con lo que
es. La
virtud no es llegar a ser lo que uno no
es; la virtud es la comprensión de lo
que es y
por lo tanto el estar libre de lo que es.
Y la virtud resulta indispensable en una sociedad que se desintegra
rápidamente. Para crear un mundo nuevo una nueva estructura alejada
de la antigua, tiene que haber libertad para descubrir; y para ser
libre tiene que haber virtud, pues sin virtud no hay libertad. El
hombre inmoral que lucha por llegar a ser virtuoso, ¿puede jamás
conocer la virtud? El hombre que no es moral no podrá nunca ser
libre, y por lo tanto no podrá nunca descubrir lo que es la
realidad. La realidad sólo puede encontrarse comprendiendo lo que
es; y para
comprender lo que es,
tiene que haber libertad, hay que estar libre del miedo a lo que es.
Para comprender ese proceso, es preciso que haya
intención de conocer lo que es,
de seguir todo pensamiento, sentimiento y acción; y el comprender lo
que es, es
en extremo difícil porque lo que es
jamás está inmóvil estático; siempre está en movimiento. Lo que
es, es lo
que vosotros sois, no lo que os gustaría ser. No es el ideal, porque
el ideal es ficticio; es en realidad lo que vosotros hacéis, pensáis
y sentís de instante en instante. Lo que es,
es lo real; y para comprender lo real se requiere alerta percepción,
una mente muy vigilante y veraz. Pero si empezamos por condenar lo
que es, si
empezamos por censurarlo o resistirle, no comprenderemos su
movimiento. Si quiero comprender a alguien, no puedo condenarlo;
tengo que observarlo, que estudio. Tengo que amar la cosa misma que
estudio. Si queréis comprender a un niño, debéis amarlo, no
condenarlo. Debéis jugar con él, observar sus movimientos, su
idiosincrasia, sus modos de conducirse; pero si no hacéis más que
condenarlo, resistirle o censurarlo, no hay comprensión del niño.
De un modo análogo, para comprender lo que es,
hay que observar lo que uno piensa, siente y hace de instante en
instante. Eso es lo efectivo. Ninguna otra acción, ningún ideal o
acción ideológica, es lo existente; es un mero anhelo, un deseo
ficticio de ser
otra cosa que lo que uno es.
Para comprender lo que es
requiérese un estado de la mente en el que no haya identificación
ni condenación, lo cual significa una mente que sea alerta y sin
embargo pasiva. En ese estado nos encontramos cuando deseamos
realmente comprender algo; cuando hay intensidad en el interés, ese
estado mental se produce. Cuando uno está interesado en comprender
lo que es,
el estado real de la mente no necesita forzarlas disciplinarla ni
controlarla; antes bien, hay entonces vigilancia pasiva y alerta.
Este estado de alerta percepción surge cuando hay interés,
intención de comprender.
La comprensión fundamental de uno mismo no llega
mediante el conocimiento o la acumulación de experiencias, lo cual
es mero cultivo de la memoria. La comprensión de uno mismo es de
instante en instante; y si sólo acumulamos conocimiento del “yo”,
es ese conocimiento lo que impide una comprensión más amplia. El
conocimiento y la experiencia acumulados, en efecto, llegan a ser el
centro a través del cual el pensamiento enfoca y desarrolla su
existencia. El mundo no es diferente de nosotros y nuestras
actividades, porque lo que nosotros somos es lo que crea los
problemas del mundo; y la dificultad, en lo que atañe a la mayoría
de nosotros, está en que, en vez de conocernos directamente,
buscamos un sistema, un método, un medio operativo para resolver los
múltiples problemas humanos.
Ahora bien: ¿existe un medio, un sistema, para conocerse a sí
mismo? Cualquier persona sagaz, cualquier filósofo, puede inventar
un sistema, un método; pero, a buen seguro, el seguir un sistema
sólo producirá un resultado creado por ese sistema, ¿no es así?
Si yo sigo determinado método para conocerme a mí mismo, tendré el
resultado que dicho sistema necesita; mas ese resultado no será
evidentemente la comprensión de mí mismo. Es decir, siguiendo un
método, un sistema, un medio para conocerme a mí mismo, ajusto mi
pensamiento, mis actividades, a una norma; pero el seguir una norma
no es comprensión de uno mismo.
No hay, pues, método alguno para el conocimiento de uno mismo.
Buscar un método implica invariablemente el deseo de alcanzar algún
resultado, y eso es lo que todos queremos. Seguimos a la autoridad
si no la de una persona la de un sistema, una ideología-
porque queremos un resultado que sea satisfactorio, que nos dé
seguridad. En realidad no queremos comprendernos a nosotros mismos,
nuestros impulsos y reacciones, todo el proceso de nuestro pensar, lo
consciente así como lo inconsciente; quisiéramos más bien seguir
un sistema que nos asegure un resultado Mas el seguir un sistema es
invariablemente el resultado de nuestro deseo de seguridad, de
certeza; y es evidente que el resultado no es la comprensión de uno
mismo. Cuando seguimos un método, debemos tener autoridades el
instructor, el “guía espiritual”, el salvador, el Maestro- que
nos garanticen lo que deseamos; y, por cierto, ese no es el camino
hacia el conocimiento de uno mismo.
La autoridad impide el conocimiento de uno mismo, ¿no es así? Bajo
el amparo de una autoridad, de un guía, podréis tener
temporariamente un sentido de seguridad, de bienestar; pero esa no es
la comprensión del proceso total de uno mismo. Por su propia
naturaleza, la autoridad impide la plena conciencia de uno mismo, y
por lo tanto destruye finalmente la libertad; y sólo en la libertad
cabe la “creatividad”. La “creatividad” sólo puede existir a
través del conocimiento de uno mismo. La mayoría de nosotros no
somos “creativos”; somos máquinas de repetición, simples discos
de fonógrafo que reproducen una y otra vez ciertas canciones de la
experiencia, ciertas conclusiones y recuerdos, propios o ajenos.
Semejante repetición no es existencia “creativa”, pero es lo que
queremos. Como queremos estar seguros en nuestro fuero íntimo,
constantemente buscamos métodos y medios para esa seguridad. Con
ello creamos autoridad, el culto de otro ser, lo que destruye la
comprensión, esa espontánea serenidad de la mente en la cual tan
sólo puede existir un estado de “creatividad”.
Nuestra dificultad, ciertamente, estriba en que la mayoría de
nosotros hemos perdido ese sentido de “creatividad”. Ser
“creativos” no significa que hayamos de pintar cuadros o escribir
poemas, y hacernos famosos. Eso no es “creatividad”; es
simplemente capacidad para expresar una idea que el público aplaude
o desdeña. Capacidad y “creatividad” no deben ser confundidas.
La capacidad no es la “creatividad”; ésta es un estado del ser
enteramente diferente, ¿no es así? Es un estado en el que el “yo”
está ausente, en el que la mente ya no es foco de nuestras
experiencias, ambiciones, empeños y deseos. La “creatividad” no
es un estado continuo; es nuevo de instante en instante; es un
movimiento en el que no existe el “yo” y lo “mío”, en el que
el pensamiento no está enfocado en torno a ninguna experiencia,
ambición, realización, propósito o móvil particular. Sólo cuando
no hay “yo” puede haber “creatividad”, ese estado del ser que
es el único en que puede manifestarse la realidad, el creador de
todas las cosas. Mas ese estado no puede ser concebido ni imaginado,
no puede ser formulado ni copiado, no puede alcanzarse por ningún
sistema, por ningún método, por ninguna filosofía, por ninguna
disciplina. Por lo contrario, él surge tan sólo por la comprensión
del proceso total de uno mismo.
La comprensión de uno mismo no es un resultado, una culminación;
consiste en verse de instante en instante en el espejo de la
convivencia, en ver la propia relación con los bienes, las cosas,
las personas y las ideas. Pero hallamos difícil estar alertas, ser
sensibles, y preferimos embotar nuestra mente siguiendo un método,
aceptando autoridades, supersticiones y gratas teorías; y de ese
modo nuestra mente se hastía, se agota y se insensibiliza. Una mente
tal no puede estar en estado de “creatividad”. Ese estado de
“creatividad” adviene tan sólo cuando el “yo” que es
el proceso de reconocimiento y acumulación- deja de ser; porque,
después de todo, la conciencia del “yo”, del “mí mismo”, es
el centro de reconocimiento, y el reconocimiento es simplemente el
proceso de acumulación de experiencias. Pero a todos nos asusta no
ser nada, porque todos queremos ser algo. El hombre pequeño quiere
ser hombre grande, el hombre sin virtud quiere ser virtuoso, el débil
y oscuro ansía poder, posición y autoridad. Esa es la incesante
actividad de la mente. Una mente tal no puede estar serena, y por
ello jamás podrá comprender el estado de “creatividad”
Para transformar el mundo que nos rodea, con su miseria, guerras,
desempleo, hambre, divisiones de clase y absoluta confusión, tiene
que haber una transformación en nosotros mismos. La revolución debe
empezar dentro de uno mismo, pero no de acuerdo a ninguna creencia o
ideología, porque la revolución basada en una idea, o en la
adaptación a un modelo determinado, no es en modo alguno,
evidentemente, una revolución. Para producir una revolución
fundamental en uno mismo, hay que comprender todo el proceso del
propio pensar y sentir en la vida de relación. Esa es la única
solución de todos nuestros problemas, no el tener más disciplinas,
más creencias más ideologías y más instructores. Si podemos
comprendernos a nosotros mismos tal como somos de instante en
instante, sin el proceso de acumulación, veremos cómo adviene una
tranquilidad que no es producto de la mente, una tranquilidad que no
es imaginada ni cultivada; y salo en ese estado de quietud, de
serenidad, puede haber “creatividad”.
CAPÍTULO V
LA ACCIÓN Y LA IDEA
Desearía tratar el problema de la acción. En un comienzo puede ser
algo abstruso y difícil. Espero, sin embargo, que si reflexionamos
al respecto podremos ver claro en este asunto, porque toda nuestra
existencia, nuestra vida entera, es un proceso de acción.
La mayoría de nosotros vive en una serie de acciones, de acciones
aparentemente inconexas, desarticuladas, que conducen a la
desintegración, a la frustración. Es un problema que atañe a cada
uno de nosotros, porque todos vivimos por la acción; y sin acción
no hay vida, no hay experiencia, no hay pensamiento. El pensamiento
es acción; y el desarrollar acción tan sólo en determinado nivel
de la conciencia, o sea en lo externo, el vernos atrapados en la mera
acción externa sin comprender todo el proceso de la acción en sí,
inevitablemente nos llevará a la frustración, a la desdicha.
Nuestra vida, pues, es una serie de acciones, o un proceso de acción,
en diferentes niveles de la conciencia. La conciencia es vivencia,
nominación y registro. Es decir, la conciencia es reto y respuesta,
lo cual es vivenciar, luego definir o nombrar, y finalmente
registrar, que es la memoria. Este proceso es acción, ¿verdad? La
conciencia es acción; y sin reto y respuesta, sin experimentar,
nombrar o definir, y sin registrar, que es la memoria, no hay acción.
Ahora bien, la acción crea el actor. Es decir, el actor surge cuando
la acción tiene en vista un resultado, un fin. Si en la acción no
se persigue resultado alguno, no hay actor; pero si hay un fin o un
resultado en vista, la acción produce el actor. De suerte que el
actor, la acción, y el fin o resultado, son un proceso unitario, un
proceso único, que se manifiesta cuando la acción tiene un fin en.
La acción hacia un resultado, es voluntad; de otro modo no hay
voluntad, ¿no es así? El deseo de lograr un resultado engendra
voluntad, que es el actor: “yo” quiero lograr algo, “yo”
quiero escribir un libro, “yo” deseo ser hombre rico, “yo”
quiero pintar un cuadro.
Los tres estados: el actor, la acción y el resultado, nos son
conocidos. Eso es nuestra existencia diaria. Yo no hago más que
explicar lo que es; pero sólo empezaremos a comprender como se puede
transformar lo que es, cuando lo examinemos claramente, de modo que
no haya ilusión, prejuicio ni parcialidad a su respecto. Ahora bien,
estos tres estados constitutivos de la experiencia: el actor, la
acción y el resultado, son ciertamente un proceso de devenir. De
otra manera no hay devenir, ¿verdad? Si no hay actor, y si no hay
acción hacia un fin, no hay devenir; pero la vida tal como la
conocemos, nuestra vida diaria, es un proceso de devenir. Soy pobre,
y actúo con un fin en vista, que es el de hacerme rico. Soy feo, y
quiero volverme hermoso. Mi vida, por lo tanto, es un proceso de
llegar a ser alguna cosa. La voluntad de ser es la voluntad de
devenir en diferentes niveles de la conciencia, en diferentes
estados; y en ello hay reto, respuesta, nominación y registro. Pero
este devenir es lucha, este devenir es dolor, ¿no es así? Es una
lucha constante: soy esto y quiero llegar a ser aquello.
El problema es, pues, éste: ¿no hay acción sin ese devenir? Es
decir, ¿no hay acción sin ese dolor, sin esa constante batalla? Si
no hay finalidad no hay actor, porque la acción con un fin en vista
crea el actor. ¿Pero puede haber acción sin un propósito, sin un
fin, y por lo mismo sin ningún actor, sin el deseo de un resultado?
Tal acción no es un devenir y por lo tanto no hay lucha. Hay un
estado de acción, un estado de vivenciar sin el experimentador y sin
la experiencia. Esto suena bastante filosófico, pero es realmente
muy simple.
En el momento de vivenciar, no os dais cuenta de vosotros mismos como
experimentador distinto de la experiencia os halláis en un estado de
vivencia. Tomad un ejemplo muy sencillo: estáis encolerizado. En ese
momento de ira, no hay experimentador ni experiencia; sólo hay
vivencia. Pero no bien salís de ese estado, una fracción de segundo
después de la vivencia, surge el experimentador y la experiencia, el
actor y la acción con un fin en vista, que es el de deshacerse de la
ira o suprimirla. De suerte que en ese estado de vivencia nos
hallamos repetidas veces; pero siempre salimos de él y le aplicamos
un término, nombrándolo y registrándolo, con lo cual damos
continuidad al devenir.
Si podemos comprender la acción en el sentido fundamental del
vocablo, esa comprensión fundamental afectará también actividades
superficiales; pero primero tenemos que comprender la naturaleza
fundamental de la acción. Ahora bien, ¿es la acción producida por
una idea? ¿Tenéis primero una idea y luego actuáis? ¿O la acción
viene primero, y, como la acción engendra conflicto, fabricáis
después una idea en torno de ella? Es decir, ¿la acción crea el
actor, o el actor está primero?
Es muy importante descubrir cuál viene primero. Si la idea viene
primero, entonces la acción se adapta simplemente a una idea, y por
lo tanto ya no es acción sino imitación, compulsión conforme a una
idea. Es muy importante comprender esto; porque, como nuestra
sociedad está construida principalmente en el nivel intelectual o
verbal, en nuestro caso la idea viene primero y la acción le sigue.
Entonces la acción es la doncella de la idea, y la mera elaboración
de ideas es evidentemente perjudicial para la acción. Es decir, las
ideas engendran más ideas, y cuando no se hace más que engendrar
ideas, hay antagonismos, y la sociedad se hipertrofia con el proceso
intelectual de la ideación. Nuestra estructura social es muy
intelectual. Cultivamos el intelecto a expensas de todos los otros
factores de nuestro ser, y por ello las ideas nos sofocan.
¿Pueden jamás las ideas producir acción, o ellas simplemente
moldean el pensamiento y por lo tanto limitan la acción? Cuando la
acción es forzada por una idea, jamás la acción puede libertar al
hombre. Es extraordinariamente importante para nosotros el comprender
este punto. Si una idea plasma la acción, ésta jamás podrá traer
solución a nuestras miserias; porque, antes de que la idea pueda ser
puesta en acción, tenemos que descubrir cómo surge la idea. La
investigación de la ideación, de la elaboración de ideas sean
ellas las de los socialistas, los capitalistas, los comunistas o las
diversas religiones- es de la mayor importancia, máxime cuando
nuestra sociedad está al borde de un precipicio, lo que puede
provocar otra catástrofe, otra escisión; y los que son realmente
serios en su intención de descubrir la solución humana de nuestros
muchos problemas, deben primero comprender el proceso de la ideación.
¿Qué entendemos por idea? ¿Cómo surge la idea? ¿Y es posible
acoplar la idea con la acción? Es decir, yo tengo una idea y deseo
ponerla en práctica, para lo cual busco un método; y nosotros
especulamos, y malgastamos nuestro tiempo y energías, en disputas
acerca de cómo poner la idea en ejecución. De suerte que es muy
importante averiguar como surgen las ideas; y luego de descubrir la
verdad al respecto, podremos discutir el problema de la acción. Sin
discutir las ideas, carece de sentido el averiguar simplemente cómo
se ha de actuar.
Bueno, ¿cómo os viene una idea? Cualquier idea, por simple que sea,
no necesita ser filosófica, religiosa ni económica. Es evidente que
ella es un proceso de pensamiento, ¿no es así? La idea es el
resultado de un proceso de pensamiento; sin proceso de pensamiento no
puede haber idea. Debo, pues, comprender el proceso mismo de pensar
antes de que pueda comprender su producto, la idea. ¿Qué entendemos
por pensamiento? ¿Cuándo pensáis? El pensamiento, evidentemente,
es el resultado de una respuesta, necrológica o psicológica,
¿verdad? Es la respuesta inmediata de los sentidos a una sensación;
o es psicológica la respuesta del recuerdo almacenado. Hay la
respuesta inmediata dc los nervios a una sensación, y hay la
respuesta psicológica del recuerdo almacenado: la influencia de la
raza, del grupo, del “gurú” de la familia, de la tradición, y
lo demás. A todo eso le llamáis pensamiento. De modo que el proceso
del pensamiento es la respuesta de la memoria, ¿no es así? No
tendríais pensamientos si no tuvierais memoria; y la respuesta de la
memoria a determinada experiencia pone en acción el proceso de
pensar. Digamos, por ejemplo, que yo tengo los recuerdos almacenados
del nacionalismo, llamándome a mí mismo hindú. Ese depósito de
recuerdos de pasadas respuestas, acciones, implicaciones,
tradiciones, costumbres, responde al reto de un musulmán, un budista
o un cristiano y la respuesta de la memoria al reto produce
invariablemente un proceso de pensamiento. Observad el proceso de
pensar tal como opera en vosotros mismos, y podréis poner a prueba
directamente la verdad de esto. Habéis sido insultados por alguien,
y eso os queda en la memoria, forma parte de vuestro “trasfondo”;
y cuando os encontráis con la persona lo cual es el reto- la
respuesta es el recuerdo de aquel insulto. De suerte que la respuesta
de la memoria, que es el proceso de pensar, engendra una idea; y por
eso la idea es siempre condicionada, lo cual resulta importante
comprender. Es decir, la idea es el resultado del proceso del
pensamiento, éste es la respuesta de la memoria, y la memoria es
siempre condicionada. El recuerdo es siempre del pasado, y un reto le
da vida a ese recuerdo en el presente. El recuerdo no tiene vida por
sí mismo; surge a la vida en el presente, al impacto de un estimulo.
Y todo recuerdo, ya sea latente o activo, es condicionado. ¿No es
así?
Tiene, pues, que haber un enfoque totalmente diferente. Debéis
descubrir por vosotros mismos, en vuestro fuero intimo, si obráis
movidos por una idea y si puede haber acción sin ideación. Veamos
en qué consiste la acción que no se basa en una idea.
¿Cuándo obráis sin ideación? Cuándo se produce una acción que
no sea resultado de la experiencia? Como ya lo hemos dicho, la acción
basada en la experiencia es limitadora, y por consiguiente es un
estorbo. La acción que no es resultado de una idea es espontánea
cuando el proceso del pensamiento, que se basa en la experiencia, no
gobierna la acción; es decir, la acción es independiente de la
experiencia cuando no está dominada por la mente. Ese es el único
estado en que hay comprensión; cuando la mente, basada en la
experiencia, no guía la acción; cuando no es el pensamiento, basado
en la experiencia, el que da forma a la acción. ¿Qué es la acción
cuando no hay proceso de pensamiento? ¿Puede haber acción sin
proceso mental? Quiero, por ejemplo, construir un puente o una casa;
conozco la técnica, y ésta me dice cómo he de construir. A eso le
llamamos acción. Está asimismo la acción de escribir un poema, de
pintar, de asumir las responsabilidades del gobierno, la de las
reacciones sociales y ambientales. Todo ello se basa en una idea o
experiencia previa que imprime nimbos a la acción. ¿Pero hay acción
en ausencia de toda ideación?
La hay, por cierto, cuando la idea cesa; y la idea
cesa tan sólo cuando hay amor. El amor no es memoria; el amor no es
experiencia. El amor no es el pensar
en la persona que uno ama, ya que entonces se trata simplemente de
pensamiento. No podéis pensar en el amor. Podéis pensar en la
persona que amáis, o a la que sois adicto: vuestro “gurú”,
vuestra imagen, vuestra esposa, vuestro marido; pero el pensamiento,
el símbolo, no es lo real, es decir, el amor. El amor, por
consiguiente, no es una experiencia.
Cuando hay amor hay acción, ¿no es así? ¿Y esa acción no es
libertadora? Ella no es resultado de un proceso mental; y no hay
intervalo entre el amor y la acción, como lo hay entre la idea y la
acción. La idea es siempre vieja; ella proyecta su sombra sobre el
presente y procura construir un puente entre sí misma y la acción.
Cuando hay amor que no ideación, ni elaboración mental, ni
memoria, y que no es resultado de la experiencia o de la práctica de
una disciplina- ese amor es en sí mismo acción, y sólo él puede
libertarnos. Mientras haya un proceso mental, mientras la acción sea
determinada por una idea que es experiencia, no puede haber
liberación; y mientras ese proceso continúe, toda acción será
limitada. Cuando se percibe esta verdad, surge a la existencia la
cualidad del amor, que no es elaboración mental y a cuyo respecto no
cabe pensamiento alguno.
Es preciso darse cuenta de todo este proceso, de
cómo surgen las ideas, de cómo la acción emana de las ideas, y
cómo éstas, que dependen de la sensación, dominan la acción y por
lo tanto la limitan. No importa de quien
sean las ideas, si de la izquierda o de la extrema derecha. Mientras
nos aferremos a las ideas, permaneceremos en un estado en que no
puede haber vivencia alguna. Entonces vivimos tan sólo en la esfera
del tiempo: en el pasado, que brinda más sensación, o en el futuro,
que es otra forma de sensación. Sólo cuando la mente está libre de
ideas puede haber vivencia.
Las ideas no son la verdad; y la verdad es algo
que ha de ser experimentado directamente, de instante en instante; no
es una experiencia que deseáis,
lo cual resulta entonces mera sensación. Sólo cuando se logra ir
más allá del haz de ideas que es el “yo”, la mente, y que tiene
una continuidad parcial o completa, sólo cuando se puede ir más
allá de eso, sólo cuando el pensamiento está totalmente callado,
sólo entonces hay un estado de vivencia. Entonces uno sabrá lo que
es la verdad.
CAPÍTULO VI
LAS CREENCIAS
La creencia y el conocimiento están muy íntimamente relacionados
con el deseo. Tal vez, si podemos comprender estos dos puntos,
veremos cómo opera el deseo, y comprenderíamos la naturaleza
compleja del mismo.
Una de las cosas que a mi parecer la mayoría de
nosotros acepta ávidamente, da por sentado, es la cuestión de las
creencias. Yo no ataco las creencias. Lo que tratamos de hacer es
descubrir por qué aceptamos las creencias; y si podemos comprender
los motivos, las causas de esa aceptación, quizá podamos no sólo
comprender por qué hacemos tal cosa, sino asimismo librarnos de
ella. Uno puede ver cómo las creencias religiosas, políticas,
nacionales y de diversos otros tipos, separan a los hombres, cómo
crean conflicto, confusión y antagonismo, lo cual es un hecho
evidente; y, sin embargo, no estamos dispuestos a renunciar a ellas.
Existe el credo hindú, el credo cristiano, el budista, innumerables
creencias sectarias y nacionales, diversas ideologías políticas,
todas en lucha unas con otras y procurando convertirse unas a otras.
Claramente podemos ver que las creencias separan a la gente, crean
intolerancia. ¿Pero es posible vivir sin creencia? Eso puede
descubrirse tan sólo si uno logra estudiarse a sí mismo en relación
con una creencia. ¿Es posible vivir en este mundo sin una creencia;
no cambiar de creencias, ni substituir una por otra, sino estar
enteramente libre de toda creencia, de suerte que uno encare la vida
de un modo nuevo a cada minuto? La verdad, después de todo, está en
esto: en tener la capacidad de encarar todas las cosas de un modo
nuevo, de instante en instante, sin la reacción condicionante del
pasado, para que no haya ese efecto acumulativo que obra como barrera
entre uno mismo y aquello que es.
Si reflexionáis veréis que el temor es una de las razones para que
haya deseo de aceptar una creencia. Porque, si no tuviéramos
creencia alguna, ¿qué nos sucedería? ¿No nos causaría pavor lo
que pudiera ocurrir? Si no tuviéramos ninguna norma de acción
basada en una creencia (ya sea en Dios, en el comunismo, en el
socialismo, en el imperialismo), o en tal o cual fórmula religiosa,
o en algún domina que nos condicione, nos sentiríamos totalmente
perdidos, ¿no es así? Y esa aceptación de una creencia, la
ocultación de ese temor, ¿no es acaso el miedo de no ser realmente
nada, el miedo de estar vacío? Después de todo, una taza sólo es
útil cuando está vacía; y una mente repleta de creencias, de
dogmas, de afirmaciones y de citas, en realidad no es una mente
creativa, y lo único que hace es repetir. Y el huir de ese miedo de
ese miedo al vacío, a la soledad, al estancamiento, de ese miedo de
no llegar, de no triunfar, de no lograr, de no ser algo, de no legar
a ser algo es sin duda una de las razones por las cuales aceptamos
las creencias tan ávida y codiciosamente. ¿No es así? ¿Y podemos
comprendernos a nosotros mismos mediante la aceptación de una
creencia? Todo lo contrario. Es obvio que una creencia, política o
religiosa, impide la propia comprensión. Obra a modo de pantalla a
través de la cual nos miramos a nosotros mismos. ¿Y podemos
mirarnos a nosotros mismos sin creencia alguna? Si suprimimos esas
creencias las muchas creencias que uno tiene-, ¿queda algo
para mirar? Si no tenemos creencias con las cuales la mente se haya
identificado, entonces la mente, sin identificación alguna, es capaz
de mirarse a sí misma tal cual es; y ahí, ciertamente, está el
comienzo de la propia comprensión.
Esta cuestión de la creencia y el conocimiento es en realidad un
problema muy interesante. ¡Cuán extraordinario es el papel que ella
desempeña en nuestra vida! ¡Cuántas creencias tenemos!
Ciertamente, cuanto más inteligente, cuanto más culta, cuanto más
espiritual si es que puedo emplear esa palabra- una persona es,
menor es su capacidad de comprender. Los salvajes tienen innumerables
supersticiones, aun en el mundo moderno. Los más reflexivos, los más
despiertos, los más alertas, son tal vez los menos creyentes. Eso es
porque la creencia ata, la creencia aísla; y eso lo vemos a través
del mundo, del mundo económico y político, y también en el mundo
llamado espiritual. Vosotros creéis que hay Dios, y tal vez yo creo
que no hay Dios; o vosotros creéis en el completo control de toda
cosa y de todo individuo por el Estado, y yo creo en la empresa
privada y todo lo demás; vosotros creéis que sólo hay un Salvador,
y que por su intermedio podéis lograr vuestro fin, y yo no lo creo.
De suerte que vosotros con vuestra creencia y yo con la mía, nos
estamos imponiendo. Y sin embargo ambos hablamos de amor, de paz, de
la unidad del género humano, de una sola vida, lo cual nada
significa, absolutamente; porque de hecho la creencia misma es un
proceso de aislamiento. Vosotros sois brahmanes y yo un “no
brahmán”; vosotros sois cristianos, yo musulmán, y así
sucesivamente. Pero habláis de fraternidad y yo también hablo de la
misma fraternidad, amor y paz. En la realidad de los hechos, estamos
separados y nos dividimos. Un hombre que quisiera la paz y deseara
crear un mundo nuevo, un mundo feliz, no puede ciertamente aislarse
mediante forma alguna de creencia. ¿Está claro? Puede que ello sea
verbal; pero si veis su significado, su validez y su verdad, ello
empezará a actuar.
Vemos, pues, que donde hay un proceso de deseo en operación, tiene
que existir un proceso de aislamiento a través de la creencia;
porque, evidentemente, vosotros creéis a fin de estar asegurados, en
lo económico, en lo espiritual, y también interiormente. No estoy
hablando de la gente que cree por razones económicas, porque se la
educa para depender de sus empleos; y por lo tanto ellos serán
católicos, hindúes no importa qué- mientras haya un empleo
para ellos. No discutimos acerca de esa gente que se apega a una
creencia por conveniencia. Tal vez a muchos de vosotros os ocurra
otro tanto. Por conveniencia creemos en ciertas cosas. Echando a un
lado estas razones económicas, debéis ahondar más en esto. Tomad
las personas que creen firmemente en algo: económico, social o
espiritual; el proceso que hay detrás de ello es el deseo
psicológico de estar en seguridad. ¿No es así? Luego está el
deseo de continuar. Aquí no estamos discutiendo si hay o no hay
continuidad; sólo discutimos el instinto, el impulso constante que
nos lleva a creer. Un hombre de paz, un hombre que quisiera realmente
comprender el proceso íntegro de la existencia humana, no puede
estar atado por una creencia. ¿No es cierto? El ve su deseo en
acción como medio de llegar a estar en seguridad. Por favor, no
vayáis al otro extremo y digáis que yo predico la “no religión”.
Eso no es en absoluto lo que yo sostengo. Lo que sostengo es que,
mientras no comprendamos el proceso del deseo bajo forma de creencia,
tiene que haber disputas, tiene que haber conflicto, tiene que haber
dolor, y el hombre estará contra el hombre, lo cual se ve a diario.
De suerte que si percibo, si me doy cuenta de que este proceso toma
la forma de creencia la cual es una expresión del anhelo de
seguridad íntima-, entonces mi problema no es que yo deba creer esto
o aquello, sino que debiera libertarme del deseo de estar en
seguridad. ¿Puede la mente estar libre del deseo de seguridad? Ese
es el problema, no lo que haya de creerse y cuánto haya de creerse.
Estas son meras expresiones del intimo anhelo de estar
psicológicamente en seguridad, de tener certeza acerca de algo
cuando todo es tan incierto en el mundo.
¿Puede una mente, puede una mente consciente, puede una
personalidad, estar libre de su deseo de estar segura? Queremos estar
en seguridad, y por tanto necesitamos la ayuda de nuestro patrimonio,
de nuestros bienes y de nuestra familia. Queremos estar interiormente
en seguridad, y también espiritualmente, erigiendo muros de
creencia, los cuales son un indicio de este anhelo de estar seguro.
¿Podéis vosotros, como individuos, estar libres de este impulso, de
este anhelo de seguridad, que se expresa en el deseo de creer en
algo? Si no estamos libres de todo eso, somos una fuente de disputas;
no somos centros de paz; no hay amor en nuestro corazón. La creencia
destruye, y esto se ve en nuestra vida diaria. ¿Puedo, pues, verme a
mí mismo cuando me hallo atrapado en este proceso del deseo, que se
expresa en el apego a una creencia? ¿Puede la mente librarse de él?
No debiera encontrar un substituto a la creencia sino estar
enteramente libre de ella. A esto no podéis contestar “sí” o
“no”; pero podéis definidamente dar una respuesta si vuestra
intención es la de llegar a estar libres de creencia. Entonces
llegáis inevitablemente al punto en que buscáis los medios de
libertaros del impulso a estar en seguridad. Interiormente ello
es obvio- no existe la seguridad que, según os agrada creer, habría
de continuar. Os gusta creer que hay un Dios que atiende con
solicitud a vuestras pequeñeces: y os dice a quién deberíais ver,
que debéis hacer y cómo debierais hacerlo. Es obvio que esto es
pensamiento infantil y sin madurez. Creéis que el Gran Padre está
observando a cada uno de nosotros. Eso es simple proyección de
vuestro propio gusto personal. No es verdad, evidentemente. La verdad
debe ser algo enteramente diferente.
Nuestro problema siguiente es el del conocimiento. ¿Es necesario el
conocimiento para la comprensión de la verdad? Cuando digo “yo sé’
lo que ello implica es que hay conocimiento. ¿Puede una mente así
ser capaz de investigación y búsqueda de lo que es la realidad? Y
aparte de ello, ¿qué es lo que sabemos, de lo cual estamos tan
orgullosos? ¿Qué es lo que realmente sabemos? Conocemos
informaciones; estamos llenos de información y experiencia basada en
nuestro condicionamiento, nuestra memoria y nuestras capacidades.
Cuando decís “yo sé”, ¿qué queréis significar? O el
reconocimiento que conocéis es el reconocimiento de un hecho o de
cierta información, o es una experiencia que habéis tenido. La
constante acumulación de informaciones, la adquisición de diversas
formas de conocimiento, de información, todo eso constituye el
aserto “yo sé”; y empezáis traduciendo lo que habéis leído,
según vuestro trasfondo, vuestro deseo, vuestra experiencia. Vuestro
conocimiento es una cosa en la cual se desarrolla un proceso similar
al proceso del deseo. A la creencia le substituimos el conocimiento.
“Yo sé, he tenido experiencia, ello no puede ser refutado; mi
experiencia es ésa, en eso confío completamente”; estas son
manifestaciones de aquel conocimiento. Mas cuando vayáis tras él,
lo analicéis, lo consideréis más inteligente y cuidadosamente,
veréis que la mismísima afirmación “yo sé” es otro muro que
os separa de mí. En busca de comodidad, de seguridad, os refugiáis
detrás de ese muro. Por consiguiente, cuanto mayor es el
conocimiento de que una mente esta cargada, menos capaz es ella de
comprensión.
No sé si alguna vez habéis pensado en este
problema de la adquisición de conocimientos, si el conocimiento nos
ayuda fundamentalmente a amar, a estar libres de esas cualidades que
producen conflicto en nosotros y con el prójimo; si el conocimiento
jamás libera a la mente de la ambición. Porque, después de todo,
la ambición es una de las cualidades que destruyen la vida de
relación, que colocan al hombre contra el hombre. Y si quisiéramos
vivir en paz unos con otros, la ambición debe por cierto terminar
completamente; no sólo la ambición política, económica, social,
sino también la ambición más sutil y perniciosa, la ambición
espiritual, la de ser
algo. ¿Será alguna vez posible que la mente esté libre de este
proceso acumulativo del conocimiento, de este deseo de saber?
Resulta algo muy interesante observar cómo en nuestra vida ambas
cosas, conocimiento y creencia, desempeñan un papel
extraordinariamente poderoso. ¡Mirad cómo rendimos culto a los que
poseen inmenso conocimiento y erudición! ¿Podéis comprender el
sentido de ello? Si quisierais hallar alguna cosa nueva, experimentar
algo que no es una proyección de vuestra imaginación, vuestra mente
debe estar libre. ¿No es cierto? Debe ser capaz de ver algo nuevo.
Infortunadamente, empero, cada vez que veis algo nuevo, traéis toda
la información que ya os es conocida, todos vuestros conocimientos,
todos vuestros recuerdos del pasado; es evidente que os volvéis
incapaces de mirar, incapaces de recibir nada que sea nuevo y no
pertenezca a lo viejo. Por favor, no traduzcáis esto inmediatamente
a detalles. Si yo no sé cómo regresar a mi casa, estaré perdido;
si yo no sé manejar una máquina, poco serviré. Eso es cosa
enteramente diferente. Aquí no estamos discutiendo eso. Estamos
discutiendo acerca del conocimiento que se emplea como medio para la
seguridad, para el deseo íntimo y psicológico de ser algo. ¿Qué
obtenéis por medio del conocimiento? La autoridad del conocimiento,
el peso del conocimiento, el sentido de importancia, de dignidad, el
sentido de vitalidad y tantas otras cosas. Un hombre que dice “yo
sé”, “hay”, o “no hay”, ha dejado ciertamente de pensar,
ha dejado de seguir todo este proceso del deseo.
Entonces nuestro problema, tal como yo lo veo, es
éste: “Estamos atados, oprimidos por la creencia, por el
conocimiento, ¿y es posible para una mente estar libre del ayer y de
las creencias que han sido adquiridas a través del proceso del
ayer?” ¿Comprendéis la pregunta? ¿Es posible, para mí como
individuo y para vosotros como individuos, vivir en esta sociedad y
sin embargo estar libres de las creencias en que la mente ha sido
educada? ¿Es posible para la mente estar libre de todo ese
conocimiento, de toda esa autoridad? Leemos las diversas escrituras,
los libros religiosos. Allí han descrito con mucho esmero qué se ha
de hacer, qué no se ha de hacer, cómo se ha de alcanzar la meta,
qué es la meta y qué es Dios. Todos vosotros sabéis eso de
memoria, y eso habéis perseguido. Ese es vuestro conocimiento, eso
es lo que habéis adquirido, eso es lo que habéis aprendido; por ese
sendero seguís. Es obvio que lo que perseguís y veis, eso
encontraréis. ¿Pero es ello la realidad? ¿No es la proyección de
vuestro propio conocimientos. Eso no es la realidad. ¿Es posible
comprender esto ahora
no mañana sino ahora- y decir “veo la verdad de ello”, y
no ocuparse más de ello, para que vuestra mente no esté mutilada
por este proceso de imaginación, de proyección?
¿Es capaz la mente de libertarse de la creencia? Sólo podéis estar
libres de ella cuando comprendéis la naturaleza intima de las causas
que os hacen aferraros a ella; no sólo los móviles conscientes sino
también los inconscientes, que os hacen creer. Después de todo, no
somos meros entes superficiales que funcionan en el nivel consciente.
Podemos descubrir las actividades conscientes e inconscientes más
profundas, si a la mente inconsciente le dais la oportunidad, porque
es mucho más rápida en la respuesta que la mente consciente.
Mientras vuestra mente consciente está tranquilamente pensando,
escuchando y observando, la mente inconsciente está mucho más
activa, mucho más alerta y mucho mas receptiva; ella, por lo tanto,
puede tener una respuesta. ¿Puede la mente que ha sido subyugada,
intimidada, forzada, compelida a creer, puede una mente así estar
libre para pensar? ¿Puede mirar de un modo nuevo y suprimir el
proceso de aislamiento entre vosotros y otro? No digáis, por favor,
que la creencia une a la gente. No la une. Eso es obvio. Ninguna
religión organizada jamás lo ha hecho. Miraos a vosotros mismos en
vuestro propio país. Todos sois creyentes, ¿pero hay comunión
entre vosotros? ¿Estáis todos de acuerdo? ¿Estáis todos unidos?
Vosotros mismos sabéis que no lo estáis. Estáis divididos en
muchísimos pequeños e insignificantes partidos, en castas. Conocéis
las innumerables divisiones. El proceso es el mismo a través del
mundo: cristianos que destruyen a cristianos, que se asesinan por
cosas pequeñas y mezquinas, que arrojan a la gente en campamentos,
etcétera. Todo el horror de la guerra. De suerte que la creencia no
une a la gente. Es clarísimo. Si eso es claro y es verdad, y si lo
veis, entonces hay que seguirlo. Pero la dificultad estriba en que la
mayoría de nosotros no vemos, porque no somos capaces de enfrentar
aquella inseguridad interior, aquella íntima sensación de estar
solos. Queremos algo en qué apoyarnos, ya sea el Estado, o la casta,
o el nacionalismo, o un Maestro, o un Salvador, o cualquier cosa. Y
cuando vemos lo falso de todo esto, la mente es capaz así sea
temporariamente, durante un segundo- de ver la verdad al respecto; y
aun así, cuando resulta demasiado para ella, la mente vuelve atrás.
Basta, empero, ver temporariamente. Si lo veis durante un fugaz
segundo, es suficiente; porque entonces veréis ocurrir una cosa
extraordinaria. Lo inconsciente está en acción aunque lo consciente
pueda rechazar. Y ese segundo no es progresivo sino la cosa única; y
él dará sus propios resultados aun a pesar de que la mente
consciente luche contra ello.
Esta es, pues, nuestra pregunta: ¿es posible que la mente esté
libre de conocimiento y creencia? ¿No está hecha la mente de
conocimiento y creencia? ¿No es acaso conocimiento y creencia la
estructura de la mente? Conocimiento y creencia son los procesos del
reconocimiento, el centro de la mente. El proceso es limitador, el
proceso es tanto consciente como inconsciente. ¿Puede, pues, la
mente estar libre de su propia estructura? ¿Puede la mente dejar de
ser? Ese es el problema. La mente, tal como la conocemos, tiene tras
de sí la creencia, el deseo, el impulso de estar en seguridad,
conocimiento y acumulación de fuerza. Y si, con todo su poder y
superioridad, uno no puede pensar por sí mismo, no es posible que
haya paz en el mundo. Podréis hablar acerca de la paz, podréis
organizar partidos políticos, podréis gritar desde los techos de
las casas, pero no podréis tener paz; porque en la mente está la
base misma que crea contradicción, que aísla y separa. Un hombre de
paz, un hombre de fervor, no puede aislarse y sin embargo hablar de
fraternidad y paz. Ello resulta un simple juego, político o
religioso, un sentido de logro y ambición. Un hombre que toma esto
con verdadero fervor, que quiere descubrir, debe enfrentar el
problema del conocimiento y la creencia; tiene que ir tras él,
descubrir todo el proceso del deseo en acción: deseo de estar en
seguridad, deseo de certeza.
Una mente que quisiera hallarse en ese estado en que lo nuevo puede
acontecer sea ello la verdad, Dios o lo que os plazca- debe por
cierto dejar de adquirir, de acopiar; debe dejar de lado todo
conocimiento. Una mente cargada de conocimientos no puede, en modo
alguno, por cierto, comprender aquello que es real, inconmensurable.
CAPÍTULO VII
EL ESFUERZO
Para la mayoría de nosotros, toda nuestra vida se basa en el
esfuerzo, en algún acto de la voluntad. Y no podemos concebir una
acción sin volición, sin esfuerzo; nuestra vida se basa en ella.
Nuestra vida social, económica, y la vida llamada “espiritual’
es una serie de esfuerzas que siempre culminan en cierto resultado. Y
creemos que el esfuerzo es esencial, necesario.
¿Por qué hacemos esfuerzos? ¿No es acaso, dicho simplemente, con
el fin de lograr un resultado, de llegar a ser algo, de alcanzar una
meta? Y, si no hacemos un esfuerzo, creemos que nos estancaremos.
Tenemos una idea acerca de la meta hacia la cual constantemente nos
esforzamos; y ese forcejeo ha llegado a ser parte de nuestra vida. Si
queremos transformarnos, si deseamos producir un cambio radical en
nosotros mismos, hacemos un tremendo esfuerzo para eliminar los
viejos hábitos, para resistir las influencias habituales del
ambiente, y lo demás. Estamos, pues, acostumbrados a esta serie de
esfuerzos para encontrar o lograr algo, hasta para vivir.
¿Y todo esfuerzo así no es acaso la actividad del yo? ¿No es el
esfuerzo una actividad egocéntrica? Y si hacemos un esfuerzo desde
el centro del yo, él ha de producir inevitablemente más conflicto,
más confusión, más infortunio. Y sin embargo, seguimos haciendo
esfuerzo tras esfuerzo. Y muy pocos de nosotros comprenden que la
actividad egocéntrica del esfuerzo no disipa ninguno de nuestros
problemas. Por el contrario, aumenta nuestra confusión, nuestras
miserias y nuestro dolor. Esto lo sabemos, no obstante lo cual
continuamos esperando que en alguna forma nos abrimos paso a través
de esta actividad egocéntrica del esfuerzo, o acción de la
voluntad.
Creo que comprenderemos la significación de la vida, si comprendemos
lo que significa hacer un esfuerzo. ¿Acaso el esfuerzo trae
felicidad? ¿Habéis tratado alguna vez de ser felices? Es imposible,
¿verdad? Lucháis por ser felices, y la felicidad no os llega, ¿no
es así? El júbilo no surge mediante la represión ni mediante el
control o la propia complacencia. Podréis complaceros a vosotros
mismos, pero al final habrá amargura. Podréis reprimiros o
dominaros, pero siempre habrá lucha en lo recóndito. Por lo tanto
la felicidad no es fruto del esfuerzo, ni el júbilo es fruto del
control y la represión; y sin embargo toda nuestra vida es una serie
de represiones, una serie de controles, una serie de complacencias
que traen pesar. Constantemente, asimismo, nos dominamos, luchamos
con nuestras pasiones, nuestra codicia y nuestra estupidez. ¿No
luchamos, no lidiamos, no nos esforzamos en la esperanza de hallar la
felicidad, de encontrar algo que nos dé un sentimiento de paz, un
sentimiento de amor? Y sin embargo, ¿surge acaso el amor o la
comprensión mediante el esfuerzo? Creo que es muy importante
comprender qué entendemos por lucha, porfía o esfuerzo.
¿No significa el esfuerzo una lucha por cambiar
lo que es
en lo que no es, o en aquello que debiera ser o llegar a ser? Es
decir, constantemente luchamos para evitar encarar lo que es;
o intentamos alejarnos de ello y transformar o modificar lo que es.
El hombre verdaderamente contento es aquel que comprende lo que es,
que atribuye el verdadero sentido a lo que es.
Eso es el verdadero contento; Contiene nada que ver con la posesión
de pocas o muchas cosas sino con la comprensión del significado
total de lo que es;
y ello sólo puede advenir cuando reconocéis lo que es,
cuando os dais cuenta de lo que es,
no cuando tratáis de modificarlo o de cambiarlo.
Vemos, pues, que el esfuerzo es una porfía o una lucha por
transformar aquello qué es en aquello que deseáis que sea. Estoy
hablando únicamente de la lucha psicológica, no de la lucha con un
problema físico como los de la ingeniería, o de algún
descubrimiento o transformación puramente técnica. Yo hablo tan
sólo de esa lucha que es psicológica, y que siempre se sobrepone a
lo técnico. Puede que construyáis con gran esmero una sociedad
maravillosa, empleando los infinitos conocimientos que la ciencia nos
ha brindado. Pero mientras no hayamos comprendido el esfuerzo, la
lucha y la batalla psicológica, y no hayamos vencido las corrientes
e impulsos subconscientes, la estructura de la sociedad, por
maravillosa que sea su construcción, tendrá por fuerza que
derrumbarse, como ha ocurrido una y otra vez.
El esfuerzo nos aparta de lo que es.
No bien yo acepto lo que es,
ya no hay lucha. Toda forma de lucha o esfuerzo, es un indicio de
distracción; y esa desviación, que es un esfuerzo, tendrá que
existir mientras en lo psicológico yo desee transformar lo que es
en algo que no es.
Es preciso que empecemos por ser libres para ver que el júbilo y la
felicidad no provienen del esfuerzo. ¿Acaso la creación surge
mediante el esfuerzo, o surge tan sólo cuando el esfuerzo cesa?
¿Cuándo escribís, pintáis o cantáis? ¿Cuándo creáis? Por
cierto que cuando no os esforzáis, cuando estáis completamente
receptivos, cuando en todos los niveles estáis en completa comunión,
cuando en vosotros hay completa integración: Entonces surge el
júbilo, y entonces empezáis a cantar, a escribir un poema o a
pintar o modelar algo. El instante creador no nace de la lucha.
Comprendiendo la cuestión de la “creatividad”, podremos tal vez
comprender qué entendemos por esfuerzo. ¿Es la “creatividad” un
resultado del esfuerzo, y nos damos cuenta de nosotros mismos en los
momentos en que somos creadores? ¿O la “creatividad” es un
sentido de total olvido de uno mismo, ese sentimiento que se
experimenta cuando no hay turbulencia, cuando uno es enteramente
inconsciente del movimiento del pensar, cuando sólo existe el ser
completo, pleno, exuberante? ¿Es ese estado un resultado del afán,
de la lucha, del conflicto, del esfuerzo? No sé si alguna vez habéis
notado que cuando hacéis algo con facilidad, con presteza, no hay
esfuerzo, hay ausencia completa de lucha; mas como nuestra vida es en
su mayor parte una serie de batallas, de conflictos, de luchas, no
podemos imaginar una vida, un estado del ser en que el bregar haya
cesado completamente.
Para comprender el estado del ser en que no hay lucha, ese estado de
existencia creadora, es preciso, por cierto, examinar en su totalidad
el problema del esfuerzo. Entendemos por esfuerzo la lucha por la
realización de uno mismo, por llegar a ser algo, ¿no es así? Soy
esto, y quiero llegar a ser aquello; no soy aquello, y debo llegar a
serlo. En el hecho de llegar a ser “aquello” hay forcejeo, hay
batalla, conflicto, lucha. En esta lucha nos interesa inevitablemente
colmarnos mediante el logro de un fin; buscamos la propia
satisfacción en un objeto, en una persona, en una idea, y eso exige
constante batalla, lucha, esfuerzo por devenir, por realizarse. De
suerte que este esfuerzo lo hemos tenido por inevitable; y yo me
pregunto si es inevitable esta lucha por llegar a ser algo. ¿Por qué
existe esta lucha? Donde exista el deseo de realizarse, en cualquier
grado o en cualquier nivel tiene que haber lucha. La realización es
el móvil, el estímulo que hay detrás del esfuerzo; ya se trate de
un alto funcionario, de una dueña de casa o de un pobre hombre; esa
batalla por llegar a ser algo, por realizarse, prosigue siempre.
Bueno, ¿por qué existe el deseo de colmarnos? Es obvio que el deseo
de realizarnos, de llegar a ser algo, surge cuando existe la
percepción de que uno nada es. Como no soy nada, como soy
insuficiente, vacío, interiormente pobre, hecho por llegar a ser
algo; externa o internamente, lucho para llenar mi vacío con una
persona, con una cosa, con una idea. Llenar ese vacío es todo el
proceso de nuestra existencia. Dándonos cuenta de que somos vacíos,
interiormente pobres, luchamos por acumular cosas en lo externo, o
por cultivar la riqueza interior. Sólo hay esfuerzo cuando uno
escapa a ese vacío interior por medio de la acción, de la
contemplación, de la adquisición, del logro, del poder, y lo demás.
Esa es nuestra diaria existencia. Yo me doy cuenta de mi
insuficiencia, de mi pobreza interna, y lucho para huir de ella o
para llenarla. Esto de huir, de evitar el vacío o de procurar
encubrirlo, ocasiona lucha, rivalidad, esfuerzo.
¿Y qué sucede si fimo no hace un esfuerzo para
huir? Que uno vive con esa soledad, con esa vacuidad; y al aceptar
esa vacuidad, uno hallará que adviene un estado de ser
creador que no tiene nada que hacer con la lucha, con el esfuerzo. El
esfuerzo sólo existe mientras tratamos de evitar esa soledad, ese
vacío interior; mas cuando lo miramos y lo observamos, cuando
aceptamos lo que es
sin esquivarlo, hallaremos que surge un estado de ser en el que cesa
toda lucha. Ese estado de ser es creatividad, y no es resultado del
esfuerzo.
Pero cuando hay comprensión de lo que es, o sea del vacío, de la
insuficiencia interior; cuando uno vive con esa insuficiencia y la
comprende plenamente, adviene la realidad creadora, la inteligencia
creadora, que es lo único que trae felicidad.
Así, pues, la acción tal como la conocemos es en
realidad reacción, es un incesante llegar a ser algo que consiste en
negar; en evitar lo que es;
mas cuando hay captación del vacío, sin opción, sin condenación
ni justificación, en esa comprensión de lo que es
hay acción; y esta acción es ser creativo. Esto lo comprenderéis
si os dais cuenta de vosotros mismos en la acción. Observaos en el
momento en que actuáis, y no sólo exteriormente; ved asimismo el
movimiento de vuestro pensar y sentir. Cuando os deis cuenta de ese
movimiento, veréis que el proceso de pensar que es también
sentimiento y acción- se basa en una idea de llegar a ser algo. La
idea de llegar a ser algo surge tan sólo cuando hay una sensación
de inseguridad, y esa sensación de inseguridad llega cuando uno se
da cuenta del vacío interior. Así, pues, si os dais cuenta de ese
proceso de pensamiento y sentimiento, veréis desarrollarse una
constante batalla, un esfuerzo por cambiar, por modificar, por
alterar lo que es.
Ese es el esfuerzo por devenir, y el devenir es evitar directamente
lo que es.
Mediante el conocimiento propio, mediante una constante captación,
hallaréis que la lucha, la batalla, el conflicto del devenir,
conduce al dolor, al sufrimiento y a la ignorancia. Sólo si os dais
cuenta de la insuficiencia interior y vivís con ella, sin
escapatoria, aceptándolo totalmente, descubriréis una tranquilidad
extraordinaria, una tranquilidad que no es un resultado artificial
sino que viene con la comprensión de lo que es.
Sólo en ese estado de tranquilidad hay ser creativo.
CAPÍTULO VIII
LA CONTRADICCIÓN
En nosotros y en torno nuestro vemos
contradicción; de suerte que, como estamos en contradicción, hay
falta de paz en nosotros y por tanto fuera de nosotros. Hay en
nosotros un estado constante de negación y afirmación: lo que
queremos
ser y lo que somos. El estado de contradicción engendra conflicto, y
este conflicto no trae paz, lo cual es un hecho obvio, sencillo. Esta
contradicción íntima no debería interpretarse como dualismo
filosófico de algún género, porque eso resulta una muy fácil
evasión. Esto es, diciendo que la contradicción es un estado de
dualismo, creemos haberla resuelto, lo cual, evidentemente, resulta
simple convencionalismo, algo que contribuye a eludir lo existente.
Bueno, ¿qué entendemos por conflicto, por
contradicción? ¿Por qué hay contradicción en nosotros esta
constante lucha por ser algo distinto de lo que soy-? Soy esto, y
deseo ser aquello. Esta contradicción es en nosotros un hecho, no un
dualismo metafísico. La metafísica nada significa para la
comprensión de lo que es.
Podemos discutir, digamos, el dualismo, lo que es,
si existe, y lo demás. ¿Pero qué valor tiene eso si no sabemos que
hay contradicción en nosotros, deseos opuestos, intereses opuestos,
empeños opuestos? Quiero ser bueno y no soy capaz de serlo. Esta
contradicción, esta oposición en nosotros, debe ser comprendida
porque engendra conflicto; y estando en conflicto, en lucha, no
podemos crear individualmente. Veamos claramente en qué estado nos
hallamos. Hay contradicción, y por ello tiene que haber lucha; y la
lucha es destrucción, disipación. En ese estado no podemos producir
más que antagonismo, lucha, mayor amargara y dolor. Si podemos
comprender plenamente y así librarnos de contradicción, podrá
haber paz interior, la cual traerá comprensión entre unos y otros.
El problema, es, pues, éste: viendo que el conflicto es destructivo,
disipador, ¿por qué es que en cada uno de nosotros hay
contradicción? Para comprender eso, debemos llegar algo más lejos.
¿Por qué existe la sensación de deseos opuestos? No sé si nos
damos cuenta de ello en nosotros mismos, de esta contradicción, de
este sentido de querer y no querer, de recordar algo y tratar de
olvidarlo a fin de encontrar alguna cosa nueva. Observad eso, nada
más. Es muy sencillo y normal. No es una cosa extraordinaria. El
hecho es que hay contradicción. ¿Por qué, entonces, surge esta
contradicción?
¿Qué entendemos por contradicción? ¿No implica
ella un estado transitorio que se ve contrariado por otro estado
transitorio? Esto es, yo creo tener un deseo permanente. Afirmo que
hay en mí un deseo permanente, y surge otro deseo que lo contradice;
y esta contradicción produce conflicto, el cual es disipación. Es
decir, hay constante negación de un deseo por otro deseo; un empeño
se sobrepone a otro empeño. ¿Pero existe tal deseo permanente? Todo
deseo, por cierto, es transitorio, no en un sentido metafísico sino
efectivamente. Yo quiero un empleo, es decir, espero que cierto
empleo sea un medio de felicidad; y, cuando lo obtengo, no me siento
satisfecho. Quiero llegar a ser gerente, luego propietario, y así
sucesivamente, no sólo en este mundo sino en el mundo llamado
espiritual; el maestro de escuela llegando a ser director; el cura,
obispo, el discípulo, maestro.
Este constante devenir, este llegar a un estado tras otro, produce
contradicción, ¿no es cierto? ¿Por qué, por lo tanto; no
considerar la vida como una serie de fugaces deseos, siempre en
contradicción unos con otros, en vez de considerarla como un deseo
permanente? De ese modo la mente no necesita hallarse en un estado de
contradicción. Si miro la vida, no como un deseo permanente sino
como una serie de deseos temporarios que cambian constantemente,
entonces no hay contradicción.
La contradicción surge tan sólo cuando la mente tiene un punto fijo
de deseo; es decir, cuando la mente no considera todo deseo como
movedizo, transitorio, sino que se apodera de un deseo y hace de él
una cosa permanente; y sólo entonces, cuando surgen otros deseos,
hay contradicción. Pero todos los deseos están en movimiento
constante; no hay fijación de deseo. No hay punto fijo en el deseo,
pero la mente establece un punto fijo porque todo lo trata como medio
de llegar, de ganar; y tiene que haber contradicción, conflicto,
mientras uno esté llegando. Deseáis llegar, lograr éxito, deseáis
encontrar un Dios o verdad final que sea vuestra permanente
satisfacción. Por consiguiente no buscáis la verdad, no buscáis a
Dios. Lo que buscáis es satisfacción duradera, y a esa satisfacción
la revestís de una idea, de una palabra de sonido respetable, tal
como Dios, la verdad. De hecho, empero, estamos todos nosotros
buscando satisfacción, y ese pacer, esa satisfacción, la colocamos
en el punto más alto, llamándole Dios; y el punto más bajo es la
bebida. Mientras la mente busque satisfacción, no hay mucha
diferencia entre Dios y la bebida. Socialmente, puede que la bebida
sea mala; pero el deseo íntimo de satisfacción, de ganancia, es aun
más roñoso, ¿no es así? Si realmente queréis hallar la verdad,
debéis ser en extremo honestos, no sólo en el nivel verbal sino en
todos los niveles; tenéis que ser extraordinariamente claros, y no
podéis serlo si no estáis dispuestos a enfrentar los hechos.
Ahora bien: ¿qué es lo que causa contradicción
en cada uno de nosotros? Es, ciertamente, el deseo de llegar a ser
algo, alcanzar éxito en el mundo y lograr un resultado en nuestro
fuero interno. Mientras pensemos, pues, en términos de tiempo, de
logro, de posición, tiene que haber contradicción. Después de
todo, la mente es producto del tiempo. El pensamiento se basa en el
ayer, en el pasado; y mientras el pensamiento funcione en la esfera
del tiempo pensar en términos de futuro, de devenir, de ganar,
de lograr- tiene que haber contradicción porque en tal caso somos
incapaces de enfrentar exactamente lo que es.
Sólo dándose uno cuenta, comprendiendo y siendo imparcialmente
consciente de lo que es,
existe una posibilidad de estar libre de ese factor desintegrarte que
es la contradicción.
De modo que es esencial entender todo el proceso de nuestro pensar,
pues ahí es donde hallamos contradicción. El pensamiento en si se
ha convertido en una contradicción, porque no hemos comprendido el
proceso total de nosotros mismos; y esa comprensión sólo es posible
cuando somos plenamente conscientes de nuestro pensar, no como un
observador que opera sobre su pensamiento, sino integral e
imparcialmente, lo cual es muy arduo. Sólo así disuélvese esa
contradicción que es tan perjudicial y dolorosa.
Mientras procuremos lograr un resultado psicológico, mientras
queramos seguridad interior, tiene que haber una contradicción en
nuestra vida. No creo que la mayoría de nosotros seamos conscientes
de esa contradicción; o, si lo somos, no captamos su verdadero
significado. Por el contrario, la contradicción nos da ímpetu para
vivir; el elemento mismo del razonamiento nos hace sentir que estamos
vivos. El esfuerzo, la lucha de la contradicción, nos da una
sensación de vitalidad. Es por eso que nos gustan las guerras y que
disfrutamos la batalla de las frustraciones. Mientras exista el deseo
de lograr un resultado que es el deseo de estar
psicológicamente en seguridad- tiene que haber una contradicción; y
donde hay contradicción no puede haber mente serena. La serenidad de
la mente es esencial para comprender toda la significación de la
vida. El pensamiento nunca puede estar tranquilo; el pensamiento, que
es el producto del tiempo, jamás podrá encontrar lo que es
atemporal, jamás podrá conocer aquello que está más allá del
tiempo. La naturaleza misma de nuestro pensar es una contradicción,
porque siempre pensamos en términos de pasado o de futuro; y por
ello nunca podemos ser plenamente conocedores, plenamente conscientes
del presente.
Ser plenamente consciente del presente es tarea extraordinariamente
difícil, porque la mente es incapaz de enfrentar un hecho de un modo
directo, sin engaño. El pensamiento es producto del pasado, y por
eso sólo puede pensar en términos de pasado o de futuro; el
pensamiento no puede ser completamente consciente de un hecho en el
presente. Así, pues, mientras el pensamiento que es producto
del pasado- trate de eliminar la contradicción y todos los problemas
que ella origina, él persigue tan sólo un resultado, procura lograr
un fin; y semejante pensamiento sólo crea más contradicción, y con
ella conflicto, desdicha y confusión en nosotros y por lo tanto en
torno nuestro.
Para estar libre de contradicción hay que ser
consciente del presente, sin opción. ¿Cómo puede haber opción
cuando hacéis frente a un hecho? Evidentemente, la comprensión del
hecho se hace imposible mientras el pensamiento procure obrar sobre
el hecho en términos de devenir, de cambio, de alteración. El
conocimiento propio es, pues, el comienzo de la comprensión y, sin
conocimiento propio, la contradicción y el conflicto continuarán.
Conocer todo el proceso, la totalidad de uno mismo, no requiere
ningún experto, ninguna autoridad. El seguir a la autoridad sólo
engendra miedo. Ningún experto, ningún especialista, puede
mostrarnos como comprender el proceso del “yo”.
Uno mismo tiene que estudiarlo. Vosotros y yo podemos ayudarnos
mutuamente, conversando al respecto; pero nadie puede revelárnoslo,
ningún especialista, ningún instructor, puede explorarlo por
nosotros. Sólo en nuestra vida de relación podemos ser conscientes
de él: en nuestra relación con las cosas, los bienes, las personas
y las ideas. En la vida de relación descubriremos que la
contradicción surge cuando la acción se aproxima a una idea. La
idea es mera cristalización del pensamiento como símbolo; y el
esfuerzo por vivir en armonía con el símbolo produce una
contradicción.
De modo, pues, que mientras haya una norma do pensamiento, la
contradicción continuará; y para poner fin a la norma, y con ella a
la contradicción, tiene que haber conocimiento propio. Esta
comprensión del “yo” no es proceso reservado para unos pocos. El
“yo” ha de ser comprendido en nuestro lenguaje de todos los días,
en nuestra manera de pensar y sentir, en como miramos a los demás.
Si podemos ser conscientes de todo pensamiento, de todo sentimiento,
de instante en instante, entonces veremos que en la convivencia se
comprenden las modalidades del “yo”. Sólo entonces existe una
posibilidad de quietud, único estado de la mente en que la realidad
fundamental puede manifestarse.
CAPÍTULO IX
¿QUÉ ES EL “YO”?
¿Sabemos qué entendemos por el “yo”? Por ello entiendo la idea,
el recuerdo, la conclusión, la experiencia, las diversas formas de
intenciones nombrables o innominables, el constante empeño por ser o
por no ser, la memoria acumulada de lo inconsciente: lo racial, el
grupo, lo individual, el clan y la totalidad de tales cosas, ya sea
proyectada hacia afuera en acción, o proyectada espiritualmente como
virtud. El esforzarse por todo eso es el “yo”. En ello se incluye
la rivalidad, el deseo de ser. El proceso íntegro de todo eso es el
“yo”; y realmente sabemos, cuando nos enfrentamos con ello, que
es cosa maligna. Empleo la palabra “maligna” intencionalmente,
porque el “yo” es causa de división, el “yo” nos encierra en
nosotros mismos; sus actividades, por nobles que sean, son
separativas y aisladoras. Esto lo sabemos. También sabemos que son
extraordinarios los momentos en que el “yo” no está presente, en
que no hay sensación de empeño, de esfuerzo, lo que ocurre cuando
hay amor.
Paréceme importante comprender como la experiencia fortalece el
“yo”. Si somos serios, deberíamos comprender este problema de la
experiencia. Ahora bien, ¿qué entendemos por experiencia? En todo
momento tenemos experiencias, impresiones; y esas impresiones las
interpretamos, y reaccionamos ante ellas; o actuamos de acuerdo con
esas impresiones; somos calculadores, astutos, y lo demás. Hay
constante influencia reciproca entre lo que se ve objetivamente y
nuestra reacción ante ello, y acción recíproca entre lo consciente
y los recuerdos de lo inconsciente.
Conforme a mis recuerdos, reacciono ante cualquier cosa que veo, ante
cualquier cosa que siento. En este proceso de reaccionar ante lo que
veo, lo que siento, lo que sé, lo que creo, la experiencia se va
produciendo. ¿No es así? La reacción ante la respuesta de algo
visto, es experiencia. Cuando os veo, reacciono; el nombrar esa
reacción es experiencia. Si no la nombro, esa reacción no es una
experiencia. Observad vuestras propias respuestas y lo que ocurre en
torno vuestro. No hay experiencia a menos que al mismo tiempo se
desarrolle un proceso de nombrar. Si no os reconozco, ¿cómo puedo
tener la experiencia de veros? Ello suena sencillo y correcto. ¿No
es un hecho? Esto es, si no reacciono ante vosotros según mis
recuerdos, según mi condicionamiento, según mis prejuicios, ¿cómo
puedo saber que he tenido una experiencia?
Está luego la proyección de diversos deseos. Deseo estar protegido,
tener seguridad interior; o deseo tener un Maestro, un guía
espiritual, un instructor, un Dios; y experimento aquello que he
proyectado. Es decir, he proyectado un deseo que ha tomado una forma,
al cual le he dado un nombre; ante eso reacciono. Es mi proyección.
Es mi nominación. Ese deseo que me brinda una experiencia, me hace
decir: “he experimentado”, “me he encontrado con el Maestro”,
o bien “no he encontrado al Maestro”. Ya conocéis todo el
proceso de nombrar una experiencia. El deseo es lo que llamáis “una
experiencia”. ¿No es cierto?
Cuando deseo el silencio de la mente, ¿qué es lo que ocurre?, ¿qué
sucede? Veo la importancia de tener una mente silenciosa, una mente
quieta, por diversas razones: porque eso lo han dicho los Upanishads,
las escrituras religiosas, los santos; y, ocasionalmente, yo mismo
siento lo bueno que es estar tranquilo, pues mi mente parlotea
demasiado todo el día. Por momentos siento lo bello, lo agradable
que es tener una mente apacible, una mente silenciosa. El deseo es
experimentar el silencio. Yo deseo tener una mente silenciosa, y
entonces pregunto “¿cómo lograrla?” Conozco lo que este o aquel
libro dice acerca de la meditación y las diversas formas de
disciplina. Así por la disciplina busco experimentar el silencio. El
“yo”, por eso, se instala en la experiencia del silencio.
Quiero comprender qué es la Verdad; ese es mi deseo, mi anhelo.
Luego está mi proyección de lo que considero a que es la verdad,
porque he leído mucho al respecto, he oído hablar de ella a mucha
gente; las escrituras religiosas la han descrito. Deseo todo eso.
¿Qué ocurre? La misma demanda, el deseo mismo, es proyectado; y
experimento porque reconozco ese estado proyectado. Si no reconozco
ese estado, no la llamaría “verdad . Lo reconozco y lo
experimento. Esa experiencia da vigor al “sí mismo”, al “yo”.
¿No es así? De suerte que el “yo” se atrinchera en la
experiencia. Entonces decís “yo sé”, “el Maestro existe”,
“hay Dios” o “no hay Dios”; decís que un determinado sistema
político es justo y los otros no lo son.
La experiencia, pues, está siempre fortaleciendo el “yo”. Cuanto
más atrincherados estáis en vuestra experiencia, tanto más se
fortalece el “yo”. Como resultado de esto, tenéis cierta fuerza
de carácter, de conocimiento, de creencia, de lo que hacéis gala
ante otras personas porque sabéis que no son tan avisados como
vosotros, y porque vosotros tenéis el don de la pluma o de la
palabra y sois astutos. Es porque el “yo” sigue actuando que
vuestras creencias, vuestros Maestros, vuestras castas, vuestro
sistema económico, son un proceso de aislamiento, y por lo tanto
todo ello trae contienda. Si en vosotros hay alguna seriedad o fervor
al respecto, debéis disolver este centro completamente, y no
justificarlo. Es por eso que debemos comprender el proceso de la
experiencia.
¿Es posible que la mente, que el “yo”, no proyecte, no desee, no
experimente? Vemos que todas las experiencias del “yo” son una
negación, una destrucción; y, sin embargo, a las mismas les
llamamos “acción positiva”. ¿No es así? Eso es lo que llamamos
“modo positivo de vida”. Deshacer todo ese proceso es lo que
llamáis negación. ¿Tenéis razón en eso? ¿Podemos nosotros
vosotros y yo como individuos- ir a la raíz de ello y
comprender el proceso del “yo”? Ahora bien, ¿qué es lo que
produce la disolución del “yo”? Grupos religiosos y otros han
propuesto la identificación. ¿No es cierto? “Identificaos con
algo más grande, y el ‘yo’ desaparece”; eso es lo que ellos
dicen. Sin duda, la identificación sigue siendo el proceso del “yo”;
lo más grande es simplemente la proyección del “yo”, que yo
experimento y que por tanto fortalece el “yo”.
Todas las diversas formas de disciplina, creencias
y conocimiento, sólo fortalecen el “yo”. ¿Podemos encontrar un
elemento que disolverá el “yo”? ¿O es esa una pregunta
impropia? Eso es lo que en el fondo queremos. Queremos encontrar algo
que disuelva el “yo”. ¿No es cierto? Creemos que hay diversas
formas de hallar eso: identificación, creencias, y lo demás. Pero
todas ellas están al mismo nivel, una no es superior a la otra,
porque todas ellas son igualmente poderosas para fortalecer el “sí
mismo”, el “yo”. Veo ahora el “yo” dondequiera funcione, y
veo sus fuerzas y energía destructivas. Sea cual fuere el nombre que
le deis, él es una fuerza aisladora, destructiva; y deseo hallar una
manera de disolverlo. Debéis haberos dicho esto a vosotros mismos:
“veo que el ‘yo’ funciona todo el tiempo, y que siempre trae
ansiedad, miedo, frustración, desesperación, desdicha, no sólo a
mí mismo sino a cuantos me rodean; ¿es posible que ese ‘yo’ sea
disuelto, no parcial sino completamente?” ¿Podemos ir hasta la
raíz de él y destruirlo? Ese es el único modo de actuar ¿no es
así? No deseo ser parcialmente inteligente sino inteligente de un
modo integral. La mayoría de nosotros somos inteligentes por capas;
vosotros probablemente en un sentido, y yo en algún otro. Algunos de
vosotros sois inteligentes en vuestros negocios, otros en vuestro
trabajo de oficina, y lo demás. La gente es inteligente de
diferentes maneras; pero no lo somos integralmente. Ser
integralmente inteligente significa ser sin “yo”.
¿Es ello posible?
¿Es posible que el “yo” esté completamente ausente ahora?
Sabéis que sí es posible. ¿Cuáles son los ingredientes, los
requisitos necesarios? ¿Cuál es el elemento que produce eso? ¿Puedo
encontrarlo? Cuando hago la pregunta “¿puedo encontrarlo?”,
estoy sin duda convencido de que ello es posible. Ya he creado una
experiencia en la que el “yo” va a ser fortalecido. ¿No es así?
La comprensión del “yo” requiere gran dosis de inteligencia,
gran dosis de desvelo, de vigilancia, incesante observación, para
que él no se escabulla. Yo, que soy muy serio, quiero disolver el
“yo”. Cuando digo eso, sé que es posible disolver el “yo”.
En el momento en que digo “quiero disolver esto”, en ello existe
aún la experiencia del “yo”, y así el “yo” se fortalece.
¿Cómo será posible, pues, que el “yo” no experimente? Uno
puede ver que la acción creadora no es en absoluto la experiencia
del “yo”. Hay creación cuando el “yo” no está presente;
porque la creación no es intelectual, no es de la mente, no es
autoproyectada, es algo que está más allá de toda experiencia,
como lo sabemos. ¿Es posible que la mente esté del todo quieta, en
un estado de no reconocimiento, es decir, de no experiencia; que se
halle en un estado en el que la creación pueda ocurrir, lo que
significa que el “yo” no está ahí, que el “yo” está
ausente? El problema es ése. ¿No es cierto? Cualquier movimiento de
la mente, positivo o negativo, es una experiencia que realmente
fortalece el “yo”. ¿Es posible para la mente no reconocer? Eso
puede ocurrir tan sólo cuando hay completo silencio, mas no el
silencio que es una experiencia del “yo” y que por lo tanto lo
fortalece.
¿Hay una entidad aparte del “yo”, que mire al “yo”, y lo
disuelva? ¿Existe una entidad espiritual que desaloje al “yo” y
lo destruya, que haga caso omiso de él? Creemos que la hay. ¿No es
así? La mayoría de las personas religiosas cree que existe tal
elemento. El materialista dice “es imposible que el ‘yo’ sea
destruido; sólo puede ser condicionado y restringido en lo
político, en lo económico y en lo social-; podemos sujetarlo
firmemente dentro de cierto molde y podemos dominarlo; y por lo tanto
se puede hacer que lleve una vida elevada, una vida moral y que no se
ocupe en otra cosa que en seguir la norma social y funcionar como
simple máquina”. Eso lo sabemos. Hay otras personas, las llamadas
“religiosas” no son realmente religiosas, aunque así las
llamemos- que dicen: “Fundamentalmente, tal elemento existe. Si
podemos ponernos en contacto con el, él disolverá el ‘yo’”.
¿Existe tal elemento para disolver el “yo”? Ved, por favor, lo
que estamos haciendo. Sólo estamos arrinconando forzadamente al
“yo”. Si permitís que se os arrincone forzadamente, veréis lo
que habrá de ocurrir. Desearíamos que hubiese un elemento atemporal
que no pertenezca al “yo”, y que así lo esperamos- venga
para interceder y destruir el “yo”, y al que llamamos Dios. Ahora
bien, ¿hay cosa tal que la mente pueda concebir? Podrá o no
haberla; no se trata de eso. Cuando la mente busca un estado
atemporal y espiritual que entrará en acción para destruir el “yo”,
¿no es esa otra forma de experiencia que fortalece el “yo”?
Cuando creéis, ¿no es eso lo que realmente ocurre? Cuando creéis
que existe la verdad, Dios, un estado atemporal, la inmortalidad, ¿no
es ese el proceso de fortalecimiento del “yo”? El “yo” ha
proyectado esa cosa que, según sentís y creéis, vendrá a destruir
el “yo”. Habiendo, pues, proyectado esa idea de continuación en
un estado atemporal como entidad espiritual, tenéis experiencia; y
tal experiencia no hará sino fortalecer el “yo”. ¿Qué habréis
hecho por lo tanto? No habréis destruido realmente el “yo” sino
que le habréis dado un nombre diferente, una cualidad diferente; el
“yo” seguirá estando así, porque la habréis experimentado. De
suerte que nuestra acción, desde el comienzo hasta el fin, es la
misma acción; sólo que nosotros creemos que ella evoluciona, crece,
se vuelve más y más bella; pero, si lo observáis, interiormente,
es la misma acción que prosigue, el mismo “yo” que funciona en
diferentes niveles con diferentes rótulos, con diferentes nombres.
Cuando veis todo el proceso, las astutas y extraordinarias
invenciones del “yo”, su inteligencia, cómo se encubre mediante
la identificación, mediante la virtud, mediante la experiencia,
mediante la creencia, mediante el conocimiento; cuando veis que os
estáis moviendo en un circulo, en una jaula que él mismo fabrica,
¿qué sucede? Cuando os dais cuenta de ello, cuando tenéis pleno
conocimiento de ello, ¿no estáis entonces extraordinariamente
quietos? Y no por compulsión, ni mediante recompensa alguna, ni por
ningún temor. Cuando reconocéis que todo movimiento de la mente es
tan sólo una forma de fortalecimiento del “yo”, cuando observáis
eso y lo veis, cuando os dais completamente cuenta de eso en la
acción, cuando llegáis a ese punto no de un modo ideológico,
verbal; ni por experiencia proyectada, sino cuando estáis realmente
en ese estado-, entonces veréis que, estando la mente del todo
quieta, ella no tiene el poder de crear. Cualquier cosa creada por la
mente, lo es en un circulo, dentro del ámbito del “yo”. Cuando
la mente es no creadora, hay creación, lo cual no es un proceso
reconocible.
La realidad, la verdad, no ha de ser reconocida. Para que la verdad
advenga, la creencia, el conocimiento, la experiencia, el perseguir
la virtud todo eso debe desaparecer. La persona virtuosa que
tiene conciencia de perseguir la virtud, jamás podrá encontrar la
realidad. Podrá ser una persona muy decente; eso es enteramente
diferente del hombre que vive la verdad, del hombre que comprende. En
el hombre que vive la verdad, la verdad se ha manifestado. Un hombre
virtuoso es un hombre justo, y un hombre justo jamás podrá
comprender qué es la verdad; porque la virtud, para él, es el
encubrimiento del “yo”, el fortalecimiento del “yo”, porque
él persigue la virtud. Cuando él dice “debo ser sin codicia”,
el estado de no codicia que él experimenta fortalece el “yo”. Es
por eso que es tan importante ser pobre, no sólo en las cosas del
mundo sino también en creencia y en conocimiento. Un hombre rico en
bienes materiales, o un hombre rico en conocimientos y en creencias,
jamás conocerá otra cosa que la oscuridad, y será el centro de
todo daño y miseria. Mas si vosotros y yo, como individuos, podemos
ver todo este funcionamiento del “yo”, entonces sabremos qué es
el amor. Os aseguro que esa es la única reforma que pueda
posiblemente cambiar el mundo. El amor no es del “yo”. El “yo”
no puede reconocer el amor. Decís “yo amo”; pero entonces, en el
decirlo y en la experiencia misma de ello, no hay amor. Mas cuando
conocéis el amor, no hay “yo”. Cuando hay amor, no hay “yo”.
CAPÍTULO X
EL MIEDO
¿Qué es el miedo? El miedo sólo puede existir con relación a
algo, no aisladamente. ¿Cómo puedo tenerle miedo a la muerte, cómo
puedo tener miedo de algo que no conozco? Sólo puedo tener miedo de
algo que conozco. Cuando digo que la muerte me da miedo, ¿temo
realmente a lo desconocido o sea a la muerte- o tengo miedo de
perder lo que he conocido? Mi miedo no es a la muerte, sino a perder
mi asociación con las cosas que me pertenecen. Mi miedo existe
siempre en relación con lo conocido, no con lo desconocido.
Voy a averiguar cómo se está libre de miedo a lo conocido, es
decir, del miedo de perder mi familia, mi reputación, mi carácter,
mi cuenta bancaria, mis apetitos, etc. Podréis decir que el miedo
surge de la conciencia; pero vuestra conciencia está formada por
vuestro condicionamiento, de modo que la conciencia sigue siendo el
resultado de lo conocido. ¿Qué es lo que yo conozco? Conocer es
tener ideas, opiniones sobre las cosas, tener un sentido de
continuidad de lo conocido, y nada más. Las ideas son recuerdos,
resultados de la experiencia, la cual es respuesta al reto. Siento
temor de lo conocido, lo que significa que temo perder personas,
cosas o ideas, que temo descubrir lo que soy, que temo hallarme sin
saber qué hacer, que temo el dolor que pudiera sobrevenir cuando
haya perdido o no haya ganado, o no tenga más placer.
Existe el miedo al dolor. El dolor físico es la respuesta nerviosa,
pero el dolor psicológico se produce cuando me aferro a las cosas
que me brindan satisfacción, pues entonces tengo miedo de
quienquiera o de cualquier cosa que pueda quitármelas. Las
acumulaciones psicológicas impiden el dolor psicológico mientras
río se las perturba; esto es, yo soy un manojo de acumulaciones, de
experiencias, lo cual impide cualquier forma seria de perturbación;
y no quiero ser perturbado. Siento temor, por lo tanto, de
quienquiera las perturbe. Mi miedo es así a lo conocido; siento
temor de las acumulaciones físicas o psicológicas- que he
adquirido como medio de evitar el dolor o de impedir el sufrimiento.
Pero el sufrimiento está en el proceso mismo de acumular para evitar
el dolor psicológico. El conocimiento también ayuda a impedir el
dolor. Así como la ciencia médica ayuda d evitar el dolor físico,
las creencias ayudan a evitar el dolor psicológico, y es por eso que
temo perder mis creencias, aunque no posea un conocimiento perfecto
ni prueba concreta de la realidad de tales creencias. Puede que yo
rechace algunas de las creencias tradicionales que me han sido
inculcadas, porque mi propia experiencia me da fuerza, confianza,
comprensión; pero tales creencias, y los conocimientos que he
adquirido, son fundamentalmente lo mismo: un medio de evitar el
dolor, el sufrimiento.
El miedo existe mientras hay acumulación de lo conocido, lo cual
engendra temor de perder. El miedo a lo desconocido es por tanto el
temor de perder las cosas conocidas que he acumulado. La acumulación
invariablemente significa temor, el cual a su vez significa dolor; y
en el momento en que digo “no debo perder”, hay miedo. Aunque mi
intención al acumular sea la de evitar el sufrimiento, éste es
inherente al proceso de la acumulación. Las cosas mismas que yo
poseo engendran miedo, es decir, dolor.
La semilla de la defensa engendra la ofensa. Deseo seguridad física;
establezco así un gobierno soberano, el cual necesita fuerzas
armadas; y éstas significan guerra, la cual destruye la seguridad.
Donde hay deseo de autoprotección, hay miedo. Cuando me doy cuenta
de la falacia de reclamar seguridad, ya no acumulo. Si decís que
veis eso pero que no podéis evitar de acumular, es porque en
realidad no veis que, inherentemente, en la acumulación hay dolor.
El miedo existe en el proceso de la acumulación, y la creencia en
algo forma parte del proceso acumulativo. Mi hijo muere, y yo creo en
la reencarnación para que me impida psicológicamente tener más
dolor; pero en el proceso mismo de creer hay duda. Exteriormente
acumulo cosas, y traigo guerra; interiormente acumulo creencias y
traigo dolor. Mientras yo quiera estar en seguridad, tener cuentas
bancarias, placeres, etc., mientras quiera llegar a ser algo,
fisiológica o psicológicamente, tiene que haber dolor. Las cosas
mismas que haga para evitar el dolor me traen miedo, dolor.
El miedo surge cuando deseo adecuarme a una determinada norma de
conducta. Vivir sin miedo significa vivir sin una norma determinada.
Cuando exijo determinada manera de vivir, eso es en sí mismo una
fuente de temor. Mi dificultad es mi deseo de vivir en un molde
determinado. ¿No puedo romper el molde? Sólo puedo hacer tal cosa
cuando veo la verdad: que el molde causa temor, y que este temor
fortalece el molde. Si yo digo que debo romper el molde porque deseo
estar libre de temor, entonces no hago más que seguir otro patrón,
el cual causará más temor. Toda acción de mi parte, basada en el
deseo de romper el molde, sólo creará un nuevo patrón y por lo
tanto miedo. ¿Cómo habré de romper el molde sin causar miedo, es
decir, sin ninguna acción consciente o inconsciente de parte mía
con relación a aquélla? Esto significa que no debo actuar, no debo
hacer movimiento alguno para romper con la norma. ¿Qué me ocurre,
pues, cuando miro simplemente el patrón de conducta sin hacer nada a
su respecto? Yo veo que la mente es en sí el molde, el patrón; vive
en el patrón habitual que se ha creado. De suerte que la mente misma
es miedo. Cualquier cosa que la mente haga, contribuye a fortalecer
un viejo patrón de conducta o a fomentar uno nuevo. Esto significa
que todo lo que la mente hace para despojarse del miedo, causa miedo.
El miedo encuentra diversas escapatorias. La variedad corriente es la
identificación. ¿No es cierto? Identificación con la patria, con
la sociedad, con una idea. ¿No habéis notado cómo respondéis
cuando veis un desfile desfile militar o procesión religiosa-
o cuando el país está en peligro de ser invadido? Entonces os
identificáis con el país, con una persona, con una ideología.
Otras veces os identificáis con vuestro hijo, con vuestra esposa,
con determinada forma de acción o de inacción. La identificación
es, pues, un proceso de olvido de sí mismo. Mientras yo tengo
conciencia del “yo”, sé que hay dolor, que hay lucha, que hay
constante temor. Mas si puedo identificarme con algo más grande, con
algo que valga la pena, con la ‘belleza, con la vida, con la
verdad, con la creencia, con el conocimiento, al menos
temporariamente, hay una evasión del “yo”. ¿No es así? Si
hablo de mi patria, me olvido de mí mismo temporariamente. ¿Verdad?
Si puedo decir algo acerca de Dios, me olvido de mí mismo. Si puedo
identificarme con mi familia, con un grupo, con determinado partido,
con cierta ideología, entonces hay evasión temporaria.
La identificación es una forma de escapar al “yo” en igual grado
que la virtud es una forma de eludir el “yo”’ El hombre que
persigue la virtud se evade del “yo” y tiene una mente estrecha.
Esa no es una mente virtuosa, pues la virtud es algo que no puede ser
perseguido. Cuanto más tratáis de llegar a ser virtuosos, tanto
mayor es el vigor, la seguridad que dais al “yo”. De suerte que
el miedo, común a la mayoría de nosotros en diferentes formas,
tiene siempre que hallar una substitución, y por lo tanto ha de
acrecentar nuestra lucha. Cuanto más os identificáis con una
substitución mejor es la fuerza para aferraros a aquello por lo cual
estáis dispuestos a luchar, a morir; porque el miedo es lo que
influye.
¿Sabemos ahora qué es el miedo? ¿No es la no
aceptación de lo que ese Debemos comprender la palabra “aceptación”.
No estoy empleando esa palabra en el sentido del esfuerzo que se hace
por aceptar. No es cuestión de aceptar cuando soy capaz de ver lo
que es. Cuando no veo claramente lo que es,
entonces hago surgir el proceso de la aceptación. De suerte que el
miedo es la no aceptación de lo que es.
¿Cómo puedo yo, que soy un manojo de todo estas reacciones,
respuestas, recuerdos, esperanzas, depresiones, frustraciones, que
soy el resultado del movimiento de la conciencia obstruida, ir más
allá? ¿Puede la mente, sin esta obstrucción y estorbo, ser
consciente? Sabemos qué extraordinario júbilo se produce cuando no
hay estorbo. Bien sabéis que, cuando el cuerpo está en perfecta
salud, hay cierto gozo y bienestar. ¿Y acaso no sabéis, cuando la
mente está completamente libre, sin obstrucción alguna, cuando el
centro de reconocimiento el “yo”- no está ahí, que
experimentáis cierto júbilo? ¿No habéis vivido ese estado en que
el “yo” está ausente? Por cierto que todos lo hemos vivido.
Sólo hay comprensión y liberación del “yo” cuando puedo
mirarlo completa e integralmente como un todo; y eso puedo hacerlo
únicamente cuando comprendo el proceso integro de toda actividad
nacida del deseo, que es la expresión misma del pensamiento el
pensamiento no es diferente del deseo-, sin justificarlo, sin
condenarlo, sin reprimirlo. Si eso puedo comprenderlo, entonces sabré
que existe la posibilidad de ir más allá de las restricciones del
“yo”.
CAPÍTULO XI
LA SENCILLEZ
Quisiera dilucidar qué es la sencillez; y de ahí quizá podamos
llegar al descubrimiento de la sensibilidad. Pensamos, al parecer,
que la sencillez es mera expresión externa, vida retirada; tener
pocas posesiones, andar de taparrabo, carecer de hogar, usar poca
ropa, tener una exigua cuenta bancaria. Eso, evidentemente, no es
sencillez. Eso es mero exhibicionismo. Y a mí me parece que la
sencillez es esencial. Pero la sencillez sólo puede surgir cuando
empezamos a comprender el significado del conocimiento propio.
La sencillez no es mera adaptación a un patrón de vida. Se requiere
mucha inteligencia para ser sencillo, y no, simplemente, amoldarse a
cierta norma por meritoria que ella sea en su aspecto externo. Por
desgracia, casi todos empezamos por ser sencillos en apariencia, en
las cosas externas. Es relativamente fácil tener pocas cosas y estar
satisfecho con ellas, contentarse con poco y hasta compartir ese poco
con los demás. Pero una mera expresión externa de sencillez en las
cosas, en las posesiones, no implica por cierto sencillez en el fuero
íntimo. Porque, tal como el mundo es actualmente, se nos incita
desde afuera, desde lo exterior, a tener más y más cosas. La vida
está haciéndose cada vez más compleja. Y, con el fin de escapar a
todo eso, tratamos de renunciar o de desprendernos de las cosas:
automóviles, casas, organizaciones, cines, y de las innumerables
circunstancias que desde lo externo se nos imponen. Creemos que
seremos sencillos viviendo retirados. Muchos santos, muchos
instructores, han renunciado al mundo; y me parece que tal
renunciación por parte de cualquiera de nosotros no resuelve el
problema. La verdadera sencillez, la sencillez fundamental, sólo
puede originarse en el fuero intimo; y de ahí proviene la expresión
externa. Cómo ser sencillos es entonces nuestro problema; porque esa
sencillez nos hace más y más sensibles. Una mente sensible, un
corazón sensible, son esenciales, pues así uno es capaz de
percepción rápida, de pronta captación.
Es, pues, indudable, que sólo se puede ser
interiormente sencillo cuando uno comprende los innumerables
impedimentos, apegos, temores, que a uno lo tienen sujeto. Pero a la
mayoría de nosotros nos gusta
estar sujetos a las personas, a las posesiones, a las ideas. Nos
gusta ser prisioneros. Interiormente somos
prisioneros, aunque en lo externo parezcamos muy sencillos.
Interiormente somos prisioneros de nuestros deseos, de nuestros
apetitos, de nuestros ideales, de innumerables móviles. Y la
sencillez no puede hallarse a menos que seamos interiormente libres.
Ella, por lo tanto, ha de empezar primero en lo interno, no en lo
exterior.
Hay, por cierto, una extraordinaria libertad cuando uno comprende
todo el proceso del creer, cuando uno comprende por qué la mente se
apega a una creencia. Y, cuando uno se ve libre de creencias, hay
sencillez. Pero esa sencillez requiere inteligencia; y para ser
inteligente hay que darse cuánta de los propios impedimentos. Para
darse cuenta hay que estar constantemente en guardia, sin asentarse
en determinada rutina, en determinado tipo de acción o de
pensamiento. Porque, después de todo, lo que uno es en su interior
influye sobre lo externo. La sociedad, o cualquier formó de acción,
es la proyección de nosotros mismos; y, si no nos transformamos
interiormente, la mera legislación significa muy poco en lo externo;
puede traer ciertas reformas, ciertos reajustes, pero lo que uno es
en su interior se sobrepone siempre a lo externo. Si internamente uno
es codicioso, ambicioso, si persigue ciertos ideales, esa complejidad
íntima terminará por trastornar, por demoler la sociedad externa,
por cuidadosamente planeada que ella pueda estar.
Por eso, ciertamente, uno tiene que empezar por el fuero íntimo, sin
excluir ni rechazar lo externo. No hay duda de que llegáis a lo
interno al comprender lo externo, al descubrir por qué el conflicto,
la lucha, el dolor, existen en el mundo exterior; y a medida que esto
se investiga más y más, penetra uno naturalmente en los estados
psicológicos que producen los conflictos y miserias externas. La
expresión externa es mero indicio de nuestro estado interior; mas
para comprender ese estado íntimo, uno ha de enfocarlo a través de
lo externo. Eso es lo que casi todos hacemos. Y, al comprender lo
interno no en forma exclusiva, ni rechazando lo externo, sino
comprendiendo lo externo y de ese modo llegando a lo interno-,
encontraremos que, al proseguir investigando las íntimas
complejidades de nuestro ser, nos hacemos cada vez más sensibles y
más libres. Es esa sencillez interior la que resulta esencial,
porque esa sencillez despierta sensibilidad. Una mente que no es
sensible, que no está alerta, perceptiva, es incapaz de
receptividad, de toda acción creadora. La conformidad, como medio de
llegar a la sencillez, realmente embota e insensibiliza la mente y el
corazón; Cualquier forma de compulsión autoritaria impuesta
por el gobierno, por uno mismo, por el ideal de realización, y lo
demás-, cualquier tipo de conformidad tiene que contribuir a la
insensibilidad, a que no seamos interiormente sencillos.
Exteriormente podéis someteros y dar la impresión de sencillez como
lo hacen muchas personas religiosas. Ellas practican diversas
disciplinas, ingresan a distintas organizaciones, meditan de una
manera especial y así sucesivamente, todo lo cual les confiere una
apariencia de sencillez. Pero tal conformidad no contribuye a la
sencillez. Ninguna forma de compulsión puede jamás conducir a la
sencillez. Al contrario: cuanto más reprimís, cuanto más
substituir, cuanto más sublimáis, menos sencillez existe. Cuanto
mejor comprendáis, empero, el proceso de la sublimación, de la
represión, de la substitución, mayor será la posibilidad de ser
sencillos.
Nuestros problemas sociales, ambientales, políticos,
religiosos- son tan complejos, que sólo podemos resolverlos, no
volviéndonos extraordinariamente eruditos y sagaces, sino siendo
nosotros sencillos. Porque una persona sencilla ve mucho más
directamente que la persona compleja; su experiencia es más directa.
Y nuestra mente está tan abarrotada con un infinito conocimiento de
hechos, de lo que otros han dicho, que nos hemos incapacitado para
ser sencillos y tener nosotros mismos experiencia directa. Estos
problemas requieren un nuevo enfoque, y tal enfoque sólo es posible
cuando somos sencillos, realmente sencillos en nuestro fuero intimo.
Esa sencillez llega tan sólo con el conocimiento propio, mediante la
comprensión de nosotros mismos: de las modalidades de nuestro pensar
y sentir, de la actividad de nuestros pensamientos, de nuestras
respuestas; comprendiendo cómo nos sometemos, por miedo, a la
opinión pública, a lo que otros dicen, a lo que ha dicho Buda,
Cristo, los grandes santos, todo lo cual indica nuestra tendencia
natural a someternos, a ponernos a salvo, a estar seguros. Y, cuando
uno busca seguridad, es evidentemente porque uno se halla en un
estado de temor. Y por lo tanto no hay sencillez.
Si uno no es sencillo, no puede ser sensible: a los árboles, a los
pájaros, a las montañas, al viento, a todas las cosas que ocurren
alrededor de nosotros en el mundo. Y si no hay sencillez, no puede
uno ser sensible a las profundas insinuaciones de las cosas. La
mayoría de nosotros vive muy superficialmente, en el nivel superior
de la conciencia. Allí tratamos de ser reflexivos o inteligentes, lo
cual es sinónimo de religiosidad; allí tratamos de que nuestra
mente sea sencilla, mediante la compulsión, mediante la disciplina.
Pero eso no es sencillez. Cuando forzamos la mente superficial a ser
sencilla, tal compulsión sólo consigue endurecer la mente, no la
torna ágil flexible, lista. Ser sencillo en el proceso íntegro,
total, de nuestra conciencia, es extremadamente arduo. Porque no debe
existir ninguna reserva interior; tiene que haber ansia por
averiguar, por descubrir el proceso de nuestro ser. Y ello significa
estar alerta a toda insinuación, a toda sugerencia; darnos cuenta de
nuestros temores, de nuestras esperanzas, investigar y libertarnos de
todo eso cada vez más y más. Sólo entonces, cuando la mente y el
corazón sean realmente sencillos, cuando estén limpios de
sedimentos, seremos capaces de resolver los múltiples problemas que
se nos plantean.
El saber no resolverá nuestros problemas. Podéis
saber, por ejemplo, que existe la reencarnación, que hay continuidad
después de la muerte. Puede
que lo sepáis; no digo que lo sabéis; o puede que estéis
convencidos de ello. Pero eso no resuelve el problema. A la muerte no
podéis hacerla a un lado mediante vuestra teoría o información, o
con vuestras convicciones. Es mucho más misteriosa, mucho más
honda, mucho más creadora que todo eso.
Hay que tener capacidad para investigar todas esas
cosas de un modo nuevo; porque es sólo a través de la experiencia
directa
como se resuelven nuestros problemas; y para tener experiencia
directa ha de haber sencillez, lo cual significa que tiene que haber
sensibilidad. El peso del saber embota la mente. Asimismo, la embotan
el pasado y el futuro. Sólo una mente capaz de adaptarse de continuo
al presente, de instante en instante, puede hacer frente a las
poderosas influencias y presiones que el medio ejerce constantemente
sobre nosotros.
Por eso el hombre religioso no es, en realidad, el
que viste una túnica o un taparrabo, el que come tan sólo una vez
al día, o el que ha hecho innumerables votos de ser esto y de no ser
aquello, sino aquel que es interiormente sencillo, aquel que no está
“deviniendo” algo. Una mente así es capaz de extraordinaria
receptividad, porque no tiene barreras, no tiene miedo, no va en pos
de nada. Ella es, por lo tanto, capaz de recibir la gracia, de
recibir a Dios, la verdad o como os plazca llamarle. Pero la mente
que persigue la realidad no es una mente sencilla. La mente que
busca, que escudriña, que anda a tientas, agitada, no es una mente
sencilla. La mente que se ajusta a cualquier norma de autoridad,
interior o externa, no puede ser sensible. Y sólo cuando la mente es
de veras sensible, cuando está alerta y es consciente de todo lo que
en sí misma ocurre, de sus propias respuestas, de sus pensamientos,
cuando ya ha cesado en su devenir, cuando ya no se modela a sí misma
para ser algo, sólo entonces es capaz de recibir aquello que es la
verdad. Es sólo entonces cuando puede haber felicidad; porque la
felicidad no es un fin, es la expresión de la realidad. Y cuando la
mente y el corazón se han vuelto sencillos y por lo tanto sensibles
no mediante forma alguna de coacción, de dirección o de
imposición-, entonces veremos que es posible atacar nuestros
problemas muy sencillamente. Por complejos que sean, podremos
abordarlos de un modo nuevo y verlos en forma diferente. Y eso es lo
que se necesita actualmente: gente capaz de hacer frente a esta
confusión externa, a esta baraúnda y antagonismo, de un modo nuevo,
creativo y sencillo, no con teorías ni con fórmulas, sean de la
izquierda o de la derecha. Y no podéis
hacer frente a eso de un modo nuevo si no sois sencillos.
Un problema sólo puede ser resuelto cuando lo abordamos de un modo
nuevo. Pero no podemos abordarlo de un modo nuevo si pensamos en
términos de una u otra norma de pensamiento, religioso, político o
de otra índole. Por consiguiente, para ser sencillos hemos de
librarnos de todas esas cosas. Por eso es tan importante que nos
demos cuenta, que tengamos la capacidad de comprender el proceso de
nuestro propio pensar, que nos conozcamos a nosotros mismos
totalmente. De ello proviene una sencillez, una humildad que no es ni
virtud ni disciplina. La humildad que se gana, deja de ser humildad.
Una mente que se torna humilde, ya no es humilde. Y es sólo cuando
se tiene humildad no una humildad cultivada- cuando uno puede
hacer frente a las cosas apremiantes de la vida; porque entonces no
es uno mismo lo importante, no mira uno a través de las propias
presiones y del sentido de la propia importancia. Uno mira el
problema en sí, y entonces puede resolverlo.
CAPÍTULO XII
LA COMPRENSIÓN
Conocernos a nosotros mismos, sin duda significa conocer nuestra
relación con el mundo, no sólo con el mundo de las ideas y de las
personas, sino también con la naturaleza, con las cosas que
poseemos. Eso es nuestra vida; la vida es la relación con todo. ¿Y
exige especialización el comprender esa relación? Evidentemente no.
Lo que se requiere es una clara conciencia para hacer frente a la
vida en su totalidad. ¿Cómo se puede ser consciente? Ese es nuestro
problema. ¿Cómo va uno a tener esa clara conciencia, si es que
puedo usar ese término sin que él signifique especialización?
¿Cómo va uno a ser capaz de enfrentarse a la vida como un todo?
Ello implica no sólo relaciones personales con el prójimo sino
también con la naturaleza, con las cosas que poseéis, con las
ideas, y con las cosas que la mente elabora, tales como ilusiones,
deseos, y lo demás. ¿Cómo puede uno tener conciencia de todo ese
proceso de relaciones? Eso sin duda es nuestra vida, ¿no es así? No
hay vida sin relación; y comprender esa relación no significa
aislamiento. Ello requiere, por el contrario, un pleno reconocimiento
o comprensión del proceso total de la vida de relación.
¿Cómo va uno a tener esa clara conciencia? ¿Cómo nos damos cuenta
de alguna cosa? ¿Cómo os dais cuenta de nuestra relación con una
persona? ¿Cómo percibís los árboles, el canto de un pájaro?
¿Cómo os dais cuenta de vuestras reacciones cuando leéis un
periódico? ¿Y acaso nos damos exenta de las respuestas
superficiales de la mente, así como de las respuestas intimas? ¿Cómo
nos damos cuenta de cualquier cosa? Primero, sin duda, nos darnos
cuenta do mm respuesta a un estímulo, lo cual es un hecho evidente.
¿No es así? Yo veo los árboles, y hay una respuesta; luego viene
la sensación, el contacto, la identificación y el deseo. Ese es el
proceso corriente, ¿verdad? Podemos observar lo que de hecho ocurre,
sin estudiar libro alguno.
De suerte que, por la identificación, sentís placer y dolor. Y
nuestra “capacidad” es ese interés por el placer y por evitar el
dolor, ¿no es así? Si algo os interesa, si os brinda placer,
inmediatamente surge la “capacidad”; hay inmediata comprensión
de ese hecho; y si él es doloroso, desarróllase la “capacidad”
para evitarlo. De modo que, mientras dependamos de la “capacidad”
para comprendernos a nosotros mismos, creo que fracasaremos, porque
la comprensión de nosotros mismos no depende de capacidad alguna. No
es una técnica que, a fuerza de pulirla constantemente,
desarrolláis, cultiváis y acrecentáis a través del tiempo. Esta
comprensión de uno mismo puede ponerse a prueba, seguramente, en la
vida de relación. Puede ponerse a prueba en nuestra manera de
hablar, en nuestro modo de conducirnos. Observaos simplemente, sin
condenar, sin ninguna identificación, sin comparación alguna.
Observad simplemente, y veréis que ocurre una cosa extraordinaria.
No sólo ponéis término a una actividad que es inconsciente porque
la mayoría de nuestras actividades son inconscientes-, no solamente
ponéis término a eso, sino que, además, captáis los móviles de
lo que habéis hecho, sin adquirir, sin ahondar en ello.
Cuando tenéis una clara conciencia veis el proceso total de vuestro
pensar y de vuestra acción; pero esto puede ocurrir tan sólo cuando
no hay condenación alguna. Cuando yo condeno algo, no lo comprendo;
y este es un modo de evitar toda comprensión. Creo que la mayoría
de nosotros lo hace adrede; condenamos inmediatamente y creemos haber
comprendido. Si en vez de condenar algo, lo consideramos, nos damos
cuenta de lo que es, entonces el contenido de esa acción, su
significado, empieza a revelarse. Experimentad con esto y lo veréis
por vosotros mismos. Daos cuenta simplemente, sin sentido alguno de
justificación; lo cual podría aparecer más bien negativo, pero no
lo es. Por el contrario, tiene la cualidad de la pasividad, que es
acción directa. Esto lo descubriréis si lo ponéis a prueba.
Después de todo, si queréis comprender algo
debéis hablaros en estado de ánimo pasivo, ¿no es así? No podéis
continuar pensando en ello, especulando al respecto, poniéndolo en
tela de juicio. Tenéis que ser lo bastante sensibles para captar su
contenido. Es como si fuerais una placa fotográfica sensible. Si yo
deseo comprenderos, tengo que ser pasivamente perceptivo; entonces
empezáis a revelarme lo que sois. Eso, por cierto, no es cuestión
de capacidad ni de especialización. En ese proceso empezamos a
comprendernos a nosotros mismos; no sólo las capas superficiales de
nuestra conciencia, sino las más profundas, lo cual es mucho más
importante; porque es allí
donde están nuestros móviles o intenciones, nuestros ocultos y
confusos deseos, ansiedades, temores, apetitos. Puede que
exteriormente tengamos dominio sobre todo eso, pero en nuestro
interior todo eso está en ebullición. Mientras no lo hayamos
comprendido por completo, mediante una clara conciencia, es evidente
que no puede haber libertad, no puede haber felicidad, ni hay
inteligencia.
¿Es la inteligencia cuestión de especialización? Entendemos por
inteligencia la comprensión total de nuestro proceso. ¿Y ha de
cultivarse esa inteligencia mediante alguna forma de especialización?
Porque eso es lo que ocurre, ¿verdad? El sacerdote, el médico, el
ingeniero, el industrial, el hombre de negocios, el profesor:
nosotros tenemos la mentalidad de todas esas especialidades.
Creemos que para realizar la más alta forma de inteligencia que
es la verdad, que es Dios, que no puede ser descrita- tenemos que
hacernos especialistas. Estudiamos, buscamos a tientas, investigamos,
y, con mentalidad de especialistas o ateniéndonos al especialista,
nos estudiamos a nosotros mismos para desarrollar una capacidad que
ayude a aclarar nuestros conflictos, nuestras miserias.
Nuestro problema si es que de alguna manera
nos damos cuenta de ello- consiste en saber si los conflictos, las
miserias y las penas de nuestra existencia diaria pueden ser
resueltos por otra persona; y si no pueden serlo, ¿cómo nos será
posible atacarlos? Es obvio que, para comprender un problema, se
requiere cierta inteligencia; y esa inteligencia no puede derivarse
de la especialización ni cultivarse mediante la especialización.
Ella surge tan sólo cuando captamos pasivamente el proceso total de
nuestra conciencia, lo cual consiste en darnos cuenta de nosotros
mismos sin opción, sin escoger entre lo bueno y lo malo. Cuando
estéis pasivamente alertas, en efecto, veréis que como consecuencia
de esa pasividad que no es pereza, que no es somnolencia sino
extrema vigilancia- el problema tiene un sentido completamente
distinto; y ello significa que no hay ya identificación con el
problema, y, por lo tanto, no hay juicio alguno; y así el problema
empieza a revelar su contenido. Si podéis hacer eso constantemente,
en forma continua, todo problema puede ser resuelto de manera
fundamental, no superficialmente. Y esa es la dificultad, porque la
mayoría de nosotros somos incapaces de estar pasivamente
conscientes, dejando que el problema revele su significación sin que
lo interpretemos. No sabemos cómo considerar un problema
desapasionadamente. Por desgracia, no somos capaces de hacer eso,
porque queremos que el problema nos brinde un resultado, deseamos una
respuesta, buscamos un fin; o tratamos de interpretar el problema de
acuerdo con nuestro placer o dolor; o ya tenemos la respuesta de cómo
habérnoslas con el problema. Por lo tanto abordamos un problema, que
siempre es nuevo, con una vieja pauta. El reto, el estimulo es
siempre lo nuevo, pero nuestra respuesta es siempre lo pasado; y
nuestra dificultad consiste en enfrentarnos al reto adecuadamente,
esto es, plenamente. El problema es siempre un problema de relación
con las cosas, con las personas, con las ideas. No existe otro
problema. Y para hacer frente a este problema de relación, con sus
exigencias siempre variables, para encararlo como es debido,
adecuadamente, uno tiene que captar de un modo pasivo; y esa
pasividad no es cuestión de voluntad, de determinación, de
disciplina. El darnos cuenta de que no
estamos en actitud pasiva es el comienzo. En la comprensión de que
deseamos una respuesta determinada a un problema dado, está, sin
duda, el comienzo; es decir, en conocernos a nosotros mismos en
relación con el problema, viendo cómo lo encaramos. Entonces, según
vamos conociéndonos a nosotros mismos en relación con el problema
cómo respondemos, cuáles son nuestros diversos prejuicios y
exigencias, qué perseguimos, al hacer frente al problema-, esta
comprensión revelará el proceso de nuestro propio pensar, de
nuestra propia naturaleza interior; y en ello hay liberación.
Lo importante, por cierto, es darse cuenta sin
optar, porque la opción trae conflicto. El que escoge está en
confusión, y por eso escoge; si no está confuso, no hay opción.
Sólo la persona que está confusa escoge lo que hará o no hará. El
hombre en quien hay claridad y sencillez no escoge; lo que es,
es. La acción basada en una idea es evidentemente resultado de la
opción, y dicha acción no es libertadora; por el contrario, sólo
crea más resistencia, más conflicto, de acuerdo con ese pensar
condicionado.
Lo importante; en consecuencia, es comprender de instante en instante
sin acumular la experiencia proveniente de esa comprensión; porque,
en cuanto acumuláis, sólo os dais cuenta de acuerdo con esa
acumulación, con esa pauta, con esa experiencia. Esto es, vuestra
comprensión está condicionada por vuestra acumulación, y, por lo
tanto, ya no hay observación sino simplemente interpretación. Donde
hay interpretación, hay opción, y la opción trae conflicto; y en
el conflicto no puede haber comprensión.
La vida es cuestión de relación; y para entender
esa relación, es estática, tiene que existir una comprensión que
sea flexible, alerta y pasiva, no agresivamente activa. Y, como ya lo
he dicho, esa comprensión pasiva no adviene por medio de disciplina
o práctica alguna. Consiste simplemente en darse cuenta, de instante
en instante, de nuestro pensar y sentir, y no sólo cuando estamos
despiertos; porque veremos, a medida que penetremos en ello más a
fondo, que empezamos a soñar, que empezamos a proyectar a lo
consciente toda clase de símbolos, que interpretamos como sueños.
Abrimos, pues, la puerta hacia lo inconsciente, que entonces se
convierte en lo conocido; mas para encontrar lo desconocido tenemos
que continuar más allá de la puerta. Esa, por cierto, es nuestra
dificultad. La Realidad no es algo que pueda ser conocido por la
mente, porque la mente es el resultado, la acumulación de lo
conocido, de lo pasado. La mente, por lo tanto, tiene que
comprenderse a sí misma y su funcionamiento, tiene que comprender su
verdad; y sólo entonces es posible que lo desconocido sea.
CAPÍTULO XIII
EL DESEO
Para la mayoría de nosotros, el deseo es todo un problema: el deseo
de propiedad, de posición, de poder, de comodidad, de inmortalidad,
de continuidad, el deseo de ser amado, de poseer algo permanente,
satisfactorio, duradero, algo que esté más allá del tiempo. Ahora
bien, ¿qué es el deseo? ¿Qué es esta cosa que nos impulsa, que
nos compele? No quiero decir que debiéramos estar satisfechos con lo
que tenemos o con lo que somos, lo cual es simplemente lo opuesto de
lo que queremos. Estamos tratando de ver qué es el deseo; y si
podemos examinarlo a modo de prueba, sin una idea fija, creo que
causaremos una transformación que no es una mera substitución de un
objeto de deseo por otro objeto de deseo. Esto último, empero, es
generalmente lo que entendemos por “cambio”, ¿no es así?
Estando insatisfechos con determinado objeto del deseo, le hallamos
un substituto. Sin cesar nos movemos de un objeto del deseo a otro
que consideramos superior, más noble, más refinado; pero, por
refinado que sea, el deseo es siempre deseo, y en este movimiento del
deseo hay lucha interminable, el conflicto de los opuestos.
¿No es, pues, importante averiguar qué es el deseo y si él puede
ser transformado? ¿Qué es el deseo? ¿No es el símbolo y su
sensación? El deseo es la sensación conjuntamente con el propósito
de su logro. ¿Existe el deseo sin un símbolo, y su sensación? No,
evidentemente. El símbolo podrá ser un cuadro, una persona, una
palabra, un nombre, una imagen, una idea que me brinda una sensación,
que me hace sentir que me gusta o me disgusta; si la sensación es
agradable, yo deseo lograr, poseer, aferrar su símbolo y continuar
con ese placer. De vez en cuando, de acuerdo con mis inclinaciones e
intensidades, cambio el cuadro, la imagen, el objeto. De una forma de
placer estoy harto, fastidiado, cansado, aburrido; busco, pues, una
nueva sensación, una nueva idea, un nuevo símbolo. Rechazo la vieja
sensación y me abro a una nueva, con nuevas palabras, nuevas
significaciones, nuevas experiencias. Resisto a lo viejo y cedo a lo
nuevo que considero superior, más noble, más satisfactorio. Así,
en el deseo hay resistencia y rendición, lo cual involucra
tentación; y, por supuesto, en el ceder a determinado símbolo de
deseo hay siempre temor a la frustración.
Si observo todo el proceso del deseo en mí mismo, veo que siempre
hay un objeto hacia el cual mi mente se dirige en busca de más
sensación, y que en este proceso hay involucrada resistencia,
tentación y disciplina. Hay percepción, sensación, contacto y
deseo, y la mente se convierte en el instrumento mecánico de este
proceso, en el cual los símbolos, las palabras, los objetos, son el
centro en torno del cual todo deseo, todos los empeños, todas las
ambiciones se erigen; y ese centro es el “yo”. ¿Y es que yo
puedo disolver ese centro del deseo, no un deseo ni un apetito o
ansia en particular sino la estructura íntegra del deseo, del
anhelo, de la esperanza, en la que siempre existe el temor a la
frustración? Cuanto más me veo frustrado, mayor fuerza doy al “yo”.
Mientras haya esperanza, anhelo, existe siempre el trasfondo del
temor, el cual, una vez más, refuerza aquel centro. Y la revolución
sólo es posible en aquel centro, no en la superficie, lo cual es
mero proceso de distracción, un cambio superficial que conduce a una
acción dañina.
Cuando me doy cuenta, pues, de toda esta estructura del deseo, veo
cómo mi mente ha llegado a ser un centro muerto, un proceso mecánico
de memoria. Habiéndome cansado de un deseo, automáticamente quiero
satisfacerme en otro. Mi mente experimenta siempre en términos de
sensación, es el instrumento de la sensación. Estando aburrido de
determinada sensación, busco una sensación nueva, que podrá ser lo
que llamo “realización de Dios”; pero ello sigue siendo
sensación. Ya me tiene harto este mundo y sus afanes, y deseo la
paz, una paz que sea eterna; de suerte que medito, domino mi mente y
la disciplino a fin de experimentar esa paz. La experiencia de esa
paz sigue siendo sensación. Mi mente, pues, es el instrumento
mecánico de la sensación, de la memoria, un centro muerto desde el
cual yo actúo y pienso. Los objetos que persigo son las proyecciones
de la mente como símbolos de los cuales ella deriva sensaciones. La
palabra “Dios”, la palabra “amor”, la palabra “comunismo’
la palabra “democracia”, la palabra “nacionalismo”, todo
estos son símbolos que despiertan sensaciones en la mente, y por lo
tanto la mente se apega a ellos. Como vosotros y yo sabemos, toda
sensación termina, y así pasamos de una sensación a otra; y cada
sensación fortalece el hábito de buscar más sensación. De tal
suerte la mente llega a ser mero instrumento de sensación y memoria,
y en ese proceso estamos atrapados. Mientras la mente busque más
experiencia, sólo puede pensar en términos de sensación; y a toda
vivencia que sea espontánea, creativa, vital, sorprendentemente
nueva, ella la reduce en seguida a sensación, y persigue esa
sensación, que entonces se vuelve recuerdo. La vivencia, por lo
tanto, está muerta, y la mente llega a ser como las aguas estancadas
del pasado.
Por poco que hayamos examinado esto profundamente,
estamos familiarizados con este proceso; y parecemos incapaces de ir
más allá. Y nosotros queremos
ir más allá, por que estamos cansados de esta interminable rutina,
de esta mecánica búsqueda de sensación. La mente, pues, proyecta
la idea de la verdad, de Dios; sueña con un cambio vital y con
desempeñar un papel principal en ese cambio, y así sucesivamente.
De ahí que no haya nunca un estado creador. Veo desarrollarse en mí
mismo este proceso del deseo, que es que se repite, que mantiene a la
mente en un proceso de rutina y hace de ella un centro muerto del
pasado en el que no hay espontaneidad creadora. Y también hay
momentos súbitos de acción creadora, de aquello que no pertenece a
la mente, ni a la memoria, ni a la sensación, ni al deseo.
Nuestro problema, pues, es el de comprender el
deseo, no hasta dónde debiera ir, o dónde debiera terminar, sino el
de comprender todo el proceso del deseo, las ansias, los anhelos, los
apetitos vehementes. Muchos de nosotros creemos que el poseer muy
poco indica liberación del deseo, ¡y qué culto rendimos a los que
no tienen sino pocas cosas! Un taparrabo, una túnica, simbolizan
nuestro deseo de estar libres del deseo; pero esa, nuevamente, es una
reacción muy superficial. ¿Por qué empezar en el nivel superficial
de abandonar la posesiones materiales cuando vuestra mente está
mutilada por innumerables anhelos, innumerables deseos, creencias,
luchas? Es ahí,
por cierto, donde la revolución debe producirse, no en lo que
respecta a cuánto poseéis o qué ropa usáis, o cuántas veces
coméis. Pero esas cosas signan porque nuestra mente es muy
superficial.
De suerte que vuestro problema y el mío consiste
en ver si la mente puede alguna vez estar libre del deseo, de la
sensación. La creación, por cierto, nada tiene que ver con la
sensación; la realidad, Dios o lo que fuere, no es un estado que
pueda experimentarse como sensación. Cuando tenéis una vivencia,
¿qué acontece? Ella os ha dado cierta sensación, un sentimiento de
júbilo o de depresión. Naturalmente, tratáis de evitar, de hacer a
un lado el estado de depresión; pero si es una alegría, un
sentimiento de júbilo, lo perseguís. Vuestra vivencia ha producido
una sensación de placer, y deseáis más; y ese “más” refuerza
el centro muerto de la mente, que siempre ansía más experiencia. De
ahí que la mente no pueda experimentar nada nuevo, que sea incapaz
de “vivenciar” nada nuevo, porque su enfoque es siempre a través
de la memoria, a través del reconocimiento; y aquello que es
reconocido por medio de la memoria no es verdad, no es creación, no
es realidad. Una mente así no puede tener la vivencia de la
realidad, sólo puede experimentar sensaciones; y la acción creadora
no es sensación, es algo eternamente nuevo de instante en instante.
Ahora bien, yo me doy cuenta del estado de mi
propia mente; veo que ella es el instrumento de la sensación y del
deseo, o, más bien, que ella es sensación y deseo, y que se halla
mecánicamente atrapada en la rutina. Una mente así es incapaz de
recibir alguna vez o de sentir cabalmente lo nuevo; pues resulta
obvio que lo nuevo debe ser algo que está más allá de la
sensación, la cual es siempre lo viejo. De suerte que este proceso
mecánico con sus sensaciones tiene que terminar, ¿no es así? El
querer más, el perseguir símbolos, palabras, imágenes con sus
sensaciones, todo eso tiene que acabar. Sólo entonces es posible que
la mente se halle en ese estado de “creatividad” en que lo nuevo
puede siempre surgir. Si queréis comprender sin estar hipnotizados
por palabras, por hábitos, por ideas, y ver cuán importante es que
lo nuevo actúe sobre la mente de un modo constante, entonces, tal
vez, comprenderéis el proceso del deseo, la rutina, el aburrimiento,
el ansia constante de experiencia. Entonces, creo, empezaréis a ver
que el deseo tiene muy poca significación en la vida para un hombre
que busca realmente. Es obvio que hay ciertas necesidades físicas:
alimento, vestido, albergue, y todo lo demás. Pero ellas nunca se
convierten para él en apetitos psicológicos, en cosas sobre las
cuales la mente se erige como centro de deseo. Más allá de las
necesidades físicas, cualquier
forma de deseo de grandeza, de verdad, de virtud- llega a ser
un proceso psicológico por el cual la mente elabora la idea del “yo”
y se fortalece en el centro.
Cuando veáis este proceso, cuando os deis realmente cuenta de él
sin oposición, sin un sentido de tentación, sin resistencia, sin
justificarlo ni juzgarlo, entonces descubriréis que la mente es
capaz de recibir lo nuevo, y que lo nuevo nunca es una sensación;
por lo tanto no puede jamás ser reconocido, experimentado
nuevamente. Es un estado de ser en que la creatividad adviene
espontáneamente, sin que, intervenga la memoria; y eso es la
realidad.
CAPÍTULO XIV
RELACIÓN Y AISLAMIENTO
La vida es experiencia, experiencia en la vida de relación. No se
puede vivir en el aislamiento. La vida es, pues, convivencia, y ésta
es acción. ¿Cómo puede tenerse esa capacidad para comprender la
relación que es la vida? ¿No significa la relación, además de
comunión con las personas, intimidad con las cosas e ideas? La vida
es relación, que se expresa mediante el contacto con cosas, personas
e ideas. Comprendiendo la relación, tendremos capacidad para hacer
frente plena y adecuadamente a la vida. Nuestro problema no es, pues,
la capacidad ésta no es independiente de la relación- sino
más bien la comprensión de la convivencia, que naturalmente
producirá capacidad de pronta flexibilidad, pronta adaptación y
pronta respuesta.
La vida de relación es sin duda el espejo en el
cual os descubrís a vosotros mismos. Sin convivencia, no
sois. Ser es estar relacionado; estar
relacionado es existir. Sólo existís en la relación; fuera de ella
no existís, la existencia carece de sentido. No es porque pensáis
que sois, que surgís a la existencia.
Existís porque estáis relacionados; y es la falta de comprensión
de la relación lo que causa conflictos.
Ahora bien: no hay comprensión de la convivencia
porque nos servimos de ésta como simple medio de promover la
realización, la transformación, el devenir. La convivencia, empero,
es un medio de autodescubrimiento porque la relación es ser,
es existencia. Sin relación, no soy.
Para comprenderme a mí mismo debo comprender la relación. Ésta es
el espejo en que puedo mirarme. Dicho espejo puede estar deformado o
puede estar como
es y reflejar lo que es.
Pero la mayoría de nosotros ve en esa relación, en ese espejo, las
cosas que más nos agradaría
ver; no vemos lo que es.
Preferimos idealizar, evadirnos, vivir en el futuro en vez de
entender la convivencia en el inmediato presente.
Ahora bien, si examinamos nuestra vida, nuestras relaciones con los
demás, veremos que es un proceso de aislamiento. El prójimo, en
realidad, no nos interesa; aunque hablemos bastante al respecto, el
hecho es que no nos interesa. Sólo estamos relacionados con alguien
mientras esa relación nos resulta grata, mientras nos brinda un
refugio, mientras nos satisface. Pero no bien sufre ella una
perturbación que a nosotros nos produce incomodidad, dejamos de lado
esa relación. En otros términos: sólo hay relación mientras
estamos satisfechos. Esto podrá parecer desagradable, pero si
realmente examináis vuestra vida con atención, veréis que se trata
de un hecho; y el eludir un hecho es vivir en la ignorancia, lo cual
jamás podrá producir verdadera convivencia. De suerte que si
echamos una mirada a nuestra vida y observamos nuestra vida de
relación, vemos que ella es un proceso de erigir resistencias contra
los demás, muros por encima de los cuales miramos y observamos al
prójimo; y ese muro siempre lo retenemos, y detrás de él
permanecemos, ya se trate de un muro psicológico, material,
económico o nacional. Mientras vivimos en aislamiento, detrás de un
muro, no existe la convivencia con los demás; y vivimos encerrados
porque resulta mucho más satisfactorio y creemos que es mucho más
seguro. El mundo está tan desgarrado, hay tanto dolor, tanta
pesadumbre, guerra, destrucción y miseria, que deseamos escapar y
vivir dentro de los muros de seguridad de nuestro propio ser
psicológico. De suerte que, para la mayoría de nosotros, la vida de
relación es en realidad un proceso de aislamiento; y es obvio que
tal relación construye una sociedad que es también aisladora. Eso,
exactamente, es lo que ocurre a través del mundo: permanecéis en
vuestro aislamiento y extendéis la mano por sobre el muro, llamando
a eso nacionalismo, fraternidad o lo que os plazca; pero lo cierto es
que los gobiernos soberanos y los ejércitos continúan. Es decir,
aferrándoos a vuestras propias limitaciones, creéis que podéis
establecer la unidad mundial, la paz del mundo; y ello es imposible.
Mientras haya una frontera nacional, económica, religiosa o
social- es un hecho evidente que no puede haber paz en el mundo.
El proceso del aislamiento es el proceso de la búsqueda del poder. Y
sea que uno busque el poder a titulo individual o para un grupo
racial o nacional, tiene que haber aislamiento porque el deseo mismo
de poder, de posición, es separatismo. Eso, en suma, es lo que cada
cual desea, ¿verdad? Cada cual desea una posición fuerte en la que
pueda dominar: en el hogar, en la oficina o en un régimen
burocrático. Cada cual anda en busca de poder, y por el hecho de
buscar el poder establecerá una sociedad basada en el poder:
militar, industrial, económico, y lo demás. Ello, una vez más, es
evidente. ¿El deseo de poder no es aislador por su propia
naturaleza? Creo que es muy importante comprender eso; porque el
hombre que desea un mundo pacifico, un mundo en el que no haya
guerras, ni espantosa destrucción, ni miseria catastrófica en
escala inconmensurable, tiene que comprender esta cuestión
fundamental. ¿No es así? El hombre afectuoso, bondadoso, no tiene
sentido alguno del poder, y por lo tanto ese hombre no está atado a
ninguna nacionalidad, a ninguna bandera. Carece de bandera.
Vivir en el aislamiento es cosa inexistente; no hay país; ni pueblo,
ni individuo, que pueda vivir aislado. Ello no obstante, como buscáis
el poder de tantas maneras diferentes, engendráis aislamiento. El
nacionalista es una maldición porque con su espíritu de
nacionalismo, de patriotismo, erige un muro de aislamiento; está tan
identificado con su patria que construye un muro contra las demás.
¿Y qué ocurre cuando levantáis un muro en contra de algo? Ese algo
golpea constantemente contra vuestro muro. Cuando resistís a algo
esa misma resistencia indica que estáis en conflicto con lo otro. De
suerte que el nacionalismo, que es un proceso de aislamiento, que es
el resultado del afán de poder, no puede traer paz al mundo. El
hombre que es nacionalista y habla de fraternidad dice una mentira,
vive en estado de contradicción.
Veamos ahora si se puede vivir en el mundo sin deseo de poder, de
posición, de autoridad. Es evidente que sí se puede. Uno lo hace
cuando no se identifica con algo más grande. Esta identificación
con algo más grande el partido, la patria, la raza, la
religión, Dios- es la búsqueda de poder. Como en vosotros mismos
sois vacíos, torpes, débiles, gustáis de identificaros con algo
más grande. Este deseo de identificaros con algo más grande es el
deseo de poder.
La vida de relación es un proceso de autorrevelación; y si uno no
se conoce a sí mismo, si no conoce las modalidades de la propia
mente y corazón, el mero hecho de establecer un orden externo, un
sistema, una fórmula sagaz, tiene muy poco sentido. Lo importante,
pues, es comprenderse uno mismo en relación con los demás. Entonces
la relación no se convierte en un proceso de aislamiento, sino que
es un movimiento en el que descubrís vuestros propios móviles,
vuestros propios pensamientos, vuestros propios empeños; y es ese
descubrimiento, precisamente, que es el comienzo de la liberación,
el comienzo de la transformación.
CAPÍTULO XV
EL PENSADOR Y EL PENSAMIENTO
En todas nuestras experiencias hay siempre el experimentador, el
observador que acopia más y más para sí, o hace abnegación de sí
mismo. ¿No es ese un proceso equivocado? ¿Y no es ese un empeño
que no hace surgir el estado creador? ¿Si es un proceso equivocado,
podemos borrarlo completamente y dejarlo de lado? Eso puede tan sólo
ocurrir cuando yo experimento, no como lo hace un pensador, sino
cuando me doy cuenta del falso proceso y veo que sólo hay un estado
en el cual el pensador es el pensamiento.
Mientras yo esté experimentando, mientras esté “llegando a ser
algo”, tiene que haber tal acción dualista; tiene que haber
pensador y pensamiento, dos procesos separados en acción. No hay
integración, siempre hay un centro que opera por medio de la
voluntad, un centro de acción por ser o no ser: en lo colectivo, en
lo individual, en lo nacional, y lo demás. Este es universalmente el
proceso. Mientras el esfuerzo esté dividido en experimentador y
experiencia, tiene que haber deterioro. La integración sólo es
posible cuando el pensador ya no es el observador. Esto es,
actualmente sabemos que hay el pensador y el pensamiento, el
observador y lo observado, el experimentador y la experiencia; hay
dos estados diferentes. Nuestro empeño es tender un puente entre los
dos.
La acción de la voluntad es siempre dualista. ¿Es posible ir más
allá de esta voluntad que es separativa, y descubrir un estado en
que no haya esa acción dualista? Eso puede hallarse tan sólo cuando
experimentamos directamente el estado en que el pensador es el
pensamiento. Ahora creemos que el pensamiento está separado del
pensador, ¿pero es así? Nos agradaría creer que lo está porque
entonces el pensador puede explicar las cosas a través de su
pensamiento. El esfuerzo del pensador consiste en llegar a ser más o
llegar a ser menos; y, por lo tanto, en esa lucha, en esa acción de
la voluntad, en el “llegar a ser” algo, está siempre el factor
de deterioro; perseguimos un proceso falso y no un proceso verdadero.
¿Hay división entre el pensador y el pensamiento? Mientras ellos
estén separados, divididos, nuestro esfuerzo se disipa; perseguimos
un proceso falso que es destructivo y que es el factor de deterioro.
Creemos que el pensador está separado del pensamiento. Cuando hallo
que soy codicioso, posesivo, brutal, pienso que yo no debiera ser
todo eso. El pensador trata entonces do alterar sus pensamientos o
sentimientos, y por lo tanto se hace un esfuerzo por “llegar a ser”
algo; y en ese proceso de esfuerzo, él persigue la falsa ilusión de
que hay dos procesos separados, mientras hay un proceso tan sólo.
Creo que ahí está el principal factor de deterioro.
¿Es posible experimentar ese estado en que sólo hay una entidad y
no dos procesos separados, el experimentador y la experiencia? Tal
vez entonces descubriremos lo que es el ser creador; y qué es el
estado en el que no hay deterioro en momento alguno, en cualesquiera
relaciones en las que el hombre pueda hallarse.
Soy codicioso. Yo y la codicia no son dos estados diferentes; hay
sólo una cosa, y ello es la codicia. Si me doy cuenta de que soy
codicioso, ¿qué acontece? Que entonces hago un esfuerzo por no ser
codicioso, sea por razones sociológicas o por razones religiosas.
Ese esfuerzo siempre será en un círculo limitado y pequeño; podré
extender el círculo, pero él es siempre limitado. Por lo tanto el
factor de deterioro está ahí. Mas cuando miro un poco más profunda
y atentamente, veo que el que hace el esfuerzo es la causa de la
codicia y es la codicia misma; y también veo que no hay un “yo”
que exista aparte de la codicia, y que sólo hay codicia. Si me doy
cuenta de que soy codicioso, de que no hay observador que sea
codicioso sino que yo mismo soy la codicia, entonces toda nuestra
cuestión es enteramente diferente; nuestra respuesta a ella es del
todo diferente, y entonces nuestro esfuerzo no es destructivo.
¿Qué haréis cuando todo vuestro ser es codicia, cuando cualquier
acción vuestra es codicia? Pero infortunadamente no pensamos en esa
dirección. Está el “yo”, el ente superior, el soldado que
controla, que domina. Pura mí ese proceso es destructivo. Es una
ilusión, y sabemos por qué hacemos eso. Me divido a mí mismo en lo
elevado y lo bajo, a fin de continuar existiendo. Si sólo hay
codicia, completamente; si no estoy “yo” gobernando la codicia, y
soy por entero la codicia, ¿qué ocurre entonces? Entonces, por
cierto, funciona un proceso del todo diferente, surge un problema
diferente. Es ese problema lo creador, en lo cual no hay sentido de
un “yo” dominando, llegando a ser algo, positiva o negativamente.
Debemos realizar ese estado si quisiéramos ser creadores. En ese
estado no existe el que se esfuerza. No se trata de verbalizar ni de
intentar descubrir qué es ese estado; si empezáis de esa manera, lo
perderéis y jamás lo encontraréis. Lo importante es ver que el
autor del esfuerzo y el objeto hacia el cual él se esfuerza, son lo
mismo. Eso requiere comprensión enormemente grande, vigilancia, para
ver cómo la mente se divide a sí misma en lo elevado y lo bajo; lo
elevado es la seguridad, la entidad permanente pero que sigue siendo
un proceso de pensamiento y por lo tanto de tiempo. Si esto podemos
comprenderlo como vivencia directa, veréis entonces surgir un factor
del todo diferente.
CAPÍTULO XVI
¿PUEDE EL PENSAMIENTO RESOLVER NUESTROS PROBLEMAS?
El pensamiento no ha resuelto nuestros problemas, ni creo que jamás
los resolverá. Hemos contado con el intelecto para que nos muestre
cómo salir de nuestra complejidad. Cuanto más astuto, repugnante y
sutil es el intelecto, mayor es la variedad de sistemas, de teorías
y de ideas. Y las ideas no resuelven ninguno de nuestros problemas
humanos; jamás lo han hecho ni jamás lo harán. En la mente no está
la solución; la senda del pensamiento no es, evidentemente, la vía
de salida de nuestras dificultades. Y nosotros, a mi entender,
debiéramos primero comprender este proceso del pensar; y tal vez
pudiéramos ir más allá, pues cuando el pensamiento cese, nos será
quizá posible hallar algo que nos ayude a resolver nuestros
problemas, no sólo los individuales, sino también los colectivos.
El pensamiento no ha resuelto nuestros problemas. Los intelectuales,
los filósofos, los eruditos, los dirigentes políticos, no han
resuelto realmente ninguno de nuestros problemas humanos, es decir,
las relaciones entre vosotros y los demás, entre vosotros y yo
mismo. Hasta ahora nos hemos valido de la mente, del intelecto, para
ayudarnos a investigar el problema, con lo cual esperamos hallar una
solución. ¿Podrá alguna vez el pensamiento disolver nuestros
problemas? ¿No es el pensamiento salvo en el laboratorio o en
el tablero de dibujar- siempre autoprotector, autoperpetuador,
condicionado? ¿No es egocéntrica su actividad? ¿Y puede jamás el
pensamiento así resolver alguno de los problemas que el pensamiento
mismo ha creado? ¿Puede la mente, que ha creado los problemas,
resolver esas cosas que ella misma ha producido?
Lo cierto es que el pensar es una reacción; si os hago una pregunta,
a eso respondéis. Respondes según vuestra memoria, vuestros
prejuicios, vuestra educación, de acuerdo con el clima, a todo el
trasfondo de vuestro condicionamiento; contestáis de acuerdo con
eso, de acuerdo con eso pensáis. El centro de este trasfondo es el
“yo”, en el proceso de la acción. Mientras ese trasfondo no sea
comprendido, mientras ese proceso de pensar, ese “yo” que crea el
problema, no sea comprendido y no se le ponga fin, tendremos
forzosamente conflicto dentro y fuera de nosotros mismos, en el
pensamiento, en la emoción, en la acción. Ninguna solución de
ningún género, por inteligente y bien pensada que sea, jamás podrá
dar fin al conflicto entre hombre y hombre, entre vosotros y yo. Y
comprendiendo esto, dándonos cuenta de cómo y de qué fuente el
pensamiento surge, nos preguntamos luego: ¿podrá jamás el
pensamiento cesar?
Ese es uno de los problemas, ¿verdad? ¿Puede el pensamiento
resolver nuestros problemas? ¿Pensando acerca del problema lo habéis
resuelto? ¿Los problemas de cualquier género económicos,
sociales, religiosos- han sido realmente resueltos alguna vez por el
pensamiento? En vuestra vida diaria, cuanto más pensáis en un
problema, tanto más complejo, irresoluble e incierto se vuelve. ¿No
es eso así en la realidad de nuestra vida diaria? Puede que, al
reflexionar sobre ciertas facetas del problema, veáis más
claramente el punto de vista de otra persona. Pero el pensamiento no
puede ver la totalidad y la plenitud del problema; sólo puede ver
parcialmente, y una respuesta parcial no es una respuesta completa y
por lo tanto no es una solución.
Cuanto más pensamos acerca de un problema, cuanto
más lo investigamos, analizamos y discutimos, tanto más complejo se
vuelve. ¿Será, pues, posible mirar el problema de un modo
comprensivo, total? ¿Y cómo será ello posible? Porque ésa, a mi
entender, es nuestra principal dificultad. Nuestros problemas se
multiplican; hay inminente peligro de guerra, toda clase de
perturbaciones en nuestra vida de relación, ¿y cómo podremos
comprender todo eso comprensivamente, como un todo? Es evidente que
eso puede ser resuelto tan sólo cuando podemos mirarlo como un todo,
no en compartimentos, no dividido. ¿Y cuándo es eso posible? Sólo
resulta posible, ciertamente, cuando el proceso de pensar que
tiene su origen en el “yo”, en el ego, en el trasfondo de
tradición, de condicionamiento, de prejuicio, de esperanza, de
desesperación- ha finalizado. ¿Podemos, pues, comprender este “yo”,
no analizándolo, sino viendo la cosa tal como es, dándonos cuenta
de ella como un hecho y no como una teoría? No se trata de buscar la
disolución del “yo”, a fin de lograr un resultado, sino de ver
la actividad del ego, del “yo”, constantemente en acción.
¿Podemos mirarlo
sin hacer esfuerzo alguno para destruirlo ni para alentarlo? Ese es
el problema, ¿no es así? Lo cierto es que si en cada uno de
nosotros el centro del “yo” deja de existir, con su deseo de
poder, de posición, de autoridad, de continuación, de
autopreservación, nuestros problemas habrán terminado.
El “yo” es un problema que el pensamiento no
puede resolver. Debe haber una clara conciencia que no es del
pensamiento. Darse cuenta, sin condenación ni justificación, de las
actividades del “yo” captarlas, nada mas- resulta
suficiente. Porque si os dais cuenta a fin de descubrir cómo
resolver el problema, a fin de transformarlo, a fin de producir un
resultado, entonces ello sigue estando dentro del ámbito del ego,
del “yo”. Mientras busquemos un resultado, sea mediante el
análisis, la clara conciencia, el examen constante de cada
pensamiento, seguimos dentro del campo del pensamiento, esto es,
dentro del ámbito del “mí”, del “yo”, del “ego” o de lo
que os plazca.
Mientras exista la actividad de la mente, no puede por cierto haber
amor. Cuando haya amor no tendremos problemas sociales. Pero el amor
no es algo que haya de adquirirse. La mente puede buscar adquirirlo,
como se adquiere una idea nueva, un artefacto nuevo, una nueva manera
de pensar; pero la mente no puede hallarse en estado de amor mientras
esté empeñada en lograr el amor. Mientras la mente busque hallarse
en un estado de “no codicia”, ella sigue siendo codiciosa, sin
duda. ¿No es así? De un modo análogo, mientras la mente anhele,
desee, practique, a fin de hallarse en un estado en el que hay amor,
lo cierto es que ella será una negación de ese estado, ¿verdad?
Viendo, pues, este problema, este complejo problema del vivir, y
dándonos cuenta del proceso de nuestro propio pensar, y
comprendiendo que en realidad él no conduce a parte alguna, cuando
eso lo captamos profundamente, entonces, por cierto, hay un estado de
inteligencia que no es individual ni colectivo. En tal caso el
problema de las relaciones del individuo con la sociedad, del
individuo con la comunidad, del individuo con la realidad, cesa;
porque entonces hay sólo inteligencia, la cual no es personal ni
impersonal. Es esta inteligencia únicamente, en mi sentir, lo que
puede resolver nuestros inmensos problemas. Y eso no puede ser un
resultado; adviene tan sólo cuando comprendemos este proceso total
del pensar, íntegramente, no sólo en el nivel consciente sino
también en los más profundos y ocultos niveles de la conciencia.
Para comprender cualquiera de estos problemas
debemos tener una mente muy tranquila, muy serena, para que ella
pueda mirar el problema sin interponer ideas, teorías, sin
distracción alguna. Y esa es una de nuestras dificultades, porque el
pensamiento ha llegado a ser una distracción. Cuando deseo
comprender, examinar algo, no tengo que pensar en ello: lo
miro. En el momento en que me pongo a
pensar, a tener ideas, opiniones al respecto, ya me hallo en un
estado de distracción, desviada la atención de aquello que debo
comprender. De suerte que el pensamiento, cuando tenéis un problema,
se convierte en distracción el pensamiento es idea, opinión,
juicio, comparación- que nos impide mirar y con ello comprender y
resolver el problema. Mas por desgracia, para la mayoría de nosotros
el pensamiento ha adquirido gran importancia. Vosotros decís: “¿Cómo
puedo existir, ser, sin pensar? ¿Cómo puedo tener la mente en
blanco?” Tener la mente en blanco es encontrarse en un estado de
estupor, de idiotez, de lo que sea, y vuestra reacción instintiva es
rechazarlo. Pero una mente muy quieta, una mente que no está
distraída por su propio pensar, una mente abierta, puede por cierto
mirar el problema de un modo muy directo y muy simple. Y esta
capacidad de mirar sin distracción nuestros problemas, es la única
solución. Para ello tiene que haber una mente quieta, una mente
tranquila.
Una mente así no es un resultado, no es el producto final de una
práctica, de la meditación, del control. No surge mediante forma
alguna de disciplina, compulsión o sublimación, ni por esfuerzo
alguno del “yo”, del pensamiento; surge cuando comprendo todo el
proceso de pensar, cuando puedo ver un hecho sin ninguna distracción.
En ese estado de tranquilidad de una mente que está de veras en
silencio, hay amor. Y el amor es lo único que puede resolver todos
nuestros problemas humanos.
CAPÍTULO XVII
LA FUNCIÓN DE LA MENTE
Cuando observáis vuestra propia mente, observáis
no sólo los niveles de la mente llamados superficiales, sino también
lo inconsciente; veis lo que la mente hace en realidad. ¿No es así?
Esa es la única manera de poder investigar. No habréis de
sobreponerle lo que ella debiera
hacer, como debiera
pensar o cómo debiera
actuar, y lo demás. Eso equivaldría a hacer meras afirmaciones.
Esto es, si decís que la mente debería ser esto o no debería ser
aquello, entonces suspendéis toda investigación y todo pensar; o si
citáis alguna autoridad superior, igualmente dejáis de pensar. ¿No
es cierto? Si citáis a Buda, o a Cristo, o a fulano, zutano o
mengano, con ello termina toda busca, todo pensar y toda
investigación. Es preciso, pues, guardarse de ello. Debéis dejar de
lado todas estas sutilezas de la mente, si deseáis investigar este
problema del “yo”, conmigo.
¿Cuál es la función de la mente? Para descubrirlo, debéis saber
qué es lo que la mente hace en realidad. ¿Qué hace vuestra mente?
Todo ello es un proceso de pensar. ¿No es así? De otro modo no
interviene la mente. Mientras la mente no esté pensando consciente o
inconscientemente, no hay conciencia. Tenemos que descubrir qué
hacen, con relación a nuestros problemas, la mente que empleamos en
nuestra vida diaria y asimismo la mente de la cual la mayoría de
nosotros no somos conscientes. Debemos mirar la mente tal cual es y
no tal como debiera ser.
Ahora bien, ¿qué es la mente en su funcionamiento? Ella es, de
hecho, un proceso de aislamiento. ¿No es cierto? Ella es eso,
fundamentalmente. Eso es el proceso del pensamiento. Es el pensar en
forma aislada, que sin embargo, sigue siendo colectiva. Cuando
observéis vuestro propio pensar, veréis que es un proceso aislado,
fragmentario. Pensáis conforme a vuestras reacciones las
reacciones de vuestra memoria, de vuestra experiencia, de vuestro
conocimiento, de vuestra creencia. Ante todo eso reaccionáis. ¿No
es cierto? Si yo digo que debe haber una revolución fundamental,
vosotros reaccionáis de inmediato. Pondréis reparos a esa palabra
“revolución” si tenéis fuertes intereses creados, espirituales
o de otra índole. Vuestra reacción depende, pues, de vuestros
conocimientos, de vuestra creencia, de vuestra experiencia. Ese es un
hecho evidente. Hay diversas formas de reacción. Decís “debo ser
fraternal”, “debo cooperar”, “debo ser amigable”, “debo
ser bondadoso”, etc. ¿Qué es todo esto? Todo esto son reacciones;
pero la reacción fundamental del pensar es un proceso de
aislamiento. Cada uno de vosotros estáis vigilando el proceso de
vuestra propia mente; lo cual significa que observáis vuestra propia
acción, creencia, conocimiento, experiencia. Todo ello brinda
seguridad. ¿No es así? Brinda seguridad al proceso del pensar, le
da fuerza. Ese proceso no hace sino vigorizar el “yo”, la mente,
el ego, sea que le llaméis superior o inferior. Todas nuestras
religiones, todas nuestras sanciones sociales, todas nuestras leyes
son para apoyo del individuo, del “yo” individual, de la acción
separativa; y en oposición a eso está el Estado totalitario. Si
ahondáis más en lo inconsciente, ahí también está en acción el
mismo proceso. Ahí somos lo colectivo influido por el ambiente, por
el clima, por la sociedad, por el padre, la madre, el abuelo. Ahí
está asimismo el deseo de afirmar, de dominar como individuo, como
el “yo”.
¿La función de la mente, tal como la conocemos y a diario
funcionamos, no es, pues, un proceso de aislamiento? ¿No buscáis
acaso la salvación individual? Habréis de ser alguien en lo futuro;
en esta misma vida habréis de ser grandes hombres, grandes
escritores. Toda nuestra tendencia es la de estar separados. ¿Puede
la mente hacer algo que no sea eso? ¿Resulta posible para la mente
no pensar de modo separativo, como encerrada en sí misma,
fragmentariamente? Eso es imposible. De modo que adoramos la mente;
la mente es importante en extremo. ¿No sabéis cuánta importancia
adquirís en la sociedad no bien sois un tanto astutos, alertas, y
tenéis un poco de información y conocimientos acumulados? Habéis
visto el culto que rendís a los que son intelectualmente superiores,
a los abogados, profesores, oradores, grandes escritores, a los que
explican y exponen. Habéis cultivado el intelecto y la mente.
La función de la mente es ser separada; de otro modo vuestra mente
no interviene. Habiendo cultivado este proceso durante siglos,
hallamos que no podemos cooperar; sólo somos impulsados, compelidos,
movidos por el temor, por la autoridad, ya sea económica o
religiosa. Si ese es el estado existente, no sólo en el nivel
consciente sino también en los niveles más profundos, en nuestros
móviles, nuestras intenciones, nuestros empeños, ¿cómo puede
haber cooperación? ¿Cómo puede haber inteligente unión para hacer
alguna cosa? Como eso es casi imposible las religiones y partidos
sociales organizados imponen al individuo ciertas formas de
disciplina. La disciplina vuélvese entonces imperativa para reunirse
y hacer cosas mancomunadamente.
Hasta que comprendamos cómo ir más allá de este pensar
egocéntrico, de este proceso de dar énfasis al “yo”, a lo mío,
en forma colectiva o en forma individual, no tendremos paz; tendremos
constantes conflictos y guerras. Nuestro problema es poner fin al
proceso separativo del pensamiento. ¿Puede acaso el pensamiento
destruir el “yo”, siendo el pensamiento el proceso de
verbalización y de reacción? El pensamiento no es nada más que
reacción; el pensamiento no es creativo. ¿Puede el pensamiento
poner fin a sí mismo? Eso es lo que estamos tratando de descubrir.
Cuando mi línea de pensamiento es ésta: “debo disciplinarme”;
“debo identificarme”; “debo pensar con más propiedad”; “debo
ser esto o aquello”, el pensamiento se fuerza a sí mismo, se
disciplina, se impele a ser algo o a no ser algo. ¿No es eso un
proceso de aislamiento? No es, por tanto, la inteligencia integrada
que puede funcionar como un todo, y de la cual tan sólo puede
provenir la cooperación.
¿Cómo habréis de llegar al fin del pensamiento; o, más bien, cómo
habrá de llegar a su fin el pensamiento que es aislado, fragmentario
y parcial? ¿Como empezar? ¿Vuestra llamada disciplina lo destruirá?
Es evidente que durante estos largos años no lo habéis logrado; de
no ser así, no estaríais aquí. Debéis examinar el proceso
disciplinario que es tan sólo un proceso de pensamiento en el que
hay sujeción, represión, control, dominación; todo lo cual afecta
lo inconsciente, que se impone más tarde, a medida que envejecéis.
Habiendo ensayado en vano la disciplina durante tanto tiempo, debéis
haber hallado que la disciplina, evidentemente, no es el proceso para
destruir el “yo”. El “yo” no puede ser destruido mediante la
disciplina, porque la disciplina es un proceso de fortalecimiento del
“yo”.
Ello no obstante, todas vuestras religiones la sostienen; todas
vuestras meditaciones, vuestras afirmaciones, se basan en eso. ¿El
conocimiento destruirá el “yo”? ¿Lo destruirá la creencia? En
otros términos, ¿todo lo que actualmente hacemos, todas las
actividades en que hoy estamos empeñados para llegar hasta la raíz
del “yo”, tendrá todo eso buen éxito? ¿No es todo eso
fundamentalmente desperdiciado en un proceso de pensamiento que es un
proceso de aislamiento, un proceso de reacción? ¿Qué es lo que
hacéis cuando os dais cuenta a fondo, con hondura, que el
pensamiento no puede poner fin a sí mismo? ¿Qué ocurre? Observaos,
señores. Cuando os dais plena cuenta de este hecho, ¿qué acontece?
Comprendéis entonces que cualquier reacción es condicionada, y que
ni al comienzo ni al fin puede haber libertad a través del
condicionamiento. La libertad es siempre al comienzo y no al fin.
Cuando comprendéis que cualquier reacción es una forma de
condicionamiento y que por lo tanto da continuidad al “yo” de
diferentes maneras, ¿qué es lo que ocurre en realidad? A este
respecto tenéis que ser bien claros. La creencia, el conocimiento,
la disciplina, la experiencia, todo el proceso de lograr un resultado
o alcanzar un fin, la ambición, el llegar a ser algo en esta vida o
en una futura; todo eso es un proceso de aislamiento, un proceso que
trae destrucción, desdicha, guerras a las que no se puede escapar
mediante la acción colectiva, por grande que sea para vosotros la
amenaza de los campos de concentración y todo lo demás. ¿Os dais
cuenta de ese hecho? ¿Cuál es el estado de la mente que dice “es
así”, “ese es mi problema”, “he ahí exactamente donde
estoy”, “yo veo lo que el conocimiento y la disciplina pueden
hacer, lo que hace la ambición”? Ya hay, por cierto, un proceso
diferente en acción, si veis todo eso.
Vemos los caminos del intelecto. No vemos la senda del amor; la senda
del amor no ha de hallarse a través del intelecto. El intelecto con
todas sus ramificaciones, con todos sus deseos, ambiciones, empeños,
debe cesar para que el amor surja a la existencia. ¿No sabéis que
cuando amáis cooperáis, no pensáis en vosotros mismos? Esa es la
más elevada forma de inteligencia no el que améis como un ser
superior o el que estéis en buena posición, lo cual no es sino
miedo. Cuando están ahí vuestros intereses creados, no puede haber
amor; sólo existe el proceso de explotación que nace del miedo. De
suerte que el amor sólo puede surgir cuando la mente no interviene.
Debéis, pues, comprender todo el proceso de la mente, la función de
la mente.
Es sólo cuando sabemos amarnos los unos a los otros, cuando puede
haber cooperación, cuando puede funcionar la inteligencia, cuando
puede haber acuerdo sobre cualquier cuestión. Sólo entonces resulta
posible descubrir qué es Dios, qué es la Verdad. Ahora procuramos
hallar la verdad a través del intelecto, mediante la imitación, lo
cual es idolatría. Sólo cuando descartáis completamente, gracias a
la comprensión, toda la estructura del “yo”, adviene aquello que
es eterno, atemporal, inconmensurable. No podéis ir a ello; ello
viene a vosotros.
CAPÍTULO XVIII
EL AUTOENGAÑO
Desearía discutir o considerar la cuestión del autoengaño, las
ilusiones a que la mente se entrega y se impone a sí misma y a los
demás. Este es un asunto muy serio, sobre todo en una crisis del
género de la que el mundo hoy enfrenta. Mas para comprender todo
este problema del autoengaño, debemos seguirlo no sólo en el nivel
verbal, sino intrínsecamente, fundamental y hondamente. Se nos
satisface demasiado fácilmente con palabras y contrapalabras; somos
sabihondos, y siéndolo, todo lo que podemos hacer es esperar que
algo ocurra. Vemos que la explicación de la guerra no detiene la
guerra; hay innumerables historiadores, teólogos y gente religiosa
que explican la guerra y cómo ella se origina; pero las guerras han
de continuar, tal vez más destructivas que nunca. Aquellos de
nosotros que somos realmente serios debemos ir más allá de la
palabra, debemos buscar esta revolución fundamental dentro de
nosotros mismos; ese es el único remedio que puede producir una
duradera y fundamental redención del género humano.
Análogamente, cuando discutimos esta clase de autoengaño, creo que
deberíamos estar en guardia contra cualesquiera explicaciones y
réplicas superficiales. Deberíamos, si puedo sugerirlo, no sólo
escuchar a un orador, sino prestar atención al problema tal como lo
conocemos en nuestra vida diaria; esto es, deberíamos observarnos a
nosotros mismos en el pensar y en la acción, observarnos para ver
cómo afectamos a los demás y cómo procedemos a actuar por impulso
propio.
¿Cual es la razón, la base del autoengaño? ¿Cuántos de nosotros
se dan realmente cuenta de que nos engañamos a nosotros mismos?
Antes de que contestar la pregunta “¿qué es el autoengaño y como
surge?”, debemos darnos cuenta de que nos engañamos a nosotros
mismos. ¿No es así? ¿Sabemos que nos engañamos a nosotros mismos?
¿Qué entendemos por este engaño? Creo que ello es muy importante;
porque, cuanto más nos engañamos a nosotros mismos, mayor es la
fuerza del engaño que nos brinda cierta vitalidad, cierta energía,
cierta capacidad, lo cual hace que impongamos nuestro engaño a los
demás. Gradualmente, pues, no sólo imponemos el engaño a nosotros
mismos sino a otras personas. Es un proceso recíproco de autoengaño,
¿Nos damos cuenta de este proceso porque nos creemos muy capaces de
pensar claramente, con un propósito directamente? ¿Nos damos cuenta
de que en este proceso de pensar hay autoengaño?
¿No es el pensamiento en sí un proceso de busca, una búsqueda de
justificación, de seguridad, de autoprotección, un deseo de que se
piense bien de uno, un deseo de tener posición, prestigio y poder?
¿No es este deseo de ser, en lo político o en lo religioso y
social, la causa misma del autoengaño? En el momento en que deseo
otra cosa que las necesidades puramente materiales, ¿no produzco, no
provoco un estado en el que fácilmente se acepta? Tomemos como
ejemplo esto: quiero saber qué ocurre después de la muerte, cosa en
la que muchos de nosotros estamos interesados, y cuanto más viejos
somos, más interesados estamos. Queremos saber la verdad al
respecto. ¿Cómo la encontraremos? Por cierto que no mediante la
lectura ni las diferentes explicaciones.
¿Cómo, entonces, descubriréis? Primero debéis purgar vuestra
mente, en forma completa, de todo factor que se interponga, de toda
esperanza, de todo deseo de continuar, de todo deseo de descubrir qué
hay del otro lado. Como la mente busca en todo instante seguridad,
tiene el deseo de continuar y espera que haya un medio de
realización, una existencia futura. Una mente así, aunque busque la
verdad sobre la vida después de la muerte, sobre la reencarnación o
lo que sea, es incapaz de descubrir esa verdad. ¿No es cierto? Lo
importante no es que la reencarnación sea o no verdad, sino como la
mente busca justificación mediante el autoengaño, de un hecho que
puede o no ser. Lo importante, pues, es el enfoque del problema,
saber con qué móviles, con qué impulso, con qué deseo lo
abordáis.
El buscador se impone siempre a sí mismo este engaño. Nadie se lo
puede imponer; él mismo lo hace. Creamos el engaño y luego nos
convertimos en sus esclavos. De suerte que el factor fundamental del
autoengaño es este constante deseo de ser algo en este mundo y en el
otro. Conocemos el resultado de querer ser algo en este mundo: total
confusión, en la que cada cual compite con el otro, en el que cada
cual destruye al otro en nombre de la paz. Ya conocéis todo el juego
de unos con otros, que es una forma extraordinaria de autoengaño.
Similarmente, deseamos en el otro mundo seguridad, una posición.
Empezamos, pues, a engañarnos a nosotros mismos en el momento en que
surge este impulso de ser, de llegar a ser algo, o de lograr. Es muy
difícil para la mente librarse de eso. Ese es uno de los problemas
básicos de nuestra vida. ¿Es posible vivir en el mundo y no ser
nada? Porque sólo entonces se está libre de todo engaño, porque
sólo entonces la mente no busca un resultado, ni una respuesta
satisfactoria, ni forma alguna de justificación, ni seguridad en
ninguna forma ni en ninguna relación. Eso ocurre tan sólo cuando la
mente comprende las posibilidades y sutilezas del engaño, y por lo
tanto, con comprensión, la mente abandona toda forma de
justificación, de seguridad, lo cual significa que la mente es
entonces capaz de ser completamente “nada”. ¿Es ello posible?
Mientras nos engañamos a nosotros mismos en cualquier forma, no
puede haber amor. Mientras la mente sea capaz de crear e imponerse a
sí misma una ilusión, es evidente que se aparta de la comprensión
colectiva o integrada. Esa es una de nuestras dificultades. No
sabemos cómo cooperar; todo lo que sabemos es que tratamos de
trabajar juntos hacia un fin que ambos establecemos. Sólo puede
haber cooperación cuando vosotros y yo no tenemos un objetivo común
creado por el pensamiento. Lo importante de comprender es que la
cooperación sólo es posible cuando nada deseamos ser, vosotros ni
yo. Cuando vosotros y yo deseamos ser algo, tórnase necesaria la
creencia y todo lo demás. Así como una utopía autoproyectada. Mas
si vosotros y yo creamos anónimamente sin engañarnos a nosotros
mismos, sin barreras de creencias y conocimiento, sin deseo de estar
en seguridad, entonces hay verdadera cooperación.
¿Será posible que nosotros cooperemos, que estemos juntos sin un
fin, sin un propósito, que ni vosotros ni yo buscamos? ¿Podemos
vosotros y yo trabajar juntos sin buscar un resultado? Eso, por
cierto, es verdadera cooperación. ¿No es así? Si vosotros y yo
pensamos acabadamente en un resultado, lo planeamos, lo ponemos en
ejecución, y juntos trabajamos para lograr ese resultado, ¿cuál es
entonces el proceso que ello involucra? Nuestras mentes coinciden,
nuestros pensamientos, nuestros intelectos, por supuesto, se
entienden; pero emocionalmente, tal vez, todo el ser se resiste a
ello, lo cual produce engaño, y éste trae conflicto entre vosotros
y yo. Se trata de un hecho evidente, observable en nuestra vida
diaria. Vosotros y yo acordamos intelectualmente hacer determinado
trabajo; pero inconscientemente, en lo profundo, estamos en lucha
unos contra otros. Yo deseo un resultado a mi satisfacción, deseo
dominar, quiero que mi nombre esté antes del vuestro, si bien se
dice que colaboro con vosotros. De suerte que vosotros y yo, que
somos los autores de ese plan, en realidad nos oponemos unos a otros,
aun cuando exteriormente vosotros y yo estemos de acuerdo acerca del
plan.
¿No es importante, pues, averiguar si vosotros y yo podemos
cooperar, estar en comunión, vivir juntos en un mundo en que
vosotros y yo somos como la nada; si nosotros somos real y
verdaderamente capaces de colaborar, no en el nivel superficial sino
fundamentalmente? Ese es uno de nuestros problemas, quizá el mayor.
Yo me identifico con un objeto o propósito, y vosotros os
identificáis con el mismo objeto; por ambas partes estamos
interesados en él y tenemos la intención de realizarlo. Este
proceso de pensar es ciertamente muy superficial, porque mediante la
identificación producimos separación, cosa evidente en nuestra vida
diaria. Vosotros sois hindúes y yo católico; por ambas partes
predicamos la fraternidad y nos vamos a las manos. ¿Por qué? Ese es
uno de nuestros problemas, ¿verdad? Inconscientemente y en lo
profundo, vosotros tenéis vuestras creencias y yo las mías. Con
hablar de fraternidad no hemos resuelto para nada el problema de la
creencia, pero teórica e intelectualmente, nada más, hemos acordado
que debe resolverse; en lo íntimo y en lo profundo estamos unos
contra otros.
Hasta que disolvamos esas barreras que son un autoengaño, que nos
brindan cierta vitalidad, no puede haber cooperación entre vosotros
y yo. Identificándonos con un grupo, con una idea en particular, con
determinado país, jamás podremos establecer cooperación.
La creencia no trae cooperación; por el
contrario, ella divide. Vemos cómo un partido político está contra
otro, cada cual con su creencia en determinada manera de entender los
problemas económicos, lo que hace que estén todos ellos en guerra
unos con otros. No están dispuestos a resolver el problema del
hambre, por ejemplo. Le interesan las teorías
que habrán de resolver ese problema. No están realmente preocupados
con el problema en sí sino con el método por el cual el problema
habrá de ser resuelto. Tiene, pues, que haber disputas entre ellos,
puesto que les interesa la idea y no el problema. De un modo análogo,
las personas religiosas están las unas contra las otras aunque
verbalmente digan que todos tienen una vida, un Dios; todo eso lo
sabéis. Pero en su fuero interno, sus creencias, sus opiniones, sus
experiencias, los destruyen y los mantienen separados.
La experiencia llega a ser un factor de división en nuestras
relaciones humanas; la experiencia es una senda de engaño. Si he
experimentado algo, a ello me apego; no examino el problema total del
proceso de “vivenciar”; pero, como he experimentado, eso resulta
suficiente y a ello me aferro, con lo cual me impongo el engaño a
través de esa experiencia.
Nuestra dificultad es, pues, que cada uno de nosotros está tan
identificado con una creencia en particular, con determinada forma o
método de lograr felicidad, ajuste económico, que nuestra mente es
cautiva de eso y resultamos incapaces de ahondar más en el problema;
por lo tanto deseamos mantenernos individualmente apartados en
nuestras particulares modalidades, creencias y experiencias. Hasta
que las comprendamos y disolvamos, no sólo en el nivel superficial
sino también en el nivel más profundo, no puede haber paz en el
mundo. Por eso es importante que los que son realmente serios
comprendan todo este problema: el deseo de llegar a ser algo, de
lograr, de ganar, no sólo en el nivel superficial sino fundamental y
hondamente. De otro modo no puede haber paz en el mundo.
La Verdad no es algo que haya de ser logrado. El amor no puede llegar
a aquellos que tienen un deseo de aferrarse a él o que gustan de
identificarse con él. Tales cosas, por cierto, llegan cuando la
mente no busca, cuando la mente está del todo quieta, cuando la
mente ya no engendra movimientos y creencias de los que puede
depender, o de los que deriva cierta fuerza, lo cual es indicio de
autoengaño. Sólo cuando la mente comprende todo este proceso del
deseo, puede ella estar en silencio. Sólo entonces la mente no está
activa para ser o para no ser, sólo entonces existe la posibilidad
de un estado en el cual no hay ningún género de engaño.
CAPÍTULO XIX
ACTIVIDAD EGOCÉNTRICA
La mayoría de nosotros, creo yo, se da cuenta de que toda forma de
persuasión, toda clase de alicientes, se nos han ofrecido para
resistir las actividades egocéntricas. Mediante el temor, las
promesas, el miedo al infierno, toda forma de condenación, las
religiones han intentado de diferentes maneras disuadir al hombre de
esta constante actividad nacida del centro del “yo”. Habiendo
fracasado las religiones, se encargaron de ello las organizaciones
políticas. Aquí, nuevamente, la persuasión; aquí, nuevamente, la
utópica esperanza final. Contra cualquier forma de resistencia se ha
empleado e impuesto toda clase de legislación, desde la muy limitada
hasta la extremista, inclusive los campos de concentración; y ello
no obstante, continuamos con nuestra actividad egocéntrica. Parece
que esa es la única clase de acción que conocemos. Por poco que
pensemos al respecto, tratamos de modificarla; si nos damos cuenta de
ello, tratamos de cambiar su curso; y en lo fundamental,
profundamente, no hay transformación, no hay cesación radical de
esa actividad. La gente reflexiva se da cuenta de ello; también
percibe que sólo cuando cesa la actividad desde el centro del “yo”
puede haber felicidad. La mayoría da por supuesto que la actividad
egocéntrica es cosa natural, y que la acción consiguiente es
inevitable, pudiendo tan sólo ser modificada, controlada y plasmada.
Ahora bien, aquellos que son un poco más serios, más fervorosos, no
“sinceros” porque la sinceridad es el modo de engañarse a
sí mismo-, habrán de descubrir cómo el hombre, dándose totalmente
cuenta de este extraordinario proceso de la actividad egocéntrica,
puede ir más allá.
Para comprender qué es esta actividad egocéntrica, es evidente que
uno debe examinarla, observarla, darse cuenta del proceso entero. Si
uno puede darse cuenta de él, hay entonces la posibilidad de su
disolución. Pero el darse cuenta de él requiere cierta comprensión,
cierta intención de enfrentar la cosa tal cual es, mirarla tal cual
es, y no interpretarla, ni modificarla, ni condenarla. Tenemos que
darnos cuenta de lo que hacemos, de toda actividad que proviene de
ese estado egocéntrico; debemos ser conscientes de ella. Esa es una
de nuestras primordiales dificultades, porque no bien somos
conscientes de esa actividad, queremos plasmarla, queremos
controlarla, queremos condenarla o modificarla; pero jamás estamos
en condiciones de mirarla directamente, y, cuando lo hacemos, muy
pocos de nosotros somos capaces de saber qué hacer.
Comprendemos que las actividades egocéntricas son perjudiciales,
destructivas, y que toda forma de identificación tales como la
identificación con la patria, con determinado grupo, con un deseo en
particular, la búsqueda de un resultado aquí o en el más allá, la
glorificación de una idea, el seguir un ejemplo, el perseguir la
virtud, etc.- es esencialmente la actividad de una persona
egocéntrica. Todas nuestras relaciones, con la naturaleza, con la
gente, con las ideas, provienen de esa actividad. Sabiendo todo esto,
¿qué habrá uno de hacer? Toda actividad semejante debe tener
espontáneamente fin, y no un fin autoimpuesto, ni influido, ni
guiado.
La mayoría de nosotros nos damos cuenta de que esta actividad
egocéntrica causa daño y caos; pero sólo lo percibimos en ciertas
direcciones. O bien lo observamos en los demás y lo ignoramos en
nuestras propias actividades; o dándonos cuenta, en nuestras
relaciones con otros, de nuestra propia actividad egocéntrica,
deseamos transformarnos, hallar un substituto, ir más allá. Antes
de poder habérnolas con esto debemos saber cómo surge este proceso.
¿No es cierto? Para comprender algo, debemos ser capaces de mirarlo,
y, para mirarlo, debemos conocer sus diversas actividades en
diferentes niveles, tanto conscientes como inconscientes las
directivas conscientes, como también los movimientos egocéntricos
de nuestras intenciones y móviles inconscientes.
Sólo soy consciente de esta actividad del “yo”, cuando me
opongo, cuando la conciencia se ve frustrada, cuando el “yo” está
deseoso de lograr un resultado, ¿no es cierto? O soy consciente de
ese centro, cuando el placer termina y quiero más de ese placer;
cuando hay resistencia, adapto la mente, de modo intencional, a
determinado fin que me brindará una satisfacción, un deleite, me
doy cuenta de mí mismo y de mis actividades cuando percibo
conscientemente la virtud. Un hombre que busca conscientemente la
virtud por cierto no es virtuoso. La humildad no puede buscarse, y
esa es la belleza de la humildad.
Este proceso egocéntrico es resultado del tiempo, ¿verdad? Mientras
exista este centro de actividad en cualquier dirección, consciente e
inconsciente, existe el movimiento del tiempo y yo soy consciente del
pasado y del presente en conjunción con el futuro. La actividad
egocéntrica del yo es un proceso del tiempo. Es la memoria que da
continuidad a la actividad del centro, que es el “yo”. Si os
observáis y os dais cuenta de este centro de actividad, veréis que
él es sólo el proceso del tiempo, de la memoria, de “vivenciar”
e interpretar toda experiencia de acuerdo con una memoria; vosotros
también veréis que la actividad del “yo” consiste en reconocer,
que es también el proceso de la mente.
¿Puede la mente estar libre de todo eso? Ello podrá ser posible en
raros momentos; eso podrá acontecernos a la mayoría de nosotros
cuando realizamos un acto inconsciente, sin intención y sin objeto,
pero ¿será posible que alguna vez la mente esté libre de la
actividad egocéntrica? Esa es una pregunta muy importante para
hacernos a nosotros mismos porque en el hecho mismo de formulárosla
hallaréis la respuesta. Si os dais cuenta del proceso total de esta
actividad egocéntrica, si sois plenamente conocedores de sus
actividades niveles de vuestra conciencia, entonces, por cierto,
tenéis que preguntaros a vosotros mismos si es posible que esa
actividad termine. ¿Es posible no pensar en términos de tiempo, no
pensar en términos de lo que yo seré, de lo que he sido, de lo que
soy? En tal pensamiento se origina todo el proceso de la actividad
egocéntrica; también en él tienen comienzo la determinación de
llegar a ser algo, la determinación de optar y de evitar, todo lo
cual es un proceso de tiempo. En ese proceso vemos producirse
infinito daño, miseria, confusión, deformación, deterioro.
El proceso del tiempo no es, por cierto, revolucionario. En el
proceso del tiempo no hay transformación; sólo hay continuidad y no
hay terminación. En el proceso del tiempo hay tan sólo
reconocimiento. Sólo cuando cesa completamente el proceso del
tiempo, la actividad del “yo”, ocurre una revolución, una
transformación, surge lo nuevo.
Dándose cuenta de este proceso integro, total,
del “yo”, en su actividad, ¿qué habrá de hacer la mente? Lo
nuevo sólo adviene con la renovación, con la revolución, no
a través de la evolución, ni del
devenir del “yo”; adviene cuando el “yo” cesa por completo.
El proceso del tiempo no puede traer lo nuevo; el tiempo no es el
medio de la creación.
No sé si alguno de vosotros ha tenido un momento de creatividad. No
hablo de poner en acción alguna visión; quiero significar ese
instante de creación en que no hay recordación. En ese instante
ocurre ese estado extraordinario en que el “yo” ha cesado en su
actividad de reconocer. Si nos damos cuenta, veremos que en ese
estado no hay un experimentador que recuerde, interprete, reconozca,
y luego identifique; no hay proceso de pensamiento que pertenezca al
tiempo. En ese estado de creación, de “creatividad” de lo nuevo,
que es atemporal, no hay acción del “yo”, en absoluto.
Ahora bien, nuestra pregunta es sin duda ésta: ¿es posible que la
mente viva ese estado, que se halle en él, no momentáneamente ni en
raros instantes no quisiera emplear la palabra “eterno” o
“por siempre”, porque ello implicaría tiempo-, en ese estado en
que el tiempo no cuenta? Eso, por cierto, es un importante
descubrimiento que ha de ser hecho por cada uno de nosotros, porque
es la puerta del amor. Todas las otras puertas son actividades del
“yo”. Donde hay acción del “yo” no hay amor. El amor no
pertenece al tiempo. No podéis practicar el amor. Si lo hacéis,
ello es entonces una actividad autoconsciente del “yo”, el cual,
amando, espera obtener un resultado.
El amor no es el tiempo. No podéis dar con él por ningún esfuerzo
consciente, por ninguna disciplina, por la identificación, todo lo
cual es un proceso de tiempo. La mente, que sólo conoce el proceso
del tiempo, no puede reconocer el amor. El amor es la única cosa
nueva, eternamente nueva. Es porque la mayoría de nosotros hemos
cultivado la mente la cual es el resultado del tiempo- que no
sabemos qué es el amor. Hablamos acerca del amor; decimos que amamos
a la gente, a nuestros hijos, a nuestra esposa, al prójimo; decimos
que amamos la naturaleza; pero en el momento en que somos conscientes
de que amamos, la actividad del “yo” ha surgido; y, por lo tanto,
ello deja de ser amor.
Este proceso total de la mente ha de ser comprendido tan sólo a
través de la relación con la naturaleza, con las personas, con
nuestra propia proyección, con todo lo que nos rodea. La vida no es
más que relación. Aunque intentemos aislarnos de la relación, no
podemos existir sin estar en relación; aunque la vida de relación
resulte dolorosa, no podemos escapar de ella mediante el aislamiento,
haciéndonos ermitaños, y lo demás. Todos esos métodos son
indicios de la actividad del “yo”. Viendo todo este cuadro,
dándonos cuenta de todo este proceso del tiempo como conciencia, sin
opción alguna, sin ninguna intención ni propósito determinado, sin
deseo de resultado alguno, veréis que este proceso del tiempo
termina de por sí, no por inducción ni como resultado del deseo. Y
sólo cuando ese proceso finaliza adviene el amor, el cual es
eternamente nuevo.
No necesitamos buscar la Verdad. La Verdad no es algo que se halle
muy lejos. Es la verdad acerca de la mente, la verdad acerca de sus
actividades, de instante a instante. Si nos damos cuenta de esta
verdad de instante en instante, de todo este proceso del tiempo, esta
captación deja en libertad la conciencia, o la energía que es
inteligencia, que es amor. Mientras la mente utilice la conciencia
como actividad del “yo”, surge el tiempo con todas sus miserias,
con todos sus conflictos, con todos sus daños, sus engaños
intencionales; y sólo cuando la mente, comprendiendo ese proceso
total, haya cesado, surgirá el amor.
CAPÍTULO XX
EL TIEMPO Y LA TRANSFORMACIÓN
Desearía hablar un poco acerca de lo que es el tiempo, porque creo
que el enriquecimiento, la belleza y la significación de aquello que
es atemporal, de aquello que es verdadero, sólo puede experimentarse
cuando comprendemos todo el proceso del tiempo. Después de todo,
cada uno a su manera, nosotros buscamos una sensación de felicidad,
de enriquecimiento. Una vida que tenga significación, la riqueza de
la verdadera felicidad, no pertenece al tiempo. Como el amor, una
vida así es atemporal; y para comprender aquello que es atemporal,
no debemos enfocarlo a través del tiempo sino más bien comprender
el tiempo. No debemos utilizar el tiempo como medio de lograr, de
realizar, de captar lo atemporal. Pero eso es lo que hacemos en la
mayor parte de nuestra vida; pasar el tiempo tratando de captar
aquello que es atemporal, de modo que es importante comprender qué
entendemos por tiempo, porque yo creo que es posible estar libre del
tiempo. Es muy importante comprender el tiempo como un todo, no
parcialmente.
Es interesante comprender que nuestra vida transcurre principalmente
en el tiempo; no en el sentido de la sucesión cronológica, de los
minutos, las horas, los días y los años, sino en el sentido de la
memoria psicológica. Vivimos por el tiempo, somos el resultado del
tiempo. Nuestra mente es el producto de muchos “ayeres”, y el
presente es mero pasaje del pasado hacia el futuro. Nuestras
actividades, nuestro ser, se basan en el tiempo; sin el tiempo no
podemos pensar, porque el pensamiento es resultado del tiempo, el
pensamiento es producto de muchos “ayeres”, y no hay pensamiento
sin memoria. La memoria es tiempo; porque hay dos clases de tiempo,
el cronológico y el psicológico. Hay tiempo que es ayer por el
reloj, y hay tiempo que es ayer por el recuerdo. No podéis desechar
el tiempo cronológico, lo cual sería absurdo; entonces perderíais
el tren. ¿Pero existe realmente tiempo alguno aparte del tiempo
cronológico? Es evidente que hay un tiempo que es el ayer; ¿pero
existe el tiempo, tal como la mente lo piensa? Esto es, ¿existe el
tiempo aparte de la mente? El tiempo el tiempo psicológico- es
por cierto producto de la mente. Sin la base del pensamiento no hay
tiempo alguno; el tiempo es mero recuerdo, es ayer en conjunción con
el presente, lo cual moldea el mañana. Es decir, el recuerdo de la
vivencia de ayer respondiendo al presente, crea el futuro; y ello
sigue siendo el proceso del pensamiento, un sendero de la mente. El
proceso del pensamiento produce progreso psicológico en el tiempo;
¿pero es él real, tan real como el tiempo cronológico? ¿Y podemos
emplear ese tiempo que es de la mente como medio de comprender lo
eterno, lo atemporal? Porque, como lo he dicho, la felicidad no es de
ayer, la felicidad no es producto del tiempo, la felicidad es siempre
en el presente, un estado atemporal. No sé si habéis notado que
cuando hay en vosotros éxtasis, un júbilo creador, una serie de
nubes brillantes rodeadas de nubes sombrías, en ese momento el
tiempo no existe: sólo existe el inmediato presente. Pero la mente
interviene después de la vivencia en el presente, la recuerda y
desea continuarla, reuniendo más y más de sí misma, con lo que
crea el tiempo. El tiempo, pues, es creado por el “más”; el
tiempo es adquisición, y el tiempo es también desprendimiento, el
cual sigue siendo una adquisición de la mente. Por lo tanto, el mero
hecho de disciplinar la mente en el tiempo, condicionar el
pensamiento dentro el marco del tiempo lo cual es memoria- no
revela por cierto aquello que es atemporal.
¿Es
la transformación asunto de tiempo? La mayoría de nosotros estamos
acostumbrados a pensar que el tiempo es necesario para la
transformación: yo soy algo, y para cambiar lo que soy en lo que yo
debería ser, se requiere tiempo. Soy codicioso, y la codicia me trae
confusión, antagonismos conflictos y miserias; y para producir una
transformación o sea la “no codicia”, creemos que el tiempo es
necesario. Es decir, se considera que el tiempo es un medio para
desarrollar algo más grande, para llegar a ser alguna cosa. El
problema es éste: uno es violento, codicioso, envidioso, iracundo,
vicioso o apasionado. ¿Se necesita el tiempo para transformar lo que
es? En
primer lugar, ¿por qué queremos cambiar lo que es,
o producir una transformación? ¿Por qué? Porque lo que somos nos
desagrada; engendra conflicto, perturbación. Y no gustándonos ese
estado, deseamos algo mejor, algo más noble, más idealista.
Deseamos, pues, la transformación, porque hay dolor, malestar,
conflicto. ¿Pero al conflicto se lo vence con el tiempo? Si decís
que él será superado por el tiempo, aún estáis en conflicto.
Podréis decir que os tomará veinte días o veinte años el libraros
del conflicto, el cambiar lo que sois; pero durante ese tiempo estáis
todavía en conflicto, y por lo tanto el tiempo no trae
transformación. Cuando utilizamos el tiempo como medio de adquirir
una cualidad, una virtud o un estado del ser, no hacemos más que
aplazar o esquivar lo que se es; y creo que es importante comprender
este punto. La codicia o la violencia causa dolor, perturbación, en
el mundo de nuestras relaciones con el prójimo, o sea en la
sociedad; y siendo conscientes de ese estado de perturbación, que
denominamos codicia o violencia, nos decimos a nosotros mismos: “me
librare de él con el tiempo; practicaré la no violencia, practicaré
la no envidia, practicaré la paz”. Ahora bien, vosotros deseáis
practicar la “no violencia” porque la violencia es un estado de
perturbación, de conflicto, y creéis que con el tiempo lograréis
la “no violencia” y os sobrepondréis al conflicto. ¿Qué
ocurre, pues, en realidad? Hallándoos en estado de conflicto,
queréis lograr un estado en el que no haya conflicto. ¿Pero
ese estado de “no conflicto” es el resultado del tiempo, de una
duración? No, evidentemente. Porque, mientras estáis logrando un
estado de “no violencia”, seguís siendo violentos y, por lo
tanto, estáis todavía en conflicto.
Nuestro
problema es éste: ¿es posible superar un conflicto, una
perturbación, en un período de tiempo, ya se trate de días, de
años o de vidas? ¿Qué ocurre cuando decís: “voy a practicar la
no violencia durante cierto período de tiempo”? La práctica misma
indica que estáis en conflicto, ¿no es así? No practicaríais si
no resistierais al conflicto; y decís que la resistencia al
conflicto es necesaria a fin de superar el conflicto, y para esa
resistencia os hace falta tiempo. Pero la resistencia misma al
conflicto es aun una forma de conflicto. Gastáis vuestra energía en
resistir al conflicto en la forma de lo que llamáis codicia, envidia
o violencia, pero vuestra mente sigue en conflicto. Es importante,
pues, ver cuán falso es el proceso de depender del tiempo como medio
de superar la violencia, y, con ello, librarse de dicho proceso.
Entonces sois capaces de ser lo que sois: una perturbación
psicológica, que es la violencia misma.
Para comprender algo, cualquier problema humano o científico, ¿qué
es lo importante, qué es lo esencial? Una mente tranquila, ¿no es
así? Una mente que esté resuelta a comprender. No una mente que sea
exclusivista, que trate de concentrarse, lo cual, una vez más, es un
esfuerzo de resistencia. Si yo deseo realmente comprender algo, en
seguida se produce en mi mente un estado de quietud. Cuando queréis
escuchar música o mirar un cuadro que os gusta, que os emociona,
¿cuál es el estado de vuestra mente? Ella queda inmediatamente en
calma, ¿no es así? Cuando escucháis música, vuestra mente no vaga
por todas partes; escucháis. De un modo análogo, cuando queréis
comprender el conflicto, ya no dependéis para nada del tiempo; os
enfrentáis simplemente con lo que es, o sea con el conflicto.
Entonces se produce de inmediato una quietud, una serenidad de la
mente. Cuando ya no dependéis del tiempo como
medio de transformar lo que es,
porque veis la falsedad de ese proceso, entonces os enfrentáis con
lo que es
y como estáis interesados en comprender lo que es,
resulta natural que tengáis la mente quieta. En ese estado mental
alerta y sin embargo pasivo, surge la comprensión Mientras la mente
esté en conflicto, censurando, resistiendo, condenando, no puede
haber comprensión. Si quiero comprenderos es obvio que no debo
condenaros. Es, pues, esa mente tranquila, esa mente serena, la que
trae la transformación. Cuando la mente ya no resiste, ya no elude,
ya no descarta ni censura lo que es,
sino que se encuentra simplemente perceptiva de un modo pasivo, en
esa pasividad de la mente, si ahondáis de veras en el problema,
hallaréis que ocurre una transformación.
La revolución sólo es posible ahora, no en el futuro, la
regeneración es ahora, no mañana. Si queréis experimentar con lo
que acabo de decir, encontraréis que habrá una regeneración
inmediata, una cualidad de cosa nueva, fresca, por que la mente
siempre está serena cuando está interesada, cuando desea o tiene
intención de comprender. La dificultad para la mayoría de nosotros
está en que no tenemos la intención de comprender, porque tenemos
miedo de que si comprendemos, ello podría traer una acción
revolucionaria en nuestra vida; y es por eso que resistimos. Es el
mecanismo defensivo lo que está en acción cuando nos valemos del
tiempo o de un ideal como medio de transformación.
De suerte que la regeneración sólo es posible en el presente, no en
el futuro ni mañana. El hombre que confía en el tiempo como medio
por el cual puede lograr la felicidad, comprender la verdad o Dios,
sólo se engaña a sí mismo; vive en la ignorancia, y por lo tanto
en conflicto. Pero el que ve que el tiempo no es la salida de nuestra
dificultad, y por lo tanto está libre de lo falso, un hombre así,
naturalmente, tiene la intención de comprender; su mente por
consiguiente, está quieta espontáneamente, sin compulsión, sin
ejercitación. Cuando la mente está serena, tranquila sin buscar
respuesta ni solución alguna, sin resistir ni esquivar, sólo
entonces puede haber regeneración, porque entonces la mente es capaz
de captar lo que es verdadero; y es la verdad lo que libera, no
vuestro esfuerzo por ser libres.
CAPÍTULO XXI
EL PODER Y LA COMPRENSIÓN
Vemos que es necesario un cambio radical en la sociedad, en nosotros
mismos, en nuestras relaciones individuales y de grupos. ¿Cómo se
lo habrá de producir? Si el cambio es mediante la adaptación a un
modelo proyectado por la mente, mediante un plan razonable, bien
estudiado, entonces sigue estando dentro del ámbito de la mente; por
lo tanto, sea lo que fuere que la mente proyecte, ello se convierte
en el fin, en la visión por la cual estamos dispuestos a
sacrificarnos a nosotros mismos y a los demás. Si sostenéis eso, de
ahí se desprende que nosotros, como seres humanos, somos mera
creación de la mente, lo cual implica conformismo, compulsión,
brutalidad, dictaduras, campos de concentración todo ese tipo
de cosas. Cuando rendimos culto a la mente, todo ello va implícito,
¿no es así? Si eso lo comprendo, si veo la inutilidad de la
disciplina, de la dominación, si veo que las diversas formas de
represión sólo refuerzan el “yo” y el “mío’ ¿qué debo
hacer entonces?
Para considerar este problema plenamente debemos examinar la cuestión
de lo que es la conciencia. Me pregunto si habéis pensado en él por
vosotros mismos o sólo habéis citado lo que las autoridades han
dicho acerca de la conciencia. No sé cómo habéis comprendido por
experiencia propia, por vuestro propio estudio de vosotros mismos,
que es lo que la conciencia implica, no sólo la conciencia de la
actividad y empeños cotidianos, sino la conciencia oculta, más
profunda, más rica y mucho más difícil de alcanzar. Si es que
hemos de discutir esta cuestión de un cambio fundamental en nosotros
mismos y por consiguiente en el mundo, y con este cambio hemos de
despertar cierta visión, un entusiasmo, fervor, una fe, esperanza,
una certeza que nos dé el ímpetu necesario para la acción, ¿no
resulta necesario, si hemos de comprender eso, examinar esta cuestión
de la conciencia?
Podemos ver qué entendemos por conciencia en el nivel superficial de
la mente. Es evidente que ella es el proceso de pensar, el
pensamiento. El pensamiento es el resultado de la memoria, de la
verbalización, es el nombrar, registrar y almacenar ciertas
experiencias para poder comunicarse; y en este nivel también hay
diversas inhibiciones, dominio, sanciones, disciplinas. Todo esto nos
resulta bastante conocido. Y, cuando ahondamos un poco más, están
todas las acumulaciones de la raza, los móviles ocultos, las
ambiciones colectivas y personales, los prejuicios, que son el
resultado de la percepción, contacto y deseo. Esta conciencia total,
la oculta a la vez que la perceptible, está centralizada en torno de
la idea del “yo”, del “mí mismo”.
Cuando discutimos cómo producir un cambio, generalmente nos
referimos a un cambio en el nivel superficial, ¿no es así? Por
medio de determinaciones, conclusiones, creencias, controles,
inhibiciones, luchamos por alcanzar un fin superficial que deseamos,
que anhelamos, y esperamos llegar a eso con la ayuda de lo
inconsciente, de las capas más profundas de la mente; por lo tanto,
creemos necesario poner al descubierto las profundidades de uno
mismo. Pero hay un eterno conflicto entre los niveles superficiales y
los niveles llamados más profundos; todos los psicólogos, todos los
que han buscado el conocimiento propio, se dan plena cuenta de eso.
¿Traerá un cambio este conflicto interior? ¿Y no es esa la
cuestión más fundamental e importante de nuestra vida diaria: cómo
producir un cambio radical en nosotros mismos? ¿Lo traerá la mera
alteración en el nivel superficial? El comprender las diferentes
capas de la conciencia, del “yo”, el sacar a luz el pasado, las
diversas experiencias personales desde la infancia hasta ahora,
examinando en mí mismo las experiencias colectivas de mi padre, mi
madre, mis antepasados, mi raza, el condicionamiento de la sociedad
determinada en que vivo, ¿traerá el análisis de todo eso un cambio
que no sea mera adaptación?
En mi sentir, y seguramente también en el
vuestro, un cambio fundamental en la propia vida es esencial; un
cambio que no sea una mera reacción ni el resultado de la presión y
compulsión de las exigencias ambientales. ¿Y cómo se habrá de
producir semejante cambio? Mi conciencia es la suma total de la
experiencia humana, más mi contacto particular con el presente; ¿y
es que eso puede producir un cambio? El estudio de mi propia
conciencia, de mis actividades, la comprensión de mis pensamientos y
sentimientos, y el aquietar la mente a fin de observar sin
condenación, ¿ese proceso traerá un cambio? ¿Puede haber cambio
mediante la creencia, la identificación con una imagen proyectada
que se llama el ideal? ¿Todo esto no implica cierto conflicto entre
lo que soy y lo que yo debiera ser? ¿Y acaso el conflicto traerá un
cambio fundamental? Estoy en una constante batalla dentro de mí
mismo y con la sociedad, ¿no es cierto? Hay un conflicto incesante
entre lo que soy y lo que deseo ser; ¿y este conflicto, esta lucha,
traerá acaso un cambio? Veo que un cambio es esencial; ¿y acaso
puedo lograrlo examinando todo el proceso de mi conciencia, luchando,
disciplinándome, practicando diversas formas de represión? Tal
proceso, en mi sentir, no puede producir un cambio radical. De esto
hay que estar completamente
seguro. Y si ese proceso no puede traer una transformación
fundamental, una profunda revolución interior, ¿qué la traerá
entonces?
¿Cómo habréis de lograr la verdadera revolución? ¿Cuál es el
poder, la energía creadora que produce esa revolución y cómo se le
ha de liberar? Habéis probado las disciplinas habéis probado el
seguir ideales y diversas teorías especulativas: que sois Dios, y
que si podéis realizar esa divinidad o tener la experiencia del
“atman”, de lo supremo o de lo que os plazca, entonces esa
comprensión misma traerá un cambio fundamental. ¿Será ello así?
Primero postuláis que hay una realidad de la que formáis parte, y
en torno de ella elaboráis diversas teorías, especulaciones,
creencias, doctrinas, suposiciones, de acuerdo con las cuales vivís;
y pensando y actuando conforme a esa norma, esperáis producir un
cambio fundamental. ¿Lo conseguiréis?
Vosotros dais por sentado, supongamos, como lo hace la mayoría de la
gente llamada religiosa, que en lo hondo de vosotros,
fundamentalmente, está la esencia de la realidad; y que si
cultivando la virtud, por medio de diversas formas de disciplina, de
dominio, de represión, de negación, de sacrificio, podéis poneros
en contacto con esa realidad, la necesaria transformación se
producirá entonces. ¿No sigue formando parte del pensamiento esa
suposición? ¿No proviene ella de una mente condicionada, de una
mente que ha sido educada para pensar de determinada manera, según
ciertas normas? Habiendo creado la imagen, la idea, la teoría, la
creencia, la esperanza, esperáis entonces de vuestra creación que
produzca este cambio radical.
Debe uno ver primero, pues, las actividades en extremo sutiles del
“yo”, de la mente. Es preciso darse cuenta de las ideas,
creencias, especulaciones, y dejarlas todas de lado; porque en
realidad ellas son engaños, ¿no es cierto? Puede que otros hayan
tenido la vivencia de la realidad; pero si vosotros no la habéis
vivenciado, ¿de qué sirve especular acerca de ella o imaginar que
en esencia sois algo real, inmortal, divino? Eso sigue estando en el
ámbito del pensamiento, y cualquier cosa que dimane del pensamiento
es condicionada, pertenece al tiempo, a la memoria; por lo tanto, no
es real. Si uno comprende eso de veras, no de un modo especulativo,
imaginativo ni disparatado, sino que capta efectivamente la verdad de
que cualquier actividad de la mente en su búsqueda especulativa, en
su filosófico andar a tientas, cualquier conjetura, cualquier
esperanza o vuelo de la imaginación, sólo es autoengaño, ¿cuál
es entonces el poder, la energía creadora que produce esta
transformación fundamental”.
Al llegar a este punto, hemos quizá usado la mente consciente; hemos
seguido el argumento, lo hemos impugnado o aceptado, lo hemos visto
clara u oscuramente. Pero el ir más lejos y “vivenciar” más
profundamente requiere una mente que esté quieta y alerta para
descubrir, ¿no es así? Ya no sigue ideas; porque, si seguís una
idea, ahí está el pensador siguiendo lo que se dice, de suerte que
inmediatamente creáis una dualidad. Si queréis penetrar más a
fondo en este asunto del cambio fundamental, ¿no es necesario que la
mente activa esté quieta? Lo cierto es que sólo cuando la mente
está quieta puede comprender la enorme dificultad, las complejas
implicaciones del pensador y del pensamiento como dos procesos
separados: el experimentador y lo experimentado, el observador y lo
observado. La revolución la revolución psicológica,
creadora, en que no hay “yo”- sólo llega cuando el pensador y el
pensamiento son uno solo; cuando no hay dualidad en que el pensador
domina el pensamiento. Y yo insinúo que únicamente esta vivencia
libera la energía creadora que a su vez trae una revolución
fundamental: la desintegración del “yo” psicológico.
Conocemos la senda del poder: poder por dominación poder por
disciplina, poder por compulsión. Por medio del poder político,
esperamos cambiar fundamentalmente; pero tal poder sólo engendra más
tinieblas, más desintegración, mayores males, el fortalecimiento
del “yo”. Nos son conocidas las diversas formas de adquisición,
tanto individualmente como en grupos; pero nunca hemos ensayado la
senda del amor, y ni siquiera sabemos qué significa. El amor no es
posible mientras exista el pensador, el centro del “yo”.
Comprendiendo todo esto, ¿qué habrá uno de hacer?
Lo único, por cierto, que puede traer un cambio fundamental, una
liberación psicológica creadora, es la diaria vigilancia, el darse
cuenta de instante en instante de nuestros móviles, los conscientes
a la vez que los inconscientes. Cuando comprendemos que las
disciplinas, las creencias, los ideales, sólo fortalecen el “yo”
y por lo tanto son enteramente inútiles, cuando eso lo captamos día
a día y vemos la verdad al respecto, ¿no llegamos al punto central
en que el pensador constantemente se separa de su pensamiento, de sus
observaciones, de sus experiencias? Mientras exista el pensador
aparte de su pensamiento, que él trata de dominar, no puede haber
transformación fundamental. Mientras el “yo” sea el observador,
el que acopia experiencia y se fortalece a sí mismo por la
experiencia, no puede haber cambio radical, liberación creadora. Esa
liberación creadora sólo llega cuando el pensador es el
pensamiento, pero el intervalo no puede salvarse mediante ningún
esfuerzo. Cuando la mente comprende que cualquier especulación,
cualquier verbalización, cualquier forma de pensamiento sólo da
vigor al “yo”, cuando ve que mientras el pensador exista aparte
del pensamiento tiene que haber limitación, tiene que producirse el
conflicto de la dualidad, cuando la mente se da cuenta de eso,
entonces está alerta y capta sin cesar cómo ella se separa de la
experiencia, afirmándose, buscando poder. En esa comprensión, si la
mente se dedica a ella cada vez más profunda y extensivamente sin
buscar un fin, una meta, se llega a un estado en que el pensador y el
pensamiento son uno solo. En ese estado no hay esfuerzo, no hay
devenir, no hay deseo de cambiar; en ese estado no hay “yo”, pues
ocurre una transformación que no es de la mente.
Sólo cuando la mente está vacía existe una posibilidad de
creación; pero no me refiero a ese vacío superficial que la mayoría
de nosotros tenemos. La mayoría somos superficialmente vacíos,
corno lo muestra el deseo de distracción. Queremos divertirnos, para
lo cual recurrimos a los libros, a la radio, acudimos presurosos a
las conferencias, a las autoridades; la mente está llenándose a sí
misma sin cesar. No me refiero a esta última vacuidad, que es falta
de reflexión. Yo hablo, por el contrario, del vacío que se produce
a través de una extraordinaria reflexión cuando la mente capta su
propio poder de crear ilusión, y va más allá.
El vacío creador no es posible mientras exista el
pensador, que está a la espera, en acecho, observando, a fin de
acopiar experiencias, de fortalecerse a sí mismo. ¿Y puede la mente
estar libre de todos los símbolos, de todas las palabras con sus
sensaciones, para que no haya experimentador que acumule? ¿Será
posible que la mente deje de lado completamente
todos los razonamientos, las experiencias, las imposiciones, las
autoridades, para hallarse en un estado de vacuidad? No podréis
contestar esta pregunta, naturalmente; es una pregunta imposible de
contestar para vosotros, porque no lo sabéis, nunca lo habéis
intentado. Pero, si se me permite sugerirlo, escuchad la pregunta,
dejad que os la hagan, que se siembre la semilla; y ella dará frutos
si realmente
la escucháis, si no le resistís.
Sólo lo nuevo puede transformar, no lo viejo. Si
seguís la norma de lo viejo, cualquier cambio es una continuidad
modificada de lo viejo; nada nuevo, nada creador hay en ello. Lo
creador sólo puede advenir cuando la mente misma es nueva; y la
mente puede renovarse tan sólo cuando es capaz de ver todas las
actividades de ella misma, no sólo en el nivel superficial sino en
lo profundo. Cuando la mente ve sus propias actividades, cuando se da
cuenta de sus propios deseos, reclamos, impulsos, empeños, la
creación de sus propias autoridades, de sus propios temores; cuando
ella capta en sí misma la resistencia creada por la disciplina, por
el control, y la esperanza que proyecta creencias, ideales; cuando la
mente ve más allá de todo este proceso, cuando se da cuenta de él,
¿puede ella dejar de lado todas estas cosas y ser nueva, estar
creadoramente vacía? Sólo descubriréis si lo puede o no,
experimentando sin tener una opinión al respecto, sin querer
“vivenciar” ese estado creador. Si queréis,
lo experimentaréis; pero lo que experimentaréis no será el vacío
creador sino tan sólo una proyección del deseo. Si deseáis
experimentar lo nuevo, lo creador, no hacéis más que entregaros a
una ilusión. Pero si empezáis a observar, a percibir vuestras
propias actividades día a día, de instante en instante, captando el
proceso integro de vosotros mismos, como en un espejo, entonces,
según ahondáis más y más, llegaréis a la cuestión fundamental
de este vacío en el cual tan sólo puede estar lo nuevo.
La verdad, Dios o lo que fuere, no es algo que haya de
experimentarse; pues el experimentador es resultado del tiempo, de la
memoria, del pasado; y mientras haya experimentador no puede haber
realidad. Sólo hay realidad cuando la mente se halla completamente
libre del analizador, del experimentador y lo experimentado. Entonces
encontraréis la respuesta, entonces veréis que el cambio llega sin
que lo pidáis, que el estado de vacío creador no es cosa que haya
de cultivarse: está aquí, llega oscuramente, sin invitación. Y
sólo en ese estado hay una posibilidad, de renovación de novedad,
de revolución.
PREGUNTAS Y RESPUESTAS
1. LA CRISIS ACTUAL
Pregunta:
Dice usted que la crisis actual es sin precedentes. ¿En qué sentido
es excepcional?
KRISHNAMURTI: Es evidente que la crisis actual en el mundo entero es
excepcional, sin precedentes. A través de la historia, ha habido
crisis de diferentes tipos en diferentes períodos, crisis sociales,
nacionales, políticas. Las crisis vienen y pasan; los recesos
económicos, las depresiones, se producen, se modifican y continúan
en forma diferente. Eso lo sabemos; el proceso nos resulta conocido.
La crisis actual es sin duda diferente, ¿verdad? Es diferente, ante
todo, porque no se trata de dinero, de cosas tangibles, sino de
ideas. La crisis es excepcional porque ella ocurre en el campo de la
ideación. Reñimos por ideas, justificamos el asesinato. En todas
partes del mundo, justificamos el asesinato como medio para un fin
recto, lo cual, de por sí, es sin precedentes. Antes, el mal era
reconocido como mal, el asesinato era reconocido como asesinato; pero
ahora el asesinato es un medio de lograr un resultado noble. El
asesinato, ya sea de una persona o de un grupo de personas, se ve
justificado porque el asesino, o el grupo que el asesino representa,
lo justifica como medio de logras un resultado que será beneficioso
para el hombre. Es decir, sacrificamos el presente por el futuro; y
no importan los medios que empleemos mientras nuestro propósito
declarado sea alcanzar un resultado que, según decimos, será
beneficioso para el hombre. Lo que ello implica, por lo tanto, es que
un mal medio producirá un fin bueno; y el mal medio lo justificáis
por la ideación. En las diversas crisis que antes se produjeron, el
problema fue la explotación de las cosas o del hombre; ahora es la
explotación de las ideas, que es mucho más perniciosa, mucho más
peligrosa, porque la explotación de las ideas es sumamente
devastadora, destructiva. Ahora hemos aprendido el poder de la
propaganda, y esa es una de las mayores calamidades que puedan
ocurrir: utilizar las ideas como medio de transformar al hombre. Eso
es lo que hoy está sucediendo en el mundo. El hombre no importa; los
sistemas, las ideas han llegado a ser lo importante. El hombre ya no
tiene significación alguna. Podemos destruir millones de hombres
mientras produzcamos un resultado, y al resultado se lo justifica por
las ideas. Tenemos una magnifica estructura de ideas para justificar
el mal; y eso, por cierto, no tiene precedentes. El mal es el mal; no
puede traer el bien. La guerra no es un medio de paz. La guerra podrá
producir beneficios secundarios, tales como aeroplanos más eficaces,
pero no traerá paz al hombre. A la guerra se la justifica
intelectualmente como medio de alcanzar la paz; cuando el intelecto
manda en la vida humana, acarrea una crisis sin precedentes.
Hay también otras causas que indican una crisis sin precedentes. Una
de ellas es la extraordinaria importancia que el hombre da a los
valores sensorios, a la propiedad, al nombre, a la casta, a la
patria, y al rótulo particular que ostenta. Sois musulmanes o
hindúes, cristianos o comunistas. El nombre y la propiedad, la casta
y el país, han adquirido predominante importancia, lo cual significa
que el hombre está atrapado en el valor sensual, en el valor de las
cosas, sean ellas producto de la mente o de la mano. Las cosas hechas
por la mano o por la mente han llegado a ser tan importantes, que nos
matamos, nos destruimos, nos descuartizamos, nos liquidamos unos a
otros por causa de ellas. Estamos acercándonos al borde de un
precipicio; toda acción nos conduce hacia él, toda acción
política, toda acción económica, nos lleva inevitablemente al
precipicio, arrastrándonos a ese abismo de caos y confusión. La
crisis, pues, es sin precedentes, y ella exige una acción sin
precedentes. Para apartarse, para salirse de esa crisis, se necesita
una acción creadora, atemporal, una acción que no se base en ideas,
en sistemas; porque toda acción basada en un sistema, en una idea,
inevitablemente conducirá a la frustración. Semejante acción no
hace más que llevarnos de vuelta al abismo por diferente ruta. Como
la crisis no tiene precedentes, también es preciso que haya acción
sin precedentes, lo cual significa que la regeneración del individuo
debe ser instantánea, no un proceso de tiempo. Debe producirse
ahora, no mañana; porque “mañana” es un proceso de
desintegración. Si pienso en transformarme mañana, fomento la
confusión, sigo en la esfera de la destrucción. ¿Es posible
cambiar ahora mismo? ¿Es posible que uno se transforme completamente
en seguida, en el ahora? Yo digo que si lo es.
La cuestión es que, como la crisis es de carácter excepcional, para
enfrentarla tiene que haber una revolución en el pensamiento; y esta
revolución no puede producirse por intermedio de otra persona, de
ningún libro, de ninguna organización. Debe llegar a través de
nosotros mismos, de cada uno de nosotros. Sólo entonces podremos
crear una nueva sociedad, una nueva estructura alejada de este
horror, ajena a estas fuerzas extraordinariamente destructivas que se
están acumulando, amontonando. Y esa transformación ocurre tan sólo
cuando vosotros, como individuos, empezáis a daros cuenta de
vosotros mismos en todo pensamiento, acción y sentimiento.
2. EL NACIONALISMO
Pregunta:
¿Qué es lo que viene cuando el nacionalismo se va?
KRISHNAMURTI: La inteligencia, evidentemente. Pero temo que eso no
sea lo que esta pregunta implica. Lo que ella implica es esto: ¿qué
es lo que puede substituir al nacionalismo? Ninguna substitución es
acto que traiga inteligencia. Si abandono una religión y me adhiero
a otra, o dejo un partido político para ingresar más tarde en
alguna otra cosa, esta constante substitución indica un estado en el
que no ha inteligencia.
¿Cómo nos libramos del nacionalismo? Sólo comprendiendo plenamente
lo que él implica, examinándolo, captando su significación en la
acción externa e interna. En lo externo, él causa divisiones entre
los hombres, clasificaciones, guerras y destrucción, lo cual es
obvio para cualquiera que sea observador. En el fuero íntimo,
psicológicamente, esta identificación con lo más grande, con la
patria, con una idea, es evidentemente una forma de autoexpansión.
Viviendo en una pequeña aldea, o en una gran ciudad, o donde sea, yo
no soy nadie; pero si me identifico con lo más grande, con el país,
si me llamo a mí mismo hindú, ello halaga mi vanidad, me brinda
satisfacción, prestigio, una sensación de bienestar; y esa
identificación con lo más grande, que es una necesidad psicológica
para los que sienten que la expansión del “yo” es esencial,
engendra asimismo conflicto, lucha entre los hombres. De suerte que
el nacionalismo no sólo causa conflictos externos, sino
frustraciones íntimas; y cuando uno comprende el nacionalismo, todo
el proceso del nacionalismo, éste se desvanece. La comprensión del
nacionalismo llega mediante la inteligencia. Es decir, observando
cuidadosamente, penetrando el proceso integro del nacionalismo, del
patriotismo, surge de ese examen la inteligencia; y entonces no se
produce la substitución del nacionalismo por alguna otra cosa. En el
momento en que reemplazáis el nacionalismo por la religión, la
religión se convierte en otro medie, de autoexpansión, en una
fuente más de ansiedad psicológica, en un medio de alimentarse uno
mismo con una creencia. Por lo tanto, cualquier forma de
substitución, por noble que sea, es una forma de ignorancia. Es como
alguien que substituyera el fumar por la goma de mascar o el fruto
del betel. En cambio, si uno comprende realmente, y en su totalidad,
el problema del fumar, de los hábitos, sensaciones, de las
exigencias psicológicas y todo lo demás, el vicio de fumar
desaparece. Sólo podéis comprender cuando hay un desarrollo de la
inteligencia, cuando la inteligencia funciona; y la inteligencia no
funciona cuando hay substitución. La substitución es simplemente
una forma de autosoborno, de incitaros a que no hagáis esto pero sí
hagáis aquello. El nacionalismo con su veneno, sus miserias y
la lucha mundial que acarrea- sólo desaparece cuando hay
inteligencia, y la inteligencia no surge por el mero hecho de pasar
exámenes y estudiar libros. La inteligencia surge cuando
comprendemos los problemas a medida que se presentan. Cuando hay
comprensión del problema en sus diferentes niveles no sólo en
la parte externa sino de lo que él implica en su aspecto interno,
psicológico-, entonces, en ese proceso, la inteligencia se
manifiesta. Cuando hay, pues, inteligencia, no hay substitución; y
cuando hay inteligencia desaparece el nacionalismo, el patriotismo,
que es una forma de estupidez.
3. ¿SE NECESITAN INSTRUCTORES ESPIRITUALES?
Pregunta: Dice
usted que los ‘gurús’ o ‘guías espirituales’ son
innecesarios, ¿pero cómo puedo yo encontrar la verdad sin la sabia
guía y ayuda que sólo un ‘gurú’ puede brindar?
KRISHNAMURTI: Se trata de saber si un ‘gurú’ es necesario o no.
¿Puede hallarse la verdad por intermedio de otro? Algunos dicen que
sí se puede, y otros dicen que no. Queremos conocer la verdad acerca
de esto, no mi opinión como contraria a la opinión de otro. En este
asunto yo no tengo opinión. O es así, o no lo es. Que sea esencial
el que tengáis o no un ‘gurú’, no es cuestión de opinión. La
verdad en este asunto no depende de opiniones, por profundas,
eruditas o universales que sean. La verdad sobre la materia ha de ser
descubierta, en realidad.
En primer lugar, ¿por qué queremos un ‘gurú’? Decimos que
queremos un ‘gurú’ porque estamos confusos, y él resulta
provechoso: él señalará qué es la verdad, nos ayudará a
comprender, sabe mucho más acerca de la vida que nosotros, actuará
como un padre, como un maestro para enseñarnos a vivir; posee vasta
experiencia, y nosotros muy poca; nos ayudará gracias a su mayor
experiencia, y así sucesivamente. Es decir, fundamentalmente,
recurrís a un instructor porque estáis confusos. Si en vosotros
hubiese claridad, no os aproximaríais a un ‘gurú’. Es evidente
que si fuerais profundamente felices, si no hubiera problemas, si
comprendieseis la vida completamente, no recurriríais a ningún
‘gurú’. Espero que veáis el significado de esto. Es porque
estáis confusos que buscáis un instructor. Acudís a él para que
os muestre un camino en la vida, para que disipe vuestra confusión,
para hallar la verdad. Escogéis vuestro ‘gurú’ porque estáis
confusos, y esperáis que él os dé lo que pedís. Es decir, elegís
un ‘gurú’ que satisfaga vuestro deseo; escogéis de acuerdo con
la satisfacción que él os brindará, y vuestra elección depende de
vuestra satisfacción. No escogéis un ‘gurú’ que diga “depended
de vosotros mismos”; lo escogéis según vuestros prejuicios. Y
puesto que escogéis vuestro ‘gurú’ según la satisfacción que
os brinda, no buscáis la verdad sino una salida de la confusión; y
a la salida de la confusión se le llama equivocadamente “verdad”.
Examinemos primero esta idea de que un ‘gurú’ pueda disipar
nuestra confusión. ¿Es que puede alguien disipar nuestra confusión?
La confusión es el producto de nuestras reacciones. Nosotros la
hemos creado. ¿Creéis que alguna otro persona haya causado estas
miserias, esta batalla en todos los niveles de la existencia, interna
y externamente? Ella es el resultado de nuestra propia falta de
conocimiento de nosotros mismos. Es porque no nos comprendemos a
nosotros mismos, porque no comprendemos nuestros conflictos, nuestras
reacciones, nuestras miserias, que recurrimos a un ‘gurú’, el
cual, según creemos, nos ayudará a librarnos de esa confusión.
Sólo podemos comprendernos a nosotros mismos en relación con el
presente; y esa relación misma es el ‘gurú’, no alguien de
afuera. Si no comprendo esa relación, cualquier cosa que el ‘gurú’
diga resulta inútil; porque si no comprendo la vida de relación mi
relación con la propiedad, la gente, las ideas-, ¿quién puede
resolver el conflicto dentro mí? Para resolver ese conflicto, debo
comprenderlo yo mismo, lo cual significa que debo darme cuenta de mí
mismo en las relaciones. Para comprender, no es necesario ningún
‘gurú’. Si no me reconozco a mí mismo, ¿para qué sirve un
‘gurú’? Tal como un dirigente político es elegido por los que
están en confusión y cuya elección es también confusa- así
yo elijo un ‘gurú’. Sólo puedo elegirlo conforme a mi
confusión; de ahí que, como el dirigente político, él está
confuso.
Lo importante, pues, no es quién está en lo cierto, si yo o los que
dicen que un ‘gurú’ es necesario, sino el descubrir por qué
necesitáis un ‘gurú’. Los ‘gurús’ existen para diversas
clases de explotación, pero eso no viene al caso. Os brinda
satisfacción que alguien os diga que estáis progresando. Pero el
descubrir por qué necesitáis un ‘gurú’: ahí está la clave.
Otro puede señalar el camino; pero vosotros tenéis que hacer todo
el trabajo, aun cuando tengáis un ‘gurú’. Como no queréis
enfrentaros con eso, descargáis en el ‘gurú’ la
responsabilidad. El ‘gurú’ se vuelve inútil cuando existe una
partícula de conocimiento propio. Ningún ‘gurú’, ningún libro
ni escritura puede daros conocimiento propio; éste llega cuando os
dais cuenta de vosotros mismos en vuestras relaciones. Ser, es estar
relacionado; no comprender nuestras relaciones es desgracia, lucha.
No daros cuenta de vuestra relación con la propiedad, es una de las
causas de confusión. Si no conocéis vuestra verdadera relación con
los bienes, por fuerza tiene que haber conflicto, lo cual acrecienta
el conflicto en la sociedad. Si no comprendéis la relación entre
vosotros y vuestra esposa, entre vosotros y vuestro hijo, ¿cómo
puede otra persona resolver el conflicto que surge de esa relación?
Algo análogo ocurre tratándose de nuestra relación con las ideas,
las creencias, y los demás. Estando confusos en vuestra relación
con las personas, con los bienes, con las ideas, buscáis un ‘gurú’.
Si él es un verdadero ‘gurú’, os dirá que os comprendáis a
vosotros mismos. Vosotros sois la fuente de todo malentendido,
desavenencia y confusión; y sólo podéis resolver ese conflicto
cuando os comprendáis a vosotros mismos en la vida de relación.
No podéis hallar la verdad por intermedio de
nadie. ¿Cómo lo podríais? La verdad, por cierto, no es cosa
estática; no tiene morada fija; no es un fin, una meta. Por el
contrario, ella es viviente, dinámica, alerta, animada. ¿Cómo
podría ser un fin? Si la verdad es un punto fijo, ya no es la
verdad; es entonces una mera opinión. La verdad es lo desconocido, y
una mente que busca la verdad jamás la encontrará. Porque la mente
está formada de lo conocido; es el resultado del pasado, del tiempo,
cosa que podéis observar por vosotros mismos. La mente es el
instrumento de lo conocido, y de ahí que no
puede hallar lo desconocido; sólo puede moverse de lo conocido a lo
conocido. Cuando la mente busca la verdad, la verdad sobre la que ha
leído en libros, esa “verdad” es autoproyectada; pues entonces
la mente sólo anda en busca de lo conocido, de algo “conocido”
más satisfactorio que lo anterior. Cuando la mente busca
la verdad, lo que busca es una proyección de sí misma, no la
verdad. Un ideal, después de todo, es autoproyectado; es ficticio,
irreal. Lo real es aquello que es,
no lo opuesto. Pero una mente que busca la realidad, Dios, busca lo
ya concebido, lo conocido. Cuando pensáis en Dios, vuestro Dios es
la proyección de vuestra propia concepción, el resultado de
influencias sociales. Sólo podéis pensar en lo conocido; no podéis
pensar en lo desconocido, no podéis concentraros en la verdad. En el
momento en que pensáis en lo desconocido, ello es simplemente lo
conocido, una proyección de “mí mismo”. En Dios o en la verdad
no se puede pensar. Si pensáis al respecto, no es la verdad. La
verdad no puede buscarse: ella viene a nosotros. Sólo podéis ir en
pos de lo que es conocido. Cuando la mente no está torturada por lo
conocido, por los efectos de lo conocido, sólo entonces la verdad
puede revelarse. La verdad está en toda hoja, en toda lágrima; ha
de ser captada de instante en instante. Nadie puede conduciros a la
verdad; y si alguien os conduce, sólo puede ser a lo conocido.
La verdad sólo puede venir a la mente que está vacía de lo
conocido. Adviene en un estado en el cual lo conocido está ausente,
no actúa. La mente es el almacén de lo conocido, el residuo de lo
conocido; y para que la mente se halle en ese estado en que lo
desconocido se manifiesta; ella debe darse cuenta de sí misma, de
sus experiencias anteriores, conscientes así como inconscientes, de
sus respuestas, reacciones y estructura. Cuando hay completo
conocimiento de uno mismo, entonces lo conocido tiene fin y la mente
está del todo vacía de lo conocido. Sólo entonces la verdad puede
venir a vosotros, sin que la invitéis. La verdad no pertenece a
vosotros ni a mí. No podéis rendirle culto. No bien es conocida,
ella es irreal. El símbolo no es la realidad, la imagen no es lo
real; mas cuando hay comprensión de uno mismo, cesación “yo”,
entonces adviene lo eterno.
4. EL CONOCIMIENTO
Pregunta: De todo
lo que usted ha dicho, saco la conclusión definida de que la
erudición y el saber son impedimentos. ¿Para qué
son impedimentos?
KRISHNAMURTI:
Evidentemente, el saber y la erudición son impedimentos para la
comprensión de lo nuevo, de lo atemporal, de lo eterno. El
desarrollo de una técnica perfecta no os hace creadores. Puede que
sepáis pintar maravillosamente, que poseáis la técnica; mas no es
seguro que seáis creadores en materia de pintura. Tal vez sepáis
escribir poemas técnicamente perfectos, pero es posible que no seáis
poetas. Ser poeta significa ¿no es así?- tener capacidad para
recibir lo nuevo, ser lo bastante sensible para responder a algo
nuevo, a la lozanía de lo nuevo. Pero en la mayoría de nosotros el
saber o la erudición se han convertido en afición, y creemos que
por el hecho de saber
seremos creadores. Una mente que está repleta, encajada en hechos,
en conocimientos, ¿será capaz de recibir algo nuevo, súbito,
espontáneo? Si vuestra mente está atestada de lo conocido, ¿queda
en ella espacio alguno para recibir algo que sea de lo desconocido?
Sin duda, el saber es siempre de lo conocido; y con lo conocido
tratamos de comprender lo desconocido, algo que es inconmensurable.
Tomad, por ejemplo, una cosa muy corriente que nos sucede a la
mayoría de nosotros. Aquellos que son religiosos sea cual
fuere por el momento el significado de esa palabra- tratan de
imaginarse lo que es Dios, o de pensar en lo que es Dios. Han leído
innumerables libros, han leído acerca de las experiencias de los
diversos santos, de los Maestros, “mahatmas”, y todo lo demás, y
procuran imaginarse o sentir lo que es esa experiencia ajena. En
otras palabras: con lo conocido tratáis de enfocar lo desconocido”.
¿Podéis hacerlo? ¿Podéis pensar en algo que no es cognoscible?
Sólo podéis pensar en algo que conocéis. Pero en el mundo actual
ocurre esta extraordinaria perversión: creemos que habremos de
comprender si poseemos más información más libros, más hechos,
más material impreso.
Para darnos cuenta de algo que no sea la
proyección de lo conocido, hay que eliminar lo conocido mediante la
comprensión de su proceso. ¿Por qué es que la mente se aferra
siempre a lo conocido? ¿No es porque constantemente busca
certidumbre, seguridad? Su naturaleza misma está asentada en lo
conocido, en el tiempo; ¿y cómo puede una mente así, cuyo
fundamento mismo se sustenta en el pasado, en el tiempo, tener la
vivencia de lo eterno? Tal vez conciba, formule o imagine lo
desconocido, pero todo eso es absurdo. Sólo cuando lo conocido se
comprende, se disuelve y se desecha, puede surgir lo desconocido. Y
eso es difícil en extremo, porque no bien tenéis una vivencia de
algo, la mente la traduce en términos de lo conocido y la reduce al
pasado. No sé si habéis notado que cada vivencia es traducida de
inmediato a lo conocido; recibe un nombre se la clasifica y se la
registra. Así, pues, el saber es la actividad de lo conocido. Y es
obvio que tal saber, tal erudición, es
un obstáculo.
Suponed que nunca hubierais leído un libro sobre religión o
psicología, y que tuvierais que hallar el sentido, la significación
de la vida. ¿Cómo emprenderíais la tarea? Suponed que no hubiera
Maestros, ni organizaciones religiosas, ni Buda, ni Cristo, y
tuvierais que empezar desde el principio. ¿Cómo emprenderíais la
tarea? Tendríais primero que comprender el proceso de vuestro pensar
¿no es así?- y no proyectaros vosotros mismos, vuestro
pensamiento, en lo por venir, creando un Dios que os agrade; eso
sería demasiado pueril. En primer término, pues, tendríais que
comprender el proceso de vuestro pensar. Esa, a no dudarlo, es la
única manera de descubrir algo nuevo, ¿no es cierto?
Cuando decimos que la erudición o el saber es un impedimento, un
estorbo, no incluimos el conocimiento técnico: cómo guiar un coche,
cómo hacer funcionar una máquina; tampoco incluimos la eficiencia
que trae ese conocimiento. Tenemos en vista una cosa muy distinta: el
sentimiento de felicidad creadora que ninguna suma de conocimientos o
de erudición puede traer. Y, ser creador en el sentido cabal y
verdadero de la palabra, es estar libre del pasado, de instante en
instante. Porque es el pasado lo que siempre oscurece el presente.
Limitarse a depender de la información, de las experiencias ajenas,
de lo que alguien haya dicho, por grande que él sea, y tratar de que
nuestra acción se aproxime a eso; todo eso es conocimiento, ¿verdad?
Mas para descubrir cualquier cosa nueva debéis empezar por vosotros
mismos; tenéis que emprender un viaje completamente despojados de
todo, especialmente de conocimientos. Porque es muy fácil tener
experiencias como resultado de la creencia y del saber, pero esas
experiencias no son sino el producto de la autoproyección, y, por lo
tanto, absolutamente falsas e ilusorias. Y si habéis de descubrir
por vosotros mismos qué es lo nuevo, lo creador, de nada sirve que
carguéis con el peso de lo viejo, sobre todo del saber; el saber de
otra persona, por grande que ella sea. Vosotros hacéis uso del saber
como medio de autoprotección, de seguridad, y queréis estar
enteramente seguros de que tendréis las mismas experiencias de Buda,
de Cristo o de X. Pero es obvio que el hombre que constantemente se
protege a sí mismo por medio del saber, no es un buscador de la
verdad.
No hay camino que conduzca al descubrimiento de la verdad. Debéis
lanzaros al mar inexplorado, lo cual no es para deprimiros ni implica
intrepidez. Cuando queréis descubrir algo nuevo, por cierto, cuando
experimentáis con alguna cosa, vuestra mente tiene que estar muy
serena, ¿no es así? Pero si vuestra mente está abarrotada, llena
de hechos y conocimientos, éstos actúan como un estorbo para lo
nuevo; y la dificultad, para la mayoría de nosotros, estriba en que
la mente ha llegado a ser tan importante, de tan predominante
significación, que ella obstaculiza de continuo a todo lo que pueda
ser nuevo, a todo lo que pueda existir simultáneamente con lo
conocido. Así, pues, el saber y la erudición son obstáculos para
los que quisieran buscar, para los que quisieran tratar de comprender
lo atemporal.
5. LA DISCIPLINA
Pregunta: Todas
las religiones han insistido en alguna clase de autodisciplina para
moderar los instintos del bruto en el hombre. Los santos y los
místicos han afirmado haber alcanzado la Divinidad por medio de la
autodisciplina. Ahora bien, usted parece dar a entender que tales
disciplinas son un obstáculo para la realización de Dios. Estoy
perplejo. ¿Quién está en lo cierto en este asunto?
KRISHNAMURTI: En este asunto, ciertamente, no se trata de saber quién
está en lo cierto. Lo importante es descubrir por nosotros mismos la
verdad al respecto, no de acuerdo con lo que diga tal o cual santo, o
una persona procedente de la India o de otro lugar, cuanto más
exótico mejor.
Vosotros estáis atrapados entre estas dos cosas: alguien dice
“disciplina”, otro dice “no disciplina”. Ocurre en general
que elegís lo más cómodo, lo más satisfactorio: os gusta la
persona, su aspecto, su personal idiosincrasia, favoritismo y todo lo
demás. Descartando, pues, todo eso, examinemos esta cuestión
directamente y descubramos la verdad a su respecto por nosotros
mismos. Porque esta cuestión implica muchas cosas, y tenemos que
enfocarla con mucha cautela y a modo de ensayo.
Casi todos deseamos que alguien con autoridad nos diga lo que debemos
hacer. Buscamos directivas para nuestra conducta porque nuestro
instinto es estar a salvo, no sufrir más. Se dice que alguien ha
realizado la felicidad, la suprema dicha, o lo que sea, y esperamos
que él nos diga qué hay que hacer para llegar a ese estado. Eso es
lo que queremos: deseamos esa misma felicidad, esa misma quietud
interior, ese júbilo; y en este enloquecido mundo de confusión,
queremos que alguien nos diga lo que debemos hacer. Ese es, en
realidad, el instinto fundamental de casi todos nosotros; y, conforme
a ese instinto, establecemos nuestra norma de acción. ¿Se alcanza a
Dios, ese algo supremo, innominable y que no puede medirse con
palabras, se alcanza eso por medio de la disciplina, siguiendo
determinada norma de acción? Deseamos llegar a una meta determinada,
a un fin establecido, y creemos que con la práctica, mediante la
disciplina, reprimiendo o dando rienda suelta, sublimando o
substituyendo, seremos capaces de encontrar lo que buscamos.
¿Qué hay implícito en la disciplina? ¿Por qué nos disciplinamos,
si es que lo hacemos? ¿Pueden ir juntas la disciplina y la
inteligencia? Porque casi todos sienten que debemos, mediante alguna
clase de disciplina, subyugar o dominar al bruto, a eso repugnante
que hay en nosotros. ¿Y ese bruto, esa faz repugnante, ¿puede
dominarse mediante la disciplina? ¿Qué entendemos por disciplina?
Una línea de acción que promete una recompensa; una línea de
acción que, si la seguimos, nos dará lo que deseamos, ya sea
positivo o negativo. Una norma de conducta que, si se la pone en
práctica de un modo diligente, asiduo y lleno de ardor, me dará al
final lo que yo deseo. Puede que sea doloroso, pero estoy dispuesto a
pasar por ello para conseguir lo que quiero. Es decir, al “yo”
que es agresivo, egoísta, hipócrita, impaciente, miedoso todo
lo que sabéis-, a ese “yo” que es la causa del bruto en
nosotros, lo queremos transformar, subyugar, destruir. ¿Y esto, cómo
se va a hacer? ¿Ha de hacerse por medio de la disciplina, o de una
comprensión inteligente del pasado del “yo”, de lo que es el
“yo”, de cómo surge a la existencia, y todo lo demás? Es decir,
¿destruiremos al bruto en el hombre por medio de la coacción o por
medio de la inteligencia? ¿Y es la inteligencia cuestión de
disciplina? Olvidemos por ahora lo que han dicho los santos y todo el
resto de la gente, y ahondemos el asunto por nosotros mismos, como si
por primera vez considerásemos este problema; y entonces, al final,
quizá podamos obtener algo creador, no meras citas de lo que otras
personas han dicho, todo lo cual es tan vano e inútil.
Primero decimos que en nosotros hay conflicto: lo
negro contra lo blanco, la codicia contra la “no codicia”, y todo
lo demás. Yo soy codicioso, lo cual trae dolor; y para librarme de
esa codicia, debo disciplinarme. Esto es, debo resistir cualquier
forma de conflicto que me cause dolor, conflicto que en este caso
llamo codicia. Luego digo que ello es antisocial, inmoral, que no es
santo, y lo demás las diversas razones de índole social y
religiosa que damos para resistirle. ¿Nuestra codicia se destruye o
se elimina por la coacción? Examinemos, en primer lugar, el proceso
que implica la represión, la compulsión, el eliminar la codicia; el
resistirle. ¿Qué ocurre cuando hacéis eso, cuando ofrecéis
resistencia a la codicia? ¿Qué es eso que resiste a la codicia? Esa
es la primera cuestión, ¿no es así? ¿Por qué ofrecéis
resistencia a la codicia, y cuál es el ente que dice “yo” debo
estar libre de codicia”? El ente que dice “yo debo estar libre”,
es también codicia, ¿no es así? Porque hasta aquí la codicia le
ha traído ventaja, pero ahora ella resulta penosa, y por lo tanto
dice: “debo librarme de la codicia”. El motivo para librarse de
ella continúa siendo un proceso de codicia, porque él quiere ser
algo que no es. La “no codicia” es ahora provechosa, y por ello
busco la “no codicia”; pero el móvil, la intención, sigue
siendo el ser algo,
el ser “no codicioso”, lo cual continúa siendo codicia,
indudablemente. Y ello es asimismo una forma negativa de la
acentuación del “yo”.
Encontramos, pues, que por diversas razones que son obvias, el ser
codicioso causa dolor. Mientras disfrutamos de ello, mientras vale la
pena ser codicioso, no hay problema. La sociedad nos estimula de
diferentes maneras a ser codiciosos; también nos estimulan de
diverso modo las religiones. Mientras resulta provechoso, mientras no
causa dolor, proseguimos con ello. Pero no bien se vuelve penoso,
deseamos resistirle. Esa resistencia es lo que llamamos “disciplina
contra la codicia”. ¿Pero acaso nos libramos de la codicia por la
resistencia, por la sublimación, por la represión? Cualquier acto
por parte del “yo”, con el deseo de librarse de la codicia, sigue
siendo codicia. Es evidente, por lo tanto, que ninguna reacción de
mi parte respecto de la codicia es la solución.
Antes que nada se necesita una mente serena, una mente no perturbada,
para comprender cualquier cosa, especialmente algo que uno no conoce,
algo en lo que la mente no puede penetrar: eso que el interlocutor
dice que es Dios. Para comprender cualquier cosa, cualquier problema
intrincado de la vida de relación, cualquier problema, en
realidad-, la mente necesita cierta serena profundidad. ¿Y a esa
serena profundidad se llega por alguna forma de coacción? La mente
superficial puede forzarse, hacerse serena; pero, sin duda, esa
serenidad es la quietud de la decadencia, de la muerte. No es capaz
de adaptabilidad, de flexibilidad, de sensibilidad. La resistencia,
pues, no es el camino.
Ahora bien, para ver eso se requiere inteligencia,
¿no es así? Comprender que la mente se embota con la coacción, es
ya el principio de la inteligencia, ¿verdad? Lo es el ver que la
disciplina es mera conformidad a una norma de acción, por obra del
temor. Porque eso es lo que está implícito en el hecho de
disciplinarnos a nosotros mismos: tememos no conseguir lo que
deseamos. ¿Y qué ocurre cuando disciplináis la mente, cuando
disciplináis vuestro ser? No hay duda ¿verdad?- de que él se
torna muy duro, inflexible, falto de agilidad, inadaptable. ¿No
conocéis personas que se han disciplinado, si es que tales personas
existen? El resultado, evidentemente, es un proceso de decadencia.
Hay un conflicto interior que uno echa a un lado, que uno oculta;
pero siempre está ahí, candente.
Vemos, pues, que la disciplina, que es resistencia, crea un hábito,
y el hábito, evidentemente, no puede ser productor de inteligencia:
el hábito jamás lo es, la práctica jamás lo es. Podéis ser muy
hábiles con los dedos practicando en el piano todo el día, haciendo
algo con las manos; pero se requiere inteligencia para dirigir las
manos, y ahora estamos investigando esa inteligencia.
Si veis a alguien que consideráis feliz o que creéis ha
“alcanzado”, y él hace ciertas cosas, vosotros, deseando esa
felicidad, lo imitáis. Esa imitación se llama disciplina, ¿no es
así? Imitamos a fin de recibir lo que otro tiene; copiamos a fin de
ser felices, como nos figuramos que él es. ¿La felicidad se
encuentra por medio de la disciplina? Y poniendo en práctica cierta
regla, practicando cierta disciplina, una norma de conducta, ¿sois
libres alguna vez? Para descubrir, tiene sin duda que haber libertad,
¿no es así? Si habéis de descubrir algo, debéis ser interiormente
libres, lo cual es obvio. ¿Acaso sois libres dirigiendo vuestra
mente de un modo determinado, cosa que llamáis disciplina? No lo
sois, evidentemente. Sois una simple máquina de repetir; resistís
de acuerdo con cierta conclusión, con cierto modo de conducta. La
libertad, pues, no puede llegar por medio de la disciplina. La
libertad sólo puede surgir con la inteligencia; y esa inteligencia
se despierta, o tenéis esa inteligencia, tan pronto veis que
cualquier forma de coacción niega la libertad, interior o externa.
De modo que el primer requisito no se trata
de disciplina- es evidentemente la libertad; y sólo la virtud brinda
esa libertad. La codicia es confusión; la ira es confusión, la
aspereza es confusión. Cuando eso lo veis,
es evidente que ya estáis libres de tales cosas. No es que vayáis a
resistirles; veis
que sólo siendo libres podéis descubrir, que ninguna forma de
coacción es libertad, y que así no hay descubrimiento. Lo que la
virtud hace, es daros libertad. La persona que no es virtuosa está
confundida; ¿y cómo podéis descubrir cosa alguna en medio de la
confusión? ¿Cómo lo podréis? La virtud no es, pues, el producto
final de una disciplina; la virtud es libertad, y la libertad no
puede surgir mediante acción alguna que no sea virtuosa, que no sea
verdadera en sí misma. Nuestra dificultad consiste en que la mayoría
de nosotros hemos leído tanto, hemos seguido superficialmente tantas
disciplinas: levantarnos todas las mañanas a cierta hora, sentarnos
en cierta postura, tratando de dominar la mente de cierta manera. Ya
lo sabéis: práctica, práctica, disciplina. Porque se os ha dicho
que si hacéis esas cosas durante un cierto número de años, al
final tendréis a Dios. Puede que yo lo exprese con crudeza, pero esa
es la base de nuestro pensar. Pero Dios, a buen seguro, no llega con
tanta facilidad. Dios no es artículo negociable: yo hago esto y tú
me das aquello.
La mayoría de nosotros está tan condicionada por influencias
externas, por doctrinas religiosas, por creencias y por nuestra
propia exigencia íntima de llegar a algo, de ganar algo, que es muy
difícil para nosotros pensar de un modo nuevo sobre este problema,
sin hacerlo en términos de disciplina. Primero debemos ver muy
claramente lo que implica la disciplina, cómo contrae la mente, cómo
la limita, cómo la obliga a una acción determinada por obra de
nuestro deseo, de las influencias y de todo lo demás. Y no es
posible que una mente condicionada sea libre, por “virtuoso” que
sea ese “condicionamiento”; y ella, por lo tanto, no puede
comprender la realidad. Y Dios, la realidad, o como os plazca
llamadle el nombre no importa- sólo puede manifestarlo cuando
hay libertad; y no hay libertad donde hay coacción, positiva o
negativa, por causa del temor. No hay libertad si buscáis un fin,
porque ese fin os ata. Puede que estéis libres del pasado, pero el
futuro os retiene; y eso no es libertad. Y sólo en la libertad puede
uno descubrir algo: una nueva idea, un sentimiento nuevo, una nueva
percepción. Y toda forma de disciplina basada en la coacción niega
esa libertad, ya sea política o religiosa. Y puesto que la
disciplina que es adaptación a una acción con un fin en
vista- ata la mente, ésta nunca puede ser libre. Sólo puede
funcionar dentro de ese surco, a semejanza de un disco de fonógrafo.
De suerte que por la práctica, por el hábito, por el cultivo de un
ideal, la mente sólo logra el objetivo que tiene en vista. No es
libre, por lo tanto; no puede realizar aquello que es
inconmensurable. La comprensión de ese proceso total, de por qué os
disciplináis constantemente de acuerdo con la opinión pública; con
ciertos santos; eso de adaptarse a la opinión, ya sea la de un
santo o la del vecino, pues lo mismo da-; el darse cuenta de toda esa
conformidad por medio de la práctica, de los modos sutiles de
someteros, de negar, de afirmar, de reprimir, de sublimar, todo lo
cual implica adaptación a un modelo: el darse cuenta de todo eso es
ya el principio de la libertad, de la cual surge la virtud. La
virtud, por cierto, no es el cultivo de una idea en particular. La
“no codicia”, por ejemplo, si se la persigue como un fin, ya no
es virtud, ¿verdad? En otras palabras, ¿sois virtuosos si tenéis
conciencia de no ser codiciosos? Y, sin embargo, eso es lo que
hacemos por medio de la disciplina.
La disciplina, la conformidad, la práctica, no
hacen más que acentuar la autoconciencia de ser
algo. La mente practica la “no
codicia”, y, por lo tanto, no está libre de su propia conciencia
de ser “no codiciosa”; ella no es, pues, en realidad, “no
codiciosa”. Lo que ha hecho es ponerse un nuevo manto, que denomina
“no codicia”. Podemos ver el proceso total de todo esto: la
“motivación, el deseo de un resultado, la adaptación a un modelo,
el deseo de seguridad siguiendo una norma; todo eso no es más que el
movimiento do lo conocido a lo conocido, siempre dentro de los
límites del proceso por el que la mente se aprisiona a sí misma. El
ver todo eso, el captarlo, es el principio de la inteligencia, y la
inteligencia no es en sí virtuosa ni “no virtuosa”; no se la
puede acomodar dentro de un molde en calidad de virtud o de “no
virtud”. La inteligencia trae libertad, que no es libertinaje ni
desorden. Sin esa inteligencia no puede haber virtud; y la virtud da
libertad, y en la libertad surge la realidad. Si veis todo el proceso
integralmente, en su totalidad, descubriréis que no hay conflicto.
Es porque estamos en conflicto, y porque deseamos escapar a ese
conflicto, que recurrimos a diversas formas de disciplinas,
abnegaciones y ajustes. Mas cuando vemos lo que es el proceso del
conflicto, ya no hay problema de disciplina porque entonces
comprendemos de instante en instante las modalidades del conflicto.
Eso requiere estar muy alerta, una vigilancia incesante; y lo curioso
de ello es que, aunque no os vigiléis de continuo, interiormente
continúa un proceso de registro, una vez que la intención existe.
La sensibilidad la sensibilidad interior- registra toda
impresión a cada instante, de modo que lo interno proyectará esas
impresiones en el momento en que estemos serenos.
Por consiguiente, no se trata de disciplina. La sensibilidad jamás
puede manifestarse por la fuerza. Podéis obligar a un niño a hacer
algo, sentarlo en un rincón, y puede que él esté quieto; pero en
su fuero intimo estará furioso, mirando por la ventana, haciendo
algo para escaparse. Eso es lo que seguimos haciendo. De suerte que
el problema de la disciplina, y el de decidir quién está en lo
cierto y quién está equivocado, sólo uno mismo puede resolverlo.
Observad que tememos equivocarnos porque deseamos tener éxito. El
temor está en lo profundo del deseo de ser disciplinado; pero lo
desconocido no puede ser atrapado en la red de la disciplina. Todo lo
contrario. Lo desconocido requiere libertad, no el molde de vuestra
mente. Por eso es que la tranquilidad de la mente es esencial. Cuando
la mente es consciente de que está tranquila, deja de estarlo;
cuando es consciente de ser “no codiciosa” de que está libre de
codicia, se reconoce a sí misma en su nuevo atavío de “no
codicia”; pero eso no es quietud. Por tal motivo debe uno también
comprender el problema que implica este asunto de la persona que
reprime y aquello que es reprimido. No son, por cierto, fenómenos
separados, sino un fenómeno conjunto: el dominador y lo dominado son
uno solo.
6. LA SOLEDAD
Pregunta:
Empiezo a darme cuenta de que estoy muy solo. ¿Qué debo hacer?
KRISHNAMURTI: El interlocutor desea saber por qué siente la soledad.
¿Sabéis qué significa la soledad, y os dais cuenta de ella? Lo
dudo mucho, porque nos hemos sumido en actividades, libros,
relaciones, ideas que nos impiden darnos realmente cuenta de la
soledad. ¿Qué entendemos por soledad? Es una sensación de vacío,
de no tener nada, de estar extraordinariamente inseguros, sin puerto
donde anclar. No es desesperación ni falta de esperanza, sino una
sensación de vacuidad, de vacío, y de frustración. Estoy seguro de
que hemos sentido eso, los felices como los desdichados, los muy, muy
activos como los que tienen afición al saber. Todos conocemos esto.
Es una sensación de dolor real e inextinguible, un dolor que no se
puede disimular aunque intentemos disimularlo.
Abordemos este problema de nuevo para ver qué es lo que realmente
ocurre, para ver qué hacéis cuando sentís esa soledad. Tratáis de
esquivar vuestra sensación de soledad, intentáis evitarla con un
libro, seguís a algún líder, o vais al cine, o socialmente os
volvéis muy, muy activos, u os dedicáis al culto y la oración, o
pintáis un cuadro, o escribís un poema sobre la soledad. Eso es lo
que de hecho ocurre. Dándoos cuenta de la soledad, del dolor que la
acompaña, del temor extraordinario e insondable que ella provoca,
buscáis una evasión, y esa evasión llega a ser más importante; y
por lo tanto, vuestras actividades, vuestros conocimientos, vuestros
dioses, vuestras radios, todo ello os resulta importante, ¿no es
así? Cuando dais importancia a valores secundarios, ellos os llevan
a la desdicha y al caos; los valores secundarios son inevitablemente
los valores sensorios; y la civilización moderna, que se basa en
esto, os brinda estas evasiones: evasión mediante vuestro trabajo,
vuestra familia, vuestro nombre, vuestros estudios, mediante la
pintura, y lo demás. Toda nuestra cultura tiene por base esa
evasión. Nuestra civilización se funda en ella, lo cual es un
hecho.
¿Habéis tratado alguna vez de estar solos? Cuando lo intentéis,
veréis cuán extraordinariamente difícil ello es y cuán
extraordinariamente inteligentes debemos ser para estar solos, porque
la mente no nos dejará estar solos. La mente se vuelve inquieta, se
ocupa en evadirse. ¿Qué hacemos, pues? Tratamos de llenar ese
extraordinario vacío con lo conocido. Descubrimos cómo estar
activos, cómo ser sociables; sabemos estudiar, escuchar la radio.
Llenamos esa cosa que no conocemos con las cosas que conocemos.
Intentamos llenar ese vacío con diversas clases de conocimientos,
relaciones o cosas. ¿No es así? Ese es nuestro proceso, esa es
nuestra existencia. Ahora bien, cuando os dais cuenta de eso qué
hacéis, ¿seguís creyendo que podéis llenar ese vacío? Habéis
probado todos los medios de llenar ese vacío de la soledad. ¿Lo
habéis logrado? Lo habéis intentado con el cine, sin éxito; y por
eso seguís a vuestros guías espirituales o a vuestros libros, u os
volvéis muy activos socialmente. ¿Habéis conseguido llenar el
vacío, o simplemente lo habéis encubierto? Si sólo lo habéis
encubierto, siempre está ahí; por lo tanto volverá. Si sois
capaces de huir totalmente, entonces vais a parar a un manicomio u os
volvéis sumamente torpes. Eso es lo que está ocurriendo en el
mundo.
¿Es posible llenar esta vacuidad, este vacío? Si no lo es, ¿podemos
huir de él, escaparnos? Si hemos experimentado y encontrado que una
evasión carece de valor, ¿no carecen acaso de valor todas las otras
evasiones? Es indiferente que llenéis el vacío con esto o con
aquello. La llamada “meditación” es también una escapatoria.
Poco importa que cambiéis vuestro medio de evasión.
¿Cómo, entonces, hallaréis qué hacer con esta
soledad? Sólo podréis saber qué hacer cuando hayáis dejado de
evadiros. ¿No es así? Cuando estéis dispuestos a enfrentaros con
lo que es
lo cual significa que no debéis recurrir a la radio, y que
debéis volver la espalda a la “civilización” , entonces
aquella soledad termina, porque ha sufrido una completa
transformación. Ya no es soledad. Si comprendéis lo que es,
entonces lo que es,
es lo real. Es porque la mente está continuamente evitando,
evadiéndose, rehusando ver lo que es,
que ella crea sus propios estorbos. Como tenemos tantos estorbos que
nos impiden ver, no comprendemos lo que es
y por lo tanto nos alejamos de la realidad; todos esos estorbos han
sido creados por la mente para no ver lo que es.
El ver lo que es
no sólo requiere buena dosis de capacidad y comprensión de la
acción, sino que también significa volver la espalda a todo lo que
os habéis fabricado: vuestra cuenta bancaria, vuestro nombre y todo
aquello que llamáis “civilización”. Cuando veáis lo que es,
veréis cómo se transforma la soledad.
7. EL SUFRIMIENTO
Pregunta:
¿Cuál es el significado del dolor y del sufrimiento?
KRISHNAMURTI:
Cuando sufrís, cuando sentís dolor, ¿qué es lo que ello
significa? El dolor físico tiene un significado, pero probablemente
nos referimos al dolor y al sufrimiento psicológicos, que tienen un
significado muy distinto en diferentes niveles. ¿Cuál es la
significación del sufrimiento? ¿Por que queréis averiguar la
significación
del sufrimiento? No es que él carezca de significado; eso lo vamos a
averiguar. ¿Pero por qué deseéis
descubrirlo? ¿Por qué queréis averiguar la razón por la cual
sufrís? Cuando os hacéis la pregunta “¿por qué sufro?”, y
buscáis la causa del sufrimiento, ¿no huís del sufrimiento? Cuando
busco el significado del sufrimiento, ¿no lo evito, no lo eludo, no
huyo de él? El hecho es que sufro; pero no bien la mente se ocupa
del sufrimiento y digo “y bien, ¿por qué?”, ya he diluido la
intensidad del sufrimiento. En otras palabras: queremos que el
sufrimiento se diluya, se alivie, se aleje, se elimine mediante una
explicación. Eso, por cierto, no brinda comprensión del
sufrimiento. Si me libro, pues, de ese deseo de huir del sufrimiento,
empiezo a comprender cuál es su contenido.
¿Qué es el sufrimiento? Una perturbación en diferentes niveles: en
el físico y en los distintos niveles del subconsciente. ¿No es así?
Es una forma aguda de perturbación, que me disgusta. Mi hijo ha
muerto. He erigido en torno de él todas mis esperanzas; o en torno
de mi hija, de mi esposo, de lo que sea. Lo tenía en un altar, junto
con todas las cosas que deseaba que él fuera. Y lo he tenido por
compañero ya conocéis todo eso- y de pronto se ha ido. Hay
por lo tanto una perturbación, ¿no es así? A esa perturbación le
llamo sufrimiento.
Si no me gusta ese sufrimiento, entonces digo: “¿por qué sufro?”,
lo “amaba tanto”, “él era esto” y “yo tenía aquello”. Y
trato de hallar solaz en las palabras, en los títulos, en las
creencias; como casi todos lo hacemos. Todo ello obra a modo de
narcótico. Pero si no hago eso, ¿qué sucede? Simplemente, capto el
sufrimiento. No lo condeno ni lo justifico; sufro. Entonces puedo
seguir su movimiento, ¿no es así? Entonces puedo captar todo el
contenido de lo que él significa; “sigo”, en el sentido de
tratar de comprender alguna cosa.
¿Qué significa, pues? ¿Qué es lo que sufre? No
se trata de saber por
qué hay
sufrimiento, ni cuál es la causa
del sufrimiento, sino qué es lo que realmente ocurre. No sé si veis
la diferencia. Simplemente capto el sufrimiento no como cosa distinta
de mí, no como un observador que observa el sufrimiento, sino que
éste forma parte de “mí mismo”, es decir, la totalidad de mí
mismo sufre. Entonces puedo seguir su movimiento, ver adónde
conduce. Si hago esto, es seguro que el dolor me revela su sentido,
¿no es así? Entonces veo que he puesto énfasis en “mí mismo”,
no en la persona a quien amo. Esa persona servía para ocultarme de
mi propia miseria, mi vacío, mi soledad, mi infortunio. Como yo
no soy “algo”, esperaba que él lo fuese. Eso ya terminó; estoy
abandonado, perdido, vacío, solo. Sin él o ella, nada soy. Por eso
lloro. No es que se haya ido; es que estoy abandonado, que estoy
vacío, solo. Es muy difícil llegar a ese punto, ¿verdad? Es
difícil darse cuenta realmente, y no decir, simplemente, “estoy
solo, vacío, ¿y cómo he de librarme de esa soledad?”, lo cual es
otra forma de huida. Es difícil ser consciente
de ese vacío, mantenerse en él, ver su movimiento. Esto lo tomo tan
sólo como un ejemplo. Así gradualmente, si dejo que el sufrimiento
se manifieste, y revele su significación, veo que sufro porque estoy
perdido; se me fuerza a prestar atención a algo que no quiero mirar.
Se me impone algo que me resisto a ver y a comprender. Y hay un
sinnúmero de personas para ayudarme a huir, a evadir, miles de
personas llamadas “religiosas”, con sus creencias y dogmas,
esperanzas y fantasías. “Es el karma,
es la voluntad de Dios”; todos me brindan una salida, bien lo
sabéis. Pero si puedo permanecer con el dolor y no apartarlo de mí,
ni tratar de circunscribirlo o negado, ¿qué ocurre? ¿Cuál es el
estado de mi mente cuando sigue de ese modo el movimiento del sufrir?
¿El sufrimiento es tan sólo una palabra, o es una realidad? Si es
una realidad y no una mera palabra, entonces la palabra ya no tiene
sentido. Lo único que existe, pues, es el sentimiento de intenso
dolor. ¿Con respecto a qué? Con respecto a una imagen, a una
experiencia, a algo que poseéis o no poseéis. Si lo poseéis, le
llamáis placer; si no lo poseéis es dolor. De modo que el dolor, el
sufrimiento, está en relación con algo. ¿Ese “algo” es mera
verbalización o una realidad? Es decir, cuando hay sufrimiento, él
existe tan sólo en relación con algo. No puede existir por si sólo,
así como el temor no puede existir por sí sólo, sino en relación
con algo: un individuo, un incidente, un sentimiento. Ahora os dais
plena cuenta del sufrimiento. ¿Es ese sufrimiento distinto de
vosotros, y por lo tanto sois simplemente el observador que capta el
sufrimiento, o es ese sufrimiento vosotros mismos?
Cuando no hay observador que sufre, ¿es el
sufrimiento diferente de vosotros? Sois el sufrimiento, ¿no es así?
No estáis separados del dolor; sois el dolor. ¿Y ahora, qué
ocurre? No se lo evalúa, no se le da nombre, y, por lo tanto, no se
lo echa a un lado; sois ese dolor, simplemente; sois ese sentimiento,
esa sensación de agonía. Entonces, cuando sois eso, ¿qué sucede?
Cuando no le dais nombre, cuando no hay temor a su respecto, ¿hay
relación entre el centro, el yo, y el sufrimiento? Si el centro está
en relación con él, entonces le teme. Entonces tiene que actuar y
hacer algo a su respecto. Pero si el centro es
dolor, ¿qué hacéis? No hay nada que hacer, ¿verdad? Si sois
dolor y no lo aceptáis, ni lo evaluáis, ni lo hacéis a un lado; si
sois esa
cosa, ¿qué ocurre? ¿Decís entonces que sufrís? Ha ocurrido, por
cierto, una transformación fundamental. Entonces ya no existe el “yo
sufro”, porque no hay centro que sufra; y el centro sufre porque
nunca hemos examinado lo que es el centro. Sólo vivimos de palabra
en palabra, de reacción en reacción. Jamás decimos: “veamos qué
cosa es esa que sufre”. Y no lo podéis ver por coacción, por
disciplina. Habéis de mirar con interés, con espontánea
comprensión. Entonces veréis que lo que llamamos sufrimiento,
dolor, eso que evitamos, así como la disciplina, todo se ha
desvanecido. Si en mi relación con el sentimiento no lo considero
como “algo” separado de mí, no hay problema. Si lo considero
como “algo” aparte de mí, sí hay problema. Mientras trato el
sufrimiento como algo fuera de mí sufro porque he perdido mi
hermano, porque no tengo dinero, por esto, por aquello- establezco
una relación con ese “algo”, y esa relación es ficticia. Pero
si soy esa
cosa, si veo el hecho, entonces todo ello se transforma, todo ello
tiene un significado diferente. Entonces hay completa atención,
atención integrada;
y aquello que se considera en su totalidad se comprende, y se
disuelve, y así no hay temor; y, por lo tanto, la palabra
“sufrimiento” resulta inexistente.
8. LA COMPRENSIÓN
Pregunta:
¿Cuál es la diferencia entre introspección y comprensión? ¿Quién,
en la comprensión, comprende?
KRISHNAMURTI:
Examinemos primero lo que entendemos por introspección. Por
introspección entendemos el mirar dentro de uno mismo, el examinarse
a sí mismo. ¿Por qué se examina uno a sí mismo? A fin de mejorar,
de cambiar, de modificarse. Es decir, practicáis la introspección
para llegar a ser “algo”, pues de otro modo no os entregaríais a
la introspección. No os examinaríais si no existiese el deseo de
modificaros, de cambiaros, de haceros diferentes de lo que sois. Esa,
por cierto, es la razón evidente de la introspección. Soy iracundo,
y para librarme de la ira, o hacer que ésta cambie o se modifique,
me examino mediante la introspección. Donde hay introspección que
es el deseo de modificar o cambiar las respuestas, las reacciones del
“yo”- hay siempre un fin en vista; y cuando ese fin no se logra,
hay mal humor, depresión. La introspección, pues, siempre va
acompañada de depresión. No sé si habéis advertido que cuando
practicáis la introspección, cuando miráis dentro de vosotros
mismos a fin de cambiaros, siempre hay una ola de depresión. Siempre
hay una ola de mal humor contra la cual tenéis que batallar;
necesitáis examinaros de nuevo para sobreponeros a ese estado de
ánimo, y así sucesivamente. La introspección es un proceso en el
que no hay liberación, porque es un proceso de transformar lo que
uno es en
algo que no es. Es evidente que esto, exactamente, es lo que ocurre
cuando practicamos la introspección, cuando nos entregamos a ese
acto en particular. En ese acto existe siempre un proceso
acumulativo: el del “yo” que examina algo con el objeto de
cambiarla. Hay siempre, pues, un conflicto de dualidad, y por lo
tanto, un proceso de frustración. Jamás hay una liberación y,
comprendiendo esa frustración, uno se siente deprimido.
La comprensión es enteramente diferente. La comprensión es observar
sin condenar. La comprensión produce entendimiento porque no hay
condenación ni identificación, sino observación silenciosa. Si
quiero comprender algo, debo observarlo; no debo criticar, no debo
condenar, no debo perseguirlo cuando es placer, ni evitarlo cuando no
es placer. Lo único que debe haber es silenciosa observación de un
hecho. No hay un fin en vista, sino comprensión de todo lo que va
surgiendo. Esa observación, y la comprensión de esa observación,
cesan cuando hay condenación, identificación o justificación. La
introspección es mejoramiento de uno mismo, y, por lo tanto, la
introspección es egocéntrica. La comprensión no es mejoramiento
del “yo”. Por el contrario, es la terminación del “yo”, con
toda su idiosincrasia y peculiares recuerdos, exigencias y empeños.
En la introspección hay identificación y condenación. En la
comprensión no hay condenación ni identificación; por consiguiente
no hay mejoramiento del “yo”. Entre ambas hay una enorme
diferencia.
El hombre que desea mejorarse a sí mismo jamás puede comprender,
porque el mejoramiento implica condenación de algo y logro de un
resultado; mientras que en la comprensión hay observación sin
condenación, sin negación ni aceptación. La comprensión empieza
con las cosas externas, dándose uno cuenta de los objetos, de la
naturaleza, y estando en comunión con ellos. Primero hay percepción
de las cosas que a uno le rodean, el ser sensible a los objetos, a la
naturaleza; después de la gente, lo cual significa relación, y
luego está la comprensión de las ideas. Esa comprensión, el ser
sensible a las cosas, a la naturaleza, a la gente, a las ideas, no
está hecho de procesos separados, sino que es un proceso unitario.
Es una constante observación de todo, de todo pensamiento,
sentimiento y acción, a medida que surgen dentro de uno mismo. Como
la comprensión no es condenatoria, no hay acumulación. Condenáis
tan sólo cuando tenéis una norma, lo cual significa que hay
acumulación, y por lo tanto mejoramiento del “yo”. Comprensión
es el entendimiento de las actividades del “yo”, en su relación
con las personas, con las ideas y con las cosas. Esa comprensión es
de instante en instante, y, por lo tanto, no puede ser practicada.
Cuando practicáis una cosa, se convierte en hábito; y la
comprensión no es hábito. Una mente que actúa por hábito es
insensible; una mente que funciona dentro del surco de determinada
acción es torpe, rígida. El “darse cuenta”, antes bien,
requiere constante flexibilidad, vigilancia. Esto no es difícil. Es
lo que hacéis cuando estáis interesados en algo, cuando os interesa
observar a vuestro hijo, a vuestra esposa, cuidar vuestras plantas,
mirar los árboles, las aves. Observáis sin condenación, sin
identificación. En esa observación, por lo tanto, hay completa
comunión; el observador y lo observado están en comunión completa.
Esto ocurre efectivamente cuando estáis hondamente profundamente
interesados en algo.
Hay, pues, una enorme diferencia entre la comprensión y el
mejoramiento expansivo del “yo” en la introspección. La
introspección conduce a la frustración, a nuevos y mayores
conflictos. La comprensión, en cambio, es un proceso de liberación
dé la acción del “yo”, y consiste en daros cuenta de vuestros
diarios movimientos, de vuestros pensamientos y sentimientos, de
vuestros actos, y en daros cuenta de otra persona, en observarla. Eso
podéis hacerlo tan sólo cuando amáis a alguien, cuando os halláis
hondamente interesados en algo. Y cuando yo quiero conocerme a mí
mismo, todo mi ser, todo el contenido de mí mismo y no una o dos
capas tan sólo, es obvio que no debe haber condenación. Tengo
entonces que estar abierto a todo pensamiento, a todo sentimiento, a
todos los estados de ánimo, a todas las represiones; y a medida que
hay más y más comprensión expansiva, más y más libre me hallo de
todo el movimiento oculto de los pensamientos, móviles y empeños.
De suerte que la comprensión es libertad, ella trae libertad, ella
brinda libertad. La introspección, en cambio, fomenta el conflicto,
el proceso de autoencierro; siempre hay en ella, por lo tanto,
frustración y miedo.
El interlocutor desea también saber quién es el
que comprende. ¿Qué ocurre cuando tenéis una profunda vivencia de
cualquier índole? Cuando tenéis tal vivencia, ¿os dais cuenta de
que estáis experimentándola? Cuando os sacude la ira, en la
fracción de segundo de ira, o de celos, o de júbilo, ¿os dais
cuenta de que estáis gozosos o de que estáis encolerizados? Tan
sólo cuando la vivencia ha terminado, surge el experimentador y lo
experimentado. Entonces el experimentador observa lo experimentado,
el objeto de la experiencia. En el momento de la vivencia, no hay
observador ni cosa observada: sólo existe la vivencia. Pero la
mayoría de nosotros no “vivenciamos”. Siempre nos hallamos fuera
del estado de vivencia, y es por ello que formulamos la pregunta de
quién es el observador, quién es el que percibe. Tal pregunta, por
cierto, es equivocada, ¿verdad? En el momento en que hay vivencia,
no existen la persona que percibe, que comprende, ni el objeto del
que ella se da cuenta. No hay observador ni cosa observada, sino tan
sólo un estado de vivencia. La mayoría de nosotros encontramos que
es extremadamente difícil vivir en un estado de vivencia, porque
ello exige extraordinaria flexibilidad, presteza, un alto grado de
sensibilidad; y eso resulta imposible cuando deseamos triunfar,
cuando tenemos un fin en vista, cuando calculamos, todo lo cual trae
frustración. Pero el hombre que nada exige, que no persigue una
finalidad, que no anda en busca de un resultado con todo lo que ello
implica, un hombre así se halla en estado de constante vivencia.
Todo tiene entonces un movimiento, un significado, y nada es viejo,
nada se carboniza, nada resulta repetido, porque lo que es
jamás es viejo. El reto es siempre nuevo. Sólo la respuesta al reto
es lo pasado; y lo pasado crea más residuo, que es el recuerdo, el
observador, que se separa de lo observado, del reto, de la
experiencia.
Podéis experimentar con esto por vosotros mismos de un modo muy
simple y muy fácil. La próxima vez que estéis encolerizados o
celosos, o que sintáis codicia, o que seáis violentos o lo que sea,
observaos a vosotros mismos. En ese estado “vosotros” no existís.
Sólo hay ese estado del ser. Pero al momento, al segundo siguiente,
dais nombre y definís el sentimiento, le llamáis celos, ira,
codicia. Habéis, pues, creado de inmediato el observador y lo
observado, el experimentador y lo experimentado. Cuando hay
experimentador y cosa experimentada, el experimentador procura
modificar la experiencia, cambiarla, recordar cosas con ella
asociadas, y lo demás. Mantiene, por lo tanto, la división entre sí
mismo y lo experimentado. Pero si no dais nombre a ese sentimiento
lo que significa que no buscáis un resultado, que no
condenáis, que simplemente os dais cuenta del sentimiento, en
silencio-, entonces veréis que en ese estado de sentir, en vivencia,
no hay observador ni cosa observada. El observador y lo observado, en
efecto, son un fenómeno concomitante existen conjuntamente-,
sólo hay vivencia.
De suerte que la introspección y la comprensión son enteramente
diferentes. La introspección lleva a la frustración, a mayor
conflicto, puesto que en ella está implícito el deseo de cambio, y
el cambio es mera continuidad modificada. La comprensión es un
estado en el que no hay condenación, justificación ni
identificación, y en el que, por lo tanto, hay entendimiento, y en
ese estado de pasiva comprensión, no existe el experimentador ni lo
experimentado.
La introspección, que es una forma de
mejoramiento, de expansión del “yo”, jamás podrá conducir a la
verdad porque es siempre un proceso de encierro en uno mismo;
mientras que la comprensión es un estado en el que la verdad puede
manifestarse: la verdad de lo que se es,
la simple verdad de la existencia diaria. Es sólo cuando
comprendemos la verdad de la existencia diaria, cuando podemos ir
lejos. Debéis empezar cerca para ir lejos; pero la mayoría de
nosotros queremos saltar, empezar lejos sin comprender lo que está
cerca. A medida que comprendemos lo cercano, encontraremos que no
existe distancia entre lo cercano y lo lejano. No hay distancia
alguna: el comienzo y el fin son uno solo.
9. LA VIDA DE RELACIÓN
Pregunta:
A menudo ha hablado usted de la vida de relación. ¿Qué significa
para usted?
KRISHNAMURTI: En primer término, no hay ser alguno que esté
aislado. Ser es estar en relación, y sin relación no hay
existencia. ¿Qué entendemos por relación? Es la conexión entre el
reto y la respuesta en el trato de dos personas, de vosotros conmigo;
es el reto que vosotros lanzáis y que yo acepto o al cual respondo;
también el reto que yo os lanzo. La relación de dos personas crea
la sociedad; la sociedad no es independiente de vosotros y de mí; la
masa no es por sí misma una entidad separada, sino que vosotros y
yo, en nuestra mutua relación, creamos la masa, el grupo, la
sociedad. La relación es el darse cuenta de la conexión existente
entre dos personas. ¿En qué se basa por lo general esa relación?
¿No se basa acaso en la llamada “interdependencia”, en la ayuda
mutua? Decimos por lo menos que ella es ayuda mutua, auxilio mutuo, y
así sucesivamente; pero en realidad, independientemente de las
palabras, de la resistencia emocional que ofrecemos los unos a los
otros, ¿en qué se basa la relación? En la mutua satisfacción, ¿no
es así? Si yo no os agrado, prescindís de mí; si yo os agrado, me
aceptáis como esposa, vecino o amigo. Ese es el hecho.
¿Qué es lo que llamáis “familia”? Evidentemente, es una
relación de intimidad, de comunión. En vuestra familia, en la
relación con vuestra esposa, con vuestro esposo, ¿existe comunión?
Eso, por cierto, es lo que entendemos por relación, ¿verdad? La
relación significa comunión en la que no hay temor, libertad para
comprenderse el uno al otro, para comunicarse al instante. Es obvio
que la relación significa eso, estar en comunión con otro. ¿Lo
estáis vosotros? ¿Estáis en comunión con vuestra esposa? Tal vez
lo estéis físicamente, pero eso no es relación. Vosotros y vuestra
esposa vivís en lados opuestos de un muro de aislamiento, ¿no es
así? Tenéis vuestros propios empeños, vuestras ambiciones, y ella
tiene los suyos. Vivís detrás del muro y de vez en cuando miráis
por encima de él, y a eso le llamáis “relación”. Eso es un
hecho, ¿verdad? Podéis magnificarlo, suavizarlo, introducir un
nuevo juego de palabras para describirlo, pero el hecho es ése: que
vosotros y los que os rodean vivís aislados, y a esa vida en
aislamiento le llamáis “relación”.
Si hay verdadera relación entre dos personas, lo cual significa que
entre ellas hay comunión, entonces las implicaciones son enormes.
Entonces no hay aislamiento; hay amor y no responsabilidad o deber.
Las personas que se aíslan detrás de sus muros son las que hablan
de deber y responsabilidad. El hombre que ama, no habla de
responsabilidad, ama. Por lo tanto comparte con otro su júbilo, su
pena, su dinero. ¿Son así vuestras familias? ¿Existe comunión
directa con vuestra esposa, con vuestros hijos? Es obvio que no. Por
consiguiente la familia es un mero pretexto para continuar con
vuestro nombre y tradición, para que ella os dé lo que deseáis, en
lo sexual o en lo psicológico, de suerte que la familia llega a ser
un medio de autoperpetuación, de prolongar vuestro nombre. Esa es
una clase de inmortalidad, de permanencia. La familia también se
utiliza como medio de satisfacción. Yo exploto a los demás sin
piedad, en el mundo de los negocios, en el mundo exterior político o
social; y en el hogar procuro ser bueno y generoso. ¡Qué absurdo! O
bien el mundo me agobia y quiero paz, y me voy a casa. En el mundo
exterior yo sufro; me voy a casa y trato de hallar consuelo. Utilizo,
pues, la relación como medio de satisfacción, lo cual significa que
no me quiero ver perturbado por mis relaciones.
De suerte que la relación se busca donde hay mutua satisfacción,
halago. Donde no halláis esa satisfacción, cambiáis de relaciones;
o bien os divorciáis, o continuáis juntos pero buscáis
satisfacción en otra parte, hasta hallar lo que buscáis, es decir,
satisfacción, halago, y una sensación de estar protegidos y
cómodos. Después de todo, esa es nuestra vida de relación en el
mundo; y así es, en realidad. Se busca la relación donde pueda
haber seguridad, donde vosotros como individuos podáis vivir en un
estado de seguridad, en un estado de satisfacción, en un estado de
ignorancia, todo lo cual causa siempre conflicto, ¿no es así? Si
vosotros no me satisfacéis y yo busco satisfacción, es natural que
haya conflicto, porque ambos buscamos seguridad el uno en el otro; y
cuando esa seguridad se torna incierta, os ponéis celosos, os
volvéis violentos, posesivos, y lo demás. La relación, pues,
conduce a la posesión, a la condenación, a las exigencias
autoafirmativas de seguridad, de comodidad y de satisfacción; y en
eso, naturalmente, no hay amor.
Hablamos de amor, hablamos de responsabilidad, de deber, pero en
realidad no hay amor; la realización se basa en la satisfacción, de
lo cual vemos el efecto en la civilización actual. El modo como
tratamos a nuestras esposas, a nuestros hijos, a los vecinos y
amigos, es un indicio de que en nuestra vida de relación no hay
realmente nada de amor. Ella es mera búsqueda de satisfacción. Y
siendo ello así, ¿qué objeto tiene entonces la relación? ¿Cuál
es su significación esencial? Si os observáis a vosotros mismos en
relación con los demás, ¿no encontráis que la relación es un
proceso de autorrevelación? ¿Mi contacto con vosotros no revela
acaso el estado de mi propio ser, si me doy cuenta, si estoy bastante
alerta para tener conciencia de mi propia reacción en la vida de
relación? La relación es realmente un proceso de revelación de uno
mismo, es decir, un proceso de conocimiento propio; y en esa
revelación hay muchas cosas desagradables, pensamientos y
actividades inquietantes, molestos. Como no me gusta lo que descubro,
huyo de una relación que no es agradable hacia una relación que sea
grata. La relación, por lo tanto, tiene muy poco sentido cuando sólo
buscamos satisfacción mutua; pero se vuelve en extremo significativa
cuando es un medio de revelación y conocimiento de uno mismo.
Después de todo, en el amor no hay relación, ¿verdad? Sólo cuando
amáis algo y esperáis retribución de vuestro amor, hay una
relación. Cuando amáis, es decir, cuando os entregáis a algo
enteramente, plenamente, entonces no hay relación.
Si realmente amáis, si existe un amor así surge
entonces algo maravilloso. En semejante amor no hay razonamiento, no
existe el uno y el otro, hay unidad completa. Es un estado de
integración, un completo ser.
Esos momentos tan raros, dichosos, jubilosos, existen, entonces hay
completo amor, comunión total. Lo que generalmente ocurre es
que lo importante no es el amor sino el
otro, el objeto del amor; aquel a quien
se da el amor se vuelve lo importante, no el amor en sí. Por
diversas razones, ya sean biológicas o verbales, o por un deseo de
satisfacción, de consuelo, y lo demás, el objeto del amor llega
entonces a ser lo importante; y el amor se aleja. Entonces la
posesión, los celos y las exigencias causan conflicto, y el amor se
aleja cada vez más; y cuanto más se aleja, tanto más el problema
de la relación pierde su significación, su valor y su sentido. Por
eso el amor es una de las cosas más difíciles de comprender. No
puede provenir de una urgencia intelectual, no puede ser fabricado
por diversos métodos, medios y disciplinas. Es un estado de ser
cuando las actividades del “yo” han cesado; pero ellas no cesarán
si simplemente las reprimís, las rehuís o las disciplináis. Es
preciso que comprendáis las actividades del “yo” en todas las
diferentes capas de la conciencia. Hay momentos en que realmente
amamos, en que no hay pensamiento ni móvil; pero esos momentos son
muy raros. Y es porque son raros que nos aferramos a ellos en el
recuerdo y así creamos una barrera entre la viviente realidad y la
acción de nuestra existencia diaria. Para comprender la vida de
relación es importante comprender primero lo que es,
lo que realmente está ocurriendo en nuestra vida, en todas las
diferentes formas sutiles; y también lo que la relación significa
en realidad. La relación es autorrevelación. Es porque no queremos
revelarnos a nosotros mismos que nos refugiamos en la comodidad, y
entonces la relación pierde su extraordinaria hondura, significación
y belleza. Sólo puede haber verdadera relación cuando hay amor,
pero el amor no es la búsqueda de satisfacción. El amor existe tan
sólo cuando hay olvido de uno mismo, cuando hay completa comunión,
no entre uno o dos sino comunión con lo supremo; y eso sólo puede
acontecer cuando se olvida el “yo”.
10. LA GUERRA
Pregunta: ¿Cómo
podemos resolver, nuestro caos político actual y la crisis del
mundo? ¿Hay algo que un individuo pueda hacer para atajar la guerra
que se avecina?
KRISHNAMURTI: La guerra es la proyección espectacular y sangrienta
de nuestra vida diaria, ¿no es así? La guerra es una mera expresión
externa de nuestro estado interno, una amplificación de nuestra
actividad diaria. Es más espectacular, más sangrienta, más
destructiva, pero es el resultado colectivo de nuestras actividades
individuales. De suerte que vosotros y yo somos responsables de la
guerra, ¿y qué podemos hacer para detenerla? Es obvio que la guerra
que nos amenaza constantemente no puede ser detenida por vosotros ni
por mi porque ya está en movimiento; ya está desencadenándose,
aunque todavía en el nivel psicológico principalmente. Como ya está
en movimiento, no puede ser detenida; los puntos en litigio son
demasiados, excesivamente graves, y la suerte ya está echada. Pero
vosotros y yo, viendo que la casa está ardiendo, podemos comprender
las causas de ese incendio, alejamos de él y edificar en un nuevo
lugar con materiales diferentes que no sean combustibles, que no
produzcan otras guerras. Eso es todo lo que podemos hacer. Vosotros y
yo podemos ver qué es lo que engendra las guerras, y si nos interesa
detenerlas, podemos empezar a transformamos a nosotros mismos, que
somos las causas de la guerra.
Una señora americana vino a verme hace un par de años, durante la
guerra. Me dijo que había perdido a su hijo en Italia y que tenía
otro hijo de dieciséis años al que quería salvar; de suerte que
charlamos del asunto. Yo le sugerí que para salvar a su hijo debía
dejar de ser americana; debía dejar de ser codiciosa, de acumular
riquezas, de buscar el poder y la dominación, y ser moralmente
sencilla, no sólo sencilla en cuanto a vestidos, a las cosas
externas, sino sencilla en sus pensamientos y sentimientos, en su
vida de relación. Ella dijo: “Eso es demasiado. Me pide usted
demasiado. Yo no puedo hacer eso, porque las circunstancias son
demasiado poderosas para que yo las altere”. Por lo tanto,
resultaba responsable de la destrucción de su hijo.
Las circunstancias pueden ser dominadas por nosotros, porque nosotros
hemos creado las circunstancias. La sociedad es el producto de la
relación; de vuestras relaciones y las mías, de todas ellas juntas.
Si cambiamos en nuestra vida de relación, la sociedad cambia. El
confiar únicamente en la legislación, en la compulsión, para la
transformación externa de la sociedad mientras interiormente
seguimos siendo corrompidos, mientras en nuestro fuero íntimo
continuamos en busca del poder, de las posiciones, de la dominación,
es destruir lo externo, por muy cuidadosa y científicamente que se
lo haya construido. Lo que es del fuero íntimo se sobrepone siempre
a lo externo.
¿Qué es lo que causa la guerra religiosa, política o económica?
Es evidente que la creencia, ya sea en el nacionalismo, en una
ideología o en un dogma determinado. Si en vez de creencias
tuviéramos buena voluntad, amor y consideración entre nosotros, no
habría guerras. Pero se nos alimenta con creencias, ideas y dogmas,
y por lo tanto, engendramos descontento. La presente crisis, por
cierto, es de naturaleza excepcional, y nosotros, como seres humanos,
o tenemos que seguir el sendero de los conflictos constantes y
continuas guerras, que son el resultado de nuestra acción cotidiana,
o de lo contrario ver las causas de la guerra y volverles la espalda.
Lo que causa la guerra, evidentemente, es el deseo de poder, de
posición, de prestigio, de dinero, como asimismo la enfermedad
llamada nacionalismo el culto de una bandera- y la enfermedad
de la religión organizada, el culto de un dogma. Todo eso es causa
de guerra; y si vosotros como individuos pertenecéis a cualquiera de
las religiones organizadas, si sois codiciosos de poder, si sois
envidiosos, forzosamente produciréis una sociedad que acabará en la
destrucción. Nuevamente: ello depende de vosotros y no de los
dirigentes, no de los llamados hombres de Estado, ni de ninguno de
los otros. Depende de vosotros y de mí, pero no parecemos darnos
cuenta de ello. Si por una vez sintiéramos realmente la
responsabilidad de nuestros propios actos, ¡cuán pronto podríamos
poner fin a todas estas guerras, a toda esta miseria aterradora!
Pero, como veis, somos indiferentes. Comemos tres veces al día,
tenemos nuestros empleos, nuestra cuenta bancaria, grande o pequeña,
y decimos: “por el amor de Dios, no nos moleste, déjenos
tranquilos”. Cuanto más alta es nuestra posición, más deseamos
seguridad, permanencia, tranquilidad, menos injerencia admitimos, y
más deseamos mantener las cosas fijas, como están; pero ellas no
pueden mantenerse como están, porque no hay nada que mantener. Todo
se desintegra. No queremos hacer frente a estas cosas, no queremos
encarar el hecho de que vosotros y yo somos responsables de las
guerras. Vosotros y yo charlamos de paz, nos reunimos en
conferencias, nos sentamos en torno a una mesa y discutimos; pero en
nuestro fuero íntimo, en lo psicológico, deseamos poder y posición,
y nos mueve la codicia. Intrigamos, somos nacionalistas; nos atan las
creencias, los dogmas, por los cuales estamos dispuestos a morir y a
destruirnos unos a otros. ¿Creéis que semejantes hombres vosotros
y yo- podemos tener paz en el mundo? Para que haya paz, debemos ser
pacíficos; vivir en paz significa no crear antagonismos. La paz no
es un ideal. Para mí un ideal es simple evasión, un modo de eludir
lo que es, una contradicción con lo que es. Un ideal impide la
acción directa sobre lo que es. Mas para que haya paz tendremos que
amar, tendremos que empezar, no a vivir una vida ideal sino a ver las
cosas como son y obrar sobre ellas, a transformarlas. Mientras cada
uno de nosotros busque seguridad psicológica, la seguridad
fisiológica que necesitamos alimento, vestido y albergue- se
ve destruida. Andamos en busca de seguridad psicológica, que no
existe; y, si podemos, la buscamos por medio del poder, de la
posición, de los títulos, de los nombres, todo lo cual destruye la
seguridad física. Esto, cuando se lo considera, resulta un hecho
evidente.
Para traer paz al mundo, por lo tanto, para detener todas las
guerras, tiene que haber una revolución en el individuo, en vosotros
y en mí. La revolución económica sin esta revolución interna
carece de sentido, pues el hambre es el resultado del defectuoso
ajuste de las condiciones económicas producido por nuestros estados
psicológicos: codicia, envidia, mala voluntad y espíritu de
posesión. Para poner fin al dolor, al hambre, a la guerra, es
preciso que haya una revolución psicológica, y pocos de nosotros
están dispuestos a enfrentar tal cosa. Discutiremos sobre la paz,
proyectaremos leyes, crearemos nuevas ligas, las Naciones Unidas, y
lo demás. Pero no lograremos la paz porque no queremos renunciar a
nuestra posición, a nuestra autoridad, a nuestros dineros, a
nuestras propiedades, a nuestra estúpida vida. Confiar en los demás
es absolutamente vano; los demás no nos traerán la paz. Ningún
dirigente, ni gobierno, ni ejército, ni patria, va a darnos la paz.
Lo que traerá la paz es la transformación interna que conducir a la
acción externa. La transformación interna no es aislamiento; no
consiste en retirarse de la acción externa. Por el contrario, sólo
puede haber acción verdadera cuando hay verdadero pensar; y no hay
pensar verdadero cuando no hay el conocimiento propio. Si no os
conocéis a vosotros mismos, no hay paz.
Para poner fin a la guerra externa, debéis empezar por poner fin a
la guerra en vosotros mismos. Algunos de vosotros moverán la cabeza
y dirán “estoy de acuerdo”, y saldrán y harán exactamente lo
mismo que han estado haciendo durante los últimos diez o veinte
años. Vuestra conformidad es puramente verbal y carece de
significación, pues las miserias y las guerras del mundo no van a
ser detenidas por vuestro fortuito asentimiento. Sólo serán
detenidas cuando os deis cuenta del peligro, cuando percibáis
vuestra responsabilidad, cuando no dejéis eso en manos de otros. Si
os dais cuenta del sufrimiento, si veis la urgencia de la acción
inmediata y no la aplazáis, entonces os transformaréis; y la paz
vendrá tan sólo cuando vosotros mismos seáis pacíficos, cuando
vosotros mismos estéis en paz con vuestro prójimo.
11. EL TEMOR
Pregunta:
¿Cómo puedo librarme del miedo, que influye en todas mis
actividades?
KRISHNAMURTI: ¿Qué entendemos por miedo? ¿Miedo de qué? Hay
diversos tipos de miedo, y no necesitamos analizar cada uno. Pero
podemos ver que el miedo surge cuando nuestra comprensión de la vida
de relación no es completa. Relaciones existen no sólo entre
personas sino entre nosotros y la naturaleza, entre nosotros y los
bienes, entre nosotros y las ideas; y mientras esas relaciones no
sean plenamente comprendidas, tiene que haber miedo. La vida es
convivencia. Ser es estar relacionado, y sin relaciones no hay vida.
Nada puede existir en el aislamiento; y mientras la mente busque
aislamiento tiene que haber miedo. El miedo, pues, no es una
abstracción; sólo existe con relación a algo.
La pregunta es: “¿Cómo librarse del miedo?” En primer término,
cualquier cosa que sea vencida tiene que ser subyugada una y otra
vez. No es posible vencer, sobreponerse a un problema; el problema
puede ser comprendido, no vencido. Esos son dos procesos
completamente diferentes; y el proceso de vencer conduce a mayor
confusión, a mayor miedo. Resistir, dominar, batallar con un
problema, o erigir contra él una defensa, es sólo crear mayor
conflicto. Si en lugar de ello podemos comprender el miedo,
penetrarlo plenamente paso a paso, explorar todo su contenido, el
miedo jamás volverá en forma alguna.
Como ya lo dije, el miedo no es una abstracción; sólo existe en
relación a algo. ¿Y qué entendemos por miedo? Al final de cuentas,
tenemos miedo de no ser, de no llegar a ser algo. ¿No es así? Ahora
bien, cuando existe el miedo de no ser, de no progresar, o el miedo a
lo desconocido, a la muerte, ¿puede ese miedo ser vencido por una
determinación, por una conclusión, por alguna opción? Es evidente
que no. La mera supresión, sublimación o substitución crea mayor
resistencia, ¿verdad? El miedo no puede, pues, ser vencido mediante
forma alguna de disciplina, de resistencia. Este hecho tiene que ser
claramente percibido, sentido y experimentado; el miedo no puede ser
vencido por ninguna forma de defensa o de resistencia. Tampoco puede
uno librarse del miedo buscando una respuesta, o por medio de una
simple explicación intelectual o verbal.
Ahora bien: ¿de qué tenemos miedo? ¿Tenemos
miedo de un hecho o de una idea acerca
del hecho? ¿Tenemos miedo de la cosa, tal como es, o tenemos miedo
de lo que creemos que es? Tomemos la muerte como ejemplo. ¿Tenemos
miedo del hecho de la muerte o de la idea de la muerte? El hecho es
una cosa, y la idea acerca del hecho es otra. ¿Tengo miedo de la
palabra “muerte” o del hecho en sí? Como tengo miedo del
vocablo, de la idea, nunca encaro, nunca comprendo el hecho, no estoy
jamás en relación directa con el hecho. Es tan sólo cuando estoy
en completa comunión con el hecho, que el miedo no existe. Mas si no
estoy en comunión con el hecho, entonces tengo miedo; y no hay
comunión alguna con el hecho mientras yo tenga una idea, una
opinión, una teoría, acerca
del hecho. Tengo que ver con toda claridad. Si tengo miedo de la
palabra, de la idea o del hecho. Si estoy cara a cara con el hecho,
nada hay que comprender al respecto: el hecho está ahí, y puedo
habérmelas con él. Mas si me da miedo la palabra, tengo que
entenderla, penetrar todo el proceso de lo que implica la palabra, el
término.
Por ejemplo: uno tiene miedo de la soledad, miedo
del dolor y de la angustia de estar solo. Ese miedo, por cierto,
existe porque uno nunca ha considerado realmente la soledad, nunca ha
estado en completa comunión con ella. En cuanto uno se abre
completamente al hecho de la soledad, puede comprender lo que ella
es; pero uno tiene una idea, una opinión acerca de ella, basada en
un conocimiento previo; y es esa idea, esa opinión, ese conocimiento
previo acerca
del hecho, que crea el miedo. El miedo, pues, es evidentemente el
resultado de poner nombre, de aplicar un término, de proyectar un
símbolo que representa el hecho; es decir, el miedo no es
independiente de la palabra, del término.
Tengo una reacción, supongamos, ante la soledad:
digo que me da miedo no ser nada. ¿Tengo miedo del hecho en sí, o
ese miedo se despierta porque tengo un conocimiento previo del hecho?
Ese conocimiento es la palabra, el símbolo, la imagen. ¿Cómo puede
haber miedo de un hecho? Cuando estoy frente a frente a un hecho, en
directa comunión con él, puedo mirarlo, observarlo; no hay, por lo
tanto, miedo del hecho. Lo que causa miedo es mi aprensión acerca
del hecho, de lo que el hecho pudiera ser o hacer.
Es, pues, mi opinión, mi idea, mi conocimiento respecto del hecho,
lo que origina el miedo. Mientras demos más importancia a la palabra
que al hecho, mientras al hecho se le dé un nombre y con ello se lo
identifique o condene, mientras el pensamiento juzgue el hecho como
observador, tiene que haber miedo. El pensamiento es producto del
pasado y sólo puede existir gracias a las palabras, nombres, a los
símbolos, a las imágenes, y mientras el pensamiento considere o
traduzca el hecho, tiene que existir el miedo.
Es, pues, la mente la que crea el miedo, siendo la mente el proceso
de pensar. El pensar es “verbalización”. No podéis pensar sin
palabras, sin símbolos, sin imágenes. Esas imágenes, que son los
prejuicios, el conocimiento previo, las aprensiones de la mente, se
proyectan sobre el hecho, y de ahí surge el miedo. Sólo se está
libre del miedo cuando la mente es capaz de considerar el hecho sin
interpretarlo, sin ponerle un nombre, un rótulo. Esto es sumamente
difícil, porque los sentimientos, las reacciones, las ansiedades que
tenemos, son prontamente identificados por la mente y reciben un
nombre. El sentimiento de los celos es identificado por esa palabra.
Ahora bien: ¿es posible no identificar un sentimiento, captar ese
sentimiento sin ponerle nombre? Es el poner nombre al sentimiento lo
que le da continuidad, lo que le infunde vigor. No bien dais un
nombre a eso que llamáis miedo, lo fortalecéis; mas si podéis
captar ese sentimiento sin denominarlo, veréis que él se debilita.
Por consiguiente, si uno quiere estar completamente libre del miedo,
es esencial que entienda todo el proceso de denominar, de proyectar
símbolos, de dar nombres a los hechos. Es decir, el estar libre del
miedo sólo es posible habiendo conocimiento propio. El conocimiento
propio es el comienzo de la sabiduría, y ésta es el fin del miedo.
12. EL TEDIO Y EL INTERÉS
Pregunta: Yo no
estoy interesado en nada, pero la mayoría de la gente anda ocupada
con muchos intereses. No tengo necesidad de trabajar, y por lo tanto
no lo hago. ¿Debo emprender algún trabajo útil?
KRISHNAMURTI:
¿Debo dedicarme al servicio social, a la acción política, o a la
vida religiosa? ¿Es eso, no? ¿Como usted no tiene otra cosa que
hacer, se hace reformador? Señor, si nada tiene usted que hacer, si
está aburrido, ¿por qué no estarlo? ¿Por qué no ser
eso? Si estáis sumidos en la aflicción, estad
afligidos. No tratéis de hallarle una salida. Porque el que estéis
fastidiados, aburridos, tiene un significado inmenso, si es que
podéis comprenderlo, vivirlo. Pero si decís “estoy aburrido, y
por lo tanto voy a hacer otra cosa”, lo único que hacéis es
tratar de escapar al aburrimiento. Y como casi todas nuestras
actividades son evasiones; hacéis mucho daño en el terreno social y
en todos los otros. El daño es mucho mayor cuando escapáis que
cuando sois lo que sois y os quedáis con el tedio. La dificultad
estriba en quedarse con el tedio y no en huir; y como la mayoría de
nuestras actividades son un proceso de evasión, os resulta
inmensamente difícil dejar de escapar y hacer frente al tedio. Así,
pues, me alegro de que usted esté realmente aburrido, y le digo:
punto final, quedémonos ahí y examinemos el asunto. ¿Por qué
habría usted de hacer algo?
Si estáis aburridos, ¿por qué lo estáis? ¿Qué es eso que
llamáis aburrimiento? ¿Por qué es que nada os interesa? Tiene que
haber causas y razones por las cuales estáis sin ánimo los
sufrimientos, las escapatorias, las creencias, la actividad
incesante, os han oscurecido la mente y endurecido el corazón. Pero
si pudierais descubrir por qué estáis aburridos, qué carecéis de
interés, entonces, seguramente, podríais resolver el problema. ¿No
es así? Entonces, despierto, funcionará el interés. Pero si no os
interesa el porqué de vuestro aburrimiento, no podéis interesaros a
la fuerza en una actividad, simplemente para hacer algo, como una
ardilla que da vueltas en una jaula. Yo sé que esta es la clase de
actividad a que se entrega la mayoría de nosotros. Sin embargo,
podemos descubrir en nuestro fuero interior, psicológicamente, por
qué nos hallamos en ese estado de total aburrimiento; podemos ver
por qué se halla en ese estado la mayoría de nosotros: nos hemos
agotado emocional y mentalmente, hemos probado tantas cosas, tantas
sensaciones, tantas diversiones, tantos experimentos, que nos hemos
entorpecido y hastiado. Ingresamos a una agrupación, hacemos todo lo
que se nos pide, y luego la abandonamos; entonces pasamos a otra cosa
y la probamos. Si fracasamos con un psicólogo, recurrimos a otra
persona o a un sacerdote; si allí fracasamos, recurrimos a otro
instructor, y así sucesivamente; siempre seguimos en movimiento.
Este constante proceso de esforzarse y aflojar es agotador, ¿verdad?
Como todas las sensaciones, no tarda en oscurecer la mente.
Esto es lo que hemos hecho: hemos ido de sensación en sensación, de
una excitación a otra, hasta llegar a un punto en que estamos
realmente agotados. Ahora bien, dándoos cuenta de ello, no
prosigáis: tomad un descanso. Aquietaos. Dejad que la mente se
fortalezca a sí misma. No la forcéis. Así como la tierra se
renueva durante el invierno, así también se renueva la mente cuando
se le permite aquietarse. Pero es muy difícil permitir que la mente
se aquiete, que permanezca en barbecho después de todo esto, ya que
la mente desea en todo momento hacer algo. Y cuando lleguéis al
punto en que realmente aceptáis ser lo que sois aburridos,
feos, horribles, lo que fuere-, entonces hay una posibilidad de
habérosla con todo ello.
¿Qué ocurre cuando aceptáis algo, cuando
aceptáis lo que sois? Cuando aceptáis ser lo que sois, ¿dónde
está el problema? El problema existe únicamente cuando no aceptamos
una cosa tal cual es, y deseamos transformarla, lo cual no significa
que yo abogue por la resignación;
al contrario. Si aceptamos lo que somos, entonces vemos que la cosa
que nos aterraba, la cosa que llamábamos aburrimiento,
desesperación, miedo, ha sufrido un cambio completo. Hay una
transformación completa de la cosa que nos infundió temor.
Por eso es importante, como ya lo dije, que se comprenda el proceso,
las modalidades de nuestro propio pensar. El conocimiento propio no
puede adquirirse por intermedio de nadie, ni de ningún libro, ni de
ninguna confesión, psicología o psicoanalista. Tiene que ser
descubierto por vosotros mismos, porque es nuestra vida; y sin
ampliar y ahondar ese conocimiento del “yo”, hagáis lo que
hagáis, así alteréis cualesquiera de las circunstancias e
influencias externas o internas, ello será siempre una fuente de
desesperación, de pena y de dolor. Para ir más allá de las
actividades en que la mente se encierra a sí misma, tenéis que
comprenderlas; y el comprenderlas significa darse cuenta de la acción
en la vida de relación: relación con las cosas, con las personas y
con las ideas. En esa vida de relación, que es el espejo, empezamos
a vernos a nosotros mismos sin condenación ni justificación; y
partiendo de ese conocimiento más amplio y profundo de las
modalidades de nuestra mente, es posible proseguir adelante. Entonces
es posible que la mente esté quieta y reciba aquello que es lo real.
13. EL ODIO
Pregunta: Si he
de ser perfectamente honrado, debo admitir que casi todo el mundo me
provoca resentimiento y a veces odio. Eso hace que mi vida sea muy
desdichada y penosa. Entiendo intelectualmente que soy ese
resentimiento, ese odio, pero no puedo hacerle frente. ¿Puede usted
mostrarme el camino?
KRISHNAMURTI: ¿Qué entendemos por “intelectualmente”? Al
afirmar que comprendemos algo intelectualmente, ¿qué queremos decir
con eso? ¿Existe algo que pueda llamarse comprensión intelectual?
¿O es que la mente sólo comprende las palabras, porque ese es
nuestro único medio de comunicarnos unos con otros? ¿Podemos
comprender algo mentalmente, por medio de palabras? Eso es lo primero
en que tenemos que ser bien claros: si la llamada “comprensión
intelectual” no es un impedimento a la comprensión. La
comprensión, por cierto, es integral, no dividida ni parcial. O
comprendo algo, o no lo comprendo. El decirse a uno mismo: “yo
comprendo algo intelectualmente”, es sin duda una barrera para la
comprensión. Es un proceso parcial, y, por lo tanto, no es en modo
alguno comprensión.
Pues, bien, la pregunta es ésta: Yo, que estoy resentido, que estoy
lleno de odio, ¿como he de librarme de ese problema, o como he de
hacerle frente? ¿Qué es un problema? Sin duda, un problema es algo
que perturba.
Yo estoy lleno de resentimiento, lleno de odio; detesto a la gente, y
eso me causa dolor. Y me doy cuenta de ello. ¿Qué he de hacer? Este
es un factor que perturba mucho mi vida. ¿Qué tendré que hacer?
¿Cómo estaré realmente libre de ello? No se trata tan sólo de
desprenderme de ello por el momento, sino de librarme
fundamentalmente de ello. ¿Cómo habré de proceder?
Esto para mí es un problema porque me perturba. Si no fuera una cosa
perturbadora, no sería problema para mí, ¿verdad? Porque causa
dolor, perturbación, ansiedad, porque creo que es feo, quiero
librarme de él. Por consiguiente, es a la perturbación que yo me
opongo, ¿no es así? Le doy diferentes nombres en distintos
momentos, en diferentes estados de ánimo; un día lo llamo esto, y
otro día otra cosa. Pero el deseo, en el fondo, es no verme
perturbado. ¿No es eso? Como el placer no perturba, lo acepto. No
deseo librarme del placer porque en él no hay perturbación, al
menos por el momento. Pero el odio, el resentimiento, son factores
muy perturbadores en mi vida, y yo deseo librarme de ellos.
Mi interés es no ser perturbado, y estoy buscando una manera de no
ser nunca perturbado. ¿Y por qué no he de serlo? Yo tengo que ser
perturbado para descubrir algo, ¿no es cierto? Yo tengo que pasar
por tremendos trastornos, disturbios, ansiedades, para poder
descubrir, ¿no es así? Porque si no me veo perturbado, me quedaré
dormido. Y tal vez sea eso lo que la mayoría de nosotros desea en
realidad: que se nos apacigüe, que se nos haga dormir, alejarnos de
toda perturbación, hallar aislamiento, un retiro, seguridad. Si a mí
no me importa, pues, ser perturbado (en realidad, no
superficialmente); si no me importa ser perturbado porque deseo
descubrir la verdad al respecto, entonces mi actitud hacia el odio,
hacia el resentimiento, sufre un cambio, ¿verdad? Si no me preocupa
ser perturbado, entonces el nombre no tiene importancia, ¿no es así?
La palabra “odio” no es importante; ¿lo es acaso? O
“resentimiento” contra la gente carece de importancia, ¿no es
así? Porque entonces vivo instantáneamente el estado que llamo
“resentimiento”, sin hablar de la vivencia.
La ira es una cualidad muy perturbadora, como lo son el odio y el
resentimiento; y muy pocos de nosotros experimentamos la ira
inmediatamente sin nombrarla. Si no la nombramos, si no la llamamos
“ira”, la vivencia es, por cierto, distinta, ¿verdad? Como la
denominamos, con ello reducimos la vivencia nueva a lo viejo o la
fijamos en términos de lo viejo. Mientras que si no la nombramos,
hay entonces una vivencia que se comprende inmediatamente, y esta
comprensión trae una transformación en el momento de esa vivencia.
Tomemos, por ejemplo, la mezquindad. La mayoría
de nosotros no nos damos cuenta si somos mezquinos: mezquinos en
cuestiones de dinero, mezquinos para perdonar a la gente; mezquinos,
simplemente, bien lo sabéis. Estoy seguro que esto nos resulta
familiar. Ahora bien, dándonos cuenta de ello, ¿cómo vamos a
librarnos de esa condición? No se trata de llegar a ser generosos,
que no es lo importante. El estar libre de mezquindad implica
generosidad; no necesitáis volveros
generosos. Evidentemente, hay que darse cuenta de ello. Puede que
seáis muy generosos al hacer un gran donativo a vuestra sociedad, a
vuestros amigos, pero terriblemente mezquinos en cuanto a dar mayor
propina; bien sabéis lo que entiendo por “mezquino”. Uno no es
consciente de ello. Cuando uno llega a darse cuenta de ello, ¿qué
ocurre? Nos esforzamos por ser generosos, tratamos de vencer nuestra
mezquindad, nos disciplinamos con el fin de ser generosos, y así
sucesivamente. Pero, después de todo, el ejercitar la voluntad para
ser algo
sigue siendo parte de la mezquindad, dentro de un circulo mayor) Así,
pues, si no hacemos ninguna de esas cosas y simplemente nos damos
cuenta de lo que implica la mezquindad, sin aplicarle un término,
veremos que ocurre una transformación radical.
Tened a bien experimentar con esto. Primero, uno
tiene que
ser perturbado; y es obvio que a casi ninguno de nosotros le gusta
ser perturbado. Creemos haber hallado una norma de vida el
Maestro, la creencia, lo que sea- y allí nos establecemos. Es lo
mismo que tener un buen puesto burocrático y establecerse en él
para el resto de la vida. Con esa misma mentalidad enfocamos diversas
cualidades de las cuales queremos librarnos. No vemos la importancia
de ser perturbados, de estar interiormente inseguros, de librarnos de
toda dependencia. Es sólo en la inseguridad, sin duda, que
descubrís, que podéis ver, que comprendéis. Queremos tener, como
el hombre de mucho dinero, una vida fácil. Él no será perturbado;
él no quiere
ser perturbado.
La perturbación es esencial para la comprensión y cualquier intento
de hallar seguridad es un obstáculo a la comprensión; y cuando
queremos libramos de algo que nos perturba, ello es por cierto un
obstáculo. Mas si podemos experimentar un sentimiento
inmediatamente, sin nombrarlo, creo que es mucho lo que en ello
encontraremos. Entonces ya no hay pugna con el sentimiento, porque el
experimentar y lo experimentado son una misma cosa; y eso es
esencial. Mientras el experimentador nombre el sentimiento, la
vivencia, él se separará de ella y actuará sobre ella; y tal
acción es artificial, ilusoria. Pero si no se nombra, el
experimentador y lo experimentado son una sola cosa. Esa integración
es necesaria, y hay que enfrentarla radicalmente.
14. LA MURMURACIÓN
Pregunta: La
murmuración tiene importancia en el descubrimiento de uno mismo,
especialmente para que los demás se nos revelen. En serio: ¿por qué
no emplear la murmuración como un medio para descubrir lo que es? Yo
no tiemblo ante la palabra “murmuración” simplemente porque haya
sido condenada durante siglos.
KRISHNAMURTI: Desearía saber por qué murmuramos. No porque ello nos
revele lo que son los demás. ¿Y por qué los demás habrían de
sernos revelados? ¿Por qué deseáis conocer a los demás? ¿Por qué
ese interés extraordinario en los demás? En primer lugar, ¿por qué
murmuramos? Es una forma de inquietud, ¿no es cierto? Al igual que
la preocupación, indica una mente intranquila. ¿Y por qué ese
deseo de meterse con los demás, de saber qué hacen o dicen? Es una
mente muy superficial la que murmura, ¿no es así? Es una mente
inquisitiva que está mal encaminada. El interlocutor parece creer
que los demás le son revelados porque él se interesa en ellos: en
lo que hacen, en lo que piensan, en lo que opinan. ¿Pero conocemos
acaso a los demás si no nos conocemos a nosotros mismos? ¿Podemos
juzgar a los demás si no conocemos nuestra propia manera de pensar,
el modo como actuamos, nuestra manera de comportarnos? ¿Y por qué
ese extraordinario interés en los demás? ¿No es en realidad un
escape, ese deseo de averiguar lo que el prójimo piensa y siente, y
acerca de qué murmura? ¿Eso no ofrece una evasión de nosotros
mismos? ¿Y no está también en eso el deseo de inmiscuirnos en la
vida de los demás? ¿No es acaso nuestra propia vida bastante
difícil, bastante compleja, bastante dolorosa, aun sin ocuparnos de
los demás, sin meternos con ellos? ¿Hay acaso tiempo para pensar
acerca de los demás de esa manera chismosa, fea, cruel? ¿Por qué
hacemos eso? Bien sabéis que todo el mundo lo hace. Toda persona,
prácticamente, murmura acerca de alguien. ¿Por qué?
Creo, en primer lugar, que murmuramos de los demás porque no estamos
bastante interesados en el proceso de nuestro propio pensar y de
nuestros propios actos. Deseamos ver lo que otros hacen, y, para
decirlo con suavidad, imitarlos. En general, cuando murmuramos es
para condenar a los demás. Pero, haciendo una concesión caritativa,
tal vez sea para imitarlos. ¿Y por qué queremos imitar a los demás?
¿No indica todo eso una extraordinaria superficialidad de parte
nuestra? Es una mente en extremo torpe la que desea excitación y la
busca fuera de sí misma. En otras palabras, la murmuración es una
forma de sensación en la que nos complacemos, ¿no es así? Puede
que sea una clase diferente de sensación, pero siempre existe ese
deseo de excitarse, de distraerse. Y así, ahondando realmente en
esta cuestión, uno vuelve a sí mismo, lo cual demuestra cuán
superficial uno es, en realidad, ya que, al hablar de los demás, lo
que busca es excitación fuera de sí mismo. Sorprendeos a vosotros
mismos la próxima vez que murmuréis de alguien, y si os dais cuenta
de ello, muchísimo os será revelado acerca de vosotros mismos. No
lo disimuléis diciendo que sois simplemente inquisitivos acerca del
prójimo. Eso indica inquietud, cierta tendencia a ta excitación,
superficialidad, falta de interés real y profundo en las personas,
que nada tiene que ver con la murmuración.
Ahora el siguiente problema es éste: ¿cómo poner fin a la
murmuración? Esa es la segunda cuestión, ¿no es así? Cuando os
dais cuenta de que murmuráis, ¿cómo pondréis coto a la
murmuración? ¿Si ésta se ha convertido en un hábito, en una cosa
repugnante que continúa día tras día, ¿cómo acabaréis con ella?
¿Pero surge acaso ese interrogante? Cuando sabéis que murmuráis,
cuando os dais cuenta de que murmuráis y de todo lo que ello
implica, dos decís a vosotros mismos “¿cómo he de terminar con
esto?” ¿No termina acaso espontáneamente, tan pronto os dais
cuenta de que murmuráis? El “cómo” no surge en absoluto. El
“cómo” sólo surge cuando no os dais cuenta; y, sin duda, la
murmuración indica falta de captación, de percepción. Experimentad
con esto por vosotros mismos la próxima vez que murmuréis, y
observad que la murmuración termina sin tardanza, de inmediato,
cuando os dais cuenta de lo que estáis diciendo, cuando percibís
que vuestra lengua os arrastra. No hace falta acción alguna de la
voluntad para poner fin a la murmuración. Lo único que se requiere
es que os deis cuenta, que seáis conscientes de lo que decís y que
veáis lo que ello implica. No tenéis que condenar ni justificar la
murmuración. Daos cuenta de ella, y veréis cuán rápidamente
dejáis de murmurar, porque la murmuración le revela a uno las
modalidades de la propia acción, la propia conducta, el propio tipo
de pensamiento. Y en esa revelación uno se descubre a sí mismo, lo
cual es mucho más importante que murmurar de los demás, de lo que
hacen, de lo que piensan, de cómo se comportan.
La mayoría de nosotros, que leemos la prensa
diaria, nos llenamos de murmuración, de murmuración global. Todo
ello es una evasión de nosotros mismos, de nuestra propia pequeñez,
de nuestra propia fealdad. Creemos que interesándonos de un modo
superficial en los acontecimientos mundiales, nos hacemos cada vez
más sabios, más capaces de enfrentarnos a nuestra propia vida.
Todas esas cosas, sin duda, son medios de huir de nosotros mismos,
¿no es cierto? Porque en nuestro fuero íntimo somos sumamente
vacíos, superficiales; nos asustamos de nosotros mismos. Somos
interiormente tan pobres, que la murmuración actúa como una forma
de variado entretenimiento, como un escape de nosotros mismos.
Tratamos de llenar ese vacío interior con conocimientos, con ritos,
con murmuración, con reuniones de grupos, con innumerables medios de
evasión. De suerte que los escapes llegan a ser lo más importante,
no la comprensión de lo que somos.
La comprensión de lo que somos
exige atención. Para saber que uno es vacío, que uno está
acongojado, se necesita enorme atención, no escapatorias. Pero a la
mayoría de nosotros nos gustan estas evasiones, porque son mucho más
agradables, más placenteras. Asimismo, cuando nos conocemos tal
cuales somos, es muy difícil habérnoslas con nosotros mismos; y ese
es uno de los problemas con los cuales nos enfrentamos. No sabemos
qué hacer. Cuando sé que soy vacío, que sufro, que estoy
acongojado, no sé qué hacer, no sé cómo habérmelas con ello.
Recurrimos, pues, a toda clase de escapatorias.
La pregunta es, pues: ¿qué hacer? Es obvio, por
supuesto, que uno no puede escapar, ya que eso es lo más absurdo y
pueril. Mas cuando os enfrentáis con vosotros mismos, tal cuales
sois, ¿qué debéis hacer? Ante todo, ¿es posible no negarlo ni
justificarlo, sino quedaros simplemente con lo que sois? Ello es
sumamente arduo, porque la mente busca explicaciones, condenación,
identificación. Si no hace ninguna de esas cosas sino que se queda
con lo que sois, entonces es como admitir algo. Si yo admito que soy
moreno, todo termina ahí; pero si estoy deseoso de cambiar a un
color más claro, entonces surge el problema. Aceptar, pues, lo que
es,
resulta sumamente difícil; y uno puede hacer eso tan sólo cuando no
hay escapatoria; y la condenación o la justificación son modos de
evadirse. De ahí que, cuando uno comprende por qué murmura, el
proceso total de ese hecho, y percibe lo absurdo que es, la crueldad
y todas las cosas que encierra, entonces queda uno reducido a lo que
uno es; y eso lo enfocamos siempre para destruirlo o para
transformarlo. Mas si no hacemos ninguna de esas dos cosas, y
enfocamos el hecho con la intención de comprenderlo, de estar en un
todo con él, entonces encontraremos que ya no es la cosa que
temíamos. Entonces existe una posibilidad de transformar aquello que
es.
15. LA CRÍTICA
Pregunta: ¿Qué
lugar ocupa la crítica en la vida de relación? ¿Cuál es la
diferencia entre crítica constructiva y destructiva?
KRISHNAMURTI: En primer lugar, ¿por qué criticamos? ¿Es con el fin
de comprender? ¿O es simplemente un proceso de irritante censura? Si
yo os critico, ¿acaso os comprendo? ¿Viene la comprensión a través
del juicio critico? Si yo deseo comprender, si yo deseo captar, no de
un modo superficial sino profundo, todo el significado de mi relación
con vosotros, ¿empiezo por criticaros? ¿O me doy cuenta de esa
relación entre vosotros y yo observándola en silencio, no
proyectando mis opiniones, críticas, juicios, identificaciones o
condenaciones, sino observando en silencio lo que ocurre? ¿Y qué
sucede si no critico? Uno puede dormirse, ¿no es así? Lo cual no
significa que no nos durmamos cuando regañamos o criticamos con
insistencia. Tal vez eso se convierta en un hábito, y por hábito
nos quedamos dormidos. ¿Lógrase una comprensión más amplia y más
profunda de la convivencia por medio de la crítica? No importa que
la crítica sea constructiva o destructiva; eso, por cierto, no viene
al caso. Por lo tanto, la pregunta es ésta: ¿qué estado de la
mente y del corazón se necesita para comprender nuestras relaciones
con los demás? ¿Cuál es el proceso de la comprensión? ¿Cómo
comprendemos algo? ¿Cómo comprendéis a vuestro hijo, si él os
interesa? Lo observáis, ¿no es cierto? Lo observáis cuando juega;
lo estudiáis en sus diferentes estados de ánimo; no proyectáis
vuestras opiniones sobre él. No decís que él debe ser esto o
aquello. Estáis activamente vigilantes, activamente perceptivos, ¿no
es así? Entonces, tal vez, empezaréis a comprender al niño. Pero
si criticáis constantemente, si inyectáis en todo instante vuestra
propia personalidad, vuestra idiosincrasia, vuestras opiniones,
decidiendo cómo debe ser o no debe ser el niño, y todo lo demás,
es obvio que erigís una barrera en vuestra relación con él. Pero,
por desgracia, casi todos criticamos para dirigir, para intervenir; y
nos produce cierto placer, cierta satisfacción, el dar forma a algo,
a vuestra relación con vuestro esposo, con vuestro hijo, o con quien
sea. Con ello experimentáis una sensación de poder, sois el que
manda; y en eso hay una tremenda satisfacción. Evidentemente, no es
a través de todo ese proceso que se comprende la relación con otro.
Lo único que hay es imposición, deseo de formar a otro en el molde
de vuestra idiosincrasia, de vuestro deseo, de vuestro anhelo. Todo
eso impide que se comprenda la relación, ¿no es así?
Además, existe la autocrítica. El asumir una actitud crítica hacia
uno mismo, el criticarse, condenarse o justificarse, ¿trae acaso
comprensión de uno mismo? Cuando empiezo a criticarme, ¿no limito
el proceso de comprender, de explorar? ¿Es que la introspección,
que es una forma de autocrítica, revela el “yo”? ¿Qué es lo
que hace posible la revelación del “yo”? Ser constantemente
analítico, temeroso, crítico, eso, ciertamente, no ayuda a poner
nada en claro. Lo que pone de manifiesto al “yo” de modo tal que
empezáis a comprenderlo, es la constante captación del mismo sin
condenación, sin identificación alguna. Ha de haber cierta
espontaneidad; no podéis estar analizándolo constantemente,
disciplinándolo, regulándolo. Esta espontaneidad es esencial para
la comprensión. Si lo único que hago es limitar, dominar, condenar,
detengo el movimiento del pensar y del sentir, ¿no es así? Es en el
movimiento del pensar y del sentir donde descubro, no en el simple
dominio o restricción. Y cuando uno descubre, resulta importante
saber cómo hemos de actuar al respecto. Si yo actúo de acuerdo con
una idea, con una norma, con un ideal, encajo al “yo” en un molde
determinado. En eso no hay comprensión, no hay trascendencia. Pero
si puedo observar el “mí mismo”, el “yo” sin condenación
alguna, sin ninguna identificación, entonces es posible ir más
allá. Por eso es que todo este proceso de aproximarse a un ideal es
tan enteramente erróneo. Los ideales son dioses de nuestra propia
creación; y ajustarse a una imagen proyectada por uno mismo no es,
por cierto, una liberación.
De modo que sólo puede haber comprensión cuando
la mente capta en silencio, cuando observa; y ello es arduo, porque
nos complace el estar activos, inquietos, el criticar, condenar,
justificar. Esa es toda la estructura de nuestro ser; y a través de
la pantalla de las ideas, prejuicios, puntos de vista, experiencias,
recuerdos, tratamos de comprender. ¿Será posible libertarnos de
todos esos tamices, y comprender al instante? Hacemos eso, sin duda,
cuando el problema es muy intenso. No pasamos por todos esos métodos:
enfocamos el problema directamente. La comprensión de nuestras
relaciones se logra tan sólo cuando ese proceso de autocrítica se
comprende y la mente está serena. Si me escucháis, y si tratáis de
seguir sin gran esfuerzo lo que deseo transmitir, existe una
posibilidad de que nos comprendamos. Pero si no hacéis más que
criticar, si exponéis con énfasis vuestras opiniones, lo que habéis
aprendido en los libros, lo que alguien os ha dicho, y así
sucesivamente, entonces vosotros y yo no estamos en comunión porque
entre nosotros se alza esa pantalla. Pero si vosotros y yo tratamos
de descubrir las causas del problema, que se hallan en el problema
mismo, si todos estamos ansiosos de ir hasta el fondo del problema,
de saber la verdad a su respecto, de descubrir lo que es,
entonces hay comunión entre nosotros. Entonces vuestra mente está a
la vez alerta y pasiva observando para ver lo que hay de verdadero en
esto. Vuestra mente, pues, tiene que ser en extremo ágil, no debe
estar anclada en ninguna idea ni ideal, en ningún criterio, en
ninguna opinión que hayáis consolidado a través de vuestras
propias experiencias. La comprensión llega, sin duda, cuando existe
la ágil ductilidad de una mente que está pasivamente alerta.
Entonces es capaz de recibir, entonces es sensible. Una mente no es
sensible cuando está atestada de ideas, prejuicios, opiniones, a
favor o en contra de algo.
Para comprender la vida de relación, debe haber
captación alerta y pasiva, la cual no destruye la comunión. Por el
contrario, ella hace que la relación sea mucho más vital, mucho más
significativa. Entonces, en esa relación, existe una posibilidad de
verdadero afecto; hay una cordialidad, una impresión de
acercamiento, que no es simple sentimiento o sensación. Y si podemos
enfocarlo todo de ese modo, estar en esa clase de comunión con todo,
nuestros problemas serán fácilmente resueltos: los problemas de la
propiedad, de la posesión. Porque nosotros somos aquello que
poseemos. El hombre que posee dinero es
dinero. El hombre que se identifica con la propiedad, es
la propiedad, o la casa, o los muebles. De igual modo con las ideas o
con las personas; y cuando hay espíritu posesivo no hay relación.
Pero la mayoría de nosotros poseemos porque, de otro modo, nos
sentimos vacíos. Somos cascarones vacíos si nada poseemos, si no
llenamos nuestra vida con muebles, con música, con conocimientos,
con esto o con aquello. Y ese cascarón hace mucho ruido, y a ese
ruido le llamamos vivir; y con eso nos satisfacemos. Y cuando eso se
nos despoja, cuando nos desprendemos de eso, sentimos dolor; porque
entonces os descubrís tal cual sois: un cascarón vacío sin mayor
significación. Así, pues, el darse cuenta del contenido total de
nuestras relaciones, es acción; y de ésta surge una posibilidad de
verdadera comunión, una posibilidad de descubrir su gran hondura, su
gran significación, y de saber lo que es el amor.
16. LA CREENCIA EN DIOS
Pregunta: La
creencia en Dios ha sido un poderoso incentivo para un mejor vivir.
¿Por qué niega usted a Dios? ¿Por qué no trata de hacer revivir
la fe del hombre en la idea de Dios?
KRISHNAMURTI: Consideremos el problema en forma amplia e inteligente.
Yo no niego a Dios; sería una necedad hacer tal cosa. Sólo el
hombre que no conoce la realidad gusta de palabras sin sentido. El
hombre que dice que sabe, no sabe; el hombre que está viviendo la
realidad de instante en instante no tiene medios de comunicar esa
realidad.
La creencia es una negación de la verdad; la creencia obsta a la
verdad; creer en Dios no es encontrar a Dios. Ni el creyente ni el
incrédulo encontrarán a Dios; porque la realidad es lo desconocido,
y vuestra creencia o no creencia en lo desconocido es una mera
proyección de vosotros mismos y por lo tanto no es real. Yo sé que
vosotros creéis, y que ello tiene muy poco significado en vuestra
vida. Hay mucha gente que cree; millones de personas creen en Dios y
hallan consuelo. En primer lugar, ¿por qué creéis? Creéis porque
ello os brinda satisfacción, consuelo, esperanza, y decís que ello
da sentido a la vida. Vuestra creencia, en realidad, tiene muy escasa
significación, porque creéis y explotáis al prójimo, creéis y
matáis, creéis en un Dios universal y os asesináis unos a otros.
El hombre rico cree también en Dios; explota cruelmente a los demás,
acumula dinero y luego edifica un templo o se hace filántropo.
Los hombres que arrojaron la bomba atómica sobre Hiroshima decían
que Dios estaba con ellos; los que volaron de Inglaterra para
destruir a Alemania decían que Dios era su copiloto. Los dictadores,
los primeros ministros, los generales, los presidentes, todos hablan
de Dios, tienen inmensa fe en Dios. ¿Y prestan ellos servicios,
hacen más feliz la vida del hombre? Los hombres que dicen que creen
en Dios han destruido la mitad del mundo, y el mundo está en una
miseria completa. Por causa de la intolerancia religiosa, existen las
divisiones de la gente en creyentes y no creyentes, divisiones que
conducen a las guerras de religión. Ello indica cuán inclinada a la
política es vuestra mente.
¿Es la creencia en Dios “un poderoso incentivo para un mejor
vivir”? ¿Por qué deseáis un incentivo para mejor vivir? Vuestro
incentivo, por cierto, tiene que ser vuestro propio deseo de vivir de
un modo puro y sencillo, ¿no es así? Si esperáis algo de un
incentivo, no os interesa el hacer la vida posible para todos sino
tan sólo vuestro incentivo, que es diferente del mío; y nos
pelearemos por el incentivo. Mas si vivimos felices juntos, no porque
creamos en Dios sino porque somos seres humanos, entonces
compartiremos enteramente los medios de producción a fin de producir
cosas para todos. Por falta de inteligencia aceptamos la idea de una
superinteligencia a la que llamamos “Dios”; pero este “Dios”,
esta superinteligencia, no habrá de brindarnos una vida mejor. Lo
que conduce a una vida mejor es la inteligencia; y no puede haber
inteligencia si hay creencia, si hay divisiones de clase, si los
medios de producción están en manos de unos pocos, si hay
nacionalidades aisladas y gobiernos soberanos. Todo eso,
evidentemente, indica falta de inteligencia, y es la falta de
inteligencia lo que impide un mejor vivir, no el no creer en Dios.
Todos vosotros creéis de diferentes maneras, mas vuestra creencia
carece de toda realidad. La realidad es lo que vosotros sois, lo que
vosotros hacéis, lo que vosotros pensáis; y vuestra creencia en
Dios es una simple evasión de vuestra vida monótona, estúpida y
cruel. Más aun: la creencia invariablemente divide a los hombres:
ahí están el hindú, el budista, el cristiano, el comunista, el
socialista, el capitalista, y así sucesivamente. La creencia, la
idea, divide; jamás reúne a la gente. Puede que reunáis a unos
cuantos en un grupo, pero ese grupo se opone a otro grupo. Las ideas
y las creencias nunca son unificadoras; por el contrario, son
separativas, desintegradores y destructivas. Por lo tanto, vuestra
creencia en Dios está de hecho extendiendo desdicha por el mundo;
aunque os haya traído momentáneo consuelo, en realidad os ha traído
más desdicha y destrucción bajo forma de guerras, hambre,
divisiones de clase, y la acción despiadada de determinados
individuos. De suerte que vuestra creencia carece totalmente de
valor. Si realmente creyerais en Dios, si ello fuera para vosotros
una experiencia real, entonces en vuestro rostro habría una sonrisa;
no destruiríais a los seres humanos.
Ahora bien, ¿qué es la realidad, qué es Dios?
Dios no es la palabra, la palabra no es la cosa. Para conocer aquello
que es inconmensurable, que no pertenece al tiempo, la mente debe
estar libre del tiempo, lo cual significa que la mente debe estar
libre de todo pensamiento, de todas las ideas acerca de Dios. ¿Qué
sabéis acerca de Dios o de la verdad? Vosotros, de hecho, nada
sabéis acerca de esa realidad. Todo lo que conocéis son palabras,
las experiencias de otros o algunos momentos de experiencias propias
más bien vagas. Eso, por cierto, no es Dios, no es la realidad; eso
no está fuera del ámbito del tiempo. Para conocer aquello que está
más allá del tiempo, el proceso del tiempo debe ser comprendido; y
el tiempo es pensamiento, el proceso de llegar a ser algo, la
acumulación de conocimientos. Eso es todo el trasfondo de la mente;
la mente misma es el trasfondo, tanto la consciente como la
inconsciente, la colectiva y la individual. La mente, pues, debe
estar libre de lo conocido, lo cual significa que la mente debe estar
en completo silencio, no forzada
al silencio. La mente que logra el silencio como un resultado, como
consecuencia de una acción determinada, de la práctica, de la
disciplina, no es una mente silenciosa. La mente forzada, dominada,
plasmada, encuadrada y mantenida quieta, no es una mente en silencio.
Puede que durante un lapso consigáis forzar la mente a estar
superficialmente en silencio, pero una mente así no es una mente
serena. La serenidad sólo ocurre cuando comprendéis el proceso del
pensamiento en su totalidad, porque comprender el proceso es darle
fin, y al cesar el proceso del pensamiento empieza el silencio.
Sólo cuando la mente está en completo silencio, no únicamente en
el nivel superior sino fundamentalmente, en su totalidad, tanto en el
nivel superficial como en los más profundos de la conciencia, tan
sólo entonces puede advenir lo desconocido. Lo desconocido no es
algo que la mente haya de experimentar; el silencio solamente puede
ser experimentado, nada más que el silencio. Si la mente experimenta
algo que no sea el silencio, no hace más que proyectar sus propios
deseos; y una mente así no está en silencio. Mientras la mente no
esté en silencio, mientras el pensamiento en cualquier forma,
consciente o inconsciente, esté en movimiento, no puede haber
silencio. El silencio es liberación del pasado, de los
conocimientos, del recuerdo tanto consciente como inconsciente; y
cuando la mente está del todo silenciosa, inactiva, cuando en ella
reina un silencio que no es producto del esfuerzo, sólo entonces lo
atemporal, lo eterno, puede surgir. Ese estado no es un estado de
recordación; no hay entidad alguna que recuerde, que “vivencia”.
Por lo tanto Dios, o la verdad, o lo que os
plazca, es algo que adviene de instante en instante; y ello ocurre
únicamente en un estado de libertad y espontaneidad, no cuando la
mente está disciplinada de acuerdo con una norma. Dios no es cosa de
la mente, no surge mediante la proyección de uno mismo; sólo
adviene cuando hay virtud, es decir, libertad. La virtud es
enfrentarse con el hecho de lo que es,
y el enfrentarse con el hecho es un estado de bienaventuranza. Sólo
cuando la mente está dichosa, serena, sin ningún movimiento de ella
misma, sin la proyección del pensamiento, consciente o inconsciente,
sólo entonces adviene lo eterno.
17. LA MEMORIA
Pregunta: La
memoria, dice usted, es experiencia incompleta. Yo tengo un recuerdo
y una vívida impresión de sus precedentes pláticas. ¿En qué
sentido es ello una experiencia incompleta? Tenga a bien explicar
esta idea en todos sus detalles.
KRISHNAMURTI: ¿Qué entendemos por memoria? Vais a la escuela y os
llenáis de datos, de conocimientos técnicos. Si sois ingenieros,
utilizáis la memoria del conocimiento técnico para construir un
puente. Esa es la memoria “factual”. Hay también una memoria
psicológica. Me habéis dicho algo a mí, agradable o desagradable,
y yo lo retengo; y cuando vuelvo a encontrarme con vosotros, lo hago
con aquel recuerdo, con el recuerdo de lo que habéis o no dicho.
Existen, pues, dos facetas de la memoria: la psicológica y la
“factual”. Siempre están relacionadas entre sí, y por lo tanto
no se distinguen claramente. Sabemos que la memoria “factual” es
necesaria como medio de ganarnos la vida. ¿Pero es esencial la
memoria psicológica? ¿Y qué es el factor que retiene el recuerdo
psicológico? a uno le hace recordar psicológicamente el insulto o
la alabanza? ¿Por qué retiene uno ciertos recuerdos y rechaza
otros? Es obvio que uno retiene los recuerdos que son agradables, y
evita aquellos que son desagradables. Si observáis, veréis que los
recuerdos penosos son apartados más pronto que los placenteros. Y la
mente es memoria en cualquier nivel, sea cual fuere el nombre que le
deis; la mente es el producto del pasado, se funda en el pasado, el
cual es memoria, un estado condicionado. Ahora bien, con esa memoria
hacemos frente a la vida, a un nuevo reto, estímulo. El reto es
siempre nuevo, y nuestra respuesta es siempre vieja porque es el
resultado del pasado. De suerte que el “vivenciar” sin la memoria
es un estado, y el experimentar con la memoria es otro. Esto es, hay
un retó, que siempre es nuevo. Yo le hago frente con la respuesta,
con el condicionamiento de lo pasado. ¿Qué ocurre, pues? Absorbo lo
nuevo, no lo comprendo; y la vivencia de lo nuevo resulta
condicionada por el pasado. Hay, por lo tanto, comprensión parcial
de lo nuevo, jamás comprensión completa. Y sólo cuando hay
completa comprensión de algo, ello no deja la cicatriz del recuerdo.
Cuando hay un reto que siempre es nuevo- le hacéis frente con
la respuesta de lo viejo. La vieja respuesta condiciona lo nuevo y
por lo mismo lo tuerce, le da un sesgo, por lo cual no hay completa
comprensión de lo nuevo; de ahí que lo nuevo sea absorbido en lo
pasado, lo viejo, y por consiguiente fortalezca lo viejo. Esto podrá
parecer abstracto, pero no es difícil si lo investigáis con un poco
de atención y cuidado. La situación actual en el mundo exige un
nuevo enfoque, un nuevo modo de atacar el problema mundial, que es
siempre nuevo. Somos incapaces de enfocarlo de un modo nuevo porque
lo hacemos con nuestra mente condicionada, con prejuicios nacionales,
locales, de familia y religiosos. Es decir, nuestras experiencias
anteriores actúan como barrera para la comprensión del nuevo reto;
así seguimos cultivando y fortaleciendo la memoria, y por lo tanto
jamás comprendemos lo nuevo, jamás hacemos frente al reto
plenamente, en forma completa. Sólo cuando uno es capaz de hacer
frente al reto de un modo nuevo, sin el pasado, sólo entonces el
reto rinde sus frutos, su riqueza.
El interlocutor dice “yo tengo un recuerdo y una
vívida impresión de sus precedentes pláticas. ¿En qué sentido es
ello una experiencia incompleta?” Es evidente que se trata de una
experiencia incompleta si ella es una mera impresión, un recuerdo.
Si comprendéis lo que ha sido dicho, si veis su verdad, esa verdad
no es un recuerdo. La verdad no es un recuerdo, porque la verdad
siempre es nueva y constantemente se transforma. Tenéis un recuerdo
de la plática anterior. ¿Por qué? Porque utilizáis la plática
anterior como guía; no la habéis comprendido plenamente. Deseáis
profundizarla, y ella es mantenida, consciente o inconscientemente.
Pero si comprendéis algo completamente, es decir, si veis totalmente
la verdad de algo, encontraréis que no hay ninguna especie de
recuerdo. Nuestra educación es el cultivo da la memoria, el
fortalecimiento de la memoria. Vuestras prácticas y ritos
religiosos, vuestras lecturas y conocimientos, todo ello fortalece la
memoria. ¿Qué sentido tiene esto para nosotros? ¿Por qué nos
aferramos a la memoria? No sé si habéis advertido que, a medida que
envejecéis, volvéis vuestras miradas al pasado, a sus alegrías, a
sus penas, a sus placeres; y si uno es joven mira hacia el futuro.
¿Por qué hacemos eso? ¿Por qué la memoria ha adquirido tanta
importancia? Por la razón obvia y sencilla de que no sabemos vivir
íntegramente, completamente, en el presente. Empleamos el presente
como un medio para el futuro, y por lo tanto el presente carece de
significación. No podemos vivir en el presente porque lo utilizamos
como pasaje hacia el futuro. Es porque voy a llegar a ser algo, que
nunca existe una completa comprensión de mí mismo; y el
comprenderme a mí mismo, el comprender con exactitud lo que ahora
soy, no requiere cultivo de la memoria. Por el contrario, la memoria
es un estorbo para la comprensión de lo que es.
No sé si habéis notado que un nuevo pensamiento, un nuevo
sentimiento, sólo viene cuando la mente no se halla atrapada en la
red de la memoria. Cuando hay un intervalo entre dos pensamientos,
entre dos recuerdos, cuando ese intervalo puede ser mantenido, de ese
intervalo surge un nuevo estado del ser que ya no es recuerdo.
Tenemos recuerdos y cultivamos la memoria como medio de perpetuarnos.
El y lo “mío” tornase muy importantes mientras existe el cultivo
de la memoria; y como la mayoría de nosotros estamos formados del
“yo” y de lo “mío”, la memoria desempeña un papel muy
importante en nuestra vida. Si no tuvierais memoria, vuestros bienes,
vuestra familia, vuestras ideas, no serían importantes como tales;
de modo que, para dar vigor al “yo” y a lo “mío” cultiváis
la memoria. Si observáis, veréis que hay un intervalo entre dos
pensamientos, entre dos emociones. En ese intervalo, que no es
producto de la memoria, hay una extraordinaria liberación del “yo”
y de lo “mío”; y ese intervalo es atemporal.
Consideremos el problema diferentemente. La memoria, ciertamente, es
tiempo, ¿verdad? Es decir, la memoria crea el ayer, el hoy y el
mañana. El recuerdo del ayer condiciona el hoy y por lo tanto plasma
el mañana. Esto es, el pasado a través del presente crea el futuro.
Hay un proceso de tiempo que se desarrolla, y él es la voluntad de
llegar a ser algo. La memoria es tiempo, y, a través del tiempo,
esperamos lograr un resultado. Hoy soy un simple empleado, y,
dándoseme tiempo y oportunidad, llegaré a ser el gerente o el
propietario. Es preciso, pues, que disponga de tiempo; y con la misma
mentalidad decimos: “lograré la realidad, me acercaré a Dios”.
Por consiguiente debo disponer de tiempo para realizar mi fin, lo
cual significa que debo cultivar la memoria, fortalecer la memoria
con la práctica y la disciplina, para ser algo, para lograr, para
ganar; y esto significa continuación en el tiempo. A través del
tiempo, pues, esperamos alcanzar lo atemporal, a través del tiempo
esperamos conquistar lo eterno. ¿Podéis acaso hacer eso? ¿Podéis
atrapar lo eterno en la red del tiempo mediante la memoria que es el
tiempo? Lo atemporal sólo puede ser cuando la memoria, que es el
“yo” y lo “mío”, cesa. Si veis la verdad de esto que a
través del tiempo lo atemporal no puede ser comprendido o captado-,
entonces podemos examinar el problema de la memoria. La memoria de
cosas técnicas es esencial; pero la memoria psicológica que
mantiene el ‘yo” y lo “mío”, que da identificación y
autocontinuación, es totalmente perjudicial para la vida y la
realidad. Cuando uno ve la verdad de ello, lo falso desaparece, y,
por lo tanto, no hay retención psicológica de la experiencia de
ayer.
Cuando veis una deliciosa puesta de sol un hermoso árbol en el
campo, y los miráis por vez primera, disfrutáis do ello
completamente, enteramente; pero volvéis a ello con el deseo de
disfrutarlo de nuevo. ¿Qué ocurre cuando volvéis con el deseo de
disfrutarlo? No hay goce, porque es el recuerdo del espectáculo de
ayer lo que ahora os hace retamar, os impele, os incita a disfrutar.
Ayer no había recuerdo y sólo una apreciación espontánea, una
respuesta inmediata; pero hoy estáis deseosos de captar una vez más
la vivencia de ayer. Es decir, la memoria se interpone entre vosotros
y la puesta de sol; y por lo tanto no hay gozo, no hay riqueza
interna, no hay plenitud de belleza. O bien tenéis un amigo que dijo
algo de vosotros ayer, un insulto o un elogio, y retenéis el
recuerdo; y con ese recuerdo os encontráis hoy con vuestro amigo. No
hay contacto realmente con vuestro amigo, porque lleváis en vosotros
el recuerdo de ayer, que se interpone. Y así proseguimos,
rodeándonos a nosotros mismos y a nuestros actos con recuerdos, y,
por lo tanto, no hay cualidad de cosa nueva, no hay frescor. Por eso
es que los recuerdos tornan la vida tediosa, insípida y vacía.
Vivimos en estado de lucha unos con otros porque el “yo” y lo
“mío” se vigorizan con los recuerdos. La memoria se vivifica con
la acción en el presente; damos vida a la memoria por medio del
presente, pero cuando no damos vida a la memoria, ella se marchita.
La memoria de los hechos, de las cosas técnicas, es una necesidad
obvia, pero la memoria como retención psicológica es perjudicial
para la comprensión de la vida, para la comunión de unos con otros.
18.
RENDIRSE A “LO QUE ES”
Pregunta: ¿Cuál
es la diferencia entre someterse a la voluntad de Dios y lo que usted
dice acerca de la aceptación de “lo que es”?
KRISHNAMURTI: Hay, por cierto, una gran diferencia, ¿no es así?
Someterse a la voluntad de Dios implica que ya conocéis la voluntad
de Dios. No os sometéis a algo que no conocéis. Si conocéis la
realidad, no podéis rendiros a ella; dejáis de existir, no hay
sometimiento a una voluntad superior. Si os sometéis a una voluntad
superior, entonces esa voluntad superior es la proyección de
vosotros mismos, pues lo real no puede ser conocido a través de lo
conocido. Adviene tan sólo cuando lo conocido termina. Lo conocido
es una creación de la mente, porque el pensamiento es el resultado
de lo conocido, del pasado, y el pensamiento sólo puede crear lo que
conoce; por lo tanto, lo que él conoce no es lo eterno. Por eso es
que cuando os sometéis a la voluntad de Dios, os sometéis a
vuestras propias proyecciones; podrá brindar satisfacción,
consuelo, pero no es lo real.
El comprender lo que es
exige un proceso diferente, tal vez la palabra “proceso” no sea
exacta, pero lo que yo quiero significar es esto: comprender lo que
es resulta
mucho más difícil, requiere mayor inteligencia, mayor captación,
quo aceptar simplemente una idea y entregaros a ella. Comprender lo
que es no
exige esfuerzo; el esfuerzo es una distracción. Para comprender
algo, para comprender lo que es,
no podéis estar distraídos, ¿verdad? Si yo deseo comprender lo que
vosotros decís, no puedo escuchar música; o el ruido de la gente
afuera; debo dedicarle toda mi atención. De tal suerte, es
extraordinariamente difícil y arduo captar lo que es,
porque nuestro mismísimo pensar ha llegado a ser una distracción.
No queremos comprender lo que es.
Miramos lo que es
a través de los lentes del prejuicio, de la condenación o de la
identificación; y resulta muy arduo quitarse esos lentes y mirar lo
que es. Lo
que es,
por cierto, es un hecho, es la verdad, y todo lo demás es una
evasión, no es la verdad. Para comprender lo que es,
el conflicto de la dualidad debe cesar, porque la respuesta negativa
de convertirse uno en algo diferente de lo que es,
es negarse a comprender lo que es.
Si deseo comprender la arrogancia, no debo caer en lo opuesto, no
debo dejarme distraer por el esfuerzo de llegar a ser algo, ni
siquiera por el esfuerzo de procurar comprender lo que es.
Si soy arrogante, ¿qué ocurre? Si no le doy nombre a la arrogancia,
ella cesa; lo cual significa que la respuesta está en el problema
mismo y no fuera de él.
No se trata de aceptar lo que es;
lo que es
no necesita ser aceptado. No aceptáis
que sois morenos o blancos, puesto que ello es un hecho; sólo cuando
tratáis de llegar a ser otra cosa, tenéis que aceptar. No bien
reconocéis un hecho, éste deja de tener alguna significación; pero
una mente adiestrada a pensar en el pasado o en el futuro, adiestrada
a huir en múltiples direcciones, una mente así es incapaz de
comprender lo que es.
Sin la comprensión de lo que es,
no podéis encontrar lo que es real; y sin esa comprensión, la vida
carece de sentido, es una constante batalla en la que el dolor y el
sufrimiento continúan. Lo real sólo puede ser comprendido
comprendiendo lo que es.
No puede ser comprendido si hay condenación o identificación. La
mente que siempre está condenando o identificándose no puede
comprender; sólo puede comprender aquello en lo que está atrapada.
El entendimiento de lo que es,
la comprensión de lo que es,
revela extraordinarias honduras en las que está la realidad, el
júbilo y la felicidad.
19. ORACIÓN Y MEDITACIÓN
Pregunta:
¿El anhelo que se expresa en la oración no es un camino hacia Dios?
KRISHNAMURTI: Vamos a examinar en primer término los problemas
contenidos en esta pregunta. Ella comprende la oración, la
concentración y la meditación. Ahora bien, ¿qué entendemos por
oración? Ante todo, en la oración hay súplica, ruego a lo que
llamáis Dios, la Realidad. Vosotros, como individuos, pedís,
suplicáis, rogáis y buscáis ser guiados por algo que llamáis
Dios; vuestro enfoque, por lo tanto, consiste en buscar recompensa,
satisfacción. Os halláis en dificultades, nacionales o
individuales, e imploráis que se os guíe. O estáis confusos, y
rogáis que se os permita ver claro; esperáis ayuda de lo que
llamáis Dios. Esto implica que Dios, sea lo que Dios fuere esto
no lo discutiremos por ahora- habrá de disipar la confusión que
vosotros y yo hemos creado. Porque, al fin y al cabo, somos nosotros
quienes hemos producido la confusión, la miseria, el esos, la
espantosa tiranía, la falta de amor; y queremos que lo que llamamos
Dios despeje todo eso. En otras palabras; deseamos que nuestra
confusión, nuestra miseria, nuestro dolor, nuestro conflicto, sean
disipados por otro; suplicamos a otro ser que nos traiga luz y
felicidad.
Ahora bien, cuando oráis, cuando rogáis, cuando suplicáis pidiendo
algo, generalmente se lo obtiene. Cuando pedís, recibís; pero lo
que recibís no creará orden porque lo que recibís no trae
claridad, comprensión. Sólo satisface, brinda placer, pero no
produce comprensión; porque, cuando pedís, recibís aquello que
vosotros mismos proyectáis. ¿Cómo puede la realidad, Dios,
responder a vuestra petición particular? ¿Puede lo inconmensurable,
lo innominable, tener algo que ver con nuestras pequeñas y mezquinas
zozobras, miserias, confusiones, que nosotros mismos hemos creado?
¿Qué es, por consiguiente, lo que responde? Es obvio que lo
inconmensurable no puede responder a lo mensurable, a lo
insignificante, a lo pequeño. ¿Pero qué es lo que responde? En ese
momento, cuando rogamos, nos hallamos bastante aquietados, en un
estado de receptividad; y nuestro propio subconsciente nos trae una
claridad momentánea. Es decir, deseáis algo, lo anheláis, y en ese
momento de anhelo, de sumisa súplica, estáis bastante receptivos;
vuestra mente consciente, activa, está comparativamente serena, en
calma, de modo que lo inconsciente se proyecta en eso y recibís una
respuesta. Pero no es, ciertamente, una respuesta de la realidad, de
lo inconmensurable; es vuestro propio inconsciente que responde. No
nos confundamos, pues, y no pensemos que cuando vuestra plegaria es
atendida estáis en relación con la realidad. La realidad debe venir
a vosotros; no podéis ir a ella.
En este problema de la oración hay luego otro factor envuelto: la
respuesta de aquello que denominamos “voz interior”. Como ya lo
he dicho, cuando la mente suplica, ruega, está comparativamente
serena; y cuando oís la “voz interior”, es vuestra propia voz,
que se proyecta en esa mente relativamente serena. Una vez más,
¿cómo puede ser eso la voz de la realidad? Una mente confusa,
ignorante, codiciosa, exigente, suplicante, ¿cómo puede comprender
la realidad? La mente puede recibir la realidad tan sólo cuando está
absolutamente en calma, sin pedir, sin codiciar, sin anhelar, sin
rogar, ya sea para vosotros mismos, para la nación o para el
prójimo. Cuando la mente está serena en absoluto, cuando el deseo
cesa, sólo entonces adviene la realidad. Una persona que pide, que
ruega, que suplica, que anhela ser dirigida, hallará lo que busca,
pero ello no será la verdad. Lo que reciba será la respuesta de las
capas inconscientes de su propia mente, que se proyectan en lo
consciente; y esa vocecita silenciosa que os dirige no es lo real
sino tan sólo la respuesta de lo inconsciente.
En este problema de la oración está lo relativo a la concentración.
Para la mayoría de nosotros, la concentración es un proceso de
exclusión. La concentración se produce por el esfuerzo, la
coacción, la dirección, la imitación, por lo cual la concentración
es un proceso de exclusión. Me intereso en la así llamada
“meditación”, pero mis pensamientos se distraen, divagan. Fijo,
pues, mi mente en un cuadro, una imagen, o en una idea, y excluyo
todos los otros pensamientos; y a este proceso de concentración, que
es exclusión, se lo considera como un medio de meditar. Es eso lo
que hacéis, ¿verdad? Cuando os sentáis a meditar, fijáis vuestra
mente en una palabra, en una imagen o en un cuadro; pero la mente
vaga por todas partes. Hay constante interrupción de otras ideas,
otros pensamientos, otras emociones, y tratáis de alejarlos;
empleáis vuestro tiempo batallando con vuestros pensamientos. A este
proceso vosotros lo llamáis Meditación”. Esto es, procuráis
concentraros en algo que no os interesa, y vuestros pensamientos
continúan multiplicándose, aumentando, interrumpiendo. De suerte
que gastáis vuestra energía en excluir, en desviar, en rechazar; y
si podéis concentraros en un pensamiento escogido, en un objeto
determinado, creéis que por fin habéis logrado éxito en la
meditación. Eso, por cierto, no es meditación, ¿verdad? La
meditación no es un proceso de excluir, excluir en el sentido de
evitar las ideas intrusas, de erigir contra ellas una resistencia. La
plegaria, pues, no es meditación, y la concentración excluyente no
es meditación.
¿Qué es, pues, la meditación? La concentración no es meditación,
porque, cuando hay interés, es relativamente fácil concentrarse en
algo. Un general que hace planes para la guerra, para la matanza,
está muy concentrado. Un hombre de negocios ocupado en ganar dinero
está muy concentrado; hasta puede ser cruel al prescindir de todo
otro sentimiento y concentrarse completamente en lo que él desea. Un
hombre que está interesado en cualquier cosa se concentra de un modo
natural, espontáneo. Pero esa concentración, por cierto, no es
meditación, es una mera exclusión.
¿Qué es, entonces, la meditación? La meditación es por cierto
comprensión, la meditación del corazón es comprensión. ¿Cómo
puede haber comprensión habiendo exclusión? ¿Cómo puede haber
comprensión cuando hay ruego, súplica? En la comprensión está la
paz, la libertad; quedáis libres de aquello que comprendéis. Pero
el mero hecho de concentrarse o de orar no trae comprensión. La
comprensión es la base misma, el proceso fundamental de la
meditación. No tenéis que aceptar mi palabra al respecto; pero si
examináis la oración y la concentración con mucho cuidado, a
fondo, hallaréis que ninguna de ellas trae comprensión. Sólo
conducen a la obstinación, a la fijación, a la ilusión. Mientras
que la meditación, en la cual hay comprensión, trae libertad,
claridad e integración.
Ahora bien, ¿qué entendemos por comprensión? La comprensión
significa atribuir significado verdadero, dar su verdadero valor a
todas las cosas. Ser ignorante es dar falsos valores. Está en la
naturaleza misma de la estupidez la falta de comprensión de los
verdaderos valores. La comprensión, pues, surge cuando existen
verdaderos valores, cuando los verdaderos valores son establecidos.
¿Y cómo habrá uno de establecer verdaderos valores: el verdadero
valor de la propiedad, el verdadero valor de las relaciones, el
verdadero valor de las ideas? Para que surjan los verdaderos valores,
es preciso que comprendáis al pensador, ¿no es así? Si no
comprendo al pensador, que soy yo mismo, lo que yo escojo carece de
sentido. Es decir, si no me conozco a mí mismo, mi acción, mi
pensamiento, no tienen fundamento alguno. De suerte que el
conocimiento propio es el comienzo de la meditación; no el
conocimiento que uno obtiene de los libros, de las autoridades, de
los “gurús”, sino el conocimiento que surge de la explotación
de uno mismo, que es autopercepción. La meditación es el principio
del conocimiento propio, y sin conocimiento propio no hay meditación.
Porque, si no comprendo las modalidades de mis pensamientos, de mis
sentimientos, si no comprendo mis móviles, mis deseos, mis
exigencias, mi busca de normas de acción, que son ideas; si no me
conozco a mí mismo, no existe base para pensar. Y el pensador que
sólo pide, niega o excluye, sin comprenderse a sí mismo, tiene
inevitablemente que terminar en la confusión, en la ilusión.
El principio de la meditación es, pues, el conocimiento propio, y
éste significa darse cuenta de todo movimiento del pensar y del
sentir, conocer todas las capas de mi conciencia, no sólo las
superficiales sino las ocultas, las actividades profundamente
encubiertas. Mas para conocer las actividades profundamente
encubiertas, los móviles, respuestas, pensamientos y sentimientos
ocultos, tiene que haber tranquilidad en la mente consciente; es
decir, la mente consciente debe estar en calma, serena, a fin de
recibir la proyección de lo inconsciente. La mente superficial,
consciente, está ocupada con sus diarias actividades: ganar el
sustento, engañar y explotar a los demás, huir de los problemas,
todas las diarias actividades de nuestra existencia. Esa mente
superficial tiene que comprender el verdadero significado de sus
propios actividades, y con ello lograr tranquilidad para sí misma.
No puede lograr tranquilidad, calma, por la mera regulación, por la
coacción, por la disciplina. Sólo puede lograr tranquilidad, paz,
serenidad, comprendiendo sus propias actividades, observándolas,
dándose cuenta de ellas, viendo su propia crueldad, cómo habla al
sirviente, a la esposa, a la hija, a tu madre, y lo demás. Cuando la
mente superficial, consciente, se da así plena cuenta de todas sus
actividades, mediante esa comprensión llega ella a estar
espontáneamente tranquila, no narcotizada por la coacción ni
regulada por el deseo; entonces está capacitada para recibir las
intimaciones, las insinuaciones de lo inconsciente, de las muchísimas
capas ocultas de la mente: los instintos raciales, los recuerdos
enterrados, los secretos deseos, las profundas heridas que aún no
han sido sanadas. Tan sólo cuando todo eso se ha proyectado y ha
sido comprendido, cuando la totalidad de la conciencia se ha
descargado y ya no está trabada por ninguna herida, por ninguna
clase de recuerdo, está ella en condiciones de recibir lo eterno.
La meditación es, pues, conocimiento propio, y sin conocimiento
propio no hay meditación. Si no os dais cuenta en todo momento de
todas vuestras reacciones, si no sois plenamente conscientes, si no
os dais plena cuenta de vuestras diarias actividades, el mero hecho
de encerraros en una habitación y sentaros frente a un cuadro de
vuestro “guía espiritual”, de vuestro Maestro, de meditar, es
una escapatoria. Sin conocimiento propio, en efecto, no hay verdadero
pensar, y sin verdadero pensar lo que vosotros hacéis carece de
sentido, por nobles que sean vuestras intenciones. La oración no
tiene, pues, significado alguno sin conocimiento propio; mas cuando
hay conocimiento propio hay verdadero pensar, y por lo mismo
verdadera acción. Cuando hay verdadera acción no hay confusión, y
por lo tanto no suplicáis a nadie que os saque de ella. Un hombre
que es plenamente sensible, perceptivo, está meditando; él no ora,
porque nada desea. Mediante la oración, la disciplina, la
repetición, y todo lo demás, podéis producir cierta serenidad;
pero eso es simple embotamiento, y reduce la mente y el corazón a un
estado de hastío, de cansancio. Con ello se narcotiza la mente; y la
exclusión, que llamáis concentración, no conduce a la realidad;
jamás lo podrá exclusión alguna. Lo que trae comprensión es el
conocimiento propio, y no es muy difícil ser consciente, perceptivo,
habiendo verdadera intención. Si os interesa descubrir todo el
proceso de vosotros mismos no sólo la parte superficial sino
el proceso integro de todo vuestro ser-, entonces ello resulta
relativamente fácil. Si realmente deseáis conoceros a vosotros
mismos, escudriñaréis vuestro corazón y vuestra mente para conocer
su pleno contenido; y cuando exista la intención de conocer,
conoceréis. Entonces podréis seguir, sin condenación ni
justificación, todo movimiento del pensar y del sentir; y siguiendo
todo pensamiento y todo sentimiento a medida que surge, realizaréis
una paz que no será producto de la voluntad ni de la disciplina sino
el resultado de no tener ningún problema, ninguna contradicción. Es
como el lago que se vuelve apacible, sereno, cuando al caer la tarde
ya no sopla el viento; y cuando la mente está serena, aquello que es
inconmensurable se manifiesta.
20. LA MENTE CONSCIENTE E INCONSCIENTE
Pregunta: La
mente consciente es ignorante y temerosa de la mente inconsciente.
Usted se dirige de un modo principal a la mente consciente, ¿y eso
es bastante? ¿Su método traerá liberación de lo inconsciente?
Tenga a bien explicar en detalle cómo se puede enfocar
en forma plena la mente inconsciente.
KRISHNAMURTI: Nos damos cuenta de que existe la mente consciente y la
inconsciente, pero la mayoría funcionamos sólo en el nivel
consciente, en la capa superficial de la mente, y toda nuestra vida
está prácticamente limitada a eso. Vivimos en la llamada mente
consciente y nunca prestamos atención a la mente inconsciente, más
profunda, de la cual viene ocasionalmente una infamación, una
insinuación; pero no prestamos atención a esa insinuación. la
falseamos o la interpretamos de acuerdo con nuestros particulares
deseos conscientes del momento. Ahora bien, el interlocutor pregunta
si es bastante que yo me dirija de un modo principal a la mente
consciente. Veamos qué entendemos por mente consciente. ¿Es ella
diferente de la mente inconsciente? Hemos dividido lo consciente de
lo inconsciente; ¿y está justificado? ¿Es ello verdadero? ¿Hay
tal división entre lo consciente y lo inconsciente? ¿Existe una
barrera definida, una línea donde lo consciente termina y lo
inconsciente empieza? Nos damos cuenta de que la capa superior, la
mente consciente, está activa; ¿pero es ese el único instrumento
que está activo durante todo el día? De suerte que si yo me
dirigiera tan sólo a la capa superficial de la mente, entonces, sin
duda, lo que digo sería sin valor, carecería de sentido. Y sin
embargo la mayoría de nosotros se aferra a lo que la mente
consciente ha aceptado, porque la mente consciente encuentra cómodo
adaptarse a ciertos hechos evidentes; pero lo inconsciente puede
rebelarse, y a menudo lo hace, de suerte que hay conflicto entre lo
llamado consciente y lo inconsciente.
Este es, pues, nuestro problema, ¿verdad? De hecho, hay sólo un
estado, no dos estados tales como lo consciente y lo inconsciente;
hay sólo un estado del ser, que es la conciencia aunque lo dividáis
en lo consciente y lo inconsciente. Pero esa conciencia es siempre
del pasado, nunca del presente; sólo sois conscientes de cosas ya
pasadas. Sois conscientes de lo que trato de comunicaros al segundo
de haber hablado, ¿verdad? Lo comprendéis un instante después.
Nunca sois conscientes u os dais cuenta del “ahora”. Observad
vuestra propia mente y corazón, y veréis que la conciencia funciona
entre el pasado y el futuro, y que el presente es el simple tránsito
del pasado al futuro. La conciencia, pues, es un movimiento del
pasado al futuro.
Si observáis vuestra propia mente en funcionamiento, veréis que el
movimiento hacia el pasado y hacia el porvenir es un proceso en el
que el presente no existe. O bien el pasado es un medio de huir del
presente, que puede ser desagradable, o el futuro es una esperanza
alejada del presente. De suerte que la mente está ocupada con el
pasado o con el futuro, y se desembaraza del presente. Esto es, la
mente está condicionada por el pasado, condicionada como hindú,
como brahmán o no brahmán, como cristiano o como budista, y lo
demás. Y esa mente condicionada se proyecta hacia el futuro; nunca,
por lo tanto, es capaz de mirar directa e imparcialmente ningún
hecho. O condena y rechaza el hecho, o lo acepta y se identifica con
él. Resulta evidente que una mente así no es capaz de ver ningún
hecho como hecho. Ese es nuestro estado de conciencia, que se halla
condicionado por el pasado, y nuestro pensamiento es la respuesta,
condicionada, al reto de un hecho, de un suceso; y cuanto más
respondéis según el condicionamiento de una creencia, del pasado,
tanto más se fortalece ese pasado. Ese fortalecimiento del pasado,
evidentemente, es la continuidad de sí mismo que se llama futuro.
Ese es, pues, el estado de nuestra mente, de nuestra conciencia: un
péndulo que oscila hacia atrás y hacia adelante entre el pasado y
el futuro. Eso es nuestra conciencia, que está compuesta no sólo de
las capas superficiales de la mente, sino asimismo de las más
profundas. Tal conciencia, evidentemente, no puede funcionar en un
nivel diferente, porque sólo conoce aquellos dos movimientos, hacia
atrás y hacia adelante.
Si observáis con mucho cuidado, veréis que no es un movimiento
constante sino que hay un intervalo entre dos pensamientos; aunque
sea una fracción infinitesimal de un segundo, hay un intervalo que
tiene significación- en la oscilación del péndulo hacia atrás y
hacia adelante. Vemos, pues, el hecho de que nuestro pensar es
condicionado por el pasado, que se proyecta hacia el futuro. Y en el
momento en que admitís el pasado, debéis también admitir el
futuro: porque no hay dos estados pasado y futuro- sino un
estado que incluye lo consciente tanto como lo inconsciente, el
pasado colectivo y el pasado individual. El pasado colectivo y el
pasado individual en respuesta al presente, emite ciertas respuestas
que crean la conciencia individual; por lo tanto la conciencia es del
pasado, y ese es todo el trasfondo de nuestra existencia. Y no bien
tenéis el pasado, inevitablemente tenéis el futuro, porque el
futuro es la mera continuidad del pasado modificado; pero sigue
siendo el pasado. Nuestro problema, pues, es el de cómo producir una
transformación en este proceso del pasado sin crear otro
condicionamiento, otro pasado.
Para expresarlo de diferente manera, el problema es éste: la mayoría
de nosotros rechaza determinada forma de condicionamiento y encuentra
otra forma, un condicionamiento más amplio, más significativo o más
agradable. Abandonáis una religión y abrazáis otra, rechazáis una
forma de creencia y aceptáis otra. Tal substitución, evidentemente,
no es comprender la vida, que es interrelación. Nuestro problema,
pues, es el de cómo estar libres de todo condicionamiento. O decís
que ello es imposible, que ninguna mente humana puede jamás estar
libre de condicionamiento; o bien empezáis a experimentar, a
inquirir, a descubrir. Si afirmáis que es imposible, es obvio que
dejasteis de inquirir. Vuestra afirmación podrá basarse en una
experiencia limitada o amplia, o en la simple aceptación de una
creencia; pero tal aserto es la negación de la busca, de la
investigación, de la indagación, del descubrimiento. Para descubrir
si es posible que la mente se libre por completo de todo
condicionamiento, debéis estar en libertad para indagar y para
descubrir.
Yo digo ahora que es ciertamente posible para la mente el estar libre
de todo condicionamiento; y no es que debáis aceptar mi autoridad.
Si esto lo aceptáis basándoos en la autoridad, jamás descubriréis;
será otra substitución, y no tendrá significación alguna. Cuando
digo que es posible, lo digo porque para mí es un hecho, y os lo
expondré verbalmente; mas si habéis de descubrir la verdad de ello
por vosotros mismos, debéis experimentar con ello y seguirlo
velozmente.
La comprensión de todo el proceso de, condicionamiento no os llega
por el análisis o la introspección; en el momento en que tenéis el
analizador, ese mismísimo analizador forma parte del trasfondo, y
por lo tanto su análisis carece de toda significación. Eso es un
hecho, y debéis dejar de lado el análisis. El analizador que
examina, que analiza la cosa que observa, forma él mismo parte del
estado condicionado, y por lo tanto, sea cual fuere su
interpretación, su comprensión, sus análisis, él sigue siendo
parte del trasfondo. Por ese camino, pues, no hay escape; y el
disolver el trasfondo es esencial, porque, para enfrentarse con el
reto de lo nuevo, la mente debe ser nueva. Para descubrir a Dios, la
verdad o lo que os plazca, la mente tiene que ser pura, no
contaminada por el pasado. Analizar el pasado, llegar a conclusiones
a través de una serie de experimentos, formular afirmaciones y
negaciones, y todo lo demás, implica, por su misma esencia, la
continuación del trasfondo en diferentes formas; y cuando veáis la
verdad de ese hecho, descubriréis que el analizador ha terminado.
Entonces no hay una entidad aparte del trasfondo; sólo hay
pensamiento como trasfondo, siendo el pensamiento la respuesta de la
memoria, tanto consciente como inconsciente, individual como
colectiva.
La mente es el resultado del pasado, es decir, el proceso del
condicionamiento; ¿y cómo es posible que la mente sea libre? Para
ser libre, no sólo debe la mente ver y comprender su oscilación a
modo de péndulo entre el pasado y el futuro, sino también darse
cuenta del intervalo entre pensamientos. Ese intervalo es espontáneo,
no es producido por ninguna causa, por ningún deseo, por ninguna
compulsión.
Si observáis ahora cuidadosamente, veréis que si bien la respuesta,
el movimiento del pensar, parece tan veloz, hay resquicios, hay
intervalos entre los pensamientos. Entre dos pensamientos hay un
periodo de silencio que no está relacionado con el proceso de
pensar. Si lo observáis, veréis que ese periodo de silencio, ese
intervalo, no pertenece al tiempo; y el descubrimiento de ese
intervalo, la plena vivencia de ese intervalo, os libera del
condicionamiento, o, más bien, no os libera a “vosotros” sino
que hay liberación del condicionamiento. De suerte que la
comprensión del proceso de pensar es meditación. Ahora estamos no
sólo discutiendo la estructura y el proceso del pensamiento que
es el trasfondo de la memoria, de la experiencia, del conocimiento-
sino asimismo tratando de descubrir si la mente puede librarse del
trasfondo. Sólo cuando la mente no da continuidad al pensamiento,
cuando está en silencio, en un silencio no inducido, y sin
causalidad alguna, es sólo entonces cuando puede haber liberación
del trasfondo.
21. EL PROBLEMA SEXUAL
Pregunta: Sabemos
que el sexo es una necesidad física y psicológica ineludible, y él
parece ser una causa profunda de caos en la vida personal de nuestra
generación. ¿Cómo podemos entendernos con este problema?
KRISHNAMURTI: ¿Por qué es que cualquier cosa que tocamos la
convertimos en problema? Hemos hecho de Dios un problema, hemos hecho
del amor, de la relación, del vivir, un problema, y hemos hecho del
sexo un problema. ¿Por qué todo lo que hacemos es un problema, un
horror? ¿Por qué sufrimos? ¿Por qué se ha convertido el sexo en
un problema? ¿Por qué nos allanamos a vivir con problemas, por qué
no les ponemos fin? ¿Por qué no morimos para nuestros problemas en
lugar de llevarlos con nosotros día tras día, año tras año? El
sexo es, por cierto, una cuestión pertinente; pero está la pregunta
primordial: ¿por qué hacemos de la vida un problema? El trabajar,
el sexo, el ganar dinero, el pensar, el sentir, el vivenciar toda
la trama del vivir, bien lo sabéis-, ¿por qué constituye un
problema? ¿No es esencialmente porque siempre pensamos desde un
punto de vista particular, desde un punto de vista fijo? Siempre
pensamos desde un centro hacia la periferia; mas la periferia es el
centro para la mayoría de nosotros, de suerte que todo lo que
tocamos es superficial. Pero la vida no es superficial, exige ser
vivida completamente, y como sólo vivimos superficialmente,
conocemos tan sólo la reacción superficial. Cualquier cosa que
hagamos en la periferia tiene inevitablemente que crear un problema,
y eso es nuestra vida; vivimos en lo superficial, y ahí estamos
contentos de vivir con todos los problemas de lo superficial. Así,
pues, los problemas existen mientras vivimos en lo superficial, en la
periferia, siendo la periferia el “yo”, y sus sensaciones, las
cuales pueden ser exteriorizadas o hechas subjetivas, que pueden ser
identificadas con el universo, con la patria o con alguna otra cosa
compuesta por la mente.
Mientras vivamos dentro del ámbito de la mente, tiene que haber
complicaciones, tiene que haber problemas; y eso es todo lo que
sabemos. La mente es sensación, la mente es el resultado de
sensaciones y reacciones acumuladas, y todo lo que ella toca ha de
causar forzosamente miseria, confusión, un interminable problema. La
mente es la causa real de nuestros problemas, la mente que funciona
de un modo mecánico día y noche, consciente e inconscientemente. La
mente es algo sumamente superficial; y hemos pasado generaciones, y
pasamos toda nuestra vida cultivando la mente, haciéndola más y más
sagaz, más y más sutil, más y más astuta, más y más falsa y
tortuosa, todo lo cual resulta manifiesto en todas las actividades de
nuestra vida. La naturaleza misma de nuestra mente es ser deshonesta,
aviesa, incapaz de enfrentar los hechos; y eso es lo que crea
problemas, esa es la cosa que constituye en sí el problema.
¿Qué entendemos por problema del sexo? ¿Es el
acto, o es un pensamiento acerca del acto? No es el acto, por cierto.
El acto sexual no es para vosotros un problema en mayor grado que lo
es el comer; pero si pensáis
en la comida o en cualquier otra cosa el día entero porque no tenéis
nada más en qué pensar, ello llega a ser para vosotros un problema.
¿El problema es, pues, el acto sexual o lo es el pensamiento acerca
del acto? ¿Y por qué pensáis en él? ¿Por qué lo reforzáis,
cosa que evidentemente hacéis? Los cines, las revistas ilustradas,
los cuentos que leéis, el modo de vestir de las mujeres, todo ello
refuerza vuestro pensamiento sexual.
Y por qué la mente lo refuerza, por qué la mente piensa
absolutamente en el acto sexual? ¿Por qué? ¿Por qué ha llegado a
ser asunto principal en vuestra vida? Habiendo tantas cosas que
llaman y reclaman vuestra atención, prestáis atención completa al
pensamiento sexual. ¿Qué ocurre, por qué vuestra mente se halla
tan ocupada con eso? Porque eso es un modo de fundamental evasión,
¿no es así? Es una manera de olvidarse completamente de uno mismo.
Por el momento, por aquel instante al menos; podéis olvidaros de
vosotros mismos y no hay ninguna otra manera de lograr ese
olvido. Todo lo demás que hacéis en la vida acentúa el “yo”.
Vuestros negocios, vuestra religión, vuestros dioses, vuestros
dirigentes, vuestras acciones políticas y económicas, vuestras
evasiones, vuestras actividades sociales, vuestro ingreso a un
partido y repudio de otro, todo eso acentúa y da vigor al “yo”.
Es decir, un solo acto existe en el cual no hay acentuación del
“yo”, de suerte que ese acto se convierte en problema, ¿no es
cierto? Cuando en vuestra vida hay una sola cosa que sea una vía de
escape fundamental, de completo olvido de vosotros mismos si bien por
pocos segundos tan sólo, os aferráis a ese acto por ser el único
momento en que sois felices. Todo otro asunto que toquéis se
convierte en pesadilla, en fuente de sufrimiento y dolor, de suerte
que os apegáis a la única cosa que os brinda completo olvido de
vosotros mismos, y a la que llamáis felicidad. Mas cuando os
aferráis a ella, también ella se vuelve pesadilla, porque entonces
deseáis libraros de ella, no queréis ser su esclavo. Y así
inventáis de nuevo interviene la mente- la idea de castidad,
de celibato, y tratáis de ser célibes, de ser castos, mediante la
represión, todo lo cual son operaciones de la mente para aislarse
del hecho. Esto, una vez más, acentúa de un modo particular el
“yo”, que trata de llegar a ser algo, y una vez más os veis
atrapados en afanes, en dificultades, en el esfuerzo y el dolor.
El sexo llega a ser un problema en extremo difícil y complejo
mientras no comprendéis la mente que piensa en el problema. El acto
en sí jamás puede ser un problema, pero el pensamiento acerca del
acto crea el problema. El acto lo protegéis, lo resguardáis; vivís
en forma disoluta u os dais rienda suelta en el matrimonio
prostituyendo a vuestra esposa, todo lo cual resulta muy respetable
en apariencia; y quedáis satisfechos de dejarlo todo en ese estado.
Lo cierto es que el problema sólo puede resolverse cuando
comprendéis íntegramente el proceso y la estructura del “yo” y
de lo “mío”: “mi” esposa, “mi” hijo, “mi” propiedad,
“mi” coche, “mi” logro, “mi” éxito; y hasta que
comprendáis y resolváis todo eso, el sexo seguirá siendo un
problema. Mientras seáis ambiciosos en el terreno político,
religioso o en cualquier otro-, mientras acentuéis el “yo”, el
pensador, el experimentador, nutriéndolo de ambición ya sea en
nombre de vosotros mismos como individuos o en nombre del país, del
partido o de una idea que llamáis religión, mientras haya esa
actividad de autoexpansión, tendréis un problema sexual. Vosotros,
por una parte, os creáis, os alimentáis y os expandís, mientras
por otra parte tratáis de olvidaros de vosotros mismos, de perder la
noción de vosotros mismos, así sea por un momento. ¿Cómo pueden
existir juntas ambas cosas? Vuestra vida, pues, es una contradicción:
acentuación del “yo” y olvido del “yo”. La sexualidad no es
un problema; el problema es esta contradicción en vuestra vida; y la
contradicción no puede ser salvada por la mente, porque la mente
misma es una contradicción. La contradicción puede ser comprendida
tan sólo cuando comprendéis plenamente el proceso total de vuestra
existencia diaria. El ir al cine y observar a las mujeres en la
pantalla, el leer libros que estimulan el pensamiento, las revistas
con sus imágenes semidesnudas, vuestra manera de mirar a las
mujeres, los ojos subrepticios que os atrapan; todas esas cosas
alientan a la mente por medios tortuosos a acentuar el “yo”; y al
mismo tiempo tratáis de ser buenos, afectuosos, tiernos. Ambas cosas
no pueden ir juntas. El hombre que es ambicioso, en lo espiritual o
de otro modo, nunca podrá estar sin problemas, porque los problemas
sólo cesan cuando el “yo” es olvidado, cuando el “yo” es
inexistente; y ese estado de inexistencia del “yo” no es un acto
de voluntad, no es una mera reacción. La sexualidad llega a ser una
reacción; y cuando la mente procura resolver el problema, sólo
torna el problema más confuso, más fastidioso, más doloroso. El
acto, pues, no es el problema, sino que lo es la mente, la mente que
dice que debe ser casta. La castidad no es de la mente. La mente sólo
puede reprimir sus propias actividades, y la represión no es
castidad. La castidad no es una virtud, la castidad no puede ser
cultivada. El hombre que cultiva la humildad no es por cierto un
hombre humilde; podrá llamarle a su orgullo humildad, pero él es un
hombre orgulloso, y es por eso que busca volverse humilde. Nunca el
orgullo puede llegar a ser humilde, y la castidad no es cosa de la
mente; no podéis haceros castos. Sólo conoceréis la castidad
cuando haya verdadero amor, y el amor no es de la mente ni una cosa
de la mente.
Así, pues, el problema sexual que tortura a tanta gente a través
del mundo, no puede ser resuelto hasta que la mente sea comprendida.
No podemos poner fin al pensamiento; pero éste cesa cuando el
pensador cesa, y el pensador sólo cesa cuando hay comprensión de
todo el proceso. El temor surge cuando hay división entre el
pensador y su pensamiento; sólo cuando no hay pensador no hay
conflicto en el pensamiento. Lo que está implícito no requiere
esfuerzo para comprenderse. El pensador surge del pensamiento;
entonces el pensador se empeña por plasmar, por dominar sus
pensamientos, o por darles fin. El pensador es un ente ficticio, una
ilusión de la mente. Cuando hay comprensión del pensamiento como un
hecho, entonces no hay necesidad de pensar en el hecho. Si hay simple
y alerta captación sin opción, entonces aquello que está implícito
en el hecho empieza a revelarse. Termina, por lo tanto, el
pensamiento como hecho. Entonces veréis que los problemas que corren
nuestro corazón y mente, dos problemas de nuestra estructura social,
pueden ser resueltas. Entonces lo sexual ya no es un problema, tiene
su lugar apropiado, no es ni una cosa impura ni una cosa pura. El
sexo tiene su lugar, pero cuando la mente le da un lugar
predominante, entonces se convierte en un problema. La mente le da a
lo sexual el lugar predominante porque no puede vivir sin algo de
felicidad, y así lo sexual se vuelve problema; mas cuando la mente
comprende todo el problema y así llega a su fin, es decir, cuando el
pensamiento cesa, entonces hay creación; y es esa creación lo que
nos hace felices. Estar en ese estado de creación es
bienaventuranza, porque es un olvido de uno mismo en el que no hay
reacción como del “yo”. Esta no es una respuesta abstracta al
diario problema sexual, es la única respuesta. La mente desconoce el
amor, y sin amor no hay castidad; y es porque no hay amor que hacéis
de lo sexual un problema.
22. EL AMOR
Pregunta:
¿Qué entiende usted por amor?
KRISHNAMURTI: Vamos a descubrir comprendiendo lo que el amor no es;
porque, como el amor es lo desconocido, a él tenernos que allegarnos
descartando lo conocido. Lo desconocido no puede ser descubierto por
una mente que está llena de lo conocido. Lo que vamos a hacer, pues,
es descubrir los valores de lo conocido, considerar lo conocido; y
cuando simplemente se lo considera sin condenación, la mente se
libra de lo conocido. Entonces sabremos lo que es el amor. Tenemos,
pues, que enfocar el amor negativamente, no positivamente.
¿Qué es el amor para la mayoría de nosotros? Cuando decimos que
amamos a alguien, ¿qué queremos dar a entender? Queremos decir que
poseemos esa persona. De esa posesión surgen los celos, porque si lo
pierdo a él o a ella- ¿qué sucede? Me siento vacío,
perdido; por lo cual legalizo la posesión. Lo retengo a él o
a ella-. Del hecho de retener, de poseer a esa persona, provienen los
celos, el temor y todos los innumerables conflictos que surgen de la
posesión. Esa posesión, ciertamente, no es amor. ¿Acaso lo es?
Es obvio que el amor no es sentimiento. Ser sentimental, ser emotivo,
no es amor, porque el sentimentalismo y la emoción son meras
sensaciones. Una persona religiosa que llora nombrando a Jesús o a
Krishna, a su “guía espiritual” o a alguna otra persona, es
simplemente sentimental, emotiva. Se entrega a la sensación, que es
un proceso de pensamiento, y el pensamiento no es amor. El
pensamiento es resultado de la sensación. Así, pues, la persona que
es sentimental, emotiva, no tiene posibilidad de conocer el amor.
Nuevamente, ¿no somos emotivos y sentimentales? El sentimentalismo,
la emotividad, son una mera forma de la autoexpansión. Estar lleno
de emoción no es amor, evidentemente, porque una persona sentimental
puede ser cruel cuando sus sentimientos no se ven correspondidos,
cuando no tienen salida. Una persona emotiva puede ser incitada a
odiar, lanzada a la guerra, a la matanza. Y el hombre que es
sentimental, lleno de lágrimas con motivo de su religión, carece
ciertamente de amor.
¿El perdón es amor? ¿Qué está implícito en
el perdón? Vosotros me insultáis y yo me resiento, lo recuerdo;
luego, por compulsión o arrepentimiento, digo “os perdono”.
Primero retengo y luego rechazo. ¿Eso qué significa? Que yo sigo
siendo la figura central. Sigo siendo importante; soy yo
que perdono a alguien. Mientras exista la actitud de perdonar, quien
es importante soy yo, no la persona que, según se supone, me ha
insultado. De suerte que, cuando yo acumulo resentimiento y luego
niego ese resentimiento, lo cual vosotros llamáis “perdón”,
ello no es amor. Es obvio que el hombre que ama no tiene enemistad
alguna, y a todas estas cosas él es indiferente. La simpatía, el
perdón, la relación que existe cuando se posee, los celos y el
temor, nada de eso es amor. Todo eso pertenece a la mente, ¿no es
así? Mientras la mente sea el árbitro no hay amor, pues la mente
sólo arbitra poseyendo, y su arbitraje es mera posesividad en
diferentes formas. La mente sólo puede corromper el amor, no puede
dar nacimiento al amor, no puede brindar belleza. Podéis escribir un
poema sobre el amor, pero eso no es amor.
Es obvio que no hay amor cuando no hay verdadero respeto, cuando no
respetáis a los demás, ya se trate de criados o de amigos. ¿No
habéis advertido que no sois respetuosos, buenos, generosos, con
vuestros servidores, con las personas que, según se dice, están
“por debajo” de vosotros? Pero sentís respeto por los que están
arriba, por vuestro jefe, por el millonario, por el hombre con título
y una gran casa, por el que puede brindaros mejor posición, un
empleo mejor, por la persona de quien podéis obtener algo. Pero
maltratáis a los de condición más baja que vosotros, con quienes
usáis un lenguaje especial. Donde no hay, pues, respeto, no hay
amor. Donde no hay compasión, piedad, perdón, no hay amor. Y como
la mayoría de nosotros nos hallamos en ese estado, carecemos de
amor. No somos respetuosos, ni compasivos, ni generosos. Somos
posesivos, llenos de sentimientos y emociones que pueden ser
dirigidos en uno de estos sentidos: matar, asesinar, o hacer causa
común con otros para algún fin disparatado, fruto de la ignorancia.
¿Cómo, pues, puede haber amor?
Sólo podéis conocer el amor cuando todas esas cosas han cesado,
terminado; sólo cuando no poseéis, cuando no sois meramente
emotivos en vuestra devoción por un objeto. Tal devoción es una
súplica, es buscar algo en forma diferente. El hombre que ora no
conoce el amor. Corno sois posesivos, como buscáis una finalidad, un
resultado, mediante la devoción y la plegaria lo cual os torna
sentimentales, emotivos- es natural que no haya amor; y es obvio que
no hay amor cuando no hay respeto. Podréis decir que sí tenéis
respeto, pero vuestro respeto es para el superior; ello es
simplemente el respeto que proviene de desear algo, es el respeto del
temor. Si realmente sintierais respeto, seríais respetuosos con los
inferiores y no sólo con los llamados “superiores”; y como ese
respeto no lo tenéis, en vosotros no hay amor. ¡Cuán pocos entre
nosotros somos generosos, magnánimos, compasivos! Sois generosos
cuando os conviene, compasivos cuando esperáis algún provecho.
Cuando esas cosas desaparezcan, cuando no ocupen vuestra mente, y
cuando las cosas de la mente no llenen vuestro corazón, entonces
habrá amor; y sólo el amor puede transformar la actual locura e
insania del mundo, no los sistemas, ni las teorías de izquierda o de
derecha. Sólo amáis realmente cuando no poseéis, cuando no sois
envidiosos, codiciosos, cuando sois respetuosos, cuando tenéis
misericordia y compasión, cuando tenéis consideración por vuestra
esposa, vuestros hijos, vuestro vecino, vuestros infortunados
servidores.
Acerca del amor no se puede pensar; el amor no puede ser cultivado ni
practicado. La práctica del amor, la práctica de la fraternidad,
sigue estando en el ámbito de la mente, y por lo tanto no es amor.
Cuando todo eso ha cesado, entonces surge el amor, entonces
conoceréis qué es amar. Por consiguiente el amor no es cuantitativo
sino cualitativo. No decís “amo al mundo entero”; pero cuando
sabéis amar a uno, sabéis amar a todos. Es porque no sabemos amar a
uno, que nuestro amor a la humanidad es ficticio. Cuando amáis, no
hay uno ni muchos: hay sólo amor. Sólo cuando hay amor pueden
resolverse todos nuestros problemas; y entonces conoceremos su
felicidad y su bienaventuranza.
23. LA MUERTE
Pregunta:
¿Qué relación existe entre la muerte y la vida?
KRISHNAMURTI: ¿Hay división entre vida y muerte? ¿Por qué
consideramos la muerte como algo distinto de la vida? ¿Por qué
tenemos miedo de la muerte? ¿Y por qué se han escrito tantos libros
sobre la muerte? ¿Por qué existe esa línea de demarcación entre
la vida y la muerte? ¿Y esa separación es real o meramente
arbitraria, es decir, cosa de la mente?
Cuando hablamos de la vida, entendemos el vivir como proceso de
continuidad en el que hay identificación. “Yo” y “mi” casa,
“yo” y “mi” esposa, “yo” y “mi” cuenta bancaria, “yo”
y “mis” experiencias pasadas, eso es lo que entendemos por vida,
¿no es así? El vivir es un proceso de continuidad en la memoria,
consciente tanto como inconsciente, con sus diversas luchas,
reyertas, incidentes, experiencias, y lo demás. Todo eso es lo que
llamamos vida; y en oposición a eso está la muerte, que pone fin a
todo eso. Habiendo, pues, creado lo opuesto, que es la muerte, y
temiéndole, procedemos a buscar qué relación existe entre la vida
y la muerte; y si podemos llenar el vacío con alguna explicación,
con una creencia en la continuidad, en el más allá, estamos
satisfechos. Creemos en la reencarnación o en alguna otra forma de
continuidad del pensamiento, y luego tratamos de establecer una
relación entre lo conocido y lo desconocido. Procuramos tender un
puente entre lo conocido y lo desconocido, y con ello tratamos de
hallar la relación entre el pasado y el futuro. Eso es lo que
hacemos ¿no es así?- cuando indagamos si existe relación
entre la vida y la muerte. Deseamos saber cómo conectar el vivir y
el terminar. Ese es nuestro pensamiento fundamental.
Ahora bien: el final que es la muerte, ¿puede ser conocido mientras
se vive? Es decir, si podemos conocer lo que es la muerte mientras
estamos con vida, no habrá problema para nosotros. Es porque no
podernos experimentar lo desconocido mientras vivimos, que tenemos
miedo de lo desconocido. Nuestra lucha, pues, consiste en establecer
una relación entre nosotros que somos un resultado de lo
conocido- y lo desconocido, que llamamos muerte. ¿Y puede haber una
relación entre el pasado y algo que la mente no puede concebir, eso
que llamamos muerte? ¿Por qué separamos ambas cosas? ¿No es porque
nuestra mente sólo puede funcionar en la esfera de lo conocido, de
lo continuo? Uno se conoce a sí mismo tan sólo como pensador, como
actor con ciertos recuerdos de desdicha, de placer, de amor, de
afecto, de diversas clases de experiencia; uno se conoce a sí mismo
tan sólo como ente continuo, pues de otro modo no tendría recuerdo
de sí mismo, de ser algo. Ahora bien: cuando ese “algo” llega a
su término lo que denominamos muerte- surge el temor de lo
desconocido. Queremos, pues, atraer lo desconocido hacia lo conocido,
y todo nuestro esfuerzo consiste en dar continuidad a lo desconocido.
Es decir, no queremos conocer la vida, que incluya a la muerte;
queremos saber cómo continuar y no llegar al fin. No deseamos saber
de la vida y de la muerte sino tan sólo cómo continuar, sin
finalizar.
Lo que continúa no conoce renovación. Nada nuevo, nada creador,
puede haber en aquello que tiene continuación. Esto es bastante
obvio. Tan sólo cuando termina la continuidad existe una posibilidad
de aquello que es siempre nuevo. Pero es esa terminación lo que nos
infunde pavor, y no vemos que sólo en el terminar puede estar la
renovación, lo creador, lo desconocido, no en llevar de un día para
el otro nuestras experiencias, nuestros recuerdos, e infortunios. Es
únicamente cuando morimos cada día para lo viejo, lo pasado, que lo
nuevo puede surgir. Lo nuevo no puede estar donde hay continuidad,
pues lo nuevo es lo creador, lo desconocido, lo eterno, Dios, o lo
que os plazca. La persona, la entidad continua que busca lo real, lo
eterno, jamás lo encontrará porque sólo puede encontrar lo que él
proyecta de sí mismo; y eso que él proyecta no es lo real. Sólo
terminando, muriendo, lo nuevo puede ser conocido; y el hombre que
procura hallar relación entre la vida y la muerte, tender un puente
entre lo que continúa y lo que él cree que hay más allá, vive en
un mundo ficticio, ilusorio, que es una proyección de sí mismo.
Ahora bien: ¿es posible morir en vida, es decir, terminar, ser como
la nada? ¿Es posible, mientras uno vive en este mundo donde todo se
va haciendo más y más, o se va haciendo menos y menos, donde todo
es un proceso de ascender, de lograr, de alcanzar éxito, es posible
en semejante mundo conocer la muerte? ¿Es posible terminar con todos
los recuerdos, no con el recuerdo de los hechos, del camino a vuestra
casa, y demás, sino con el apego interno a la seguridad psicológica
mediante la memoria, terminar con los recuerdos que uno ha acumulado,
almacenado, y en los que busca seguridad, felicidad? ¿Es posible
poner fin a todo eso, es decir, morir diariamente para que mañana
haya renovación? Sólo entonces se conoce la muerte en vida. Sólo
en ese morir, en ese terminar, en ese poner fin a la continuidad,
está la renovación, esa creación que es eterna.
24. EL TIEMPO
Pregunta:
¿El pasado puede disolverse de inmediato, o ello invariablemente
requiere tiempo?
KRISHNAMURTI: Somos un resultado del pasado. Nuestro pensamiento se
basa en el ayer, y en muchos miles de “ayeres”. Somos un producto
del tiempo, y nuestras reacciones, nuestras actitudes presentes, son
efecto acumulado de muchos miles de instantes, incidentes y
experiencias. De modo que el pasado, para la mayor parte de nosotros,
es el presente. Ese es un hecho innegable. Vosotros, vuestros
pensamientos, vuestros actos, vuestras respuestas, son resultado del
pasado. Ahora bien, el interlocutor quiere saber si ese pasado puede
borrarse de inmediato; es decir, no con el andar del tiempo sino
instantáneamente; o si, por el contrario, ese pasado acumulado
requiere tiempo para que la mente se libre de él en el presente. Es
importante comprender la pregunta: Siendo que cada uno de nosotros es
resultado del pasado, con un fondo de innumerables influencias que
varían y cambian constantemente, ¿es posible borrar todo ello, sin
pasar por el proceso del tiempo?
¿Qué es el pasado? ¿Qué entendemos por “pasado”? No
entendemos, ciertamente, el pasado cronológico. Entendemos, sin
duda, las experiencias acumuladas, la acumulación de reacciones,
recuerdos, tradiciones, conocimientos, el depósito subconsciente de
innumerables pensamientos, sentimientos, influencias y respuestas.
Con ese fondo mental no es posible comprender la realidad, porque la
realidad no debe ser de tiempo alguno: ella es “atemporal”. No se
puede comprender lo “atemporal” con una mente que es producto del
tiempo. El interlocutor desea saber si la mente puede ser libertada,
si esa mente resultado del tiempo- puede instantáneamente
dejar de ser; o si hay que pasar por una larga serie de exámenes y
análisis y así librar la mente de su contenido.
La mente es el trasfondo; la mente es el resultado del tiempo; mente
es el pasado, no el futuro. Ella puede proyectarse en el futuro, y
utiliza el presente como tránsito hacia el futuro. De modo, pues,
que haga lo que haga, sea cual sea su actividad pasada,
presente y futura-, la mente está siempre en la red del tiempo. ¿Es
posible que la mente cese por completo, es decir, que el proceso del
pensamiento llegue a su término? Hay, evidentemente, muchas capas en
la mente. Lo que llamamos “conciencia” tiene muchos niveles, cada
uno relacionado con otro, dependiente de otro, obrando unos sobre
otros; y nuestra conciencia, en su totalidad, no sólo vivencia sino
que denomina, emplea palabras y acumula los recuerdos. En eso
consiste todo el proceso de la conciencia, ¿no es así?
Cuando nos referimos a la conciencia, ¿no queremos acaso expresar
que ella experimenta algo a lo que da un nombre, almacenando así esa
experiencia en la memoria? Todo esto, en diferentes niveles, es la
conciencia. ¿Y puede la mente, que es resultado del tiempo, ir paso
a paso en un proceso de análisis para librarse del trasfondo? ¿O es
posible estar enteramente libre del tiempo y mirar la realidad
directamente?
Muchos analistas dicen que, para estar libre del trasfondo, hay que
examinar toda reacción, todo complejo, todo impedimento, toda
obstrucción, lo cual representa, evidentemente, un proceso de
tiempo. Ello significa que el analizador debe comprender lo que
analiza y no interpretarlo erróneamente. Si interpreta mal lo que
analiza, en efecto, llegará a conclusiones falsas, estableciendo con
ello otro trasfondo. El analizador debe ser capaz de analizar sus
pensamientos y sentimientos sin la más ligera desviación; y no debe
equivocarse en ninguna etapa de su análisis, porque dar un paso en
falso, llegar a una conclusión errada, significa establecer otro
trasfondo siguiendo otra línea, en un nivel diferente. Y también
surge este problema: ¿es el analizador diferente de lo que analiza?
¿No son el analizador y lo analizado un fenómeno conjunto?
El experimentador y la experiencia son ciertamente un fenómeno
conjunto; no son dos procesos separados. Veamos, pues, en primer
término, en qué consiste la dificultad del análisis. Es casi
imposible analizar el contenido integro de nuestra conciencia para
ser libres mediante dicho proceso. Porque, después de todo, ¿quién
es el analizador? El analizador no es diferente, aunque crea serlo,
de aquello que analiza. Podrá separarse de lo que analiza, pero el
analizador forma parte de lo que analiza. Surge en mí un
pensamiento, un sentimiento; digamos, por ejemplo, que estoy
encolerizado. La persona que analiza la cólera, la ira, no deja por
ello de formar parte de la ira; el analizador y lo analizado son un
fenómeno conjunto, no dos fuerzas o procesos separados. De ahí que
sea incalculablemente grande la dificultad de analizarnos a nosotros
mismos, de abrirnos, de leernos página a página, observando toda
respuesta, toda reacción. ¿No es cierto? Ese no es, por
consiguiente, el modo de librarnos de nuestro “trasfondo”. Tiene,
entonces, que haber un camino más simple y directo; y eso es lo que
vosotros y yo vamos a indagar. Para ello, empero, no debemos seguir
adheridos a lo que es falso sino descartarlo. El análisis, pues, no
es el camino a seguir; debemos desechar el proceso de análisis.
¿Qué os queda, entonces? Estáis habituados tan sólo al análisis,
¿verdad? El hecho de que el observador observe siendo el
observador y lo observado un solo fenómeno- y de que el observador
intente analizar lo que observa, no lo librará de su trasfondo. Si
ello es así y lo es- vosotros abandonaréis ese proceso, ¿no
es cierto? Si veis que se trata de un enfoque falso, si os dais
cuenta no sólo intelectualmente, sino realmente, de que ese es un
proceso falso, ¿que ocurrirá con vuestro análisis? Dejaréis de
analizar, ¿no es así? ¿Entonces qué os queda? Observad, seguid
esto y veréis cuán rápida y prontamente uno puede verse libre de
su trasfondo. Si aquel no es el camino, ¿qué otra cosa os queda?
¿Cuál es, entonces, el estado de la mente que está acostumbrada al
análisis, a la indagación, a la disección y demás? Si ese proceso
cesa, ¿cuál es el estado de vuestra mente?
Diréis que la mente queda en blanco. Penetrad ahora un poco más en
esa mente vacía. En otros términos: cuando descartáis lo que ya os
es conocido por ser falso, ¿qué le ha ocurrido a vuestra mente?
Después de todo, ¿qué habéis descartado? Habéis descartado el
falso proceso que era una consecuencia de vuestro trasfondo. ¿No es
así? De un soplo, por así decirlo, habéis descartado todo eso.
Vuestra mente, por lo tanto cuando dejáis a un lado el proceso
de análisis con todo lo que él implica, cuando veis que es falso-,
queda libre del ayer y se capacita para captar directamente, sin
pasar por el proceso del tiempo. Y con ello descarta en seguida su
trasfondo.
Expresemos todo esto de diferente manera: el
pensamiento es resultado del tiempo, ¿no es cierto? El pensamiento
es un producto del medio ambiente, de las influencias sociales y
religiosas, lo cual forma parte del tiempo. Ahora bien: ¿puede el
pensamiento estar libre del tiempo? Es decir, el pensamiento que
es resultado del tiempo- ¿puede cesar y quedar libre del proceso del
tiempo? El pensamiento puede ser dominado, regulado; pero esa
regulación sigue estando en la esfera del tiempo, de modo que
nuestra dificultad es ésta: ¿cómo puede una mente que es resultado
del tiempo, de muchos miles de “ayeres”, quedar instantáneamente
libre de ese trasfondo complejo? Ello os es posible en el presente,
no en el mañana; os es posible en el “ahora”. Lo podréis si os
dais cuenta de lo que es falso; y lo falso es evidentemente el
proceso analítico, que es lo único que tenemos. Cuando el proceso
analítico haya cesado completamente no por coacción sino
comprendiendo la inevitable falsedad de ese proceso-, hallaréis que
vuestra mente está completamente disociada del pasado. Ello no
significa que no reconozcáis el pasado, sino que en vuestra mente ya
no hay comunión directa con el pasado. La mente puede, pues,
librarse del pasado instantáneamente, ahora;
y esta disociación del pasado, esta completa emancipación del ayer
no en un sentido cronológico sino psicológico- no sólo es
posible sino que es la única manera de comprender la realidad.
Dicho de un modo más sencillo: ¿cuál es el
estado de vuestra mente cuando queréis comprender algo? Cuando
deseáis comprender a uno de vuestros niños, a cualquier persona, o
comprender algo que alguien dice, ¿cuál es vuestro estado mental?
No analizáis, ni criticáis, ni juzgáis lo que esa persona dice;
escucháis, simplemente. ¿No es así? Vuestra mente se halla en un
estado en que el proceso de pensar no es activo, pero sí muy alerta.
Y en ese estado de alerta el tiempo no existe, ¿verdad? Sólo estáis
atentos, alertas, pasivamente receptivos, y sin embargo plenamente
conscientes; y es sólo en ese estado que hay comprensión. Cuando la
mente está agitada, preocupada, con ánimo de inquirir, de disecar,
de analizar, no hay comprensión. Cuando con toda intensidad se
quiere
comprender, la mente, sin duda alguna, está tranquila. Esto, por
supuesto, habréis de experimentarlo; no lo creáis tan sólo porque
yo lo digo. Pero podéis ver que, cuanto más y más analicéis,
menos y menos comprenderéis. Podréis entender determinados sucesos
o experiencias; pero no podréis vaciar vuestra conciencia de todo su
contenido mediante el proceso analítico. Sólo podrá ser vaciada
cuando veáis cuán falso es enfocar el problema a través del
análisis. Cuando veáis lo falso como tal, empezaréis a percibir lo
que es verdadero; y es la verdad que os librará de vuestro
trasfondo.
25. ACCIÓN SIN IDEA
Pregunta: Para
que la verdad advenga, usted aboga por la acción sin idea. ¿Es
posible actuar en todo momento sin idea, sin un propósito en vista?
KRISHNAMURTI: ¿Qué es actualmente nuestra acción? ¿Qué
entendemos por acción? Hacer algo, ser, hacer; nuestra acción se
basa en la idea, ¿verdad? Eso es todo lo que sabemos; tenemos ideas,
ideales, promesas, diversas fórmulas acerca de lo que somos y lo que
no somos. Esta es la base de nuestra acción: recompensa en el futuro
o temor al castigo. Eso lo sabemos, ¿no es cierto? Tal actividad es
aisladora, nos encierra en nosotros mismos. Tenéis una idea de la
virtud, y de acuerdo con esa idea vivís, es decir, actuáis en la
relación. En otros términos, para vosotros la relación colectiva o
individual es acción hacia un ideal, hacia la virtud, hacia el
propio logro, colectivo o individual, y lo demás.
Cuando mi acción se basa en un ideal que es idea- esa idea
plasma mi acción, guía mi acción; ideas tales como “debo ser
valiente”, “debo seguir el ejemplo”, “debo ser caritativo”,
“debo tener conciencia social”, y lo demás. Todos decimos “hay
un ejemplo de virtud que debo seguir”, lo cual una vez más
significa “debo vivir de acuerdo con eso”. La acción, pues, se
basa en esa idea. De suerte que entre acción e idea hay un
intervalo, un proceso de tiempo, una separación. Eso es así,
¿verdad? Es decir, “no soy caritativo, no soy amoroso, no hay
clemencia en mi corazón; pero, en mi sentir, debo ser caritativo”.
Hay un intervalo entre lo que yo soy y lo que yo debiera ser, y todo
el tiempo tratamos de tender un puente entre lo que yo soy y lo que
debiera ser. Esa es nuestra actividad, ¿no es cierto?
Ahora bien, ¿que acontecería si la idea no existiese? De golpe
habríais suprimido el intervalo, la separación, ¿no es así?
Serías lo que sois. Decís “soy feo, debo volverme bello”; ¿qué
habré de hacer?, lo cual es acción basada en una idea. Decís “no
soy compasivo, debo llegar a serlo”. Introducís, pues, la idea,
separada de la acción. Por lo tanto nunca hay verdadera acción de
lo que sois, y sí acción basada en el ideal de lo que seréis. El
hombre estúpido dice siempre que habrá de volverse inteligente. Se
sienta y trabaja, lucha por “llegar a ser”; nunca se detiene,
nunca dice “soy estúpido”. Así, pues, su acción basada en una
idea no es acción en absoluto.
La acción significa hacer, moverse. Pero cuando tenéis ideas, sólo
actúa la ideación, el proceso de pensamiento con relación a la
acción. ¿Y qué sucedería si no hay idea? Vosotros sois lo que
sois. Sois faltos de benevolencia, sois inclementes, sois crueles,
estúpidos, irreflexivos, ¿podéis quedaros con eso? Si lo hacéis,
ved entonces qué acontece. Cuando reconozco que no soy caritativo,
que soy estúpido, ¿qué ocurre al darme cuenta de que ello es así?
¿Acaso no hay caridad, no hay inteligencia, cuando yo reconozco por
completo la falta de caridad, no verbalmente, ni artificialmente,
cuando me doy cuenta de que no soy caritativo y no soy afectuoso? ¿En
ese mismo hecho, de ver “lo que soy”, no hay acaso amor? ¿No me
vuelvo instantáneamente caritativo? Si yo veo la necesidad de estar
limpio, es muy sencillo: voy y me lavo. Pero si es un ideal, eso de
que yo debiera ser limpio, ¿qué ocurre entonces? Pues que entonces
la limpieza es muy superficial, o se pospone.
La acción basada en ideas es muy superficial. Ella no es en absoluto
verdadera acción sino mera ideación, es tan sólo un proceso de
pensamiento que prosigue.
Mas la acción que transforma a los seres humanos, que trae
regeneración, redención, transformación llamadla como os
plazca-, tal acción no se basa en ideas. Es acción con
prescindencia de lo que le sigue, sea recompensa o castigo. Tal
acción es atemporal, porque la mente no interviene en ella; y la
mente es proceso de tiempo, proceso de cálculo, proceso de división,
proceso de aislamiento.
Esta cuestión no se resuelve tan fácilmente. La mayoría de
vosotros hace preguntas y espera por respuesta “sí” o “no”.
Es fácil hacer preguntas como “¿qué quiere usted decir?”, y
luego sentarse a oírme explicar. Pero mucho más arduo es descubrir
la respuesta vosotros mismos, penetrar tan profunda y claramente en
el problema, tan sin corrupción, que el problema cese. Y eso puede
acontecer tan sólo cuando la mente está realmente silenciosa frente
al problema. El problema es tan hermoso como una puesta de sol, si
amáis el problema. Si sois antagonistas del problema, jamás
comprenderéis. La mayoría de nosotros somos antagonistas porque
estamos asustados del resultado, de lo que puede ocurrir si
proseguimos, de suerte que perdemos la significación y alcance del
problema.
26. LO VIEJO Y LO NUEVO
Pregunta: Cuando
le escucho a usted, todo me parece claro y nuevo. En mi hogar, el
viejo y sordo desasosiego se hace sentir. ¿Qué es lo que en mí
anda mal?
KRISHNAMURTI: ¿Qué es lo que efectivamente ocurre en nuestra vida?
Hay constante reto y respuesta. Eso es la existencia, eso es la vida:
constante provocación y respuesta. ¿No es así? El reto, siempre es
nuevo, y la respuesta siempre es vieja. Lo encontré a usted ayer, y
hoy viene usted a mí. Es diferente, ha cambiado, es un nuevo hombre.
Pero yo tengo la imagen de usted tal cual era ayer. Absorbo, por lo
tanto, lo nuevo en lo viejo. No me encuentro con usted de un modo
nuevo, sino que tengo su imagen de ayer; de suerte que mi respuesta
al reto presente es siempre condicionada. Aquí, por el momento,
usted deja de ser brahmán, o cristiano, deja de ser casta superior,
o lo que sea; se olvida de todo. No hace más que escuchar, absorto,
tratando de descubrir. Mas cuando reasume su vida cotidiana, vuelve a
ser usted lo que era: está de nuevo en su casta, su sistema, su
empleo, su familia. Es decir, lo nuevo se ve siempre absorbido en lo
viejo, en los viejos hábitos, costumbres, ideas, tradiciones,
recuerdos. Lo nuevo nunca está presente, puesto que siempre hacéis
frente a lo nuevo con lo viejo; el reto es nuevo, pero le hacéis
frente con lo viejo. De modo que el problema, en este asunto, es
éste: ¿cómo liberar el pensamiento de lo viejo, para que sea nuevo
en todo momento? Cuando veis una flor, cuando veis un rostro, cuando
veis el cielo, un árbol, una sonrisa, ¿cómo vais a hacerle frente
de un modo nuevo? ¿Por qué no le hacemos frente de un modo nuevo?
¿Por qué es que lo pasado absorbe lo nuevo y lo modifica? ¿Por qué
lo nuevo cesa cuando volvéis al hogar?
Ahora bien, la vieja respuesta surge del pensador. ¿No es el
pensador siempre lo viejo? Como vuestro pensamiento se basa en el
pasado, cuando os encontráis con lo nuevo es el pensador quien le
hace frente; es la experiencia de ayer que le hace frente. El
pensador es siempre lo viejo. Volvemos, pues, al mismo problema de
manera diferente: ¿cómo liberar la mente de sí mismo como
pensador? ¿Cómo extirpar el recuerdo, no el recuerdo “factual”
sino el recuerde psicológico, que es la acumulación de la
experiencia? Porque, sin estar libre del residuo de la experiencia,
no puede haber captación de lo nuevo. Ahora bien, el libertar el
pensamiento, el estar libre del proceso de pensar y así hacer frente
a lo nuevo, es arduo, ¿verdad? Porque todas nuestras creencias,
todas nuestras tradiciones, todos nuestros métodos educativos, son
un proceso de imitación, de copia, de “memorización”, de formar
el receptáculo de la memoria. Esa memoria responde constantemente a
lo nuevo; y a la respuesta de esa memoria llamamos “pensar”, y
ese pensar hace frente a lo nuevo. ¿Cómo, pues, puede existir lo
nuevo? Sólo cuando no hay residuo de la memoria puede haber lo
nuevo, y hay residuo cuando la experiencia no está finalizada,
concluida, terminada, es decir, cuando la comprensión de la
experiencia es incompleta. Cuando la experiencia es completa, no hay
residuo. Esa es la belleza de la vida. El amor no es residuo, el amor
no es experiencia; es un estado de ser. El amor es enteramente nuevo.
De suerte que nuestro problema es éste: ¿puede uno hacer frente a
lo nuevo constantemente, aun en el hogar? Por cierto que sí. Para
hacer eso hay que producir una revolución en el pensamiento, en el
sentir, y sólo podéis ser libres cuando todo incidente es
cabalmente pensado de instante en instante, cuando toda respuesta es
plenamente comprendida, no mirada de un modo casual y luego
desechada. Sólo se está libre de la acumulación de recuerdos
cuando todo pensamiento, todo sentimiento, es completado, pensado
cabalmente hasta el final. Es decir, cuando cada pensamiento y cada
sentimiento es considerado acabadamente y concluye, hay un final; y
entonces existe un intervalo entre ese final y el siguiente
pensamiento. En ese intervalo de silencio hay renovación; la nueva
“creatividad” se manifiesta.
Ahora bien, esto no es teórico ni impracticable. Si tratáis de
captar por completo todo pensamiento y sentimiento, descubriréis que
eso es extraordinariamente práctico en vuestra vida diaria; pues
entonces sois nuevos, y lo que es nuevo es eterno, perdurable. Lo
nuevo es creador, y ser creador es ser feliz; y a un hombre feliz no
le importa ser rico o pobre, ni a qué casta, clase social o país
pertenece. No tiene dirigentes, ni dioses, ni templos, ni iglesias y
por lo tanto tampoco tiene disputas ni enemistad.
Ese, por cierto, es el modo más práctico de resolver nuestras
dificultades en el presente caos mundial. Es porque no somos
creadores en el sentido en que uso ese término, que somos tan
antisociales en todos los diferentes niveles de vuestra conciencia.
Para ser muy práctico y eficaz en nuestras relaciones sociales, en
nuestras relaciones con todo, uno debe ser feliz; y no puede haber
felicidad si no hay terminación, no puede haber felicidad si hay un
constante proceso de llegar a ser algo. En el finalizar hay
renovación, renacimiento, novedad, lozanía, júbilo.
Pero lo nuevo es absorbido en lo viejo, y lo viejo destruye lo nuevo,
mientras haya trasfondo, mientras el pensamiento condicione a la
mente, al pensador. Para verse libre del trasfondo, de las
influencias condicionantes, del recuerdo hay que estar libre de la
continuidad; y hay continuidad mientras el pensamiento y el
sentimiento no hayan terminado por completo. Usted completa un
pensamiento cuando lo sigue hasta el final, poniendo con ello fin a
todo pensamiento, a todo sentimiento. El amor, por cierto, no es
hábito, memoria; el amor siempre es nuevo. Sólo puede haber
captación de lo nuevo cuando la mente es nueva; y la mente no es
nueva mientras haya el residuo de pasadas experiencias. La memoria es
“factual” a la vez que psicológica. No me refiero a la memoria
“factual” sino a la memoria psicológica. Mientras la experiencia
no sea completamente comprendida; deja residuo, que es lo viejo, que
es lo de ayer, la cosa del pasado; y el pasado está siempre
absorbiendo lo nuevo, y por lo tanto destruyéndolo. Sólo cuando la
mente está libre de lo viejo, hace frente a lo nuevo de un modo
nuevo, y en eso hay júbilo.
27. EL NOMBRAR
Pregunta: ¿Cómo
puede uno darse cuenta de una emoción sin darle nombre o sin
clasificarla? Si percibo un sentimiento, parece que sé lo que ese
sentimiento es, casi inmediatamente después que surge. ¿O quiere
usted significar algo diferente cuando dice “no nombréis”?
KRISHNAMURTI: ¿Por qué le ponemos nombre a alguna cosa? ¿Por qué
le ponemos rotulo a una flor, a una persona, a un sentimiento? Uno
hace eso para comunicar el propio sentimiento, para describir la
flor, y así sucesivamente, o para identificarse con ese sentimiento.
¿No es así? Yo nombro algo, un sentimiento, para comunicarlo.
“Estoy enojado”. O me identifico con ese sentimiento, para
fortalecerlo, para disolverlo o para hacer algo a su respecto. Le
damos nombre a algo, a una rosa, para comunicarlo a otros; o al darle
un nombre creemos que la hemos comprendido. Decimos “eso es una
rosa”, la miramos rápidamente y continuamos nuestro camino. Al
darle un nombre creemos haberla comprendido; la hemos clasificado y
creemos que por eso hemos comprendido el contenido total y la belleza
de esa flor.
Al darle un nombre a alguna cosa, la hemos puesto
simplemente en una categoría, y creemos haberla comprendido; no la
miramos más de cerca. Pero si no le damos un nombre, nos vemos
obligados
a mirarla. Es decir, nos acercamos a la flor, o a lo que fuere, en
actitud nueva, con una nueva cualidad de examen; la miramos como si
nunca la hubiésemos visto antes. El poner nombre es un medio muy
cómodo de deshacerse de las cosas y de la gente, diciendo que se
trata de alemanes, de japoneses, de americanos, de hindúes. Les
ponéis un rótulo y destruís el rótulo. Pero si no le ponéis un
rótulo a las personas, os veis obligados a observarlas, y entonces
resulta mucho más difícil matar a alguien. Podéis destruir el
rótulo, con una bomba, y sentir que obráis con rectitud. Pero si no
le ponéis un rótulo, y, por lo tanto, tenéis que mirar la cosa
individualmente ya sea un hombre o una flor, un incidente o una
emoción-, entonces os veis forzados a considerar vuestra relación
con la cosa y la acción que de ahí resulte. De suerte que nombrar o
poner un rótulo es un modo muy cómodo de deshacerse de tal o cual
cosa, de negarla, condenarla o justificarla. Ese es un aspecto de la
cuestión.
¿Cuál es el centro desde el cual nombráis? ¿Cuál es el centro
que siempre está nombrando, escogiendo, clasificando? Todos sentimos
que hay un centro, un núcleo, desde el cual actuamos, juzgamos y
denominamos, ¿no es así? ¿Qué es ese centro, ese núcleo? A
algunos les agradaría pensar que es una esencia espiritual, Dios o
lo que os plazca. Por lo tanto, descubramos qué es ese núcleo, ese
centro que nombra, define, juzga. Ese centro, por cierto, es la
memoria, ¿no es así? Una serie de sensaciones identificadas y
conservadas; el pasado, vivificado a través del presente. Ese
núcleo, ese centro, se alimenta del presente al nombrar, al
clasificar, al recordar.
Pronto veremos, según vamos poniéndolo de manifiesto, que mientras
exista ese núcleo, ese centro, no puede haber comprensión. Sólo
con la disipación de ese núcleo surge la comprensión. Porque, al
fin y al cabo, ese núcleo es memoria, recuerdo de diversas
experiencias a las que se ha dado nombres, rótulos,
identificaciones. Con esas experiencias nombradas y rotuladas, desde
ese centro, se acepta y se rechaza, se toma la determinación de ser
o de no ser, conforme a las sensaciones, placeres y penas del
recuerdo de la experiencia. Ese centro es, pues, la palabra. Si no le
dais nombre a ese centro, ¿hay acaso un centro? Esto es, si no
pensáis con palabras, si no empleáis palabras, ¿podéis pensar? El
pensar surge mediante la verbalización; o bien la verbalización
empieza a responder al pensar. De suerte que el centro, el núcleo,
es el recuerdo de innumerables experiencias de placer y dolor,
expresado por medio de palabras. Observadlo en vosotros mismos, por
favor, y veréis que las palabras, los nombres, se han vuelto mucho
más importantes que la substancia; y vivimos de palabras.
Las palabras tales como verdad, Dios, o los
sentimientos que esas palabras representan, han adquirido para
nosotros gran importancia. Cuando decimos la palabra “americano”,
“cristiano”, “hindú”, o la palabra “ira”, somos
la palabra que representa el sentimiento. Pero no sabemos qué es ese
sentimiento, porque lo que se ha vuelto importante es la palabra.
Cuando decís que sois budistas, cristianos, ¿qué significa la
palabra, qué sentido hay detrás de esa palabra que nunca habéis
examinado? Nuestro centro, el núcleo, es la palabra, el rótulo. Si
el nombre no hace al caso, si lo que importa es aquello que está
detrás
del nombre, entonces podéis inquirir; pero si estáis identificados
con el nombre y confundidos con él, no podéis proseguir. Y nosotros
estamos
identificados con el nombre: la casa; la forma, el nombre, el
mobiliario, la cuenta bancaria, nuestras opiniones, nuestros
estimulantes, y así sucesivamente. Somos todas esas cosas; y esas
cosas están representadas por un nombre. Las cosas
han llegado a ser importantes, los nombres, los rótulos; y, por lo
tanto, el centro, el núcleo, es
la palabra.
Si no hay palabra ni rótulo, no hay centro, ¿no
es así? Hay disolución, hay un vacío, no el vacío del miedo, lo
cual es una cosa enteramente distinta. Hay una sensación de ser como
la nada; y puesto que habéis eliminado todos los rótulos, o más
bien, habiendo comprendido por qué les ponéis rótulo a los
sentimientos y a las ideas, sois completamente nuevos, ¿verdad? No
hay centro desde el cual actuéis. El centro, que es la palabra, ha
sido disuelto. El rótulo ha sido eliminado, ¿y dónde estáis
vosotros como centros? Estáis ahí, pero ha habido una
transformación. Y esa transformación os asusta un poco; por eso no
proseguir con lo que continúa implícito en ella; ya estáis
empezando a juzgarla, a decidir si os gusta o no os gusta. No
proseguís con la comprensión de lo que va a surgir, sino que ya
estáis juzgando; lo cual significa que tenéis un centro desde el
cual actuáis. Por lo tanto, os quedáis estancados tan pronto
juzgáis; las palabras “me gusta” y “no me gusta” se vuelven
importantes. ¿Pero qué ocurre cuando nombréis? Captáis más
directamente la emoción, la sensación, y, por lo tanto, os
relacionáis con ella de manera muy distinta, igual que con una flor
cuando no le dais nombre. Os veis forzados
a mirarla de un modo nuevo. Cuando no dais nombre a un grupo de
personas, os veis obligados a mirar cada rostro individual y no a
tratarlos a todos ellos como “masa”. Estáis, por lo tanto, mucho
más alertas, mucho más atentos, sois más comprensivos, tenéis un
sentido de piedad, de amor, más profundo; mas si a todos los tratáis
como “masa”, se acabó.
Si no le ponéis nombre, tenéis que considerar cada sentimiento a
medida que surge. Cuando nombráis, ¿es el sentimiento diferente del
nombre? ¿O el nombre despierta el sentimiento? Por favor, pensadlo
bien. Cuando le asignamos un nombre, casi todos nosotros
intensificamos el sentimiento. El sentimiento, y el darle un nombre,
son instantáneos. Si hubiera un intervalo entre el sentimiento y el
nombrar, podríais descubrir si el sentimiento es diferente del
nombre, y entonces podríais habéroslas con el sentimiento, sin
ponerle nombre.
El problema es éste: ¿como librarnos de un sentimiento que
nombramos, tal como la ira? No se trata de subyugarlo, de sublimarlo,
de reprimirlo, todo lo cual es idiota y falto de madurez; se trata de
como librarse realmente de él. Y para estar realmente libres de él,
tenemos que descubrir si la palabra es más importante que el
sentimiento. La palabra “ira” tiene más significación que el
sentimiento mismo. Y, para descubrir eso, en realidad, tiene que
haber un intervalo entre el sentimiento y el nombrar. Esa es una
parte.
Si no nombro un sentimiento, es decir, si el
pensamiento no funciona solamente a causa de las palabras, o si no
pienso en términos de palabras, imágenes o símbolos, lo que casi
todos hacemos, ¿qué ocurre entonces? Entonces la mente, por cierto,
no es simplemente el observador. Esto es, cuando la mente no piensa
en términos de palabras, símbolos, imágenes, no hay pensador
separado del pensamiento, el cual es la palabra. Entonces la mente
está serena, quieta, ¿no es así? No está aquietada
sino quieta. Y cuando la mente está realmente quieta, es posible
habérnoslas instantáneamente con los sentimientos que surgen. Es
tan sólo cuando les damos nombres a los sentimientos y con ello los
fortalecemos, que los sentimientos tienen continuidad; se acumulan en
el centro desde el cual seguimos poniéndoles nombres, ya sea para
fortalecerlos o para comunicarlos.
Cuando la mente ya no es, en calidad de pensador, el centro hecho de
palabra, de experiencias pasadas todas las cuales son
recuerdos, nombres, acumulados y ordenados en categorías, en
casillas-, cuando no hace ninguna de esas cosas, entonces es obvio
que la mente está quieta. Ya no está atada, ya no hay un centro
como el “yo” “mi” casa, “mi” logro, “mi”
trabajo-, que siguen siendo palabras, las cuales dan ímpetu al
sentimiento y con ello fortalecen la memoria. Cuando ninguna de esas
cosas ocurre, la mente está muy serena, quieta. Ese estado no es
negación. Por el contrario, para llegar a ese punto tenéis que
pasar por todo eso, lo cual es una empresa enorme. Ello no consiste
simplemente en aprender unas cuantas series de palabras y repetirlas
como lo haría un escolar: no nombrar, no nombrar. Seguir a fondo
todo lo que ello implica, vivenciarlo, ver cómo la mente funciona y
así llegar al punto en que ya no ponéis nombres lo cual
significa que ya no hay un centro distinto del pensamiento-; todo
este proceso, sin duda, es verdadera meditación.
Cuando la mente está de veras tranquila, entonces es posible que se
manifieste aquello que es inconmensurable. Cualquier otro proceso,
cualquiera otra búsqueda de la realidad, es mera autoproyección,
cosa de nuestra propia hechura, y, por tanto, ilusoria. Pero este
proceso es arduo, y él significa que la mente tiene en todo instante
que darse cuenta do todo lo que internamente le ocurre. Para llegar a
ese punto, no puede haber condenación ni justificación desde el
principio hasta el fin, sin que esto sea un fin. No existe un fin,
porque hay algo extraordinario que aún continúa. Esto no es una
promesa. A vosotros os toca experimentar, penetrar de más en más
profundamente en vosotros mismos, de suerte que todas la innumerables
capas del centro sean disueltas; y eso lo podéis hacer rápida o
perezosamente. Pero es en extremo interesante observar el proceso de
la mente, cómo depende de las palabras, cómo las palabras estimulan
la memoria, resucitan la experiencia muerta y le infunden vida. Y en
ese proceso la mente vive en el futuro o en el pasado. Por tanto, las
palabras tienen un enorme significado, tanto neurológico como
psicológico. Os ruego que no aprendáis todo esto de mi o de un
libro. No podéis aprenderlo de otra persona ni hallarlo en un libro.
Lo que aprendáis o encontréis en un libro no será lo real. Pero
podéis experimentarlo, podéis observaros en la acción, observaros
al pensar, ver cómo pensáis, cuán rápidamente le dais nombre al
sentimiento a medida que surge; y la observación de todo este
proceso librará a la mente de su centro. Entonces la mente, estando
quieta, puede recibir aquello que es eterno.
28. LO CONOCIDO Y LO DESCONOCIDO
Pregunta: Nuestra
mente sólo conoce lo conocido. ¿Qué es lo que en nosotros nos
impulsa a buscar lo desconocido, la realidad, Dios?
KRISHNAMURTI:
¿Vuestra mente os impulsa hacia lo desconocido? ¿Existe en vosotros
apremio por lo desconocido, por la realidad, por Dios? Por favor,
pensad seriamente en ello. No se trata de una pregunta retórica;
averigüémoslo, realmente. ¿Existe en cada uno de nosotros un
apremio interior para encontrar lo desconocido? ¿Existe ese apremio?
¿Cómo podéis encontrar lo desconocido? Si no lo conocéis, ¿como
podéis encontrarlo? ¿Existe en nosotros un anhelo de realidad? ¿O
es simplemente un deseo de lo conocido, dilatado? ¿Comprendéis lo
que quiero decir? He conocido muchas cosas; no me han dado felicidad,
ni satisfacción, ni alegría. Por eso quiero ahora otra
cosa que me dé mayor alegría, mayor
felicidad, mayor vitalidad, lo que sea. ¿Y puede lo conocido, que es
mi mente porque mi mente es lo conocido, el resultado del
pasado-, puede esa mente buscar lo desconocido? Si yo no conozco la
realidad, lo desconocido, ¿cómo puedo buscarlo? Debe, por cierto,
venir a mí; yo no puedo ir en pos de lo desconocido. Si voy en su
búsqueda, voy en pos de algo que es lo conocido, de algo proyectado
por mí.
Nuestro problema, pues, no es el de saber qué es
lo que en nosotros nos impulsa a hallar lo desconocido. Eso es
bastante claro. El problema es nuestro propio deseo de estar más
seguros, de ser más permanentes, más estables, más felices, de
escapar al tumulto, al dolor, a la confusión. Ese es, por cierto,
nuestro evidente impulso. Y cuando existe ese impulso, ese apremio,
hallaréis un escape maravilloso, un maravilloso refugio, en Buda, en
Cristo, o en las banderías políticas y otras cosas más. Eso no es
la realidad; eso no es lo incognoscible, lo desconocido. Por lo
tanto, el apremio por lo desconocido ha de terminar, la búsqueda de
lo desconocido ha de cesar; lo cual significa que tiene que haber
comprensión de lo conocido cumulativo, que es la mente. La mente
debe comprenderse a sí misma como
lo conocido, porque eso es todo lo que ella conoce. No podéis pensar
en alguna cosa que no conozcáis. Solamente podéis pensar en algo
que conocéis.
Lo difícil para nosotros es que la mente no
prosiga en
lo conocido. Y eso puede ocurrir tan sólo cuando la mente se
comprende a sí misma y entiende que todo su movimiento proviene del
pasado y se proyecta a través del presente hacia el futuro. Es un
movimiento continuo de lo conocido; ¿y ese movimiento puede cesar?
Sólo puede cesar cuando él mecanismo de su propio proceso ha sido
comprendido, sólo cuando la mente se comprende a sí misma y
comprende su funcionamiento, sus modalidades, sus propósitos, sus
empeños, sus exigencias no sólo las exigencias superficiales
sino los profundos impulsos y móviles del fuero íntimo. Esta es una
tarea sumamente ardua; no es en una simple reunión, o en una
conferencia, o leyendo un libro, donde vais a descubrir. Al
contrario, ello necesita vigilancia continua, constante captación de
todo movimiento del pensar, y no sólo en estado de vigilia, sino
también durante el sueño. Tiene que ser un proceso total, no un
proceso parcial y esporádico.
Asimismo, la intención
debe ser apropiada, adecuada. Esto es, debe cesar la superstición de
que, interiormente, todos deseamos lo desconocido. Es una ilusión
pensar que buscamos a Dios; no hay tal. Nosotros no tenemos que
buscar la
luz. Habrá luz cuando no haya oscuridad; y a través de la oscuridad
no podemos encontrar la luz. Todo lo que podemos hacer es remover
esas barreras que crean oscuridad; y el removerlas depende de la
intención.
Si la removéis con
el propósito
de ver la luz, entonces nada removéis; sólo
substituís la oscuridad por la palabra luz. Y hasta el hecho de
mirar más allá de la oscuridad es huir de la oscuridad.
No tenemos, pues, que considerar qué es lo que
nos impulsa sino por qué hay en nosotros tal confusión, tanta
agitación, lucha y antagonismo, todas las cosas estúpidas de
nuestra existencia. Cuando éstas no existen, entonces hay
luz y no tenemos que buscarla. Cuando la estupidez desaparece, surge
la inteligencia. Cuando el hombre que es estúpido trata de volverse
inteligente, sigue siendo estúpido. La estupidez jamás podrá ser
transformada en sabiduría; sólo cuando cesa la estupidez hay
sabiduría inteligencia. Pero es obvio que el hombre que es estúpido
y trata de volverse
inteligente, sabio, nunca podrá serlo. Para saber lo que es la
estupidez hay que penetrarla, no de un modo superficial sino pleno,
completo, profundo. Hay que penetrar todas las distintas capas de la
estupidez; y cuando se produce el cese de la estupidez, hay
sabiduría.
De modo que resulta importante averiguar, no si
existe algo más que lo conocido, algo más grande que nos impulsa
hacia lo desconocido, sino ver qué es lo que en nosotros origina
confusión, guerras, diferencias de clases, “snobismo”, búsqueda
de renombre, acumulación de conocimientos, evasión por medio de la
música, del arte y de tantas otras maneras. Es importante, por
cierto, ver esas cosas como son, y volver a nosotros mismos tal
cuales somos. Y desde ahí podemos proseguir. Entonces resulta
relativamente fácil despojarse de lo conocido. Cuando la mente está
en silencio, cuando ya no se proyecta hacia el futuro, deseando algo,
cuando la mente está realmente serena, en una paz profunda, lo
desconocido se manifiesta. No tenéis que buscarlo. No podéis
atraerlo. Lo que podéis atraer es tan sólo aquello que conocéis.
No podéis invitar a un huésped desconocido; sólo podéis invitar a
alguien que conocéis. Pero no conocéis lo desconocido, Dios, la
realidad, o lo que sea. Ello debe advenir. Sólo puede advenir cuando
el campo está listo, cuando la tierra está labrada. Pero si
preparáis el terreno a fin
de que aquello advenga, entonces no lo tendréis.
Así, nuestro problema no estriba en buscar lo
incognoscible, sino en comprender los procesos acumulativos de la
mente, la cual siempre es lo conocido. Y esa es una ardua tarea,
requiere atención, requiere una percepción, una captación
constantes en la que no haya sentido alguno de distracción, de
identificación, de condenación; es estar
con lo que es. Sólo entonces puede la
mente estar serena, quieta. Ninguna clase de meditación o disciplina
puede aquietar la mente, en el verdadero sentido de la palabra. Sólo
cuando la brisa cesa, el lago entra en calma. No podéis aquietar
el lago. Nuestra tarea no es, pues, la de buscar lo incognoscible,
sino la de comprender la confusión, la agitación, la desdicha que
hay en nosotros. Y entonces surge misteriosamente ese “algo” en
el que hay júbilo, dicha
29. LA VERDAD Y LA MENTIRA
Pregunta: ¿Cómo
es que, según usted lo ha dicho, una verdad que se repite se
convierte en mentira? ¿Qué es realmente la mentira? ¿Por qué es
malo mentir? ¿No es este un problema sutil y profundo en todos los
niveles de nuestra existencia?
KRISHNAMURTI:
Como en esto hay dos preguntas, examinemos la primera. Cuando una
verdad se repite, ¿cómo es que se convierte en mentira? ¿Qué es
lo que repetimos? ¿Podéis repetir una comprensión? Yo comprendo
algo; ¿puedo repetirlo? Puedo hablar de ello, puedo comunicarlo;
pero la vivencia, a buen seguro, no es lo que se repite. Mas nos
quedamos presos en la palabra y perdemos el significado de la
vivencia. Si habéis tenido una vivencia, ¿podéis repetirla? Podéis
querer
repetirla; podéis desear su repetición, su sensación; pero una vez
que habéis tenido una vivencia, ésta ha terminado, no
puede ser repetida. Lo que puede
repetirse es la sensación, y la palabra correspondiente que da vida
a esa sensación. Y como, desgraciadamente, la mayoría de nosotros
somos propagandistas, caemos en la repetición de la palabra. Vivimos
de palabras, y la verdad es negada.
Tomemos como ejemplo el sentimiento del amor. ¿Podéis repetirlo?
Cuando oís que os dicen “amad a vuestro prójimo”, ¿es eso una
verdad para vosotros? Sólo es verdad cuando en realidad amáis al
prójimo; y ese amor no puede ser repetido, sino tan sólo la
palabra. Sin embargo, casi todos nos sentimos felices y contentos con
la repetición: “amad al prójimo”, o “no seáis codiciosos”.
De modo que la verdad de otro, o una vivencia real que hayáis
tenido, no se convierte en una realidad por la simple repetición.
Por el contrario, la repetición impide la realidad; El mero repetir
determinadas ideas no es la realidad.
La dificultad de esto consiste en comprender el
asunto sin pensar en términos de lo opuesto. Una mentira no es algo
opuesto a la verdad. Es posible ver la verdad de lo que estoy
diciendo, no en oposición o en contraste, como verdad o como
mentira, sino ver, simplemente, que la mayoría de nosotros repetimos
sin comprensión. Por ejemplo, hemos estado discutiendo el “nombrar”
y el “no nombrar” un sentimiento y lo demás. Muchos de vosotros
lo repetiréis, estoy seguro de ello, pensando que es “la verdad”.
Jamás repetiréis una vivencia si es una experiencia directa. Podéis
comunicarla; pero cuando es una vivencia real,
las sensaciones que la acompañaron han pasado, el contenido
emocional que había detrás de las palabras se ha desvanecido por
completo.
Tomemos por ejemplo, la idea de que el pensador y
el pensamiento son uno solo. Puede que sea una verdad para vosotros,
porque lo habéis experimentado directamente. Pero si yo lo
repitiera, eso no sería verdadero ¿no es así?-, verdadero,
no como opuesto a lo falso, entendedlo bien. No sería real; sería
una simple repetición, y, por lo tanto, carecería de significación.
Pero ya veis, con la repetición crearnos un dogma, edificamos una
iglesia, y en eso nos refugiamos. La palabra, no la verdad, se
convierte en “la verdad”. La palabra no es la cosa. Pero para
nosotros, la cosa es la palabra.
Y es por eso que uno tiene que guardarse con sumo cuidado de repetir
algo que no comprenda realmente. Si comprendéis algo, podéis
comunicarlo; pero las palabras y el recuerdo han perdido su
significación emocional. Es por eso que, en la conversación
corriente, la propia perspectiva y el propio vocabulario sufren un
cambio.
Siendo, pues, que estamos buscando la verdad por medio del
conocimiento propio, y no somos meros propagandistas, es importante
que comprendamos esto. Mediante la repetición, en efecto, uno se
hipnotiza con palabras, con sensaciones, queda atrapado en ilusiones.
Y para libertarse de eso, es imperativo experimentar directamente y,
para experimentar directamente, uno debe captarse a sí mismo en el
proceso de la repetición, de los hábitos, de las palabras, de las
sensaciones. Esa captación nos brinda extraordinaria libertad, y así
puede haber renovación, una constante vivencia, un estado de cosa
nueva.
La otra pregunta es: “¿qué es realmente la mentira? ¿Por qué es
malo mentir? ¿No es este un problema sutil y profundo en todos los
niveles de nuestra existencia?”
¿Qué es una mentira? Es una contradicción ¿no es así?-,
una autocontradicción. Uno puede contradecirse consciente o
inconscientemente; puede hacerlo de un modo deliberado o
inconsciente. La contradicción puede ser sumamente sutil o muy
obvia. Y cuando la división en la contradicción es muy grande, uno
se vuelve desequilibrado o se da cuenta del conflicto y se dispone a
remediarlo.
Para comprender este problema: qué es una mentira y por qué
mentimos, hay que ahondarlo sin pensar en términos de lo opuesto.
¿Podemos observar este problema de la contradición en nosotros
mismos sin tratar de no ser contradictorios? Nuestra dificultad al
examinar esta cuestión ¿no es así?- está en que condenamos
una mentira con gran facilidad; ¿mas para comprenderla podemos
considerarla en términos de lo que es la contradicción y no en
términos de verdad y falsedad? ¿Por que nos contradecimos? ¿Por
qué hay contradicción en nosotros? ¿No hay un intento de vivir de
acuerdo con una norma, con una pauta, un constante acercamiento
nuestro a un modelo, un esfuerzo constante por ser algo, ya sea a los
ojos de otra persona o ante nuestros propios ojos? Existe un deseo
¿no es así?- de ajustarse a una norma, y cuando uno no vive
de acuerdo con ella hay contradicción.
Ahora bien, ¿por qué tenemos un modelo, una
norma, una tendencia a imitar, una idea en conformidad con la cual
tratamos de vivir? ¿Por qué? Evidentemente, para estar en
seguridad, para estar a salvo, para ser populares, para tener una
buena opinión de nosotros mismos, etc. Ahí
está la semilla de la contradicción. Mientras procuremos
asemejarnos a algo, mientras tratemos de ser algo, tiene
que haber contradicción; por lo tanto, tiene que existir esa
división entre lo falso y lo verdadero. Creo que esto es importante,
si es que queréis profundizarlo serenamente. No es que no exista lo
falso y lo verdadero; ¿pero por qué hay contradicción en nosotros?
¿No es porque intentamos ser
algo: nobles, buenos, virtuosos, creadores, felices, etc.? Y en el
deseo mismo de ser algo existe una contradicción: la de no ser una
cosa diferente. Y es esta contradicción la que resulta destructiva.
Si uno es capaz de completa identificación con algo, con esto o con
aquello, entonces la contradicción cesa; mas cuando uno se
identifica de veras, en un todo, con algo, hay encierro dentro de uno
mismo, una resistencia, lo cual causa desequilibrio. Ello es
evidente.
¿Por qué, pues, hay contradicción en nosotros? He hecho algo, y no
quiero ser descubierto; he pensado algo que no es lo debido, y ello
me coloca en un estado de contradicción, cosa que no me agrada. Por
tanto, donde hay imitación tiene que haber temor; y es este temor lo
que causa contradicción. Mientras que si no hay devenir, si no hay
intento alguno de ser algo, no hay sensación de temor. Entonces no
hay contradicción; entonces en nosotros no existe la mentira en
ningún nivel, consciente o inconsciente; nada hay que suprimir, nada
que manifestar. Y como la vida de casi todos nosotros es cuestión de
estados de ánimo y de actitudes, asumimos actitudes que dependen de
nuestros estados de ánimo, lo cual es una contradicción. Cuando el
estado de ánimo desaparece, somos lo que somos. Es esta
contradicción lo realmente importante, y no que digáis o dejéis de
decir una mentirilla inocente. Mientras haya esta contradicción,
tiene que haber una existencia superficial, y por lo tanto temores
superficiales que han de ser vigilados; y luego siguen las mentiras
inocentes, y todo lo demás que sabéis. Podemos considerar esta
cuestión y no preguntar qué es una mentira y qué es la verdad,
sino investigar el problema de la contradicción en nosotros mismos
sin recurrir a los opuestos, lo cual es sumamente difícil. Porque,
como dependemos tanto de nuestras sensaciones, la vida de casi todos
nosotros es contradictoria. Dependemos de los recuerdos, de las
opiniones; tenemos innumerables temores que deseamos disimular; todo
esto crea contradicción en nosotros mismos; y cuando esa
contradicción se hace insoportable, perdemos la cabeza. Deseando la
paz, todo lo que uno hace engendra la guerra, no sólo en la familia,
sino fuera de ella. Y en lugar de comprender lo que crea el
conflicto, sólo tratamos, cada vez más, de convertirnos en una cosa
o en otra, en lo opuesto, agrandando de ese modo la división.
¿Es posible comprender por qué existe contradicción en nosotros,
no sólo en la superficie sino en un nivel psicológico mucho más
profundo? En primer lugar, ¿se da uno cuenta de que vive una vida
contradictoria? Deseamos la paz, y somos nacionalistas; queremos
evitar la miseria social y, no obstante, cada uno de nosotros es
individualista y limitado, encerrado en sí mismo. Vivimos, pues, en
constante contradicción. ¿Por qué? ¿No será que somos esclavos
de la sensación? No se trata de negar o de aceptar esto, que exige
comprender muy bien lo que implica la sensación, es decir, los
deseos. Deseamos muchas cosas, todas en contradicción unas con
otras. Somos un cúmulo de máscaras en conflicto; adoptamos una
careta cuando nos conviene, y la repudiamos cuando alguna otra cosa
es más provechosa, más agradable. Es ese estado de contradicción
lo que crea la mentira. Y, en oposición a eso, creamos “la
verdad”. Pero, ciertamente, la verdad no es lo contrario de la
mentira. Aquello que tiene un opuesto no es la verdad. Lo opuesto
contiene su propio opuesto, y por lo tanto no es la verdad. Y para
comprender este problema bien a fondo, hemos de darnos cuenta de
todas las contradicciones en que vivimos. Cuando yo digo “os amo”,
con ello van los celos, la envidia, la ansiedad, el temor, lo cual es
una contradicción. Y es esta contradicción la que debe ser
comprendida; y sólo se la puede comprender cuando uno se da cuenta
de ella sin condenarla ni justificarla; observándola, no más. Y,
para observarla pasivamente, uno ha de comprender todos los procesos
de la justificación y de la condenación.
No es cosa fácil el observar algo pasivamente;
pero al comprender eso, empieza uno a comprender el proceso íntegro
de las modalidades de nuestro pensar y sentir. Y cuando uno percibe
el significado total de la contradicción en uno mismo, ello produce
un cambio extraordinario: sois entonces vosotros mismos, no algo que
tratáis
de ser. Ya no seguís un ideal, ya no buscáis felicidad. Sois lo que
sois, y de ahí podéis proseguir. Entonces no hay posibilidad de
contradicción.
30. DIOS
Pregunta:
Usted ha comprendido la realidad. ¿Puede decirnos qué es Dios?
KRISHNAMURTI: ¿Cómo sabe usted que yo he realizado? Para saberlo,
usted también tiene que haber realizo. Esta no es una simple
respuesta hábil. Para saber algo, usted tiene que ser parte de ese
algo. Usted mismo debe haber tenido también la vivencia, y por lo
tanto el que usted diga qué yo he realizado carece aparentemente de
sentido. ¿Qué importa que yo haya o no realizado? ¿No es acaso
verdad lo que estoy diciendo? Aunque yo sea el ser humano más
perfecto, si lo que yo digo no es la verdad, ¿por qué habríais
siquiera de escucharme? Mi realización, ciertamente, nada tiene que
ver con lo que estoy diciendo, y el hombre que rinde culto a otro
porque ese otro ha realizado, en realidad rinde culto a la autoridad
y por lo tanto jamás podrá encontrar la verdad. El comprender
aquello que ha sido realizado, y el conocer a quien ha realizado, no
tiene importancia alguna, ¿verdad?
Bien sé que toda la tradición dice: “estad con el hombre que ha
realizado”. ¿Cómo podéis saber que él ha realizado? Todo lo que
podéis hacer es estar en su compañía, y aun eso es muy difícil en
nuestros días. Hay muy poca buena gente, en el verdadero sentido de
la palabra gente que no ande en busca de algo, en pos de algo.
Aquellos que andan en busca o en pos de algo son explotadores, y por
consiguiente, resulta muy difícil encontrar un compañero a quien
amar.
Idealizamos a los que han realizado, y esperamos que nos den algo, lo
cual es una relación falsa. ¿Cómo puede comunicarse el hombre que
ha realizado, no habiendo amor? Esa es nuestra dificultad. En todas
nuestras discusiones no nos amamos realmente unos a otros; somos
suspicaces. Deseáis algo de mí: conocimiento, realización, o
queréis estar en mi compañía, todo lo cual indica que no amáis.
Deseáis algo, y por lo tanto os ponéis a explotar. Si realmente nos
amamos unos a otros, habrá comunión instantánea. Entonces no
importa que hayáis realizado y yo no, o que vosotros seáis lo
superior o lo inferior. Como nuestro corazón se ha marchitado, Dios
ha adquirido enorme importancia. Esto es, deseáis conocer a Dios
porque vuestro corazón ya no canta; y perseguís al cantor y le
preguntáis si os puede enseñar a cantar. Él puede enseñaros la
técnica, pero la técnica no os llevará a crear. No podéis ser
músicos por el simple hecho de saber cantar. Puede que conozcáis
todos los pasos de una danza, pero si en vuestro corazón no hay
fuerza creadora, sólo funcionáis como una máquina. No podéis amar
si vuestro objeto es simplemente lograr un resultado. No hay cosa
alguna que sea un ideal, porque ello es solamente un logro. La
belleza no es un logro; es la realidad, ahora, no mañana. Habiendo
amor, comprenderéis lo desconocido; sabréis qué es Dios, y nadie
necesitará decíroslo y esa es la belleza del amor. Es la
eternidad en sí misma. Es porque no hay amor, que deseamos que otra
persona o Dios, nos lo dé. Si realmente amarais, ¿sabéis cuán
diferente sería este mundo? Seríamos gente realmente feliz. Por lo
tanto no debiéramos dejar que nuestra felicidad dependa de Las
cosas, de la familia, de los ideales. Debiéramos ser felices, y por
lo tanto las cosas, las personas y los ideales no dominarían nuestra
vida. Son cosas secundarias todas ellas. Como no amamos y no somos
felices, nos interesamos en las cosas, creyendo que nos darán
felicidad; y una de las cosas en las cuales nos interesamos es Dios.
Deseáis que os diga qué es la realidad. ¿Lo
indescriptible puede ser acaso expresado en palabras? ¿Podéis acaso
medir algo inconmensurable? ¿Podéis atrapar la brisa en vuestro
puño? Si lo hacéis, ¿es eso acaso la brisa? Si medís aquello que
es inconmensurable, ¿es eso acaso lo real? Si lo formuláis, ¿es
ello lo real? Por cierto que no, pues en cuanto describís algo que
es indescriptible, ello deja de ser lo real. En el momento en que
traducís lo incognoscible en términos de lo conocido, ello deja de
ser lo incognoscible. Sin embargo, eso es lo que anhelamos.
Constantemente deseamos saber,
porque entonces podremos continuar, entonces, según lo imaginamos,
podremos alcanzar la felicidad fundamental, la permanencia. Deseamos
saber por qué no somos felices, por qué luchamos miserablemente,
por qué estamos gastados, por qué nos hemos envilecido. Sin
embargo, en vez de comprender el simple hecho de que nos hemos
envilecido, de que somos torpes, de que estamos hastiados, agitados,
deseamos alejarnos de aquello que es conocido hacia lo desconocido
que vuelve a ser lo conocido; y por consiguiente no podemos nunca
encontrar lo real.
Por lo tanto, en vez de preguntar quién ha
comprendido, o qué es Dios, ¿por qué no consagrar toda la atención
y percepción a lo que uno es? Entonces encontraréis lo desconocido,
o más bien, lo desconocido vendrá a vosotros. Si comprendéis qué
es lo conocido, “vivenciaréis” ese extraordinario silencio que
no es inducido, que no es forzado; y sólo en ese vacío creador
puede advenir la realidad. Ella no puede venir hacia aquello que está
tratando de llegar a ser algo,
que está esforzándose; sólo puede venir a lo que es;
que comprende lo que es.
Entonces veréis que la realidad no se halla lejos; lo desconocido no
está alejado; está en lo que es.
Así como la respuesta a un problema está en el problema mismo, la
realidad está en lo que es.
Si eso lo podemos comprender, conoceremos la verdad.
Es en extremo difícil darse cuenta de la torpeza,
de la codicia, de la mala voluntad, de la ambición, etc. El hecho
mismo de darse cuenta de lo que uno es,
es la verdad. Es la verdad que liberta, no vuestro esfuerzo por ser
libres. De suerte que la realidad no está lejos; pero nosotros la
situamos lejos porque procuramos utilizarla como medio de
autoprolongación. Está aquí ahora en lo inmediato. Lo eterno, lo
atemporal, es ahora; y el “ahora” no puede ser comprendido por el
hombre que se halla atrapado en la red del tiempo. Libertar al
pensamiento del tiempo, exige acción; pero la mente es perezosa
lerda y por lo tanto crea siempre otros impedimentos. Ello sólo es
posible por la verdadera meditación, la cual significa acción
completa no una acción continua; y la acción integral sólo puede
ser comprendida cuando la mente comprende el- proceso de la
continuidad, que es la memoria, no la memoria “factual” sino la
memoria psicológica. Mientras funciona la memoria, la mente no puede
comprender lo que es. Pero la propia mente, la totalidad del propio
ser, llega a ser en extremo creadora, a estar pasivamente alerta,
cuando uno comprende la significación del terminar, porque en el
terminar hay renovación, mientras en la continuidad está la muerte,
la desintegración.
31. COMPRENSIÓN INSTANTÁNEA
Pregunta:
¿Podemos comprender instantáneamente, sin preparación previa, la
verdad de que usted habla?
KRISHNAMURTI: ¿Qué entendéis por verdad? No usemos una palabra
cuyo sentido no conocemos; podemos, empero, servimos de una palabra
más sencilla, más directa. ¿Podéis entender, podéis comprender
un problema directamente? Eso es lo que implica la pregunta, ¿verdad?
¿Podéis comprender al instante, ahora, lo que es? Porque
comprendiendo lo que es comprenderéis la significación de la
verdad; pero decir que uno debe comprender la verdad tiene muy poco
sentido. ¿Podéis, pues, comprender un problema directamente,
plenamente, y veros libres de él? Eso es lo que la pregunta implica,
¿no es cierto? ¿Podéis comprender al instante una crisis, un reto,
ver todo su significado y quedar libres? Porque lo que comprendéis
no deja huella; la comprensión o la verdad- es por lo tanto lo
libertador. ¿Y podéis libertaros ahora de un problema, de un reto?
La vida ¿no es así?- es una serie de retos y respuestas; y si
vuestra respuesta a un reto es condicionada, limitada, incompleta,
entonces ese reto deja su huella, su residuo, que resulta más
fortalecido por otro nuevo reto. Hay, pues, constante memoria de esos
residuos, acumulaciones, cicatrices; y, con todas esas cicatrices,
intentáis hacer frente a lo nuevo, por lo cual jamás le hacéis
frente. Nunca comprendéis, por consiguiente, nunca os libráis de
ningún reto.
El problema, la cuestión, consiste en saber si yo puedo comprender
un reto completamente, directamente, sentir toda su significación,
su perfume, su profundidad, su belleza y su fealdad, y así librarme
de él. El reto es siempre nuevo, -¿verdad? El problema siempre es
nuevo, ¿no es así? Un problema que teníais ayer, por ejemplo, ha
sufrido tal modificación que, cuando hoy lo enfrentáis, ya es
nuevo. Mas lo enfrentáis con lo viejo, porque lo enfrentáis sin que
os transforméis; lo hacéis simplemente modificando vuestros propios
pensamientos.
Permitidme que lo exprese de un modo diferente. Os encontré ayer. En
el ínterin habéis cambiado. Habéis sufrido una modificación, pero
todavía tengo la imagen de vosotros que tenía ayer. Os encuentro
hoy con mi imagen de vosotros, y por lo tanto no os comprendo; sólo
comprendo la imagen de vosotros que ayer adquirí. Si os quiero
comprender a vosotros que estáis transformados, cambiados, tengo que
librarme de la imagen de ayer, apartarla de mí. Es decir, para
comprender un reto que siempre es nuevo- también debo hacerle
frente de un modo nuevo, no debe haber residuo de ayer; tengo, pues,
que decir adiós al ayer.
¿Qué es la vida, después de todo? Es algo nuevo en cada instante,
¿verdad? Es algo que está siempre sufriendo un cambio, creando un
nuevo sentir. El día de hoy nunca es igual al de ayer, y esa es la
belleza de la vida. ¿Puedo yo, podéis vosotros, hacer frente a
cualquier problema de un modo nuevo? ¿Podéis, cuando vais a vuestro
hogar, encontraros con vuestra esposa y vuestro hijo de un modo
nuevo, hacer frente al reto de un modo nuevo? No lo podréis si
estáis cargados de los recuerdos de ayer. Por lo tanto, para
comprender la verdad acerca de un problema, de una relación, debéis
abordarla de un modo nuevo, no con “mente abierta”, pues eso
carece de sentido. Debéis abordarla sin las cicatrices de los
recuerdos de ayer, lo cual significa que, al surgir cada reto, os
dais cuenta de todas las reacciones de ayer; y captando el residuo,
los recuerdos de ayer, encontraréis que ellos se os desprenden sin
lucha, y por lo tanto vuestra mente está fresca.
¿Puede uno, pues, darse cuenta de la verdad
instantáneamente, sin preparación? Yo digo que sí, y no por alguna
fantasía de mi parte, por alguna ilusión; haced con ello un
experimento psicológico, y lo veréis. Tomad cualquier reto,
cualquier pequeño incidente no esperéis alguna gran crisis- y
ved cómo reaccionáis ante él. Daos cuenta de ello, de vuestras
respuestas, de vuestras intenciones, de vuestras actitudes, y las
comprenderéis, comprenderéis el contenido de vuestra mente. Os
aseguro que podéis hacerlo instantáneamente si dedicáis a ello
toda vuestra atención. Es decir, si buscáis el pleno sentido de
vuestro trasfondo, él rinde su significación; y entonces descubrís
de un solo golpe la verdad, la comprensión del problema. La
comprensión, por cierto, surge del “ahora”, del presente, que
siempre es atemporal. Aunque pueda ser mañana, sigue siendo el
“ahora”; y el no hacer más que diferir, que prepararos para
recibir mañana lo que es,
es impediros a vosotros mismos de comprender lo que es,
ahora. Podéis, por cierto comprender
al instante lo que es
ahora, ¿verdad? Mas para comprender lo que es,
tenéis que estar libres de perturbación, de distracción; tenéis
que dedicar a ello vuestra mente y corazón. Ello tiene que ser
vuestro único interés en ese momento, completamente. Entonces lo
que es, os brinda su plena hondura, su pleno significado, y así os
libráis del problema.
Si queréis conocer la verdad acerca de la propiedad, su
significación psicológica, si en realidad deseáis comprenderla
directamente ahora, ¿cómo enfocáis el problema? Es preciso, por
cierto, que sintáis afinidad con el problema, que no le tengáis
miedo, que no tengáis credo alguno, ninguna respuesta entre vosotros
y el problema. Sólo cuando estéis en relación directa con el
problema, hallaréis la respuesta. Pero si introducís una respuesta,
si juzgáis, si tenéis una aversión psicológica, la aplazaréis y
os prepararéis para comprender mañana lo que sólo puede
comprenderse en el “ahora”. Por lo tanto, jamás comprenderéis.
El percibir la verdad no requiere preparación alguna. La preparación
implica tiempo y el tiempo no es el medio de comprender la verdad. El
tiempo es continuidad, y la verdad es atemporal, “no continuar”.
La comprensión es no continua, es de instante en instante, es sin
residuo.
Temo estar haciendo todo esto muy difícil. ¿No
es así? Es fácil y sencillo comprender, si sólo queréis
experimentar
con ello; pero si os ponéis a soñar, a meditar al respecto, ello se
vuelve muy difícil. Cuando no existe barrera entre vosotros y yo, os
comprendo. Si estoy abierto a vosotros, os comprendo directamente; y
el estar abierto no es cuestión de tiempo. ¿Hará el tiempo que yo
sea abierto? ¿La preparación, el sistema, la disciplina, harán que
me abra a vosotros? No. Lo que hará que me abra a vosotros es mi
intención de comprender. Quiero ser abierto porque nada tengo que
ocultar, porque no tengo miedo; por lo tanto soy receptivo, y hay
comunión inmediata, hay verdad. Para recibir la verdad, para captar
su belleza y su júbilo, tiene que haber instantánea captación, no
anublada por teorías, temores y respuestas.
32. LA SIMPLICIDAD
Pregunta:
¿Qué es simplicidad? ¿Significa ello ver muy claramente lo
esencial y descartar todo lo demás?
KRISHNAMURTI: Veamos lo que no es la simplicidad. No digáis: “Eso
es la negación”; o “Díganos algo positivo. Esa es una reacción
que acusa falta de madurez, de reflexión. La gente que eso dice son
explotadores; porque ellos tienen algo para daros, que vosotros
deseáis y por medio de lo cual os explotan. Nada de eso hacemos
nosotros. Estamos tratando de descubrir la verdad acerca de la
simplicidad. Por lo tanto debéis descartar, dejar las ideas de lado,
y observar. El hombre que posee mucho, teme la revolución, interior
y exteriormente.
Averigüemos lo que la simplicidad no es. Una mente complicada no es
simple, ¿verdad? Una mente sagaz no es sencilla; una mente que tiene
un fin en vista, para el cual trabaja, una recompensa, un castigo, no
es una mente simple. ¿Lo es, acaso? Una mente cargada de
conocimientos no es una mente simple; una mente inhibida por
creencias, no es una mente simple, ¿verdad? Una mente que se ha
identificado con algo más grande, y se esfuerza por mantener esa
identidad, no es una mente simple, ¿no es cierto? Pero nosotros
creemos que es vida sencilla el tener un taparrabo o dos; deseamos la
expresión externa de simplicidad, y eso nos engaña fácilmente. Por
eso es que el hombre muy rico rinde culto al hombre que ha
renunciado.
¿Qué es la simplicidad? ¿Puede la simplicidad ser el abandono de
lo no esencial y la búsqueda de lo esencial lo cual significa
un proceso de opción, de escoger? ¿No significa ello escoger,
preferir optar por lo esencial y descartar lo no esencial? ¿Qué
es el proceso de optar? ¿Qué es la entidad que escoge? Es la mente,
¿verdad? No importa qué nombre le deis. Vosotros decís “escogeré
esto, lo esencial”. ¿Cómo sabéis qué es lo esencial? O tenéis
una pauta de lo que otras personas han dicho, o vuestra propia
experiencia dice que eso es lo esencial. ¿Podéis confiar en vuestra
experiencia? Porque, cuando escogéis, cuando optáis, vuestra opción
se basa en el deseo; lo que llamáis “esencial” es lo que os
brinda satisfacción. Así, pues, habéis vuelto nuevamente al mismo
proceso, ¿no es cierto? ¿Puede una mente confusa escoger, optar? Si
lo hace, la opción habrá también de ser confusa.
La opción entre lo esencial y lo no esencial, por lo tanto, no es
sencillez. Es un conflicto. Una mente en conflicto, en estado de
confusión, nunca puede ser simple. De suerte que cuando descartéis,
cuando veáis todas las cosas falsas y los ardides de la mente,
cuando observéis eso, lo consideréis y lo percibáis, entonces
sabréis qué es la simplicidad. Una mente atada por la creencia no
es jamás una mente simple. Una mente mutilada por el conocimiento,
no es simple. Una mente distraída por la idea de Dios, por las
mujeres, por la música, no es una mente simple. Una mente atrapada
en la rutina de la oficina, de los ritos, de las oraciones, una mente
así no es simple; simplicidad es la acción que no es resultado de
una idea. Pero eso es una cosa muy rara; eso significa creatividad.
Mientras no haya creación, somos centros de maldad, daño, miserias
y destrucción. La simplicidad no es cosa que se puede buscar y
experimentar. La simplicidad llega como se abre una flor, en el
momento justo en que cada cual comprende todo el proceso de la
existencia y de la vida de relación. Es porque no hemos pensado
acerca de ello ni lo hemos observado, que no nos damos cuenta de eso.
Evaluamos de cierta manera todas las formas externas de la
simplicidad, tales como pocas posesiones, pero eso no es simplicidad.
La simplicidad no ha de hallarse. La simplicidad no es cosa a escoger
entre lo esencial y lo no esencial. Ella surge tan sólo cuando no
hay “yo”, cuando la mente no está atrapada en especulaciones, en
conclusiones, en creencias, en ideaciones. Sólo una mente así,
libre, puede hallar la verdad. Sólo una mente así puede recibir
aquello que es inconmensurable, que no puede nombrarse; y eso es la
simplicidad.
33. LA
SUPERFICIALIDAD
Pregunta:
¿Cómo habrá de volverse serio alguien que es superficial?
KRISHNAMURTI: En primer lugar debemos darnos cuenta de que somos
superficiales, ¿no es así? ¿Qué significa el ser superficial?
Significa esencialmente depender de algo o alguien, ¿verdad?
Depender del estímulo, depender del reto, depender de otro, depender
psicológicamente de ciertos valores, de ciertas experiencias, de
ciertos recuerdos. ¿No contribuye todo eso a la superficialidad?
Cuando dependo de la ida a la iglesia todas las mañanas, o todas las
semanas, para levantarme el ánimo o recibir ayuda, ¿eso no me torna
superficial? Si tengo que cumplir ciertos ritos para mantener mi
sentido de integridad o para recobrar algún sentimiento que pude
haber tenido alguna vez, ¿no me torna eso superficial? ¿Y no me
vuelve superficial el que yo me entregue a un país, a un plan, o a
determinada agrupación política? Lo cierto es que todo este proceso
de dependencia es una evasión de mí mismo; esta identificación con
lo más grande es la negación de lo que yo soy. Pero no puedo negar
lo que soy; debo comprender lo que soy y no tratar de identificarme
con el universo, con Dios, con determinado partido político, o con
lo que fuere. Todo esto conduce a pensar sin hondura, y de este
pensamiento superficial surge una actividad que es permanentemente
dañina, sea en escala mundial o en escala individual.
¿Reconocemos, pues, en primer lugar, que hacemos esas cosas? No lo
reconocemos; las justificamos. Decimos “¿qué haré si no hago
esas cosas? Estaré en peor situación; mi mente se desquiciará.
Ahora, por lo menos, estoy luchando por algo mejor”. Y, cuanto más
luchamos, más superficiales somos. Debo ver eso en primer término,
¿verdad? Y esa es una de las cosas más difíciles: ver lo que soy,
reconocer que soy estúpido, que soy frívolo, que soy estrecho, que
soy celoso. Si yo veo lo que soy, si lo reconozco, entonces de ahí
puedo empezar. Lo cierto es que una mente superficial es la que huye
de lo que ella es; y el no escaparse requiere ardua investigación,
no ceder a la inercia. En el momento en que me sé superficial, ya
hay un proceso de profundización, si nada hago respecto de esa
superficialidad. Si la mente dice “soy pequeño, mezquino; voy a
examinar eso, voy a comprender la totalidad de esta mezquindad, de
esta influencia restrictiva”, entonces existe una posibilidad de
transformación. Pero una mente pequeña, mezquina, que reconoce que
lo es y trata de no serlo leyendo, reuniéndose con la gente,
viajando, estando incesantemente activa como un mono, sigue siendo
una mente mezquina.
Observad una vez más que sólo hay verdadera revolución si
enfocamos este problema como es debido. El enfoque verdadero del
problema brinda una confianza extraordinaria que, os lo aseguro,
mueve las montabas, las montañas de los propios prejuicios y
condicionamientos. Dándoos cuenta, pues, de que vuestra mente es
superficial, no intentéis volveros profundos. Una mente superficial
jamás podrá conocer grandes honduras. Puede tener abundancia de
conocimientos, de información, puede repetir palabras; ya conocéis
todas las galas de una mente superficial que es activa. Mas si sabéis
que sois superficiales, poco profundos, si os dais cuenta de la
superficialidad y observáis todas sus actividades sin juzgar, sin
condenar, pronto veréis que esa cosa superficial desaparece por
completo sin que actuéis sobre ella. Pero eso requiere paciencia,
vigilancia, no el ansioso deseo de un resultado, de un logro. Sólo
una mente superficial desea un logro, un resultado.
Cuanto más percibáis todo este proceso, tanto más descubriréis
las actividades de la mente; pero debéis observarlas sin tratar de
darles término, porque no bien perseguís un fin, os veis de nuevo
atrapados en la dualidad del “yo” y del “no yo”; con lo cual
continúa el problema.
34. LA TRIVIALIDAD
Pregunta:
¿Con qué debiera ocuparse la mente?
KRISHNAMURTI:
He aquí un muy buen ejemplo de cómo se hace surgir el conflicto: el
conflicto entre lo que debiera ser
y lo que es.
Primero establecemos lo que debiera ser,
el ideal y luego tratamos de vivir de acuerdo con ese ideal. Decimos
que la mente debiera ocuparse con cosas nobles, con la abnegación,
con la generosidad, con la bondad, con el amor. Eso es el ideal, la
creencia, lo que “debiera ser”; lo que “tiene que ser”, y
tratamos de vivir en conformidad con eso. Se pone, pues, en
movimiento un conflicto entre la proyección de lo que debiera
ser y la realidad, lo que es;
y a través de ese conflicto esperamos transformarnos. Mientras
estemos en lucha con el “debiera ser”, nos sentimos virtuosos,
nos sentimos buenos. ¿Pero qué es lo importante, el “debiera ser”
o lo que es?
¿Con qué se ocupa nuestra mente en realidad, no de un modo
ideológico? Con trivialidades, ¿no es así? Con nuestra apariencia
personal, con la ambición, la codicia, la envidia, la murmuración,
la crueldad. La mente vive en un mundo de trivialidades; y una mente
trivial que crea un noble modelo sigue siendo trivial, ¿verdad? No
se trata, pues, de saber con qué la mente debiera ocuparse, sino
esto: ¿puede la mente libertarse de las trivialidades? Por poco que
nos demos cuenta, por poco que nos exploremos, conocemos nuestras
propias trivialidades: charla incesante, eterna locuacidad de la
mente, preocupación, ansiedad por esto o por aquello, curiosidad
acerca de lo que la gente hace o no hace, intento de lograr un
resultado, busca a tientas del propio engrandecimiento, y así
sucesivamente. Con eso nos ocupamos, y lo sabemos muy bien. ¿Y eso
puede ser transformado? Ese es el problema, ¿verdad? Preguntar con
qué la mente debiera ocuparse, no es otra cosa que falta de madurez.
Ahora bien, dándome cuenta de que mi mente es
trivial y que se ocupa con trivialidades, ¿puede ella libertarse de
esta condición? ¿Acaso la mente no es trivial por su propia
naturaleza? ¿Qué es la mente, sino el resultado de la memoria?
¿Memoria de qué? De cómo sobrevivir, no sólo física sino
psicológicamente mediante el desarrollo de ciertas cualidades y
virtudes, el acopio de experiencias, de reafirmación de sí misma en
sus propias actividades. ¿No es trivial eso? Siendo el resultado de
la memoria, del tiempo, la mente en sí es trivial; ¿y qué puede
hacer para libertarse de su propia trivialidad? ¿Puede hacer algo?
Ved, por favor, la importancia de esto. ¿Puede la mente, que es
actividad egocéntrica, libertarse de esa actividad? Es obvio que no
lo puede; cualquier cosa que haga, sigue siendo trivial. Puede
especular acerca de Dios, puede idear sistemas políticos, puede
inventar creencias; pero sigue estando en el ámbito del tiempo, su
cambio sigue siendo de recuerdo en recuerdo, continúa atada por su
propia limitación. ¿Y puede la mente terminar con esa limitación?
¿O esa limitación desaparece cuando la mente está serena, cuando
no está activa, cuando reconoce sus propias trivialidades, por
grandes que las haya imaginado? Cuando la mente, habiendo visto sus
trivialidades, se da plena cuenta de ellas y por lo tanto se aquieta
realmente, sólo entonces existe una posibilidad de que esas
trivialidades desaparezcan. Pero mientras preguntéis con qué la
mente debiera ocuparse, ella estará ocupada con trivialidades, sea
que construya una iglesia, que se dedique a la oración o visite un
santuario. La mente en sí es mezquina, pequeña, y con sólo decir
que es mezquina no habéis disuelto su mezquindad, su pequeñez.
Tenéis que comprenderla, la mente tiene que reconocer sus propias
actividades; y en el proceso de ese reconocimiento, en la alerta
percepción de las trivialidades que consciente o inconscientemente
ella ha cimentado, la mente se aquieta. En esa quietud hay un estado
creador, y éste
es el factor que trae una transformación.
35. LA SERENIDAD DE LA MENTE
Pregunta:
¿Por qué habla usted de la serenidad de la mente, y qué es esa
serenidad?
KRISHNAMURTI: ¿No es necesario, si queremos comprender algo, que la
mente esté serena? Si tenemos un problema, él nos preocupa, ¿no es
así? Lo ahondamos, lo analizamos, lo desmenuzamos, en la esperanza
de comprenderlo. ¿Pero es posible comprender por medio del esfuerzo,
del análisis, de la comparación, por medio de la lucha mental en
cualquiera de sus formas? La comprensión, por cierto, sólo llega
cuando la mente está muy quieta. Decimos que, cuanto más luchemos
con el problema del hambre, de la guerra, o con cualquier otro
problema humano, cuanto más entremos en conflicto con él, más lo
comprenderemos. ¿Pero es eso verdad? Las guerras, el conflicto entre
individuos y sociedades, han continuado a través de los siglos. La
guerra interna o externa está siempre presente. ¿Hallamos solución
a esa guerra, a ese conflicto, con más conflicto, con más lucha,
con un sagaz esfuerzo? ¿O entendemos el problema tan sólo cuando
nos hallamos directamente frente a él, cuando nos encaramos con el
hecho? Y sólo podemos encararnos con el hecho cuando no se interpone
agitación alguna entre la mente y el hecho. ¿No es, pues,
importante, si es que hemos de comprender, que la mente esté quieta?
Pero invariablemente preguntaréis: “¿Cómo
será posible aquietar la mente?” Esa es la reacción inmediata,
¿verdad? Decís: “Mi mente está agitada, ¿y cómo puedo
mantenerla en calma?” Ahora bien, ¿puede algún sistema aquietar
la mente? ¿Puede una fórmula, una disciplina, hacer que la mente
esté serena? Si, lo puede; pero cuando la mente es aquietada,
¿es eso quietud, serenidad? ¿O la mente sólo se halla encerrada
dentro de una idea, dentro de una fórmula, dentro de una frase? Y en
tal caso la mente está muerta, ¿verdad? Es por eso que casi todas
las personas que tratan de ser “espirituales” (o eso que así se
denomina), están muertas, ya que ellas han adiestrado la mente para
que esté quieta, y se han encerrado en una fórmula para estar
serenas. Es evidente que una mente tal nunca está quieta; sólo está
reprimida, mantenida en sujeción.
Ahora bien: la mente está quieta cuando ve la
verdad de que la comprensión sólo llega cuando ella está quieta;
que si yo quiero comprenderos, tengo que estar sereno, no puedo tener
reacciones contra vosotros, no debo alimentar prejuicios, debo hacer
a un lado todas mis conclusiones, mis experiencias, y enfrentaros
cara a cara. Sólo entonces, cuando mi mente está libre de
“condicionamiento”, yo comprendo. Cuando capto esa verdad, la
mente está quieta; y entonces no se plantea el problema de cómo
aquietar
la mente. Sólo la verdad puede libertar la mente de su propia
ideación; y para ver la verdad, la mente debe comprender el hecho de
que no puede tener comprensión mientras esté agitada. La quietud de
la mente, la tranquilidad de la mente, no es cosa que haya de
producirse por el poder de la voluntad, por ninguna acción del
deseo. Si ello ocurre, entonces esa mente está encerrada, aislada,
es una mente muerta; y por lo tanto resulta incapaz de adaptabilidad,
de flexibilidad, de vivacidad. Una mente así no es creadora.
Nuestro problema, entonces, no consiste en cómo serenar la mente
sino en ver la verdad acerca de cada problema a medida que él se nos
presenta. Es como el lago, que se calma cuando el viento cesa.
Nuestra mente está agitada porque tenemos problemas; y para evitar
los problemas, serenamos la mente. Pero es la mente la que ha
proyectado esos problemas, y no hay problemas fuera de la mente; y
mientras la mente proyecte alguna concepción de la sensibilidad,
practique cualquier forma de serenidad, jamás podrá estar serena.
Cuando la mente, empero, comprende que sólo estando serena existe la
comprensión, entonces ella tórnase muy quieta. Esa quietud no es
impuesta ni es resultado de la disciplina; es una quietud que una
mente agitada no puede comprender.
Muchos de los que buscan la quietud de la mente abandonan la vida
activa y se retiran a alguna aldea, a un monasterio, a las montañas.
O bien se engolfan en ideas, se encierran en creencias, o evitan a
las personas que les causan perturbación. Pero ese aislamiento no es
serenidad de la mente. El encierro de la mente en una idea, o el
evitar las personas que complican la villa, no trae serenidad a la
mente. La serenidad de la mente llega tan sólo cuando no hay proceso
de aislamiento por medio de la acumulación, y sí completa
comprensión de todo el proceso de la vida de relación. La
acumulación envejece la mente; y sólo cuando la mente es nueva,
cuando la mente es fresca, sin proceso de acumulación, existe una
posibilidad de que haya quietud mental. Una mente así no está
muerta; está sumamente activa. La mente serena es la mente más
activa; y si queréis experimentar, ahondar en ello, veréis que en
esa serenidad no hay proyección de pensamiento. El pensamiento, en
todos los niveles, es evidentemente la reacción de la memoria; y el
pensamiento jamás puede hallarse en estado de creación. Podrá
expresar la facultad creadora, pero en sí el pensamiento jamás
puede ser creador. Mas cuando hay silencio esa tranquilidad de
la mente que no es un resultado-, veremos que en esa quietud hay
extraordinaria actividad, una acción extraordinaria que la mente
agitada por el pensamiento jamás podrá conocer. En esa serenidad no
hay formulación, no hay idea, no hay recuerdo; y esa serenidad es un
estado de creación que sólo puede ser vivido cuando hay completa
comprensión de todo el proceso del “yo”. No siendo así, la
serenidad carece de sentido. Sólo en esa serenidad, que no es un
resultado, descúbrese lo eterno, aquello que está más allá del
tiempo.
36. EL SENTIDO DE LA VIDA
Pregunta:
Vivimos, pero no sabemos por qué. Para muchísimos de nosotros, la
vida parece no tener sentido alguno. ¿Puede usted decirnos cuál es
el sentido y el objeto de nuestro vivir?
KRISHNAMURTI: Bueno, ¿por qué hacéis esa pregunta? ¿Por qué me
pedís que os diga cuál es el sentido de la vida, el objeto de la
vida? ¿Qué entendemos por vida? ¿Tiene la vida un sentido, un
objeto? ¿Acaso el vivir no es en sí su propio objeto, su propio
sentido? ¿Por qué queremos más? Como estamos tan descontentos de
nuestra vida, como ella es tan vacía, tan inarmónica, tan monótona
hacer la misma cosa una y otra vez-, deseamos algo más, algo
que esté más allá de lo que hacemos. Puesto que nuestra vida
diaria es tan hueca, tan insípida, tan sin sentido, tan aburrida,
tan intolerablemente estúpida, decimos que la vida debe tener un
sentido más amplio; y es por eso que formulais esa pregunta. No hay
duda de que un hombre cuya vida es muy rica, un hombre que ve las
cosas como son y está contento con lo que tiene, no está confuso;
él tiene claridad, y por tanto, no pregunta cuál es el objeto de la
vida. Para él, el hecho mismo de vivir es el comienzo y el fin.
Nuestra dificultad, pues, es que siendo vacía nuestra vida, deseamos
hallarle un objeto y luchar por él. Tal objeto de la vida puede ser
tan sólo idea, sin realidad alguna; y cuando el objeto de la vida es
buscado por una mente estúpida, torpe, por un corazón vacío, ese
objeto será también vacío. Nuestro problema, por lo tanto, es como
hacer nuestra vida rica, no de dinero y todo lo demás, sino
interiormente rica, lo cual no es cosa secreta. Cuando decís que el
objeto de la vida es ser feliz, es encontrar a Dios, ese deseo de
encontrar a Dios es por cierto una evasión de la vida, y vuestro
Dios es simplemente una cosa conocida. Sólo podéis abriros camino
hacia un objeto que conocéis; y si construís una escalera hacia eso
que llamáis Dios, eso por cierto no es Dios. La realidad sólo puede
comprenderse en el vivir, no en la evasión. Cuando le buscáis un
objeto a la vida, en realidad os escapáis y no comprendéis qué es
la vida. La vida es relación, acción en la relación; y cuando no
comprendo mis relaciones, o cuando la relación es confusa, busco un
sentido más completo. ¿Por qué es tan vacía nuestra vida? ¿Por
qué somos tan solitarios, tan frustrados? Porque jamás hemos mirado
dentro de nosotros mismos y no nos hemos comprendido a nosotros
mismos. Nunca admitimos que esta vida es todo lo que conocemos, y que
por lo tanto debiera ser comprendida plena y completamente.
Preferimos huir de nosotros mismos, y es por eso que buscamos el
objeto de la vida lejos de la vida de relación. Mas si empezamos a
comprender la acción que es nuestra relación con la gente,
con la propiedad, con las creencias e ideas-, entonces hallaremos que
la relación trae por sí su propia recompensa. No tenéis que
buscar. Es como buscar el amor. ¿Podéis encontrar el amor
buscándolo? El amor no puede ser cultivado. Sólo encontraréis el
amor en la vida de relación, no fuera de ella; y es porque no
tenemos amor que deseamos que la vida tenga un objeto. Cuando hay
amor que es su propia eternidad-, entonces no hay busca de
Dios, porque el amor es Dios.
Es porque nuestra menté está llena de tecnicismos y supersticiosas
musitaciones, que nuestra vida es tan vacía; y es por eso que
buscamos un objeto más allá de nosotros mismos. Para encontrar el
objeto de la vida, debemos pasar por la puerta de nosotros mismos;
pero consciente o inconscientemente evitamos enfrentar las cosas como
son en sí mismas, y de ese modo deseamos que Dios nos abra una
puerta que esta más allá. Esta pregunta sobre el objeto de la vida,
la formula tan sólo aquel que no ama; y el amor sólo puede hallarse
en la acción, que es relación.
37. LA CONFUSIÓN DE LA MENTE
Pregunta: He
escuchado todas las pláticas de usted y he leído todos sus libros.
Con toda seriedad le pregunto: ¿Cuál puede ser el objeto de mi vida
si como usted dice, todo pensamiento ha de cesar, todo conocimiento
ha de ser suprimido, y todo recuerdo ha de perderse? ¿Cómo
relaciona usted ese estado de ser
sea lo que él fuere según usted- con el mundo en que vivimos?
¿Qué relación tiene ese ser con nuestra triste y dolorosa
existencia?
KRISHNAMURTI: Queremos saber qué es ese estado que sólo puede
surgir cuando todo conocimiento, cuando el reconocedor, no existe;
queremos saber qué relación tiene ese estado con nuestro mundo de
diarias actividades, diarios empeños. Sabemos qué es ahora nuestra
vida: triste, penosa, constantemente temerosa, nada permanente. Eso
lo sabemos muy bien. Y queremos saber qué relación hay entre este
estado y aquél; y, si dejamos de lado el conocimiento, si nos
liberamos de nuestros recuerdos y demás, cuál es el objeto de la
existencia.
¿Qué objeto tiene la existencia tal como ahora la conocemos, no en
teoría sino realmente? ¿Cuál es el propósito de nuestra
existencia diaria? Nada más que el sobrevivir ¿no es así?-,
con todas sus miserias, con todos sus pesares y confusión, sus
guerras, destrucciones, y demás. Podemos inventar teorías, podemos
decir: “Esto no debiera ser, sino alguna otra cosa”. Pero todas
esas son teorías, no son hechos. Lo que conocemos es la confusión,
el dolor, el sufrimiento, los antagonismos interminables. Y también,
por poco que nos demos cuenta, sabemos cómo ocurre todo eso. Porque
el objeto de la vida día tras días, de instante en instante, es
destruirnos unos a otros, explotarnos unos a otros, ya sea como
individuos o como seres humanos colectivos. En nuestra soledad, en
nuestra miseria, tratamos de utilizar a otros, intentamos huir de
nosotros mismos, por medio de la diversión, de dioses, del
conocimiento, de toda forma de creencia, de la identificación. Tal
es nuestro objeto, consciente o inconsciente, tal como ahora vivimos.
¿Y existe un propósito mas profundo, más amplio y trascendente, un
fin que no sea de confusión, de adquisición? ¿Y ese estado
espontáneo tiene alguna relación con nuestra vida diaria?
Eso, por cierto, no tiene absolutamente ninguna relación con nuestra
vida. ¿Cómo puede tenerla? Si mi mente es confusa, angustiada,
solitaria, ¿como puede ella estar en relación con algo que no
pertenezca a la misma? ¿Cómo puede la verdad estar en relación con
la falsedad, con la ilusión? Pero eso no lo queremos admitir. Porque
nuestra esperanza, nuestra confusión, nos hace creer en algo más
grande, más noble, que, según decimos, tiene relación con
nosotros. En nuestra desesperación buscamos la verdad, esperando que
en el descubrimiento de la misma nuestra desesperación habrá de
desaparecer.
Podemos ver, pues, que una mente confusa, una mente transida de
dolor, una mente que capta su propio vacío, su soledad, jamás podrá
encontrar aquello que está más allá de sí misma. Aquello que está
más allá de la mente sólo puede surgir cuando las causas de
confusión, de desdicha, han sido disipadas o comprendidas. Todo lo
que he estado diciendo, de lo que he estado hablando, es cómo
comprendernos a nosotros mismos. Porque, sin conocimiento propio, lo
otro no adviene, lo otro es sólo una ilusión. Mas si comprendemos
el proceso total de nosotros mismos, de instante en instante,
entonces veremos que, al despejarse nuestra propia confusión, lo
otro adviene. Entonces vivenciando aquello tendrá una relación con
esto. Pero esto jamás tendrá relación con aquello. Estando de este
lado de la cortina, estando en la oscuridad, ¿cómo puede uno tener
la vivencia de la luz, de la libertad? Mas una vez que haya vivencia
de la verdad, entonces podréis vosotros relacionarla con este mundo
en que vivís.
Si jamás hemos conocido lo que es el amor, sino tan sólo constantes
reyertas, desdichas, angustias, conflictos, ¿cómo podemos vivenciar
ese amor que nada tiene que ver con todo esto? Pero una vez que
tengamos la vivencia de eso, entonces no necesitamos molestarnos en
hallar la relación. Entonces el amor, la inteligencia, funcionan.
Mas para vivenciar ese estado, todo conocimiento, recuerdos
acumulados, actividades identificadas con uno mismo, tienen que cesar
para que la mente sea incapaz de proyectar sensación alguna.
Entonces, vivenciando eso, habrá acción en este mundo.
Ese es por cierto el objeto de la existencia: ir más allá de la
actividad egocéntrica de la mente. Y, habiendo vivenciado ese estado
que la mente no puede medir-, entonces la vivencia misma de eso
trae consigo una revolución íntima. Entonces, habiendo amor, no hay
problema social; no hay problema de ninguna especie cuando hay amor.
Es porque no sabemos amar que tenemos problemas sociales, y sistemas
de filosofía sobre el modo de habérnoslas con nuestros problemas. Y
yo digo que estos problemas jamás podrán resolverse por sistema
alguno, ya sea de la izquierda, de la derecha o del centro. Ellos
podrán ser resueltos nuestra confusión, nuestras miserias,
nuestra autodestrucción- tan sólo cuando podamos vivenciar aquel
estado que no es autoproyectado.
38. LA TRANSFORMACIÓN
Pregunta:
¿Qué entiende usted por transformación?
KRISHNAMURTI: Es evidente que tiene que haber una revolución
radical. La crisis mundial la exige. Nuestras vidas la exigen.
Nuestros incidentes, empeños y ansiedades de todos los días la
exigen. Nuestros problemas la exigen. Tiene que haber una revolución
radical, fundamentad porque todo en torno nuestro se ha derrumbado.
Aunque en apariencia haya orden, en realidad hay lenta descomposición
y destrucción: la ola de destrucción está constantemente
alcanzando a la ola de vida.
Tiene, pues, que haber una revolución; pero no una revolución
basada en una idea. Semejante revolución es tan sólo la
continuación de la idea, no una transformación. Y una revolución
basada en una idea trae derramamiento de sangre, destrucción, esos.
Del caos no se puede establecer el orden; no es posible que
produzcáis deliberadamente el caos con la esperanza de que el orden
surja de ese caos. No sois los elegidos de Dios para implantar un
orden nacido de la confusión. Esa es la manera errónea de pensar de
los que desean producir creciente confusión para luego establecer el
orden. Por estar momentáneamente en posesión del poder, se figuran
que conocen todos los medios de crear orden. Observando toda la
catástrofe la repetición constante de las guerras, los
incesantes conflictos entre las clases sociales y entre los pueblos,
la tremenda desigualdad económica y social, la diferencia de
capacidades y dones naturales, el abismo entre los que disfrutan de
extraordinaria dicha y tranquilidad, y los que viven prisioneros del
odio, del conflicto y de la miseria-, observando todo eso, se ve que
es necesaria una transformación completa, ¿no es cierto?
Esta transformación, esta revolución radical ¿es
una finalidad o es de momento a momento? Bien sé que nos agradaría
que fuese la finalidad a alcanzar, ya que es tanto más fácil pensar
en términos de lejanía, de futuro. Al final nos habremos
transformado, al final seremos felices, al final hallaremos la
verdad; pero, mientras tanto, continuemos como hasta ahora. Una mente
que así piensa en términos de futuro, es incapaz de actuar en el
presente; y por lo tanto una mente así no busca la transformación,
simplemente la rehuye. ¿Qué entendemos por transformación?
La transformación no es en el futuro; jamás
puede serlo. Sólo puede ser ahora,
de momento en momento. ¿Qué entendemos, pues, por transformación?
Es, sin duda, algo muy sencillo: ver lo falso como falso y lo
verdadero como verdadero. Ver también la verdad en lo falso, y ver
lo falso en aquello que ha sido aceptado como la verdad; ver lo falso
como falso y lo verdadero como verdadero es transformación. Porque
cuando veis muy claramente que algo es la verdad, esa verdad es
libertadora. Cuando veis que algo es falso, esa cosa falsa se
desprende. Cuando veis que las ceremonias son simples y vanas
repeticiones; cuando veis la verdad acerca de ellas y no las
justificáis, prodúcese la transformación, porque otra atadura ha
desaparecido. Cuando veis que la división de la sociedad en clases
es falsa, que ella engendra conflictos, miseria y desunión entre las
personas; cuando veis la verdad al respecto, esa verdad resulta
libertadora. La percepción misma de esa verdad es transformación. Y
como estamos rodeados de tantas cosas falsas, el percibir de instante
en instante esa falsedad, es transformación. La verdad no se
acumula; ella es de momento en momento. Lo que se acumula, lo
acumulado es la memoria; y mediante la memoria jamás podréis hallar
la verdad. La memoria, en efecto, pertenece al tiempo; el tiempo es
el pasado, el presente y el futuro. El tiempo, que es continuidad,
jamás puede descubrir aquello que es eterno. La eternidad no es
continuidad. Lo que perdura no es eterno. La eternidad está en el
instante. La eternidad está en el “ahora”. El “ahora” no es
reflejo del pasado, ni continuación del pasado hacia el futuro a
través del presente.
Una mente que está deseosa de una transformación futura, o que
encara la transformación como objetivo final jamás podrá hallar la
verdad. La verdad, en efecto, es algo que tiene que surgir de momento
a momento, que debe ser descubierto cada vez de nuevo; y, por cierto,
no puede haber descubrimiento alguno por medio de la acumulación.
¿Cómo podréis descubrir lo nuevo si estáis agobiados por lo
viejo? Es tan sólo cuando desaparece esa carga que descubres lo
nuevo. Para descubrir lo nuevo, lo eterno, en el presente y de
momento a momento, se requiere una mente extraordinariamente alerta,
una mente que no busque resultados, una mente que no trate de llegar
a ser algo. Una mente que se esfuerce por llegar a ser algo no puede
nunca conocer la plena beatitud del contentamiento; no del contento
de la fácil satisfacción, ni del contento que trae el logro de un
resultado, sino del contento que se produce cuando la mente ve la
verdad en lo que es y lo falso en lo que es. La percepción de esa
verdad es de instante en instante, y esa percepción se detiene al
hablar de ese instante.
La transformación no es una finalidad, un
resultado. La transformación no es un resultado. El resultado
implica residuo, una causa y un efecto. Donde hay causalidad, tiene
forzosamente que haber efecto; el efecto es simplemente el resultado
de vuestro deseo de transformación. Cuando deseáis veros
transformados, seguís pensando en términos de devenir; y aquello
que es devenir no puede nunca conocer aquello que es ser.
La verdad es ser
de momento en momento; y la felicidad que continúa no es felicidad.
La dicha es el estado atemporal del ser. Ese estado atemporal puede
producirse tan sólo cuando hay tremendo descontento; no el
descontento que ha hallado una vía de escape, sino el descontento
que no tiene salida ni escapatoria y que ya no busca realización.
Sólo entonces, en ese estado de supremo descontento, puede surgir la
realidad. Esa realidad no se compra, ni se vende, ni se repite; no
puede ser captada en libros. Tiene que ser captada de momento a
momento, en la sonrisa, en la lágrima, bajo la hoja muerta, en los
pensamientos errabundos, en la plenitud del amor. El amor no es
diferente de la verdad. El amor es ese estado en el cual el proceso
del pensamiento en función del tiempo ha cesado completamente. Y
donde hay amor hay transformación. Sin amor, la revolución carece
de sentido pues en tal caso ella es mera destrucción, decadencia,
una miseria, desgracia creciente y cada vez mayor. Donde hay amor hay
revolución, porque el amor es transformación de instante en
instante.
ÍNDICE
Prefacio
por Aldous Huxley 7
I. Introducción 19
II. ¿Qué es lo buscamos? ..........29
III. El individuo y la sociedad ....36
IV. El conocimiento de uno mismo 44
V. La acción y la idea 53
VI. Las creencias .....60
VII. El esfuerzo ........70
VIII. La contradicción ..76
IX. ¿Qué es el “yo”? ..82
X. El miedo .........90
XI. La sencillez .......95
XII. La comprensión ...101
XIII. El deseo 107
XIV. Relación y aislamiento ...113
XV. El pensador y el pensamiento .............117
XVI. ¿Puede el pensamiento resolver nuestros problemas? 120
XVII. La función de la mente 125
XVIII. El autoengaño .........131
XIX. Actividad egocéntrica 137
XX. El tiempo y la transformación 143
XXI. El poder y la comprensión ....149
Preguntas y Respuestas
1. La crisis actual 157
2. El nacionalismo 160
3. ¿Se necesitan instructores espirituales? 162
4. El conocimiento 166
5. La disciplina ...169
6. La soledad ................................177
7. El sufrimiento ............................180
8. La comprensión ......................183
9. La vida de relación .......................189
10. La guerra ................................193
11. El temor .................................197
12. El tedio y el interés .......................201
13. El odio ..............204
14. La murmuración ....207
15. La crítica ...........211
16. La creencia en Dios 215
17. La memoria ..........219
18.
Rendirse a “lo que es” 224
19. Oración y meditación ..........226
20. La mente consciente e inconsciente ...232
21. El problema sexual .237
22. El amor .......242
23. La muerte .....246
24. El tiempo .....249
25. Acción sin idea ............................254
26. Lo viejo y lo nuevo . 256
27. El nombrar ...260
28. Lo conocido y lo desconocido ..265
29. La verdad y la mentira .........269
30. Dios ......................................274
31. Comprensión instantánea ...................278
32. La simplicidad ..................281
33. La superficialidad . ..................283
34. La trivialidad .......................285
35. La serenidad de la mente..................287
36. El sentido de la vida ..................290
37. La confusión de la mente..................292
38. La transformación..................295
...¿Qué es precisamente lo que nos ofrece Krishnamurti? ¿Qué es
lo que podemos aceptar, si nos parece bien, pero con toda
probabilidad preferiremos rechazar? No se trata, como hemos visto, de
un sistema de creencias, de un catálogo de dogmas, ni de un
repertorio de ideas o ideales. No se trata de ningún caudillaje, ni
mediación, ni dirección espiritual, ni siquiera se trata de un
ejemplo; ni de un ritual, ni de una iglesia, ni de un código, ni de
una elevación o alguna forma de parloteo estimulador... El proceso
liberador ha de comenzar con la comprensión sin opción de lo que
queréis, y de vuestras reacciones ante cualquier sistema de símbolos
que os diga que debéis o no debéis querer eso. Mediante esta
comprensión sin opción, a medida que penetra en los estratos
profundos del ‘ego’ y del subconsciente con él asociado,
surgirán el amor y la mutua comprensión; pero éstos serán de
naturaleza muy distinta al amor y la mutua comprensión que nosotros
conocemos. Esta comprensión sin opción en todo instante y en
todas las circunstancias de la vida- es la única meditación eficaz.
La autocomprensión sin opción nos lleva a la Realidad creadora, que
está debajo de todas nuestras ilusiones destructivas, nos lleva a la
serena sabiduría que siempre está allí a pesar de la ignorancia, a
pesar del conocimiento, que es meramente otra forma de la ignorancia.
El conocimiento es cuestión de símbolos, y es, con demasiada
frecuencia, un estorbo a la sabiduría, al descubrimiento de uno
mismo de instante en instante. La mente que ha llegado a la quietud
de la sabiduría “comprenderá el ser, comprenderá lo que es amar.
El amor no es personal ni impersonal. El amor es amor y la mente no
puede definirlo ni describirlo como algo exclusivo ni inclusivo. El
amor es su propia eternidad; es lo real, lo supremo, lo
inconmensurable”.
Aldous Huxley
1
Ceremonias religiosas de los
hindúes. (N. del T.)