LA CRISIS
DEL
HOMBRE
Conferencias de
J.
KRISHNAMURTI
Pronunciadas en la India
Í N D I C E
PREAMBULO
11
I. 1ª CONFERENCIA Y
DISCUSIÓN EN BENARES 13
II. 2ª CONFERENCIA Y
DISCUSIÓN EN BENARES 29
III. 3ª CONFERENCIA Y
DISCUSIÓN EN BENARES 43
- 1ª CONFERENCIA EN MADRÁS .......................... 57
He
venido aquí a aprender y a que se me instruya. ¿Podéis enseñarme?
.............63
- 2ª CONFERENCIA EN MADRÁS .......................... 68
Gandhiji recurrió al ayuno como medio para cambiar el
corazón de otros. Su ejemplo lo están siguiendo algunos líderes en
la India, que consideran el ayuno como medio de purificarse y de
purificar a la sociedad que los rodea. ¿Puede ser purificador el
sufrimiento autoinvitado? Y, ¿existe la purificación vicaria?
.....73
VI. 3ª CONFERENCIA EN
MADRÁS 78
En mí hay hondo descontento, y estoy en busca de algo
que alivie este descontento. Maestros como Shankara y Ramanuja han
recomendado rendirse a Dios. También recomendaron el cultivo de la
virtud y el seguir el ejemplo de nuestros maestros. Parece que vos
consideráis esto como fútil. ¿Queréis hacer el favor de explicar?
85
VII. 4ª CONFERENCIA EN
MADRÁS 90
Decís que el camino de la tradición crea
invariablemente mediocridad. Pero ¿no se sentirá uno perdido sin
tradición? 96
Hay varios sistemas de meditación para realizar la
propia divinidad, pero no parece que creáis en ninguno de ellos.
¿Qué pensáis que es la meditación? 97
VIII. 5ª CONFERENCIA EN
MADRÁS ..........................100
En la India se nos ha dicho durante siglos que debernos
ser espirituales, y nuestra vida diaria es una serie interminable de
ritos y ceremonias. ¿Es esto espiritualidad? Si no lo es, entonces
¿en qué consiste el ser espiritual? ...107
He asistido a las recientes discusiones matinales.
¿Queréis que no pensemos en nada? Y, si tenemos que pensar, ¿cómo
vamos a hacerlo? 108
IX. 1ª CONFERENCIA EN
MADANAPALLA ............ 110
¿Puede haber paz en el mundo sin un gobierno mundial
que la establezca y mantenga? ¿Y cómo puede producirse eso? 114
Sois un indo y un ‘Andhra’, nacido aquí, en
Madanapalla. Estamos orgullosos de vos y de vuestra buena obra en el
mundo. ¿Por qué no pasáis más tiempo en vuestro país natal, en
vez de vivir en América? Se os necesita aquí ..............116
Tengo un hijo que me es muy querido, y veo que se le
está cometiendo a muchas malas influencias, tanto en casa como en la
escuela. ¿Qué tendría qué hacer? 116
X. 2ª CONFERENCIA EN
MADANAPALLA 119
Sin creer en un Planificador de este universo, pienso
que la vida carece de sentido. ¿Qué hay de malo en esta creencia?
123
En este mundo, la bondad no es provechosa. ¿Como
podemos crear una sociedad que estimule la bondad? ¿Aceptáis el
punto de vista de que el comunismo es la mayor amenaza para el
progreso humano? En caso contrario, ¿qué pensáis acerca de esto?
126
XI. 3ª CONFERENCIA EN
MADANAPALLA 130
¿No admitís que la guía es necesaria? Si, como decís,
no debe haber tradición ni autoridad alguna, entonces cada uno
tendrá que empezar a establecer una nueva base para sí. Del mismo
modo que el cuerpo físico ha tenido un principio, ¿no hay también
un comienzo para nuestro cuerpo espiritual y mental, y no deben ellos
desarrollarse desde cada etapa a la próxima superior? Lo mismo que
se aviva nuestro pensamiento escuchándoos, ¿no necesita reavivarse
entrando en contacto con las grandes mentes del pasado? . . 135
En todas las religiones se propugna la oración como
cosa necesaria. ¿Qué decís sobre la oración? 137
El pensamiento de la muerte sólo es soportable para mí
si puedo creer en una vida futura; pero vos decís que la creencia es
un obstáculo para la comprensión. Os ruego me ayudéis a ver la
verdad de esto 139
XII. 1ª CONFERENCIA EN
BOMBAY . 141
Después de haberos escuchado ávidamente durante tantos
años, nos encontramos exactamente donde estábamos. ¿Es esto todo
lo que podemos esperar? 147
En todas direcciones, tanto interior como exteriormente,
vemos incitación a la violencia. Se han desenfrenado el odio, la
mala voluntad, la bajeza y la agresión, no sólo en la India, sino
en todos los rincones del mundo, y en la psiquis misma del hombre.
¿Cuál es vuestra respuesta a esta crisis? .....................148
Admitiendo que la religión es de la más alta
importancia en la vida, ¿no deberá interesarse la persona
verdaderamente religiosa en las dificultades de su prójimo? 150
XIII. 2ª CONFERENCIA EN
BOMBAY ..........153
Los días se suceden en este vano tránsito de la
existencia. ¿Qué significa todo ello? ¿Tiene la vida algún
significado? .......157
¿Hay algún medio de crear buena voluntad? ¿Podéis
decirnos cómo vivir juntos en paz, en vez de en este cruel
antagonismo que existe entre nosotros? ...159
Decís que, hagamos lo que hiciéramos, nunca podrá
surgir el estado de realidad a través de nuestros propios esfuerzas,
y que aun el desearlo es un obstáculo. Entonces, ¿qué podemos
hacer que no cree un obstáculo? 162
XIV. 3ª CONFERENCIA EN
BOMBAY ...........164
Cuando os escucho, ello parece crear e intensificar mi
perplejidad. Hace ocho días yo estaba sin un problema, y ahora estoy
sumido en la confusión. ¿Cuál es el motivo de esto?
.........................171
¿Cómo puedo ser activo políticamente sin ser
contaminado por esa acción? ...........................173
Escuchamos todo lo que decís hasta la saciedad. ¿Es
posible que os escuchemos tanto? ¿No nos embotaremos por el exceso
de estímulo? ..........................174
¿Es Dios una realidad para vos? En tal caso, habladnos
sobre Dios . ................................175
XV. 4ª CONFERENCIA EN
BOMBAY ...................177
Una de las ideas dominantes en el hinduismo es la de que
este mundo es una ilusión. ¿No creéis que esta idea, al través de
los siglos, ha sido un factor que ha contribuido poderosamente a la
actual miseria? .....182
¿Puede haber una síntesis de Oriente y Occidente, y no
es ese el único medio de salvar el abismo entre ellos? 185
Según vos, lo conocido nunca puede descubrir a lo
desconocido ¿Cómo puede uno, entonces, reconocer lo desconocido?
¿Es tan enteramente diferente? 187
XVI. 5ª CONFERENCIA EN
BOMBAY 190
¿Qué decís sobre los Tapas y el Sandhana de que
hablan los libros hindúes, para provocar la cesación del
pensamiento? 195
Decís que el pasado tiene que cesar totalmente para que
lo desconocido sea. Lo he probado todo para estar libre de mi pasado,
pero los recuerdos aun existen y me arrebatan. ¿Significa esto que
el pasado tiene una existencia independiente de mí? Si no es así,
os ruego me mostréis cómo puedo liberarme de él 198
El más vigoroso mandamiento subyacente en todas las
religiones es: Ama a tu prójimo. ¿Por qué es tan difícil de
llevar a la práctica esta sencilla verdad? 200
XVII. 6ª CONFERENCIA EN
BOMBAY 203
De lo que dijisteis el domingo pasado, infiero que
creéis que no amamos a nuestros hijos. No sabéis, señor, que el
amor por nuestros hijos es uno de los mayores y más hondamente
arraigados afectos humanos? Ciertamente que comprenderéis cuán
incapacitados estamos individualmente para hacer nada sobre la guerra
y la paz .............209
¿Qué es la belleza? 211
Nos estáis ayudando a comprender el funcionamiento de
nuestras propias mentes, y a ver cuán poco inteligentemente estamos
viviendo, mas, en una sociedad industrial, ¿es posible practicar lo
que decís? .......212
XVIII. 7ª CONFERENCIA EN
BOMBAY .....................215
Me parece que lo más notable de la India es el
sentimiento, que todo lo penetra, de atemporalidad, de paz y fervor
religioso. ¿Creéis que esta atmósfera puede mantenerse en la
moderna era industrial? 221
¿Hay algo nuevo en vuestra enseñanza? ..........223
Escuchándoos, siente uno que habéis leído mucho, y
que os dais cuenta también directamente de la realidad. Si esto es
así, entonces, ¿por qué condenáis la adquisición de
conocimiento? .....................223
He ensayado diversos sistemas de meditación, pero no
parece que avance mucho. ¿Qué sistema recomendáis? ....224
XIX. 8ª CONFERENCIA EN
BOMBAY 228
Muchas veces me parece que presentáis el aspecto
sombrío más bien que el feliz de le vida. ¿Lo hacéis así
deliberadamente? ...............................233
¿Que es la enfermedad psicosomática? Y ¿podéis
sugerir maneras de curarla? .........235
Habéis sugerido que sólo mediante el darse cuenta es
posible la transformación. ¿Qué entendéis por darse cuenta? 236
¿Por qué hay tanto miedo a la muerte? .......239
PREAMBULO
Dice Krishnamurti:
ACTUALMENTE no sois
individuos, sois simplemente máquinas imitadoras, el producto de una
cultura particular, de una educación determinada. Sois lo colectivo,
no lo individual. . .*
“Ciertamente,
el problema individual es el problema del mundo. La sociedad es como
la hemos hecho nosotros. Hay los que tienen y los que no tienen, los
que saben y los ignorantes, los que están realizando su ambición y
los frustrados; existen las diversas religiones, con sus ceremonias y
creencias dogmáticas, y la incesante batalla dentro de la sociedad,
esta perpetua competencia de unos con otros para lograr, para llegar
a ser algo. Todo esto es lo que vosotros y yo hemos creado. Se pueden
producir reformas sociales mediante la legislación o por la tiranía,
pero a menos que el individuo cambie radicalmente, siempre llegará
él a sobreponerse a las nuevas normas, para acomodarlas a sus
exigencias psicológicas. . .*
“Mientras
psicológicamente reclamemos el ‘más’, nuestra sociedad será
adquisitiva, y habrá forzosamente conflicto y violencia. Esto no
significa que debamos eliminar las comodidades materiales, la ayuda
mecánica producida por la técnica, pero lo que nos está
destruyendo es el impulso psicológico a utilizar estas cosas para la
propia expansión, que es la exigencia del ‘más’. . . *
“Salvo
que comprendáis todo el contenido de vuestro ser, los motivos, los
impulsos, las modalidades de vuestro pensamiento, salvo que conozcáis
toda la sustancia y hondura de vuestra mente, poco a poco os
convertiréis en otra máquina, simplemente, que es lo que
actualmente está pasando. Lenta, indefectiblemente, se os está
convirtiendo en máquinas, máquinas que están creando problemas. .
.*
“Esta
sociedad industrial tiene que existir, y la producción ha de ser
intensificada aun más; pero desgraciadamente, al crear una mayor
producción, al mecanizar granjas e industrias, el peligro está en
que la mente también se mecanice. Creemos que la ciencia va ha
resolver todas nuestras dificultades. No es así. La solución de
nuestras dificultades depende, no de las máquinas y de los inventos
de unos pocos grandes hombres de ciencia, sino de cómo consideramos
la vida…”*
I
CREO que podría ser
importante el que pudiéramos penetrar en la cuestión de lo que es
enseñar y aprender; porque, al fin y al cabo, os habéis congregado
aquí para aprender algo, ¿no es así? Cuando asistís a una
plática, generalmente es para reunir información, para aprender
algo, de lo cual puede ser que aun no os deis cuenta. Creo, pues, que
es importante discutir sobre qué es lo que estamos aprendiendo y qué
es lo que se está enseñando, y espero que al fin de esta pequeña
charla podamos entrar juntos en la cuestión, de modo que se aclare
para cada uno de nosotros qué es lo que tratamos de hacer cuando
asistimos a una reunión de esta clase.
¿Estáis
aquí para aprender algo del que habla? Podéis venir con la idea de
que vais a aprender algo que se está enseñando; pero si ésa no es,
en absoluto, la intención del que habla, entonces no hay
comunicación directa entre él y el auditorio, y por lo tanto os
marcharéis más bien desilusionados y preguntándoos lo que habéis
sacado de ello.
Con
el fin de evitar eso enteramente, tenemos que discutir esta cuestión
del aprender y el enseñar, y espero que ahondaréis en ello conmigo.
Es importante aclarar esta idea de que estamos aprendiendo algo, pues
creo que mucho daño se origina en tal concepto del aprendizaje.
¿Percibe
uno directamente por el aprendizaje algo que puede ser verdad, real,
algo que sea diferente de las formulaciones de la mente? ¿Comprendéis
lo que quiero decir? ¿Hay percepción directa por medio del
aprendizaje, por el conocimiento, o es que percibimos directamente
sólo cuando no existe la barrera del aprender, cuando no hay
conocimiento?
¿Qué
entendéis por aprender? Queréis hallar la felicidad, la realidad,
la serenidad, la libertad. En pos de eso andáis a tientas la mayoría
de vosotros. Como estáis descontentos, insatisfechos con las cosas,
con vuestras relaciones, con las ideas, buscáis algo que esté más
allá y acudís a un swami1,
un gurú2,
o a “X”, que creéis tiene esta cualidad que buscáis. Queréis
aprender la manera de llegar a tal extraordinaria integración de la
totalidad de la conciencia humana, y venís aquí como vais a
cualquier instructor religioso, con la intención de aprender.
Después de todo, ésa es la intención de la mayoría de las
personas que están aquí, y si hacéis el favor de prestar atención
a lo que se dice, estoy seguro de que valdrá la pena.
Ahora
bien, ¿se os puede enseñar a tener percepción directa? ¿Puede
haber esta totalidad de integración, esta claridad de percepción, a
través del conocimiento, por medio del aprendizaje, por un método?
¿Conducirá a ello el aprender una técnica o el seguir un sistema
determinado? En la mayoría de nosotros, aprender es adquirir una
nueva técnica, sustituyendo lo viejo por lo nuevo. Espero que estaré
expresándome claramente sobre este asunto.
Hay
varios métodos con los cuales estáis muy familiarizados, uno u otro
de los cuales practicáis en la esperanza de percibir directamente
algo que puede ser llamado realidad ese estado que no tiene devenir o
llegar a ser, sino que es sólo ser. Del mismo modo, habéis venido
aquí a aprender, ¿no es así? Queréis descubrir qué método
ofrecerá el orador para revelar este extraordinario estado. Queréis
aprender la manera de acercaros a tal estado, paso a paso, mediante
la práctica de ciertas formas de meditación, mediante el cultivo de
la virtud, la autodisciplina, etc. Mas yo no creo que ningún método
produzca clara percepción, sino al contrario.
El
método implica tiempo, ¿no es así? Cuando practicáis un método,
tenéis que tener tiempo para llenar la brecha entre lo que es y lo
que debería ser. El tiempo es necesario para recorrer la distancia
creada por la mente entre el hecho y la disolución del hecho, que es
el fin que se ha de lograr. Toda nuestra ideología se basa en este
sentido de la realización a través del tiempo, y así empezamos a
adquirir, a aprender, y por lo tanto confiamos en el maestro, el
gurú, el instructor, porque él va a ayudarnos a llegar allá.
¿Es,
pues, la percepción o la experiencia directa de esa realidad
cuestión de tiempo? ¿Hay una brecha que debe salvarse por el
proceso del conocimiento? Si la hay, entonces el conocimiento se
vuelve extraordinariamente importante. Entonces cuanto más sabéis,
cuanto más practicáis, cuanto más os disciplináis, etc., tanto
mayor será vuestra capacidad para construir este puente para
alcanzar la realidad. Hemos dado por sentado que el tiempo es
necesario. Esto es, si soy violento, digo que el tiempo me es
necesario para encontrarme en un estado de no violencia; debo tener
tiempo para practicar la no violencia, para controlar, para
disciplinar la mente. Hemos aceptado esta idea y ella puede ser una
ilusión, puede ser totalmente falsa. La percepción puede ser
inmediata, no en el tiempo. Creo que no es cuestión de tiempo en
absoluto (si se me permite usar la palabra ‘creo’, no para
transmitir una opinión, sino un hecho real). Uno percibe o no
percibe. No hay un proceso gradual de aprender a percibir. Hay
percepción cuando no existe la experiencia que se basa en el
conocimiento.
¿Es
todo esto demasiado difícil o abstracto? Voy a presentar el problema
de un modo diferente.
Nuestras
actividades, nuestros empeños, son egocéntricos. Para usar una
palabra corriente, nuestra acción, nuestro pensamiento es egoísta,
gira alrededor del ‘yo’, y leemos u oímos que el ‘yo’ es una
barrera, y que por lo tanto es necesario que cese el ‘yo’; no el
‘yo’ superior o el inferior, sino el ‘yo’, la mente que es
ambiciosa, que tiene miedo, que es astuta en los tortuosos empeños
de su propia codicia y dependencia, la mente que es el resultado del
tiempo. Esa mente está interesada en sí misma; y ¿puede ese
autointerés ser disipado inmediatamente, o ha de ser eliminado capa
tras capa por medio de un gradual proceso de conocimiento, de
experiencia y de la continuación del tiempo? ¿Comprendéis el
problema, señores?
Mirad,
vamos a discutir este asunto cuando haya hablado un poco más, si se
me permite; porque, al fin y al cabo, estamos aquí para vivenciar,
no para aprender, y yo quiero diferenciar entre aprender y vivenciar.
Podéis vivenciar lo que aprendéis, pero tal experiencia está
condicionada por lo que habéis aprendido. Podéis aprender algo y
luego experimentarlo, lo cual es bastante evidente. Yo puedo leer
sobre la vida del Cristo y quedar muy emocionado, muy conmovido por
todo ello, y experimentar entonces lo que he leído. Puedo leer el
Gita, evocar toda clase de ideas, y experimentarlas. Tanto la
lectura consciente como el aprendizaje inconsciente provocan ciertas
formas de experiencia. Podéis no haber leído un solo libro, pero
como sois un hindú, condicionado por siglos de hinduismo, consciente
o inconscientemente la mente se ha convertido en el repositorio de
ciertas tradiciones y creencias, que pueden provocar experiencias a
las cuales concedéis enorme importancia; pero en realidad, cuando
examináis esas experiencias, no son otra cosa que la reacción de
una mente condicionada.
Ahora
bien, lo que tratamos de descubrir en esta plática y en las próximas
que vamos a tener aquí, es si puede haber experiencia directa,
despojada de todo conocimiento, de todo aprendizaje, de manera que
sea de veras experiencia directa y no meramente la reacción del
propio condicionamiento como hindú, budista, cristiano, o como
miembro de alguna otra estúpida secta. La percepción no puede ser
verdadera mientras se base en un método, porque es evidente que el
método produce su propia experiencia. Si creo en el cristianismo o
en alguna otra religión, y practico un método que me ha de llevar a
la verdad según esa creencia, seguramente carece de toda validez la
experiencia que ello produzca. Es una experiencia basada en mi propia
convicción, en mi propia pequeñez, en mi mente condicionada. Lo que
se experimenta es sólo el resultado de ese método determinado,
mientras que aquello de lo que estoy hablando es algo totalmente
diferente.
Si
vemos que el método es falso, una ilusión, el producto del tiempo,
y que el tiempo no puede conducir a la experiencia directa, entonces
esa percepción misma es la liberación del tiempo. Nuestra relación
es entonces enteramente diferente. ¿Comprendéis, señores? No
estamos aquí para aprender un nuevo método o técnica, una nueva
manera de abordar la vida, y todas esas cosas. Estamos aquí para
despojar la mente de toda ilusión y percibir directamente, y eso
requiere asombrosa atención a lo que se está diciendo, no una
casual comunicación de uno con otro, como si simplemente estuvierais
asistiendo a otra conferencia más. Lo que importa es liberar a la
mente del conocimiento y del método, de la práctica basada en ese
conocimiento, que es lo único que puede conducir a la cosa que
anhelamos. He aquí por qué tiene gran importancia comprender lo que
estoy diciendo, ver la ilusión que la mente ha creado en forma de
tiempo a través del cual se adquiere, se aprende, se llega, se gana.
No
digáis inmediatamente que la realidad, Dios, el Atman, está dentro
de nosotros, y todo lo demás. No es así. Esa es vuestra idea,
vuestra superstición, vuestra condicionada manera de pensar. Decís
que Dios está dentro de nosotros, y el comunista, que ha sido
instruido de otra manera desde la niñez, dice que no hay Dios en
absoluto, que lo que estáis diciendo carece de sentido. Vosotros
estáis condicionados para creer de un modo, y él en otro, de modo
que ambos sois lo mismo. Mientras que todo el interés de estas
pláticas está en descubrir si la mente puede despojarse
inmediatamente de esta creencia, de este conocimiento, de este
condicionamiento, de modo que haya percepción directa. Puede uno
vivir mil vidas y practicar la autodisciplina; puede uno sacrificar,
subyugar, meditar; pero, esto jamás conducirá a la percepción
directa; que sólo puede tener lugar en la libertad, no mediante el
control, la subyugación, la disciplina; y sólo puede haber libertad
cuando la mente se da cuenta inmediatamente de su condicionamiento,
lo cual produce la cesación de ese condicionamiento.
Bueno,
¿podemos ahora discutir esto?
INTERLOCUTOR: Normalmente
estamos tan estrechamente identificados con nuestro condicionamiento,
que no nos damos cuenta en absoluto de tal condicionamiento.
Hay un
movimiento incesante con el cual nos hallamos totalmente
identificados y del cual estamos constantemente tratando de escapar;
y el agotamiento nervioso causado por este conflicto produce
embotamiento de cuerpo y mente. ¿Sería acertado decir que es
absolutamente indispensable cierto estado de alerta, tanto del cuerpo
como de la mente, si hemos de proseguir la investigación que nos
habéis expuesto?
KRISHNAMURTI:
Evidentemente, señor. Si quiero participar en una carrera, tengo que
seguir el adecuado régimen alimenticio; si quiero hacer cualquier
cosa con gran eficiencia, tengo que tomar el alimento apropiado, no
recargar el estómago, realizar la adecuada cantidad de ejercicio, y
así sucesivamente. Mi mente y cuerpo han de estar
extraordinariamente alertas.
INTERLOCUTOR: Este
estado de alerta no viene a nosotros si no hemos vivido con reflexión
día anterior. Desde el momento en que nos sentamos a pensar
seriamente, es necesario que estemos adecuadamente sentados, de lo
contrario la mente vagará y no podremos pensar esforzadamente.
Cuando decís que la percepción directa no puede venir mediante
ninguna forma de disciplina, sino sólo cuando hay la más completa
libertad, nuestras mentes de inmediato tienden a sumirse en una
especie de pereza. Veo que esto me pasa a mí mismo. Aunque es
evidente que cosas tales como la disciplina, la correcta postura y la
respiración regulada no nos van a dar experiencia directa, sí
producen cierto estado corporal de alerta, en el cual la mente no es
perezosa ni está corriendo tras algo, sin saber de qué. A menos que
uno sea capaz de vivir en este estado de alerta, que es una condición
normal de la mente, cualquier cosa de que habléis es como si fuera
griego.
KRISHNAMURTI: Comprendo,
señor, pero creo que el problema es algo diferente. Uno puede
adoptar la correcta actitud corporal, respirar bien y todo lo demás,
pero eso tiene una importancia relativamente pequeña con respecto a
aquello de que estamos hablando.
Voy
a decirlo de otra manera. Si veo que odio, ¿me es posible amar
inmediatamente, o ha de ser eliminado gradualmente el odio, de modo
que con el tiempo pueda yo amar? Ese es el problema, ¿comprendéis
señor? ¿Es posible que la mente se transforme inmediatamente y se
encuentre en un estado de amor?
INTERLOCUTOR: Si puedo
hacer referencia a lo que habéis dicho antes sobre la memoria, se
reconoce que una gran parte de nuestra actividad mental es una
respuesta puramente mecánica de la memoria, y, por la
identificación, la mayoría de nosotros nos estamos perdiendo
constantemente en nuestros amores y odios, sin darnos cuenta de ello.
Aun cuando nos demos cuenta de esto, ¿no es también mecánico,
resultado del esfuerzo, este ‘darse cuenta’? ¿Es esto aplicable
a lo que estéis diciendo, o no?
KRISHNAMURTI: No estoy
seguro de que lo sea. El problema es éste. Se da uno cuenta de que
es ambicioso, y estando suficientemente alerta, siendo inteligente u
observador, uno ve cuan absurdo, cuan destructivo ello es. La
ambición, incluso la ambición espiritual, implica evidentemente un
estado en el que no hay amor. Querer ser alguien espiritualmente,
querer ser no violento, es aún ambición. Percibiendo todo eso, ¿es
posible para uno borrar en el instante la ambición, sin pasar por
este perpetuo esfuerzo de investigación, análisis, disciplina,
idealización y todo lo demás? ¿Puede la mente disipar la ambición
al instante y estar en el otro estado? ¿Es esto posible? No
aprobéis, señores; no se trata de conformidad o disconformidad.
¿Habéis pensado sobre ello?
INTERLOCUTOR: Nuestras
mentes siempre están tratando de modificar nuestro condicionamiento.
KRISHNAMURTI: No os
apartéis de mi tema, si es un problema para vosotros. ¿O es que
estoy yo convirtiéndolo en problema para vosotros y por lo tanto no
es realmente vuestro problema? ¿Cuál es vuestra respuesta?
INTERLOCUTOR: Nos
gustaría saber cómo hacerlo.
KRISHNAMURTI: Este señor
pregunta cómo hacerlo, y ahí está todo el asunto. Primero,
considerad, por favor, la pregunta en sí: el ‘cómo’. Soy
ambicioso y quiero realizar un estado de amor; por lo tanto debo
disipar la ambición, y ¿cómo voy a hacerlo? Fijaos bien en esto.
La pregunta misma implica tiempo, ¿no es así? En el momento en que
preguntáis ‘cómo’, habéis introducido el problema del tiempo
tiempo para salvar la brecha, tiempo para llegar a ese estado
llamado amor- y, por lo tanto, nunca podéis llegar a ello.
¿Comprendéis, señores?
INTERLOCUTOR: Habéis
hablado sobre el estado de percepción directa. ¿No es justo
inquirir sobre ese estado? La percepción implica tres factores: el
que ve, el acto de ver y el objeto visto. Así es como entendemos la
percepción. ¿Estáis hablando de una facultad diferente de ésta?
KRISHNAMURTI: ¡También
yo estoy al tanto de todo esto! ¿Qué es el perceptor? Y ¿está el
que percibe separado del objeto de su percepción? ¿Está el
pensador separado del pensamiento? Eso es lo que decís, ¿no es así?
Pero ese no es nuestro problema por el momento. No me entendáis mal,
no estoy tratando de...
INTERLOCUTOR: Vos
usasteis las palabras ‘percepción directa’.
KRISHNAMURTI: Podemos
cambiar las palabras, no son importantes. Voy a decirlo de otra
manera.
Me
doy cuenta de que soy ambicioso, cruel, estúpido, lo que queráis, y
los libros sagrados, los ritos, la creencia en los Maestros, en la
evolución y todas las demás cosas, apoyan lo que se acepta
generalmente: que por medio de un lento y gradual proceso de
esfuerzo, transcenderé lo que soy y llegaré a algo que está más
allá. Veo lo que está implicado en esto: el autor del esfuerzo, el
esfuerzo y el objeto hacia el cual él realiza tal esfuerzo, todo lo
cual es un proceso mental. Viendo esto, me digo: ‘¿me es posible
abandonar por completo la ambición y hallarme en ese estado que
puede llamarse amor?’ No voy a describir lo que es ese estado. Mi
problema es que soy violento, y ¿me es posible quedar libre por
completo de mi violencia en el instante?
INTERLOCUTOR: ¿Es la
posibilidad cuestión de casualidad, o de esfuerzo?
KRISHNAMURTI: Señor,
pensadlo no más. Si hay esfuerzo, estaréis otra vez en el viejo
campo de lo gradual; si es mera casualidad, cuestión de buena
suerte, entonces, carece de sentido. Si se me permite decirlo, no
creo que os estéis planteando realmente la cuestión.
Soy
agresivo, ambicioso, y veo que toda la corrupta sociedad en torno mío
es también ambiciosa y agresiva en diferentes grados. Todo eso es
muy falso, estúpido, vano, y sin embargo estoy enredado en ello; y
¿es posible librarme de la ambición por completo, dejarla y jamás
volver a tocarla? ¿Comprendéis mi pregunta, señor? Pero ésta no
es mi pregunta, es la vuestra, si alguna vez habéis enfrentado este
problema ¿O es que decís: ‘Soy ambicioso y me desembarazaré de
la ambición lentamente, mañana o en mi próxima vida, mediante la
disciplina, mediante el uso del adecuado mantrams,
practicando el recto despertar, y todo ese galimatías’? ¿Es este
vuestro problema, señor? Si no lo es, yo no voy a imponéroslo. Más
si es vuestro problema, ¿qué haréis con él?
Señor,
mirad; la mayoría de nosotros no tiene amor, sea lo que fuere esa
cualidad. Podemos tener un sentimiento temporal que llamamos amor,
pero que es casi semejante al odio; no es esa cosa extraordinaria.
Tal vez algunos podamos tener esta cosa floreciente, esta cosa
nutricia, creativa, pero la mayoría de nosotros nos hallamos en
estado de confusión y dolor. Ahora bien, ¿podemos simplemente dejar
todo esto y ser lo otro, sin pasar por las enormes complicaciones de
tratar de llegar a ser algo, sin argüir sobre si el que percibe está
separado del objeto percibido, etc.?
INTERLOCUTOR: Esto
también implicaría tiempo.
KRISHNAMURTI: ¿Qué hará
usted, señor?
INTERLOCUTOR: Nada.
KRISHNAMURTI: Señor,
¿qué os está en realidad ocurriendo ahora? O hablamos
teóricamente, en abstracto, para pasar una tarde discutiendo juntos,
o bien queremos realmente descubrir, vivenciar, y no limitarnos a
seguir perpetuamente verbalizando. ¿Cuál es la verdadera respuesta
a este problema por parte de cada uno de nosotros? Si podemos
discutir, verbalizar, lo que efectivamente está ocurriendo en
respuesta al problema, ello tendrá importancia, pero el limitarnos a
enhebrar un montón de palabras, carece de valor.
INTERLOCUTOR: Toda
esta discusión no es más que una cosa verbal.
KRISHNAMURTI: ¿Qué
significa para vos? Dejad en paz a los demás. Por favor, señor, no
os estoy atacando, no os estoy acorralando en un rincón; pero cuando
este problema se os plantea, ¿cuál es vuestra respuesta?
INTERLOCUTOR: Ser es
ser. No puede describirse con ninguna palabra.
KRISHNAMURTI: Comprendo
eso, señor. Pero aquí hay un muy grave problema, que implica una
completa revolución en el pensar. Ello significa prescindir de todos
los líderes, de todos los gurús, de todos los métodos ¿no
es así? ¿Y qué ocurre cuando se le plantea a uno un problema de
esta clase?
Es
decir, ¿qué hacemos generalmente cuando nos damos cuenta de que
odiamos y queremos estar libres del odio? Tratamos de hallar, por
medio de un libro, de un gurú, etc., un método para
liberarnos del odio. Ahora bien, ¿ve uno que la práctica de un
método es una ilusión, o pensamos que un método es necesario? Esta
es la primera cuestión, evidentemente. ¿Qué sentís, señor? No es
que yo os obligue a decir que no tiene que haber ningún método; esa
sería otra ilusión, una mera repetición de palabras, o una ‘pose’
que no tendría sentido alguno. Pero si de hecho veis que cualquier
práctica de un método para libraros del odio es una ilusión, y que
por lo tanto carece de toda validez, entonces, vuestra manera de
mirar al odio habrá sufrido una transformación total, ¿verdad?
Cuando
contemplamos el odio ahora, decimos: ‘¿cómo voy a liberarme de
él?’ Mas si podemos mirar al odio sin el ‘cómo’, entonces
tendremos una reacción totalmente diferente en relación con lo que
percibimos. De modo que tenemos que saber cuál es nuestra respuesta
a esta pregunta, ¿comprendéis, señor?
Por
favor, ¿queréis primero tener la bondad de escuchar para descubrir,
y no preguntar cómo vais a libraros del odio? No me interesa cómo
librarse de él. Ese es un asunto muy trivial. El problema es éste.
Dándonos cuenta de que odiamos, decimos ahora: ‘¿Cómo me voy a
librar de esto, qué voy a hacer para quedar libre de este veneno?’
En cuanto surge en nosotros esa reacción, cómo librarnos, hemos
introducido varios factores que carecen de toda validez. Uno de esos
factores es el proceso de ir eliminando poco a poco el odio en un
período de tiempo; otro es el de realizar un esfuerzo para lograr un
resultado; y otro más es el depender de alguien para que nos diga
cómo hacerlo. Estas son todas actividades egocéntricas, que también
son una forma de odio. No se si estáis siguiendo todo esto.
¿Piensa
uno, pues, aun en términos de cómo librarse del odio? Esa es la
cuestión, y no cómo librarse ni qué ocurre cuando uno está libre,
sino ésta: ¿Piensa uno aún en términos del ‘cómo’?
INTERLOCUTOR: Entonces
el ‘cómo’ no es tan importante.
KRISHNAMURTI: ¿Qué es
lo que os está ocurriendo en realidad, señor? ¿Qué es lo que
realmente pasa cuando os enfrentáis a esta cuestión? Si sois muy
sincero para con vos mismo, veréis que aun estáis pensando en
términos del ‘cómo’, lo cual revela que la mente todavía
quiere alcanzar un estado, ¿no es así? Y el alcanzar es el proceso
del tiempo. Un hombre de ciencia que está experimentando para
encontrar algo, por ejemplo, obviamente necesita tiempo; pero, ¿habrá
de disolverse el odio mediante el tiempo? Los yoguis, los
swamis, el Gita,
los Mahatmas,
todos ellos dicen que el odio ha de disolverse a través del tiempo;
pero todos ellos pueden estar equivocados, y probablemente lo están.
¿Por qué no habían de estarlo? Y yo quiero descubrir si hay una
manera diferente de contemplar este problema en lugar de aceptar el
enfoque tradicional, que, según veo, invariablemente degenera en
mediocridad. Aceptar meramente la tradición es estúpido. Aun cuando
diez mil personas digan que algo es verdad, ello no significa que
estén en lo cierto. De modo que mi problema es: ¿es posible
liberarse del odio ahora, no en el futuro?
INTERLOCUTOR: Si puede
uno hacer una pregunta directa, ¿cual es la finalidad de vuestras
pláticas?
KRISHNAMURTI: ¿Cuál es
la finalidad de hablar?: Comunicar ¿no es así? De lo contrario, uno
no hablaría. Ahora bien, ¿qué es lo que estoy tratando de
comunicaros? Trato de comunicaros el hecho de que cierta manera de
pensar, ampliamente aceptada, es ilusoria y carece en absoluto de
base. Mas, para comunicar, tiene que haber alguien que escuche,
alguien que diga: ‘Estoy realmente escuchándoos’. ¿Me estáis
escuchando, señor? ¿Sí? Y ¿qué entendéis por escuchar? No estoy
tratando de acorralaros. ¿Escucháis alguna vez realmente algo, o
sólo lo hacéis parcialmente? Si vuestra mente aun se interesa en el
‘cómo’, no estáis escuchando. Sólo podéis escuchar cuando
prestáis plena atención, y no prestáis atención completa en tanto
pensáis que tiene que haber un método, porque entonces vuestra
mente no está libre para contemplar lo que se está diciendo. Hay
atención completa únicamente cuando uno se dice: Él puede estar
totalmente equivocado, puede estar diciendo tonterías, pero al menos
voy a descubrir qué es lo que trata de transmitir’. Y ¿estáis
haciendo esto? Esto es en sí una cosa muy difícil, ¿no es así?
Porque prestar completa atención es conocer el amor, es sentir
cabalmente que uno va a descubrir lo que otro está diciendo, sin
aceptarlo ni rechazarlo; lo cual no significa que yo me vaya a
convertir en vuestra autoridad. ¿Prestáis atención de esa manera?
INTERLOCUTOR: ¿Es eso
posible, señor?
KRISHNAMURTI: Si no es
posible, no hay comunicación. Esa es la dificultad. Señor, mirad:
si estáis diciéndome algo y yo quiero descubrir qué es lo que
tratáis de transmitir, tengo que escucharos, ¿verdad?; no puedo
pensar para mis adentros que estáis hablando del mismo viejo tema,
que sois esto o lo otro, o que ya es hora de marchar. Tengo que
prestar completa atención a lo que decís y no tener barrera alguna
verbal o de otra clase en mi mente. ¿Escuchamos de esa manera?
INTERLOCUTOR: ¿Es la
atención completa un estado mental diferente del originado estado de
atención?
KRISHNAMURTI: Como veis,
no estáis escuchando en absoluto a lo que hablo. Queréis saber lo
que es la plena atención. Puedo describirla, pero ¿qué importa
eso? Lo que primordialmente importa es: ¿estáis escuchando? Veis
cuán difícil es para la mayoría de nosotros inquirir realmente,
descubrir, escuchar. Y no es que debáis escucharme a mí
especialmente, porque a mí no me importa que escuchéis o no; pero
desde que os habéis tomado la molestia de venir aquí, yo digo: por
amor de Dios, escuchad, no sólo a mí, sino al funcionamiento de
vuestra propia maquinaria mental, que se enfrenta ahora con un
problema. El problema es: ¿puede el odio ser disuelto
inmediatamente’’ Descubrir cómo respondéis a esa pregunta,
tiene validez. Si decís, ‘sí, estoy escuchando’, pero vuestra
intención es encontrar un método que os libre del odio, entonces,
no estáis contemplando el problema, porque sólo estáis interesados
en el ‘cómo’. Pero ¿hay jamás un ‘cómo’ en cuestiones
psicológicas? ¿Comprendéis, señores? Este es un problema muy
complejo, de modo que no digáis simplemente ‘sí’ o ‘no’. En
los procesos técnicos, en la construcción, en la cocina, en la
fabricación de un ‘jet’, en el lavado eficiente de los platos,
etc., hay un ‘cómo’, y cuanto más alerta estéis más eficiente
llega a ser ‘el cómo’; pero en las cuestiones psicológicas,
¿hay acaso un ‘cómo’? ¿Existe un proceso gradual de evolución,
de cambio, o solamente inmediata transformación?
INTERLOCUTOR: Entonces,
¿qué hay que hacer con el problema psicológico?
KRISHNAMURTI: Señor,
contemplad el problema. Tendré que terminar ya. No podéis absorber
más de una hora de esta clase de plática.
Existe
el problema del morir. Todos estamos muriendo; y, ¿puede estar la
mente en un estado en el que no hay muerte? Es esencialmente el mismo
problema, sólo que estoy usando una serie diferente de palabras. La
mente se da cuenta de que va a morir, de manera que acude a varias
doctrinas, al conocimiento, a la experimentación, cree en la
reencarnación, lee los Upanishads,
etc., todo lo cual se basa en el deseo de continuar. Y, ¿puedo yo
descubrir directamente, por mí mismo, si existe un estado en el cual
no hay muerte, y no depender de que algún señor barbudo me diga qué
hay después de la muerte? Este es el mismo problema que el de ser
ambicioso, violento, codicioso, envidioso, y si es posible liberarse
de todo ello por completo, lo cual significa, en realidad, descubrir
si uno está persiguiendo un método.
¿Buscáis
un método que os ayude a disolver el odio? La mayoría de vosotros
habéis aceptado como un hecho que un método es necesario, y como
ahora estoy poniendo en duda la verdadera naturaleza de lo que habéis
aceptado, resistís lo que digo. Pero si a través de la duda,
mediante la consideración del problema, vosotros mismos os dais
cuenta de que la práctica de un método es una total ilusión,
entonces vuestra manera de contemplar el odio habrá sufrido un
enorme cambio; y esta percepción de la ilusión obviamente no llega
por medio del esfuerzo.
Señores,
por favor, vamos a reunirnos no sé cuántas veces, y en vez de daros
una conferencia, ¿no podremos en cambio entrar en este asunto como
dos seres humanos, como amigos que están realmente prestando
atención al problema y tratando de descubrir lo que es verdad? No
nos estamos oponiendo uno al otro, ni estáis vosotros aceptando lo
que yo digo, porque en esta búsqueda no hay autoridad, no hay
maestro y shishya7,
no hay gurú ni todas esas tonterías. Aquí todos somos
iguales, puesto que en el hecho de procurar descubrir lo que es
verdad existe real igualdad. Por favor, señores, escuchad lo que os
estoy diciendo. Es sólo cuando no estáis buscando la realidad que
existe esta falsa división del maestro y el discípulo. Por cierto,
cuando hay amor no hay ninguna desigualdad. Tiene que haber amor
cuando buscamos, y no estamos buscando cuando tratamos a otro como un
discípulo o como un gurú. Para inquirir en la verdad tiene
que cesar todo conocimiento. Donde hay amor hay igualdad, no el
hombre que está arriba y el que está abajo.
11 de diciembre de 1955
II
ME gustaría, si se me
permite, discutir con vosotros el problema de la búsqueda, y qué
significa ser serio. ¿Qué queremos significar cuando decimos que
estamos buscando? Se supone que las llamadas personas religiosas
están buscando la verdad, Dios. ¿Qué significa esta palabra? No el
sentido que da el diccionario, sino lo que es la naturaleza intima
del buscar, su proceso psicológico. Creo que sería importante el
que pudiéramos entrar en esta materia muy profundamente; y quisiera
recordar de nuevo a los que están aquí, que mediante la descripción
o la explicación verbal ellos deberían experimentar realmente lo
que se está discutiendo; de lo contrario tendrá muy poco sentido.
Si consideráis estas pláticas simplemente como algo para tornar
notas, sólo como una nueva serie de ideas que han de sumarse al
conjunto de vuestras ideas anteriores, ellas carecerán de valor.
Veamos,
pues, si podemos penetrar juntos en este problema fundamental de
saber qué es el buscar. ¿Puede encontrarse nada nuevo mediante la
búsqueda? ¿Por qué buscamos y qué buscamos? ¿Cuál es el motivo,
el proceso psicológico que nos hace buscar? De eso depende lo que
encontramos, seguramente. ¿Por qué busco la verdad, la felicidad,
la paz, o algo más allá de toda actividad mental? ¿Cuál es el
ímpetu, el impulso que nos compele a buscar? Sin comprender ese
impulso, la mera búsqueda tendrá muy poco sentido, porque lo que
uno está realmente buscando puede ser alguna clase de satisfacción,
sin relación con la realidad. Mas si podemos poner al descubierto
todo el mecanismo de este proceso del buscar, entonces tal vez
lleguemos a un punto en el que no haya búsqueda en absoluto, y puede
que ése sea el estado necesario para que algo nuevo tenga
lugar.
Mientras
la mente este buscando, tiene que haber empeño, esfuerzo, que
invariablemente se basa en la acción de la voluntad; y por muy
refinada que sea, la voluntad es el resultado del deseo. La voluntad
puede ser el resultado de un conjunto de deseos, o de un solo deseo,
y esa voluntad se expresa a través de la acción, ¿no es así?
Cuando decís que buscáis la verdad, detrás de toda meditación, de
la devoción, de la disciplina que están implicadas en esa búsqueda,
se halla seguramente esta acción de la voluntad, que es deseo; y al
perseguir la realización del deseo, al tratar de llegar aun estado
pacífico de la mente, de encontrar a Dios, la verdad, o de tener
este extraordinario estado de creatividad, viene la seriedad.
Puede
uno buscar, pero si no hay seriedad, nuestra búsqueda se disipará,
será esporádica y desconectada. La seriedad acompaña
invariablemente a la búsqueda, y al parecer la mayor parte de
vosotros estáis aquí porque sois serios. La tarde del domingo es
una ocasión agradable para pasear en bote, pero en vez de ello, os
habéis tomado la molestia de venir aquí a escuchar, acaso porque
sois serios. Estando insatisfechos con las ideas tradicionales y el
habitual punto de vista, buscáis, y escuchando esperáis encontrar
algo nuevo. Si estuvierais completamente satisfechos con lo que
tenéis, no estaríais aquí; de modo que vuestra presencia en estas
charlas indica que estáis insatisfechos. Estáis buscando algo, y
vuestra búsqueda se basa evidentemente en el deseo de quedar
satisfechos a un nivel más profundo. La satisfacción en pos de la
cual vais es noble, más refinada, pero vuestra búsqueda sigue
siendo la persecución de la satisfacción.
Es
decir, queremos encontrar la integración total de nuestro entero
ser, porque hemos leído, u oído, o imaginado, que ese es el único
estado en que hay imperturbable felicidad, duradera paz. Nos
volvemos, pues, muy serios, leemos, buscamos filósofos, analistas,
psicólogos, yoguis, en la esperanza de encontrar este estado
de integración; mas el ímpetu, el impulso, es aún el deseo de
realizar, de hallar alguna clase de satisfacción, un estado mental
que nunca se perturbe.
Ahora
bien, si hemos de inquirir realmente en este asunto, nuestra
indagación tiene que basarse seguramente en el pensar negativo, que
es la manera suprema de pensar. Si tenemos las mentes atadas a
cualquier norma o fórmula positiva, no podemos inquirir. Si
aceptamos o presumimos cualquier cosa, entonces toda investigación
es inútil. Podemos inquirir, buscar, únicamente cuando hay pensar
negativo, cuando el pensar no sigue ninguna línea positiva. La
mayoría de nosotros está convencida de que es necesario el pensar
positivo para descubrir qué es la verdad. Por ‘pensamiento
positivo’ entiendo la aceptación de la experiencia de otros, o de
uno mismo, sin la comprensión de la mente condicionada que piensa.
Al fin y al cabo, todo nuestro pensar se basa actualmente en el
trasfondo, en la tradición, en la experiencia, en el conocimiento
que hemos acumulado. Creo que eso es bastante claro. El conocimiento
da una dirección positiva a nuestro pensar, y siguiendo esta
dirección positiva esperamos encontrar aquello que es la verdad,
Dios, o lo que queráis; pero lo que efectivamente hallamos se basa
en la experiencia y en el proceso del reconocimiento.
Por
supuesto, lo que es nuevo no puede ser reconocido. El reconocimiento
sólo puede proceder de la memoria, la experiencia acumulada que
llamamos conocimiento. Si reconocemos algo, ello no es nuevo, y
mientras nuestra búsqueda se base en el reconocimiento, cualquier
cosa que encontremos ha sido ya experimentada, y por lo tanto
proviene del trasfondo de la memoria. Os reconozco porque nos hemos
encontrado antes. Algo totalmente nuevo no puede ser reconocido.
Dios, la verdad, o lo que sea que resulte de la total integración de
nuestra conciencia completa, no es reconocible, tiene que ser algo
totalmente nuevo; y la búsqueda misma de ese estado implica un
proceso de reconocimiento, ¿no es cierto?
No
creo que aquello de lo que estoy hablando sea tan difícil como
parece. Realmente es bastante sencillo. La mayor parte de nosotros
desea encontrar algo, que por el momento podemos llamar Dios o la
verdad, no importa lo que ello pueda significar. ¿Cómo sabemos lo
que es la verdad o Dios? Sabemos lo que es porque hemos leído sobre
ello, o porque lo hemos experimentado; y cuando llega esa
experiencia, podemos reconocerla como la verdad o Dios. Su
reconocimiento sólo puede surgir del trasfondo de conocimiento
previo, lo cual significa que aquello que se reconoce no es nuevo;
por lo tanto, no es la verdad, no es Dios. Es lo que pensamos
que es.
Así
pues me pregunto, y espero que vosotros os preguntéis: ¿Qué es
esto que llamamos búsqueda? He explicado lo que está implícito en
todo este problema del buscar. Cuando vamos de gurú en gurú,
cuando practicamos varias disciplinas, cuando hacemos sacrificios,
meditamos o adiestramos la mente en alguna forma, el ímpetu tras
todo este esfuerzo es el apremio para encontrar algo, y lo que se
encuentra ha de ser reconocible, pues de lo contrario no podrá
encontrarse. De modo que lo que la mente halle no podrá ser más que
el resultado de su propio trasfondo, de su propio condicionamiento; y
tan pronto como la mente comprende este hecho, entonces la búsqueda
puede no tener este sentido en absoluto, puede tener una
significación totalmente diferente. La mente puede entonces dejar
por completo de buscar lo cual no significa que acepte su
condicionamiento, sus afanes, sus desdichas. Después de todo, es la
mente misma la que ha creado toda la desdicha. Y cuando la mente
empieza a comprender su propio proceso, entonces acaso sea posible
que surja ese otro estado, sea lo que fuere, sin este perpetuo
esfuerzo por hallar.
Ahora,
señores, discutamos esto. ¿Es esto un problema para vosotros, o es
que os lo estoy imponiendo? Tenéis que haber observado cómo
millones de personas están buscando, siguiendo cada una un
determinado gurú, o practicando un sistema particular de
meditación; o bien, van de maestro en maestro ingresando en una
sociedad, dejándola, para ir a otra? perpetuamente buscando,
buscando, buscando, lo cual, desde luego, puede también convertirse
en un juego. Así que tal vez os hayáis preguntado qué significa
todo eso. Leéis los Upanishads, o el Gita, o escucháis
una conferencia en la que se dan ciertas explicaciones, se describen
ciertos estados, y todos ellos dicen: ‘Haced esto, dejad eso, y
descubriréis lo eterno’. Todos estamos buscando en cierto grado,
intensiva o débilmente, y creo que es importante descubrir qué
significa esta búsqueda. ¿Podemos preguntarnos muy sencilla y
directamente, cada uno de nosotros, si estamos buscando, y si estamos
buscando, cuál es el impulso que está tras esta búsqueda?
INTERLOCUTOR: La
insatisfacción.
KRISHNAMURTI: ¿Estáis
seguro de que ésta es vuestra propia experiencia y no la de algún
otro? Si es vuestra propia experiencia que vuestra búsqueda se basa
en el ansia que provoca la insatisfacción, entonces, ¿qué hacéis,
señor?
INTERLOCUTOR: Vamos de
gurú en gurú, hasta que hallamos satisfacción. Pero aun entonces
no sabemos lo que ocurrirá en el futuro. La insatisfacción nos
compele, es el estado en que pasamos nuestra vida.
KRISHNAMURTI: Y a medida
que avanzáis en edad os volvéis cada vez más serios en esta
búsqueda; pero nunca habéis inquirido si acaso existe tal cosa como
la satisfacción.
INTERLOCUTOR: El
hombre está siempre sediento y quiere satisfacer su sed.
KRISHNAMURTI: Señor, si
estuvieseis siempre sediento después de beber, ¿no descubrirías si
puede jamás apagarse la sed? Y si la satisfacción es sólo
momentánea, entonces, ¿por qué dar esta enorme importancia a
gurús, sacrificios, disciplinas, sadbanas,
y todo lo demás? Por qué dividiros en sectas y crear conflictos con
vuestros vecinos y en la sociedad, por un consuelo pasajero? ¿Por
qué dejarse atrapar en el hinduismo o el cristianismo, si ello es
meramente un alivio temporario? Podéis decir: ‘Sé que todo esto
sólo da alivio temporario, y no le concedo mucha importancia’.
Pero, ¿acudís realmente a vuestro gurú y le decís que
habéis ido simplemente para un alivio temporario? ¿No debéis
inquirir sobre esto? ¿Y puede haber indagación si el propio corazón
es obstinado? La obstinación del corazón impide investigar, ¿no es
así?
Empecemos
con eso. Si soy obstinado en mi manera de pensar, que es lo que se
llama ser positivo; si mi mente está atada a alguna forma de
conclusión, opinión o juicio, ¿es que puedo siquiera inquirir?
Decís que no. Todos coincidimos, pero, ¿no están presas nuestras
mentes en alguna conclusión, en alguna experiencia? Por lo tanto la
indagación es no sólo tendenciosa sino que es imposible.
Señores,
¿podemos realmente hablar con un poquito de precisión sobre esto,
investigando profundamente en nuestras propias mentes y despertando
así el conocimiento de uno mismo? ¿Podemos descubrir si estamos
entregados a alguna fórmula, a alguna conclusión o experiencia, a
la cual se aferra la mente?
INTERLOCUTOR: Siempre
hay una esperanza de hallar la satisfacción última.
KRISHNAMURTI: Primero
veamos si tenemos las mentes atadas a alguna experiencia, a alguna
conclusión o creencia que nos vuelve obstinados, inflexibles en
sentido profundo. Simplemente quiero empezar con eso, porque, ¿cómo
puede haber indagación mientras la mente sea incapaz de ceder? Hemos
leído el Gita, la Biblia, los Upanishads, este
o aquel libro, lo que ha dado un prejuicio a la mente, cierta
conclusión a la que ésta se ata. ¿Puede inquirir una mente así?
¿No nos pasa eso a la mayoría de nosotros, y no deben nuestras
mentes estar libres de todos los compromisos como hindúes, teósofos,
católicos, o lo que sea, antes de poder inquirir? ¿Y por qué no
estamos libres de todo eso? Cuando tenemos compromisos y luego
inquirimos, eso no es indagación, no es más que una repetición de
opiniones, juicios, conclusiones. Así que al hablar esta tarde,
¿podemos librarnos de esas conclusiones?
Seguramente,
aun los más grandes hombres de ciencia tienen que abandonar todo su
conocimiento antes de poder descubrir algo nuevo; y si sois serios,
tiene que realizarse, de hecho este abandono del conocimiento, de la
creencia, de la experiencia. La mayoría de nosotros somos un tanto
serios, en términos de nuestras conclusiones particulares, mas yo no
considero que eso sea seriedad en manera alguna. Eso carece de valor.
El hombre serio, ciertamente, es aquél que es capaz de abandonar
todas sus conclusiones porque ve que sólo entonces está en
condiciones de inquirir.
INTERLOCUTOR: Podemos
decir que hemos dejado nuestras conclusiones, pero se presentan de
nuevo.
KRISHNAMURTI: ¿Sabemos
que nuestras mentes están ancladas en una conclusión? ¿Se da
cuenta la mente de que está sujeta a una creencia determinada?
Señores, permitidme que lo exponga muy sencillamente. Muere mi hijo
y yo estoy apenado, y me encuentro con la creencia en la
reencarnación. En esa creencia hay gran esperanza y promesa, y por
eso mi mente se aferra a ella. Ahora bien, ¿es capaz una mente así
de inquirir todo el problema de la muerte, y no sólo la cuestión de
si existe un más allá? ¿Puede abandonar mi mente esa conclusión?
¿Y no tiene la mente que abandonarla, si ha de descubrir lo que es
verdadero? abandonarla, no mediante ninguna forma de compulsión
o recompensa, sino porque la indagación misma requiere que sea
abandonada. Si uno no la abandona, no es serio.
Señoras
y señores, por favor no os sintáis frustrados por mis preguntas,
que parecen tan evidentes. Si tengo la mente atada a la estaca de la
creencia, de la experiencia o del conocimiento, no puedo ir muy
lejos; y la investigación implica estar libre de esa estaca, ¿no es
así? Si estoy realmente buscando, entonces esta situación de estar
atado a una estaca tiene que terminar, ha de haber una ruptura, tengo
que cortar la cuerda. Nunca es cuestión entonces de saber cómo
cortar la cuerda. Cuando se percibe el hecho de que la indagación es
posible únicamente cuando se está libre de la obstinación, o del
apego a una creencia, entonces esa misma percepción libera a la
mente.
Ahora
bien, ¿por qué no nos pasa esto a cada uno de nosotros?
INTERLOCUTOR: Se
siente uno más seguro atado a la cuerda
KRISHNAMURTI: Así es,
¿no es verdad? Os sentís más seguro cuando la mente está
condicionada, de modo que no hay aventura, no hay el arriesgarse, y
toda la estructura social es así. Conozco todas estas respuestas;
pero, ¿por qué no dejáis vuestra creencia? Si no lo hacéis, no
sois serios. Si estáis realmente inquiriendo no diréis, ‘estoy
buscando en una dirección particular, y debo ser tolerante hacia
cualquier dirección diferente’, porque termina toda esa manera de
pensar. Entonces no existe esta división de ‘vuestro sendero’ y
‘mi sendero’, el místico y el ocultista, y quedan descartadas
todas las estúpidas explicaciones del hombre que quiere explotar.
INTERLOCUTOR: ¿Queda
descartada la búsqueda misma? ¿Búsqueda de qué?
KRISHNAMURTI: Ese no es
nuestro problema por el momento. Yo digo que no hay indagación
cuando la mente está apegada. La mayoría de nosotros decimos que
buscamos, y buscar es realmente inquirir; y pregunto: ¿podéis
inquirir en tanto tengáis la mente apegada a cualquier conclusión?
Es evidente que cuando se os hace tal pregunta, decís: ‘Desde
luego que no’.
INTERLOCUTOR:
¿Visualizáis un día en que no haya iglesias ni templos de
ninguna clase? Y, mientras haya iglesias y templos, ¿podrá la gente
mantener sus mentes desligadas?
KRISHNAMURTI: La gente es
siempre vos y yo. Estamos hablando acerca de nosotros mismos, no de
la gente.
INTERLOCUTOR: Pero,
¿podemos tener las mentes desligadas mientras haya iglesias?
KRISHNAMURTI: ¿Por qué
no, señor? Si me lo permitís: olvidad a la gente, las iglesias y
los templos. Yo pregunto: ¿tenéis vuestra mente atada? ¿Es vuestra
mente obstinada? ¿está apegada a alguna experiencia, a alguna forma
de conocimiento o creencia? Si es así, entonces esa mente es incapaz
de inquirir. Podéis decir: ‘Estoy buscando’; pero es evidente
que no buscáis, ¿verdad? ¿Cómo puede tener libertad de movimiento
la mente si está sujeta? Decimos que estamos buscando, pero
realmente no hay búsqueda en absoluto. Buscar implica estar libre
del apego a cualquier fórmula, a cualquier experiencia, a cualquier
forma de conocimiento, porque sólo entonces la mente es capaz de
moverse extensivamente. Esto es un hecho, ¿verdad? Si quiero ir a
Benarés, no puedo estar atado, sujeto en una habitación; tengo que
salir de ella y marchar. Del mismo modo, tenéis ahora la mente
sujeta y decís que estáis buscando; mas yo digo que no podéis
buscar o inquirir en tanto vuestra mente esté atada, lo cual es un
hecho que todos reconocéis. Entonces, ¿por qué no se libra la
mente? Si no lo hace, ¿cómo podemos inquirir juntos? Y ésta es
nuestra dificultad, ¿no es así, señores?
INTERLOCUTOR: Mientras
estén ahí las iglesias y los templos, es difícil librarse.
KRISHNAMURTI: Señor,
¿quién ha creado las iglesias y los templos? Hombres como vos y yo.
INTERLOCUTOR: No eran
como yo, como nosotros.
KRISHNAMURTI: Vos y yo
podemos no haber creado un templo, en lo exterior, pero tenemos
nuestros templos interiores.
INTERLOCUTOR: Ese es
un concepto muy elevado. No es posible que todos los seres humanos
corrientes busquen el yo interno.
KRISHNAMURTI: Me temo que
no haya comunicación entre nosotros. No se trata de buscar el yo
interno. Estoy diciendo que no buscamos en absoluto cuando hay apego
a cualquier fórmula, a cualquier experiencia, al conocimiento en
cualquier forma que sea. ¡Eso es tan evidente! Si pensáis en
términos de catolicismo, protestantismo, budismo o hinduismo, es
claro que vuestra mente será incapaz de inquirir. Cuando veis un
hecho como éste, ¿por qué es tan difícil para la mente librarse
de su atadura y empezar a inquirir? Estáis sentados aquí
escuchando, tratando de descubrir, de inquirir, y yo digo que no
podéis inquirir si existe cualquier forma de apego, es decir, si la
mente es esclava de cualquier conclusión, de cualquier fórmula, de
cualquier clase de conocimiento o experiencia. Reconocéis que esto
es perfectamente cierto, y sin embargo no decís, ‘Voy a dejar todo
apego’, lo cual indica realmente que no sois serios, ¿no es así?
Podéis hablar de ser serios, pero yo digo que esa palabra no tiene
valor ni significación mientras tengáis la mente atada. Podéis
levantaros a las cuatro a meditar, controlar vuestras palabras,
vuestros gestos, hacer todas las cosas disciplinarias, creyendo que
sois muy serios; mas yo digo que éstas son meras observancias
superficiales. Una mente seria es la que, dándose cuenta de su
cautiverio, lo abandona, y comienza a inquirir.
INTERLOCUTOR: ¿Cuál
es el medio de romper el propio apego a una conclusión?
KRISHNAMURTI: Señor,
¿existe un medio? Si existe, entonces estáis apegado al medio
(risas). Ya sé que lo despacháis con risas, pero esto no es sólo
una afirmación ingeniosa. Señores, ¿no está la libertad implícita
en el inquirir? Y por eso es que la libertad está al principio, no
al fin. Cuando decís: ‘Tengo que pasar por toda esta disciplina
para ser libre’, es como si dijerais: ‘Conoceré la sobriedad por
medio de la embriaguez’. Por cierto, sólo podrá haber indagación
citando haya libertad. De modo que la libertad ha de existir al
comienzo, y mientras no sea así, no tendrá sentido lo que hagáis,
aunque sea satisfactorio social y convencionalmente. Tiene cierto
valor para las personas que buscan una sensación de seguridad, pero
no tiene el valor del descubrimiento. Aunque estas personas se
levanten temprano y pasen por todos los rigores de la disciplina,
digo que no son serias. La seriedad consiste en darse cuenta de que
la mente está atada a una experiencia, o a una creencia, y liberarse
de ella, que es lo que no queréis hacer. ¿No es, pues, importante
que investiguéis esto? De lo contrario vendréis aquí día tras día
año tras año, y escucharéis sólo palabras, lo cual tendrá muy
poco sentido.
INTERLOCUTOR: Decís
que la libertad precede al inquirir, mas nosotros deseamos inquirir
sobre la libertad.
KRISHNAMURTI: Señor,
¿cómo podéis inquirir si tenéis la mente sujeta? Esto no es más
que cuestión de simple razón, de sentido común. Si vuestro gurú
dice: ‘Este es el camino’, y eso os sujeta, ¿cómo podéis mirar
más allá? Vais al gurú para inquirir y quedáis presos de
sus palabras, hipnotizados por su personalidad, envueltos en todas
las cosas que él sostiene. Vuestro impulso original es inquirir,
pero este impulso se basa en vuestro deseo de alguna clase de
esperanza, satisfacción, y todo lo demás. Digo, pues, que para
inquirir tiene que haber primero libertad. No tenéis que buscar la
libertad. Estoy invistiendo todo vuestro proceso de pensar, que
evidentemente es falso, aunque los libros sagrados digan otra cosa.
INTERLOCUTOR: ¿Qué
vendrá tras la indagación?
KRISHNAMURTI: Esa es una
pregunta sólo intelectual, si puedo decirlo así. ¿No comprendéis?
Queréis saber qué pasará ‘después’, lo cual es teórico. A la
mente le gusta hilar palabras, especular. Yo digo que ya
descubriréis. Es como un preso que diga: ‘¿Cómo será después
que yo salga de la cárcel?’ Para descubrirlo tiene que salir de su
prisión.
INTERLOCUTOR: Señor,
los que estamos sentados en este salón somos personas de diversos
cultos, credos y creencias, y escuchamos lo que estéis diciendo,
aunque realmente no lo entendemos. Lo que decís es nuevo para la
mayoría de nosotros; nunca lo hemos oído anteriormente, y aunque
suena muy bien al oído, no podemos entenderlo. ¿Qué es lo que hace
que la gente esté tranquilamente sentada durante una hora,
escuchando con seriedad algo que no puede captar? ¿No es esto, en sí
mismo, una forma de inquirir? Lo cual significa que la mente no está
en realidad atada a una conclusión. Si la mente estuviese atada a
una conclusión, no existiría este deseo de encontrar una manera
diferente de vivir, y estas personas no vendrían aquí, o se
limitarían a taparse los oídos; y sin embargo, vienen y escuchan
con gran atención. ¿No indica esto cierta libertad para inquirir?
KRISHNAMURTI: ¿Qué es
lo que os hace escuchar, señores? ¿Qué es lo que os hace escuchar
a alguien que dice cosas totalmente contrarias a todo lo que creéis
y sostenéis? ¿Es su personalidad, su reputación, el
sensacionalismo, el alborote que se hace en torno a él? ¿Es eso lo
que os hace escuchar? Si lo es, entonces vuestro escuchar tiene muy
poco sentido. ¿Qué es, pues, lo que os hace escuchar? Tal vez sea
el hecho de que estáis enfrentados con algo que resulta ser verdad
y, a pesar de que estáis atados, no podéis menos de escuchar; y sin
embargo, volveréis al estado de condicionamiento. ¿Es eso lo que
hace que escuchéis? ¿O es que estáis realmente escuchando?
¿Entendéis? ¿Estáis realmente escuchando, o es que os habéis
acostumbrado a estar tranquilamente sentados cuando alguien habla,
porque os gusta que os den conferencias?
Estas
no son preguntas vanas. Realmente trato de descubrir por qué no hay
respuesta inmediata cuando se dice alguna verdad. De hecho, esta es
la pregunta que hago. Decís, o yo digo, que no puede haber
indagación sin libertad, lo cual es cierto, evidentemente; es un
hecho real, no importa quien lo diga. Ahora bien, ¿por qué no
produce ese hecho una acción inmediata, tajante? ¿O es que ese
hecho real tiene una acción misteriosa propia, que no puede
expresarse de inmediato? Alguien ha afirmado el hecho de que, para
inquirir, tiene que haber libertad, libertad de atadura, y vosotros
escucháis ese hecho. Por muy parcialmente que escuchéis, ese hecho
ha arraigado en la mente, porque tiene vitalidad; la semilla va a
florecer, no dentro de determinado período, pero va a florecer, y
puede que por eso sea importante escuchar los hechos, tanto si
escucháis de buen grado, conscientemente, como si sólo escucháis a
medias. Mas, después de todo, así es como actúa la propaganda. Se
insiste en repetir: ‘compre Ud. el jabón tal o tal’, y con el
tiempo acabáis por comprarlo. ¿Es eso lo que está pasando aquí?
Si oís la reiteración constante de cierto hecho, y luego actuáis
de acuerdo con ese hecho, esa ‘acción será totalmente diferente
de la acción del hecho mismo.
Señores,
tendremos que terminar. No os pediré que reflexionéis sobre ello,
porque el limitarse a reflexionar sobre ello carece de sentido; pero
si realmente queréis inquirir todo este problema del buscar y de lo
que es ser serio, entonces la mente debe descubrir la manera de
inquirir y lo que es el inquirir. Toda suposición previa, toda
conclusión, todo apego al conocimiento o a la experiencia, es un
impedimento para inquirir. Mientras la mente está atada a alguna
conclusión, el inquirir es una inmensa lucha, un proceso de
esfuerzo, afán de superación; pero si la mente ve la verdad de que
sólo se puede inquirir cuando hay libertad, entonces el inquirir
tiene otro sentido totalmente diferente. Si uno comprende esto, nunca
será esclavo de ningún gurú, de ninguna fórmula, de
ninguna creencia. Entonces Vosotros y yo podemos inquirir juntos, y
como consecuencia podemos cooperar, actuar, vivir. Pero mientras la
propia mente esté atada, existirá ‘vuestro camino’ y ‘mi
camino’, ‘vuestra opinión’ y ‘mi opinión’, ‘vuestro
sendero’ y ‘mi sendero’, y todas las muchas divisiones y
subdivisiones que se interponen entre hombre y hombre.
18 de diciembre de 1955.
III
CREO que sería
interesante y que valdría la pena, si pudiéramos examinar esta
tarde el problema: qué ocasiona el deterioro de la mente. Cuando
somos jóvenes estamos llenos de celo, tenemos muchas ideas
entusiastas y revolucionarias, pero, generalmente quedamos enredados
en alguna clase de actividad, y lentamente nos vamos apagando. Vemos
que esto ocurre alrededor de nosotros y en nosotros mismos; y ¿es
posible detener este proceso de deterioro, que es seguramente uno de
nuestros mayores problemas No creo que el problema consista en si el
socialismo o el capitalismo, la izquierda o la derecha, debieran
organizar el bienestar del mundo, ahora que hay una producción tan
inmensa. Creo que el problema es mucho más profundo, y que es éste:
¿Puede liberarse la mente de tal manera que permanezca libre todo el
tiempo, y, por lo tanto, no esté sujeta a deterioros.
No
sé si habéis pensado sobre este problema, o si habéis observado
cómo van menguando poco a poco la vitalidad, el vigor, el entusiasmo
de nuestras propias mentes, y cómo la mente poco a poco llega a ser
un mero instrumento de hábitos mecánicos y creencias, todo un
complejo de rutina, y repetición. Si hemos pensado siquiera sobó e
ello, creo que éste tiene que ser un problema para la mayoría de
nosotros. Al ir uno envejeciendo, el peso del pasado, la carga de las
cosas recordadas, las esperanzas, las frustraciones, los temores,
todo esto parece encerrar la mente, y fuera de eso jamás hay nada
nuevo, sino sólo una repetición, una sensación de ansiedad, un
constante huir de sí mismo y, finalmente, el deseo de hallar alguna
liberación, alguna paz, un Dios que sea completamente satisfactorio.
Ahora
bien, si pudiéramos indagar este asunto, creo que valdría la pena.
¿Puede liberarse la mente de todo este proceso de deterioro e ir más
allá de sí misma, no misteriosamente o por algún milagro, no
mañana o en alguna fecha futura, sino de inmediato,
instantáneamente? Descubrir eso puede ser el camino de la
meditación. Así, pues, ¿por qué ocurre que nuestras mentes se
deterioran? ¿Por qué es que no hay en nosotros nada original, que
todo lo que conocemos es mera repetición, que nunca hay una
constante creatividad? Estos son hechos ¿no es así? ¿Qué es lo
que causa este deterioro? Y, ¿puede la mente hacerlo cesar? A su
tiempo lo vamos a discutir, y espero participéis en la discusión.
Para
mí es evidente que tiene que haber deterioro en tanto haya esfuerzo;
y uno observa que toda nuestra vida se basa en el esfuerzo: esfuerzo
para aprender, para adquirir, para retener, para ser algo, o para
dejar de lado lo que somos y llegar a ser otra cosa. Existe siempre
esta lucha para ser o para llegar a ser, consciente o inconsciente,
voluntaria o forzada por deseos desconocidos. Y, ¿no es esta lucha
la mayor causa del deterioro de la mente?
Como
dije, vamos a discutir todo esto después que haya hablado un poco,
de modo que no os limitéis a escuchar las palabras. Estamos tratando
de descubrir juntos por qué la ola del deterioro está siempre
siguiéndonos. Ya sé que existe el problema inmediato del alimento,
del vestido y de la casa pero creo que debemos considerar este
problema desde un preferente ángulo, si hemos de resolverlo; y aun
aquellos de nosotros que tengan bastante alimento, ropa y casa,
tienen otro problema, que está mucho más hondo. Ve uno que hay en
el mundo completa tiranía y relativa libertad; y si nos
interesáramos sólo en la distribución universal de alimentos y
otros productos, entonces acaso podría ser útil la tiranía
absoluta. Pero en ese proceso quedaría destruido el desenvolvimiento
creador del hombre; y si nos interesamos en la totalidad del hombre,
y no sólo en el problema económico o social, entonces creo que es
inevitable que surja una cuestión mucho más fundamental. ¿Por qué
existe este proceso de deterioro, esta incapacidad para descubrir lo
nuevo, no en el campo de la ciencia, sino dentro de nosotros mismos?
¿Por qué ocurre que no somos creadores?
Si
observáis lo que está ocurriendo aquí, en Europa o en América,
creo que veréis que la mayoría de nosotros estamos imitando,
adaptándonos al pasado, a la tradición, y como individuos nunca
hemos descubierto nada honda y fundamentalmente por nosotros mismos.
Vivimos como máquinas, lo cual trae una sensación de infelicidad,
¿no es así? No sé si habéis siquiera considerado esto, pero me
parece que una de las grandes causas de esta conformidad es el deseo
de sentirse uno internamente seguro. Para estar psicológicamente
seguro, tiene que haber exclusivismo, y para ser exclusivo tiene que
haber esfuerzo, el esfuerzo para ser algo; y éste puede ser uno de
los factores que impiden el descubrimiento de algo nuevo por parte de
cada uno de nosotros. ¿Podemos discutir esto? (Pausa)
Muy
bien, señores, vamos a presentar el problema de una manera
diferente. Puede uno ver que la meditación es necesaria, porque por
la meditación descubre uno muchísimas cosas. La meditación abre la
puerta a extraordinarias experiencias, tanto fantasiosas como reales;
y siempre estamos inquiriendo sobre la manera de meditar, ¿no es
así? La mayor parte de nosotros leemos libros que prescriben un
sistema de meditación, o acudimos a algunos maestros para que nos
digan cómo meditar. Mientras que ahora estamos tratando de
descubrir, no la manera de meditar, sino qué es la
meditación, y el propio inquirir sobre lo que es la meditación, es
meditar. Pero nuestras mentes desean saber cómo meditar, y
por lo tanto invitamos el deterioro.
Si
el pensamiento puede inquirir muy profundamente y exponerse ante sí
mismo, nunca corrigiendo, sino siempre observando para descubrir,
nunca condenando sino siempre explorando, entonces ese estado de la
mente puede llamarse meditación; y una mente semejante, por ser
libre, puede descubrir. Para una mente así, no hay deterioro, porque
no hay acumulación. Pero la mente que dice: ‘Indicadme la manera
de ser pacifico, decidme cómo llegar a eso, y trataré de seguirlo’,
es evidentemente imitativa, sin coraje, y por lo tanto provoca su
propio deterioro.
La
mayoría de nosotros nos interesamos en el ‘cómo’, que es un
medio de seguridad, de salvaguardia. Por noble, por exigente, por
disciplinario que pueda ser el ‘cómo’ y sea lo que fuere que
prometa, sólo puede conducir a la conformidad. Una mente que se
conforma, por sus propios esfuerzos se esclaviza a un método, y por
lo tanto pierde esta extraordinaria capacidad para el descubrimiento;
y sin descubrir en vosotros mismos algo original, nuevo, no
contaminado, aunque tengáis la más perfecta organización para
producir y distribuir las cosas materiales necesarias, seréis aún
como una máquina. Este es, pues, vuestro problema, ¿no es así?
¿Puede la mente, que es tan mecánica, dominada por el hábito,
llena del pasado, librarse de este último y descubrir lo nuevo,
llámese Dios o lo que queráis? ¿Podemos discutir esto? (Pausa)
Señores,
¿es este un problema nuevo para vosotros, o es que no habéis
pensado sobre estas cosas de esta manera? Dejadme que de nuevo os
presente el problema de modo distinto.
Todos
estáis muy versados en los Upanishads, el Gita, la
Biblia. Estáis familiarizados con la filosofía del
hinduismo, del cristianismo, del comunismo, etc. Estas filosofías,
estas religiones, no han resuelto, como es evidente, el problema
humano. Si decís: ‘El problema humano no se ha resuelto porque no
hemos seguido rigurosamente los mandamientos del Gita, la
respuesta obvia es que cualquier seguimiento de autoridad, por noble
o tiránica que sea, vuelve la mente mecánica, no original, como un
disco de fonógrafo, que repite una y otra vez; y no podéis ser
felices en ese estado.
Ahora
bien, dándoos cuenta de ese hecho, ¿cómo os vais a poner a
descubrir lo real por vosotros mismos? ¿Comprendéis, señores?
Dios, la verdad, o lo que sea, tiene que ser totalmente nuevo, algo
que está fuera del tiempo, fuera de la memoria ¿no es así? No
puede ser algo que se recuerde del pasado, algo que os han dicho o
que la mente ha conjeturado, creado. ¿Y cómo lo encontraréis? Sólo
puede hallarse, seguramente, cuando la mente está libre del pasado,
cuando la mente cesa de formular cualquier imagen, cualquier símbolo.
¿No es un factor de real deterioro el hecho de que la mente formule
imágenes, símbolos? Y esto puede ser lo que esta ocurriendo en la
India, así como en el resto del mundo.
¿Estoy
explicando bien el problema? ¿O no es problema para vosotros?
INTERLOCUTOR: La mente
no puede ir más allá de sus pasadas experiencias.
OTRO INTERLOCUTOR: Cuando
la mente está condicionada. . .
KRISHNAMURTI: Señor, ese
caballero ha hecho una pregunta.
INTERLOCUTOR: ¿Era
una pregunta o una afirmación?
KRISHNAMURTI:
Probablemente lo que deseaba hacer era una pregunta.
Desgraciadamente, la mayoría de nosotros estamos tan ocupados con la
formulación de una pregunta, o con nuestra propia manera de ver las
cosas, que nunca nos escuchamos realmente unos a otros. Ese señor ha
dicho que no es posible que la mente se libre del pasado. ¿No es
este nuestro problema tanto como de él?
INTERLOCUTOR: Si él
quiere saber cómo desligarse del pasado, ésa es una pregunta y no
una afirmación.
KRISHNAMURTI: Por favor,
señor, no hemos venido aquí para exhibirnos verbalmente, ni para
demostrar quien esta en lo cierto y quién está equivocado. Estamos
realmente tratando de indagar por qué nunca descubre la mente nada
nuevo. Por el momento no nos referimos a especialistas como los
hombres de ciencias, los físicos, etc., sino a nosotros mismos, como
seres humanos corrientes. ¿Por qué nunca descubrimos en nosotros
nada nuevo?
INTERLOCUTOR: Con
respecto a la cuestión suscitada por ese señor sobre si la mente
puede deshacerse del pasado, yo quisiera preguntar: ¿Qué se
entiende por el pasado?
KRISHNAMURTI: El pasado
es experiencia, memoria, conocimiento, la influencia de la tradición,
la impresión dejada por el insulto y el elogio, por los libros que
habéis leído, por la risa o por el espectáculo de la muerte. Todo
eso es el pasado, que es el tiempo.
INTERLOCUTOR: Decís
que la mente está condicionada por el pasado, pero ¿está la mente
tan rígidamente condicionada por el pasado que no pueda seguir
inquiriendo?
KRISHNAMURTI: Señor,
¿qué es la mente? Os ruego no respondáis a esta pregunta
teóricamente ni de acuerdo a lo que hayáis leído en libros.
¿Podemos vosotros y yo encontrar aquí, esta tarde, lo que es la
mente?
INTERLOCUTOR: La mente
es resultado del pasado.
KRISHNAMURTI: ¿Es
vuestra mente resultado del pasado? ¿Qué entendéis por pasado?
INTERLOCUTOR: Cualquier
cosa que esté en mi mente ahora es totalmente del pasado.
KRISHNAMURTI: ¿Podéis
separar el pasado de la mente? Por favor, examinemos la mente, no una
mente teórica, sino la de cada uno de nosotros. Vuestra mente es el
resultado de muchas influencias, tanto colectivas como individuales,
¿verdad? Vuestra mente es el resultado de la educación, del
alimento, del clima, de muchos siglos de tradición, está formada
por vuestras creencias, deseos, recuerdos, las cosas que habéis
leído, etc. Esa es la mente ¿no es así, señor? La mente
consciente que funciona a diario, y la mente que está más profunda,
oculta, son ambas resultado del pasado. Hasta donde puede uno ver,
toda el área de la mente es resultado del pasado. Podéis creer que
hay Dios, o que no hay Dios, podéis pensar que hay un yo superior y
otro inferior, etc.; pero todo eso es el resultado de vuestra
educación, condicionamiento, lo que significa que vuestra mente es
el resultado del pasado, ¿no es cierto? Y esa misma mente está
tratando de encontrar algo nuevo; dice: ‘Tengo que saber qué es
Dios, qué es la verdad’. ¿No es eso lo que estáis haciendo,
señores y señoras? Y yo digo que es imposible, que es una
contradicción.
INTERLOCUTOR: Creo que
la mayoría de las personas no se preocupa por Dios. Nos interesamos
por los problemas de la vida.
KRISHNAMURTI: Lo cual
significa que hay antagonismo, amargura, frustración, deseos de
poder, de posición, de prestigio; porque algún otro tiene lo que
vosotros deseáis, os sentís celosos, etc. Estos son los problemas
de la vida, ¿no es así? Querer ser amado, querer más dinero querer
mejorar la aldea mediante este o aquel sistema, tener una creencia o
un ideal que está en contradicción con la existencia cotidiana, y
tratar de salvar la brecha entre el hecho y el ideal todo eso
es la vida.
INTERLOCUTOR: La vida
es también algo más. Si soy maestro, quiero enseñar mejor.
KRISHNAMURTI: Lo cual es
la misma cosa. Todos éstos son problemas de la vida, y abordando
cualquiera de ellos llegáis a la cuestión principal. Decís que
queréis enseñar mejor, pensar mejor, vivir una vida más integrada,
etc. ¿Qué entendéis por pensar mejor? ¿Es un procedimiento para
adquirir más información? ¿Cómo descubrís lo que es mejor?
INTERLOCUTOR: Pensando
profundamente.
KRISHNAMURTI: ¿Qué
quiere decir pensar profundamente? ¿Y qué entendéis por pensar? Si
no sabéis qué es pensar, no podéis pensar profundamente. ¿Qué es
pensar? Os ruego me digáis qué es pensar.
INTERLOCUTOR: Pensar
es un proceso de atraer cada vez más asociaciones.
KRISHNAMURTI: Os estoy
preguntando lo que es pensar, y si observáis vuestras propias
mentes, descubriréis como reaccionáis a esta pregunta sobre lo que
es el pensar, ¿no es así? ¿Seguís lo que estoy diciendo?
INTERLOCUTOR: Esto es
demasiado técnico.
KRISHNAMURTI: Simplemente
observaos a vos mismo y veréis. Os estoy haciendo una pregunta. ¿Qué
es pensar?
INTERLOCUTOR: El que
preguntéis qué es la mente, o qué es el pensar, se reduce a la
misma cosa.
KRISHNAMURTI: Yo deseo
descubrir qué es pensar. Ahora bien, ¿cuál es el proceso que se
pone en marcha dentro de vos por causa de esta pregunta?
INTERLOCUTOR: Cuando
empezamos a mirar el pensar, la mente se detiene. No hay respuesta.
OTRO INTERLOCUTOR: El
pensar es tan espontáneo, que no sabemos lo que es.
KRISHNAMURTI: Os estoy
haciendo una pregunta: ¿qué es pensar? Ahora bien ¿qué hace
vuestra mente cuando se os plantea esta cuestión? ¿No queréis
saber cómo funciona vuestra mente? ¿Qué pasa cuando la mente se
enfrenta con una cuestión de esta clase? Durante un momento la mente
vacila, porque probablemente nunca ha pensado sobre ello hasta ahora;
luego mira en la cámara de la memoria, y dice: ‘Vamos a ver, los
Upanishads dicen esto, la Biblia dice esto otro;
Bertrand Russell, alguna otra cosa. Y yo ¿qué pienso? Estáis pues,
buscando una respuesta del pasado, ¿no es verdad?
INTERLOCUTOR: No
pensamos en Bertrand Russell.
KRISHNAMURTI: Tal vez no;
pero éste es el funcionamiento real de vuestra mente cuando se os
hace una pregunta. Si está familiarizada vuestra mente con la
pregunta que se os hace, hay una respuesta inmediata. Si alguno os
pregunta dónde vivís, respondéis en seguida, porque estáis
familiarizados con eso. Vuestra asociación con ello es constante.
Mientras que, si se os hace una pregunta no familiar, vuestra mente
vacila, y esa vacilación indica que estéis buscando respuesta ¿no
es así? ¿Y dónde buscáis la respuesta? En vuestra memoria,
evidentemente. Así, pues, vuestro pensar es la respuesta de la
memoria, ¿no?
INTERLOCUTOR: ¿Significa
ello que una persona que ha perdido la memoria no puede pensar?
KRISHNAMURTI: El olvido
completo se llama amnesia, y una persona en ese estado tiene que
volver a aprenderlo todo de nuevo.
INTERLOCUTOR: ¿Es
cosa buena o mala el tener memoria?
KRISHNAMURTI Si no
supierais dónde vivís, ¿qué haríais? ¿Si no conocieseis el
nombre de la calle por la cual vais a vuestra casa, ¿sería eso
bueno o malo?
Estamos
tratando de descubrir, señor, qué es pensar. Para la mayoría de
nosotros, pensar es la respuesta de la memoria, ¿no es esto? Como sé
donde vivo, respondo rápidamente cuando se me pregunta; y cuando se
me hace una pregunta más sutil, miro en mi memoria para encontrar
una respuesta. Pero la memoria es la experiencia de siglos, de modo
que mi respuesta tiene que ser inevitablemente condicionada. Por
cierto que esto es bastante claro.
Señor,
si sois hindú y os pregunto si existe eso de la reencarnación,
vuestra respuesta instintiva consiste en decir que es un hecho, y
esta respuesta se basa en la influencia de vuestros padres, de
vuestros libros sagrados y del ambiente general en torno vuestro.
Respondéis de acuerdo con lo que se os ha dicho; vuestro pensar es
el resultado de la influencia, y por lo tanto está evidentemente
condicionado. Ahora nos preguntamos: ¿Puede la mente disociarse de
lo pasado y descubrir lo que es verdadero?
INTERLOCUTOR: Parece
que describís la mente como una colección de experiencias pasadas,
y creo que todos estamos conformes, pero ahora preguntáis si es
posible que la mente se disocie de todo ello. ¿Qué significa ello?
KRISHNAMURTI ¿Me estáis
preguntando a mí, u os preguntáis a vos mismo?
INTERLOCUTOR: Me estoy
preguntando a mí mismo tanto como a vos.
KRISHNAMURTI: Eso es
mejor. Os estáis preguntando a vos mismo, no a mí. La mente es el
resultado del tiempo; y ¿puede una mente así descubrir jamás algo
nuevo, que tiene ‘que ser atemporal? ¿Comprendéis mi pregunta,
señor? Veo que mi mente está formada por el pasado, sin embargo
ella es el único instrumento que puede observar y descubrir.
Entonces, ¿qué tiene que hacer? No hay otro instrumento para
descubrir, y sin embargo ese instrumento es resultado del pasado, lo
cual es un hecho y no importa cuánto se discuta o se niegue, eso
nada afectará al hecho. Y ¿puede una mente así descubrir jamás
algo nuevo? ¿O continuará siempre lo conocido, que es el pasado,
aunque yo sea inconsciente de ello, de modo que sólo puede haber
continuidad de lo conocido en diferentes formas? Ya que la mente
jamás puede experimentar lo desconocido, sea ello lo que fuere,
entonces tratamos de modificar lo conocido, embellecerlo, pulirlo,
acumular más información, pero quedándonos siempre dentro del área
de la mente, de lo conocido. ¿Comprendéis, señor? Esta suposición
de que la mente está imposibilitada, de que nunca puede salir de su
propio terreno porque es el resultado de lo conocido, puede ser el
factor de deterioro. ¿Comprendéis lo que quiero decir? Si aceptáis
eso, entonces es evidente que tenéis que pulir de manera constante
la mente, ponerla en orden, disciplinarla, rellenarla con más
información, etc. Entonces no tenéis problema, porque estáis
viviendo dentro del campo de lo conocido. Pero en el momento en que
empezáis a inquirir sobre lo desconocido, tenéis un problema, ¿no
es verdad, señor?
INTERLOCUTOR: Empezasteis
preguntando qué es el pensar. A mí me parece que el pensar siempre
está relacionado con algo, que no existe el pensar puro.
KRISHNAMURTI: Pensar es
responder a un reto, ¿verdad? No hay pensamiento aislado. Es sólo
cuando hay un reto que respondéis. Aun si pensáis estando en
vuestro dormitorio, donde no hay reto exterior, el pensar sigue
siendo la respuesta a un reto interior vuestro. Existe esta constante
relación de reto y respuesta, y como respondéis de acuerdo a
vuestras creencias, a la forma en que se os ha criado, y todo lo
demás, vuestra reacción es siempre restringida, estrecha, mezquina.
Ahora
bien, nosotros estamos tratando de descubrir dónde cesa el pensar, y
tiene lugar algo nuevo, que no es el pensar.
INTERLOCUTOR: Estáis
preguntando dónde termina el pensar y empieza la meditación.
KRISHNAMURTI: Muy bien,
señor. ¿Dónde termina el pensar? Esperad un instante. Estoy
indagando qué es el pensar, y digo que esta misma indagación es
meditar. No es que exista primero la terminación del pensar y luego
empiece la meditación. Os ruego me acompañéis, señores y señoras,
paso a paso. Si yo puedo descubrir qué es el pensar, entonces nunca
preguntaré cómo meditar, porque en el proceso mismo de descubrir lo
que es el pensar hay meditación. Mas esto significa que debo prestar
atención completa al problema, y no sólo concentrarme en él, lo
cual es una forma de distracción. No sé si me explico.
Al
tratar de descubrir qué es el pensar, tengo que prestar atención
completa, en la cual no puede haber esfuerzo. ni conflicto; porque en
el esfuerzo, en el conflicto, hay distracción. Si tengo realmente la
intención de descubrir lo que es el pensar, esa misma pregunta
provoca una atención en la cual no hay desviación, no hay
conflicto, no existe la sensación de que debo prestar atención.
Así
pues, ¿qué es el pensar? Veo que el pensar es la respuesta de la
memoria, en cualquier nivel, consciente o inconsciente; es siempre la
reacción de ese campo de la mente que es lo conocido, lo pasado. La
mente ve esto como un hecho. Entonces la mente se pregunta si todo
pensar es meramente verbal, simbólico, una reacción del pasado; ¿o
hay un pensar sin palabras, sin el pasado?
Ahora
bien, ¿es posible descubrir si existe alguna actividad de la mente
que no esté contaminada por lo pasado? ¿Comprendéis, señores?
Estoy inquiriendo, no doy nada por supuesto. La mente ve que ella es
resultado del pasado, y se pregunta si es posible estar libre del
pasado. Si la mente responde en una forma u otra, si dice que es
posible, o que no lo es, entonces esa suposición es resultado del
pasado, ¿no es así? Os ruego que avancéis paso a paso conmigo, y
así comprenderéis. La mente se da cuenta de que es resultado del
pasado; pregunta si puede librarse de éste; y ve que toda suposición
de que puede o que no puede proviene del pasado. ¿Cuál es, pues, el
estado de la mente que no tiene asociación, que no supone nada?
INTERLOCUTOR: Ya no es
la mente, la mente limitada que conocemos.
KRISHNAMURTI: No hemos
llegado a eso todavía. Quiero ir poco a poco.
INTERLOCUTOR: La
cuestión es: ¿quién es el que piensa?
KRISHNAMURTI: Sabemos
quién piensa, señor. La mente se ha dividido a sí misma en el
pensador y el pensamiento, pero es evidente que sigue siendo la
mente. Todo el proceso de la separación entre el pensador y el
pensamiento sigue estando dentro de ese campo de la mente, que es el
resultado del tiempo, del pasado; y la mente ahora se pregunta si
puede librarse del pasado.
INTERLOCUTOR: Señor,
si nosotros, que os estamos escuchando, dudamos de la verdad de lo
que decís, continuará nuestro antiguo condicionamiento. Por el
contrario, si tenemos fe en lo que decís, entonces nuestras mentes
de nuevo serán condicionadas por eso.
KRISHNAMURTI: No os pido
que tengáis fe. Sólo estoy observando el funcionamiento de mi
propia mente, y espero que estéis haciendo la misma cosa. Estamos
observando el funcionamiento de la mente y descubriendo sus procesos.
Eso es todo lo que estamos haciendo, lo cual no significa que debáis
o no debáis tener fe. Estamos tratando de descubrir cómo funcionan
nuestras mentes, lo cual es meditación.
INTERLOCUTOR: ¿Cómo
descubre algo nuevo un hombre de ciencia?
KRISHNAMURTI: Si vos y yo
fuéramos hombres de ciencia, podríamos discutir esa cuestión; pero
no somos científicos somos personas corrientes, y estamos tratando
de averiguar si la mente puede alguna vez descubrir algo nuevo. ¿Cuál
es el proceso de esto, señor?
Tendremos
que terminar. ¿Puedo ahondar un poco en ellos
Estoy
observando el funcionamiento de mi mente. Eso es todo. Hay reto y
respuesta. La respuesta está invariablemente de acuerdo con la
cultura, los valores, la tradición en que se ha criado la mente, y
que por el momento llamaremos su condicionamiento. La mente comprende
esto y se pregunta: ¿es toda respuesta el resultado de este
condicionamiento, o es posible que haya una respuesta más allá de
él? No digo que sea o no sea posible. La mente sólo se pregunta a
sí misma. Toda suposición de la mente de que sea posible o no lo
sea sigue siendo una respuesta del trasfondo. Esto está claro,
¿verdad? De modo que la mente sólo puede decir: ‘no lo sé’.
Tal es la única respuesta acertada a esta pregunta sobre si la mente
puede librarse del pasado.
Ahora
bien, cuando decís No lo sé’, ¿a qué nivel, a qué profundidad
lo decís? ¿Es meramente una declaración verbal, o es la totalidad
de vuestro ser la que dice ‘no lo sé’? Si todo vuestro ser dice
sinceramente ‘no lo sé’, ello significa que ya no os referís a
la memoria para encontrar respuesta. ¿No está entonces la mente
libre del pasado? Y ¿no es meditación todo este proceso de
inquirir? La meditación no es un proceso de aprender cómo meditar;
el mismo indagar qué es la meditación, es meditación. Para
averiguar qué es la meditación, la mente tiene que librarse de lo
que ha aprendido sobre la meditación; y la liberación de la mente
de lo que ha aprendido es el principio de la meditación.
25 de diciembre de 1955
IV
DEBE ser bastante obvio
para cada uno de nosotros cuando contemplamos el mundo, y
especialmente el estado de este país, que tiene que haber alguna
especie de revolución fundamental. Utilizo esta palabra para
indicar, no una reforma de remiendos, superficial, ni una revolución
instigada como un riesgo calculado de acuerdo con una particular
norma de pensamiento, sino la revolución que sólo puede producirse
en el más alto nivel, cuando empezamos a comprender toda la
significación de la mente. Sin comprender esta cuestión
fundamental, me parece que cualquier reforma, en cualquier nivel que
sea, por muy beneficiosa que resulte temporariamente, tiene que
conducir forzosamente a más desgracia y caos.
Creo
que este punto debe ser muy claramente comprendido, si ha de haber
alguna clase de relación entre el que habla y vosotros; pues la
mayoría de nosotros nos interesamos en alguna clase de reforma
social. Hay muchísima pobreza, ignorancia, miedo, superstición,
idolatría; existe la vana repetición de palabras que se llama
oración, y al mismo tiempo una vasta acumulación de conocimiento
científico, así como del así llamado conocimiento acopiado de los
libros sagrados. No tiene uno que ir a muchos países para ver todo
esto; puede observarse mientras uno pasea por las calles aquí, o en
Europa o América. Puede ser que los bienes materiales necesarios
sean abundantes en América, donde impera el materialismo y puede uno
comprar cualquier cosa; pero cuando viene uno a este país, ve esta
despiadada pobreza. Ve también la lucha de clases y no utilizo
esa expresión ‘lucha de clases’ en el sentido comunista, sino
meramente para transmitir la observación de un hecho, sin
interpretarlo en forma alguna. Ve uno la división de religiones, la
cristiana, la hindú, la musulmana, la budista, con sus varias
subdivisiones, clamando todas por convertirnos, o por mostrarnos un
diferente camino, un diferente sendero. La máquina ha hecho posibles
milagros de producción, especialmente en América; pero aquí en la
India todo es limitado, escaso. En este país, aunque repetimos mucho
la palabra ‘Dios’, aunque oramos, celebramos ritos y todo lo
demás, somos exactamente tan materialistas como en Occidente, sólo
que hemos convertido la pobreza en virtud, en necesidad inevitable, y
la toleramos.
Viendo
este extraordinariamente complejo cuadro de riqueza y pobreza, de
gobiernos soberanos, de ejércitos y de los últimos instrumentos de
destrucción en masa, se pregunta uno qué es lo que va a salir de
todo este caos, y adónde va a conducir todo ello. ¿Cuál es la
respuesta? Si de alguna manera es uno serio, creo que debe haberse
formulado esta pregunta. ¿Cómo tenemos que enfrentar este problema,
como individuos y como grupos? Estando confusos, la mayoría de
nosotros acudimos a alguna clase de norma religiosa o social,
esperamos que algún líder nos guíe para salir de este caos, o
insistimos en volver a las antiguas tradiciones. Decimos: ‘Volvamos
a lo que nos han enseñado los rishis9,
que está todo en los Upanishads, en el Gita; tengamos
más plegarias, más ritos, más gurús, más maestros’.
Esto es lo que en realidad está ocurriendo, ¿no es así?
Hay
en el mundo a la vez extraordinaria tiranía y relativa libertad.
Ahora bien, viendo todo este caótico cuadro (no filosóficamente, no
como un mero observador que contempla el paso de los acontecimientos,
sino como alguien cuyas simpatías son incitadas y tiene un germen de
compasión, como estoy seguro tenemos la mayoría, ¿cómo respondéis
a todo ello? ¿Cuál es vuestra responsabilidad ante la sociedad? ¿O
es que meramente estáis aprisionados en los engranajes de la
sociedad, siguiendo la pauta tradicional establecida por una
determinada cultura, occidental u oriental, y por lo tanto estáis
ciegos para toda esta cuestión? Y si efectivamente abrís los ojos,
¿os interesáis meramente en la reforma social, en la acción
política, en el ajuste económico? ¿Reside en cualquiera de estas
cosas la solución de este problema enormemente complicado, o se
halla en una dirección totalmente diferente? ¿Es el problema
simplemente económico y social? ¿O es que existen el caos y la
constante amenaza de guerra por el hecho de que la mayoría de
nosotros no nos interesamos en absoluto en las cuestiones más
profundas de la vida, en el desenvolvimiento total del hombre? ¿Es
nuestra educación lo que falta? Superficialmente se nos educa para
tener cierta clase de técnica, lo cual trae su propia cultura, y
parece que quedamos satisfechos con eso.
Pues
bien, viendo este estado de cosas (del que estoy seguro os dais buena
cuenta, a menos que seáis insensibles o tratéis de cerraros a
ello), ¿cuál es vuestra respuesta? Por favor, no respondáis
teóricamente, de acuerdo al modelo comunista, al capitalista, al
hindú o algún otro, lo que meramente es una imposición y por lo
tanto no es verdadero; en vez de ello, despejad la mente de todas sus
reacciones inmediatas, las así llamadas reacciones educadas, y
descubrid cuál es vuestra reacción como individuos. ¿Cómo
resolveríais este problema?
Si
hacéis esta pregunta al comunista, él tiene una respuesta muy
definida, lo mismo que la tiene el católico o el hindú ortodoxo, o
el musulmán; pero sus respuestas son evidentemente condicionadas.
Ellos han sido educados para pensar siguiendo ciertas líneas,
amplias o estrechas, por una sociedad o cultura que no se interesa
nada en el desenvolvimiento total de la mente; y, como responden
partiendo de su pensar condicionado, sus respuestas están
inevitablemente en contradicción, y por lo tanto han de crear
siempre enemistad, lo cual creo que es también bastante evidente. Si
sois hindú cristiano, o lo que queráis, vuestra respuesta tiene que
estar forzosamente de acuerdo con vuestro trasfondo condicionado, con
la cultura en que se os ha criado. El problema esta más allá de
todas las culturas, de toda norma particular, y sin embargo estamos
buscando una respuesta en términos de una pauta determinada, y de
aquí que haya creciente confusión, mayor desdicha. Así, a menos
que haya una fundamental ruptura con todo condicionamiento, un corte
total, es evidente que crearemos más caos, por muy bien
intencionados o supuestamente religiosos que seamos.
Me
parece que el problema reside en un nivel totalmente diferente, y
creo que al comprenderlo produciremos una acción enteramente
distinta de la del modelo socialista, capitalista o comunista. Para
mí, el problema está en comprender los hábitos de la mente; porque
si uno no puede observar y comprender en sí mismo el proceso del
pensamiento, no hay libertad, y por ello no puede uno llegar muy
lejos. En la mayoría de nosotros, la mente no es libre, está atada
consciente o inconscientemente a alguna forma de conocimiento, a
innumerables creencias, experiencias, dogmas; y ¿cómo puede una
mente así ser capaz de descubrimiento, de investigación en busca de
algo nuevo?
A
cada reto, es obvio que tiene que haber una respuesta nueva, porque
hoy el problema es totalmente diferente de lo que era ayer. Todo
problema es siempre nuevo, está todo el tiempo sufriendo
transformación. Cada reto reclama una nueva respuesta, y no puede
haber respuesta nueva si la mente no es libre. Y así, la libertad
está al principio, no meramente al fin. Desde luego que la
revolución debe empezar, no en el nivel social, cultural o
económico, sino al más alto nivel; y el descubrimiento del nivel
más elevado es el problema su descubrimiento, no la
aceptación de lo que se dice que es el nivel más elevado. No sé si
me explico claramente sobre este punto. Algún gurú, algún
individuo listo, le puede decir a uno cuál es el más alto nivel, y
uno puede repetir lo que ha oído, pero ese proceso no es
descubrimiento. Es simplemente la aceptación de la autoridad; y la
mayoría de nosotros aceptamos la autoridad, porque somos perezosos.
Todo ello ha sido pensado, y nosotros nos limitamos a repetir como un
disco de fonógrafo.
Ahora
bien, veo la necesidad del descubrimiento, porque es obvio que
tenemos que crear una clase de cultura totalmente distinta, una
cultura no basada en la autoridad, sino en el descubrimiento por cada
individuo de lo que es verdadero; y ese descubrimiento exige libertad
completa. Si una mente está sujeta, por larga que sea la cuerda,
sólo puede funcionar dentro de un radio fijo, y por lo tanto no es
libre. Así pues, lo importante es descubrir el más alto nivel en
que pueda realizarse la revolución, y eso exige gran claridad de
pensamiento, exige una buena mente; no una mente espuria, repetidora,
sino una mente capaz de pensar con intensidad, razonar hasta el fin,
clara, lógica y cuerdamente. Tiene uno que poseer una mente así y
sólo entonces es posible ir más allá.
Así
pues, la revolución sólo puede realizarse en el más elevado nivel,
el cual debe ser descubierto; y sólo lo podéis descubrir por medio
del autoconocimiento, no por el conocimiento acumulado de vuestros
antiguos libros, o de los libros de los modernos analistas. Tenéis
que descubrirlo en la interrelación, descubrirlo, y no sólo
repetir algo que habéis leído u oído. Entonces encontraréis que
la mente se torna extraordinariamente clara. Al fin y al cabo, la
mente es el único instrumento que tenemos. Si esa mente está
obstruida y es mezquina, medrosa, como lo son la mayor parte de
nuestras mentes, carecerán de todo sentido su creencia en Dios, su
adoración, su busca de la verdad. Sólo la mente capaz de clara
percepción y, por lo tanto, de estar muy quieta, es la que puede
descubrir si existe la verdad o no; y es sólo una mente así la que
puede producir revolución en el más alto nivel. La mente religiosa
es la única verdaderamente revolucionaria; y la mente religiosa no
es la que repite, la que va a la iglesia o al templo, la que practica
puja cada mañana, la que sigue a alguna especie de gurú o adora
un ídolo. Una mente semejante no es religiosa, es realmente una
mente tonta, limitada; por eso nunca puede responder libremente al
reto.
Este
conocimiento propio no es para ser aprendido de otra persona. Yo no
puedo deciros lo que es. Pero uno puede ver cómo funciona la mente,
no sólo la que está activa todos los días, sino la totalidad de la
mente, la que es consciente tanto como la oculta. Todas las muchas
capas de la mente tienen que percibirse, investigarse, lo que no
significa introspección. El autoanálisis no revela la totalidad de
la mente, porque siempre hay la división entre el analizador y lo
analizado. Pero si podéis observar el funcionamiento de vuestra
propia mente sin ningún sentido de juicio, de evaluación, sin
condena ni comparación; simplemente observando como observaríais
una estrella, desapasionadamente, tranquilamente, sin ninguna
sensación de ansiedad, entonces veréis que el autoconocimiento no
es cuestión de tiempo, que no es un proceso de sondear en lo
inconsciente para remover todos los motivos o para comprender los
diversos impulsos y compulsiones. Lo que crea el tiempo es la
comparación, ciertamente; y puesto que nuestras mentes son el
resultado del tiempo, siempre están pensando en términos del ‘más’,
a lo cual llamamos progreso.
Siendo,
pues, resultado del tiempo, la mente está siempre pensando en
términos de crecimiento, de logro; y ¿puede la mente librarse del
‘más’, que es realmente disociarse por completo de la sociedad?
La sociedad insiste en el ‘más’. Después de todo, nuestra
cultura se basa en la envidia y en la adquisividad, ¿no es así?
Nuestra adquisividad no se refiere sólo a cosas materiales, sino
también al reino de lo que se llama espiritualidad, en el cual
queremos tener más virtud, estar más cerca del maestro, del gurú.
Así es que toda la estructura de nuestro pensamiento se basa en el
‘más’; y cuando uno comprende por completo la exigencia del
‘más’, con todos sus resultados, hay seguramente una completa
disociación con respecto a la sociedad; y sólo el individuo que
está por completo disociado de la sociedad puede actuar sobre ésta.
El hombre que se pone un taparrabos o una túnica de sannyasi,
que meramente se convierte en monje, no está disociado de la
sociedad; sigue formando parte de ésta, sólo que su demanda de
‘más’ está en otro nivel. Él está aún condicionado por los
límites de una cultura particular, y por lo tanto está atrapado
dentro de ella.
Creo
que ésta es la verdadera cuestión, y no la manera de producir más
cosas y distribuir lo que se produce. Se tienen ahora las máquinas y
las técnicas para producir todo lo que le hace falta al hombre, y
pronto habrá probablemente una distribución equitativa de las
necesidades materiales y una cesación de la lucha de clases; pero el
problema fundamental quedará. El problema básico consiste en que el
hombre no es creativo, no ha descubierto por sí mismo esta
extraordinaria fuente de creatividad que no es una invención de la
mente; y es sólo cuando uno descubre esta atemporal creatividad que
hay bienaventuranza.
PREGUNTA: He venido
aquí a aprender y a que se me instruya. ¿Podéis enseñarme?
KRISHNAMURTI: Es
realmente una pregunta interesante, si podemos penetrar en ella. ¿Qué
queremos decir con la palabra aprender? Aprendemos una técnica,
aprendemos a ser eficientes en ganarnos la vida o en realizar alguna
tarea material o mental. Aprendemos a calcular, a leer, a hablar un
idioma, a construir un puente, y así sucesivamente. Aprender es
hallar la manera de hacer las cosas, y desarrollar la capacidad para
hacerlas. Fuera de eso, ¿hay alguna otra forma de aprender? Os ruego
que penséis esto conmigo.
Cuando
hablamos de aprender, queremos significar acumulación, ¿verdad? Y
cuando hay cualquier forma de acumulación, ¿puede la mente
aprender? Aprender es una necesidad sólo para tener capacidad. Yo no
podría comunicar si no hablase un idioma. Y para hablar un idioma
tengo que aprenderlo, tengo que acopiar en la mente las palabras y el
significado de esas palabras, lo cual es cultivo de la memoria. De
modo semejante aprende uno la manera de construir una carretera, de
manejar una máquina, de conducir un coche, etc.
Ahora
bien, el que pregunta no se refiere a eso; no está aquí para hallar
la manera de conducir un automóvil ni nada parecido. Quiere ser
instruido, aprender la forma de descubrir aquello que puede llamarse
verdad o Dios ¿no es así? Cuando acudís a un gurú, a un
maestro religioso, para aprender, ¿qué es lo que aprendéis? El no
puede enseñaros más que un sistema, una norma de lo que hay que
pensar. Y eso es lo que queréis de mí. Queréis aprender una nueva
norma de comportamiento, de conducta, o una nueva manera de vivir,
que es también el cultivo de la memoria en otra forma; y si
observáis este proceso muy claramente y de cerca, veréis que en
realidad os impide aprender. Es realmente muy sencillo.
Sois
todos hindúes, o lo que seáis, y ¿qué pasa cuando se presenta
algo nuevo ante vosotros? Traducís lo nuevo en términos de lo
viejo, y por tanto ya no es lo nuevo, o lo rechazáis; y esto es lo
que en realidad está pasando. Así que una mente que está
acumulando, pensando de acuerdo a normas, una mente que está llena
de lo que se llama conocimiento, que ha salido a aprender una nueva
manera de pensar o de conducirse, seguramente que una mente así
jamás podrá aprender.
Y
¿qué hay que aprender? Por favor, seguid esto. ¿Qué es lo que hay
que aprender? ¿Vais a aprender sobre la reencarnación, sobre Dios,
sobre lo que es la verdad? Cuando decís: ‘Instruidme, enseñadme,
estoy aquí para aprender’, ¿qué significa todo eso? ¿Es posible
enseñar? ¿Enseñar qué? ¿La manera de darse cuenta? Conocéis muy
bien la manera de daros cuenta. Cuando estáis interesados os dais
plena cuenta. Cuando queréis hacer dinero como abogado, os dais muy
buena cuenta entonces. Cuando queréis hacer algo con interés
profundamente vital, allí está vuestra plena atención.
La
atención no es algo que haya de enseñarse. Se os puede enseñar la
manera de concentraros, pero atención no es concentración. Como
veis, la mente siempre está pensando en normas: cómo meditar, cómo
construir un puente, cómo jugar a los naipes, cómo leer más
rápidamente, cómo conducir un coche, cómo andar debidamente o
seguir un buen régimen alimenticio. Del mismo modo queréis aprender
cuál es el camino hacia Dios, hacia la verdad; queréis alguien que
os muestre el sendero que conduce a ese estado extraordinario. Es
evidente que no hay sendero a ese estado, porque ese estado no es
estático, y os estará engañando cualquier persona que diga que hay
un sendero hacia aquel estado. Un sendero sólo puede existir hacia
aquello que es estático, que está muerto. No hay muchos senderos
hacia la verdad, ni hay un sendero único; no hay senderos en
absoluto, y ahí está la belleza de ello. Pero la mente rechaza este
hecho porque quiere estar segura, y piensa en la verdad como si fuera
la seguridad final; busca, pues, un sendero por el cual llegar a esa
seguridad.
Ahora
bien, si veis todo este proceso, ¿qué hay entonces que aprender? ¿Y
podéis ser libres por el aprendizaje? Os ruego que lo penséis
conmigo; no lo aceptéis ni lo rechacéis. Este es vuestro problema.
¿Puede ser jamás libre una mente que esté aprendiendo, acumulando,
acopiando? Y si la mente nunca es libre, ¿cómo puede averiguar,
descubrir? Y ciertamente que es esencial descubrir; porque averiguar,
descubrir, es el potencial creativo en el hombre. Por consiguiente la
mente debe estar libre de toda autoridad la ponzoñosa
autoridad de lo que se llama religión y de los líderes religiosos-
porque sólo entonces es capaz de descubrir lo que es verdad, lo que
es Dios, lo que es bienaventuranza.
Señores,
si realmente estáis prestando atención a lo que se está diciendo,
y no lo estáis comparando con lo que habéis aprendido, o
preocupándoos sobre la forma en que afectará a vuestros
compromisos, vuestros intereses creados, a vuestra posición en la
sociedad, y todo lo demás de esa estúpida tontería, veréis que
hay libertad y descubrimiento inmediatamente.
El
aprender no acercará la verdad a nosotros. Sólo la mente que ha
emprendido un viaje de perpetuo descubrimiento, la que ya no está
acumulando, la que está muerta para todo lo que acumuló ayer, y que
es por eso nueva, inocente, libre, sólo una mente así puede
descubrir lo que es la verdad y producir una revolución en este
mundo. Tan sólo una mente así es capaz de amor y compasión no
la mente que está practicando el amor y la compasión,
cultivando la virtud de acuerdo a una norma, todo lo cual es
autointerés.
Siento
que sea tarde para contestar a otra pregunta.
Si
comprendemos lo que es prestar atención, entonces acaso se realice
esta honda revolución a pesar de nosotros mismos. Si cada uno de
nosotros puede estar puramente atento, sin querer producir un
resultado o transformarnos, entonces veremos que la mente no es cosa
del tiempo. El tiempo aparece solamente cuando hay comparación; y la
mente que esté comparando no está atenta. ¿Habéis observado
alguna vez lo difícil que es contemplar algo, simplemente observar
una cualidad, una persona, una idea, un sentimiento, sin ninguna
sensación de negar, condenarlos o justificarlos? Cuando la mente es
capaz de observar así, encontraréis que la reacción no tiene
sentido alguno, y en ese estado de plena atención puede borrarse
todo el contenido de la conciencia.
Al
fin y al cabo, la totalidad de nuestra conciencia es el resultado de
muchas influencias: la influencia del clima, la dieta, de la
educación, de la raza y la religión; de lo que leemos, de la
sociedad, y la influencia de nuestras propias intenciones y deseos.
Espero me estéis escuchando con atención y no sólo con la memoria,
y que estéis realmente vivenciando el hecho de que vuestra
conciencia es el resultado de muchas influencias. Estas influencias
son de hechura humana. Y ¿puede la conciencia condicionada por ellas
encontrar algo más allá de sí misma, por mucho que pueda
intentarlo? Es evidente que no. Solamente puede proyectar su propio
estado en una forma diferente. Así, la conciencia está
condicionada, y cualquier cosa que surja de esa conciencia no podrá
jamás ser libre; y, sin embargo, es sólo la mente libre la que
puede descubrir.
Ahora
bien, cuando os dais cuenta de que el proceso del pensar, a cualquier
nivel, por muy profundo o superficial que sea, está condicionado,
comprendéis que el pensar no es el factor liberador; pero tenéis
que pensar muy claramente para ver la limitación del pensar. Todo
pensamiento que surja de la mente condicionada sigue estando
condicionado. Cuando la mente condicionada piensa sobre Dios, su Dios
es ella misma. Si la mente se da completa cuenta de esto y le presta
plena atención, entonces veréis que hay libertad; entonces la mente
ya no es el juguete de la sociedad, ya no está compuesta por el
hombre, y solo entonces puede vivenciar algo que está más allá de
sí misma.
11 de enero de 1956
V
SI observa uno los
acontecimientos de cada día, creo que es bastante aparente que, en
el intento mismo de resolver los muchos problemas que nos asedian, no
hacemos más que provocar nuevos problemas; y me parece que mientras
no comprendamos los procesos del pensamiento y no seamos capaces, por
lo tanto, de depurar la mente, nuestros problemas inevitablemente
aumentarán y se multiplicarán. Aunque cada uno lo exprese en forma
diferente, toda persona inteligente se da cuenta de que la mente debe
ser depurada; y, para decirlo muy sencillamente, esto implica que,
hasta que el instrumento con el cual actúa el hombre que es la
mente- sea claro, desapasionado, libre del ‘yo’ con sus
innumerables prejuicios y temores, tanto conscientes como
inconscientes, hasta que la mente sea purificada de todo eso,
nuestros problemas aumentarán. Todos nosotros sabemos esto, y toda
religión de algún valor lo afirma de diferentes maneras; sin
embargo, ¿por qué es que nunca parecemos capaces de depurar
nuestras mentes? ¿Es que no hay bastantes sistemas, o que aun no ha
sido inventado y aplicado el verdadero? ¿O es que ningún método o
sistema puede jamás traer esta purificación? Por cierto, todos los
sistemas y métodos engendran tradición la cual trae mediocridad de
mente; y una mente mediocre, al enfrentarse con un gran problema,
traducirá inevitablemente ese problema en términos de su propio
condicionamiento.
Es
decir, para acometer cualquier cuestión principal en los asuntos
humanos, vemos la necesidad de una mente que sea clara, que esté
depurada de todos sus prejuicios, y, para depurar la mente, decimos
que debemos tener un sistema, un método, una práctica; pero si uno
está bien alerta, ve que en el mismo hecho de practicar un sistema,
la mente queda atrapada en este, y por lo tanto no está libre, no
esta depurada, no está purificada. Estando aprisionada en un
sistema, la mente traduce o responde al reto de acuerdo a este
condicionamiento. También esto es bastante evidente, si indagáis en
ello.
Tenemos
muchos problemas en todos los niveles de nuestra existencia, y, para
responder a estos problemas, la mente ha de ser sana, ávida, alerta.
Para producir esa mente clara, sana, inocente, decimos que es
necesaria la práctica de un sistema; pero vemos que, en la práctica
misma de un sistema, la mente se deforma, se limita, se retuerce.
Está pues muy claro que los sistemas no liberan la mente, y creo que
este hecho debe ser plenamente comprendido antes de que podamos
seguir indagando más.
La
mayoría de nosotros cree que un método, un sistema, una práctica,
va a liberar la mente, o que la ayudará a pensar con claridad. Pero,
¿ayuda a la mente un sistema, de cualquier clase que sea, a pensar
muy claramente, sin parcialidad, sin el centro del ‘yo’, del
‘ego’? ¿No estimula al ‘mí mismo’ la práctica de un
sistema? Aunque se espera que el sistema os ayude a libraros del yo,
del mí, del ego, o como llame uno a esa actividad egocéntrica de la
mente ¿no acentúa la práctica misma de un sistema el egocentrismo,
aunque sea a lo largo de una línea diferente?
Así,
pues, nunca podrá la mente hacerse libre por medio de un sistema.
Sin embargo, la mayor parte de las mentes están atrapadas en un
sistema, que es el camino de la tradición, y que invariablemente
engendra mediocridad. Esto es lo que nos ha ocurrido a casi todos
nosotros, ¿no es así? Al funcionar en los hábitos, en la
tradición, antigua o moderna, a la que llamamos conocimiento, la
mente se enfrenta con un problema inmenso, un problema que está
siempre cambiando. Sea personal o impersonal, colectivo o individual,
ningún problema es estático. Pero la mente es estática, porque
está presa en un carril de tradición, de costumbres, está
habituada a cierta manera de pensar; hay, pues, siempre una
contradicción entre la condición estática de la mente y el
problema que esta siempre cambiando, moviéndose. Una mente así es
incapaz de hacer frente al problema y resolverlo lo cual creo
que es bastante claro.
Después
de todo, vosotros, hacéis frente a los problemas como hindúes, es
decir, con la tradición de la cultura hindú, lo mismo que el
católico o el comunista encara cualquier cuestión de acuerdo con su
particular condicionamiento. No obstante, la mayoría de nosotros
reconocemos que la mente debe ser depurada, purificada, para hacer
frente a la vida, para encontrar a Dios, a la verdad, o lo que
queráis.
Ahora
bien, deseando hacer frente a ese reto, descubrir esa cosa nueva,
decimos que la mente ha de ser purificada por la práctica de un
sistema; y, sin embargo, cuando lo contemplamos con mucha atención,
vemos que un sistema paraliza la mente, no la libera. ¿Qué va uno,
pues, a hacer? Este es un problema con el cual todos nos enfrentamos,
¿verdad? El reto, que es el mundo tal como es hoy, es totalmente
nuevo, con nuevas demandas, y es imposible que respondamos a lo nuevo
con las tradiciones en decadencia, las ideas, los recuerdos y el
conocimiento de lo viejo. Ve uno que en la práctica misma de un
método, la mente está paralizada; que en el proceso mismo de
cultivar la virtud se refuerza el ego. Tiene que haber virtud, porque
la virtud trae orden; pero la virtud que se cultiva, que se practica
día tras día, deja de ser virtud. Viendo esto ¿qué va a hacer la
mente?
Puede
uno ver muy bien que para encararse con el reto, para hacer frente a
este mundo extraordinario, con sus múltiples pesares, con sus
enormes contradicciones y frustraciones, la mente debe volverse
nueva, sana, pura, inocente; y ;cómo se va a producir este estado
mental? ¿Puede hacerlo el tiempo? Es decir, persiguiendo el ideal de
la pureza, de la inocencia, de la claridad, ¿puede la mente que es
torpe, estúpida, mediocre, lograr aquel otro estado a través del
tiempo? ¿Puede transformarse lo que es en lo que debería
ser, mediante la persecución del ideal? Cuando la mente dice:
‘Aquí estoy, y hará falta tiempo para alcanzar el estado ideal,
que está allí’ ¿qué ha hecho la mente? Ha inventado el ideal
aparte del hecho real, y entonces el tiempo es necesario para salvar
la distancia entre ambos; al menos, eso es lo que decimos. Tenemos
pues cómodas teorías sobre lo inevitable del tiempo: evolución,
desarrollo a través del crecimiento, etc. Pero, si observáis muy
atentamente la idea de que el tiempo es un medio para lograr el
ideal, encontraréis que proviene de una actitud sumamente perezosa y
sutil, de aplazamiento.
Desde
la infancia se nos cría en este concepto del ideal, el ejemplo, la
perfección última, para cuya realización decimos que el tiempo es
necesario. Pero, ¿disolverá el tiempo la egocéntrica actividad del
‘yo’, del ego, que es la causa de todo el mal, de todo el
sufrimiento? El tiempo implica práctica, progreso hacia algo que
debería ser; pero ese algo es la proyección de una mente
presa en su propia desgracia, en su propio condicionamiento. Así que
el ideal, lo que debería ser, es el resultado de una mente
condicionada, es la proyección de una mente que está triste, que es
ignorante, que está llena de actividad egocéntrica; por lo tanto,
el ideal contiene la semilla del presente; y, si lo miráis con mucho
cuidado, si lo consideráis profundamente, veréis que el tiempo no
trae la depuración del ‘yo’. Entonces, ¿qué tiene que hacer la
mente?
¿Comprendéis?
Ningún sistema resolverá este problema. Aunque practicaseis un
sistema durante mil años, el ego subsistiría, porque la práctica
misma de un sistema refuerza el ‘yo’. Ni tampoco resolverá el
ideal jamás este problema, porque el ideal exige tiempo en el cual
progresar desde lo que es, que es el hecho, hacia lo que
debería ser; y esta persecución de lo que debería ser
interfiere con la comprensión de lo que es. Lo que es sólo puede
ser comprendido cuando la mente esté completamente libre del ideal,
de la idea de progreso a través del tiempo. Y, sin embargo, estos
son los dos únicos medios que tenéis, ¿no es verdad? Utilizáis el
ideal como palanca para libraros de lo que es, o practicáis
un sistema, el cual inevitablemente engendra mediocridad; y a la
mente mediocre no le es posible responder a un reto que es
extraordinariamente dinámico, que reclama vuestra completa atención.
¿Qué tiene, pues, que hacer la mente?
No
sé sí habéis pensado siquiera en este asunto. Tenemos problemas en
todos los niveles de nuestra existencia, económicos, sociales,
emocionales, intelectuales, y siempre hemos abordado estos problemas
desde un punto de vista tradicional o idealista. Hacemos frente a los
hechos con teorías; y puede uno ver muy bien que una mente presa en
formulaciones, en conclusiones, que elabora una teoría sobre un
hecho, no es posible que pueda comprender él hecho. Siempre hay
conflicto entre el hecho y la teoría; y nuestra meditación, nuestro
sacrificio, nuestra práctica, que es el cultivo de la virtud, jamás
pueden resolver el problema, porque cultivar la virtud es fortalecer
el ‘yo’. El ‘yo’ se vuelve responsable, eso es todo. Al ver
esto, ¿qué tiene que hacer la mente?
Acaso
debemos experimentar con algo esta noche. Hasta ahora, habéis
seguido lo que he dicho, que es bastante claro, y no creo que estéis
en desacuerdo. No hay nada que aceptar ni rechazar, porque éstos son
hechos. Si estáis en desacuerdo, estaréis meramente negando un
hecho; y, por mucho que negareis un hecho, el hecho existe. La
dificultad es que la mayor parte de nosotros está presa en la
tradición tradición como conocimiento heredado o adquirido,
como experiencia- y con una mente así abordamos un hecho, negándolo
o traduciéndolo de acuerdo con nuestro condicionamiento. Esto es lo
que de hecho está pasando dentro de cada uno de nosotros, en
diferentes niveles y con distintos grados de intensidad.
Como
decís, ¿podemos intentar algo esta noche, que es escuchar, no con
la memoria ni con la tradición, ni con la intención de obtener algo
por el hecho de escuchar, sino con atención completa? Si es uno
capaz de escuchar de esta manera, hay transformación inmediata no
importa que sea por un tiempo largo o corto. La duración no es
importante; lo importante es la capacidad para escuchar con atención
completa. Si la mente puede quitar todas las tradiciones, las
opiniones, las evaluaciones, las comparaciones, y tan sólo escuchar
lo que se está diciendo, encontraréis que, partiendo de esa
atención completa, seréis capaces de abordar cualquier problema;
porque en esa atención no hay problema alguno. El problema es creado
por la falta de atención. La atención es lo bueno, pero lo bueno no
puede ser cultivado por la mente la mente que está
condicionada por la tradición, por el ambiente, por toda clase de
influencias. Lo que importa es tener la capacidad de atender sin
interpretar ni evaluar; pero no podéis practicar esta
atención. Si lo hacéis, la volvéis a reducir a la mediocridad, se
convierte en mera tradición. Pero si la mente puede encarar el
problema con atención completa, entonces hallaréis que el problema
ha cesado, porque en tal caso la mente es una entidad totalmente
diferente. Ya no es más el producto del tiempo; y una mente así es
capaz de recibir aquello que es eterno.
La
dificultad que tenemos la mayoría de nosotros es que nunca damos
atención completa a nada, ni aun cuando estamos interesados. Cuando
estamos interesados en algo, ello nos absorbe, como el juguete
absorbe al niño; y la absorción no es atención. Pero si podéis
escuchar completamente, sin interpretación, sin comparación, sin
evaluación, lo cual es prestar toda vuestra atención, entonces se
trasciende toda tradición, y la mente queda extraordinariamente
clara, inocente, pura; y una mente así es capaz de resolver los
problemas de la vida.
PREGUNTA: Gandhiji
recurrió al ayuno como medio para cambiar el corazón de otros. Su
ejemplo lo están siguiendo algunos líderes en la Indio, que
consideran el ayuno como medio de purificarse y de purificar a la
sociedad que los rodea. ¿Puede ser purificador el sufrimiento
autoinvitado? Y ¿existe la purificación vicaria?
KRISHNAMURTI: Sin aceptar
ni negar nada, investiguemos la cuestión. Se dice que el sufrimiento
es necesario como medio para purificar la mente. Filosofías y
religiones enteras se edifican sobre esta idea de que alguien sufre
por vos y os purifica. ¿Puede hacerse eso? ¿Y qué entendemos por
sufrimiento? Hay el sufrimiento causado por la inanición, por el
decaimiento, la enfermedad, el deterioro físico. Una sociedad basada
en la adquisividad y en la envidia debe crear inevitablemente
sufrimiento físico: los que tienen y los que no tienen. Todo esto es
muy claro. Luego tenemos el sufrimiento psicológico. Si os amo y vos
no me amáis, sufro. Si soy ambicioso, si quiero alcanzar plenitud
ocupando una posición prominente, y ocurre algo que me lo impide, me
siento frustrado v sufro. Decimos que el sufrimiento es un proceso
inevitable, y lo aceptamos; nunca lo ponemos en duda, nunca
preguntamos si es necesario sufrir psicológicamente.
Y
¿puedo yo sufrir por el bien de otro? ¿Puedo cambiar la sociedad
por medio de mi ejemplo? Cuando hay un ejemplo, ¿qué ocurre? Se
establece la autoridad; el seguimiento de la autoridad engendra el
temor; y el temor origina la mediocridad de una mente superficial. Se
nos educa en esta idea de que el ejemplo, el héroe, el santo, el
líder, el gurú, es necesario; así nos convertimos en
seguidores sin iniciativa alguna, discos de gramófono que repiten la
misma vieja norma. Cuando nos limitamos a seguir, perdemos todo el
sentido de la individualidad, la plenitud de comprensión como
individuos, y evidentemente eso no resuelve nuestros problemas.
Además,
si habéis de ayunar, ¿por qué tenéis que hacerlo en público?
¿Por qué este pregonar, este ruido, esta publicidad, este batir el
tambor? Es porque queréis impresionar a la gente, y la gente se
impresiona fácilmente. Y luego, ¿qué? ¿han cambiado ellos? Al
ayunar, ¿es vuestra intención impresionar a la gente, o descubrir
el estado de vuestra propia mente? Si tratáis de impresionar a la
gente, entonces ello tiene muy poco sentido; es sólo político, y
ahí está la explotación.
Más
si vuestra intención es conseguir autopurificación y comprensión,
¿es entonces necesario el ayuno? Lo necesario es una agudeza, una
claridad mental, no en ciertos períodos del año, sino en todo
momento, lo cual es ser plenamente perceptivo en vuestras relaciones;
y es ese darse cuenta el que os revela lo que sois. Un estómago
pesado evidentemente hace que la mente quede embotada; pero una mente
embotada es también la que practica un sistema con el fin de ser
clara. Es obvio que la mente se embota por la práctica de la virtud;
y sin embargo creemos que el sufrimiento, el ayuno, los ejemplos, son
necesarios para producir un cambio en la sociedad. Seguramente, el
ejemplo engendra autoridad, por noble, estúpido o histórico que
pueda ser; y cuando existe la tiranía del ejemplo, la mente tan sólo
se ajusta a un modelo. El modelo puede ser amplio o estrecho, pero
sigue siendo un modelo, un marco, y la mente que sigue un modelo es
inevitablemente muy superficial.
Es
obvio que la conformidad es una maldición. ¿Puede ser libre la
mente por medio de la conformidad? ¿Tiene que volverse servil la
mente para ser libre, o debe existir la libertad desde el principio
mismo? La libertad no es una cosa que deba ganarse como recompensa al
fin de la vida; no es la meta de la vida, porque una mente que sea
incapaz de ser libre ahora no puede descubrir nunca lo que es
verdadero.
La
sociedad no cambia por el ejemplo. La sociedad puede reformarse,
puede producir ciertos cambios por medio de la revolución política
o económica, pero sólo el hombre religioso puede crear una
transformación fundamental en la sociedad; y el hombre religioso no
es aquél que practica el ayuno como ejemplo para impresionar la
sociedad. El hombre religioso no se interesa nada por la sociedad,
porque ésta se basa en la adquisividad, la envidia, la codicia, la
ambición, el miedo. Esto es, la mera reforma del modelo de la
sociedad, cambia solo la superficie, produce una forma más
respetable de ambición. Por el contrario, el hombre verdaderamente
religioso está totalmente fuera de la sociedad porque no es
ambicioso, no tiene envidia, no sigue ningún rito, dogma ni
creencia; y es sólo un hombre así el que puede transformar
fundamentalmente la sociedad, no el reformador. El hombre que se pone
a dar ejemplo no hace más que engendrar conflicto, reforzar el temor
y producir diversas formas de tiranía.
Es
muy extraño cómo adoramos los ejemplos, los ídolos. No queremos lo
que es puro, verdadero en sí mismo; queremos intérpretes, ejemplos,
maestros, gurús, como medio a través del cual alcanzar algo,
todo lo cual es puro disparate, y se utiliza para explorar a la
gente. Si cada uno de nosotros pudiera pensar claramente desde el
principio mismo, o nos pudiéramos reeducar para pensar claramente,
entonces todos estos ejemplos, maestros, gurús, sistemas,
serían absolutamente innecesarios, como lo son de todos modos.
Como
veis, el mundo es, desgraciadamente, demasiado para la mayoría de
nosotros; nuestras circunstancias pesan demasiado; nuestras familias,
nuestro país, nuestros líderes, nuestros puestos de trabajo, nos
atan, nos sujetan al engranaje, y esperamos vagamente encontrar de
alguna manera felicidad. Pero esta felicidad no viene vagamente, no
viene si estáis sujetos por la sociedad, si sois esclavos del
ambiente; viene sólo cuando hay libertad de la mente, que no es
libertad de pensamiento. El pensamiento nunca es libre; pero la mente
puede serlo, y esa libertad viene, no mediante la penetración en las
muchas capas de lo inconsciente, analizando el recuerdo de incidentes
y experiencias, sino tan sólo cuando hay completa atención. En el
proceso de autoanálisis siempre tiene que estar el analizador; pero
el analizador es parte de lo analizado, como el pensador es parte del
pensamiento; y, si no comprendéis la cuestión central, no haréis
más que aumentar los problemas y producir más desdicha.
No
puede hacerse que la mente sea clara, pura, inocente, por ningún
método, por ninguna disciplina, por la práctica de ninguna virtud.
La virtud es esencial, pero una virtud cultivada no es virtud. Es
obvio que hay que comprender el sufrimiento. Mientras exista el ‘yo’,
el ‘mí’, el ‘ego’, tiene que haber sufrimiento. El hombre
elude ese sufrimiento, pero en la misma acción de eludirlo fortalece
el ego; y todas sus actividades sociales, sus reformas, sólo crean
más pena. También esto es evidente, con sólo que seáis
reflexivos.
Tiene,
pues, que haber una acción enteramente desligada de la sociedad, una
manera de pensar que no esté contaminada por la sociedad, y sólo
entonces existe la posibilidad de verdadera revolución, que no es
esa revolución superficial sólo en un nivel, económico, social o
cualquier otro. Una revolución total ha de tener lugar en el hombre
mismo, y sólo una mente así es la que puede resolver los crecientes
problemas de la sociedad.
Ahora
bien, habéis escuchado todo esto, ya sea de acuerdo o en desacuerdo;
pero, como dije, no hay nada con lo cual estar conforme o
disconforme. Estos son hechos, y, conociendo estos hechos, ¿qué
vais a hacer? Por cierto, es muy importante descubrir esto.
¿Volveréis a la sociedad de la cual sois prisioneros, o habéis
escuchado con atención completa? Si escucháis con completa
atención, entonces esa atención misma trae su propia acción,
vosotros no tenéis que hacer nada. Es como el amor amad y ello
actuará; pero sin amor, aunque hagáis lo que queráis (practicar,
disciplinar, reformar) el corazón nunca puede ser puro. Y eso es lo
que está ocurriendo en el mundo. Tenemos ejemplos, disciplinas,
maravillosas técnicas, pero nuestros corazones están vacíos,
porque se han llenado con las cosas de la mente; y cuando tenemos los
corazones vacíos, nuestras soluciones para los muchos problemas son
también vacías. Sólo la mente que es capaz de atención completa
sabe amar, porque esa atención es la ausencia del ‘yo’.
15 de enero de 1956
VI
UNO de nuestros grandes
problemas, a mi juicio, es ‘qué hacer, qué clase de acción debe
emprenderse en esta civilización que es tan confusa, tan
contradictoria, tan exigente. A la mayoría se nos educa para una
cosa, pero en realidad queremos hacer alguna otra. Los gobiernos
desean soldados y burócratas eficientes, y los padres desean que sus
hijos se ajusten a la sociedad y se ganen la vida. Y esa es poco más
o menos la norma seguida en todo el mundo. La ocupación del
individuo está determinada en gran medida por su educación y por
las demandas de la sociedad que lo rodea.
Si
me permitís, voy a discutir esta tarde un problema bastante
complicado, y, si tenéis la bondad de prestar un poco de atención,
creo que descubriréis que surge una acción que no es cultivada ni
modelada por una determinada cultura; y esa acción puede ser la
solución para el complicado problema de nuestra existencia.
Naturalmente,
todos estamos ocupados con la acción, con ‘qué hacer’, y el
‘qué hacer’ es generalmente dictado por el mundo que nos rodea.
Es decir, sabemos que tenemos que ganarnos la vida mediante alguna
capacitación, como ingenieros, hombres de ciencia, abogados,
empleados o lo que queráis; y nuestra cultura superficial, nuestra
educación se limita a eso. Nuestras mentes están ocupadas la mayor
parte del día en cómo ganarnos la vida, cómo adaptarnos a las
normas de una determinada sociedad. Lo que llamamos nuestra educación
se limita al cultivo de capacidades y a la memorización de una serie
de hechos que nos ayudarán a pasar algún examen y obtener un
determinado empleo; nuestra acción se establece pues a ese nivel, se
ajusta de acuerdo con las necesidades de una particular sociedad, una
sociedad que se está preparando para la guerra. La industrialización
reclama más hombres de ciencia, más físicos, más ingenieros, de
modo que se cultiva esta capa particular de la mente; y esto es lo
que principalmente interesa a la sociedad.
De
hecho, si lo examináis, eso es lo que nos interesa a la mayoría:
adaptarnos a las exigencias de la sociedad. Hay pues una
contradicción en nuestra vida entre la llamada capa educada de la
mente y la ocupación profunda, inconsciente, una contradicción de
la cual muy pocos de nosotros nos damos cuenta; y si nos damos
cuenta efectivamente de esta contradicción, sólo buscamos alguna
clase de satisfacción, alguna especie de fácil solución para la
desgracia de tener que ganarnos la vida con una determinada
profesión, mientras que interiormente queremos ser o hacer alguna
otra cosa. Esto es lo que de hecho ocurre en nuestra vida, nos demos
cuenta de ello o no. Cualquier acción nacida de la capa superficial,
educada, de la mente, como es obvio, es una acción incompleta, y tal
acción parcial está siempre en contradicción con la acción total
del hombre. Creo que esto está bastante claro.
Es
decir, a uno se le educa como empleado de oficina, como abogado, o
para cualquier otra profesión, y a la sociedad le interesa sólo
eso. El gobierno y la industria reclaman científicos, físicos,
ingenieros, para prepararse para la guerra, para aumentar la
producción, etc. Se le educa a uno, pues, para una profesión, pero
la totalidad del propio ser no se descubre, no se revela, y por esto,
el hombre siempre está en conflicto en su interior. Creo que esto es
muy claro si observamos las actividades sociales y políticas y los
afanes religiosos del hombre. La mayoría de nosotros hacemos en la
vida diaria algo que contradice todo lo que sentimos que deseamos
realmente hacer. Tenemos responsabilidades que nos atan y de las
cuales queremos escapar, y la huida toma la forma de especulación,
teorías sobre Dios, ritos religiosos, etc. Hay innumerables formas
de escapar, entre ellas la bebida, pero ninguna resuelve este
conflicto interior. ¿Qué va uno pues a hacer?
No
sé si alguna vez os habéis planteado esa cuestión. Cualquier
acción nacida de esta íntima contradicción tiene que crear más
males, más desdicha. Esto es lo que están haciendo los políticos
en el mundo. Por sabio que sea un político, inevitablemente tiene
que crear daño, a menos que comprenda la ocupación total de la
mente y produzca una acción surgida de la comprensión de esa
totalidad. Y esto es lo que quiero discutir; si puede surgir una
acción que no sea la resultante de la mera influencia y motivo.
Seguid
un poco esto, os lo ruego. La acción nacida de la influencia es
restringida. Nuestras mentes son el resultado de innumerables y
contradictorias influencias, y cualquier acción nacida de ese estado
contradictorio tiene que ser también contradictoria; y una cultura,
una sociedad que se base en esta contradicción tiene que crear
interminables conflictos y desdichas. También esto es bastante
evidente, es un hecho histórico, os guste o no. Podemos ver que
mientras la mente está ocupada en la superficie con el vivir
cotidiano, bajo ello hay innumerables motivos de satisfacción, de
codicia, de envidia, las compulsiones de la pasión, el miedo, etc.,
que ocupan también la mente aunque no se dé uno cuenta de ello. Y
¿puede la mente penetrar aun más bajo?
Para
decirlo de otra manera: ¿con qué está la mente ocupada? Por favor,
no la mía, sino la vuestra. ¿Sabéis en qué se ocupa
vuestra mente? Es evidente que está ocupada durante el día, cuando
estáis atareados en la oficina, con la rutina de nuestro trabajo.
Debajo de esa ocupación superficial de la mente, transcurre otra
clase de ocupación, que puede ser autoprotección, seguridad,
ambición, etc., y que generalmente está en contradicción con la
otra ocupación.
Para
que esta plática valga la pena y sea significativa, ¿puedo sugerir
que escuchéis para observar y descubrir de qué manera está ocupada
vuestra propia mente? Quiero penetrar en el problema de la ocupación,
porque me parece que si podemos entender todo este asunto de la
ocupación de la mente, de esa comprensión surgirá una acción que
es la verdadera, una acción que no nace de la voluntad, de la
disciplina, y que por lo tanto no es contradictoria. ¿Me explico
claramente?
Es
decir, a menos que comprendáis la totalidad de vuestra ocupación;
no puede haber una acción integrada. Vuestra mente está
superficialmente ocupada durante el día con las tareas de vuestro
empleo y actividades semejantes; pero está también ocupada en otros
niveles, en otras direcciones. Hay, pues, una contradicción entre
estas dos capas de la mente, y nosotros tratamos de superar la
contradicción por medio de la disciplina, de la conformidad, por
medio de diversas formas de ajuste basadas en el miedo; por lo tanto,
la acción sigue siendo siempre contradictoria, que es lo que nos
pasa a todos. Qué va uno a hacer no es el problema en modo alguno,
porque cuando preguntáis qué hacer, la respuesta inevitablemente
estará de acuerdo con las capas de vuestra ocupación, y sólo
creará más contradicción.
Ahora
bien, ¿con qué está ocupada vuestra mente? Os ruego sigáis esto.
¿Sabéis en qué se ocupa vuestra mente cada día? Sabéis muy bien
que está ocupada con las actividades cotidianas. Por debajo de eso,
¿en qué otra cosa se ocupa? ¿Os dais cuenta de esa ocupación más
profunda? Si es así, entonces veréis que está en contradicción
con las tareas diarias; y la mente, o se las arregla de algún modo
para conformarse, para ajustarse a las tareas diarias, o bien la
contradicción es tan completa que hay un conflicto perpetuo, que
conduce a toda clase de enfermedades.
Ahora,
señores, ¿de dónde debe partir la acción? Quiero hacer cosas en
el mundo, tengo que ganarme la vida y tengo que trabajar duro; o
quiero pintar, escribir, pensar o ser un hombre religioso. Quiero
trabajar de alguna manera y debe haber acción. ¿De qué fuente, de
qué centro, ha de brotar esta acción? Ese es el problema. Veo que
la acción que surge de cualquier nivel de ocupación tiene que crear
contradicción, desdicha. No hay diferencia entre la acción de un
ama de casa, la acción de un abogado y la acción de una mente que
está buscando a Dios. En lo social pueden ser diferentes, pero en
realidad no hay diferencia, porque el ama de casa, el abogado y el
hombre que va en busca de Dios están todos ocupados. Socialmente una
ocupación puede ser mejor que otra, pero en lo fundamental toda
ocupación es más o menos lo mismo. No hay una ocupación que sea
‘mejor’.
Así
pues, ¿de dónde debe arrancar la acción? ¿Partiendo de qué
centro la acción no será contradictoria y no conducirá al mal, a
la desdicha y la corrupción? ¿Puede haber acción que parta de una
fuente verdadera y que no sea la acción de la ocupación? ¿Explico
claramente mi punto de vista? Probablemente, no. Como dije, es un
problema muy complejo, y espero que no lo esté volviendo demasiado
complicado.
Permitidme
presentar la cuestión de distinta manera. Tenéis las mentes
ocupadas, ¿no es así? Esto es bastante evidente. Ahora bien, ¿por
qué está la mente ocupada? Y ¿qué pasaría si la mente no
estuviera ocupada? ¿Qué le ocurriría a una mujer si no
estuviera ocupada en la cocina; o a un hombre si no estuviese ocupado
con el negocio? ¿Qué os ocurriría si vuestra mente no estuviera
ocupada en estas cosas? La respuesta inmediata es decir en qué
estaría uno ocupado si no fuera en sus actuales actividades, lo cual
indica el deseo de ocupación. Una mente que no está ocupada se
siente perdida, y así la mente está siempre buscando ocupación. Su
ocupación es invariablemente contradictoria, lo cual crea daño; y,
después de crear el daño, nos interesamos en la manera de
eliminarlo; nunca nos interesamos en la ocupación de la mente. Mas,
si podemos comprender la ocupación de la mente en distintos niveles,
descubriremos entonces la acción que viene cuando la mente no está
ocupada, acción que no crea daño o mal.
¿Habéis
tratado alguna vez de descubrir por qué está ocupada la mente?
Intentadlo ahora, señores, aunque sólo sea por divertiros con ello.
Pero antes habéis de daros cuenta de que vuestra mente está
ocupada, lo cual es evidente. Estáis ocupados con vuestro negocio,
con vuestro ascenso o fracaso, con la forma en que vuestra esposa
riñe con vos o vos reñís con ella, etc.; y existe la ocupación de
un sannyasi, del llamado hombre religioso, que siempre está leyendo,
musitando palabras, canturreando, que es prisionero de la repetición
de ritos, que se atarea en disciplinarse, que se conforma al modelo
de un ideal. Todo eso es ocupación.
Todos
estamos ocupados, ¿no es verdad? ¿Por qué? ¿Por qué está
ocupada la mente? ¿Es la naturaleza de la mente estar ocupada? Si
está en la naturaleza de la mente el estar ocupada con lo elevado o
con lo bajo, que son relativos, entonces una mente así nunca podrá
encontrar la acción verdadera. La mente puede observar, atender,
descubrir, no cuando está constantemente atareada, sino sólo cuando
es capaz de no estar ocupada. Mientras la mente esté ocupada, toda
acción nacida de esa ocupación tiene que ser restrictiva.
Imitadora, y causante de confusión. Probadlo y veréis cuán
extraordinariamente sutil y difícil es tener una mente que no esté
perpetuamente llena. Sin embargo tenéis que llegar a este punto si
existe el apremio por descubrir lo que es la verdadera acción en
este mundo de locura, confusión y sufrimiento.
Nuestro
problema es, entonces, de qué fuente, de qué centro tiene que
surgir la acción si no ha de ser contradictoria y causante de
confusión. El reformador social no hace esta pregunta, porque quiere
actuar, reformar, y en el mismo proceso de la reforma él está
creando el mal. Todos los políticos y jefes religiosos están
haciendo esto. Jamás ha resuelto nuestros problemas ninguna cantidad
de lectura de las escrituras, de conformismo, de ajuste a la
sociedad; por el contrario, se multiplican nuestros problemas. Viendo
todo esto, tenemos que comprender por que ha llegado a existir este
confuso y doloroso estado. Ha surgido porque todos queremos acción
inmediata; y la acción inmediata sólo puede encontrarse en las
capas superficiales de nuestra conciencia, proviene de la ocupación,
de la llamada mente educada.
Ahora
bien, ¿existe una acción que no sea resultado del esfuerzo, que no
sea acción de la voluntad? La acción de la voluntad es la del
deseo; y el deseo, educado o no, restringido o libre, está limitado
a los niveles contradictorios de la conciencia. ¿No habéis
observado, señores, que cuando queréis hacer una cosa determinada
existe inmediatamente una contradicción en forma de restrictivos
temores, exigencias, ejemplos, un sentido de la disciplina que dice:
‘No hagáis eso’? Y así os veis atrapados en el conflicto. Todo
a lo largo de nuestra vida nos vemos aprisionados de esta manera;
desde la infancia hasta que morimos, existen esta perpetua
contradicción y conformidad. Viendo esto, ¿puede la mente descubrir
una acción que no sea contradictoria, que no sea mera conformidad,
que no sea el producto de la influencia? Creo que esa es la cuestión
fundamental, la acertada pregunta; y sólo puede uno hallar semejante
acción cuando se da cuenta de la ocupación total de la mente y la
comprende.
¿Sabéis
qué es lo que ocupa vuestra mente? Id capa por capa, y descubriréis
que no hay espacio en ninguna parte de la mente que no esté ocupado.
Y cuando de hecho inquirís en lo inconsciente para descubrir qué es
su ocupación, aun entonces tiene su propia ocupación la mente
superficial que está examinando lo inconsciente. ¿Qué va uno pues
a hacer? Quiere tino descubrir la ocupación total de la mente porque
ve que, sin darse cuenta de la ocupación total de la mente,
cualquier acción tiene que crear contradicción y, por lo tanto,
mayor desdicha.
Y
¿qué es lo que ocupa a la mente, a vuestra mente? Y, si no
estuviese ocupada, ¿qué ocurriría? ¿No os asustaría el descubrir
que no tenéis ocupada en absoluto la mente? Habría, pues, un
impulso inmediato a ocuparse en algo. Probadlo y descubriréis que
nunca hay un momento en que la mente no esté ocupada, y aun si en un
raro momento experimentáis que la mente no está ocupada, lo cual es
un estado extraordinario, entonces, el cómo volver a ese estado o
retenerlo, vuélvase vuestra nueva ocupación.
Por
lo tanto, sugiero que la verdadera acción sólo puede venir cuando
la mente ha comprendido la totalidad de su ocupación, tanto
consciente corno inconsciente, y conoce el momento en que no está
ocupada. Encontraréis que la única acción integrada es la que
procede de esos momentos en que la mente no está ocupada. En tal
caso, la mente no está contaminada por la sociedad, no es producto
de innumerables influencias, no es hindú ni cristiana, comunista ni
capitalista; por lo tanto, es en sí misma una totalidad de acción,
de la cual no tenéis que ocuparos pensar sobre ella.
Ahora
bien, si habéis tenido la bondad de escuchar atentamente todo esto,
si no habéis estado dormidos sino que habéis escuchado con plena
atención, entonces habréis experimentado inmediatamente el estado
de no estar ocupados. Al hablar o escuchar, se da cuenta uno de los
diversos niveles de ocupación y de lo contradictorios que e son; y,
dándose cuenta de la naturaleza totalmente contradictoria de la
conciencia, la mente descubre un estado en el cual no está ocupada.
Esto produce un sentido de la acción totalmente diferente. Entonces
no tenéis que hacer nada, porque la mente misma actuará.
PREGUNTA: En mi hay
hondo descontento, y estoy en busca de algo que alivie este
descontento. Maestros como Shankara y Ramanuja han recomendado
rendirse a Dios. También recomendaron el cultivo de la virtud y el
seguir el ejemplo de nuestros maestros. Parece que vos consideráis
esto como fútil. ¿Queréis hacer el favor de explicar?
KRISHNAMURTI: ¿Por qué
estarnos descontentos y qué mal hay en el descontento? Evidentemente
estamos descontentos porque, para decirlo muy sencillamente, queremos
ser algo. Si soy un buen pintor, pinto para que se me conozca mejor;
si escribo un poema, estoy insatisfecho, porque no es bastante bueno,
de modo que lucho por mejorar. Si soy lo que se llama una persona
religiosa, ahí también quiero ser algo. Sigo el ejemplo de los
diversos santos y quiero tener una reputación tan buena como ellos.
Desde la infancia se me ha dicho que tengo que ser tan bueno o mejor
que ciertas personas. Se me ha educado en la comparación, en la
competencia, en la ambición, de modo que toda mi vida está bajo la
carga del descontento. Después de todo, el descontento es la
envidia: y nuestra cultura religiosa y social se basa en la envidia.
Se nos alienta para ser algo por la causa de Dios. Por una parte, se
estimula el descontento, y por la otra tratamos de encontrar medios y
modos de vencer ese descontento. Como estamos descontentos en lo
económico y en lo social, nos volvemos hacia los ejemplos religiosos
para encontrar satisfacción; meditamos, practicamos disciplinas,
para no tener descontento y para estar en paz. Esto es lo que sucede
con todos vosotros, y yo digo que es una tarea fútil, que no tiene
sentido alguno. Seguir, imitar, tener autoridad en cuestiones
religiosas, es malo, lo mismo que es malo tener tiranía en el
gobierno, porque entonces el individuo se pierde por completo.
Actualmente
no sois individuos, sois simplemente máquinas imitadoras, el
producto de una cultura particular, de una educación determinada.
Sois lo colectivo, no lo individual, cosa que también es bien obvia.
Todos sois hindúes o cristianos, esto o aquello, con ciertos dogmas,
creencias, lo que significa que sois el producto de la masa; por lo
tanto no sois individuos. Tenéis que estar totalmente descontentos
para descubrir; pero la sociedad no quiere que estéis descontentos,
porque entonces seríais vitales, empezaríais a inquirir, a buscar,
a descubrir, y por lo tanto seríais peligrosos.
Desgraciadamente,
en la mayoría de vosotros el descontento se basa en la demanda de
satisfacción, y en el momento en que estéis satisfechos, vuestro
descontento se va. Entonces os marchitáis y decaéis ¿No habéis
observado cómo pierden su descontento cuando logran un buen empleo
las personas que estaban descontentas en su juventud? Dad al
comunista un buen empleo y todo ha terminado. Lo mismo ocurre con las
personas religiosas. No riáis, lo mismo os pasa a vosotros. Queréis
encontrar al buen maestro, el gurú, la adecuada disciplina,
lo cual es una jaula que os ahogará, os destruirá, y a ésta
destrucción se la llama la búsqueda de la verdad. Esto es, queréis
estar permanentemente satisfechos, de modo que no tengáis ninguna
perturbación, ningún descontento, ninguna razón para inquirir.
Esto es en realidad lo que ha pasado; y cuanto más antigua sea la
cultura, más destructiva es, porque la tradición invariablemente
genera mediocridad.
Vemos,
pues, que el descontento, tal como lo conocemos ahora, es simplemente
el deseo de hallar satisfacción permanente. Y, ¿existe eso de la
satisfacción permanente, un permanente estado de paz? ¿O es que
sólo hay un estado en que nada es permanente? Sólo puede descubrir
lo que es verdad la mente que sea del todo impermanente, que esté
totalmente incierta; porque la verdad no es estática. La verdad es
siempre nueva, y sólo la puede comprender una mente que esté
muriendo para toda acumulación, para toda experiencia, y que sea por
lo tanto fresca, joven, inocente.
Ahora
bien, ¿existe un descontento que no tenga objeto, que no tenga
motivo? ¿Comprendéis? Una mente cuyo descontento tenga un motivo
hallará una conclusión que la satisfaga y destruya su descontento;
y una mente así decae, se marchita. Todo nuestro descontento se basa
en un motivo, ¿no es así? Pero ahora estamos preguntando una cosa
muy diferente. ¿Hay un descontento que no tenga motivo, que no sea
el producto de una causa? ¿No es preciso que indaguéis sobre esto y
descubráis? Ciertamente, un descontento así es necesario, o usemos
una palabra distinta, no importa; llamémoslo un movimiento que no
tiene causa ni motivo. Pienso que tal movimiento existe, y no se
trata de mera especulación, ni de una esperanza. Cuando la mente
comprende el descontento que tiene un motivo, el descontento que nace
de la demanda de satisfacción, de permanencia cuando se ve
realmente la verdad de ese descontento- entonces el otro es. Pero el
otro no puede ser comprendido ni vivenciado si hay descontento que
tenga un motivo, y actualmente todo nuestro descontento tiene un
motivo; no puedo conseguir lo que quiero, mi esposa no me ama, no soy
bueno tal como soy, de modo que tengo que ser diferente, etc. Existe
esta interminable multiplicación de causa y efecto, de la cual
proviene lo que llamamos descontento.
Ahora,
si la mente se da cuenta de todo ese proceso y lo comprende
totalmente, ve su verdad. Entonces hallaréis que existe un
movimiento que carece en absoluto de motivo. Es un movimiento, una
acción, no es cosa estática, y puede llamárselo Dios, verdad, o
como queráis. En ese movimiento hay enorme belleza, y ese movimiento
puede ser llamado amor; porque, después de todo, el amor es sin
motivo. Si os amo y quiero algo de vos, ello no es amor aunque
lo llame así- porque hay un motivo tras de ello. La actividad social
o religiosa basada en un motivo, aunque se la llame servicio, no
tiene nada de servicio; es autorrealización del yo.
¿Puede
uno, pues, descubrir lo que es amar sin motivo? Tiene que
descubrirse, no puede practicarse. Si decís ‘¿Cómo voy a
conseguir ese amor?’, estaréis haciendo una pregunta que carece de
sentido, porque al querer conseguirlo ya tenéis un motivo. Cuando
utilizáis un método para lograr ese amor, el método sólo
fortalece el motivo’ que es vuestro ‘yo’. Entonces, vos sois
importante, no el amor.
Si
queréis penetrar en esto muy profundamente cosa que es un
trabajo bastante arduo, y que en sí mismo es meditación- creo que
encontraréis que hay un movimiento sin motivo, un movimiento que no
tiene causa; y es un movimiento así lo que trae paz al mundo, y no
vuestro movimiento de descontento, con una causa. El hombre en quien
existe este movimiento sin una causa, es un hombre religioso; es un
hombre que ama; por consiguiente puede hacer lo que quiere. Pero el
político, el reformista social, el hombre que cultiva la virtud para
ser feliz o para conocer a Dios, y cuyos esfuerzos son el resultado
de un motivo, a cualquier nivel, las actividades de un hombre así
sólo engendran odio, antagonismo y desgracia.
Por
eso, es muy importante para cada uno de nosotros encontrar por
nosotros mismos, y no seguir a Shankara, Ramanuja, Buda o Cristo.
Para encontrar por nosotros mismos, para descubrir algo, tenemos que
ser libres; y no somos libres si nos limitamos a citar a Shankara o
alguna otra autoridad. Si seguimos, nunca hallaremos. La libertad
está pues al principio, no al fin. La liberación existe ahora, no
en el futuro. Liberación significa estar libres de autoridad, de
ambición, de codicia, de envidia y de esta sofocación del
descontento real por el descontento que tiene un motivo y que reclama
un fin.
Es
esencial, para que tenga lugar una revolución, que no ocurra dentro
del molde de la sociedad, sino dentro de cada uno de nosotros, de
modo que nos convirtamos en individuos totales, y no en pequeños
Shankaras, pequeños Budas, pequeños Cristos. Tenemos que emprender
el viaje por nosotros mismos, completamente solos, sin apoyo, sin
influencia, sin ser alentados ni desanimados; porque así no hay
ningún motivo. El viaje mismo es el motivo, y sólo los que
emprenden ese viaje traerán algo nuevo, algo incorrupto, a este
mundo, y no los reformistas sociales, los ‘bienhechores’; no los
maestros y sus discípulos, ni los predicadores de la fraternidad.
Estas personas jamás traerán paz al mundo. Son los que hacen el
mal. El hombre de paz es el que deja de lado toda autoridad, que
comprende las maneras de ser de la ambición, de la envidia, el que
se separa por completo de la estructura de esta sociedad adquisitiva,
y de todas las cosas que están involucradas en la tradición. Sólo
entonces la mente es fresca; y necesitáis una mente fresca para
hallar a Dios, la verdad, o lo que queráis, no una mente
estructurada por la cultura, por la influencia.
18 de enero de 1956
VII
ME parece que una de las
cosas más difíciles para nosotros es descubrir por nosotros mismos
qué es lo que estamos buscando, ya sea colectiva o individualmente.
Algunos podemos querer mejorar la sociedad, producir una igualdad de
oportunidades económicas para todos, de acuerdo con la norma
comunista, socialista o cualquier otra, esperando con ello favorecer
el bienestar del hombre. O acaso estamos tratando de descubrir
individualmente lo que significa esta vida, por qué sufrimos, por
qué tenemos sólo raros momentos de alegría. Hay el fin inevitable,
que llamamos muerte, y el miedo a la aniquilación completa; así,
nuestras mentes están siempre esperando encontrar un remedio, un
sistema económico o religioso que, al menos por el momento, resuelva
nuestros muchos y difíciles problemas. Otros tratan de encontrar una
manera mejor de criar o educar a sus hijos, para que el ser humano no
tenga que pasar por toda esta batalla de la competencia, la
comparación, la lucha de la codicia, la envidia y los deseos
sensuales.
Me
parece, pues, muy importante descubrir qué es lo que perseguimos,
tanto individual como colectivamente. Cuando estáis aquí sentados y
escucháis, ¿qué es lo que escucháis? Y ¿cuál es el motivo, la
intención, el competente impulso que no sólo os hace escuchar
ahora, sino que os lleva perpetuamente a buscar, a esforzaros? ¿Es
individual o es colectiva la búsqueda?
Es
decir, todos queremos algo, todos estamos tentando algún fin.
Algunos de nosotros creemos haber descubierto un sistema económico
que resolverla los problemas del mundo, con sólo que la gente
escuchase y pudiera ser organizada. Otros no se preocupan de los
muchos, sino que tratan individualmente de crear un mundo mejor por
medio de la comprensión de sí mismos o la realización de Dios, la
verdad o lo que queráis.
Es,
pues, importante, ¿no es verdad? el ser conscientes de lo que
buscamos y por qué lo buscamos. Hasta que deliberadamente nos
hagamos conscientes de aquello tras de lo cual se esfuerza la mente,
por qué nos adherimos a diversas organizaciones, por qué seguimos a
un determinado gurú o vivimos de acuerdo con alguna norma que
promete traer una sociedad bien organizada; hasta que nos demos
cuenta del significado de todo ese proceso, creo que tendrá muy poco
sentido aquello por lo cual nos esforzamos, y lo que encontremos.
La
mayoría de nosotros queremos una sociedad bien organizada, que no se
base en los valores de la ambición, en la adquisividad, en la
codicia, en la envidia. Cualquier hombre inteligente quiere crear una
sociedad de esa clase; y también quiere descubrir si hay algo más
que la supervivencia material, algo que esté más allá de la acción
y reacción de la mente, llámese amor, Dios, verdad o lo que
queráis. Creo que la mayoría de nosotros queremos un mundo cuerdo,
ordenado y equilibrado, en el cual no existan la pobreza ni la
degradación, y donde no existan los pocos opulentos, ni los pocos
que llegan a ser extraordinariamente poderosos y tiránicos en nombre
del proletariado, y todo lo demás. Queremos producir un mundo
diferente. Seguro que eso es lo que quieren y se esfuerzan en crear
las personas inteligentes, las sensibles y compasivas. Y también
sentimos que la vida no es una mera cuestión de producción y
consumo, ¿no es verdad? La vida tiene que ser algo más vital, más
significativo, algo que valga más la pena.
Esto
es, pues, lo que queremos la mayor parte de nosotros. Y ¿por dónde
vamos a empezar? Si siento que esto es esencial para los seres
humanos en todas partes, ¿en qué extremo tengo que trabajar? ¿Tengo
que dedicar mi vida, mis energías, mis actividades, a producir un
mundo cuerdo, ordenado y equilibrado, un mundo en que no haya tiranía
ni pobreza, un mundo en que los pocos no dirijan la vida de los
muchos por medio de la violencia, por los campos de concentración,
etc.? ¿Tengo que empezar interesándome en la mejora del mundo y en
el bienestar económico del hombre? ¿O voy a empezar por el extremo
psicológico, que al fin llega a dominar al otro? Aun cuando fuésemos
a crear un mundo bien organizado y equitativo, ¿no produciría de
nuevo caos y desdicha el hombre que está buscando poder y cuyo afán
psicológico es tener posición, prestigio? ¿Por donde empezaremos,
pues? ¿Tenemos que dar importancia a lo psicológico, o a lo físico,
lo económico?
Este
es un problema con el cual todos nos confrontamos; no os lo estoy
imponiendo. Es evidente que tiene que haber alguna clase de
revolución. ¿Deberá ser económica o religiosa la revolución?
Esta es realmente la cuestión. Considerando el extraordinario estado
del mundo: la violencia, la desdicha, la confusión, el clamor de los
diversos expertos, ¿no es vuestro problema, si acaso sois serios y
activamente inquisitivos, el descubrir por vosotros mismo si, como
individuos, podéis contribuir a una revolución fundamental? Si la
revolución es puramente económica, no creo que tenga mucha
importancia. Creo que la revolución debería ser religiosa, es
decir, psicológica. Para mí, lo primordial es tener la capacidad de
producir una diferente manera de pensar, una revolución total de la
mente; porque, bien mirado, es la mente lo que nos concierne, pues la
mente puede utilizar cualquier sistema para obtener provecho para sí
misma. Sea la que fuere la legislación, los castigos que
introduzcáis, la mente seguirá laborando en su propio beneficio.
Hemos visto esto históricamente revolución tras revolución.
Así
pues, para aquellos de nosotros que sentimos que es imperativo que la
mente sufra una revolución, ¿cómo ha de realizarse esta revolución
religiosa? Al decir ‘religiosa’ no me refiero a lo dogmático, a
lo tradicional, a la aceptación de esta o aquella doctrina,
creencia; para mí, estas cosas no son religiosas. Las personas que
practican ciertas formas de ceremonia, que llevan el cordón sagrado,
que se ponen algo en las frentes, o que meditan durante cierto número
de horas cada día, no son nada religiosas; se limitan a aceptar la
autoridad y a seguirla sin pensar. Religión, por cierto, es algo
totalmente distinto.
Ahora
bien, ¿cómo va a realizarse esta revolución en la mente? Creo que
puede sólo realizarse cuando comprendemos la totalidad de la
conciencia, que es un asunto muy complicado, como lo es casi todo lo
demás en la vida. Si la mente puede comprender enteramente su propio
funcionamiento entonces hay una posibilidad de que se libre de lo
colectivo y produzca esta revolución interna.
Actualmente
no sois un individuo, ¿verdad? Podéis tener una casa aparte, un
nombre distintivo, una cuenta bancaria propia y ciertas cualidades,
idiosincrasias, capacidades; pero ¿es eso lo que constituye la
individualidad? ¿O es que la individualidad surge sólo cuando
comprendemos el proceso colectivo de la mente? La mente, al fin y al
cabo, es el resultado de lo colectivo; está moldeada por la sociedad
y es la resultante de innumerables condicionamientos. Tanto si sois
hindú como musulmán’ cristiano o comunista, sois resultado del
condicionamiento, de la educación, de las influencias sociales,
económicas y religiosas que os hacen pensar de cierta manera. Sois,
pues, el producto de lo colectivo; y ¿puede la mente liberarse de lo
colectivo?; desde luego, sólo entonces existe una posibilidad de
pensar en forma totalmente nueva, y no en términos de ninguna
religión o ‘ismo’, ya sea de Occidente o de Oriente. Nuestros
problemas reclaman una respuesta que no sea tradicional, que no se
ajuste a algún patrón o sistema de pensamiento. La pregunta es,
pues, ésta: ¿Puede la mente librarse del pasado, de todas las
influencias que ha heredado, y descubrir algo totalmente nuevo, algo
no experimentado antes, que pueda llamarse realidad, Dios, o lo que
queráis? ¿Expongo esto claramente?
Tenemos
que encararnos con una extraordinaria serie de retos, ¿no es cierto?
El reto es siempre nuevo; y mientras la mente esté condicionada por
la creencia, cautiva de la tradición, formada según cierto modelo,
¿puede responder adecuadamente a lo nuevo? Es obvio que no puede, y
sin embargo, la mayoría de nosotros está en esa situación. Los
políticos, los expertos, las personas llamadas religiosas, todos
responden desde un trasfondo condicionado, lo que significa que su
respuesta es siempre inadecuada, y por lo tanto crean cada vez más
problemas. Aceptamos estos problemas como inevitables, como parte del
proceso del vivir, y los aguantamos; pero acaso haya una manera
diferente de acometer toda esta cuestión.
Es
decir, ¿puede la mente descondicionarse? Os ruego escuchéis, no
digáis ‘sí’ o ‘no’, sino descubramos juntos si la totalidad
de la mente (no sólo la mente consciente, ocupada con el diario
acontecer, sino también las capas profundas de la mente, la mente
que está condicionada para pensar en términos de la tradición en
la cual se ha criado), si esta mente total puede liberarse de todo
condicionamiento. Y ¿es cuestión de tiempo esa libertad, o es
inmediata? Una mente condicionada puede afirmar que el
descondicionamiento de sí misma ha de hacerse gradualmente, a lo
largo de un período de tiempo; pero esa misma aserción puede ser
otra respuesta de su condicionamiento.
Os
ruego sigáis el proceso de vuestra propia mente, y no simplemente lo
que estoy diciendo. Ridiculizar esto, o aceptarlo, o negarlo,
evidentemente sería absurdo, porque esta cuestión tiene que seguir
surgiendo. La mayoría de nosotros ha aceptado como parte de nuestro
condicionamiento la idea de que el descondicionamiento de la mente es
un proceso gradual, que se extiende a lo largo de varias vidas y
exige la práctica de la disciplina, etc. Ahora bien, ésa puede ser
la más errónea manera de pensar, y, por el contrario, el
descondicionamiento de la mente puede ser una cosa inmediata. Pienso
que es inmediata, lo cual no es cuestión de opinión. Si examináis
todo el proceso de vuestra mente, veréis que ésta es resultado del
tiempo, de la experiencia acumulativa, del conocimiento, y que su
respuesta parte siempre de ese trasfondo; de modo que cuando afirmáis
que el descondicionamiento de la mente sólo puede hacerse
gradualmente y que es cuestión de tiempo, estáis sólo respondiendo
de acuerdo a vuestro condicionamiento. Mientras que, si no respondéis
en absoluto, sino que os limitáis a escuchar, porque no sabéis (de
hecho, no sabéis si la mente puede descondicionarse inmediatamente o
no), entonces hay una posibilidad de descubrir la verdad del asunto.
Hay
quienes dicen que la mente nunca puede descondicionarse, y por lo
tanto, debemos condicionarla mejor. Antes se la condicionó para
adorar a Dios, lo que es una fantasía, un mito, una irrealidad, y
ahora la condicionaremos en una forma mejor, que es adorar al Estado,
siendo el Estado los pocos, los expertos en esta o aquella ideología.
Para tales gentes, el problema es muy sencillo: afirman que la mente
no puede ser descondicionada, y por lo tanto sólo se interesan en
mejorar su condicionamiento; pero también su afirmación es mero
dogmatismo, y no se indaga para descubrir qué es la verdad. Por
cierto, para descubrir lo verdadero, la mente no puede afirmar nada,
no puede aceptar ni rechazar.
Pero,
¿cuál es el estado de la mente y espero que os encontraréis
en ese estado- que ni acepta ni rechaza? Desde luego que entonces
vuestra mente tiene libertad para indagar. Y cuando la mente está
libre para inquirir, ¿no está ya descondicionada? Cuando la mente
inquiere, no en forma superficial, inquisitiva, o por curiosidad,
sino por persistencia, con su capacidad total para descubrir, es
evidente que una mente así está libre de todos los dogmas
religiosos y políticos, no pertenece a ninguna religión, no está
atrapada en la red de ninguna creencia o ideología, carece de
autoridad. Allí donde hay inquirir, no puede haber autoridad. Sólo
la mente que está libre para inquirir, para descubrir, sólo una
mente así puede producir la revolución religiosa que es tan
esencial. Una mente libre es verdaderamente religiosa, porque es
fresca, inocente, nueva; y entonces tal vez esa misma mente sea lo
real.
PREGUNTA: Decís que
el camino de la tradición crea invariablemente mediocridad. Pero,
¿no se sentirá uno perdido sin tradición?
KRISHNAMURTI: ¿Qué
entendemos por tradición? Es la transmisión, por escrito o por
medio de la expresión verbal, de una creencia, de una costumbre, de
la experiencia, del conocimiento, ya sea científico, musical,
artístico, religioso o moral. Eso es, seguramente lo que entendemos
por tradición. Y cuando inútilmente repito las tradiciones
transmitidas, esa repetición hace a mi mente torpe, mediocre. El
conocimiento es necesario en ciertas ocupaciones. Para construir un
puente, para dividir el átomo, para hacer funcionar un motor, para
producir las muchas cosas que son necesarias en la vida moderna, es
necesario el conocimiento; pero desde el momento en que el
conocimiento se vuelve tradicional, la mente deja de crear y sólo
funciona mecánicamente. Hay máquinas que pueden calcular más
rápidamente que el hombre; y si en la religión y en otras
direcciones sólo aceptamos la tradición, es evidente que somos
exactamente como máquinas. La tradición nos da cierta seguridad en
la sociedad, y tememos salir de esa rutina. Nos atemoriza lo que
puedan decir los vecinos; tenemos que casar una hija, y por lo tanto
debemos andar con cuidado. Nuestras mentes funcionan
tradicionalmente, de modo que nos volvemos mediocres y perpetuamos la
miseria, lo cual es bastante obvio. Verbalmente reconocemos este
hecho, pero no internamente y en la acción, porque todos queremos
estar seguros. Y la seguridad es una cosa muy extraña. Desde el
momento en que tratamos de estar seguros, invariablemente creamos
circunstancias y valores que producen inseguridad, lo cual es
exactamente lo que está sucediendo en el mundo en los tiempos
actuales. Todos buscamos seguridad en diversas direcciones:
económica, social, nacional, y sin embargo ese mismo deseo de estar
seguros está creando caos y produciendo inseguridad.
Así,
la mente funciona en la rutina de la tradición, porque espera estar
segura; y una mente que busca seguridad nunca está libre para
descubrir. No podéis dejar de lado la tradición; pero si
comprendéis todo el proceso, sus implicaciones psicológicas,
encontraréis que la tradición ya no tiene sentido alguno, y
entonces ya no tenéis que dejarla de lado, se desprende como una
hoja seca. Entonces la vida tiene una significación muy diferente.
PREGUNTA: Hay varios
sistemas de meditación para realizar la propia divinidad, pero no
parece que creáis en ninguno de ellos. ¿Qué pensáis que es la
meditación?
KRISHNAMURTI: No importa
mucho lo que piense uno que es la meditación, porque el pensamiento
siempre está condicionado; y ciertamente es muy importante descubrir
que el pensamiento está condicionado. No hay pensar libre, porque el
pensamiento es la respuesta de la memoria; y si no tuvierais memoria
seríais incapaces de pensar. La reacción de la memoria, que está
condicionada, es lo que llamamos pensar; no se trata, pues, de saber
qué es lo que pensamos sobre la meditación, sino de descubrir lo
que es la meditación.
Una
mente que es incapaz de atención completa no concentración,
sino atención completa- nunca puede descubrir nada nuevo. De modo
que la meditación es necesaria; pero la mayoría de nosotros se
preocupa del sistema, el método, la práctica, la postura, la manera
de respirar y todo lo demás. Nos interesa, no el descubrimiento de
lo que es la meditación, sino la manera de meditar, y pienso que hay
una enorme diferencia entre ambas cosas. Para mí, la meditación es
el proceso mismo de descubrir lo que es la meditación; no es el
seguimiento de un sistema, por antiguo que sea y no importa quien os
lo haya enseñado. Cuando la mente sigue un determinado sistema o
disciplina, por beneficioso y productivo que sea de un resultado
deseado, se halla condicionada por ese sistema, lo cual es evidente;
por lo tanto, jamás podrá estar libre para descubrir qué es lo
real. Así pues, estamos tratando de descubrir qué es la meditación,
no cómo meditar; y, si escucháis ésto, no sólo de modo verbal,
sino de hecho, descubriréis por vos mismo lo que es.
¿Sabéis
lo que es la meditación? Sólo podéis saberlo en términos de un
sistema, porque queréis lograr un resultado de la meditación.
Queréis ser felices, alcanzar este o aquel estado, y así vuestra
meditación ha sido ya premeditada. Por favor no despachéis el
asunto riéndoos, más bien observadlo. Vuestra meditación es
simplemente repetición, porque queréis un resultado que está ya
establecido en vuestra mente: ser feliz, ser bueno, descubrir a Dios,
la verdad, la paz o lo que queráis. Habéis proyectado lo que
deseáis, y habéis hallado un método para alcanzarlo, y eso es lo
que llamáis meditación. Después de todo, esa proyección es el
resultado, lo opuesto de lo que tenéis, de lo que sois. Como sois
violentos, queréis paz; encontráis, pues, un sistema, un método
para conseguirlo; pero en el mismo proceso de lograr esa paz,
condicionáis la mente de tal manera que es incapaz de descubrir lo
que es la paz. La mente sólo ha proyectado la idea de paz, partiendo
de su propia violencia.
La
mayoría de nosotros cree que aprender a concentrarse es meditar;
pero ¿es eso? Todos los niños se concentran cuando les dais un
nuevo juguete. Cuando realizáis vuestra tarea, si de alguna manera
estéis interesados en ella, estáis concentrados; o bien os
concentráis porque está en juego vuestro sustento. Pero nada muy
vital depende de vuestra llamada meditación, de modo que tenéis que
forzaros para concentraros; vuestra mente se desvía y seguís
esforzándoos para hacerla volver de nuevo, lo cual evidentemente no
es meditación. Esto es tan sólo aprender un truco; cómo
concentrarse en algo que no os interesa vitalmente. Y puede uno ver
que una virtud que se practica deja de ser virtud. La virtud es algo
que carece de motivo. La bondad no tiene incentivo; si lo tiene, ya
no es lo bueno. Si soy bueno porque se me recompensa por ello, por
cierto que esto deja de ser bueno; y, para estar libre de recompensa,
de incentivo, mi mente tiene que sufrir una completa revolución
mediante una adecuada clase de educación. Todo esto es meditación;
ayuda a la mente a descubrir lo que es la meditación.
Por
cierto, la meditación no puede existir sin autoconocimiento; y el
conocimiento propio consiste en ver cómo la mente busca incentivos,
cómo usa sistemas y se disciplina para conseguir aquello tras de lo
cual va, lo que espera ganar. Darse cuenta de todo esto es
meditación, y no meramente el tratar de aquietar la mente. La
quietud de la mente puede producirse muy fácilmente tomando una
droga, o repitiendo ciertas frases; mas en ese estado la mente no
está quieta. Sólo puede estarlo cuando existe la comprensión de lo
que es la meditación. Una mente quieta no está dormida, está
extraordinariamente alerta; pero una mente a la que se hice estar
quieta está estancada, y una mente estancada nunca puede comprender
lo que está más allá de sí misma. La mente sólo puede descubrir
o experimentar algo más allá de sí cuando comprende el proceso
total de sí misma; y esa comprensión requiere completa atención,
darse plena cuenta del significado de sus propias actividades. No
tenéis que practicar un sistema de disciplina. Para la mente,
observarse sin distorsión es en sí una asombrosa disciplina. Para
no falsear lo que ve, la mente tiene que estar libre de toda
comparación, de todo juicio, de toda condenación, y no
eventualmente o con el tiempo, sino ser libre desde el principio
mismo; y eso requiere una gran dosis de atención. Entonces
encontraréis que la mente se aquieta por completo sin que se la
apremie, no sólo en el nivel superficial, sino en lo hondo. En raros
momentos, puede uno tener una experiencia de quietud; pero esa misma
experiencia se convierte en un obstáculo, porque llega a ser un
recuerdo, una cosa muerta.
De
modo que, para que la mente esté quieta, tiene uno que morir para
toda experiencia; y cuando la mente está realmente quieta, entonces
en esa misma quietud hay algo que no puede expresarse en palabras,
porque no hay posibilidad de reconocimiento. Todo lo que sea
reconocible ha sido ya conocido; y cuando la mente está quieta, hay
una liberación total de lo conocido.
VIII
ME parece que una de las
cosas más difíciles y arduas de la vida es mirar algo como un todo,
sentir la totalidad de las cosas; y creo que es muy importante
comprender por qué la mente fragmenta de manera tan invariable la
acción inmediata en normas, en detalles; por qué parece ser incapaz
de captar de una ojeada el significado total de la existencia. No sé
si habéis llegado a pensar siquiera sobre ello desde este punto de
vista. La mayoría de nosotros aborda todas las complejidades, los
problemas, las miserias y luchas de la vida con una perspectiva de
detalle, con una mente muy pequeña, una mente que está
condicionada, moldeada por la cultura, por la sociedad en que
vivimos. Parece que nunca somos capaces de captar de inmediato el
significado total de nada. Es como si, en lugar de ver la totalidad
del árbol de una vez, mirásemos sólo una hoja, y desde allí
empezásemos a ver gradualmente el árbol entero. Creo, pues, que es
importante descubrir por qué la mente al parecer no es capaz de ver
en el instante la verdad de algo, y dejar que esa verdad actúe, en
vez de actuar ella misma sobre la verdad. Después de todo, a la
realidad, Dios, o lo que queráis, no se acerca uno poco a poco, no
puede componerse pieza por pieza, como se compone una rueda; tiene
que verse inmediatamente o no se ve en absoluto.
Creo
que la mayoría de nosotros hemos sido instruidos para abordar este
problema mediante la acumulación de conocimiento, mediante el
análisis o el cultivo de la virtud. Si observa uno las actividades
diarias de la propia mente, todas sus maneras de funcionar, ve cómo
está siempre acopiando, aprendiendo, adquiriendo, o construyendo las
cosas poco a poco, esperando con ello captar algo que está más allá
de este proceso de acumulación; y éste puede ser el más grave
error.
¿Qué
es lo que busca la mayoría de nosotros? Ya seamos cristianos,
hindúes o lo que queráis, tratamos de hallar algo que está más
allá del mero proceso mental, ¿no es así? Es a esta búsqueda a lo
que llamamos religión. Practicamos diversas disciplinas, meditamos
según ciertos sistemas, siempre en la esperanza de dar con aquello
que no es el mero resultado de una mente cultivada. Pero desde luego,
para comprender o vivenciar lo que está más allá de la mente,
tiene que haber no un abandono cuidadosamente cultivado del ego, del
yo y de lo mío, sino su abandono completo, sin elaboración. No se
si me expreso claramente sobre este punto. Aunque vemos que es
importante que el ‘yo’, el ‘mí’, el ego, se vaya, sin
embargo todas nuestras actividades, todos nuestros pensamientos,
nuestras prácticas nuestras disciplinas religiosas, alientan en
realidad al ‘yo’. Y viendo la futilidad del analizador y lo
analizado, percibiendo que las diversas formas de sustitución, las
varias disciplinas, solo están fortaleciendo el ‘yo’ de una
manera sutil y son por lo tanto un impedimento, ¿puede la mente
abandonar la totalidad de ese proceso?
Para
decirlo de modo diferente, tenemos las mentes condicionadas, ¿no es
así? La cultura, la sociedad en que se nos cría, y otras varias
influencias, moldean nuestras mentes desde la niñez como hindúes,
como comunistas, etc. Y, ¿puede descondicionarse la totalidad de la
mente, lo inconsciente tanto como lo consciente, no por grados, no
poco a poco, sino inmediatamente? Por cierto, ese es uno de nuestros
problemas. Nuestras mentes están moldeadas, condicionadas,
encerradas dentro de un marco; y por mucho que trate la mente de
romper el marco en que está presa, ese esfuerzo mismo es resultado
de su condicionamiento, porque el pensador no está separado del
pensamiento; el que hace el esfuerzo para escapar de la prisión del
‘yo’, forma parte también del ‘yo’, ¿no es esto? Y cuando
vemos eso, cuando percibimos su verdad, ¿puede abandonar la mente
por completo este condicionado modo de pensar?
Creo
que debemos considerar aquí el problema de lo que significa escuchar
algo. Cuando escuchamos lo que se está diciendo, ¿cómo lo hacemos?
Si escuchamos con la intención, con el deseo de encontrar algo, de
descubrir, de aprender, entonces es evidente que no escuchamos en
absoluto, porque estamos interesados en adquirir. El escuchar se
vuelve entonces simplemente un oír superficial, sin gran
significado. Pero si podemos escuchar con esa atención que no tiene
objetivo de logro, entonces creo que se produce una cosa
revolucionaria, lo inesperado, lo impremeditado.
Como
decía el otro día, sabéis, señores, que todos estamos en busca de
algo, y la mayoría no sabemos qué es lo que realmente buscamos.
Para buscar, para inquirir, tiene primero que haber libertad; pero es
evidente que no somos libres, y por lo tanto nuestra búsqueda no
tiene sentido alguno. Nuestra búsqueda es sólo para hallar mayor
consuelo, mayor seguridad, y por eso somos prisioneros de nuestro
propio deseo. Lo que buscamos es la realización de nuestro propio
anhelo, y así nuestra búsqueda ya no es verdadera búsqueda. Si nos
observamos veremos que existe este constante deseo de hallar alguna
paz, de tener un estado permanente de comodidad, completa seguridad;
y este deseo nos aprisiona desde el principio mismo.
Me
parece, pues, que lo importante no es si existe una realidad, Dios,
esto o aquello, sino comprender el proceso de nuestra propia mente.
Sin autoconocimiento, sin conocerse a sí mismo, toda búsqueda es
obviamente vana. Y, ¿es muy difícil conocerse? El yo está hecho de
los propios deseos, codicias, ambiciones, motivos, envidias, y de las
creencias a que se aferra la mente. Y es por cierto esencial conocer
todo ese proceso, consciente tanto como inconsciente, antes de que
pueda uno descubrir nada nuevo. Y sin embargo no nos interesa eso. No
nos interesa el autoconocimiento, el conocer las modalidades de
nuestras propias mentes. Por el contrario, siempre estamos escapando
de eso, e imponiendo a la mente ciertas normas, con arreglo a las
cuales tratamos de vivir.
Desde
luego que el principio de la sabiduría es el conocimiento de sí
mismo. Sin conocer nuestro yo, el cual es una entidad muy compleja,
todo pensar tiene muy escaso sentido. Si la mente no conoce sus
propios prejuicios, vanidades, temores, ambiciones, codicias, ¿cómo
podrá ser capaz de descubrir lo que es verdadero? Lo único que
puede hacer es especular sobre qué es verdad, tener creencias,
dogmas, ponerse restricciones, pensar mecánicamente, seguir la
tradición y crear por ello cada vez más y más problemas. Por
consiguiente lo importante es comprender los hábitos del yo; y
comprender el yo no es cambiarlo, ni negarlo o dominarlo, sino
observarlo. Si quiero comprender algo, no puedo condenarlo, ¿verdad?
Si quiero comprender a un niño, no debo condenarlo ni compararlo con
otro chico; tengo que estudiarlo, observarlo, darme cuenta de todos
sus hábitos. Del mismo modo, si quiero comprender el proceso total
de mi mente, tengo que ser observador, vigilante, darme cuenta
pasivamente de mi manera de hablar, de mis gestos, de los motivos
subyacentes; y eso no es posible si condeno o comparo. Creo que es en
realidad la cosa más importante de la vida el comprender la
totalidad de la propia mente; y sólo puede uno vigilar el
funcionamiento de la mente en la interpelación, porque nada existe
en el aislamiento. Sólo existimos en la interpelación, y ésta es
el espejo en el cual han de observarse las actividades de la mente.
Así
pues, la mente está condicionada, es el resultado del pasado, todo
nuestro pensar es el proceso del pasado; y el problema es: ¿puede
una mente así comprender aquello que es atemporal, que está más
allá de sí misma? Como señalaba el otro día, lo necesario es una
revolución religiosa; y una revolución religiosa sólo puede
producirse cuando cada uno de nosotros se libera de todos los dogmas,
creencias y ritos. Por cierto, sólo entonces la mente es capaz de
comprenderse a sí misma, y de llegar, por ello mismo, a ese estado
en que no hay pensamiento siendo el pensamiento el movimiento
del pasado.
Ahora
tratamos de resolver nuestros problemas mediante el pensamiento, y es
el pensamiento el que ha creado los problemas, porque el pensamiento
es el resultado, el proceso del pasado. Todo pensamiento está
condicionado. Si observáis, veréis que no hay pensamiento libre,
porque el pensar es el movimiento del pasado, es la reacción de la
memoria; y hemos usado el pensamiento como medio para descubrir la
verdad. Mas la verdad sólo puede descubrirse cuando la mente esta
por completo quieta, no aquietada, no disciplinada, coaccionada. La
quietud surge sólo cuando se comprende la totalidad de la mente a
través del autoconocimiento. El conocimiento de sí mismo viene por
el darse cuenta, por la vigilancia sobre el pensamiento, en la que no
hay una entidad que esté observando al pensamiento. El observador
del pensamiento sólo surge cuando hay condenación, cuando hay deseo
de dirigir el pensamiento. Después de todo, el pensador es parte del
pensamiento, ¿no es así? No hay pensador si no hay pensamiento;
pero hemos separado al pensador del pensamiento por razones de
nuestra propia seguridad. Hemos creado esta división por nuestro
deseo de tener una entidad permanente a la que llamamos espiritual;
pero si observáis muy atentamente, veréis que no hay permanencia en
absoluto. Sólo hay pensamiento, y el pensamiento es un movimiento
del pasado, de la experiencia, del conocimiento.
Ahora
bien, mientras exista el pensador separado del pensamiento, tiene que
haber conflicto, el proceso de la dualidad, tiene que haber esta
brecha entre la acción y la idea. Pero, ¿no puede la mente
experimentar de hecho ese extraordinario estado en que sólo hay
pensar, y no hay pensador, en que sólo hay un darse cuenta sin
condenación o comparación? El proceso condenatorio y comparativo es
la modalidad del pensador separado del pensamiento. Sólo hay
pensamiento, y el pensamiento es impermanente. Viendo la
impermanencia del pensamiento, la mente crea lo permanente, en forma
de Atman, el yo superior, y todo lo demás; pero ello sigue siendo el
proceso del pensamiento. El pensamiento está condicionado, es el
resultado del pasado, de la experiencia acumulada, del conocimiento,
de modo que jamás puede conducir a lo desconocido, lo atemporal. Al
fin y al cabo, el ‘yo’, el ‘ego’, no es otra cosa que un
manojo de recuerdos; y aun cuando le deis una calidad espiritual, un
valor permanente, sigue estando dentro del campo del pensamiento, y
sigue por lo tanto impermanente.
La
dificultad para la mayoría de las gentes está en abandonar esta
calidad mental de la ‘permanencia’, que es invención de la
propia mente. La mayoría de nosotros quiere permanencia en una u
otra forma, y así la mente ha dado una calidad de permanencia a lo
que llama realidad, Dios. Por cierto, nada hay permanente. La
realidad no es continua, no es permanente, sino algo que debe ser
descubierto de instante en instante. Cuando la mente tiene una
momentánea experiencia de algo real, desea hacer permanente esa
realidad, y lo permanente se convierte en el pasado, se mantiene
dentro del campo del pensamiento; pero lo nuevo sólo puede existir
cuando el pasado ha muerto. Es por eso que tiene uno que morir para
toda experiencia. La mente sólo es capaz de percepción inmediata
cuando es sencilla, fresca, inocente, desembarazada de conocimiento.
Todas
las formas de experiencia llegan a ser medios de ulterior
reconocimiento, ¿no es así? Habiéndoos encontrado ayer, os
reconozco hoy. La mente es un proceso de reconocimiento, y con ese
proceso de reconocimiento tratamos de vivenciar lo real; mas lo real
no puede ser vivenciado así, pues no puede ser reconocido; si podéis
reconocerlo, ha salido del pasado, está contenido en la memoria, se
ha conocido ya; por consiguiente no es lo real. Así pues, la mente
tiene que hallarse en ese estado cuando no hay experimentador alguno,
lo que significa que el proceso de reconocimiento tiene que cesar.
Veréis que esto no es tan fantástico como parece. Cuando veis una
bella puesta de sol, ¿qué ocurre? Hay una inmediata reacción a esa
belleza, y entonces empezáis a comparar; la puesta de sol que
visteis hace una semana era mucho más bella. Habéis establecido,
pues, una conexión, la nueva experiencia ya está relacionada con el
pasado. Este proceso de comparación es la acción del
reconocimiento, que impide a la mente vivencias constantemente algo
nuevo.
Después
de todo, la mente es el resultado de lo conocido, y está siempre
tratando de captar lo desconocido en términos de lo conocido. La
manifestación de lo desconocido sólo es posible cuando estamos
libres de lo conocido. Lo conocido es el yo, y tanto si lo colocáis
en el nivel más alto como en el más bajo, sigue siendo el ‘yo’,
que es experiencia acumulada, el proceso de reconocimiento. El ‘yo’
es incapaz de ver la totalidad de esta cosa extraordinaria que
llamamos vida, y por eso hemos dividido el mundo en cristiano e
hindú, budista y musulmán, y por eso estamos dividiendo la India en
pequeños fragmentos lingüísticos. Todo eso es el proceso de la
mente mezquina, presa dentro del campo de lo conocido.
Tiene
uno que estar libre de lo conocido para que se manifieste lo
desconocido. Eso es un hecho, es evidentemente así; porque la
realidad, Dios, o lo que queráis, no puede conocerse, no puede
reconocerse. El conocimiento, el reconocimiento, es el resultado del
pasado, y una mente que esté buscando lo desconocido a través de lo
conocido, jamás podrá encontrarlo. Es sólo cuando la mente está
libre de lo conocido, que lo otro es.
Ahora
bien, cuando escucháis esta declaración, que es un hecho evidente,
¿qué pasa? Si le prestáis toda vuestra atención, no preguntáis
cómo libraros de lo conocido. La mente jamas puede librarse de lo
conocido. Si lo hace, sólo creará otro conocido. Más si prestáis
toda vuestra atención a ese echo, veréis que el hecho mismo empieza
a actuar por sí solo, lo mismo exactamente que la vida en la semilla
empieza a empujar a través del suelo; entonces la mente no tiene que
hacer nada. Si la mente actúa sobre el hecho, sólo puede hacerlo en
detalle, reuniendo muchas pequeñas partes para hallar el todo; pero
la reunión de muchas partes no hace el todo. El todo ha de ser
percibido instantáneamente. Por eso es importante comprender las
modalidades de la mente, no mediante libros, no leyendo el Gita
o los Upanishads, sino vigilándoos en relación con vuestra
esposa, con vuestro hijo con vuestro vecino, con vuestro jefe,
observando la forma en que hablas a vuestro criado, al guarda del
ómnibus. Entonces comenzaréis a descubrir cuán profundamente está
condicionada la mente; y en ese mismo descubrimiento del propio
condicionamiento, hay libertad. Lo importante es descubrir, no
simplemente repetir. Mediante este constante descubrimiento de las
modalidades del ‘yo’, la mente llega a estar muy quieta, sin
supresión, sin restricción, sin ser puesta dentro de un marco; y,
para una mente así, puesto que esta libre de lo conocido, existe una
posibilidad de que lo desconocido surja.
PREGUNTA: En la India
se nos ha dicho durante siglos que debernos ser espirituales, y
nuestra vida diaria es una serte interminable de ritos y ceremonias.
¿Es esto espiritualidad? Si no lo es, entonces, ¿en qué consiste
el ser espiritual?
KRISHNAMURTI: Señor,
descubramos lo que significa ser espiritual; no la definición de esa
palabra, que podéis buscar en un diccionario, sino que realmente
experimentemos ese estado mientras estamos sentados aquí juntos, si
es que existe siquiera tal estado.
Una
mente que esté paralizada por la autoridad, ya sea la autoridad de
un libro, de un gurú, de una creencia o de una experiencia,
evidentemente es incapaz de descubrir qué es verdad, ¿no es cierto?
Y ¿puede la mente estar libre de toda autoridad? Es decir, ¿puede
dejar de buscar seguridad en la autoridad? Por cierto, sólo una
mente que no tenga miedo de estar insegura, incierta, es capaz de
descubrir lo que es ser espiritual. El hombre que meramente acepta
una creencia, un dogma, que celebra ritos y ceremonias, no puede
descubrir qué es verdad, o qué es ser espiritual, porque su mente
está apresada dentro del molde de la tradición, del miedo, de la
codicia.
Ahora
bien, ¿puede la mente que ha estado presa de las ceremonias dejarlas
inmediatamente? Ciertamente que esa es la única prueba, porque al
dejarlas, descubriréis todas las complicaciones implícitas;
aparecerán los temores, los antagonismos? las contiendas, todas las
cosas con las que la mente no ha querido encararse. Pero nunca
hacemos eso. Tan solo hablamos de ser espirituales. Leemos los
Upanishads, el Gita, repetimos algunos mantrams,
jugamos con las ceremonias, y a esto lo llamamos religión.
Por
cierto, lo que es espiritual tiene que ser atemporal. Pero la mente
es el resultado del tiempo, de innumerables influencias, ideas,
imposiciones; es el producto del pasado que es tiempo. Y ¿puede una
mente así percibir jamás aquello que es atemporal? Es evidente que
no. Puede especular, puede vanamente buscar a tientas o repetir
algunas experiencias que otros hayan tenido; pero siendo el resultado
del pasado, la mente jamás puede encontrar aquello que está más
allá del tiempo. Así, pues, lo único que puede hacer la mente es
estar completamente quieta, sin ninguna agitación del pensamiento, y
sólo entonces existe una posibilidad de que surja ese estado que es
atemporal; entonces la mente misma es atemporal.
Las
ceremonias no son, pues, espirituales, ni lo son los dogmas, ni las
creencias, ni la práctica de un determinado sistema de meditación;
pues todas estas cosas provienen de una mente que está buscando
seguridad. El estado de espiritualidad puede experimentarlo sólo una
mente que no tenga motivo, una mente que ya no esté buscando; pues
toda búsqueda se basa en un motivo. La mente que es capaz de no
pedir, de no buscar, de ser completamente ‘nada’, sólo una mente
así puede comprender lo que es atemporal.
PREGUNTA: He asistido
a las recientes discusiones matinales. ¿Queréis que no pensemos
nada? Y, si tenemos que pensar, ¿cómo vamos a hacerlo?
KRISHNAMURTI: Señor, no
pensar en absoluto sería un estado de amnesia, un estado de idiotez.
Si no supierais dónde vivís, si no recordarais el camino a vuestra
casa, algo andaría mal, ¿no es así? Tenemos que pensar. Tenemos
que pensar claramente, con cordura, deliberada y directamente. La
mente es el único instrumento que poseemos, y tenemos que pensar
para aprender una técnica que nos permita obtener un empleo y
ganarnos la vida; pero fuera de eso, nuestro pensar se convierte en
ambición, codicia, envidia, y nuestra sociedad está construida
sobre estas cosas. En nuestra educación, lo que permanentemente nos
interesa es ayudar a los educandos a adaptarse a la sociedad; así
nuestro pensamiento, y el pensamiento de la próxima generación,
procura adaptarnos a una sociedad que se basa en la codicia, en la
envidia y en el afán adquisitivo. Pero ciertamente, la función de
la educación no consiste en ayudar a los jóvenes a adaptarse a esta
corrupta sociedad, sino a estar libres de sus influencias, de modo
que ellos puedan crear una nueva sociedad, un mundo diferente.
Pensar
es esencial; pero cuando la mente está ocupada con la codicia, con
la envidia, con todo el proceso del yo, entonces es evidente que el
pensamiento está corrompido, y toda sociedad basada en ese
pensamiento degenera inevitablemente. El pensar en el cual se cultiva
el ‘yo’ como virtud, como respetabilidad, como conformidad, llega
a ser un impedimento para descubrir lo que es real. Por eso es
importante que se realice en la mente una revolución, una revolución
religiosa; y eso sólo puede producirse cuando vosotros y yo ya no
pertenecemos a la sociedad. Esto no quiere decir que nos pongamos un
taparrabo y que tengamos un pequeño, o ningún albergue. Significa
separarse por completo, interiormente, de todo afán adquisitivo.
Significa no ser codicioso, no ser ambicioso, no perseguir el poder,
de modo que no haya un yo convirtiéndose en algo, mundano o
espiritual. La única revolución es esta revolución religiosa, que
no tiene nada que ver con ninguna iglesia, con ninguna organización,
con ningún dogma o creencia. Tiene que sobrevenir en cada uno de
nosotros, y sólo entonces hay posibilidad de crear un nuevo mundo.
1° de febrero de 1956
IX
CUANDO nos vemos
enfrentados con tantos problemas, cuando el mundo está en guerra o
preparándose para la guerra, cuando hay tanta producción y al mismo
tiempo hambre, creo que lo mas importante en toda esta lucha humana
es comprender la mente. Por cierto, la mente es el único instrumento
que puede hallar la acertada respuesta a los muchos problemas que
existen, y sin embargo muy raramente pensamos o examinamos el proceso
de la mente. Creemos que resolverán nuestros problemas las
respuestas preparadas, o ciertas normas de pensamiento. Como hindúes
tenemos cierta manera de pensar que esperamos resolverá nuestros
complejos problemas, y si somos comunistas, cristianos o budistas,
tenemos otras respuestas ya preparadas. Muy pocos de nosotros damos
verdadera importancia al proceso del pensar, a las modalidades de la
mente misma; y a mí me parece que la solución está ahí, y
no en abordar el problema con una mente ya moldeada o condicionada.
Quisiera,
pues, esta tarde, si se me permite, considerar esta cuestión de lo
que es la mente porque es obvio que, sin penetrar muy a fondo en todo
este problema, sin comprender la composición y el estado de la
mente, es por completo fútil el mero pensar especulativo, o la
identificación con una creencia determinada. Y al tratar de
comprender el proceso de la mente, creo que es importante escuchar
bien. La mayor parte de nosotros escucha con una mente ya preparada o
cargada de preconceptos, o bien escuchamos para encontrar un
argumento polémico, y muy pocos escuchan con atención, con
libertad; pero es solo cuando inquirimos libremente, sin estar atados
a ninguna determinada creencia, que la mente puede hallar la verdad
en cualquier problema. De modo que esta charla sólo será de valor
si podemos escuchar correctamente, lo cual es difícil, y no tratarla
como una mera disertación casualmente escuchada una tarde, y dejada
luego de lado.
Como
decía, si no comprendemos las modalidades de la mente, no es posible
que comprendamos el complejo problema del vivir. Ahora bien, ¿qué
es la mente? Estamos tratando de descubrir, no malamente afirmar o
aceptar. Y para descubrir, tenéis que observar vuestra propia mente
en funcionamiento, al escuchar la descripción de lo que es la mente.
Es decir, aunque estoy hablando, describiendo la mente, daos cuenta
del proceso de vuestro propio pensar, y de esa manera descubrid
vosotros mismos lo que es la mente.
Dejemos
bien aclarado por qué es importante comprender la mente. La mente es
el único instrumento que tenemos, el instrumento de percepción, de
comprensión, de pensamiento; y, sin clarificación de la mente, muy
poca significación puede tener nuestro esfuerzo para descubrir lo
que es la realidad, la verdad, Dios o lo que queráis. Tratamos,
pues, de inquirir acerca del proceso real de la mente. No nos
limitamos a aceptar o rechazar lo que se dice.
Por
cierto, la mente es lo consciente tanto como lo inconsciente; es una
totalidad que incluye tanto los procesos visibles como los ocultos
del pensamiento. La mayoría de nosotros nos ocupamos exclusivamente
de lo consciente, de los diarios acontecimientos, ambiciones, luchas,
codicias y no nos damos cuenta en absoluto del contenido del
inconsciente, es decir, de la mente que yace bajo las diarias
actividades de la mente consciente; y mientras no comprendamos la
totalidad, incluso lo que está en el inconsciente, tendrá muy poco
sentido la mera ocupación con lo consciente.
Sabemos
que la mente consciente está ocupada con los acontecimientos
cotidianos, con el empleo, con el ganarse la vida, con sus reacciones
y constantes ajustes a los problemas inmediatos. Es la mente
consciente la que se educa en determinada técnica, la que acumula el
conocimiento y lo que llamamos cultura. Debajo de esa mente
superficial están las muchas capas de lo inconsciente, en las cuales
tienen sus raíces los impulsos raciales, culturales y sociales, las
creencias y tradiciones religiosas, las respuestas instintivas
basadas en los valores de la particular sociedad en que se nos ha
criado. Sin entrar en muchos detalles, ésa es la totalidad de la
mente ¿no es así? De modo que la totalidad de la mente está
condicionada, moldeada, limitada por muchas influencias: por nuestro
régimen alimenticio, por el clima y la cultura en que vivimos, por
los valores sociales y económicos.
Ahora
bien, con esa mente condicionada, de la cual estamos insatisfechos,
estamos tratando de encontrar algo que está más allá de ella.
Vemos que la mente es muy pequeña, confusa, contradictoria, y con
esa mente tratamos de comprender lo incognoscible. Después de todo,
nuestras mentes son el resultado del tiempo, siendo éste lo
conocido, el pasado, la acumulación de conocimiento; y con este
‘instrumento’ que aun está dentro del campo del tiempo, la gente
llamada religiosa trata de encontrar algo que transciende el tiempo.
Surge, pues, inevitablemente esta pregunta: ¿Puede la mente
condicionada comprender o experimentar aquello que no es de su propia
fabricación? Ese es uno de nuestros grandes problemas, ¿no es así?
Y ciertamente nunca podremos resolver nuestros problemas mientras
estemos pensando como hindúes, cristianos o comunistas, puesto que
ha sido por pensar en estos mismos términos que hemos creado los
problemas. Es sólo cuando la mente está libre de todas las
tradiciones, valores, creencias, supersticiones, aceptaciones, que
hay una posibilidad de resolver nuestros muchos problemas humanos.
La
cuestión es, pues, ésta: ¿Puede librarse de ciertas normas la
mente que ha sido criada, educada en ellas? Es decir, ¿puede la
mente abandonar las creencias, tradiciones y valores que se basan en
la autoridad, en la mera aceptación? ¿Puede ser abandonado todo
esto, de modo que la mente esté libre para investigar, para
descubrir? Ese es nuestro problema, ¿verdad? Lo cual significa
realmente: ¿Es posible que la mente se libere de las seguridades a
que está atada? Porque, después de todo, lo que está buscando la
mayoría de nosotros, exterior o interiormente, es alguna forma de
seguridad. Si tengo la seguridad externa de la posición, el
prestigio, el dinero, puedo estar temporariamente satisfecho; pero
llega un tiempo en que empiezo a reclamar una seguridad interna, me
refugio psicológicamente en la creencia, en el dogma, en la
tradición, en cierta manera imitativa de pensar. Y ¿puede jamas
encontrar la realidad, Dios, o como queráis llamarlo, la mente que
está buscando seguridad y que quiere estar a salvo, sin
perturbación? Es evidente que no. La mente que desea estar segura
encontrará lo que busca, más no aquello que es la verdad.
¿Puede,
pues, la mente librarse de esta ansiedad por estar segura? Y, por
cierto una mente que interna o psicológicamente reclama seguridad,
invariablemente creará inseguridad externa en la estructura social.
El nacionalismo, por ejemplo, es una idea a la que se aferra la mente
como medio de seguridad psicológica; y este culto del nacionalismo
inevitablemente tiene que crear inseguridad exterior, que es
precisamente lo que está pasando en el mundo.
Ahora
bien, si lo observáis con mucha atención, veréis que la mente está
tratando siempre de hallar algo permanente, a lo que llama paz,
realidad, o como queráis. Y ¿existe algo que sea permanente? Sin
embargo, la mente crea valores que supone son permanentes, y luego
cree en ellos; establece ciertos hábitos de pensamiento que se
vuelven permanentes, y una mente así nunca está libre para
inquirir. Pienso que es importante comprender la significación de
esto, porque, después de todo, la libertad está al principio, no al
fin. Es sólo la mente libre la que puede inquirir, no una mente
atada, no la que está sujeta por la creencia, el dogma, la
tradición; sin embargo toda nuestra educación se basa en estas
cosas, no sólo en la escuela, sino también a lo largo de la vida,
que es igualmente parte de la educación. Nunca inquirimos sobre la
posibilidad de tener libertad al principio, porque la indagación de
tal naturaleza requiere un proceso de pensamiento que no empieza con
una suposición, ni con la experiencia acumulada, ya sea la propia o
la de otros.
Me
parece, pues, que para encontrar la realidad, lo incognoscible, sobre
lo cual no se puede premeditar ni especular, la mente debe estar
libre de todo lo que ha conocido, debe morir para todos sus muchos
ayeres. Tan sólo entonces la mente es inocente, y por lo tanto,
capaz de descubrir lo real.
Hay
aquí algunas preguntas, y yo pienso por qué hacemos preguntas. ¿Es
con la intención de recibir una respuesta? Y ¿hay respuesta, o
solamente un sondeo del problema sin buscar una respuesta? Si espero
una respuesta, entonces mi mente estará del todo concentrada en el
descubrimiento de tal respuesta, y no en la comprensión del
problema. La mayoría de nosotros está interesada en la solución,
en la respuesta, de modo que prestamos al problema una atención
dividida; por consiguiente, el problema nunca se comprende, y así,
no hay respuesta. Para indagar sobre el problema, se requiere una
mente que no esté buscando una respuesta, sino que sea capaz de
investigar sin juzgar ni condenar. ¿Podemos mirar algo sin comparar,
juzgar, o condenar? Si queréis experimentar con ello, veréis cuán
extraordinariamente difícil es, porque todo el proceso de nuestro
pensar se basa en la comparación, en el juicio, en la condenación.
Mas si podemos indagar el problema sin esperar una respuesta,
entonces el problema mismo se resuelve sin buscar respuesta.
PREGUNTA: ¿Puede
haber paz en el mundo sin un gobierno mundial que la establezca y
mantenga? ¿Y cómo puede producirse eso?
KRISHNAMURTI: ¿Es
externa o interna la paz? ¿Puede algún gobierno traer paz, aun
cuando haya un gobierno, para todo el mundo? Puede establecer orden
externo, sin la constante amenaza de guerra, mas aun eso solamente
puede ocurrir cuando no hay nacionalismo, cuando no hay fronteras,
políticas ni religiosas. Por lo tanto, debemos ser claros en cuanto
a lo que entendemos por paz.
¿Es
la paz algo que pueda ser creado por la autoridad de ningún
gobierno, ya sea comunista, imperialista, capitalista, o lo que
fuere? ¿Vendrá la paz mediante la legislación? Puede uno ver que
un gobierno mundial podría producir cierto tipo de paz. Podría
quizá abolir los gobiernos soberanos y sus fuerzas armadas, que son
una de las causas de la guerra; pero por cierto ese no es todo el
sentido de la paz. La paz es de la mente. Y ¿puede la mente estar en
paz mientras sea ambiciosa, codiciosa, envidiosa? ¿No es la mente
codiciosa, adquisitiva, envidiosa, la que ha creado esta sociedad
guerrera en que vivimos? Nuestra sociedad se basa en la adquisividad,
en la envidia, la codicia y la impulsiva ambición de ser algo; y
así, dentro de nuestra sociedad hay constante batalla, conflicto.
La
paz es, pues, de la mente, no puede ser creada por la mera
legislación. La tiranía puede establecer alguna especie desorden en
una sociedad confusa y contradictoria, y el orden también puede
crearse mediante la acción parlamentada de un gobierno democrático.
Pero mientras exista el espíritu del nacionalismo, que crea
gobiernos soberanos con sus fuerzas armadas, mientras haya fronteras
y divisiones raciales, forzosamente tiene que haber guerras. Así el
hombre que quiera ser pacífico no puede pertenecer a ningún país;
ni puede pertenecer a ninguna religión, porque la religión hoy no
es más que dogmatismo organizado.
Esto
que llamamos paz es algo que tiene que ser comprendido internamente,
y no ser buscado tan sólo a través de la legislación, o por la
conjunción de muchas opiniones. Si observáis, veréis cómo
rendimos culto al nacionalismo y sostenemos la bandera de un
determinado país. Nos identificamos con el conjunto que llamamos
India porque, siendo insignificantes, interiormente vacías, y
viviendo en un pequeño lugar como Madanapalla, eso nos da cierto
orgullo, halaga nuestra vanidad el llamarnos indos; y por ese orgullo
y vanidad estamos dispuestos a matar y a que se nos mate. Este mismo
complejo proceso psicológico, que actúa en todos los países, tiene
que ser comprendido por cada uno de nosotros, y no sólo legislar
contra él. Por eso el hombre verdaderamente religioso no pertenece a
ninguna religión, ni a un determinado país.
PREGUNTA: Sois un indo
y un ‘Andhra’, nacido aquí, en Madanapalla. Estamos orgullosos
de vos y de vuestra buena obra en el mundo. ¿Por qué no pasáis más
tiempo en vuestro país natal, en vez de vivir en América? Se os
necesita aquí.
KRISHNAMURTI: Como
sabéis, se trata de un peculiar proceso que se desarrolla en el
mundo, esta identificación de uno mismo con una particular porción
de suelo, o con lo que se llama una religión. ¿Importa mucho el
sitio en que habéis nacido, o el idioma que habláis, o la
particular cultura en que se os haya criado? Mirad lo que está
pasando en este país: lo estamos fragmentando en partes, llamándonos
tamiles, telugus, maharashtrianos y todo lo demás. Este proceso de
división se mantiene también en Europa, con los alemanes, los
ingleses, los franceses, los italianos, y así sucesivamente. Cuando
un hombre rinde culto a lo particular y se identifica con ello, sus
luchas llegan a ser mucho mayores, sus desdichas aumentan. Mientras
yo siga siendo un Andhra, perteneciente a una particular clase y una
determinada religión, tendré una mente muy mezquina, pequeña,
estrecha. Es por cierto la función de la mente trascender todas esas
limitaciones y encontrar el todo; pero el todo no está compuesto de
partes. Reuniendo muchas partes no se encuentra el todo. Sólo cuando
no estamos enredados en la parte hay una posibilidad de descubrir el
todo en forma inmediata.
PREGUNTA: Tengo un
hijo que me es muy querido, y veo que se le está sometiendo a muchas
mulas influencias, tanto en casa como en la escuela. ¿Qué tendría
que hacer?
KRISHNAMURTI: Todos somos
el producto, no de una particular influencia, sino de muchas
influencias contradictorias, ¿no es verdad? Y el interlocutor quiere
saber cómo va a impedir que su hijo esté sometido a las malas
influencias tanto en el hogar como en la escuela. Pero seguramente
que el problema es mucho más complejo que el de encontrar meramente
un medio de resistir a las malas influencias. Lo que tenemos que
considerar es todo el proceso de la influencia, ¿no es esto? Al fin
y al cabo, el estudiante está expuesto inevitablemente a muchas
influencias, buenas y malas. No sólo existe la influencia del hogar
y la de la escuela, sino que hay también la influencia de lo que
lee, de las cosas que oye, del clima, de la clase de alimentos que
toma, de la religión y la cultura en que se le cría. Él es la suma
total de estas muchas influencias, como lo somos vosotros y yo, y no
podemos rechazar algunas y adherirnos a otras. Lo único que podemos
hacer es observar todas estas influencias y descubrir si la mente
puede estar libre de ellas. Pero desgraciadamente, tal como
influencias. Eso es una parte; la otra es un proceso de atiborrar su
mente de cierta información para que pueda pasar algún examen,
poner un titulo tras su nombre.
Pero
la acertada educación es algo del todo diferente, ¿no es cierto? No
es meramente cuestión de dar al estudiante el conocimiento técnico
que lo capacitará para obtener un empleo, sino que consiste en
ayudarle a darse cuenta de todas estas influencias y a no quedar
aprisionado en ninguna de ellas. Para hacer esto tiene que tener una
buena mente, y una buena mente es la que está aprendiendo, no la que
ha aprendido; porque la mente que acumula ha dejado de aprender. El
aprender llega a ser entonces algo que proviene del pasado, y así no
hay más indagación.
¿Qué
es, pues, la acertada educación. ¿Es meramente una definición
recogida en algún libro, o es un constante proceso de comprensión
de las muchas influencias que inciden sobre la mente, de manera que
ésta se halle libre al principio mismo y sea por lo tanto capaz de
indagación real? Por cierto, una mente que es capaz de inquirir está
siempre aprendiendo, no es un mero depósito de información.
Cualquiera que sepa leer puede buscar información en una
enciclopedia. Aunque en la educación es evidentemente necesario
impartir conocimiento técnico para que el estudiante pueda obtener
un empleo, actualmente esto es lo único que interesa a la mayoría
de los padres. Quieren que sus hijos estén preparados para obtener
una buena posición en la actual estructura social, que se le
ayude a amoldarse a esta sociedad, que se basa en la codicia, la
envidia y la ambición. Queréis que vuestro hijo se adapte dentro de
ese marco, no queréis que sea un revolucionario y así, tenéis eso
que llamáis educación, que le ayuda simplemente a amoldarse, a
imitar, a seguir. Mas ¿no es posible que los que realmente aman a
sus hijos les ayuden a comprender las muchas influencias de la
sociedad, de la cultura en que nacieron, de modo que cuando crezcan
no se conformen a las normas de una cultura determinada, sino que tal
vez creen su propia sociedad, libre de envidia, de ambición y
codicia? Por cierto, tales personas son las únicas verdaderamente
religiosas. La revolución es religiosa no tan sólo económica.
Religión no es la aceptación de algún dogma o tradición, o de los
llamados libros sagrados. La religión consiste en inquirir para
hallar lo desconocido.
12 de febrero de 1956
X
ESTOY seguro de que la
mayoría de nosotros siente que es necesaria una revolución
fundamental en un mundo en que hay tanto caos, miseria, hambre, y la
constante amenaza de la guerra. Tenemos la impresión de que debe
producirse alguna clase de cambio, y cada grupo tiene su propia
panacea o método particular para lidiar con las miserias del mundo.
Los comunistas tienen un patrón; los capitalistas otro y aun otro
las gentes llamadas religiosas. Estando ansiosos de que se produzca
un cambio, que evidentemente es tan necesario, nos asociamos a uno u
otro de estos diversos grupos y creo que es importante descubrir lo
que entendemos por cambio: no el cambio que produce la mera acción
legislativa exterior, sino un cambio mucho más fundamental, más
radical. Podemos ver que cualquier cambio que se realiza de acuerdo a
un plan preconcebido implica un organismo ejecutivo que lleve a cabo
ese plan, y que la autoridad con que debe investirse ese organismo se
vuelve invariablemente tiránica que es lo que efectivamente
sucede en el mundo. Existe la tiranía de la autoridad bien
organizada en manos de unos pocos, o la tiranía de una determinada
religión, o bien la tiranía de la autoridad que asume una sección
particular de la sociedad. Viendo todo esto, vosotros y yo, personas
corrientes, estamos deseosos de producir un cambio para mejorar, de
manera que la humanidad tenga en todas partes adecuado alimento, ropa
y vivienda, una más amplia educación, etc.
Ahora
bien, como dije, es importante descubrir qué entendemos por cambio.
Para la mayoría de nosotros, el cambio implica una continuidad
modificada de lo que ha existido, ¿no es eso? Aunque los que se
llaman revolucionarios desean producir una transformación radical de
la sociedad, su actitud, sus valores, sus conceptos y fórmulas, se
basan todos en lo pasado, en la reacción de lo que han conocido, y
todo cambio que surja de esa fuente no será más que una continuidad
de lo que ha existido, por modificado que sea. Puede ser que no
comiencen de ese modo, pero eventualmente se llega a eso, y para mí
eso no es cambio en absoluto. El cambio implica algo enteramente
diferente, y me gustaría, si se me permite, ahondar en toda esta
cuestión.
Comprendemos
que tiene que haber un cambio fundamental en nuestra manera de
pensar, una radical transformación de la mente y el corazón del
hombre; pero este cambio extraordinario no puede producirse por la
mera continuación de lo anterior en una forma modificada. Ni puede
tampoco producirse esta radical revolución en la mente mediante la
educación tal como ahora existe; pues lo que ahora llamamos
educación no es más que el aprendizaje de una técnica para
ganarnos la vida y amoldarnos al patrón impuesto por la sociedad.
Viendo,
pues, todo esto, ¿por dónde vamos a empezar? ¿Por dónde empieza
uno a producir este cambio fundamental, que obviamente es tan
esencial en el orden social? Ciertamente, el problema individual es
el problema del mundo. La sociedad es como la hemos hecho nosotros.
Hay los que tienen y los que no tienen; los que saben y los
ignorantes, los que estén realizando su ambición y los frustrados;
existen las diversas religiones, con sus ceremonias y creencias
dogmáticas, y la incesante batalla dentro de la sociedad, esta
perpetua competencia de unos con otros para lograr, para llegar a ser
algo. Todo esto es lo que vosotros y yo hemos creado. Se pueden
producir reformas sociales mediante la legislación o por la tiranía;
pero a menos que el individuo cambie radicalmente, siempre llegará
él a sobreponerse a las nuevas normas, para acomodarlas a sus
exigencias psicológicas, es también lo que está ocurriendo en el
mundo.
Me
parece entonces muy importante comprender el proceso total de la
individualidad, porque es sólo cuando el individuo cambia
radicalmente que puede haber una revolución fundamental en la
sociedad. Es siempre el individuo, nunca el grupo o lo colectivo, que
provoca un cambio radical en el mundo, y también esto es
históricamente así.
Ahora
bien, ¿puede el individuo, es decir, vosotros y yo, cambiar
radicalmente? Esta transformación del individuo, pero no de acuerdo
a un patrón, es lo que nos interesa, y para mí es la más elevada
forma de educación. Es esta transformación del individuo lo que
constituye la religión, no la mera aceptación de un dogma, una
creencia, que no es religión en absoluto. La mente condicionada a
una norma particular que llama religión, ya sea hindú, cristiana,
budista o lo que queráis, no es una mente religiosa, por mucho que
practique todos los llamados ideales religiosos.
¿Podemos
pues, vosotros y yo, producir una transformación radical en nosotros
mismos, sin compulsión, sin motivo? Toda forma de compulsión es una
actividad egocéntrica, falsea la mente, y el motivo está siempre
basado en el proceso del yo, del ‘mí’, del ego. Y ¿puede haber
un cambio fundamental en cada uno de nosotros sin motivo, sin
compulsión? Creo que ésta es una cuestión que requiere mucha
reflexión, indagación. No puede despacharse fácilmente diciendo
que puede o que no puede haber tal cambio. Un hombre realmente serio
tiene que entrar a fondo en este problema de producir una
transformación dentro de sí mismo. Ciertamente, este cambio
interior no es conforme a una norma, o a un concepto religioso, sino
que viene sólo a través del conocimiento de sí mismo. Esto es, sin
conocer la totalidad de mí conciencia, todo mi ser, cualquier ideal,
fórmula, concepto o creencia que pueda yo tener será tan sólo un
deseo, una idea, no tendrá base, y por lo tanto no será una
realidad en absoluto. A menos que haya autoconocimiento, es decir, a
menos que yo empiece a conocerme a mí mismo completamente,
cualquiera actividad que yo emprenda será destructiva y sólo
causará más daño. Así, si uno es serio en alguna medida, si uno
se preocupa realmente del caos y de la desdicha del mundo, ¿no es de
importancia vital comprender el proceso de uno mismo?
Ahora
bien, ¿qué es el conocimiento de sí mismo? El autoconocimiento no
se obtiene de ningún libro, no puede tenerse mediante la autoridad
de ninguna persona. Las modalidades de mi pensamiento deben ser
descubiertas, y sólo puedo descubrirlas en la convivencia; porque
ésta es un espejo en el cual puedo verme, no teóricamente, sino
como de hecho soy. Por cierto, es en la convivencia con mi esposa,
con mis hijos, con mis vecinos, con mis sirvientes, con mi jefe, con
toda la sociedad, que me descubro tal como soy; pues en ese espejo de
la convivencia puedo ver mis supersticiones, mis juicios, mis hábitos
de pensamiento, las tradiciones que sigo, los valores comparativos
que doy a las experiencias y a las cosas.
Lo
que en general ocurre es que nos gusta o disgusta lo que vemos en el
espejo de la convivencia, y por consiguiente lo aceptamos o lo
condenamos. Pero sólo es posible descubrir las modalidades del
pensamiento, los ocultos motivos y empeños, las reacciones de una
mente condicionada por una particular sociedad, cuando miramos a ese
espejo sin ningún sentido de condenación o comparación, sin
juzgar. Sólo entonces la mente, tanto consciente como inconsciente,
se libera de su propio cautiverio, y así tal vez pueda trascender
las propias limitaciones. Después de todo, eso es la meditación,
¿no es así?
La
verdadera religión consiste en que la mente comprenda sus propios
procesos, es decir, su ambición, envidia, codicia, odio, porque la
comprensión misma de esas cosas las hace terminar sin compulsión, y
por lo tanto la mente está libre para explorar. Entonces hay una
posibilidad de hallar aquello que es la realidad, la verdad, Dios, o
el nombre que queráis darle. Pero sin autoconocimiento, afirmar o
negar meramente que Dios o la realidad existe, carece de todo
significado.
Podemos
ver que una parte del mundo está condicionada para aceptar la idea
de Dios, mientras que otra parte está siendo condicionada, no para
creer en Dios, sino para creer en el Estado y sacrificarse por él. Y
¿es posible que la mente se libere de todo condicionamiento? Desde
luego, es sólo la mente que se está descondicionando, y que por lo
tanto es capaz de actuar, la que produce una revolución radical. Por
eso es muy importante para vosotros y para mí individualmente
liberarnos de lo colectivo; porque si uno no es libre, no existe la
posibilidad de explorar para descubrir lo que es verdad.
Así,
quienes son serios deben obviamente inquirir en esta cuestión, y no
ajustarse meramente a una norma de pensamiento. Sólo el individuo
que es religioso en el verdadero sentido de la palabra puede producir
un nuevo estado, una nueva manera de encarar la vida; y el individuo
verdaderamente religioso es el que se está liberando del
condicionamiento de una particular sociedad, y es por consiguiente
verdaderamente revolucionario.
PREGUNTA: Sin creer en
un Planificador de este universo, pienso que la vida carece de
sentido. ¿Qué hay de malo en esta creencia?
KRISHNAMURTI:
Seguramente, por ‘Planificador de este universo’ queréis decir
Dios, sólo que usáis un nombre diferente. Ahora bien, ¿que es la
creencia? ¿Qué entendemos con esa palabra, no simplemente el
sentido que le da el diccionario, sino cuál es su contenido
psicológico?
Y
¿cuál es el proceso de una mente que necesita de una creencia? ¿Qué
es lo que os hace decir ‘creo en Dios’ o ‘no creo en Dios’?
¿Cuál es el impulso psicológico que hace que la mente acepte o
rechace la creencia en Dios, en un Planificador del universo?
Mientras no descubramos eso, creer o no creer simplemente tiene muy
poco sentido.
Evidentemente,
si desde la infancia se os dice que creáis en Dios, crecéis
creyendo, lo mismo que otro a quien desde pequeño se le diga lo
contrario se criará incrédulo. A uno se le llama creyente y al otro
ateo, pero ambos están condicionados. Cuando creéis en un
Planificador del universo es porque desde la infancia se os ha
alentado a creer, y vuestra mente ha quedado impregnada con esta
idea; o bien tenéis la impresión de que esta vida es tan insegura,
tan fluctuante, que vuestra mente se aferra a algo que considera
permanente, y a esa permanencia le llamáis Dios, o por cualquier
otro nombre, dándole ciertos atributos, cualidades. Esto no está
bien ni mal, es de hecho el proceso de la mente. Como vemos en torno
nuestro tanta desdicha, caos, tal impermanencia, una completa falta
de paz interior y exterior, la mente crea algo atemporal algo
perpetuamente bello, pacífico, y se aferra a ello. Así, en su
incertidumbre, la mente crea su propia certeza. Mas una mente que
cree o no cree, que acepta o rechaza, jamás puede descubrir qué es
Dios. Tenemos que encontrar, descubrir a Dios, no creer en él. Para
encontrar, la mente tiene que estar libre de creencia y de
incredulidad. Ciertamente, este estado al que llamamos Dios, esa
realidad atemporal, debe ser algo totalmente nuevo, no imaginado,
nunca experimentado antes y solo una mente libre puede descubrirlo,
no la que esté atada a un dogma, a una creencia.
Al
fin y al cabo, si observáis, si pensáis siquiera en ello, veréis
que la mente es resultado del tiempo siendo el tiempo la
memoria, la experiencia, el conocimiento. Esto es, la mente es el
resultado de lo conocido, del pasado, de muchos miles de años. Ahora
bien, con esa mente intentamos hallar lo desconocido, ese algo que
puede llamarse Dios, verdad o lo que queréis. Pero una mente así no
puede hallar lo desconocido, solo puede proyectar hacia el futuro lo
conocido. Cualquier creencia que mantenga la mente es el resultado de
su propio condicionamiento; cualquier fórmula o concepto
especulativo es el resultado de lo conocido; cualquier movimiento de
la mente para inquirir sobre lo desconocido, es totalmente inútil y
vano, porque la mente sólo puede pensar en términos de lo conocido.
Cuando comprende este proceso total y está por lo tanto libre de lo
conocido, la mente se vuelve muy quieta completamente silenciosa; y
sólo entonces es posible que lo desconocido sea. Por cierto, esto es
meditación; no lo es en cambio, la proyección de lo conocido hacia
el futuro, y el culto a esa proyección.
PREGUNTA: En este
mando, la bondad no es provechosa ¿Como podemos crear una sociedad
que estimule la bondad?
KRISHNAMURTI: Para los
intelectuales, ‘bondad’ es una palabra terrible, y en general
desean eludirla; pero ahora se está poniendo de moda aun entre los
intelectuales el uso de esa palabra. ¿Y hay bondad cuando existe un
motivo tras ella? Si tengo un motivo pare ser bueno, ¿traerá eso
bondad? ¿O es la bondad algo enteramente libre de este afán de ser
bueno, que se basa siempre en un motivo? ¿Es lo bueno lo opuesto e
lo malo, lo opuesto al mal? Todo opuesto contiene la simiente de su
propio opuesto, ¿verdad? Hay la codicia y hay la idea de la no
codicia. Cuando la mente persigue la no codicia, cuando trata de no
ser codiciosa, sigue siéndolo, porque quiere ser algo. La codicia
implica desear, adquirir, expandirse. Y cuando la mente ve que no es
provechoso el tener codicia, quiere no ser codiciosa, de modo que el
motivo sigue siendo el mismo, que es ser o adquirir algo. Cuando la
mente quiere no querer, sigue allí la raíz del querer, del
deseo. Así, pues, la bondad no es lo opuesto del mal; es un estado
totalmente diferente. Y ¿qué es ese estado?
Obviamente
la bondad no tiene motivo, porque todo motivo se basa en el ‘yo’,
es el movimiento egocéntrico de la mente. ¿Qué entendemos, pues,
por bondad? Ciertamente, solo hay bondad cuando hay total atención.
La atención no tiene ningún motivo. Cuando hay un motivo para la
atención, ¿existe ésta? Si pongo atención para adquirir algo, la
adquisición, llámese buena o mala, no es atención; es una
distracción, una división. Puede haber bondad únicamente cuando
existe una totalidad de atención en la que no haya esfuerzo para ser
o no ser. Probablemente no estáis habituados a todo esto.
Para
mí, el hacer esfuerzo con el fin de ser bueno es un proceso que en
sí mismo produce el mal. Un hombre que trata de ser humilde, que
practica la humildad, engendra el mal, pues desde el momento que sois
conscientes de ser humildes, ya no sois humildes, sois arrogantes.
Señores, no esquivéis esto con la risa. La humildad no se puede
practicar; y un hombre que practica la humildad está nutriendo la
arrogancia. La virtud no es una cosa que deba cultivarse; porque un
hombre que cultiva la virtud, cultiva el ego, el ‘yo’, aunque
bajo una vestidura más respetable. Así como la humildad no puede
practicarse, tampoco se puede practicar la bondad; ella surge sólo
cuando existe la completa atención que llega con la comprensión
total de vosotros mismos.
Pensad
sobre ello, y veréis que la práctica misma de la no violencia crea
violencia. Para estar libres de violencia, tenéis que comprender
todas las implicaciones de la violencia; y para eso tenéis que poner
toda vuestra atención, cosa que no podéis hacer si estáis
persiguiendo lo que se llama el ideal. Cuando la mente está en
condiciones de prestar su atención íntegra a lo que es vale decir a
la codicia, entonces veréis que la mente está totalmente libre de
codicia. No es que se vuelva no codiciosa, es que está libre de
codicia, lo cual es un estado enteramente diferente. Como veis,
utilizamos el ideal de la no codicia como medio para desembarazarnos
de la codicia; pero jamás podemos librarnos de ésta por medio de un
ideal. Hemos practicado ese ideal durante siglos, y todavía somos
codiciosos. Pero un hombre que realmente vea la necesidad de estar
libre de la codicia, no tiene ningún ideal. Sólo le interesa la
codicia, lo cual significa que le está prestando toda su atención.
Y cuando consagráis a algo toda vuestra atención, en esa atención
no hay ninguna comparación, ninguna condenación, ningún juicio.
Una mente que está comparando, condenando la codicia, es incapaz de
prestar plena atención, porque lo que le interesa es comparar y
condenar.
Así
pues, la bondad no es un opuesto, no es una virtud; es un estado de
ser sin motivo que llega a través del conocimiento propio.
PREGUNTA: ¿Aceptáis
el punto de vista de que el comunismo es la mayor amenaza para el
progreso humano? En caso contrario, ¿qué pensáis acerca de esto?
KRISHNAMURTI: Desde
luego, toda forma de tiranía es perniciosa. Cualquier forma de poder
sobre otros es pernicioso, tanto si es el pequeño poder ejercido por
un burócrata en esta población, como si es la amplia tiranía de un
grupo de personas que planifican el futuro del hombre según una
ideología, y fuerzan a todos a adaptarse a lo que llaman el
beneficio del conjunto. Semejante poder es pernicioso; pero miremos
esto muy sencillamente y veamos la dificultad implicada en esta
cuestión.
Evidentemente,
una sociedad tiene que someterse a un plan. Pero, ¿qué sucede al
planear una sociedad, y al ejecutar ese plan? Tiene que haber un
organismo administrativo dotado de autoridad para llevarlo a cabo, lo
que significa que los pocos tienen poder; y ese mismo poder se vuelve
pernicioso cuando se ejerce en nombre de Dios, en nombre de la
sociedad, o en nombre de una futura utopía. Y sin embargo
necesitamos planificar, pues de otro modo la sociedad se vuelve
caótica. Existe, pues, este problema del poder investido en los
pocos, que llegan a ser tiránicos, crueles, y dicen: ‘Conocemos el
futuro, y vosotros no. Hacemos planes para el bienestar del hombre,
de modo que debéis adaptaros, de lo contrario os liquidaremos’.
¿Podemos, pues, planear una sociedad sin tiranizar al hombre? Esa es
toda la cuestión.
El
comunismo sólo es una nueva palabra para designar un juego que ha
continuado durante siglos. La Iglesia católica romana lo ha hecho
con su inquisición, excomunión y tortura para salvar las almas; y
diversas formas de tiranía existen en la historia de toda religión.
No es nada nuevo, solo tiene un nuevo nombre, con un nuevo grupo de
personas que pretenden conocer el futuro. La tiranía, la tortura, la
destrucción organizada, fueron perpetradas en el pasado por los
sacerdotes en nombre de Dios; y ahora lo hacen los dictadores y
comisarios en nombre del Estado o del partido. Por consiguiente
nuestro problema no es la palabra ‘comunismo’, sino toda la
cuestión de si el hombre vive para la sociedad o si ésta existe
para el bienestar del hombre. ¿Existen, la religión y el gobierno,
para educar al hombre a fin de que sea libre y descubra por sí mismo
lo verdadero, a fin de ayudarle a ser bueno y tener la visión de la
grandeza? ¿O existen para tiranizar al hombre, tratarlo brutalmente
y liquidarlo porque unos pocos tienen el poder de destruir?
Es,
pues, realmente una cuestión muy compleja. Lo importante no es lo
que vosotros o yo pensemos sobre el comunismo, sino descubrir por qué
la sociedad, ya sea comunista o democrática, compele a la mente a
adaptarse, y por qué el individuo se rebaja a la conformidad. Por
cierto, sólo la mente libre puede explorar, no una mente que esté
ligada a un libro, a una religión organizada o a una ideología. Una
sociedad que condiciona la mente para rendir culto al Estado, y una
sociedad que la condiciona para adorar la idea llamada Dios, son
igualmente tiránicas.
Ahora
bien, ¿puede haber una sociedad que ayude al hombre, al individuo, a
ser bueno, a no ser codicioso, a estar libre de envidia, de ambición?
Seguramente, eso es lo que importa. El hombre puede ser bueno sólo
cuando es libre, no para hacer lo que quiera, sino libre para
comprender todo el movimiento de la vida. Eso requiere una diferente
clase de escuela, otra clase de educación; exige padres y maestros
que comprendan todas las implicaciones de la libertad. De lo
contrario tendremos más tiranía, no menos, porque el Estado reclama
eficiencia. Tenéis que ser eficientes para tener una nación
industrializada, debéis ser eficientes para luchar, para matar, para
destruir, y eso es todo lo que persiguen los gobiernos, tales como
son ahora. Y los gobiernos están separados además por lo que
llamamos religiones. Ninguna religión organizada se atreve a romper
con el gobierno y decirle: ‘Estáis equivocados’; al contrario,
ellas bendicen los cañones y los acorazados. Durante la última
guerra, un hombre que arrojó bombas que mataron a millares de
personas escribió un libro titulado ‘Dios fue mi copiloto’. Por
supuesto, aquí en Madanapalla no tenéis que ver directamente con
todo eso; pero seguramente la guerra es tan sólo una expresión
extremada de nuestra vida diaria. Estamos en constante lucha con
nosotros mismos y con nuestro prójimo; somos ambiciosos, queremos
más poder, más prestigio, la mejor posición; y esta adquisividad
se expresa a través del grupo, de la nación. Queremos ser poderosos
para defendernos, o para ser agresivos; y así continúa todo ello.
Lo
importante, pues, no es lo que vosotros o yo pensemos del comunismo,
o de la democracia, sino descubrir cómo libertar la mente, porque
sólo la mente libre es la que puede comprender lo que es la verdad,
lo que es Dios; y, sin esa comprensión, la vida tiene muy poco
sentido. Es la realización de la verdad, o de Dios la
experiencia efectiva, no la creencia en ella- lo que es de la más
alta importancia, especialmente ahora que el mundo está en semejarte
caos y miseria.
19 de febrero de 1956
XI
CREO que la mayor parte
de nosotros encontramos muy aburrida la vida. Para ganarnos el pan
tenemos que realizar cierta tarea, y ésta se vuelve muy monótona;
se pone en marcha una rutina que seguimos año tras año casi hasta
nuestra muerte. Lo mismo si somos ricos que si somos pobres, y aunque
seamos muy eruditos y tengamos una inclinación filosófica, en su
mayor parte nuestras vidas son más bien superficiales, vacías. Es
evidente que hay en nosotros una insuficiencia, y al darnos cuenta de
este vacío, tratamos de enriquecerlo por medio del conocimiento, o
por alguna clase de actividad social, o escapamos mediante distintas
formas de diversión, o nos adherimos a una creencia religiosa. Aun
si tenemos cierta capacidad y somos muy eficientes, nuestras vidas
siguen siendo bastante aburridas, y para salir de este fastidio, de
esta enfadosa monotonía de la vida, buscamos alguna forma de
enriquecimiento religioso, tratamos de capturar ese estado de ser no
mundano que no es rutina y que por el momento puede llamarse ‘lo
otro’. Al buscar eso otro encontramos que hay muchos sistemas
diferentes, diversos caminos o senderos que se supone conducen a
ello, y esperamos alcanzar ese estado disciplinándonos, practicando
un determinado sistema de meditación, celebrando algún rito o
repitiendo ciertas frases. Por ser nuestra vida diaria una serie
interminable de dolores y placeres, una variedad de experiencias sin
gran significado, o una repetición sin sentido de la misma
experiencia, para la mayoría de nosotros el vivir es una monótona
rutina; por consiguiente, el problema del enriquecimiento, de captar
aquello otro, llámese Dios, verdad, gloria o lo que queramos, se
vuelve muy urgente, ¿no es así? Podéis ser rico y estar bien
casado, podéis tener hijos, podéis ser capaces de pensar de manera
inteligente y cuerda, pero, sin ese estado de ‘lo otro’, la vida
llega a ser extraordinariamente vacía.
¿Qué
va uno, pues, a hacer? ¿Cómo va uno a captar ese estado? ¿O no es
posible siquiera alcanzarlo? Tales como ahora son, nuestras mentes
son desde luego muy pequeñas, mezquinas, limitadas, condicionadas; y
aunque una mente pequeña especule sobre aquello ‘otro’, sus
especulaciones siempre serán pequeñas. Puede formular un estado
ideal, concebir y describir aquello otro, pero su concepto seguirá
estando dentro de las limitaciones de la mente pequeña. Y creo que
ahí es donde reside la clave: en ver que la mente no puede
experimentar ese otro viviéndolo, formulándolo o haciendo
conjeturas sobre ello. Por cierto ésa es una tremenda comprobación:
el ver que, por ser la mente limitada, mezquina, estrecha,
superficial, cualquier movimiento suyo hacia aquel extraordinario
estado es un impedimento. Percibir este hecho no como especulación,
sino efectivamente, el comienzo de un diferente enfoque del problema.
Después
de todo, nuestras mentes son el resultado del tiempo, de muchos miles
de ayeres; son el resultado de la experiencia basada en lo conocido;
y una mente así es la continuidad de lo conocido. La mente de cada
uno de nosotros es el resultado de la cultura, de la educación, y
por muy extenso que sea su conocimiento o su adiestramiento técnico,
sigue siendo el producto del tiempo; por lo tanto es limitada,
condicionada. Con esa mente tratamos, de descubrir lo incognoscible;
y el comprender que una mente tal jamás puede descubrir lo que es
incognoscible, es realmente una experiencia extraordinaria. El darse
cuenta de que, por muy astuta, por muy sutil, por muy erudita que sea
nuestra mente, no tiene posibilidad de comprender aquello otro, este
darse cuenta en sí mismo trae cierta comprensión de hecho, y creo
que ella es el principio de una manera de mirar la vida que puede
abrir la puerta a ‘aquello otro’.
Para
presentar el problema de manera distinta: la mente está sin cesar
activa, parloteando, planeando, es capaz de extraordinarias sutilezas
e invenciones; y ¿cómo puede estar en calma una mente así? Puede
uno ver que toda actividad de la mente, todo movimiento en cualquier
dirección, es una reacción del pasado; y ¿cómo puede estar en
calma una mente así? Y si se la calma por medio de la disciplina,
esa quietud es un estado en que no hay inquisición, no hay búsqueda,
¿verdad? Por lo tanto, no está abierta a lo desconocido, a ese
estado que llamamos lo otro.
No
sé si habréis siquiera pensado en este problema o habéis sólo
pensado en él en términos del enfoque tradicional, que es tener un
ideal y avanzar hacia el ideal mediante una formula, mediante la
práctica de cierta disciplina. La disciplina implica invariablemente
supresión y el conflicto de la dualidad, todo lo cual está dentro
del área de la mente, y nosotros procedemos a lo largo de esta
línea, esperando captar aquello otro; pero nunca hemos inquirido
inteligente y sanamente si la mente puede jamás captarlo. Hemos
entendido que la mente debe estar en calma, pero la calma siempre se
ha cultivado por la disciplina. Es decir, tenemos el ideal de una
mente quieta, y lo perseguimos mediante el control mediante la lucha,
mediante el esfuerzo.
Pues
bien, si consideráis todo este proceso, veréis que está todo
dentro del campo de lo conocido. Dándose cuenta de la monotonía de
su existencia, percibiendo la fatiga de sus múltiples experiencias,
la mente está siempre tratando de captar aquello otro; mas cuando
uno ve que la mente es lo conocido, y que cualquier movimiento que
haga, nunca podrá captar eso otro, que es lo desconocido, entonces
nuestro problema es, no el modo de captar lo desconocido, sino si la
mente puede liberarse de lo conocido. Yo creo que este problema debe
ser considerado por cualquiera que desee descubrir si existe la
posibilidad de que surja lo otro, lo desconocido. Así pues, ¿cómo
puede la mente, que es resultado del pasado, de lo conocido,
liberarse de lo conocido? Espero estar explicándome claramente.
Como
dije, la mente actual, consciente tanto como inconsciente, es
producto del pasado, es el resultado acumulado de las influencias
raciales, climáticas, dietéticas, tradicionales y otras. La mente
está, pues, condicionada como cristiana, budista, hindú o
comunista- y es evidente que proyecta lo que considera ser lo real.
Pero tanto si su proyección es la del comunista que cree conocer el
futuro y quiere forzar a toda la humanidad a meterse en el molde de
su particular utopía, como si es la del llamado hombre religioso,
que también cree conocer el futuro y educa al niño para que piense
según su particular sendero, ninguna de ambas proyecciones es lo
real. Sin lo real, la vida se vuelve muy insípida, como lo es
actualmente para la mayoría de las personas; y siendo nuestras vidas
insípidas, nos tornamos románticos, sentimentales, acerca de
aquello otro, lo real.
Ahora
bien, viendo toda esta forma de existencia, sin entrar en demasiados
detalles, ¿es posible que la mente se libere de lo conocido, siendo
lo conocido las acumulaciones psicológicas del pasado? Hay también
lo conocido de la diaria actividad, pero de esto es claro que la
mente no puede liberarse; porque si uno olvidase el camino de su casa
o el conocimiento que le permite ganarse la vida, estarla al borde de
la locura. Pero ¿puede la mente liberarse de los factores
psicológicos de lo conocido, que dan seguridad mediante la
asociación y la identificación?
Para
inquirir en esta materia, tendremos que descubrir si hay realmente
diferencia entre el pensador y el pensamiento, entre el que observa y
la cosa observada. Actualmente hay una división entre ambos, ¿no es
así? Creemos que el ‘yo’, la entidad que experimenta, es
diferente de la experiencia, del pensamiento. Hay una brecha, una
división entre el pensador y el pensamiento, y por eso decimos:
‘Tengo que dominar el pensamiento’. Pero, ¿es el ‘yo’, el
pensador, diferente del pensamiento? El pensador está siempre
tratando de dominar el pensamiento, de moldearlo de acuerdo a lo que
considera ser un buen ejemplo. Pero, ¿hay un pensador si no hay
pensamiento? Es evidente que no. Sólo existe el pensar, que crea al
pensador. Podéis colocar al pensador a cualquier nivel, podéis
llamarlo lo Supremo, el Atman, o como os guste; pero seguirá
siendo el resultado del pensar. El pensador no ha creado el
pensamiento; es el pensamiento el que ha creado al pensador. Dándose
cuenta de su propia impermanencia, el pensamiento crea al pensador
como entidad separada a fin de darse permanencia que es
precisamente lo que todos queremos. Podéis decir que la entidad que
llamáis el Atman, el alma, el pensador, está separada del
pensamiento, de la experiencia; pero sólo os dais cuenta de una
entidad separada a través del pensamiento, y también a través de
vuestro condicionamiento como hindú, cristiano o lo que dé la
casualidad que seáis. Mientras exista esta dualidad entre el
pensador y el pensamiento, tiene que haber conflicto, esfuerzo, lo
que implica voluntad; y una mente que quiere liberarse, que dice:
‘Tengo que liberarme del pasado’, simplemente está creando otro
patrón.
Así
pues, la mente puede liberarse a sí misma y puede de ese modo,
quizá, surgir aquello ‘otro’- únicamente cuando cesa el
esfuerzo en la forma del ‘yo’ que desea lograr un resultado. Pero
como veis, toda nuestra vida se basa en el esfuerzo: el esfuerzo para
ser buenos, el esfuerzo para disciplinarnos, el esfuerzo para
alcanzar un resultado en este mundo, o en el próximo. Todo lo que
hacemos se basa en la lucha, la ambición, el éxito, el logro; y así
pensamos que la realización de Dios o de la verdad, tiene que venir
también por el esfuerzo. ¿Pero no implica, tal esfuerzo, la
egocéntrica actividad del logro? Eso no es el abandono del ‘yo’.
Ahora
bien, si os dais cuenta de todo este proceso de la mente, consciente
tanto como inconsciente, si realmente lo veis y lo comprendéis,
entonces encontraréis que la mente se torna extraordinariamente
quieta, sin ningún esfuerzo. La quietud que es producida por la
disciplina, el control, la supresión o represión, es la quietud de
la muerte, pero la quietud de que hablo viene sin esfuerzo, cuando
uno comprende todo este proceso de la mente. Sólo entonces existe
una posibilidad de que surja eso otro que puede llamarse verdad, o
Dios.
PREGUNTA: ¿No admitís
que la guía es necesaria? Si, como decís, no debe haber tradición
ni autoridad alguna, entonces cada uno tendrá que empezar a
establecer una nueva base para sí. Del mismo modo que el cuerpo
físico ha tenido un principio, ¿no hay también un comienzo para
nuestro cuerpo espiritual y mental, y no deben ellos desarrollarse
desde cada etapa a la próxima superior? Lo mismo que se aviva
nuestro pensamiento escuchándoos, ¿no necesita reavivarse entrando
en contacto con las grandes mentes del pasado?
KRISHNAMURTI: Señor,
este es un viejo problema. Creemos necesitar un gurú, un
maestro que despierte nuestras mentes, pero, ¿qué está implicado
en todo eso? Implica uno que sabe y el otro que no sabe. Procedamos
despacio, no en una forma prejuzgada. El que sabe se convierte en la
autoridad, y el que no sabe llega a ser el discípulo; y el discípulo
está perpetuamente siguiendo, esperando alcanzar al otro, ponerse al
nivel del maestro. Por favor, seguid esto. Cuando el gurú
dice que sabe, deja de ser el gurú, el hombre que dice que
sabe, no sabe. Os ruego veáis por qué. Puesto que la verdad, la
realidad, o aquello ‘otro’, no tiene punto fijo, es evidente que
a ello no podemos acercarnos por ningún sendero, sino que ha de ser
descubierto de instante en instante. Si tiene un punto fijo, entonces
ese punto está dentro de los límites de tiempo. Hacia un punto fijo
puede haber un sendero, como lo hay a vuestra casa; mas, para una
cosa que es viviente, que no tiene morada, que no tiene principio ni
fin, no puede haber ningún sendero.
Ciertamente,
un gurú que dice que os ayudará a realizar, sólo puede
ayudaros a realizar lo que ya conocéis; porque aquello que
realizáis, que experimentéis, debe ser reconocible, ¿no es así?
Si podéis reconocerlo, entonces decís: ‘he experimentado’; pero
lo que podéis reconocer no es aquello ‘otro’. Aquello otro no es
reconocible, no es conocido; no es algo que hayáis experimentado y
podáis, pues, reconocer. Aquello ‘otro’ es una cosa que ha de
ser descubierta de momento a momento; y para descubrirla, la mente ha
de estar libre. Señor, la mente debe estar libre para descubrir
cualquier cosa; y una mente que está atada por la tradición, ya sea
antigua o moderna, una mente que está cargada con creencias, con
dogmas, con ritos, evidentemente no es libre. Para mí, la idea de
que otro puede despertaros carece de validez. Esto no es una opinión,
es un hecho. Si otro os despierta, entonces estáis bajo su
influencia, dependéis de él; por lo tanto, no sois libre; y sólo
la mente libre es la que puede hallar.
El
problema es, pues, este ¿verdad?: Queremos aquello otro, y, desde
que no sabemos cómo conseguirlo, invariablemente dependemos de
alguien a quien llamamos el maestro, el gurú, o de un libro,
o de nuestra propia experiencia. Así se crea la dependencia, y donde
hay dependencia hay autoridad; por lo tanto, la mente se hace esclava
de la autoridad, de la tradición, y es evidente que una mente así
no es libre. Tan sólo la mente libre es la que puede encontrar; y
confiar en otro para el despertamiento de vuestra mente es como
confiar en una droga. Desde luego, podéis tomar una droga que os
haga ver cosas muy aguda y claramente. Hay drogas que momentáneamente
pueden hacer que la vida parezca mucho más vital, de modo que todo
resalte con brillantez; los colores que veis todos los días sin que
os llamen la atención, se vuelven extraordinariamente hermosos, etc.
Ese puede ser vuestro ‘despertamiento’ mental, pero entonces
estaréis dependiendo de la droga, como ahora dependéis de vuestro
gurú o de algún libro sagrado; y desde el momento en que la
mente esté en dependencia, se embotará. De la dependencia viene el
miedo: miedo de no conseguir, de no ganar. Cuando dependéis de otro,
ya sea el Salvador o cualquier otro, ello significa que la mente está
buscando éxito, un fin que satisfaga. Podéis llamarlo Dios, verdad
o lo que gustéis, pero sigue siendo una cosa que hay que ganar; la
mente queda, pues, aprisionada, se hace esclava, y, haga lo que
hicieres sacrificarse, disciplinarse, torturarse una
mente así nunca puede encontrar aquello otro.
Así,
el problema no es saber quién es el verdadero maestro, sino si la
mente puede mantenerse despierta; y hallaréis que sólo puede
mantenerse despierta cuando toda relación es un espejo en el que
ella se ve tal como es. Pero la mente no puede verse como es si hay
condenación o justificación de aquello que ve, o cualquier forma de
identificación. Todas estas cosas entorpecen la mente, y siendo
torpes, queremos que se nos despierte; por lo tanto buscamos alguien
que nos despierte. Más, por esta misma exigencia de ser despertada,
una mente torpe se entorpece aun más, porque no ve la causa de su
torpeza. Es sólo cuando la mente ve y comprende todo este proceso, y
no depende de la explicación de otro, que está en condiciones de
liberarse.
Pero
¡cuán fácilmente nos satisfacemos con palabras, con explicaciones!
Muy pocos de nosotros rompemos la barrera de las explicaciones, vamos
más allá de las palabras y descubrimos por nosotros mismos lo que
es verdadero. La capacidad viene con la aplicación, ¿no es así?
Pero nosotros no la aplicamos a nosotros mismos, porque nos
satisfacemos con palabras, con especulaciones, con las tradicionales
respuestas y explicaciones en que se nos ha educado.
PREGUNTA: En todas las
religiones se propugna la oración como cosa necesaria. ¿Qué decís
sobre la oración?
KRISHNAMURTI: No se trata
de lo que yo diga sobre la oración, porque entonces eso se convierte
meramente en una opinión frente a otra, y la opinión no tiene
validez; pero lo que podemos hacer es descubrir cuáles son los
hechos.
¿Qué
entendemos por oración? Una parte de la oración es súplica,
petición, demanda. Estando en un aprieto, en sufrimiento, y
queriendo que se os consuele, oráis. Estáis confusos, y queréis
claridad. Los libros no os satisfacen, el gurú no os da lo
que queréis, de modo que oráis; es decir, suplicáis en silencio, o
bien repetís verbalmente ciertas frases.
Ahora
bien, si persistís en la repetición de ciertas palabras o frases,
hallaréis que la mente se aquieta mucho. Es un evidente hecho
psicológico que la quietud de la mente superficial es inducida por
la repetición. ¿Y qué ocurre entonces? El subconsciente puede
tener una respuesta para el problema que agita la mente superficial.
Cuando ésta se aquieta, el inconsciente puede insinuar su solución
v entonces decimos: ‘Dios me ha respondido’. Es realmente
fantástico, cuando llegáis a pensar en ello, el que la
insignificante y pequeña mente, presa en el dolor que ella misma se
ha acarreado, espere una respuesta de ‘aquello otro’, lo
inmensurable, lo desconocido. Pero nuestra petición es respondida,
hemos encontrado una solución y quedamos satisfechos. Esa es una de
las formas de orar, ¿no es así?
Pero,
¿oráis jamas cuando sois felices? Cuando percibió las sonrisas y
las lágrimas de los que os rodean; cuando veis la belleza de los
cielos, las montañas, los ricos campos y el veloz movimiento de las
aves; cuando hay gozo y deleite en vuestro corazón, ¿os entregáis
a lo que llamáis oración. Es claro que no. Y sin embargo, ver la
belleza de la tierra, notar el hambre y la miseria, darse cuenta de
todo lo que oculte en torno nuestro, es también por cierto una forma
de oración. Tal vez tenga esto mucho más importancia, mucho más
valor, porque puede barrer las telarañas de la memoria, de la
venganza, todas las acumuladas estupideces del ‘yo’. Más una
mente preocupada de sí misma y sus designios, presa de sus
creencias, sus dogmas, temores y celos, su ambición, codicia,
envidia, una mente semejante no es posible que se dé cuenta de esta
cosa extraordinaria llamada vida. Está atada por su propia actividad
egocéntrica; y cuando una mente así ora, tanto si es para tener una
refrigeradora como si es para que se resuelvan sus problemas, sigue
siendo pobre aun cuando pueda recibir una respuesta.
Todo
esto trae la cuestión de qué es la meditación, ¿no es así? Es
evidente que tiene que haber meditación. La meditación es una cosa
extraordinaria, pero la mayoría de nosotros no sabe lo que significa
meditar; sólo nos interesa cómo meditar, practicar un método
o un sistema mediante el cual esperamos conseguir algo, realizar lo
que llamamos paz, o Dios. Nunca nos preocupamos de descubrir qué es
la meditación, y quién es el que medita; mas si empezamos a
inquirir sobre lo que es la meditación, entonces quizá descubramos
cómo meditar. Investigar la meditación, es meditación. Pero para
investigar la meditación, no podéis estar ligado a ningún sistema,
porque entonces vuestra indagación estará condicionada por el
sistema. Para explorar realmente todo este problema de qué es la
meditación. tienen que ser abandonados todos los sistemas.
Únicamente una mente libre puede explorar; y el proceso mismo de
liberar la mente para explorar, es meditación.
PREGUNTA: El
pensamiento de la muerte sólo es soportable para mí si puedo creer
en una vida futura; pero vos decís que la creencia es un obstáculo
para la comprensión. Os ruego me ayudéis a ver la verdad de esto.
KRISHNAMURTI: La creencia
en una vida futura es el resultado del propio deseo de consuelo. Si
hay o no una vida futura, en realidad sólo puede descubrirse cuando
la mente no está deseosa de ser confortada por una creencia. Si
estoy apenado porque ha muerto mi hijo, y para sobreponerme a esa
pena creo en la reencarnación, en la vida eterna o en lo que
queréis, entonces la creencia llega a ser para mí una necesidad; y
es evidente que una mente así jamás podrá descubrir lo que es la
muerte, porque lo único que le interesa es tener una esperanza, un
consuelo, reanimarse.
Ahora
bien, si hay o no continuidad después de la muerte, es un problema
muy distinto. Vemos que el cuerpo termina; por el constante uso, el
organismo físico se gasta. Entonces, ¿qué es lo que continúa? Es
la experiencia acumulada, el conocimiento, el nombre, los recuerdos,
la identificación del pensamiento en forma de ‘yo’. Pero eso no
os satisface; decís que tiene que haber otra forma de continuación,
como el alma permanente, el Atman. Si existe este Atman
que continúa, será la creación del pensamiento, y el pensamiento
que ha creado el Atman sigue formando parte del tiempo; no es,
pues, espiritual. Si realmente penetráis en este asunto, veréis que
sólo hay el pensamiento identificado en forma de ‘yo’ mi
casa, mi esposa, mi familia, mi virtud, mi fracaso, mi éxito y así
sucesivamente- y queréis que esto continúe. Decís: ‘Quiere
terminar mi libro antes de morir’, o bien, ‘Deseo perfeccionar
las cualidades que he estado tratando de desarrollar, y ¿de qué me
sirve el haber luchado todos estos años para logras algo, si al fin
hay aniquilación?’ Así la mente, que es el producto de lo
conocido, quiere continuar en el futuro; y como existe la
incertidumbre que llamamos muerte, estamos asustados y queremos
reanimarnos.
Mas
yo creo que el problema debe enfocarse de manera diferente, esto es,
descubrir por sí mismo si es posible experimentar, mientras vive
uno, ese estado de terminación que llamamos muerte. Esto no
significa suicidarse, sino que es experimentar efectivamente ese
estado asombroso, ese sagrado momento de morir para todo lo de ayer.
Al fin y al cabo, la muerte es lo desconocido, y ninguna suma de
racionalización, ninguna creencia o incredulidad, traerán jamás
esa extraordinaria experiencia. Para tener esa interna plenitud de
vida, que incluye la muerte, la mente debe liberarse de lo conocido.
Lo conocido tiene que cesar para que lo desconocido sea.
26 de febrero de 1956
XII
CREO que es importante
comprender que la libertad está al principio y no al fin. Creemos
que la libertad es algo que se logra, que la liberación es un estado
ideal de la mente que se alcanza gradualmente, con el tiempo,
mediante diversas prácticas; mas, para mí, éste es un enfoque
totalmente erróneo. La libertad no es cosa que haya de ser
conseguida; la liberación no es cosa que haya de ganarse. La
libertad o liberación, es aquel estado de la mente que es esencial
para el descubrimiento de cualquier verdad, cualquier realidad, y por
lo tanto no puede ser un ideal; tiene que existir desde el principio
mismo. Sin libertad al principio, no puede haber ningún momento de
comprensión directa, porque todo pensar es entonces limitado,
condicionado. Si vuestra mente está atada a cualquier conclusión, a
cualquier experiencia, a cualquier forma de conocimiento o creencia,
no está libre; y a una mente así le es imposible percibir lo que es
verdad.
Esto
es algo que ha de ser sentido y comprendido inmediatamente, no
discutido interminablemente, porque es un hecho. ¿Cómo podrá tener
la capacidad para explorar y descubrir, una mente que esté
paralizada, vegeta por una creencia, por un dogma, o por sus propios
conocimientos y experiencias? Así pues, la libertad es esencial para
descubrir lo que es la verdad, y sólo el individuo que no sea
meramente resultado de lo colectivo, es el que puede ser libre. Para
que la mente sea capaz de libertad, es obvio que debe haber
aplicación: la aplicación que viene por la atención; y esto es lo
que quisiera discutir esta noche. Es esencial, creo, descubrir el
modo de escuchar, porque en el acto mismo de escuchar hay aclaración.
Hay esclarecimiento inmediato, no por la argumentación o el
conocimiento comparativo, sino cuando se escucha por completo. Es muy
difícil escuchar completamente, porque nuestra plena atención no
existe; pero es sólo cuando escuchamos algo por completo que hay
comprensión inmediata.
Pues
bien, si observáis vuestra propia mente mientras estáis sentados
aquí, notaréis que estáis escuchando a través de diversas
pantallas la pantalla de lo que conocéis, o de lo que habéis
oído o leído, la pantalla de vuestras propias experiencias- y estas
pantallas de hecho impiden escuchar. Realmente nunca escucháis,
siempre estáis interpretando lo que oís, según vuestro trasfondo,
vuestros prejuicios, según las conclusiones a que habéis llegado;
por lo tanto no escucháis. Y solamente hay transformación inmediata
cuando uno escucha plenamente, esto es, no permite que se interpongan
las cosas que uno ha aprendido. Escuchar completamente es no juzgar,
no evaluar, de modo que todo vuestro ser está atento; y cuando
estáis escuchando de esa manera, hallaréis que hay esclarecimiento
inmediato. Ese esclarecimiento es libertad atemporal, liberación.
Me
parece que tenemos que diferenciar entre aprender y ser enseñados.
Estoy seguro de que la mayoría de vosotros estáis aquí para
escuchar a alguien que creéis os enseñará algo; de modo que
vuestra actitud ante el que habla es la de un individuo que espera
ser enseñado por un maestro. Mas no creo que haya ninguna enseñanza;
sólo hay el aprender, y es muy importante comprender esto. Cuando el
individuo que escucha considera que quien habla le está enseñando
algo, semejante actitud crea y mantiene la división de discípulo y
maestro, del que sabe y el que no sabe. Pero sólo existe el
aprender; y pienso que es muy importante comprender esto desde el
principio mismo, y establecer entre nosotros la justa relación. El
hombre que dice que sabe, no sabe; el hombre Que dice haber alcanzado
la liberación, no ha comprendido. Si creéis que vais a aprender
algo de mí, que yo sé y que vosotros no sabéis, entonces os
convertís en seguidores; y el que sigue jamás descubrirá lo que es
la verdad. Por eso es muy importante que comprendáis esto.
Un
hombre puede tener conocimiento sólo sobre cosas conocidas; no puede
tener conocimiento sobre lo desconocido. Lo desconocido surge de
instante en instante, no se lo puede juntar, acumular. Siendo
atemporal, no puede ser acumulado y usado. El gurú, el
llamado maestro, que afirma que sabe, no puede conocer más que las
cosas que ha experimentado; y lo que ha experimentada está
condicionado, es del tiempo, y, por consiguiente, no es verdadero. Es
pues esencial, si vosotros y yo queremos comprendernos unos a los
otros, establecer la justa relación entre nosotros desde el
principio mismo. No estáis escuchando para que yo os enseñe; estáis
escuchando para aprender. La vida es un proceso de aprender; pero no
se puede aprender mientras la mente está acumulando. ¿Cómo podéis
aprender si la mente se interesa en acumular, y en utilizar lo recién
adquirido para aumentar su acumulación?
Os
ruego sigáis esto, señores. Cuando decimos: ‘Tengo que aprender’,
entendemos que, en el proceso dé aprender, vamos a acumular lo
aprendido para conocer mas, ¿no es así? Semejante aprendizaje es
esencial en la adquisición del conocimiento técnico. Si queréis
construir un puente, tenéis que acumular el conocimiento requerido;
si sois hombre de ciencia, tenéis que conocer los experimentos
anteriores y los descubrimientos de otros científicos. Esa clase de
conocimiento es indispensable para el bienestar material del hombre.
Más yo no estoy hablando del conocimiento en ese sentido. Aun en la
ciencia, no adoráis ni seguís a nadie; seguís los hechos, no los
individuos. En la ciencia, el proceso mismo de experimentación trae
sus propios descubrimientos. Si sois un gran hombre de ciencia, no
tenéis a nadie que os lleve al descubrimiento en la experimentación;
estaréis constantemente investigando, desechando, explorando,
inquiriendo para descubrir. Pero nunca hacemos eso con respecto a la
vida interior, religiosa, que es mucho más importante que el mero
descubrimiento de hechos científicos; porque los hechos científicos
pueden ser desviados y utilizados por una mente egocéntrica,
interesada en sí misma y en su propio progreso.
Lo
que nos concierne aquí es la comprensión de lo que es la verdad,
qué es la vida religiosa, la vida buena. Si simple mente os está
enseñando una persona que afirma saber, o que vosotros consideráis
que ha alcanzado algo, estaréis creando una división entre vosotros
y esa persona; estará el maestro y el discípulo, progresando el
maestro adelante y siguiéndole el discípulo; existe un estado de
desigualdad, y en materia espiritual tal desigualdad es
antiespiritual, inmoral, porque cuando os convertís en seguidor, os
destruís.
Os
ruego comprendáis esta muy sencilla verdad: mientras sigáis a otro,
no importa quien sea, jamás encontraréis lo eterno, aquello ‘otro’
que está más allá de la mente. Tiene, pues, que haber libertad
desde el principio mismo; libertad, no para escoger vuestros
diversos, gurús, cosa que no es libertad, sino libertad para
investigar, lo cual significa que no puede haber seguimiento. Por
consiguiente no hay gurú, no hay maestro, no hay libro
sagrado. Para ser capaz de descubrir lo que es verdadero, la mente
debe estar libre; y la mente no es libre cuando se encuentra cargada
de conocimientos acumulados, de sus propias experiencias. Aprender es
un proceso de constante descarte de aquello que se está acumulando,
de descartar a fin de descubrir.
Una
mente que se ha consagrado al Gita, al Corán, a la
Biblia, o a alguna creencia, nunca puede aprender, sólo puede
seguir; y sigue porque quiere seguridad. Mientras la mente desee
estar segura, sin perturbación, de manera permanente, mientras
busque su propia perpetuación mediante una creencia, será
evidentemente incapaz de descubrirlo que es Dios, lo que es la
verdad.
La
mente sólo puede aprender cuando renuncia, es decir, cuando se
despoja constantemente de lo que está aprendiendo. Si el aprender es
meramente acumulativo, entonces no existe el aprender. Os ruego veáis
este hecho. Mientras la mente este acumulando, acopiando, ¿cómo
podrá aprender, si lo que aprende siempre será interpretado de
acuerdo con lo que ya ha acumulado? Donde hay acumulación, nunca
puede haber el movimiento del aprender; porque es únicamente cuando
la mente está libre para explorar, que puede aprender. Si la mente
ve en realidad este hecho, no por la argumentación, verbal o
intelectualmente, como se dice, sino honda y verdaderamente, entonces
una mente así es capaz de encontrar aquello que puede llamarse
bienaventuranza, verdad, Dios o como queráis.
Me
parece, pues, muy importante que comprendáis desde el principio
mismo de estas pláticas que no os estoy enseñando nada, pues de lo
contrario estaremos moviéndonos en opuestas direcciones. No sé
literalmente nada, excepto cosas tales como conducir un coche,
escribir cartas, etc. Hallándose, pues, en un estado de no saber, la
mente es capaz de investigación completa. Una mente que sabe, no
puede investigar; y sólo una mente que está libre de lo conocido
puede hallar lo desconocido.
Estas
pláticas no están destinadas a guiaros, a deciros lo que tenéis
que hacer, sino más bien a liberar la mente para que descubra por sí
misma lo que hay que hacer, y no siga a nadie. Esto significa romper
con la tradición. descartar toda idea de adorar a alguien para
encontrar a Dios. Nos hemos criado en la noción de que el gurú
es necesario porque él sabe y nos dirá lo que tenemos que hacer;
estamos impregnados de esa tradición, y ha de ser descartada
inmediatamente si hemos de comprender todo eso. Como veis, nos asusta
el no tener líderes, porque estamos tan confusos; y cuando actuamos
partiendo de nuestra confusión, ésta aumenta. Pero esta confusión
sólo puede ser disipada por cada uno de nosotros, y por eso es tan
importante que el individuo se comprenda a sí mismo. Con la
comprensión de uno mismo viene una acción que no es confusa ni
produce confusión. Así, el conocimiento propio es indispensable
pero no el que se enseña en los libros, pues eso no es en modo
alguno conocimiento propio; no es más que vana repetición. Lo que
tiene valor es no suponer nada de antemano: que sois el Atman, el
Paramatman, etc., sino descubrir en vuestras relaciones
diarias lo que efectivamente sois, lo cual es aprender sobre vosotros
mismos. Pero no podéis aprender sobre vosotros mismos si habéis
acumulado lo que aprendisteis ayer, porque entonces comparáis el
ayer con el hoy, y esta comparación destruye el ulterior
descubrimiento. El conocimiento propio es una cosa viviente, no los
despojos acumulados del acopio de ayer.
Si
uno ve realmente esta cosa, ¡cuán extraordinariamente sencilla es!
Y la mente tiene que ser sencilla, inocente, en el sentido de no
tener ninguna acumulación del ayer. Sólo una mente así es la que
puede descubrir el significado de todo este proceso del vivir, que es
ahora tan caótico, desdichado, violento. Por eso es esencial
comprender, desde el principio mismo, que la vida no es una escuela
en la cual estén un maestro y los discípulos. El significado de la
vida hay que encontrarlo en el vivir: pero desde el momento en que
acumuléis, estaréis muertos, como un charco de agua estancada. Es
pues esencial que la mente sea como las aguas vivas del río, siempre
avanzando, lo que significa que tiene que haber libertad al principio
mismo.
Antes
de que consideremos juntos algunas de estas preguntas, comprendamos
de nuevo nuestro intento. No es que yo esté contestando a tales
preguntas, pues no hay contestación. Os ruego comprendáis esto, de
lo contrario estaréis desperdiciando vuestro tiempo al escuchar lo
que digo. No hay respuesta, sólo hay el desarrollo del problema, y
por tanto la belleza del descubrimiento de la verdad en el problema.
Una mente que esté buscando respuesta nunca investigará el
problema, porque está ocupada con la respuesta; y es muy difícil
que la mente no esté ocupada con la respuesta, porque anhela ser
satisfecha. La mayoría de nosotros queremos una respuesta agradable
y fácil para nuestros problemas. Pero aquí no estamos respondiendo,
estamos desplegando el problema, descubriendo todas sus facetas, sus
sutilezas, discerniendo aquella cosa extraordinaria que está tras
del problema. Después dé todo, la mente es nuestro único
instrumento de percepción, y cuando está ocupada con una respuesta,
se ha bloqueado ella misma. La mente que busca un resultado, una
conclusión, estorba su propia acción, su propio vivir; está
encerrada por los muros de sus propios argumentos, de sus
autodecididos esfuerzos. Haced, pues, el favor de tener presente que
no estoy contestando a estas preguntas; estamos tratando juntos de
descubrir la verdad del problema, no la respuesta; porque la mente
quiere ser satisfecha, desea una respuesta cómoda y agradable, y tal
respuesta no es la verdad.
PREGUNTA: Después de
haberos escuchado ávidamente durante tantos años, nos encontramos
exactamente donde estábamos. ¿Es esto todo lo que podemos esperar?
KRISHNAMURTI: La
dificultad en este problema está en que queremos un resultado que
nos convenza de que hemos progresado, que nos hemos transformados.
Queremos saber que hemos llegado; y un hombre que ha llegado, un
hombre que ha escuchado y obtenido un resultado, es evidente que no
ha escuchado en absoluto (risas). Señores ésta no es una
respuesta ingeniosa. El que pregunta dice que ha escuchado durante
muchos años. Pero ¿ha escuchado con completa atención, o ha
escuchado para llegar a alguna parte y ser consciente de haber
arribado? Es como el hombre que practica la humildad. ¿Puede
practicarse la humildad? Ciertamente que el ser consciente de que
sois humilde, es no ser humilde. Queréis saber que habéis llegado.
Eso indica, ¿no es así?, que estáis escuchando para alcanzar un
estado determinado, un lugar donde nunca se os molestará, donde
encontraréis perpetua felicidad permanente ventura. Más, como dije
antes, no hay llegada, solo hay el movimiento de aprender, y esa es
la belleza de la vida. Si habéis llegado, no hay nada más. Y todos
vosotros habéis llegado, o queréis llegar, no solo en vuestros
negocios, sino en todo lo que hacéis; estáis, pues, insatisfechos,
frustrados, desdichados. Señores, no hay ningún lugar al cual haya
que llegar; hay simplemente este movimiento del aprender, que sólo
se vuelve doloroso cuando hay acumulación. Una mente que escuche con
completa atención nunca buscará un resultado, porque está
constantemente abriéndose; como un río, siempre está en
movimiento. Una mente así es enteramente inconsciente de su propia
actividad, en el sentido de que no hay perpetuación de un ego, de un
‘yo’ que esté tratando de lograr un fin.
PREGUNTA: En todas
direcciones, Tanto interior como exteriormente, vemos incitación a
la violencia. Se han desenfrenado el odio, la mala voluntad, la
bajeza y la agresión, no sólo en la India, sino en todos los
rincones del mundo, y en la psiquis misma del hombre. ¿Cuál es
vuestra respuesta a esta crisis?
KRISHNAMURTI: Este
problema, como todos los demás problemas humanos, es muy complejo.
No hay respuesta afirmativa o negativa. ¿Por qué somos violentos
como individuos, y, por lo tanto, como grupo, como nación? Mirad lo
que ha sucedido recientemente en esta población. ¿Por qué somos
violentos, y sobre qué? ¿Quién se preocupa de que os llaméis
Gujarathi o Maharashtrian?12
¿Qué es lo que hay en un nombre? Pero tras del nombre están todos
los prejuicios encerrados, el provincialismo estrecho, estúpido y
aislador; y de la noche a la mañana odiáis, acuchilláis a vuestro
prójimo con palabras y de hecho. ¿Por qué hacemos esto? ¿Por qué
estamos, como grupo de hindúes, opuestos a los cristianos? ¿Y por
qué están los alemanes o los americanos, como grupos, opuestos a
algún otro grupo? ¿Por qué somos así? Vosotros y yo podemos
inventar excusas y explicaciones en gran número, y cuanto más
ingeniosos seamos, tanto más razonadas serán nuestras
explicaciones. Pero prescindiendo de las explicaciones, ¿sabéis que
sois así? ¿Os dais cuenta de que de repente os volveréis contra
vuestro vecino por causa de una división territorial en el mapa,
porque ciertos políticos anhelan lograr más poder, y vosotros
deseéis apoyarlos porque también estáis buscando poder? ¿Por qué
sois así? Los musulmanes y los hindúes se oponen mutuamente. ¿Por
qué? Y ¿os dais cuenta de esto en vosotros mismos? ¿No es
importante saber que sois así, y no pretender idealmente ser no
violento, y otras tonterías? El hecho real es que sois violentos; y
creo que el problema está en que no os dais cuenta de que lo sois,
porque siempre estáis pretendiendo ser no violentos. Se os ha
educado, criado, enseñado en el ideal de la no violencia; pero el
ideal es cosa falsa, no existe en absoluto. Lo que existe es lo que
sois, que es el ser violentos, y la brecha entre el ideal y el hecho
crea esta hipócrita existencia dual que es una de nuestras
desgracias en este país. Todos vosotros sois personas así
idealistas, siempre estáis hablando sobre la no violencia y
masacrando a vuestros vecinos (risas). Señores, no riáis, no
es cosa divertida. Son hechos. ¿Queréis decir que toleraríais la
pobreza, la degradación, los horrores que existen en cada ciudad y
aldea de la India, si fuerais realmente misericordiosos? No sois
misericordiosos y compasivos de hecho sólo lo sois en teoría, y es
por eso que vivís vidas duales.
El
hecho es mucho más importante que lo que debería ser. El hecho es
que sois violentos, y rehusáis enfrentar ese hecho porque decís que
no debéis ser así; vituperáis la violencia, la repudiáis, pero
sigue ahí. Cuando en vez de perseguir el ideal de la no violencia,
que no existe, reconocéis el hecho de que sois violentos, tan sólo
entonces podéis acabar con la violencia; entonces vuestra atención
no está desviada, se entrega plenamente a la comprensión de la
violencia, y por consiguiente podéis hacer algo con respecto a ella;
podéis ocuparos atenta, diligentemente con el hecho de la violencia,
la mala voluntad, la mezquindad, la crueldad. Por eso es muy
importante que el ideal sea abandonado, abolido por completo.
Todos
sabéis que la crueldad prosigue en todas partes en este país;
crueldad no sólo para el prójimo, para el aldeano, sino también
para con los animales. Si comprendierais la falsedad del ideal,
¿queréis decir que no podríais encarar este hecho y ponerle fin?
Entonces seríais un pueblo por completo diferente, haríais surgir
una cultura diferente, una distinta sociedad, no seríais imitadores
del Occidente; seríais algo real, y la realidad es original, no es
imitativa. Pero no podréis ver lo original, lo real, mientras
vuestra atención esté distraída por lo ideal.
Lo
ideal no tiene importancia; lo que tiene importancia es el hecho. A
través del ideal esperáis desembarazaros del hecho, mas esto no
puede hacerse, y creo que esto también es muy importante
comprenderlo. La mente que va en pos de un ideal es una mente irreal,
una mente que escapa, que elude los hechos. Pero enfrentar el hecho
es muy difícil para una mente que ha sido enseñada durante siglos
para aceptar el ideal como algo que vale la pena. Practicáis la no
violencia, Ahimsa, y todo lo demás, lo cual es para mí un
completo disparate, porque no es un hecho. El hecho es que sois
violentos, como se comprueba una y otra vez, lo que significa que no
tenéis compasión; y no podéis tener compasión como un ideal. O
sois compasivos, o no lo sois. La violencia existe en el mundo porque
existe en vuestro corazón, y el rechazar la violencia debería ser
vuestra única preocupación, no el perseguir el ideal de la no
violencia. Para desprenderos de la violencia, tenéis que aplicarle
vuestra atención en la vida cotidiana, tenéis que daros cuenta de
ella en vuestras palabras, en vuestros gestos, en el modo en que
habláis a vuestros sirvientes, a vuestros vecinos, a la esposa y los
hijos. Vuestra violencia indica que no tenéis amor, y eso es un
hecho. Si podéis mirar al hecho, entonces ese mismo mirar
transformará, hará algo respecto del hecho.
PREGUNTA: Admitiendo
que la religión es de la más alta importancia en la vida, ¿no
deberá interesarse la persona verdaderamente religiosa en las
dificultades de su prójimo?
KRISHNAMURTI: Todo
depende de a quién llamáis persona religiosa, y lo que entendéis
por interesarse. Os ruego que sigáis, esto, señores. ¿Debe
ocuparse el hombre religioso en la reforma social? ¿Qué está
pasando actualmente en el mundo? La llamada persona religiosa se
ocupa de la desgracia, los trastornos, la pobreza de su prójimo,
cosa que se llama reforma social. Esto ocurre aquí en la India y en
otras partes.
Ahora,
como sabemos, está aumentando la producción, y es bastante seguro
que dentro de 50 ó 100 años vamos a tener suficiente alimento,
ropas y viviendas; porque, a su modo brutal y tiránico, los
comunistas aspiran a eso, y los capitalistas también, para sus
propios fines. Todos estamos trabajando para aminorar la pobreza y
aumentar la producción mediante una mayor eficiencia, invenciones
mecánicas, etc. Todo esto está ocurriendo, y ocurrirá más
ampliamente, como debe ser. Pero lo que es de la mayor importancia,
por cierto, es ver la pobreza, ver la degradación, ver cómo el
hombre trata al hombre, que es algo espantoso, y sentirlo, no
preguntar qué hay que hacer sobre ello. Lo que hay que hacer al
respecto vendrá después. Pero la mayoría de nosotros pierde el
amor por el hombre en la acción de emprender algo para reformarlo.
Esta reforma va a realizarse a través del comunismo, con sus
elementos destructores, a través del socialismo, a través del
capitalismo, y por la constante presión de los países agobiados por
la pobreza sobre los países que son ricos. Esa presión misma va a
producir cambio, revolución.
Así
pues, el problema consiste en saber quién es un hombre religioso. Y
¿debe interesarse un hombre religioso en esta reforma social, que es
cuestión de eliminar la pobreza y producir una equitativa
distribución de los bienes mundanos? Es evidentemente indispensable
eliminar la pobreza, tener buena salud, suficiente alimento, casas
adecuadas para vivir, y todo lo demás; y esto ha de realizarse
mediante la legislación, por la presión, la producción en masa,
etc.
¿Pero
qué es lo que entendemos por ‘hombre religioso’? Por cierto,
hombre religioso es el que ayuda a liberar al individuo, y a sí
mismo, de toda la crueldad y el sufrimiento en la vida, lo que
significa que él está libre de toda creencia. No tiene autoridad,
no sigue a nadie, porque es su propia luz y esa luz viene del
conocimiento propio, es la liberación que surge cuando el individuo
se comprende por completo a si mismo. El hombre religioso es un
hombre que es creador, no en el sentido de pintar cuadros o escribir
poesías, sino que hay en él una creatividad que es perpetua,
atemporal.
Y
¿se ocupará de la reforma social ese hombre religioso, que está
descubriendo a cada momento? ¿O permanecerá fuera de la sociedad y
ayudará al individuo que está aprisionado en su lucha incesante?
Seguramente, el hombre verdaderamente religioso está fuera de la
sociedad, porque para él no hay autoridad. No está buscando un
resultado; por consiguiente los resultados llegan a pesar de él; y
un hombre así no se interesa en la reforma social.
Fijaos,
la reforma social es indispensable. Pero hay muchas personas que
actúan en la reforma social; y ¿por qué lo hacen? ¿Es por amor?
¿O es, esa particular actividad que se llama reforma social, un
medio para su propia autorrealización? Darse cuenta del mendigo en
la calle, ver la espantosa pobreza y degradación en los pueblos y
sentirla, tener amor, compasión por el mendigo, por el aldeano, no
es buscar la propia realización en la actividad de la reforma
social, aunque podáis ser activo socialmente. Más cuando llegáis a
ser importante en la obra social, ¿no es porque estáis dando
plenitud a vuestra persona mediante esa acción? Cuando hacéis eso,
dejáis de amar; y amar, tener compasión, ser sensible a la belleza
y a la fealdad, es mucho más importante que realizaros en alguna
presuntuosa obra a la cual llamáis reforma social.
Es
pues el hombre religioso el verdaderamente revolucionario, no el que
trata de producir una revolución en el sentido económico. El hombre
religioso carece de autoridad, no es codicioso, ambicioso, no está
buscando un resultado, no es político; por consiguiente sólo el
hombre religioso es quien puede producir la verdadera clase de
reforma. Por eso es importante que todos nosotros, no como grupos,
sino como individuos, nos liberemos inmediatamente de las creencias y
los dogmas, la codicia y la ambición. Entonces hallaréis que la
mente se vuelve asombrosamente sensible; y un hombre así es un
reformador en un sentido enteramente diferente, su acción tiene un
significado totalmente distinto, porque él ayuda a liberar la mente
para descubrir, para ser creativa. La mente que está ocupada nunca
puede ser creadora; la mente interesada en su propia realización
jamás podrá hallar lo desconocido. Tan sólo la mente que está
completamente desocupada puede descubrir y comprender lo eterno, y
una mente semejante producirá su propia acción sobre la sociedad.
4 de marzo de 1956
XIII
EL domingo pasado
estuvimos discutiendo la cuestión de librarse el individuo de todas
las limitaciones impuestas sobre él por la sociedad, y del
condicionamiento de la religión; porque, es únicamente cuando el
individuo está libre de su condicionamiento, que puede ser creativo.
Entiendo por creatividad el instante en que se está libre del
tiempo, que es el único estado que puede traer la justa clase de
transformación social y el total bienestar del hombre.
No
creo que nos demos cuenta del pleno significado de la libertad
individual con respecto a lo colectivo, ni que veamos su importancia.
Y ¿es posible que el individuo emerja de lo colectivo? Después de
todo, aunque tenemos diferentes nombres, cuentas bancarias
particulares, casas separadas, distintivas cualidades personales,
etc., no somos realmente individuos, somos meramente el resultado de
lo colectivo. Siglo tras siglo de valores tradicionales, de creencias
y dogmas, ya sea conscientes o almacenados en lo subconsciente,
trazan nuestra senda y compelen a la mente, que creemos es un
individuo. Pero la mente es un resultado de la totalidad de estas
compulsiones, de estas incitaciones y deseos, y aunque se le da un
nombre separado, en forma de Señor X, no tiene verdadera
individualidad; y no creo que percibamos cuán esencial es que el
individuo salga de este total condicionamiento humano. Es en el
instante de liberarse de lo colectivo que existe el individuo
creador, y la iniciación de esta creatividad es la cuestión
fundamental, porque solamente entonces puede uno descubrir si existe
una realidad atemporal, un estado que puede ser llamado Dios. La mera
afirmación de que existe o no existe semejante estado, carece de
todo valor; lo que tiene valor es la experiencia directa, no
contaminada por el pasado.
Como
explicaba la ultima ver que nos reunimos, la liberación tiene que
estar al principio, no al fin. La libertad delate venir lo primero,
no lo último, y sólo puede hallar libertad cuando desde el
principio mismo la mente empieza a liberarse de su propio
condicionamiento. Por esto es importante para cada uno de nosotros
hacer efectiva esa libertad, y exigirla para nuestros hijos por medio
de la correcta educación, etc., que es lo que quisiera yo discutir
esta tarde.
Pues
bien, es evidente que no somos libres mientras estemos siguiendo a
otro. Tiene que haber libertad del maestro, del gurú, lo que
implica, ¿no es así?, que uno debe convertirse en su propia luz, y
no depender de ningún otro para esa luz. Y ¿podemos realmente
ensayar la descarga de la mente su liberación del líder, del
instructor, del gurú? ¿Podemos experimentar en realidad ese
estado ahora, mientras estamos discutiéndolo, de modo que la mente
no dependa de otro para su orientación?
Todas
vuestras llamadas enseñanzas religiosas crean un ideal que seguís,
y que también es otra forma de maestro. Y ciertamente, esta libertad
total del concepto de un líder de un maestro, del seguimiento en
cualquier forma, es indispensable; porque, seguir a un maestro
implica la acumulación de conocimiento, y únicamente puede haber
liberación cuando se renuncia totalmente al conocimiento. Al fin y
al cabo, es el conocimiento lo que realmente estamos buscando en la
vida cotidiana, ¿no es así? Queremos conocimiento para hacer cosas,
conocimiento para actuar, conocimiento que nos guíe hacia la meta,
hacia el éxito, hacia la realización; y precisamente ese
conocimiento se convierte en el factor que ata. Así pues, ¿puede la
mente liberarse del conocimiento? Creo que ésta es una cuestión
importante que considerar; investiguemos pues y no la desechemos,
como imposible, no afirmemos meramente que puede hacerse.
Todo
seguimiento implica acumulación de conocimiento, ¿no es verdad?
donde haya acumulación de conocimiento, tiene que haber imitación.
Después de todo, cuando se os hace una pregunta familiar, vuestra
respuesta es inmediata. Cuando se os pregunta dónde vivís, cuál es
vuestra tarea, vuestro nombre, etc., la memoria responde
instantáneamente porque estáis familiarizados con todo eso. Pero si
se hace una pregunta más compleja, hay hesitación, lo que implica
que la mente está buscando en el depósito de la memoria la acertada
respuesta. Y si se os pregunta una cosa de la cual prácticamente no
sabéis nada, acudís a un libro, o buscáis más profundamente en
esa parte de la conciencia que es la memoria. Siempre os está, pues,
guiando la memoria. La memoria tiene que existir, pues de lo
contrario no sabríais cómo volver a vuestra casa, cómo hacer
vuestra tarea, construir un puente, etc. Aprendemos una multitud de
cosas necesarias, y es evidente que tal conocimiento no debe
olvidarse. Mas yo estoy hablando de una clase de conocimiento
totalmente distinto: el conocimiento que acumula la psiquis para
protegerse en el futuro y lograr cualquier cosa que desee realizar
psicológicamente, espiritualmente. Es este conocimiento el que nos
vuelve egocéntricos, porque la mente lo utiliza como medio para su
propia continuidad, que es la expansión del ‘yo’; y es a este
conocimiento al que hay que renunciar totalmente. Ésta es la única
renunciación real, y no el abandonar una pequeña propiedad, una
casa, o un trozo de tierra, y ponerse un taparrabo.
Existe,
pues, este conocimiento acumulado sobre el cual la psiquis construye
y se sostiene; y ¿puede la mente, que es un resultado del pasado,
renunciar a todo eso? Ciertamente, mientras la mente no haya
desechado todo eso, nunca podrá descubrir lo que es nuevo, jamás
podrá conocer ese instante de atemporalidad que es la creatividad.
Como veis, lo que necesitamos en este mundo no son más físicos,
científicos, ingenieros, burócratas, políticos, sino individuos
que hayan sentido esta creatividad, pues ellos son las personas
verdaderamente religiosas, lo que significa que no pertenecen a
ninguna sociedad, a ningún grupo, a ninguna clasificación. Por eso
es muy importante comprender todo este proceso de la acumulación de
conocimientos, por el cual entiendo la identificación y el sentido
de evaluación. ¿Puede la mente estar libre para observar sin
evaluación, sin juzgar? Por cierto, sus evaluaciones, sus
comparaciones, sus condenaciones, se basan todas en el conocimiento,
y una mente semejante es incapaz de comprender lo que es verdadero.
Si
observáis el proceso de vuestro propio pensar, veréis que a la
mente sólo le interesa acumular cada vez más y más conocimiento, y
por consiguiente nunca hay un momento de libertad para explorar; y
creo que es importante comprender vale decir, experimentar en
el instante- este estado de libertad sin la continuidad de lo pasado,
y no meramente afirmar que la mente puede o no puede estar libre.
Esto será bastante sencillo si podemos escuchar exactamente lo que
se está diciendo; porque es una cosa que ha de experimentarse,
sentirse, y no disputar sobre ella.
Después
de todo, la mente es el resultado del pasado, de muchos ayeres, lo
cual es bastante obvio; es el residuo de lo conocido, siendo lo
conocido lo experimentado, la palabra, el símbolo, el nombre, todo
el proceso del reconocimiento. Desde luego, una mente así es incapaz
de descubrir o experimentar lo desconocido. Puede especular, pero su
especulación se basará en lo conocido, en lo que haya leído. La
mente puede experimentar ese estado tan sólo cuando el conocimiento
que implica el recuerdo de las muchas experiencias, todo el
proceso del reconocimiento que es el ego, el ‘yo’- ha terminado.
Así
pues, si podéis no sólo escuchar lo que se está diciendo, sino que
efectivamente dejáis de lado todo lo que habéis conocido: las
conclusiones, las valoraciones, las determinaciones, dos ideales,
entonces hallaréis que sobreviene un estado que no tiene continuidad
en forma de memoria, pero que en el instante es la totalidad del ser.
Es este instante lo más elevado, lo supremo, y eso hay que
experimentarlo; pero sólo puede ser experimentado cuando la mente
está en completa quietud, por la comprensión de la totalidad de su
propia estructura. Es por el conocimiento propio que viene la quietud
de la mente, no por la disciplina, no por la compulsión; y en esa
calma total hallaréis que hay un momento sin relación con el
pasado, un instante en el cual tiene lugar toda creación. Es esta
creatividad lo esencial, porque libra a la mente de lo colectivo y
contribuye a la individualidad.
Lo
colectivo es la mente que está condicionada por la sociedad, por
innumerables influencias, por los valores y creencias que la multitud
mantiene y los pocos desechan, sólo para añadir otra creencia.
Viendo todo esto, ¿es posible que la mente, sin esfuerzo, renuncie
al pasado? Mientras no lo haga, tiene que haber el seguimiento de la
tradición, sea la de ayer o la tradición de un millar de ayeres; y
una mente que sigue la tradición es imitativa, depende de un
maestro, y por lo tanto mantiene la desigualdad, no sólo en el nivel
material, sino también en el psicológico. Para una mente así, la
creatividad no es más que una palabra sin ningún significado. Para
crear un diferente estado, una cultura diferente, una diferente
manera de vivir, debe haber liberación del individuo, de esta
interna creatividad, que entonces producirá su propia sociedad, sus
propios valores.
PREGUNTA: Los días se
suceden en este vano tránsito de la existencia. ¿Que significa todo
ello? ¿Tiene la vida algún significado?
KRISHNAMURTI: Los más de
nosotros hacemos esta pregunta, ¿no es así? La mayoría de nosotros
estamos confusos; y cuando preguntamos si la vida tiene algún
significado, queremos que se nos asegure que lo tiene, o deseamos que
se nos diga el propósito, el objeto de la vida.
Ahora
bien, ¿tiene la vida un objeto, un propósito? y ¿cuál es el
estado de la mente que hace tal pregunta? Por cierto, esto es mucho
más importante que descubrir si la vida tiene significado. Después
de todo, ¿qué es la vida? ¿Puede ser abarcada por la mente? La
vida es pena y alegría, las sonrisas, las lágrimas, y la lucha
incesante; es la extraordinaria profundidad y belleza de cada cosa y
de ninguna. La vida es inmensa, no puede ser abarcada por una mente
pequeña; y es la pequeña mente que formule esta pregunta. Porque la
pequeña mente está confusa, como lo estamos la mayoría de
nosotros, quiere saber cuál es el propósito de la vida. Como
estamos confusos en lo político, en lo económico, y también en lo
espiritual, en lo íntimo, deseamos una directiva, queremos que se
nos diga lo que debemos hacer; y cuando preguntamos, la respuesta que
recibimos es invariablemente confusa, porque la mente confusa
proyecta o interpreta la respuesta.
La
cuestión no es, pues, averiguar cuál es el propósito, el
significado de la vida, porque no podéis sujetar el viento en
vuestro puño, ni poner la inmensidad de la vida en un marco y
adorarla. Pero lo que sí podéis hacer es ver el estado de confusión
en que estáis, y descubrir cómo hacerle frente. Una vez que
comprendamos nuestra propia confusión, nunca repuntaremos cuál es
el significado de la vida, porque entonces estaremos viviendo, no
estaremos limitados por el tiránico molde de una sociedad
determinada, ya sea comunista o capitalista; y ese vivir mismo
hallará su propia respuesta.
Una
mente confusa que busca claridad sólo hallará aun más confusión.
Esto es así, ¿verdad? Si yo estoy confuso y busco un camino, una
orientación, el camino o la orientación serán también confusos.
Sólo una mente clara puede hallar el camino si es que hay un
camino- no una mente confusa. Por cierto, eso es muy sencillo y
evidente.
Luego,
si comprendo que es inútil buscar una orientación mientras estoy
confuso, ¿seguiré buscándola? ¿O rehusaré acudir a nadie para
pedir orientación, porque veo que mi elección de un gurú,
de un político, de un libro, o de ciertos valores, por basarse en mi
propia confusión, debe también ser confusa, Pienso pues que es
indispensable comprender la totalidad de la propia confusión, no
teóricamente, sino como una efectiva experiencia.
El
hecho es que estáis confusos, sólo que os asusta reconocerlo;
estáis nerviosos, aprensivos, porque si admitís que estáis
confusos, no sabréis qué hacer; por consiguiente os dejáis llevar
por la acción inmediata. Pero si os dais cuenta de la totalidad de
vuestra propia confusión. ¿qué ocurre? Sabiendo que cualquier
movimiento de una mente confusa sólo puede crear más confusión,
¿no os detenéis? Entonces toda búsqueda cesa; y cuando una mente
confusa deja de buscar, la confusión también cesa, y hay un nuevo
comienzo. Es muy sencillo; pero lo difícil es reconocer para uno
mismo que está confuso.
Así
pues, ¿estáis experimentando de hecho y no solo verbalmente-
este estado de confusión en que os halláis aprisionados? Si es así,
entonces no le preguntaréis a nadie cuál es el significado de la
vida. Si realmente veis vuestra propia confusión, si la
experimentáis efectivamente como un hecho, como una realidad,
forzosamente dejaréis de preguntar, de pedir, de buscar; y ese mismo
acto de deteneros es el comienzo de una clase enteramente nueva de
indagación. Entonces la mente descubrirá el extraordinario
significado de la vida sin que se lo digan.
Actualmente,
queremos que otro nos saque de nuestra confusión; pero nadie puede
sacarnos de nuestra confusión. Mientras haya elección, tiene que
haber confusión. Elegir indica confusión; y sin embargo nos
enorgullecemos mucho de esa elección, a la cual llamamos libre
albedrío. Únicamente la mente que no elige, sino que percibe
directamente sin interpretación, sin ser influida, sólo una mente
así no está confusa, y por lo tanto puede proceder a descubrir y
explorar lo incognoscible.
PREGUNTA: ¿Hay algún
medio de crear buena voluntad? ¿Podéis decirnos cómo vivir juntos
en paz, en vez de en este cruel antagonismo que existe entre
nosotros?
KRISHNAMURTI:
Ciertamente, la paz y la buena voluntad son muy difíciles de crear.
Podéis construir un puente, o trabajar juntos en una oficina, porque
tenéis un jefe por encima de vosotros, alguien que os dice lo que
hay que hacer; pero la verdadera cooperación no puede ser impuesta,
ni surge siguiendo la pauta trazada por un arquitecto. La paz y la
buena voluntad sólo pueden crearse cuando sentimos que este mundo es
nuestro, no de los comunistas, de los socialistas, o de los
capitalistas, sino vuestro y mío. Es nuestro mundo, que debemos
enriquecer, compartir, y no dividir en naciones, en razas, ni según
las creencias, los credos y dogmas de las diversas religiones
organizadas.
Por
favor, escuchad todo esto, señores; no es una simple serie de
palabras. Si realmente queréis crear buena voluntad y vivir juntos
en paz, tenéis que eliminar todas las diferencias de clase y las
barreras religiosas: las barreras del dogma, de la tradición y de la
creencia. No podéis confiar en la legislación del gobierno para
traer esta paz de buena voluntad, porque la paz de los políticos no
es la misma que la de un hombre religioso; son dos cosas totalmente
distintas. Es cuestión de sentir efectivamente la paz y la buena
voluntad cada día, de ser realmente bueno y no avergonzarse de esa
palabra, de no dejarse atrapar en organizaciones que se supone que
van a traer la paz, pero que en realidad la destruyen por la
persecución de sus propios intereses creados. Cuando existe este
sentimiento de paz y buena voluntad dentro de cada uno de nosotros,
él creará su propio mundo. Pero desgraciadamente, la mayoría de
nosotros no se interesa en crear este sentimiento en la convivencia.
Lo que generalmente nos une no es el amor, no es la simpatía, no es
la compasión, sino el odio, al identificarnos con un grupo en
oposición a otro. Cuando nuestro particular grupo es amenazado por
otro en lo que se llama la guerra, esto nos une; y nos separamos de
nuevo cuando ha pasado la amenaza, cosa que se puede comprobar día
tras día.
De
modo que lo necesario no es el ideal de la paz y la buena voluntad,
sino hacer frente efectivamente al hecho de que sois violentos.
Cuando os llamáis Maharashtrianos, Gujarathis, o quién sabe cuántas
cosas más, sois violentos, porque os habéis separado con una
palabra; y esa palabra estimula el antagonismo, crea una barrera
entre vosotros y algún otro. Pero todos somos seres humanos con
esencialmente las mismas dificultades, fastidios, miserias,
sufrimientos; y lo que importa, por cierto, es darse cuenta de este
hecho evidente, desechar fácil y felizmente nuestro nacionalismo,
nuestras insignificantes y mezquinas organizaciones y comunidades, y
ser simplemente humanos. Pero la mayoría preferimos gastar nuestros
días especulando sobre Dios, discutiendo el Gita, y todas
esas cosas aprendidas en libros, que carecen de sentido en absoluto;
por lo tanto nuestro antagonismo continúa. Lo que tiene sentido es
la convivencia; y si juntos queremos crear paz y buena voluntad,
tenemos que dejar de ser meramente idealistas, y desechar
efectivamente las absurdas estupideces del nacionalismo, del
provincialismo, despojarnos de creencias y vanidades, y empezar de
nuevo, libre y felizmente.
Esto
no es una conferencia ni una respuesta para animaros a hacer estas
cosas. Un hombre inteligente actuará por su propia comprensión. Es
sólo el hombre estúpido el que busca estímulo; y si es estimulado,
seguirá siendo estúpido. Pero si él sabe que lo es, entonces puede
hacer algo sobre ello. Si se da cuenta de su propia pequeñez, sus
celos, su violencia, y ve que el seguir ideales es otra forma de
estupidez, entonces puede provocar una transformación de sí mismo.
Si sé que soy arrogante, puedo ocuparme de ello, o no, según sea el
caso. Pero el hombre que es arrogante y pretende ser humilde, o el
que persigue el ideal de la humildad, es estúpido, porque está
escapando del hecho hacia la irrealidad. La no arrogancia es un
estado irreal para el hombre que es arrogante; mas se nos ha criado
con esta división en nosotros mismos, entre el hecho y el ideal, y
por lo tanto somos hipócritas. Mientras que el saber que uno es
arrogante, y hacer frente a este hecho, es el principio del fin de la
arrogancia.
Del
mismo modo, si realmente deseamos crear juntos paz y buena voluntad,
tiene que haber amor, no el amor ideal, sino simplemente amor,
bondad, compasión, lo que implica romper con una particular
comunidad y desprendernos de todos nuestros prejuicios nacionales,
raciales y religiosos. Somos seres humanos, conviviendo en este
mundo, este mundo que es nuestro; y para sentir la verdad de eso,
tiene uno que ser extraordinariamente humilde. Para sentir cualquier
cosa hondamente, tiene que haber humildad; pero la humildad cesa
cuando vamos en pos del ideal.
PREGUNTA: Decís que
hagamos lo que hiciéramos, nunca podría surgir el estado de
realidad a través de nuestros propios esfuerzos, y que aun el
desearlo es un obstáculo. Entonces, ¿qué podemos hacer que no cree
un obstáculo?
KRISHNAMURTI. Ahora,
vosotros no me estáis escuchando, ni yo estoy respondiendo, sino que
estamos investigando juntos este problema. El problema es, ¿cómo
podemos experimentar lo real, lo desconocido, si la mente no puede
captarlo mediante su propio esfuerzo, su empeño? Tenemos pues que
comprender la mente, y por qué hacemos el esfuerzo.
Si
no hiciéramos esfuerzos en el nivel físico, no sobreviviríamos. Si
no hubiera el esfuerzo de trabajar en un empleo, de buscar la
adecuada clase de alimento, de hacer ejercicio, etc., el cuerpo se
desintegraría. Esto es un hecho obvio. De modo que hacemos esfuerzos
para sobrevivir físicamente.
Ahora
bien, de la misma manera, hacemos esfuerzos para sobrevivir
psicológicamente; es decir, para lograr lo que llamamos la realidad.
Pensamos que la realidad es un estado que se alcanza mediante la
disciplina, el control, la represión, mediante las diversas formas
de compulsión, y forzamos la mente a ajustarse a un patrón en la
esperanza de llegar a ese estado. Todo esto implica, ¿no es así?,
que la mente está siempre buscando seguridad; como teme la
incertidumbre, quiere hallar certeza, una certeza que sea permanente
y a la que llama realidad, Dios, verdad, o lo que queráis. Esto es
lo que nos preocupa a la mayoría. Queremos un estado en el cual no
haya perturbación de ninguna clase, y que nunca termine, un estado
permanente que llamamos paz; y la mente está haciendo un esfuerzo
constante para alcanzar ese estado, para penetrar en él. De modo que
tenemos que comprender el proceso que este esfuerzo implica.
Como
dije, lo mismo que hacemos esfuerzos para sobrevivir materialmente,
también nos esforzamos para continuar como ‘yo’. ¿Comprendéis?
Mientras yo quiera sobrevivir espiritualmente, tengo que realizar un
esfuerzo hacia la consecución de eso que llamo realidad. Pero, ¿qué
es el ‘yo’ que está haciendo este esfuerzo? ¿Qué sois?
Ciertamente, sois un nombre ligado a un manojo de recuerdos, de
experiencias; sois una acumulación de motivos ocultos y de
persecuciones externas, de diversas cualidades, pasiones, temores,
virtudes. Todo eso es el ‘vosotros’, ¿no es así? Y ese
‘vosotros’, queréis que continúe en una dirección que lleve a
la realidad; hacéis pues un esfuerzo, meditáis, practicáis alguna
forma de disciplina. Por cierto, sólo cuando la mente deja de hacer
este esfuerzo y está en quietud completa sin ser inducida o
compelida a estar quieta; sólo cuando no quiere nada, y por lo tanto
no busca ninguna experiencia, sólo entonces existe una posibilidad
de que surja lo desconocido.
La
mente, al fin y al cabo, es el resultado de lo conocido, y cualquier
esfuerzo que haga tiene que estar dentro del campo de lo conocido;
por consiguiente no puede hacer un esfuerzo hacia lo desconocido.
Ningún movimiento en el campo de lo conocido puede jamás conducir a
lo desconocido. Esto es asimismo muy sencillo y claro. La mente está
en calma únicamente cuando ha renunciado del todo a lo conocido; en
esa quietud no hay esfuerzo alguno, y sólo entonces es posible que
lo desconocido se manifieste.
7 de marzo de 1956.
XIV
UNA de nuestras grandes
dificultades al comunicarnos unos con otros es la de comprender el
contenido, la intención de las palabras que usamos, ¿no es cierto?
La profundidad de nuestras palabras depende, seguramente, de la forma
en que pensamos, sentimos y actuamos. Si decimos la palabra
superficialmente, o si la palabra no es más que una abstracción,
ella tiene muy poco sentido; mientras que si la palabra no es una
mera abstracción, sino que tiene un referente que ambos
comprendemos, un referente que hayamos establecido juntos con
equilibrio, con cordura, con claridad, entonces hay una posibilidad
de comunicarnos mutuamente, y una reunión de esta clase será útil.
Pero la dificultad generalmente está en que vosotros tenéis un
cierto referente, mientras yo tengo otro muy distinto; o puede ser
que yo esté hablando meramente en abstracto, y no tenga referente
alguno; por tanto la comunicación, un hondo intercambio de
pensamiento entre nosotros, se vuelve casi imposible. Me parece pues
muy importante, en una reunión de esta clase, que nos comuniquemos
en el mismo nivel, al mismo tiempo; y tal comunicación puede tener
lugar únicamente cuando ambos comprendemos el pleno contenido de las
palabras que usamos. La comprensión, desde luego, es instantánea;
no para mañana, ni para después que hayáis oído la plática.
Creo
que para comprendernos mutuamente, es necesario que no estemos
enredados en palabras; porque, por ejemplo, una palabra como ‘Dios’
puede tener para vosotros un significado particular, mientras que
para mí puede representar una formulación enteramente distinta, o
ninguna formulación en absoluto. De modo que es casi imposible que
nos comuniquemos a menos que ambos tengamos la intención de
comprender y de ir más allá de las meras palabras. La palabra
‘libertad’ implica generalmente estar libre de algo, ¿no es así?
De ordinario significa estar libre de codicia, de envidia, de
nacionalismo, de cólera, de esto o aquello. Mientras que,
‘libertad’, puede tener un significado muy diferente, que es un
sentido de ser libre, no de nada, sino el darse cuenta del hecho de
ser libre; y creo que es muy importante comprender este sentido.
La
mayoría de nosotros no estamos familiarizados con el sentimiento de
ser libres, y me parece que debe llegar a sernos familiar, que
tenemos que conocer ese sentimiento; porque por todo el mundo se va
propagando la tiranía. Ya sea a guisa de fascismo, comunismo,
socialismo, o lo que queráis, la sociedad va siendo organizada cada
vez más para ajustarse a una pauta, a un plan de cinco o de diez
años, lo que implica que tiene que haber un cuerpo ejecutivo
investido con la autoridad para llevarlo a cabo; y por allí empieza
la tiranía. Y sin embargo, la sociedad tiene que ser organizada. De
modo que el problema de qué es la libertad, es muy complejo, y creo
que es realmente muy importante ahondar en él.
Sin
libertad, es evidente que no hay posibilidad de explorar y descubrir
lo que es la verdad. Pero, ¡cuán difícil es que la mente sea
libre, que de hecho experimente ese estado, y no se limite a creer
que es libre! Para explorar y descubrir, la mente ha de tener esta
calidad de libertad, que no es el estado negativo de hallarse libre
de algo. Creo que hay una diferencia entre ambas cosas. Cuando
meramente estoy libre de algo, ese estado de libertad es negación,
es un vacío; mas al realizar el hecho de ser libre, no de algo, es
un estado positivo. Creo, pues, que debemos comprender el contenido
de esta palabra ‘libertad’.
Desde
nuestra infancia, no se nos educa para ser libres, sino que se nos
condiciona, se nos ajusta al molde de la sociedad. Como tememos que
la libertad haga que el niño se extravíe, que se pierda, nosotros
establecemos a nuestra vez diversas reglas y reglamentos, órdenes y
prohibiciones, creyendo que ellas guiarán al niño en la justa
dirección, que lo conducirán hacia la felicidad, hacia Dios, la
verdad, o como quiera que pueda llamarse. Desde el principio mismo
afirmamos que la mente necesita ser condicionada, moldeada; de modo
que nunca hemos inquirido en este problema de la libertad. Si lo
hubiéramos hecho, serían enteramente diferentes nuestros valores,
nuestra acción, toda nuestra actitud ante la vida.
La
cuestión es, entonces, si la mente, que es el resultado de
innumerables influencias, de los libros que ha leído, del ambiente
social, cultural y religioso en que se ha criado, de la memoria que
la ha moldeado y la ha hecho como es, si una mente así puede
liberarse, no en abstracto, o como un ideal, sino liberarse
efectivamente del pasado. Y ¿qué es la continuidad del pasado?
¿Comprendéis el problema?
Es
evidente que ahora la mente es un depósito de recuerdos, siendo el
recuerdo acumulación, asociación, reconocimiento y respuesta. Es
muy interesante observar que hay ahora máquinas que pueden hacer
todo esto con mucha mayor rapidez que la mente humana, lo que
demuestra que es un proceso puramente mecánico; y una mente presa en
ese proceso, sea cual fuere su actividad, tiene que ser también
mecánica. Así pues, ¿puede la mente, dándose cuenta de todo esto,
hallarse en un estado de libertad, aunque emplee la máquina?
No
sé si estoy explicando claramente esta cuestión, pero creo que es
importante; porque me parece que nuestra existencia como individuos
si es que somos siquiera individuos, pues tal vez no lo somos-
es mecánica, rutinaria, y que como individuos no somos creativos. No
me refiero a la creatividad en el estrecho sentido de mera
producción; hablo de creatividad en un sentido enteramente distinto,
en el que penetraremos ahora.
Pues
bien, ¿qué es lo que da a la mente este sentido de continuidad en
el cual no hay un momento de libertad, sino meramente una constante
modificación, un proceso mecánico de añadir o substraer?
Ciertamente, la creatividad sólo es posible cuando la mente no está
ocupada con la maquinaria de la memoria. Creo que esto es muy claro
si lo seguís, aunque verbalmente puede ser difícil. Si observáis
vuestra propia mente en funcionamiento, veréis que está
continuamente respondiendo desde el trasfondo de la memoria; y una
mente tal no puede conocer el estado de libertad, que es el único en
que hay creatividad. Para mí, éste es el problema supremo; porque
es sólo en el instante de estar libre que puede la mente descubrir
algo totalmente nuevo, impremeditado, no contaminado por el pasado.
¿Qué
es, pues, lo que da a la mente esta continuidad mecánica, y por qué
teme la mente desprenderse de ella? ¿Y qué es lo que crea el tiempo
no el cronológico, sino el tiempo en forma de esta sensación
de avanzar desde el ayer, a través del hoy, al mañana? Por cierto,
mientras la mente esté buscando el ‘más’, tiene que haber este
sentimiento de continuidad. Como estoy descontento de mí mismo tal
como soy, quiero cambiar; y para cambiar digo que debo tener tiempo.
El cambio es siempre en términos del ‘más’; y desde el momento
en que deseo el ‘más’, tiene que haber continuidad. La exigencia
de ‘más’ es envidia, y nuestra estructura social se basa en la
envidia. Hay envidia, no sólo en nuestras relaciones mundanas, sino
también en nuestro deseo de ser más espirituales. Mientras la mente
piense en términos del ‘más’, interior o exteriormente, tiene
que haber envidia; y liberarse de la envidia no es repudiarla o
abstraerse de ella, sino la total ausencia de envidia, sin esforzarse
para ser no envidioso.
¿Podemos
profundizar un poco en esto? Sabéis lo que es la envidia, ¿no? Creo
que la mayoría de nosotros estamos muy familiarizados con ese
sentimiento, y acaso hayamos notado que toda nuestra sociedad se basa
en él. Hay un esfuerzo constante para ser algo más, no sólo en la
estructura social jerárquica, sino también internamente. Veo un
coche y quiero poseerlo; veo un santo, y quiero llegar a ser como él.
Este esfuerzo constante para tener o para llegar a ser algo, indica
un extraordinario descontento con lo que somos; pero si queremos
comprender lo que somos, no podemos compararlo con lo que quisiéramos
ser. La comprensión de lo que es no se produce mediante la
comparación de lo que es con lo que debería ser.
No
sé si alguna vez habréis encarado este problema de la envidia. En
nuestros trabajos, en nuestra vida y labor diaria, la envidia es
dominante; se muestra en el respeto que rendimos al hombre que sabe
más, al que tiene poder, posición, prestigio, y en la constante
lucha por el ‘más’ dentro de nosotros mismos. Todos conocemos
este sentimiento de envidia, y mientras exista tiene que haber
frustración y dolor.
Ahora
bien, ¿puede la mente estar totalmente libre de envidia? Creo que
ésta es una pregunta muy importante; porque si la mente no puede
nunca estar totalmente libre de envidia, perpetuaremos una sociedad
basada en la adquisividad, en la ambición y todos los demás
horrores, y habrá incesante conflicto entre nosotros, la lucha sin
sentido para llegar a ser algo en todos los niveles de nuestra
existencia. Así pues, ¿puede la mente estar libre de envidia? Si me
esfuerzo para estar libre de envidia, por la disciplina, practicando
un método, ciertamente dará continuidad a la envidia en una forma
diferente. Está todavía el deseo de ser algo, y sólo he cambiado
el objeto de ese deseo. Ahora quiero ser lo que llamo no envidioso;
pero el querer sigue siendo el mismo, la exigencia de ‘más’
sigue allí. Dándose cuenta, pues, de este hecho, ¿puede la mente
estar libre de envidia? Creo que lo veréis, si queréis ir despacio
conmigo, paso a paso.
¿Cuándo
soy consciente de la envidia? ¿No surge la envidia por la
comparación? Sin duda, soy envidioso porque vosotros tenéis, y yo
no tengo. El proceso mismo de la comparación es envidia. Yo soy un
mezquino y pequeño ser, y vos sois un gran santo, y yo quiero ser
como vos. Así, donde hay comparación hay envidia, y si observáis
veréis que se nos educa sobre esta base; nuestra educación, nuestra
cultura, toda nuestra manera de pensar, se basan en la comparación y
el culto a la capacidad. Y, ¿comprendemos algo por la comparación?
Mediante la comparación podemos ampliar el conocimiento; pero el
conocimiento, ciertamente, no es la comprensión.
La
palabra ‘envidia’ implica, pues, ambición, codicia, el deseo de
ser algo, no sólo socialmente, sino en lo psicológico. Y, ¿puede
la mente estar enteramente libre de esta exigencia del ‘más’?
¿Por qué reclamamos el ‘más’? Y ¿conduce esa demanda al
progreso? Cuando deseamos una heladera, un coche mejor, etc., ello
trae progreso en un nivel, evidentemente. Pero cuando pedimos más
poder, más realización, mayor virtud, cuando psicológicamente
queremos lograr un resultado, esa exigencia interna destruye los
beneficios del progreso técnico, y trae desdicha al hombre. Mientras
psicológicamente reclamemos el ‘más’, nuestra sociedad será
adquisitiva, y habrá forzosamente conflicto y violencia. Esto no
significa que debamos eliminar las comodidades materiales, la ayuda
mecánica producida por la técnica; pero lo que nos está
destruyendo es el impulso psicológico a utilizar estas cosas para la
propia expansión, que es la exigencia del ‘más’.
¿Puede,
pues, liberarse la mente de la envidia? Sólo puede liberarse de la
envidia cuando la comparación cesa, esto es, cuando la mente se ve
directamente ante el hecho de que es envidiosa. ¿Comprendéis,
señores? Afrontar directamente el hecho de que soy envidioso, no es
lo mismo que comprobar ese hecho a través de la comparación. Espero
que estéis escuchando, no meramente mi expresión verbal, la
descripción de lo que estoy tratando de transmitir, sino escuchando
en el sentido de experimentar efectivamente lo que digo, que es
observar la actividad de vuestra propia mente y llegar al punto en
que os dais cuenta, en que sois directamente conscientes del hecho de
que sois envidiosos.
Ahora
bien, ¿cuándo sabéis que sois envidiosos? ¿Sabéis que sois
envidiosos sólo cuando existe la comparación, y cuando empleáis la
palabra ‘envidia’? ¿No sabéis que sois envidiosos cuando veis
algo que queréis, y existe la exigencia del ‘más’: más placer,
más prestigio, más dinero, más virtud, etc.? ¿O sabéis que sois
envidiosos sin el proceso de querer el ‘más’? Es decir, ¿puede
la mente ver el hecho de que es envidiosa sin esta exigencia? ¿Puede
la mente liberarse de la palabra ‘envidia’?
Después
de todo, la mente está hecha de palabras, entre otras cosas. Así
pues, ¿puede la mente librarse de la palabra ‘envidia’?
Experimentad con esto y veréis que, palabras como ‘Dios’,
‘verdad’, ‘odio’, ‘envidia’, tienen un profundo efecto
sobre la mente. Y ¿puede estar libre la mente de estas palabras,
tanto neurológica como psicológicamente? Si no está libre de
ellas, es incapaz de enfrentar el hecho de la envidia. Cuando la
mente puede ver directamente el hecho que llama ‘envidia’,
entonces el hecho mismo actúa mucho más velozmente que el esfuerzo
mental para hacer algo con respecto al hecho. En tanto la mente
piense en desembarazarse de la envidia por medio del ideal de la no
envidia, etc., estará distraída, no estará haciendo frente al
hecho; y la palabra misma ‘envidia’ es una distracción del
hecho. El proceso de reconocimiento ocurre a través de la palabra; y
en cuanto reconozco el sentimiento por la palabra, doy continuidad a
ese sentimiento.
Ciertamente,
un hombre que se interese en la total liberación de la envidia tiene
que entrar en todo esto; tiene que ver que todo nuestro trasfondo
cultural se basa en la envidia, en la adquisividad, tanto espiritual
como mundanalmente. Esto es, la mayoría de nosotros queremos ser
algo, en esta vida o en la próxima. Queremos más conocimiento”,
mayor poder, una posición más alta, más virtud; así, la
continuidad de la mente en forma del ‘yo’ se realiza mediante la
demanda del ‘más’, lo cual es envidia. La envidia es también el
proceso de la dependencia .
Así
pues, oliendo las modalidades extraordinariamente complejas de la
envidia, ¿puede la mente liberarse totalmente de ella? En caso
contrario, no podrá estar libre para explorar, para descubrir, para
comprender. Puede estar libre de envidia sólo cuando se da cuenta
directamente del hecho de que es envidioso; y no puede darse cuenta
directamente de ese hecho mientras condene o compare. Eso es
realmente muy sencillo. Si queréis comprender a vuestro hijo, tenéis
que estudiarlo, ¿no es así? Estudiar a vuestro hijo implica
observarlo, y no compararlo con su hermano mayor, ni con ningún
otro; significa verlo a él directamente, y no pensar en él en forma
comparativa. En el momento en que penséis comparativamente, lo
estaréis destruyendo, porque la imagen del otro se vuelve entonces
más importante que vuestro hijo.
¿Puede,
pues, la mente vigilar en sí misma este desarrollo de la envidia,
pero sin condenar ni comparar? ¿Puede ser conocedora del hecho de
que es envidiosa, y no actuar sobre ese hecho? La acción de la mente
sobre el hecho es también envidia, porque la mente entonces desea
cambiar el hecho en alguna otra cosa. A menos que la mente esté
totalmente libre de la envidia, siempre estaremos en cautiverio,
siempre habrá sufrimiento, y sea cual fuere la actividad de la
mente, sólo creará más daño. La mente que se interesa en librarse
totalmente de la envidia tiene que darse cuenta del hecho, y no
actuar sobre él. Entonces veréis cuán velozmente el hecho mismo
trae un resultado, una acción, que no es la acción de una mente
separada del hecho; y sólo entonces puede la mente estar en calma.
Ningún control, o autohipnosis, puede jamás aquietar en realidad la
mente; y es indispensable que la mente esté quieta, no ocupada
consigo misma, pues sólo entonces hay una posibilidad de descubrir o
experimentar algo nuevo. Toda experiencia que tiene continuidad se
basa en la envidia, en la demanda del ‘más’; así, la mente
tiene que morir para todo lo que ha aprendido, adquirido,
experimentado. Entonces hallaréis que la mente está en silencio, y
este silencio tiene su propio movimiento, no contaminado por el
pasado; por tanto, es posible que tenga lugar algo enteramente nuevo.
Al
considerar juntos estas preguntas, repito que creo importante darse
cuenta de que no hay respuesta; y este darse cuenta es en sí mismo
una experiencia extraordinaria. Más, el comprender que no hay
respuesta es muy difícil para la mayoría de nosotros, porque la
mente está buscando un resultado. Cuando la mente busca un
resultado, encontrará lo que busca; pero ese mismo resultado crea
problemas.
PREGUNTA: Cuando os
escucho, ello parece crear e intensificar mi perplejidad. Hace ocho
días yo estaba sin un problema, y ahora estoy sumido en la
confusión. ¿Cuál es el motivo de esto?
KRISHNAMURTI: Puede ser
muy sencillo. Acaso hayáis estado dormido y ahora estéis empezando
a pensar. Al venir a sentaros aquí casualmente, tal vez hayáis sido
obligado, acorralado, estimulado; por consiguiente estáis confuso;
pero si sólo os sentís estimulado, cuando salgáis de aquí
volveréis a caer en la misma condición anterior. El estimulo embota
la mente, no la despierta; puede despertarla por un minuto o un
segundo, pero la mente recaerá en su habitual embotamiento. Depender
de estas reuniones como medio de estimulo es como tomar una bebida:
al final embotará la mente. Si dependéis de una persona que os
estimula a pensar, os convertís en su discípulo, su seguidor, su
esclavo, con todo el desatino que ello implica; y así forzosamente
seréis torpe. Mientras que, si os dais cuenta de que tenéis
problemas pueden estar latentes por el momento, pero están
ahí- y empezáis a afrontarlos directamente, entonces no tendréis
que ser estimulado por mí, ni por ningún otro. Entonces no tendréis
que buscar los problemas, porque los veréis en vos mismo, y en todo
lo que os rodea mientras vais por la calle: lágrimas, enfermedad,
pobreza, muerte.
La
cuestión es, pues, cómo acometer, cómo abordar el problema. Si
abordáis cualquier problema con la intención de encontrar una
respuesta, entonces la respuesta creará más problemas, lo cual es
muy evidente. Lo importante es penetrar en el problema y empezar a
comprenderlo; y eso no lo podéis hacer más que cuando no lo
condenáis, no lo resistís ni lo rechazáis. La mente no puede
resolver un problema mientras esté condenando, justificando o
comparando. La dificultad no está en el problema, sino en la mente
que encara el problema con una actitud de condena, justificación o
comparación. De manera que primero tenéis que comprender cómo
vuestra mente está condicionada por la sociedad, por las
innumerables influencias que existen en torno vuestro. Os llamáis
hindúes, cristianos, musulmanes, o como queráis, lo que significa
que tenéis la mente condicionada; y es la mente condicionada la que
crea el problema. Cuando una mente condicionada busca respuesta para
un problema, y se pone a dar vueltas, su búsqueda carece de sentido;
y vuestra mente está condicionada, porque sois envidiosos, porque
comparáis, juzgáis, evaluáis, porque estáis atados a creencias,
dogmas. Ese condicionamiento es lo que crea el problema.
PREGUNTA: ¿Cómo
puedo ser activo políticamente sin ser contaminado por esa acción?
KRISHNAMURTI: Señor,
¿qué queremos significar por ‘acción política’? ¿Qué es la
política? Sin duda, es un segmento, una parte de un vasto complejo,
¿no es así? La vida comprende muchas partes: política, social,
religiosa; y si os dedicáis a una parte, a la que llamáis acción
política, sin considerar el todo, es decir, sin considerar la
totalidad de la vida, entonces, hagáis lo que hiciereis, vuestra
acción os corromperá. Creo que eso es bastante obvio. Sólo la
mente que esté buscando, tentando, que no piense en compartimentos,
ya sea políticos, sociales o religiosos, podrá comprender la
totalidad de la vida. Un hombre que piensa como Maharashtrian, o como
Gujarathi, no podrá percibir el significado de esa totalidad, no
verá que esta tierra es nuestra. Sólo podrá pensar en términos de
Poona o Bombay, cosa que es tan tonta; y su pensamiento separativo
tiene que llevar eventualmente al agravio y al asesinato, como ya ha
ocurrido. La mente se está siempre separando, como indio, hindú,
musulmán, comunista, cristiano, esto o aquello, y aferrándose a su
separación, a su provincialismo, por lo cual crea desdicha cada vez
mayor. En cambio, el hombre que no se considera indio, cristiano o
hindú, sino sólo un ser humano, y que piensa en términos de la
totalidad de la vida, la acción de un hombre así, no será
corruptora. Pero esto es muy difícil para la mayoría de nosotros,
porque siempre estamos pensando en sectores, y esperamos que
reuniendo esos sectores haremos el todo. Eso nunca podrá ocurrir.
Tiene uno que tener el sentimiento de la totalidad de la vida, y
entonces podrá trabajar de modo distinto.
Desgraciadamente,
los que tienen mentalidad política quieren aferrarse a su política,
e introducir en ella la religión; pero eso es un imposible, porque
la religión es algo enteramente distinto. La religión no es dogma,
no es ritual, no es conocimiento del Gita, de la Biblia,
ni de libro alguno. La religión es una experiencia, en el instante,
de aquel estado de la mente que carece de la continuidad del tiempo.
Es un sólo segundo de estar libre del tiempo; y ese estado no puede
actuar políticamente, ni en términos de reforma social. Pero cuando
un hombre tiene ese sentir que carece de la continuidad del tiempo,
su acción, sea la que fuere, tendrá un sentido muy diferente. A
través de la parte no podéis llegar al todo, ni daros cuenta de
esto. No hay sendero hacia la verdad, ni hindú, ni cristiano, ni
budista, ni musulmán. La verdad no tiene sendero, debe ser
descubierta de instante en instante; y sólo podréis descubrirla
cuando la mente está libre, sin la carga de la continuidad de las
experiencias.
PREGUNTA: Escuchamos
todo lo que decís hasta la saciedad. ¿Es posible que os escuchemos
tanto? ¿No nos embotaremos por el exceso de estímulo?
KRISHNAMURTI: ¿Hay tal
escuchar demasiado? ¿Qué entendéis por escuchar? Si escucho para
acumular, a fin de actuar partiendo de ese conocimiento acumulado,
entonces el escuchar puede llegar a ser excesivo, porque no es más
que un estímulo para la acción ulterior. Eso es lo que hacemos la
mayoría de nosotros. Escuchamos para aprender, para adquirir;
retenemos en la mente lo que hemos aprendido, y desde ahí procedemos
a actuar. Mientras el escuchar sea un proceso de acumulación,
naturalmente que puede haber exceso, un hartazgo; pero si escucho sin
ningún sentido de adquisición, sin acumular, entonces el escuchar
tendrá un significado muy diferente. Escuchar es aprender; pero si
acumulo lo que aprendo, entonces el aprendizaje se vuelve imposible.
Lo que aprendo queda entonces contaminado por lo que he acumulado, y
por lo tanto ya no es aprender. Es en el proceso de la acumulación
que el escuchar se vuelve fatigoso, excesivo, y como cualquier otro
estimulante, pronto embota la mente; sabéis ya lo que se va a decir,
ya se ha dicho, y llegáis al fin de la frase antes de que yo la
termine. Eso no es escuchar. Escuchar es un arte; es oír la
totalidad de una cosa, no meramente las palabras; y de semejante
manera de escuchar nunca puede haber exceso.
PREGUNTA: ¿Es Dios
una realidad para vos? En tal caso, habladnos sobre Dios.
KRISHNAMURTI: Es la mente
indolente la que hace esta pregunta, ¿no es así? Es como un hombre
que esté cómodamente sentado en el valle y quiera una descripción
de lo que está al otro lado de las montañas. Eso es lo que estamos
haciendo todos. Las palabras que leemos en los libros llamados
sagrados satisfacen e la mente. Las descripciones de las experiencias
de otros nos satisfacen, y creemos haber comprendido; pero nunca nos
ponemos en movimiento, nunca salimos del valle, trepamos las
escarpadas cuestas y descubrimos por nosotros mismos. Por eso es muy
importante empezar de nuevo, dejar de lado todos los libros, todos
los guías, todos los instructores, y emprender el viaje uno mismo.
Dios, lo desconocido, es cosa que debe ser descubierta, que no puede
ser explicada, y sobre la que no cabe especular. Aquello sobre lo
cual se especula proviene de lo conocido; y una mente que esté
paralizada, agobiada, ocupada con lo conocido, nunca podrá hallar lo
desconocido. Podéis practicar la virtud, sentaros a meditar horas,
pero jamas conoceréis lo desconocido, porque lo desconocido surge
sólo por el conocimiento de sí mismo. La mente ha de liberarse del
sentido de su propia continuidad, que es lo conocido; y entonces
nunca preguntaréis si Dios es una realidad. El hombre que dice que
sabe lo que es Dios, no sabe. Es sólo la mente que se libera de la
experiencia que tuvo hace un segundo, la que puede conocer lo
desconocido. Dios o la verdad no tiene morada, y ésa es su belleza;
no puede convertirse en un refugio para la mente pequeña e
insignificante. Es una cosa viviente, dinámica, como las movedizas
aguas de un río. Es tan sólo una mente que no esté atada a ninguna
religión organizada, a ningún dogma o creencia, que no esté
agobiada con lo conocido, es sólo una mente así la que puede
descubrir si hay, o si no hay Dios. Afirmar que existe, o que no
existe, paraliza todo descubrimiento. Pero como la mente misma es
impermanente, quiere que se le asegure que existe algo permanente, y
así dice que tiene que existir lo eterno, lo perdurable. De su
propia naturaleza temporal, proyecta algo que llama lo atemporal, y
entonces especula sobre ello; mas sólo la mente que se libera del
tiempo puede conocer lo desconocido.
11 de marzo de 1956
XV
PODEMOS convenir teórica
o verbalmente que es muy importante que el individuo salga de lo
colectivo, pero no creo que prestemos suficiente atención al
problema; porque es sólo cuando existe la liberación creadora del
individuo, que hay una posibilidad de descubrir y vivir una clase de
vida totalmente diferente de aquella que estamos viviendo ahora.
Actualmente nuestra vida, nuestro pensar, es colectivo; somos parte
de lo colectivo; y si hemos de producir una sociedad distinta, con
valores diferentes, me parece que el individuo tiene que empezar a
comprender todas las impresiones colectivas que ha acumulado la mente
a través de los siglos. Y como decía, es sólo cuando hay libertad
en el principio mismo que puede surgir el verdadero individua. Al fin
y al cabo, la mayoría de nosotros somos producto del ambiente;
nuestros pensamientos, nuestras actividades, nuestras creencias,
nuestras diversas persecuciones, están condicionados por las muchas
influencias que existen en torno nuestro; y para descubrir lo que es
la verdad, tiene uno que liberar la mente de este conglomerado de
influencias, cosa extraordinariamente ardua y difícil. No creo que
demos bastante importancia a esto. Hasta que la mente no se libere de
estas muchas influencias no será incorrupta, y sólo entonces hay
una posibilidad de descubrir algo enteramente nuevo: algo que no ha
sido premeditado, que no es una autoproyección, que no es el
resultado de ninguna cultura, sociedad o religión.
La
propaganda es el cultivo de los prejuicios; y todos tenemos
prejuicios, porque se nos ha educado para aceptar o para rechazar,
pero nunca para inquirir sobre todo este problema de la influencia.
Decimos que estamos buscando la verdad; pero ¿qué es lo que está
buscando la mayoría de nosotros? Si os dais siquiera cuenta, si sois
observadores de vosotros mismos, sabréis que estáis buscando un
resultado de alguna clase; queréis alguna forma de satisfacción,
una estabilidad o permanencia interna a la que dais diversos nombres,
según el ambiente en que os hayáis criado. Y, ¿no estáis buscando
éxito? Queréis triunfará no sólo en este mundo, sino también en
el próximo. Me parece que este deseo de tener éxito, de llegar, de
convertiros en algo, es resultado de una equivocada educación. Y
¿puede la mente librarse por entero de este deseo?
No
creo que nos hagamos esta pregunta, porque lo único que nos interesa
es seguir un método, un sistema, o un ideal, que esperamos producirá
un resultado, nos conducirá a la certeza, al éxito, a una definida
y permanente felicidad, a la gloria, o como queráis. Por eso
nuestras mentes están siempre ocupadas en el esfuerzo de llegar a
algo; y mientras la mente esté buscando una meta, un fin, un
resultado que la satisfaga por completo, tiene que haber la creación
y el seguimiento de la autoridad. Esto es así, ¿verdad? Mientras yo
crea que la gloría la felicidad, Dios, la verdad, o lo que queráis,
es un fin que hay que alcanzar, existirá el deseo de alcanzarlo;
debo, pues, tener un gurú, una autoridad, que me ayude a
lograr lo que quiero. Por consiguiente me vuelvo un seguidor, dependo
de otro; y mientras haya dependencia, no puede hablarse de que el
individuo emerja de lo colectivo y descubra por sí mismo lo que es
la verdad, o cuál es la cosa acertada que debe hacerse.
Así,
si observáis, veréis que siempre estamos buscando alguien que nos
diga lo que hay que hacer. Como estamos confusos, vamos a otro en
busca de consejo. El resultado es que siempre estamos siguiendo, y
por ello estableciendo psicológicamente la autoridad que
invariablemente oscurece nuestro pensar e impide la creatividad que
es tan esencial. Exteriormente, en esta sociedad competidora y
adquisitivas somos ambiciosos, crueles, porque de otro modo seremos
desplazados, dejados de lado. Interiormente, en lo psicológico,
somos igualmente ambiciosos: también allí queremos llegar a cierta
altura, por lo cual perseguimos un fin, ya sea autoproyectado o
creado por otro. Viendo todo esto, ¿qué hemos de hacer? ¿Cómo va
uno a descubrir qué es la verdadera acción?
Ciertamente,
este tiene que ser un problema para todos nosotros. Vemos confusión
en nuestro interior y en torno nuestro; los viejos valores, las
creencias y dogmas, los líderes que hemos seguido, ya no nos
satisfacen, han perdido su poder de retenernos; y, viendo todo este
caos, ¿qué va uno a hacer? ¿Cómo va a descubrir qué es la
verdadera acción? Para ahondar en este problema, tenemos que
preguntarnos qué entendemos por buscar, ¿no es así? Todos decimos
que estamos buscando al menos aquellos de nosotros que somos
serios, sinceros; pero antes de seguir adelante con nuestra búsqueda,
ciertamente debemos descubrir qué entendemos con esa palabra, y qué
es lo que cada uno de nosotros está buscando.
Señores,
¿podéis encontrar nada nuevo buscándolo? ¿O es que en vuestra
búsqueda sólo podéis encontrar aquello que ya habéis conocido y
proyectado hacia el futuro? Creo que ésta es una cuestión
importante. ¿Que es lo que estamos buscando? Y ¿puede, una mente
que busca, encontrar jamás algo que está más allá del tiempo, más
allá de sus propias proyecciones? Esto es, digo que estoy buscando
la verdad. Dios, la gloria; mas, para hallar esto, tengo que poder
reconocerlo, ¿no es así? Y para poder reconocerlo, tengo que
haberlo experimentado ya. La experiencia previa es necesaria para el
reconocimiento, de modo que lo que yo puedo reconocer ya ha existido
en mi mente; por lo tanto no es la verdad, es mi propia proyección.
Y, sin embargo, eso es lo que estamos haciendo la mayoría de
nosotros. Cuando buscamos, estamos buscando algo que la mente ya ha
experimentado y trata de recapturar; por consiguiente aquello tras de
lo cual realmente vamos es la permanencia de una experiencia de
placer, de satisfacción. Así pues, mientras la mente esté
buscando, es evidente que nunca podrá descubrir lo que es la verdad.
Tan sólo cuando la mente ya no busca lo cual no significa que
se vuelva torpe, distraída- y comprende todo este proceso de la
búsqueda, es cuando existe una posibilidad de descubrir algo que no
es de su propia proyección, de su propia evaluación.
Por
ejemplo, leéis en el Gita, o en los Upanishads una
descripción de algo permanente, una dicha perpetua, o como queráis;
y como esta vida es pasajera y vuestro pensamiento, vuestras
actividades, vuestras relaciones, son confusas, perturbadoras,
desdichadas, queréis ese otro estado sobre el cual habéis leído.
Eso es lo que estáis buscando. Al buscar ese estado, cultiváis la
aceptación de la autoridad, acudís a alguien que promete conduciros
a lo que queréis. Por lo tanto os convertís en un seguidor, y
mientras sigáis, seréis parte de lo colectivo, de la masa. Habéis
ya reconocido, habéis establecido en vuestra mente lo que es ese
otro estado, y lo estáis buscando mediante el seguimiento de un
gurú, por la meditación, por la práctica de diversas formas
de disciplina etc. Lo que realmente buscáis es algo que ya conocéis,
o que se os ha enseñado, un estado sobre el cual habéis leído o
vagamente experimentado; vuestra búsqueda es, pues, en pos de la
continuación de una experiencia satisfactoria, o de descubrimiento
de un estado placentero que esperáis exista, ¿no es así? Y yo digo
que esta búsqueda jamás revelará lo desconocido; por lo tanto toda
búsqueda debe cesar.
Os
ruego que tengáis la amabilidad de escuchar todo esto con un poco de
atención. Tales como ahora son, nuestras vidas son contradictorias,
superficiales, vacías, y estamos muy confusos. Vamos de un gurú
a otro, de un libro a otro; estamos rodeados de especialistas en lo
que llamamos espiritualidad, ofreciendo cada uno una particular forma
de meditación, de disciplina, y tenemos que escoger cuál es la cosa
acertada que hay que hacer. Ahora bien, mientras haya elección,
tiene que haber confusión; y me parece que antes de escoger, de
buscar, es imperativo descubrir por nosotros mismos lo que es la
libertad. Porque es sólo la mente libre la que puede inquirir, y no
la que está presa en la tradición, la que está condicionada,
infunda; ni la mente que está buscando un resultado, ni aquella que
está llena dé la actividad de lo inmediato en relación con un
proyectado futuro.
Sin
duda, entonces, necesitamos descubrir por nosotros mismos el pleno
significado de la libertad, no como una meta, no como un fin, sino
ahora. ¿Qué es lo que significa la libertad para todos nosotros?
Mientras la mente esté condicionada por la sociedad, por la cultura,
mientras esté agobiada con su propia soledad, con su vacuidad,
mientras sea esclava de cualquier clase de influencia, no será
libre. ¿Puede, pues, la mente darse plena cuenta de las influencias
que existen fuera y dentro de ella, y que la hacen pensar en una
dirección determinada, incapacitándola así para pensar
directamente? Mientras haya presión tras el pensamiento, este jamás
podrá ser directo; y, ¿puede la mente eliminar toda esta presión?
Es decir, ¿puede estar libre de motivación, de toda compulsión
para ser esto o aquello? Podremos no ser conscientes de las
presiones, que están detrás de nuestro pensamiento, de las
compulsiones del miedo, del motivo, del dogma y la creencia; pero ahí
están. Entonces, ¿podemos darnos plena cuenta de estas influencias,
y dejar que la mente piense muy suave y directamente por sí misma?
Sin duda, ese es uno de nuestros más grandes problemas, ¿no es así?
¿Podemos descubrir cuáles son las presiones sobre la mente y en
ella misma, que nos hacen pensar y actuar en cierta dirección?
Consideremos el problema desde otro punto de vista.
Vivís
aquí en Bombay. ¿Os vais a poner de parte del Maharashtra, o del
Gujarat? ¿A qué estado deberá pertenecer Bombay? Ahora todos os
erguís y vuestro interés se aviva, ¿no es así? (Risas). Es
muy sorprendente. Pero, ¿qué vais a hacer? Si decís, ‘Como
ciudadano, tengo que elegir’, y actuáis como un maharashtrian, o
como un gujarathi, esa acción tiene que conducir a mayor desdicha.
Mientras que si no actuáis ni como maharashtrian ni como gujarathi,
sino como ser humano que no está envuelto en ninguno de estos
asuntos con toda su estupidez y estrecho prejuicio, con su
apego a la casta y todos los demás disparates- entonces es evidente
que vuestra acción será totalmente distinta.
Tenemos,
pues, que investigar cuáles son las presiones, los motivos que nos
compelen a obrar de esta o aquella manera; porque a menos que
comprendamos estas influencias y nos libremos de ellas, nuestra
acción conducirá invariablemente a un mayor dolor y confusión. Por
eso es muy importante tener autoconocimiento, que es comprender el
trasfondo, el condicionamiento de la propia mente, y estar
liberándose de él continuamente. Como veis, cuando estamos
meramente preocupados con la acción inmediata, nos dejamos llevar
por ella, sin indagar en todo el problema del condicionamiento, cómo
la mente está moldeada como hindú, como cristiano, o lo que sea; y,
si la mente no se está liberando de su condicionamiento, cualquier
acción que emprendamos tiene que ser desintegradora, y sólo podrá
crear más caos. Así lo que nos concierne no es escoger esta o
aquella línea de acción, sino comprender cómo está condicionada
la mente; pues al liberar a la mente de su condicionamiento, viene
una acción que es sana, racional, inteligente.
Lo
importante, entonces, es descubrir por nosotros mismos lo que cada
uno de nosotros está buscando, y si lo que buscamos tiene alguna
validez, o es simplemente una evasión. Es imperativo tener
autoconocimiento, conocerse a sí mismo; no como el Atman, y
todo eso, sino como uno es de día en día, lo cual implica observar
cómo piensa uno, ver cuáles son las influencias tras del propio
pensamiento, y darse cuenta de los movimientos tanto conscientes como
inconscientes de la mente. Entonces la mente puede estar muy quieta;
y es sólo en esa quietud que puede tener lugar algo real.
PREGUNTA: Una de las
ideas dominantes del hinduismo es la de que este mundo es una
ilusión. ¿No creéis que esta idea, al través de los siglos, ha
sido un factor que ha contribuido poderosamente a la actual miseria?
KRISHNAMURTI: No sé
cuáles son las doctrinas del hinduismo, porque no soy, hindú; ni
soy cristiano, ni budista. Pero sé, como sabemos todos, que la mente
tiene el poder de crear ilusión. Puede hipnotizarse para creer que
no existen los árboles ni las casas, o que no hay sufrimiento; tiene
la extraordinaria facultad de creer todo lo que quiere,
independientemente de los hechos, lo cual es el poder de crear
ilusión. La ilusión es de diferentes clases. Hemos creado la
ilusión del ideal. Decimos que este mundo no importa, que es sólo
el próximo el que importa, y que este mundo es meramente un pasaje
hacia el otro. O decimos: ‘Soy ahora rico porque viví una vida de
bien la última vez’. Así podemos explicarlo todo, pero sigue en
pie el hecho de que la mente tiene el poder de crear ilusión.
Ahora
bien, ¿puede la mente liberarse de ese poder y ver dos hechos como
son, en lugar de opinar sobre los hechos? ¿Es posible ver que uno es
cruel, y no evadirse de la crueldad con una explicación, o especular
acerca de lo que le ha vuelto a uno cruel? ¿Puede uno ver el hambre,
la degradación, la miseria, el conflicto, la brutalidad que existe
en el mundo, y no explicarla? ¿Podemos simplemente darnos cuenta del
hecho de que somos brutales, violentos, crueles, no sólo
exteriormente, sino también interiormente? Si nos limitamos a ver el
hecho sin explicarlo, ¿qué ocurre? Entonces el hecho empieza a
actuar sobre la mente, no es ésta la que actúa sobre el hecho. La
mente actúa sobre el hecho únicamente cuando evaluamos el hecho,
cuando tenemos opiniones sobre él. Como soy cruel, tengo el ideal de
la bondad, de la compasión, que está allá, lejos del hecho. Lo que
está allá es una ilusión creada por la mente; el hecho es que soy
cruel. Pero, ¿puede la mente quedar con el hecho, no morbosamente,
sino simplemente quedar con el hecho de que soy cruel, nada más? El
ideal ha sido creado por la mente, y es una total ilusión; existe
porque quiero escapar del hecho. Pero si la mente está libre de esa
ilusión que llama el ideal, entonces el hecho puede actuar sobre la
mente. Vamos a decirlo más clara y sencillamente.
Estoy
seguro de que la mayoría de vosotros tenéis ideales; y los ideales
existen porque la mente tiene el poder de crearlos. Carecen de
validez, no son hechos reales: son lo que la mente concibe que
debería ser, que es enteramente diferente de lo que es.
Lo que es, es el hecho, no lo que debería ser; pero
desgraciadamente somos todos idealistas, y así existe la doble
personalidad. Siempre estamos hablando de la no violencia, Ahimsa
-¡cuán a flor de labios tenemos esta palabra!- y sin embargo somos
maharashtriaras, gujarathis, telugus, y Dios sabe qué cosas más.
(Risas). Señores, ¿por qué tener ideales, que carecen de
todo valor? Si no tenemos ideales, entonces el hecho de la miseria,
del hambre, y de la espantosa crueldad a que nos entregamos, nos
forzará a hacer algo.
Mientras
pertenezcamos a cualquier religión, a cualquier casta, a cualquier
grupo particular, mientras hagamos de la familia o de la nación la
unidad más importante, tiene que haber crueldad; y nunca nos
enfrentamos con este hecho, nunca lo miramos, sino que siempre
estamos intentando alcanzar el ideal, sin lograrlo jamás. Cuando la
mente se libera de la idea de lo que debería ser, puede mirar
al hecho de lo que es; y entonces el hecho evidentemente
obrará algo sobre le mente. Mientras me limito a hacer conjeturas
sobre si habrá una serpiente venenosa en mi cuarto, puedo seguir
conjeturando por tiempo indefinido, y no hay acción; pero si hay
efectivamente una serpiente, entonces la acción es inmediata, no
tengo que pensar sobre la acción.
Por
consiguiente, puede ser en parte porque hemos pensado que este mundo
es ilusorio, o que es un peldaño hacia algo mucho más grande, que
no nos interesen mucho sus horrores sociales y completa desdicha;
pero esto no significa que cada uno de nosotros deba entrar
inmediatamente en el campo de la reforma social, cosa que no haría
sino aumentar el actual caos. Lo importante es descubrir cómo
funciona vuestra mente, lo que implica ver las presiones, las
compulsiones que os mueven a hacer cierta cosa, y liberar la mente de
su condicionamiento. Mientras la mente piense como hindú, brahmín,
católico, o como queráis, su condicionamiento le impide enfrentarse
con el hecho; pero en el momento en que se libera de ese
condicionamiento y enfrenta el hecho, hay una acción que no está
influida por el pasado.
Señores,
el problema es muy complejo. Como sabéis, todas las ideas creadas
por la mente son el resultado de su trasfondo, de su prejuicio, de su
propensión; y una mente que quiera descubrir lo que corresponde
hacer en toda esta caótica miseria, ha de comprender su trasfondo y
liberarse de él, lo cual es mucho más importante que el descubrir
lo que hay que hacer. El ‘qué hacer’ vendrá de la comprensión
del trasfondo. Mientras penséis como un brahmín, o como un no
brahmín, mientras sigáis este o aquel sendero, toda acción nacida
de tal pensar creará inevitablemente más confusión, más guerras,
más odio. Pero si empezáis a comprender el trasfondo, habrá
necesariamente recta acción; y la comprensión del trasfondo sólo
viene a través de la alerta percepción en la convivencia.
PREGUNTA: ¿Puede
haber una síntesis de Oriente y Occidente, y no es ese el único
medio de salvar el abismo entre ellos?
KRISHNAMURTI: Señor,
¿qué son el Oriente y el Occidente? Ya veis, estamos haciendo una
pregunta errónea y tratando de encontrar una respuesta correcta.
¿Existen un Oriente y un Occidente, excepto geográficamente? ¿Hay
una cultura oriental y otra occidental? ¿Hay una manera oriental de
pensar y otra occidental? Superficialmente puede haberla; pero ya sea
llamada oriental u occidental, comunista o católica, cada uno de
nosotros está condicionado por la cultura en la cual se ha criado.
Podéis vivir en el Este, y otro en el Oeste; pero él estará
condicionado por su sociedad, por el clima, por el alimento que toma,
por las innumerables impresiones, presiones, influencias, que existen
en torno de él, lo mismo que vosotros. En Occidente, la gente usa
cierta clase de ropa, y aquí usan algo diferente; pero el ser humano
es el mismo en todo el mundo, sea lo que fuere que use, y tanto si su
piel es morena, blanca, negra o amarilla. Todos somos ambiciosos,
codiciosos, envidiosos, todos deseamos éxito, aunque el ‘éxito’
puede tomar una forma allá y otra diferente acá. Somos seres
humanos, no orientales y occidentales; éste es nuestro mundo,
no es el mundo de los comunistas, de los católicos, ni de ningún
otro grupo, por mucho que ellos quieran que lo sea. Grandes grupos de
personas están siendo deliberadamente condicionados para pensar en
cierta manera. Pero no existe un condicionamiento ‘mejor’, sólo
hay el pensar condicionado; y mientras nuestras mentes estén
condicionadas y actuemos de acuerdo con ese condicionamiento,
forzosamente engendraremos guerras. Mientras penséis como hindúes,
en oposición a los americanos, o a los rusos, o a los musulmanes, o
a quienes fuera, inevitablemente produciréis antagonismo; mientras
penséis de vos mismo como gujarathi, o maharashtrian, vais a tener
espantosas brutalidades.
Sólo
hay, pues, la mente humana, sólo hay el pensar, aquí o en
Occidente; y es la tarea primordial de toda persona seria el inquirir
sobre todo el proceso del pensar, porque toda acción surge del
pensamiento. Sin pensar, no hay acción; y el pensar está ahora
dividido en indio, europeo, esto o aquello, lo que significa que está
condicionado, influido, moldeado por una particular cultura. Habiendo
producido su propia cultura, la mente entonces queda atrapada en esa
cultura, en esa sociedad; y comprender este proceso, penetrar en él
y trascenderlo, es la función de todo ser humano responsable. Es
sólo cuando liberamos a la mente de su condicionamiento que podemos
saber qué es el amor, qué es la compasión; y mientras sigamos
siendo hindúes, maharashtrians, o lo que queráis, será total
disparate el hablar sobre Dios, la verdad, el amor, la compasión.
No
es posible que llegue a existir un nuevo mundo a menos que cada uno
de nosotros sienta que esta tierra es nuestra, vuestra y mía, para
que vivamos en ella; y no podemos vivir en ella pacíficamente si yo
me considero brahmín, o un gran santo, y os miro como un pobre
hombre, un sirviente del cual se puede abusar. Somos un conjunto de
seres humanos, y el cambio de corazón es mucho más importante que
el cambio de legislación. Las leyes no pueden cambiar el corazón; y
el corazón o la mente ambiciosa puede utilizar o soslayar cualquier
clase de legislación para enriquecerse. Por eso es muy importante
comprender todo esto, y no dividir el mundo en oriental y occidental.
PREGUNTA: Según vos,
lo conocido nunca puede descubrir a lo desconocido. ¿Cómo puede
uno, entonces, reconocer lo desconocido? ¿Es tan enteramente
diferente?
KRISHNAMURTI: Por cierto,
la mente es el resultado de lo conocido. La mente sólo conoce como
un hecho lo que ha sido; jamás puede conocer como un hecho lo que
será. Puede conjeturar; pero hay innumerables influencias que están
constantemente cambiando el futuro, de modo que ningún hombre puede
decir lo que será el futuro; y creo que es muy importante comprender
esto políticamente. Ningún grupo de personas, ya sea comunista,
católico, socialista, o cualquier otro, puede conocer el futuro.
Suponer que puede conocerse el futuro es tener un modelo, de lo cual
surge el esfuerzo para obligar al hombre a ajustarse a tal modelo,
liquidándolo si no lo hace, o destruyéndolo en campos carcelarios,
y todos los demás horrores. Lo que puede conocerse es el proceso del
propio pensar. Lo conocido es lo pasado, el reconocimiento es todo el
proceso de lo conocido.
El
interlocutor pregunta, en efecto: ‘¿Puedo reconocer lo
desconocido? ¿Puedo experimentar lo desconocido y saber que estoy
experimentándolo?’ Ahora bien, ¿qué entendemos por
reconocimiento? Por cierto, sólo podemos reconocer algo que hayamos
conocido. Como os he visto antes, os reconozco; si no os hubiera
visto previamente, no podría reconoceros, ya que el reconocimiento
es la familiaridad con el nombre, el aspecto y la forma del rostro,
la manera de hablar, el gesto, y todo lo demás. El reconocimiento es
siempre, pues, la consecuencia de lo conocido. Reconozco, porque he
experimentado antes, que eso es una casa, aquello un árbol,
aquél un hombre, una mujer o un niño; lo sé, porque me lo
han dicho, y también por mi propia experiencia. Lo sé por
experiencia; de modo que la mente es el resultado de lo conocido.
Partiendo de lo conocido puedo proyectar lo desconocido, llamándolo
Dios, verdad, o como queráis; pero seguirá siendo una proyección
de lo conocido.
¿Puede,
pues, lo conocido experimentar lo desconocido? Es evidente que no.
Semejante pregunta es una contradicción, carece de validez. La
cuestión no es si la mente puede reconocer o experimentar lo
desconocido, sino, si puede liberarse de lo conocido. Siendo el
resultado de lo conocido, ¿puede la mente liberarse de lo conocido?
Éste es un problema extraordinario, si realmente os lo formulais y
ahondáis en él. La mente se ha vuelto mecánica, porque funciona de
lo conocido a lo conocido. Como las máquinas electrónicas que se
han inventado, sólo puede funcionar mediante la asociación. Nuestro
pensar es el resultado de lo conocido, pues de lo contrario no hay
pensar; es la reacción de la memoria, que es el pasado; y es el
pasado el que pregunta: ‘¿Puedo conocer o experimentar algo que es
atemporal, algo inconmensurable, que está más allá del
reconocimiento?’ La respuesta es obvia.
Por
consiguiente, todo lo que podemos hacer es comprender el
funcionamiento de lo conocido, ver cómo piensa, siente, inquiere la
mente, lo cual es meditación; y sólo entonces está la mente
completamente en calma. La tranquilidad de la mente puede ser
inducida por drogas, o por la disciplina, o la represión, mas eso no
es meditación; no es más que un truco, y una mente así no está
quieta. Es sólo inquiriendo en lo conocido que puede estar quieta la
mente, completamente en calma: la totalidad de la mente, consciente
tanto como inconsciente, y no sólo la mente superficial que dice,
‘Tengo que estar en calma para experimentar lo desconocido’. La
totalidad de la mente tiene que estar en calma, lo que significa que
todo el proceso del pensamiento debe terminar; y no puede terminar
cortándolo, ni actuando sobre él, sino sólo comprendiéndolo.
Cuando se comprende todo el proceso del pensamiento, adviene a la
mente una calma en la cual no existe el experimentador ni lo
experimentado, no hay movimiento alguno; y únicamente entonces hay
posibilidad de que surja algo que está más allá de la medida del
tiempo.
Lo
que nos incumbe, entonces, no es inquirir sobre lo desconocido, sino
descubrir si la mente puede liberarse de lo conocido. Si realmente os
formulais esta pregunta, de hecho y no teóricamente, descubriréis
si puede o no ser libre la mente. Yo no puedo decíroslo; a vosotros
os toca descubrir la verdad del asunto. Y forzosamente tenéis que
formularos esta pregunta, porque, tal como es ahora, vuestra mente es
mecánica, repite incesantemente lo que se le ha enseñado, lo que ha
aprendido, lo que ha leído: el eterno parloteo sobre lo conocido.
Sólo cuando la mente se comprende a sí misma, es posible la
libertad de lo conocido.
14 de marzo de 1956.
XVI
LAS cuatro últimas veces
que nos hemos reunido aquí, he estado hablando sobre lo importante
que es para el individuo liberarse de as muchas influencias sociales,
culturales y religiosas; sólo entonces puede tener lugar la
liberación creativa de la buena mente. Me parece muy importante
comprender la calidad de la mente, y hacer surgir la que es buena. A
la mayoría de nosotros no le preocupa tener una buena mente, sino
sólo que hacer; la acción se ha vuelto mucho más importante que la
calidad de la mente. Para mí, la acción es secundaria. Si puedo
decirlo así, la acción no importa, no es importante en absoluto;
porque cuando existe la buena mente, la mente que es explosivamente
creadora, entonces de esa creadora explosividad surge la acción
recta; no es: ‘hacer es ser’, sino, ‘ser es hacer’.
Para
la mayoría de nosotros, la acción parece vital, importante, y por
eso quedamos atrapados en la acción; pero el problema no es la
acción, aunque parezca serlo. A la mayoría de nosotros nos preocupa
cómo vivir, que hacer en ciertas circunstancias, si hemos de
ponernos de este o de aquel lado en política, etc. Si observáis,
veréis que nuestra búsqueda es generalmente para descubrir cuál es
la justa acción que hay que emprender, y es por eso que hay
ansiedad, esta persecución del conocimiento, esta búsqueda del
gurú. Inquirimos para descubrir lo que hay que hacer; y me
parece que esta actitud ante la vida tiene que conducir
inevitablemente a mucho sufrimiento y desdicha, a la contradicción,
no sólo dentro de uno mismo, sino socialmente, una contradicción
que invariablemente origina frustración. Para mí, la acción
resulta inevitablemente de ser. Es decir, la misma actitud de
escuchar es un acto de humildad. Si la mente es capaz de escuchar,
ese mismo escuchar produce la buena mente, de la cual puede surgir la
acción. Mientras que, sin una buena mente, sin esa extraña y
explosiva cualidad creativa, la mera búsqueda de la acción conduce
a la mezquindad, a la superficialidad de corazón y mente.
No
sé si habéis notado cómo la mayoría de nosotros está ocupada con
lo que hay que hacer, y probablemente nunca hemos tenido esta
cualidad mental que inmediatamente percibe la totalidad. La
percepción misma de la totalidad es su propia acción, y creo que es
importante comprender esto, porque nuestra cultura nos ha hecho muy
superficiales; somos imitadores, estamos tradicionalmente atados,
somos incapaces de amplia y honda visión, porque nuestros ojos están
cegados por la acción inmediata y sus resultados. Observad vuestra
propia mente y veréis cuán preocupados estáis por lo que has que
hacer; y esta constante ocupación de la mente con lo que hay que
hacer sólo puede conducir a un pensar muy superficial. En cambio, si
la mente está interesada en la percepción del todo no en cómo
percibir el todo, qué método usar, lo cual es también estar
atrapado en la acción inmediata-, entonces veréis que de esta
intención viene la acción, y no al revés.
¿Qué
es aquello en que ahora nos interesamos la mayoría de nosotros? En
la violencia y la no violencia, en adquirir un poco de virtud, en la
particular casta o nación a que pertenecemos, en si hay Dios o no,
en qué clase de meditación practicar, etc., todo lo cual está
dentro de una escala limitada, mezquina. Por eso la mente se pierde
en pequeñas cosas; pero esto no significa que uno no deba inquirir
sobre qué es la meditación. Descubrir lo que es la meditación es
una cuestión muy diferente. Pero la mente está preocupada con el
sistema de meditación que ha de utilizar para llegar, y esta
preocupación por el sistema vuelve a la mente mezquina, superficial,
vacía, que es lo que nos está pasando a la mayoría de nosotros.
Repetimos el Gita, la Biblia, el Corán, o algún
libro budista, o citamos a Lenin o Marx, y creemos haber resuelto
todas las cuestiones. En cambio, me parece que lo importante es hacer
surgir la buena mente, esa extraordinaria calidad mental que capta
instantáneamente la totalidad del sentir, la totalidad del ser; y
creo que no puede haber una mente buena mientras haya esfuerzo.
Mientras uno se está esforzando en cualquier sentido, haciendo un
esfuerzo para ser o no ser esto o aquello, no es posible la mente
buena, que es capaz de percibir el todo. Sólo la mente que se esté
liberando del esfuerzo, del empeño, es la que podrá comprender la
totalidad del ser.
¿Por
qué realizamos esfuerzo? Mirad, se trata de una cuestión seria;
pensemos juntos sobre ella. El esfuerzo es evidentemente necesario en
cierto nivel de nuestra existencia: para adquirir conocimiento en la
escuela, para aprender una técnica, etc. Pero, ¿por qué hace la
mente un esfuerzo para ser algo, para ser no violenta, o para ser
pacífica? ¿No es porque, dándose cuenta de que es violenta,
codiciosa, o estúpida, la mente quiere transformar ese estado en
algún otro? El deseo de cambiar de lo que es a lo que debería
ser, acarrea el proceso del esfuerzo, ¿no es así? Soy ignorante, y
debo adquirir conocimientos; soy envidioso, y tengo que ser no
envidioso. De modo que el deseo de ser no envidioso engendra
esfuerzo, la lucha por ser algo. Para mí, este esfuerzo, en el que
está atrapada la mayor parte de la gente, es el factor deteriorarte.
Como dije, el acto mismo de escuchar es humildad; pero nosotros no
escuchamos. Nos decimos, ‘¿De qué está hablando? ¿Qué me
ocurrirá si no hago ningún esfuerzo para ser algo? ¿Cómo viviré?
¿Cómo conseguiré un empleo o un ascenso?’ Toda vida, tal como
sabemos, es lucha, esfuerzo, presión, compulsión; estamos
acostumbrados a ese ritmo, a esa manera de pensar, y por eso nunca
escuchamos. Escuchamos a través de la oposición de nuestras propias
opiniones.
Ahora
bien, ¿podemos dejar todo eso de lado y simplemente escuchar? Cuando
estamos escuchando meramente, ¿qué ha ocurrido? Ese acto mismo de
escuchar es humildad. No implica esfuerzo, la mente no ha hecho nada
para ser humilde; es humilde. Por consiguiente, es capaz de
escuchar. ¿Comprendéis? Como quiero comprender aquello sobre lo que
otro está hablando, no presento mi opinión, mis objeciones, mis
argumentos; dejo todo eso de lado y escucho lo que se dice. Ese
escuchar mismo es humildad; la mente es humilde en ese acto mismo;
por lo tanto no hay esfuerzo para ser humilde. La mente arrogante no
puede escuchar. La mente que está llena de conocimiento, de
argumentación, que ha adquirido, que ha experimentado, una mente así
es incapaz de escuchar, porque está llena de vanidad, de
engreimiento. El problema no es, pues, cómo desembarazarse del
engreimiento, sino, si la mente puede escuchar. Cuando puede
escuchar, la mente se halla en un estado de humildad, y entonces es
capaz de percibir totalmente, de lo cual se sigue la acción. Pero,
¿qué nos interesa ahora? A la mayoría de nosotros nos preocupa
acumular un poco de virtud, un poco de conocimiento, y multiplicarlo,
hacerlo mayor, más amplio; pero sigue siendo un proceso de acopio.
Tenemos conocimientos, sabemos qué dice el Gita, lo que dice nuestro
gurú, pero la mente buena falta; por tanto la mente es
incapaz de percibir, de comprender el todo, sin esta perpetua lucha.
Me
parece, pues, que el mayor factor en el deterioro de la mente es este
esfuerzo por ser algo. Después de todo, cuando deseáis ser algo,
cuando tenéis una meta, un fin en vista, os esforzáis por ese fin y
toda vuestra vida está moldeada por él; por consiguiente vuestra
mente no se interesa en su propia calidad y profundidad, sino sólo
en el resultado del esfuerzo.
Pensad
sobre esto y veréis cuán poco creadores somos en todo el mundo.
Somos simplemente imitadores, estamos formados por el molde de la
sociedad, por el patrón de una determinada cultura; y, ¿puede ser
creadoramente explosiva una mente así? Es evidente que no. Y no
obstante, lo único que nos interesa es saber qué hay que hacer.
Existe el hambre en el mundo, hay desdicha, sufrimiento, tanto
exterior como interiormente, y sólo nos preocupa cómo poner fin a
todo eso. La mente queda atrapada en el ‘cómo’, en la respuesta,
la explicación: cómo hallar a Dios, cómo meditar, si hay o no hay
continuidad después de la muerte, cuál es la acción adecuada,
quién es el buen gurú, cuál es el buen libro, etc. Eso es
lo único que os interesa, ¿no es así? No os interesa la calidad de
la mente, sino sólo los muchos ‘cómo’, cosa que evidentemente
vuelve a la mente superficial. Podéis tener el mejor gurú,
leer todos los libros sagrados, ser extraordinariamente virtuoso;
pero si no tenéis esta cualidad creadoramente explosiva de la mente
buena, vuestra virtud se vuelve muy superficial, respetable, y por
tanto carece de validez, porque la virtud no es un fin en sí misma.
Por
eso, me parece que lo importante es en realidad averiguar la calidad
de una buena mente, que es una mente que no es imitadora, que no se
limita a seguir, sino que es literal y creadoramente explosiva;
porque, sin esa calidad, ¿de qué valor es vuestra virtud, vuestro
conocimiento, vuestra búsqueda de la verdad? Y ¿puede la mente
superficial, mediocre, la que está educada simplemente para
ajustarse a la sociedad, que está vencida, abatida, sufriendo, puede
una mente así hallar esa calidad creadoramente explosiva?
Señores,
ante todo tenemos que comprender que nuestras mentes son
superficiales, vacías; podemos llenarlas con muchas palabras, con el
conocimiento de los libros, pero siguen siendo vacías. Y ¿puede una
mente mezquina, superficial romper su mezquindad, su superficialidad?
¿Puede hacerse vasta y profunda? Ahora bien, cuando hacéis esta
pregunta. ¿con qué intención la formulais? ¿Es con el fin de
llegar; un resultado, de encontrar un método? ¿O la hacéis
simplemente como el jardinero planta una semilla, la riega y la deja
crecer? No sé si presento claramente esta cuestión. Para mí, la
explicación de por qué es mezquina la mente carece de importancia;
lo importante es que la mente descubra por qué hace esta pregunta.
Dándose
cuenta de que es vacía, ¿qué hace la mente? Procede a adquirir más
conocimiento, se esfuerza en llenarse, en enriquecerse. Como se
siente superficial, quiere ser profunda, y entonces surge el problema
de cómo ser profunda; practica, pues, un método que promete
lo que ella quiere, y por ello queda atrapada en el método. Para mí,
este procedimiento es totalmente equivocado, es sumamente
destructivo, porque conduce a mayor superficialidad, mayor vacuidad.
La mente que está atrapada en un método, continúa siendo mezquina,
porque no se interesa más que en su propio enriquecimiento, no se ha
comprendido. Mientras que, si la mente se da cuenta que es
superficial, y se pregunta por qué lo es, sin buscar una
explicación, una respuesta, entonces tiene lugar un proceso muy
diferente. Como dije, es como un jardinero que siembra una semilla y
la riega. Si el agua y el suelo son buenos y si la semilla tiene
vitalidad, echa un brote. Análogamente, si la mente se pregunta por
qué es superficial, y no busca una respuesta ni trata de hallar
modos y medios de enriquecerse, entonces esa pregunta misma produce
su propia explosión. Entonces hallaréis que llega un estado
totalmente distinto, en el cual la mente ya no está esforzándose
para lograr, para acumular; y una mente así no conoce deterioro.
Actualmente,
nuestras mentes están todas deteriorándose, y lo que importa, desde
luego, es poner fin a ese deterioro. Esto no puede hacerse buscando y
explicando simplemente la causa del deterioro. Mas, si se da uno
cuenta de este deterioro interno, y, sin buscar una respuesta, se
pregunta por qué existe el deterioro, entonces ese mismo inquirir es
un acto de escuchar. Para escuchar, tiene que haber humildad, y la
humildad limpia la mente del pasado; la mente es entonces fresca,
inocente, y por lo tanto es capaz de percibir la totalidad, lo
íntegro. Sólo una mente así es la que puede producir orden y crear
una nueva sociedad con valores enteramente diferentes de los que
existen ahora.
PREGUNTA: ¿Qué decís
sobre los Tapas13
y el Sandhana de que hablan los libros hindúes, para provocar la
cesación del pensamiento?
KRISHNAMURTI: Creo que es
un gran error el interpretar lo que os dicen los libros. Os ruego
sigáis esto, no estoy diciendo nada irracional. Los libros os dicen
que hagáis esto o aquello, y los libros pueden estar equivocados; y
es posible también que el pensamiento no pueda cesar nunca. Mas lo
que podéis hacer es descubrir directamente por vosotros mismos, sin
depender de ninguna persona o libro, si puede o no terminar el
pensamiento. Eso es mucho más vital, mucho más significativo, que
el practicar algún método que promete la cesación del pensamiento.
Ahora
bien, ¿por qué queréis que cese el pensamiento? ¿Es porque el
pensamiento es muy inquietante, contradictorio, pasajero? Y ¿cómo
sabéis que el pensamiento puede cesar? ¿Lo sabéis porque los
libros lo han dicho? ¿O está inquiriendo vuestra mente sobre todo
el proceso del pensar? ¿Comprendéis, señores? Nuestro problema
está en comprender el proceso del pensar, y no en cómo hacer cesar
el pensamiento. Podéis hacer cesar el pensamiento tomando una droga,
o aprendiendo unos cuantos artificios que llamáis meditación; pero
la mente seguirá torpe, trivial. Mientras que, si empezáis a
inquirir qué es el pensar, descubriréis si puede o no terminar el
pensamiento.
Veamos
muy claramente esto. Un método, por muy noble y prometedor que sea,
lo único que puede hacer es paralizar el pensamiento y mantenerlo en
una situación estática; pero eso no es la cesación del
pensamiento. No habréis hecha más que ahogarlo, ponerle una tapa.
En cambio, si empezáis a inquirir sobre todo el proceso del pensar,
descubriréis entonces lo que es ese proceso.
Pensar,
ciertamente, es la respuesta de la memoria al reto, siendo la memoria
la continuidad del pasado. Detrás del pensar hay ciertas presiones,
compulsiones, que tuercen el pensamiento. Cuando hay presión de
cualquier clase tras el pensar entendiendo por presión el
motivo, la compulsión, el impulso-, el pensamiento invariablemente
tiene que torcerse. Pero si la mente puede librarse de todas las
presiones, de todos los motivos, entonces hallaréis que la mente se
vuelve extraordinariamente quieta, y en esta quietud está la
cesación de lo que llamáis pensar. Si meramente deseáis la
cesación del pensamiento porque esperáis que ello resolverá todos
vuestros problemas, o porque los libros prometen una recompensa,
puede ser que consigáis aquietar mucho la mente; pero seguirá
siendo una mente pobre. Así pues, lo que nos concierne no es la
manera de poner término al pensamiento, sino poner término a la
pobreza, a la superficialidad; y para que la mente deje de ser pobre
tiene que estar libre de toda autoridad, de todo seguimiento, de modo
que sea capaz de pensar en forma nueva.
Señores,
para presentar el problema de modo distinto, una creencia colectiva
es muy destructora. Muchos de vosotros os llamáis hindúes, lo que
significa que aun estáis atados por los dogmas colectivos, las
tradiciones e influencias que os han hecho como sois. Donde haya
creencia colectiva, habrá deterioro, un proceso destructor estará
en marcha, y eso exactamente es lo que está sucediendo por todo el
mundo actualmente. Todos somos comunistas o socialistas, hindúes o
cristianos, esto o aquello, lo cual es la colectivización de la
creencia, y así no existe en absoluto la individualidad; y por eso
es muy importante ver el daño de la creencia colectiva. En la
percepción misma de ese daño, emerge lo individual. Sólo la mente
que no sea comunista ni capitalista, cristiana ni hindú, la mente
que no tenga compulsión, presión ni motivo tras de sí, sólo una
mente así puede estar sin pensamiento. Con la cesación del
pensamiento sobreviene una quietud como la de las aguas vivas, y en
esa quietud hay un vasto movimiento que no puede ser comprendido por
la mente que está impulsada por la presión, por el motivo. Todo lo
que practique una mente pobre sólo la hará todavía más pobre,
porque no se comprende a sí misma, no se da cuenta de su propia
pobreza; puede aprender nuevos artificios, nuevos medios o métodos,
pero aún será pobre. Todo lo que puede hacer una mente
insignificante es darse cuenta de que lo es, y no hacer nada sobre
ello. Cuando la mente se da cuenta de que es pobre, ya ha hecho todo
lo que puede hacer.
PREGUNTA: Decís que
el pasado tiene que cesar totalmente para que lo desconocido sea. Lo
he probado todo para estar libre de mi pasado, pero los recuerdos aun
existen y me arrebatan. ¿Significa esto que el pasado tiene una
existencia independiente de mí? Si no es así, os ruego me mostréis
como puedo liberarme de él.
KRISHNAMURTI: Ante todo,
¿es el pasado diferente del ‘yo’? ¿Es el pensador, el
observador, el experimentador, diferente del pasado? Lo pasado es la
memoria, todas las experiencias de uno mismo, las propias ambiciones,
el residuo racial, la tradición heredada, los valores culturales,
las influencias sociales; todo eso es el pasado, todo eso es la
memoria. Está ahí, tanto si somos conscientes como si somos
inconscientes de ello. Luego, ¿es la totalidad de todo eso diferente
del ‘yo’ que dice, ‘Quiero estar libre del pasado’?
Os
ruego sigáis esto pacientemente conmigo. Existe esta permanencia de
la memoria, que es extensa y profunda, y que está continuamente
respondiendo al reto. Pero, ¿es esta menoría diferente del ‘yo’,
o es el ‘yo’? ¿Comprendéis? Si no hubiera nombre, ni asociación
con la familia, con el pasado, con la raza, y todo lo demás, ¿habría
entonces un ‘yo’? ¿Habría un ‘yo’, un pensador, si no
hubiera pensamiento? ¿O decís que por encima del ‘yo’ está el
Atman, una entidad independiente que vigila sin cesar? Si hay
una entidad independiente, seguro que la mente que es dependiente es
incapaz de conocerla. ¿Comprendéis? La mente que es a la vez
dependiente del pasado y resultado de él, ha dicho que existe el
Atman, el que vigila desde arriba, que es libre,
independiente; pero aun es la mente dependiente la que lo ha dicho;
por lo tanto, lo que ella llama el Atman forma parte de la
mente, está dentro del campo de la memoria, de la tradición. Eso es
bastante obvio, ¿verdad? Se os educa mediante la tradición,
mediante la repetición, mediante la lectura, y todo lo demás, para
creer que existe algo que es independiente de este ‘yo’, algo
situado más allá de este campo de la memoria; pero un hombre
educado en Rusia dirá que no hay tal cosa, que todo eso es un
disparate, que sólo existe este ‘yo’. Somos pues todos el
resultado de nuestra educación, estamos condicionados por nuestro
pasado, por la cultura en que vivimos, por las influencias
religiosas, políticas y sociales en que nos hemos criado; y
presumir, postular, suponer que hay algo superior a este ‘yo’,
aunque puede haber, es una manera de pensar de lo más infantil y
falta de madurez, que ha conducido a mucha confusión y desdicha.
Así
pues, no hay ‘yo’ separado del pasado. El ‘yo’ es el pasado,
es la cualidad, la virtud, la experiencia, el nombre, la asociación
familiar, las diversas tendencias, tanto conscientes como
inconscientes, la herencia racial: todo eso es el ‘yo’, y la
mente no está separada de ello. El alma, el Atman, forma
parte de la mente, porque la mente ha inventado estas palabras.
El
problema es, entonces, ¿cómo puede la mente, que es resultado del
pasado, liberarse de su propia sombra? ¿Comprendéis? ¿Cómo puede
la mente, que es la totalidad de la memoria, liberarse del pasado?
¿Es ésa una pregunta correcta, señores? Creo que es una pregunta
errónea. Lo único que puede hacer la mente es darse cuenta del
pasado, de cómo deriva del pasado toda reacción, toda respuesta:
simplemente darse cuenta por completo de ello, sin el deseo de
cambiarlo, sin escoger lo que del pasado es bueno y sin rechazar lo
que es malo. Si la mente se esfuerza por terminar, por olvidar o
alterar el pasado, se separa de él y así crea una dualidad en la
cual hay conflicto; y ese conflicto mismo es el deterioro de la
mente. Mientras que, si la mente ve la totalidad de esta memoria, y
simplemente se da cuenta de ella, hallaréis entonces que ocurre algo
extraño. Sin esfuerzo, el pasado ha llegado a su fin.
Probadlo,
no porque yo lo diga, sino porque vosotros mismos los veis. Una mente
que es el resultado del pasado no puede liberarse de éste por su
propio esfuerzo. Todo lo que puede hacer es darse cuenta de sus
reacciones, darse cuenta de como acumula resentimiento, y luego
perdona; de cómo adquiere, y luego renuncia; de cómo escoge, y
queda entonces confundida en la elección. Una mente que elige es una
mente confusa. Daos cuenta de todo esto y hallaréis que la mente se
vuelve asombrosamente tranquila. Entonces no hay elección, porque la
mente ve lo equivocado de hacer algo para liberarse del pasado. De
esa percepción viene, no una libertad del pasado, sino un sentido de
libertad que puede hacer frente a ese pasado.
PREGUNTA: El más
vigoroso mandamiento subyacente en todas las religiones es: Ama a tu
prójimo. ¿Por qué es tan difícil de llevar a la práctica esta
sencilla verdad?
KRISHNAMURTI: ¿Por qué
es que somos incapaces de amar? ¿Qué significa amar a vuestro
semejante? ¿Es un mandamiento? ¿O es un simple hecho el de que, si
no os amo y no me amáis, sólo puede haber odio, violencia y
destrucción? ¿Qué nos impide ver el sencillo hecho de que este
mundo es nuestro, de que esta tierra es vuestra y mía, para que
vivamos en ella, no divididos por nacionalidades, por fronteras, para
vivir en ella feliz y fructíferamente, con deleite, con afecto y
compasión? ¿Por qué es que no vemos esto? Os puedo dar muchas
explicaciones, y vosotros podéis darme muchas mas, pero las meras
explicaciones nunca desarraigarán el hecho de que no amamos a
nuestro prójimo. Al contrario, es porque estamos siempre dando
explicaciones, señalando causas, que no podemos hacer frente al
hecho. Señaláis una causa, yo doy otra, y peleamos sobre causas y
explicaciones. Estarnos divididos como hindúes, budistas,
cristianos, esto o aquello. Decimos que no amamos debido a las
condiciones sociales, o porque es nuestro karma, o porque alguien
tiene mucho dinero mientras nosotros tenemos muy poco. Ofrecemos
innumerables explicaciones, muchas palabras, y en la red de las
palabras quedamos atrapados. El hecho es que no amamos a nuestro
prójimo, y nos da miedo encararnos con ese hecho, por lo cual nos
contentamos con explicaciones, con palabras, con la descripción de
las causas; citamos el Gita, la Biblia, el Corán,
cualquier cosa, para evitar el enfrentarnos con el sencillo hecho.
¿Comprendéis,
señoras y señores? ¿Qué pasa cuando hacéis frente al hecho y
sabéis por vosotros mismos que no amáis a vuestro prójimo? Vuestro
hijo es vuestro prójimo, no tenéis pues que ir muy lejos. No amáis
a vuestro hijo, y eso es un hecho. Si amaseis a vuestro hijo, lo
educaríais en forma enteramente diferente; lo educaríais, no para
que encajase en esta sociedad corrupta, sino para que fuese
autosuficiente, inteligente, y se diese cuenta de todas las
influencias en torno suyo que lo aprisionan, lo sofocan, y nunca le
permiten ser libre. Si amarais a vuestro hijo, que es también
vuestro vecino, no habría guerras entre Pakistán y la India, o
entre Alemania y Rusia, porque querríais protegerlo a él y no a
vuestra propiedad, a vuestra mezquina y pequeña creencia, a vuestra
cuenta bancaria, vuestro feo país o vuestra estrecha ideología. Así
pues, no amáis, y eso es un hecho.
La
Biblia puede deciros que améis a vuestro prójimo, y el Gita
y el Corán pueden deciros lo mismo, pero el hecho es que no
amáis. Ahora, cuando os encaráis con ese hecho, ¿qué ocurre?
¿Comprendéis? ¿Qué sucede cuando os dais cuenta de que no amáis,
y dándoos cuenta de ese hecho, no ofrecéis explicaciones ni
señaláis las causas de por qué no amáis? Esto es muy claro.
Quedáis con la desnuda realidad de que no amáis, que no sentís
compasión, que no dedicáis un solo pensamiento a otro. La forma
despectiva en que habláis a vuestros criados, el respeto que
mostráis a vuestro jefe, el profundo y reverente saludo con que
saludáis a vuestro gurú, vuestro afán de poder, vuestra
identificación con un país, vuestra búsqueda de los grandes, todo
esto indica que no amáis. Si partís de ahí, entonces podéis hacer
algo. Señores, si estáis ciegos y realmente lo sabéis, si no os
imagináis que ponéis ver, ¿qué sucede? Os movéis lentamente,
tocáis, palpáis; surge una nueva sensibilidad.
De
modo semejante, cuando sé que no tengo amor, y no pretendo que amo;
cuando me doy cuenta del hecho de que no tengo compasión, y no
persigo el ideal, cosas todas que son disparatadas, entonces, al
enfrentar ese hecho, aparece una cualidad diferente; y es esta
cualidad la que salva al mundo, no alguna religión organizada, ni
una ideología inventada por los astutos. Es cuando el corazón está
vacío que las cosas de la mente lo llenan; y las cosas de la mente
son las explicaciones de esa vacuidad, las palabras que describen sus
causas.
Así
pues, si realmente queréis hacer cesar las guerras, si realmente
queréis poner fin a este conflicto dentro de la sociedad, debéis
enfrentaros con el hecho de que no amáis. Podéis ir a un templo y
ofrecer flores a alguna imagen de piedra, pero eso no dará al
corazón esta extraordinaria cualidad de la compasión, del amor, que
sólo llega cuando la mente está en calma, y no es codiciosa,
envidiosa. Cuando os dais cuenta del hecho de que no tenéis amor, y
no lo eludís tratando de explicarlo, o de encontrar su causa,
entonces ese mismo darse cuenta empieza a hacer algo; trae
afabilidad, un sentido de compasión. Entonces hay una posibilidad de
crear un mundo totalmente distinto de esta caótica y brutal
existencia que ahora llamamos vida.
18 de marzo de 1956.
XVII
ME parece que una de las
cosas más difíciles en nuestra vida es comprender todo lo implicado
en el vivir, y en qué consiste todo ello. Con sus placeres y
pesares, su variedad de experiencias, su pugna y tensión, este
enorme proceso que llamamos vivir tórnase sumamente complejos y tal
vez muy pocos de nosotros lo comprendemos por completo. En este vasto
proceso, hay muchos problemas, unos impersonales, fuera de nosotros,
y otros que están íntimamente relacionados con el individuo, que
casi nunca tomamos en consideración. ¿Por qué realizamos cualquier
acción, y cuál es su significado, cuáles son sus implicaciones?
Existe una tal cosa como lo absoluto, lo que no tiene medida, y hay
alguna relación entre esa inmensidad y nuestra vida cotidiana? Todas
estas cosas las mantenemos en compartimentos herméticamente
cerrados, y luego tratamos de encontrar una relación entre ellas.
Desgraciadamente, se nos educa, no para comprender todo el sentido de
la vida, sino únicamente para tener un empleo, para realizar alguna
acción inmediata, para ganarnos la vida: y así la mente es incapaz
de pensar hondamente sobre ninguna cuestión.
Mas
no creo que el problema de la acción inmediata, el problema de lo
que hay que hacer, ya sea en este país o en cualquier otro, pueda
divorciarse de la indagación sobre si existe una cosa tal como lo
absoluto, lo inconmensurable, algo que esté más allá del campo de
la mente; porque, sin esta indagación, creo que la mera acción, por
satisfactoria y necesaria que sea, no conducirá más que a nueva
desdicha. Si queremos comprendernos unos a otros, creo que debe
quedar muy claro este punto. Nuestro problema fundamental no es el de
aun hay que hacer, sino más bien cómo despertar la creatividad del
individuo; esto es, la manera de no quedar tan envueltos en la acción
inmediata, que se niegue o deje de lado el inmenso significado de
esta liberación creadora. Después de todo, ¿por qué es que
estamos escuchando? Seguramente que no es para que se nos diga lo que
hay que hacer, sino más bien, si somos siquiera algo serios y
reflexivos, para descubrir juntos no como discípulo y maestro,
sino juntos- como queda atrapada la mente en todas las
diversas influencias a que está sometida, y se vuelve así incapaz
de honda indagación. Sin honda investigación, sin búsqueda, puede
uno producir resultados inmediatos que causen temporario alivio; mas
ésta puede ser la causa de más desdicha, de más lucha.
Creo
pues que es muy importante que cada uno de nosotros descubra por sí
mismo que es en última instancia lo que quiere, y si hay tal cosa
inmensurable, en la comprensión de lo cual su actividad presente
tendrá un sentido muy distinto. Para mí, indudablemente, la
inmediata actividad tiene significado solo en la comprensión de esa
inmensidad, llámesela Dios, verdad, realidad, o como queréis, e
interesarse en el cambio o la reforma inmediata, divorciada de lo
otro, no tiene sentido alguno.
Para
los más de nosotros, la vida es principalmente el proceso de ganar
un sustento, con sus constantes presiones económicas y sociales, y
las complejas exigencias de las relaciones individuales. Estamos
atrapados en este proceso y tratamos de hacer algo dentro de su
campo, tratamos de ser nobles, no violentos, y todo lo demás. Parece
que somos incapaces de inquirir sobre toda esta cuestión, de hallar
su significado en un nivel más profundo. ¿Por qué, pues, no es uno
capaz de profunda investigación? Creo que ésta es una pregunta
legítima para que todos nos la formulemos. ¿Por qué es que
aparentemente somos incapaces de penetrar en las cuestiones más
profundas de la vida? ¿Por qué es que ni siquiera hacemos preguntas
fundamentales? ¿Es que estamos obstaculizados por la llamada
educación, por la sociedad, por nuestras relaciones, por nuestras
propias miserias y conflictos? ¿Qué es lo que efectivamente
obstruye o impide esta inquisición? Y ¿somos obstaculizados o es
que sencillamente somos incapaces de verdadera indagación?
Estamos
tratando de descubrir si puede haber una liberación creativa del
individuo, de modo que la mente sea capaz de constante investigación,
de penetrar a extraordinarias profundidades, no en teoría o en
abstracto, sino de hecho. ¿Está obstaculizada por nuestro propio
pensar esta capacidad de sondear, de penetrar a fondo? ¿O no existe
en nosotros en absoluto?
Sabemos
cuándo se nos obstruye, sabemos lo que esta palabra significa.
Cuando quiero hacer algo, tengo conciencia de que me obstaculiza, me
lo impide, me estorba la sociedad, alguna persona de mi relación o
un acto particular; o bien hay un obstáculo inconsciente. Esta
obstrucción consciente o inconsciente puede ser el factor que está
impidiendo a la mente penetrar a grandes profundidades. ¿Existe la
obstrucción por el hecho de ser tan superficial nuestra educación
que no podemos inquirir profundamente? ¿Es porque lo que llamamos
nuestro adiestramiento intelectual es tan limitado o especializado,
que nuestras mentes no pueden penetrar profundamente, o plantear
cuestiones realmente fundamentales?
Nuestra
educación es ahora mero cultivo de la memoria, es la repetición de
frases, palabras, el aprendizaje de técnicas; es tan superficial
como el encender una lámpara. Con una mente educada así, tratamos
de inquirir; y nos sentimos obstaculizados, incapaces de hacer una
pregunta realmente seria y de ahondar en ella solos. Ahora bien,
¿existe el obstáculo, o es que no tenemos capacidad para inquirir?
Creo que hay diferencia entre ambas cosas. Puede ser que yo
obstaculice mi propia inquisición mediante diversos temores,
frustraciones, y todo lo demás; o puede ser sencillamente que yo no
tenga la capacidad de inquirir con persistencia, de ahondar a gran
profundidad y descubrir algo extraordinariamente importante que
arrojará luz sobre mis actividades diarias.
¿Qué
entendemos por capacidad de inquirir? ¿Puede penetrar a grandes
profundidades una mente que haya sido adietó traca, educada para
pensar sólo superficialmente? Es evidente que no. Después de todo,
el hombre que ha leído el Gita el Corán, o lo que
queráis, y que conoce todas las respuestas hechas; el hombre que ha
comparado los diversos maestros, y que ha aprendido un astuto modo de
abordar todo problema ha adquirido un conocimiento que es muy
superficial. Repite lo que otros han escrito, y esta repetición, que
es tradicional vuelve a la mente muy trivial. Si habla uno con un
hombre que sea erudito, que haya leído todos los Shastras,
que esté familiarizado con las enseñanzas de Buda y Shankara, que
tenga gran conocimiento así como la facultad de expresión, y que
por lo tanto se haya convertido en prominente autoridad, si habla uno
con semejante hombre, vera que su mente es muy superficial. Un hombre
así nunca se ha planteado una cuestión fundamental, ni ha
encontrado por sí mismo la verdad de ella; siempre está citando
alguna autoridad. También a nosotros se nos adiestra para ser así,
y por lo tanto la mente es muy superficial, limitada, pobre; y con
una mente así tratamos de inquirir. Mas yo digo que una mente
superficial no puede penetrar muy hondo, ni plantear cuestiones que
tengan profundo significado. ¿Qué va uno, pues, a hacer? Creo que
éste es vuestro problema si realmente pensáis sobre ello.
Digámoslo
de otro modo. Vemos gran confusión en torno nuestro, no sólo entre
los expertos, las autoridades, sino también entre nosotros y en
nuestro propio pensar, hay muchas organizaciones políticas,
sociológicas, y las llamadas religiosas, y la mayoría de nosotros
nos unimos a una u otra de ellas, sumiéndonos en sus tareas, porque
creemos que tienen la respuesta final. Llegamos, pues, a depender de
organizaciones, o de líderes que nos ofrecen una seguridad; ellos
saben, y por lo tanto nosotros seguimos, imitamos, pertenecemos a
estos diversos grupos. Todo esto indica, ¿no es cierto?, una mente
que no es solitaria, independiente, una mente que es incapaz de
pensar un problema a fondo por sí misma, porque es dependiente.
Desde el momento en que la mente empieza a depender, queda
incapacitada para inquirir; como un niño que depende de su madre,
una mente tal no es libre para indagar.
Así,
la mente se hace incapaz de honda penetración por la dependencia de
organizaciones y autoridad, por lo que llamamos educación, cultura,
por nuestra propia constante ambición, nuestro deseo de poder,
posición y prestigio. Si observáis en efecto vuestra propia mente
repito esto con todo respeto- veréis cuán incapaz es de
verdadera penetración en lo que puede llamarse verdad, o Dios.
Probablemente nunca se ha preguntado vuestra mente en qué consiste
todo esto de la vida, y, cuando se lo pregunta tiene una respuesta
según Buda, Cristo, Shankara, los Upanishads, o lo que
queráis, de modo que queda satisfecha. Sólo la mente que es
independiente, que es realmente libre, puede penetrar a grandes
profundidades sin buscar ningún resultado estúpido. Pero nuestras
mentes no son así; y hasta que no lo sean, nuestra vida tendrá muy
escaso sentido, solo podrá provocar más guerras, más
desesperación, más caos, como lo demuestra el mundo de hoy.
¿Es
pues posible para vosotros y para mí, que no tenemos capacidad para
ello, penetrar hondamente? Y sin esa capacidad, ¿tiene algún
significado para nosotros el inquirir en aquello que puede ser la
respuesta final a todos nuestros problemas? Por cierto, tenéis que
haberos formulado esta pregunta. Si no, ahora la formulo yo. Al fin y
al cabo, si no tenéis capacidad para inquirir, ¿de qué sirve
seguir a alguien? Por ese mismo seguimiento os volvéis más
dependientes, y por tanto menos capaces de inquirir. Ser capaz de
inquirir profundamente, requiere una mente que esté sola por
completo, sola en el sentido de que no se la empuje en ninguna
dirección, que no sea movida por la ansiedad de la acción
inmediata, de la reforma y la demanda inmediatas. ¿Que debe uno,
pues, hacer?
Como
veis, la dificultad para la mayoría de nosotros está en que
queremos una prueba tangible de que hemos llegado; queremos que se
nos asegure un resultado, queremos que se nos diga que hemos
cambiado, que somos buenos, o que somos entidades sociales eficaces.
Para mí, todas estas cosas carecen de importancia, porque veo que la
capacidad de inquirir, de descubrir lo que es la verdad, no puede ser
cultivada. Lo único que puede hacer la mente es darse cuenta de que
es incapaz de inquirir, y no seguir imitando, copiando. Señores, es
como dejar la ventana abierta; entonces el aire puro entra cuando
quiere, si existe ese aire puro. Del mismo modo, lo único que puede
uno hacer es dejar abierta la ventana de la mente, no preguntar cómo
se deja abierta, sino dejarla abierta en realidad. Espero veáis la
diferencia entre las dos cosas. Preguntar: ‘¿Cómo voy a dejar
abierta la ventana de la mente, para que pueda penetrar la
realidad?’, sólo os hace incapaces de dejarla abierta. Cuando
queréis saber el ‘cómo’, el método, sois un seguidor del
método, y os convertís en un esclavo del método. Cualquier método
no puede producir más que su propio resultado, que no es abrir la
mente la mente estará abierta desde el momento en que realmente
comprendáis esto. Entonces veréis que vuestra indagación ya no
tiene un objeto particular; y como la mente está abierta, libre de
todo sistema, es capaz de recibir algo inmensurable. Sobre esa cosa
inmensurable no cabe hablar, no tiene sentido que se limite uno a
leer sobre ella y repetirlo. Tiene que ser vivenciada; y esa vivencia
misma produce una acción en el mundo, sin la cual esta existencia
carece de todo sentido, excepto el de producir más miseria.
Al
fin y al cabo, ¿qué es lo que todos queremos? La vida, con su
constante cambio, su lucha, su variedad de experiencias, es muy
fugaz; y la mente dice, ‘¿Es esto todo?’ Cuando se hace esta
pregunta, generalmente acude a un libro, o a una persona, y por ello
queda presa de la autoridad, porque la mente se satisface con mucha
facilidad con las palabras. Pero cuando la mente no se satisface con
palabras, con explicaciones, sino que procede a ahondar, a inquirir
libremente, tranquilamente, sin presión alguna, entonces surge ese
extraordinario algo el nombre no importa- que resolverá todas
las complejidades de nuestra vida.
Señores,
¿qué es un problema? ¿No existe acaso el problema sólo cuando la
mente le ha proporcionado el terreno para arraigar? Si no hay suelo
en que el problema eche raíces, entonces podéis enfrentaros con el
problema. Al presente, la mente tiene tantos problemas arraigados,
que no es más que un semillero de problemas. Así, la cuestión es,
no cómo resolver algún particular problema, sino, si es posible que
la mente no proporcione el terreno a los problemas. En cuanto la
mente prepara el terreno, el problema arraiga y se desarrolla. Ahora
bien, escuchad esto y comprendedlo. No preguntéis la manera de no
proporcionar el terreno a los problemas, sino ved que un problema
existe solamente cuando hay terreno en la mente para que el problema
arraigue. Simplemente el ver y comprender ese hecho es suficiente
para disolver el problema.
PREGUNTA: De lo que
dijisteis el domingo pasado, infiero que creéis que no amamos a
nuestros hijos. ¿No sabéis, señor, que el amor por nuestros hijos
es uno de los mayores y más hondamente arraigados afectos humanos?
Ciertamente que comprenderéis cuan incapacitados estamos
individualmente para hacer nada sobre la guerra y la paz.
KRISHNAMURTI: Si amáramos
a nuestros hijos, no habría guerras, porque nuestra educación sería
enteramente distinta, y crearíamos una clase de sociedad totalmente
diferente. Pero ya que hay guerras y nuestra sociedad está en
perpetuo conflicto dentro de sí misma, estando cada hombre en contra
de otro, ello indica que no amamos a nuestros hijos. Esto es lo que
dije el domingo pasado, y creo que es un hecho. Decís que vuestro
amor por los hijos es grande y hondamente arraigado; pero el hecho es
que os acogotáis unos a los otros. Hay ambición, y cuando el hombre
es ambicioso, no hay amor en su corazón; cuando estimula a su hijo a
escalar los peldaños del éxito y llegar a la cúspide, es evidente
que lo incita a ser despiadado. Ciertamente que todo esto indica que
no hay amor ¿no es verdad?
Al
fin y al cabo, como padre, sois también maestro, porque vuestro hijo
vive con vos; lo adiestráis, él os sigue, se forma a vuestra
imagen. En la escuela está el maestro, pero vos sois el maestro en
el hogar, y enseñáis al niño a base de órdenes y prohibiciones,
obligándolo a imitar, a copiar, a seguir vuestros pasos y llegar a
ser alguien en la sociedad. Todo lo que es preocupa es la seguridad
del chico, que es la vuestra propia; queréis que sea respetable, que
se gane la vida, que se ajuste a las exigencias del orden social
existente. A eso lo llamáis amor; y ¿es amor? ¿Qué significa amar
a un niño? Por cierto, no significa animarlo a que se convierta en
vuestra pequeña imagen, moldeada por la sociedad, por lo que se
llama cultura; significa, más bien, ayudarle a crecer libremente. Ha
adquirido ciertas tendencias, ha heredado de vosotros ciertos
valores, de modo que no puede ser libre desde el principio; pero
amarlo es ayudarlo desde el principio a liberarse constantemente, de
modo que llegue a ser un verdadero individuo, no simplemente una
máquina de imitar.
Si
amáis a vuestro hijo, lo educaréis, no para que se conforme a la
sociedad, sino para crear su propia sociedad, que puede ser
totalmente diferente de la actual; lo ayudaréis a tener, no una
mente tradicional, sino una mente que sea capaz de inquirir sobre el
significado de todas las influencias culturales, sociales, religiosas
y nacionales que le rodean, sin dejarse atrapar en ninguna de ellas,
de modo que su mente esté libre para descubrir qué es lo verdadero.
Ciertamente, eso es verdadera educación. Entonces el niño se
desarrollará como un ser humano libre, autosuficiente y capaz de
crear su propio mundo, una clase de sociedad totalmente diferente;
teniendo confianza, la capacidad para elaborar su propio destino, no
deseará vuestra propiedad, vuestro dinero, vuestra posición,
vuestro nombre. Pero ahora es al contrario; esperáis que vuestro
hijo continúe con vuestra propiedad, con vuestra riqueza, con
vuestro nombre, y es a eso a lo que llamáis amor.
¿Que
puede hacer el individuo sobre todo esto? Desde luego, únicamente el
individuo es quien puede hacer cambiar el mundo, el individuo que
siente muy intensamente que es necesario producir un nuevo tipo de
educación un nuevo modo de vivir. Empieza con el individuo, con
aquellos de vosotros que realmente sientan la importancia de estas
cosas. Quizá no podáis impedir una guerra inmediata, pero podéis
impedir guerras futuras si veis por vosotros mismos, y si ayudáis a
vuestros hijos a ver la estupidez de las guerras, de las divisiones
de clase, del conflicto social. Pero desgraciadamente, la mayoría de
nosotros no se da cuenta de las implicaciones de todo esto, lo que
significa que la nueva generación es una imitación de nosotros
mismos en forma modificada, y así no hay nuevo mundo. Es sólo
cuando amemos a nuestros hijos en el verdadero sentido de la palabra,
que crearemos el tipo apropiado de educación, y con ello pondremos
fin a la guerra.
PREGUNTA: ¿Qué es la
belleza?
KRISHNAMURTI: Al explorar
esta cuestión ¿estamos buscando una explicación, el significado de
esa palabra según el diccionario? ¿O es que tratamos de percibir el
pleno significado de la belleza? Si estamos meramente buscando una
definición, entonces no seremos sensibles a lo que llamamos belleza.
Por cierto, la mente tiene que ser muy sencilla para apreciar lo que
es bello. Seguid esto un poco, por favor. Estoy pensando en voz alta,
explorando a medida que avanzo. La mente tiene que ser sensible, no
sólo para lo que cree es bello, sino también para lo que es feo;
tiene que ser sensible a los pueblos sucios, a las chozas lo mismo
que a los palacios y a los hermosos árboles. Si la mente es sensible
sólo a lo bello, entonces no es sensible en absoluto. Para ser
sensible tiene que estar abierta tanto a lo feo como a lo bello. Eso
es así, evidentemente. Buscar la belleza y rechazar lo que no es
bello hace insensible a la mente. Para sentir lo que es feo (que
puede no serlo), y lo que es bello (que puede carecer de belleza),
tiene que haber sensibilidad: sensibilidad a la pobreza, al hombre
sucio que va sentado en el ómnibus, al pordiosero, al cielo, a las
estrellas, a la tímida luna nueva.
Pero,
¿cómo va a manifestarse esta sensibilidad? Puede surgir tan sólo
cuando hay abandono, no abandono calculado, sino el que viene cuando
no hay autorrealización. Veis que no puede haber abandono sin
austeridad. Pero no es la disciplinada austeridad del asceta, porque
el asceta está buscando poder, y por consiguiente es incapaz de
abandono. Sólo puede haber abandono cuando hay amor; y el amor sólo
puede manifestarse cuando el ‘yo’ no es dominante. Así, la mente
ha de ser muy sencilla, inocente, no hecha inocente. La inocencia no
es un estado que haya de producirse por la disciplina, por el
control, por ninguna forma de compulsión o represión. La mente es
fresca, inocente, sólo cuando no esta repleta con los recuerdos de
muchos siglos; y esto implica, seguramente, una extraordinaria
sensibilidad, no sólo para una parte de la vida, que llamamos
belleza, sino también para las lágrimas, para el sufrimiento, para
la risa, para las chozas de los pobres, y para los cielos abiertos,
es decir, para la totalidad de la vida.
PREGUNTA: Nos estáis
ayudando a comprender el funcionamiento de nuestras propias mentes, y
a ver cuán poco inteligentemente estamos viviendo; más, en una
sociedad industrial, ¿es posible practicar lo que decís?
KRISHNAMURTI: Señor, lo
que yo digo no puede ser practicado, porque no hay nada que
practicar. Desde el momento en que practicáis algo, vuestra mente
queda atrapada de esa práctica, y por tanto se hace torpe, estúpida.
La práctica crea hábito, y, sea él bueno o malo, es siempre
hábito; y una mente que es mero instrumento del hábito, no es
sensible, es incapaz de penetración, de indagación, de búsqueda
profunda. Y sin embargo, toda vuestra tradición y educación
consisten en practicar, practicar, practicar, lo que significa que os
interesáis, no en ayudar a la mente a ser sensible, profunda,
flexible sino en aprender unos cuantos artificios, de manera que no
seáis perturbados. Si alguien ofrece un método que os permita no
ser perturbados, practicáis ese método, y al practicarlo adormecéis
la mente. Por cierto la mente que está alerta, vigilante, que
inquiere, no necesita práctica alguna.
Y
¿qué es aquello de que estamos hablando? Estamos diciendo que a
menos que os comprendáis a vosotros mismos, cualquier sociedad, sea
industrial o de otra clase, va a destruiros; y efectivamente estáis
siendo destruidos, aplastados, hechos in creativos. Salvo que
comprendáis todo el contenido de vuestro ser, los motivos, los
impulsos, las modalidades de vuestro pensamiento, salvo que conozcáis
toda la sustancia y hondura de vuestra mente, poco a poco os
convertiréis en otra máquina, simplemente, que es lo que
actualmente está pasando. Lenta, indefectiblemente, se os está
conviniendo en máquinas, máquinas que están creando problemas.
Así
pues, lo que importa es que os comprendáis a vosotros mismos, que
comprendáis las modalidades de vuestra propia mente; pero no
mediante la introspección o el análisis tanto si lo hace un
analista como si lo hacéis vosotros-, ni leyendo libros sobre la
mente. Las modalidades de la mente han de comprenderse en nuestras
relaciones cotidianas, lo que significa ver lo que efectivamente
somos, sin distorsión, como vemos nuestros rostros en el espejo.
Pero destruimos la comprensión de lo que somos en cuanto comparamos
o condenamos, rechazamos o aceptamos. Es simplemente viendo lo que es
como la mente se libera; y sólo en la libertad se manifiesta eso que
puede llamarse Dios, verdad, o como queráis.
Señores,
cuando uno comienza a comprenderse a sí mismo, ese comienzo mismo es
el momento de la libertad; y por eso es muy importante no tener un
gurú, ni convertir en autoridad a ningún libro; porque sois
vosotros quienes creáis la autoridad, el poder, la posición.
Lo importante es comprenderos a vosotros mismos. Podéis decir:
‘Bueno, eso ya se ha dicho antes, muchos maestros lo han dicho’;
pero el hecho es que no nos conocemos. Cuando empezáis a descubrir
la verdad sobre vosotros mismos, hay algo enteramente nuevo, y esta
calidad de nuevo sólo puede surgir a través del autodescubrimiento
de instante en instante. No hay continuidad en el descubrimiento;
todo lo que hayáis descubierto tiene que perderse para hallar otra
vez lo nuevo. Si la mente hace esto realmente, entonces veréis que
llega una extraordinaria calidad: la calidad de una mente que está
completamente sola, sin influencias, que carece de motivo; y una
mente semejante es la única que puede recibir algo que nunca se ha
conocido antes. Tiene que haber libertad de lo conocido para que lo
desconocido se manifieste; y todo este proceso es meditación. La
mente meditativa es la única que puede descubrir algo que el más
allá de sí misma.
21 de marzo de 1956.
XVIII
ME parece que, en todo el
mundo, hay muy poco respeto por el individuo; y, sin este respeto, el
individuo queda totalmente aplastado, que es lo que está ocurriendo
en la moderna sociedad. Es evidente que hay que producir un ambiente
social distinto, pero no creo que comprendamos cuán importante es
que el individuo sea libre; esto es, no vemos la importancia de que
el individuo indague, que busque y se libere. Al fin, es sólo el
individuo que puede encontrar la realidad, sólo él puede ser una
fuerza creadora en esta sociedad que se desmorona; y no creo que
comprendamos plenamente cuán urgente es que, como individuos,
descubramos por nosotros mismos una manera de vivir disociada de las
influencias culturales, sociales y religiosas que nos circundan. Si
percibiéramos la importancia del individuo, jamás tendríamos
líderes ni seriamos seguidores. Seguimos sólo cuando hemos perdido
nuestra individualidad. Hay conductores sólo cuando, como
individuos, estamos confusos, y somos por tanto incapaces de
discernir claramente nuestros propios problemas, y actuar sobre
ellos. Actualmente no somos individuos, somos el mero residuo de
influencias colectivas, de impresiones culturales y de restricciones
sociales. Si observáis atenta y cuidadosamente el funcionamiento de
vuestra propia mente, veréis que pensáis de acuerdo con la
tradición, con los libros, con los líderes o gurús, lo que
significa que el individuo ha cesado por completo; y por cierto, es
sólo el individuo quien puede crear algo nuevo.
Ahora
bien, ¿por qué es que hemos perdido el respeto por el individuo?
Hablamos mucho sobre la importancia del individuo; todos los
políticos hablan sobre ello, incluyo los de la sociedad colectiva
tiránica, justamente como los diversos líderes religiosos hablan de
la importancia del alma. Pero, ¿cómo es que, de hecho, el individuo
es oprimido, se pierde totalmente? No sé si este es un problema para
alguno de vosotros; pero, si podemos prestar suficiente atención
esta tarde, acaso podamos surgir de entre la masa de influencias
colectivas, emerger efectivamente de ella, y descubrir por nosotros
mismos lo que es ser individuos reales, seres humanos totalmente
integrados.
Creo
que una de las razones fundamentales del hecho de haber dejado de ser
individuos, es que buscamos poder; todos queremos ser alguien, aun en
la casa, en el piso, en la habitación. Así como las naciones crean
la tensión del poder, así cada ser humano por su parte trata
eternamente de ser algo en relación con la sociedad; quiere que se
le reconozca corno un gran hombre, como un burócrata capaz, como un
talentoso artista, como una persona espiritual, etc. Todos queremos
ser algo, y el deseo de ser algo surge del ansia de poder. Si os
examináis a vosotros mismos, veréis que lo que queréis es éxito,
y que se reconozca vuestro éxito, no sólo en este mundo, sino en el
próximo, si es que hay un mundo próximo. Queréis que se os
reconozca, y para ese reconocimiento, dependéis de la sociedad. La
sociedad sólo reconoce a los que tienen poder, posición, prestigio;
y lo que buscamos la mayoría de nosotros es la vanidad, la
arrogancia del poder, la posición, el prestigio. Nuestro hondo
motivo subyacente es el orgullo del logro, y este orgullo se
manifiesta de diferentes maneras.
Pero,
mientras estemos buscando poder en cualquier dirección, la
individualidad real queda aplastada, no solo nuestra propia
individualidad, sino también la de otros. Creo que este es un hecho
psicológico fundamental en la vida. Cuando tratamos de ser alguien,
ello significa que deseamos ser reconocidos por la sociedad; por
consiguiente nos convertimos en esclavos de la sociedad, en meros
engranajes de la máquina social, y de ahí que dejemos de ser
individuos. Creo que ésta es una cuestión fundamental, que no se
puede dejar prontamente de lado. Mientras la mente busque cualquier
forma de poder: poder a través de una secta, poder mediante el
conocimiento, poder mediante la riqueza, poder mediante la virtud,
tiene que engendrar invariablemente una sociedad que destruirá al
individuo, porque entonces la mente humana está atrapada y educada
en un ambiente que fomenta la dependencia psicológica del éxito. La
dependencia psicológica es incompatible con la mente clara, ésta es
independiente, incorrupta y es la única capaz de pensar profunda e
individualmente los problemas, con independencia de la sociedad y de
sus propios deseos.
La
mente está, pues, perennemente tratando de ser algo, e incrementando
de ese modo su propio sentido de poder, de posición, de prestigio.
Del impulso a ser algo surge el dirigismo, el seguimiento, el culto
al éxito; y de ahí que no haya honda percepción individual de la
realidad interna. Si uno ve efectivamente todo este proceso, ¿será
posible entonces cortar de raíz la propia búsqueda de poder?
¿Comprendéis el sentido de esa palabra ‘poder’? El deseo de
dominar, de poseer, de explotar, de depender de otro, todo eso está
implícito en esta búsqueda de poder. Podemos hallar otras y más
sutiles explicaciones, pero el hecho es que la mente humana busca
poder; y en la búsqueda de poder pierde su individualidad.
Así
pues, ¿cómo se puede eliminar esta demanda de poder, que engendra
arrogancia, orgullo, vanidad? La mente busca siempre adulación, pone
su énfasis sobre sí misma, todas sus actividades son egocéntricas;
y ¿Cómo va a extirpar estas cosas de raíz? No sé si habéis
pensado sobre este problema de cómo estar totalmente libre del ansia
de poder, pero creo que valdrá la pena ahondar en esto esta noche.
Existe
el deseo de ser alguien en este mundo, o de ser alguien
espiritualmente. Y, ¿es siquiera posible ver esto y extirparlo, de
modo que nunca sigamos a un líder, que no tengamos sentido de
autoimportancia, y que no queramos ser alguien en el mundo político
o en cualquier otro? ¿Podemos ser nadie, aun cuando toda la
corriente de la existencia se mueva de otro modo, apremiándonos
desde la niñez a que seamos alguien? Toda nuestra educación es
comparativa; siempre nos estamos comparando con alguien, cosa que
también es la búsqueda de poder y posición. Y ¿puede uno
desprenderse de este espíritu competitivo, no poco a poco, no
gradualmente a través del tiempo, sino por completo e
instantáneamente, como se corta la raíz de un árbol y se lo
destruye? ¿Puede hacerse esto, o hemos de tener tiempo para salvar
la brecha entre lo que es y lo que debería ser?
Creo
que todos comprendemos lo que significa este deseo de ser algo, que
produce imitación y destruye la verdadera individualidad, la clara
percepción; de modo que no necesito entrar en más detalles esta
tarde. Ahora bien, ¿puede ser destruido este deseo, eliminado
instantáneamente, o necesita ello tiempo, lo que llamamos evolución?
Tal como actualmente estamos educados, decimos que es cuestión de
tiempo, de acercarnos gradualmente al estado ideal en que no hay
deseo de poder, y en el que la mente está del todo integrada. Es
decir, estamos aquí, y tenemos que llegar allá, a lo
que está en alguna parte muy lejos; hay pues una brecha, un
intervalo entre los dos, y por eso tenemos que luchar, tenemos que
alejarnos de aquí para llegar allá, lo que requiere
tiempo. Para mí, esta idea de que la raíz del deseo es algo que
puede ser destruido con el tiempo, es totalmente falsa. Debe ser
eliminada inmediatamente, o nunca podrá eliminarse; y si prestáis a
esto plena atención, lo veréis por vosotros mismos. Escuchad por
favor, no meramente lo que digo, sino lo que efectivamente está
sucediendo en vuestra mente mientras hablo: la reacción, el proceso
psicológico que en vosotros despiertan mis palabras, mi descripción.
Es
obvio que cada uno de nosotros quiere ser algo; y vemos que ese deseo
de ser algo engendra antagonismo, arrogancia, crimen. También vemos
que trae una estructura social que estimula ese mismo deseo, y en la
cual el individuo deja de existir, porque la mente queda atrapada en
la organización del poder. Viendo todo este proceso, ¿puede
desaparecer por completo el deseo de ser algo? Desde luego que sólo
cuando la mente es capaz de completo y directo pensar, no influido
por ninguna actividad egocéntrica, es cuando puede descubrir qué es
lo real; y estando atrapada en este deseo extraordinariamente
complejo de ser algo, ale es posible a la mente liberarse por
completo? Si el problema y sus implicaciones están claros, podemos
seguir adelante. Pero si decís: ‘Tomará tiempo liberarse del
deseo de ser algo’, entonces ya estaréis considerando el problema
con un prejuicio, con lo que se llama una mente educada. Vuestra
educación, o el Gita, o vuestro gurú, os han dicho
que ello tomará tiempo; así, cuando abordáis el problema ya tenéis
una opinión preconcebida sobre él.
Ahora
bien, ¿le es posible a la mente eliminar instantáneamente este
deseo de ser algo, y por lo tanto no volver a crear jamás un líder,
por haberse convertido en un secuaz? Es el secuaz quien crea al
líder, de otro modo no hay líder; y en cuanto os convertís en un
secuaz, sois una entidad imitadora, por lo que perdéis la
individualidad creadora. ¿Puede pues, la mente eliminar por completo
este sentido de seguimiento, este sentido de tiempo, este querer ser
algo? Podéis eliminarlo sólo cuando le concedéis toda vuestra
atención. Os ruego veáis esto. Cuando le concedéis vuestra entera
atención y sois por completo observador, cuando os dais plena cuenta
del hecho de que la mente está buscando poder, posición, de que
quiere ser algo, sólo entonces podéis estar libre. Explicaré qué
entiendo por ‘atención completa’.
La
atención no ha de ser forzada, regulada; la mente no ha de ser
forzada a prestar atención a algo. Os ruego consideréis esto, si
hacéis el favor. Desde el momento en que tengáis un motivo para la
atención, no habrá atención, porque el motivo es más importante
que el prestar atención. Para que cese por completo el deseo do ser
algo, se debe prestar atención completa a ese deseo. Pero no podéis
prestarle completa atención si hay alguna motivación intención de
eliminar ese deseo con el fin de lograr alguna otra cosa; y nuestras
mentes están adiestradas, no para prestar atención, sino para
obtener de la atención un resultado. Sólo prestáis atención
cuando sacáis algo de ello; pero aquí semejante atención es una
obstrucción, y creo que es muy importante comprender esto desde el
principio mismo. Cualquier forma de atención que tenga un objetivo,
se convierte en desatención, engendra indolencia; y la indolencia es
uno de los factores que impiden la eliminación inmediata del deseo
de que hablamos. La mente puede eliminar un particular deseo sólo
cuando le concede completa atención; y no puede prestarle completa
atención mientras esté buscando un resultado. Ese es uno de los
factores de la desatención; y otro factor es cualquier forma de
explicación, de verbalización. Es decir, no puede haber atención
mientras la mente tenga explicaciones de por qué está buscando
poder, posición, prestigio. Cuando estáis tratando de explicar la
causa de todo eso, hay desatención; por consiguiente, nunca
hallaréis libertad por medio de la explicación.
No
hay atención mientras estéis comparando lo dicho sobre este
problema por diversas autoridades, por Shankara, Buda, Cristo, o X, Y
y Z. Cuando vuestra mente está llena del conocimiento de otras
personas, de la experiencia de otros, cuando depende de guías, de
sanciones, no puede haber atención. Ni hay atención si juzgáis o
condenáis, cosa que es bastante evidente. Si condenáis una cosa, no
podéis comprenderla. Y no puede haber atención cuando hay un ideal,
porque el ideal crea dualidad. Os ruego veáis esto. El ideal crea
dualidad, y en esa dualidad quedamos atrapados, especialmente en este
desdichado país, donde todos tienen ideales. Todo el mundo habla
sobre el ideal del gurú, el ideal de la no violencia, el
ideal del amor al prójimo, el ideal de la vida una; y todo el tiempo
estáis negando eso mismo en vuestro vivir. ¿Por qué, pues, no
desechar el ideal? En cuanto tenéis un ideal, tenéis dualidad, y en
el conflicto de esa dualidad la mente queda atrapada. El hecho es que
existe este deseo de poder, este orgullo de ser algo, y sólo puede
eliminarse instantáneamente, no a través del proceso del tiempo,
sino sólo cuando la mente se da cuenta de el sin ser distraída por
el ideal. El ideal es una distracción, que origina desatención.
Espero
que ahora estéis prestando completa atención al problema, no porque
yo os lo diga, sino porque veis por vosotros mismos el pleno
significado de este deseo de ser algo. Si la mente presta completa
atención al problema, no estará creando el opuesto; por
consiguiente, habrá humildad. El hecho es que vuestra mente está
buscando poder, posición, mundanal o espiritualmente, y causando por
eso todo este desorden, el caos, la confusión y la desgracia del
mundo. Cuando la mente ve en realidad ese hecho, lo que implica
prestarle completa atención, entonces hallaréis que el orgullo y la
arrogancia cesan por completo; y esta cesación es un estado
totalmente diferente del producido por el deseo de ser humilde La
humildad no puede ser cultivada; y si se la cultiva, ya no es
humildad, es simplemente otra forma de arrogancia. Pero si podéis
considerar el problema muy clara y directamente, que es darle vuestra
entera atención, descubriréis que eliminar este deseo de ser algo
con su arrogancia, su vanidad y falta de respeto- no es
cuestión de tiempo, porque entonces se elimina inmediatamente.
Entonces sois un ser humano distinto, que acaso cree una diferente
sociedad.
PREGUNTA: Me parece
que lo más notable de la India es el sentimiento, que todo lo
penetra, de atemporalidad, de paz y fervor religioso. ¿Creéis que
esta atmósfera puede mantenerse en la moderna era industrial?
KRISHNAMURTI: ¿Quién
pensáis que ha creado este sentimiento de paz atemporal e intensidad
religiosa? ¿Vosotros y yo? ¿O es que fue iniciado por algunas
antiguas personas que vivieron quietamente, en el anónimo, que
sintieron estas cosas intensamente y quizás las expresaron en
poemas, en libros religiosos? Como sintieron intensamente este
espíritu religioso, ha durado; mas no está en nuestra vida, está
fuera, en alguna parte, y se ha convertido en nuestra tradición.
Estamos inclinados a ser lo que se llama idealistas, que es la mayor
desgracia; y un tanto subrepticiamente hemos mantenido este
sentimiento de atemporalidad; o más bien, no lo hemos mantenido,
sino que ha seguido a pesar de nosotros. Ahora estamos atrapados en
esta moderna sociedad industrial. Está bien que tendamos máquinas
para producir lo que es necesario en un país agobiada por la
pobreza; pero como durante tanto tiempo no hemos tenido nada, ahora
que podemos tener cosas, si no estamos muy alerta, si no somos de
visión individual clara y nos damos cuenta de todo el problema,
probablemente nos volveremos más materialistas que Norteamérica y
otras naciones occidentales, mientras que Norteamérica y Europa
pueden acaso llegar a ser más espirituales, más atemporales, más
amables, más compasivas. Eso puede ocurrir.
¿Cuál
es, pues, el problema? ¿Es el de cómo mantener el sentimiento de
atemporalidad, el sentimiento de paz y de fervor religioso, a pesar
de esta moderna sociedad industrial? Esta sociedad industrial tiene
que existir, y la producción ha de ser intensificada aun más; pero
desgraciadamente, al crear una mayor producción, al mecanizar
granjas e industrias, el peligro está en que la mente también se
mecanice. Creemos que la ciencia va a resolver todas nuestras
dificultades. No es así. La solución de nuestras dificultades
depende, no de las máquinas y de los inventos de unos pocos grandes
hombres de ciencia, sino de cómo consideramos la vida. Después de
todo, aunque hablemos de religión, no somos personas religiosas;
porque la persona religiosa está libre del dogma, de la creencia,
del ritual, de supersticiones, no está atada por la clase o la
casta, lo que significa que está libre de la sociedad. El hombre que
pertenece a la sociedad es ambicioso, está buscando poder, posición,
es orgulloso, codicioso, envidioso; y un hombre así no es religioso,
aunque cite los Shastras a docenas. Es la persona religiosa la
que creará este sentimiento de atemporalidad, este sentimiento de
paz, aun viviendo en una sociedad industrial, porque él es
íntimamente fervoroso en el descubrimiento, de instante en instante,
de aquello que es eterno. Pero esto requiere asombroso vigor,
claridad mental; y no podéis tener claridad mental si vuestra mente
está abarrotada de conocimientos extraídos de los Shastras,
del Gita, del Corán, de la Biblia, de las
escrituras budistas, y todo lo demás. El conocimiento es el pasado,
es todo lo que la mente ha conocido, y mientras la mente esté
recargada de conocimiento. será incapaz de descubrir qué es lo
real. Sólo la mente religiosa puede ser atemporalmente creativa, y
su acción es paz, porque refleja la intensidad y la plenitud de la
vida.
PREGUNTA: ¿Hay algo
nuevo en vuestra enseñanza?
KRISHNAMURTI: Descubrir
por vosotros mismos es mucho más importante que mi afirmación o
negación. Es vuestro problema, no el mío. Para mí, todo esto es
totalmente nuevo, porque tiene que ser descubierto de momento a
momento; no puede ser acumulado después de descubierto, no es algo
que haya de ser experimentado y luego retenido como recuerdo, lo cual
sería como poner vino nuevo en odres viejos. Tiene que descubrirse
según va uno viviendo día tras día, y es nuevo para la persona que
así lo descubre. Pero vosotros estáis siempre comparando lo que se
dice con lo que dijo algún santo, o Shankara, Buda o Cristo. Decís:
‘Todas estas personas dijeron esto antes, y lo único que hacéis
ahora es darle otro giro, una expresión moderna’; y así,
naturalmente, no es nada nuevo para vosotros. Sólo cuando hayáis
dejado de comparar, cuando hayáis relegado a Shankara, a Buda, a
Cristo, con todo su conocimiento, su información, de modo que
vuestra mente éste sola, clara, ya no influenciada, controlada,
compelida, ni por la psicología moderna ni por las antiguas
sanciones y sentencias, sólo entonces descubriréis si hay o no algo
nuevo, eterno. Pero eso requiere vigor, no indolencia: reclama una
separación radical de todas las cosas que uno ha leído o que le han
dicho sobre la verdad y Dios. Aquello que es eterno, nuevo, es algo
viviente, y por lo tanto no se lo puede hacer permanente; y una mente
que quiera hacerlo permanente nunca lo hallará.
PREGUNTA: Escuchándoos,
siente uno que habéis leído mucho, y que os dais cuenta también
directamente de la realidad. Si esto es así, entonces ¿por qué
condenáis la adquisición de conocimiento?
KRISHNAMURTI: Os diré
por qué. Es un viaje que hay que emprender solo, y no podéis viajar
solo si vuestro compañero es el conocimiento. Si habéis leído el
Gita, los Upanishads, y la moderna psicología; si
habéis obtenido información sobre vosotros mismos de los expertos,
y sobre lo que dicen ellos que deberíais esforzaros por alcanzar,
tal conocimiento es un estorbo. El tesoro no está en los libros,
sino enterrado en vuestra propia mente, y sólo la mente puede
descubrir este tesoro. Tener conocimiento propio es conocer las
modalidades de vuestra mente, daros cuenta de sus sutilezas, con
todas sus implicaciones; y para eso no tenéis que leer un solo
libro. El hecho es que no he leído ninguna de estas cosas. Tal vez
de muchacho, o de joven, miré casualmente algunos de los libros
sagrados, pero nunca los he estudiado. No quiero estudiarlos, son
aburridos, porque el tesoro está en otra parte. El tesoro no está
en los libros, ni en vuestro gurú, está en vosotros mismos;
y la llave del tesoro es la comprensión de vuestra propia mente.
Tenéis que comprender vuestra mente, no según Patanjali, ni según
algún psicólogo que explica ingeniosamente las cosas, sino
vigilándoos, observando cómo funciona vuestra mente, no sólo la
consciente, sino las hondas capas de lo inconsciente también. Si
vigiláis vuestra mente, si jugáis con ella, si la observéis cuando
es espontánea, libre, os revelará tesoros incalculables; y entonces
estaréis más allá de todos los libros. Pero también eso requiere
mucha atención, vigor, intensidad de búsqueda, no el diletantismo
de las explicaciones fáciles. La mente ha de estar, pues, libre de
conocimiento; porque una mente que esté ocupada con el conocimiento
nunca podrá descubrir lo que es.
PREGUNTA: He ensayado
diversos sistemas de meditación, pero no parece que avance mucho.
¿Qué sistema recomendáis?
KRISHNAMURTI: No
recomiendo ningún sistema, porque todo sistema convierte a la mente
en prisionera; creo que es muy importante realmente comprender esto.
No importa el sistema que practiquéis, la postura que adoptéis, la
manera de regular vuestra respiración, y todo lo demás, porque
vuestra mente queda presa de cualquier sistema que adoptéis. Pero
tiene que haber meditación; pues la meditación es una cosa
exquisita, que aclara la mente, trae orden, y revela el significado,
la plenitud, profundidad y belleza de la vida. Sin meditación, la
mente es superficial, vacua, torpe, depende del estímulo. La
meditación es, pues, necesaria, mas no la meditación que ahora
hacéis, que carece de todo valor; es una forma de autohipnosis. El
problema no está en cómo meditaré ni en qué sistema seguir, sino
en descubrir por vosotros mismos lo que es la meditación.
Ahora
vamos a entrar en esta cuestión de lo que es la meditación, de modo
que no cerréis los ojos y os echéis a dormir, creyendo que estáis
meditando. Estamos inquiriendo, y la inquisición requiere atención,
vigor, no cerrar los ojos y caer en trance, cosa que tendéis a hacer
cuando oís esa palabra, ‘meditación’. Estamos tratando de
descubrir lo que es la meditación; y descubrir qué es la meditación
requiere meditación. (Risas.) Señores, os ruego no lo
liquidéis con la risa. Para descubrir que es la meditación, vuestra
mente tiene que estar meditando, no simplemente siguiendo algún
estúpido sistema basado en las enseñanzas de un gurú, de
Shankara o Buda. Todas las enseñanzas son estúpidas en cuanto se
convierten en sistemas. Vosotros y yo estamos tratando de hallar
juntos que es la meditación, y qué significa meditar; no nos
interesa saber adónde va a conducirnos la meditación. Si estáis
empeñados en descubrir adónde va a conducir la meditación,
entonces nunca descubriréis qué es la meditación, porque estaréis
interesados en el resultado, no en el proceso de la meditación.
Emprendemos
pues un viaje para descubrir qué es meditación; y, para descubrir,
para hallar qué es la meditación, la mente ante todo debe estar
libre de sistemas, ¿no es verdad? Si estáis atado a un sistema, sea
de quien sea, es evidente que no podéis descubrir qué es la
meditación. Seguís un sistema porque queréis obtener de él un
resultado, y eso no es meditación; como el practicar el piano, es
meramente el desarrollo de cierta facultad. Cuando seguís un
sistema, podéis aprender unos cuantos artificios, pero vuestra mente
está atrapada en el sistema, que os impide descubrir qué es la
meditación; por lo tanto, para descubrir, la mente ha de estar libre
de sistemas. No se trata de cómo estar libre; porque en cuanto
decís: ‘¿Cómo voy a liberarme del sistema en que está atrapada
mi mente?’, el ‘cómo’ se convierte en otro sistema. Pero si
veis la verdad de que la mente ha de estar libre de sistemas,
entonces está libre, no tenéis que preguntar cómo.
Estando, pues, libre de sistemas, la mente tiene entonces que investigar todo el problema de la concentración. Esto es un poco más abstracto, pero haced el favor de seguirlo. Cuando un niño está jugando con un juguete, este absorbe su mente, retiene su atención. El no pone su atención en el juguete, sino que el juguete lo atrae. Esta es una forma de lo que llamáis concentración. Análogamente, tenéis frases, imágenes, símbolos, cuadros, ideales, que os atraen y os absorben; por lo menos, queréis ser absorbidos por estas cosas, como el niño lo es por el juguete. Pero ¿qué sucede? No quedáis tan absortos, como el niño; entran otros pensamientos, y tratáis de fijar la mente en la imagen o símbolo escogido, de modo que tenéis una batalla. Hay contradicción, pugna, un esfuerzo incesante para concentrarse, pero nunca lo lográis por completo. Este esfuerzo es lo que llamáis meditación. Pasáis el tiempo tratando de concentraros, cosa que cualquier chico puede hacer en cuanto esté interesado en algo; pero vosotros no estáis interesados, de modo que vuestra concentración es una forma de exclusión.
Pero,
¿hay atención si nada absorbe a la mente? ¿Hay atención sin
concentrarse sobre un objeto? ¿Hay atención sin alguna forma de
motivo, influencia, compulsión? ¿Puede la mente prestar plena
atención sin ningún sentido de exclusión? Desde luego que puede, y
ese es el único estado de atención; los demás son mera
complacencia, o artificios de la mente. Si podéis prestar plena
atención sin ser absorbidos por algo, y sin ningún sentimiento de
exclusión, entonces descubriréis qué es meditar; porque en esa
atención no hay esfuerzo, no hay división, no hay lucha, no se
busca un resultado. De modo que la meditación es el proceso de
liberar a la mente de sistemas, y de prestar atención sin quedar
absorto, ni hacer un esfuerzo para concentrarse.
La
meditación es también el proceso de liberar la mente de sus propias
proyecciones; y sus proyecciones tienen lugar cuando la mente esta
ocupada con el pasado. Esto es, cuando la mente está llena de
experiencias, que son resultado del pasado, inevitablemente proyecta
las imágenes o ideaciones del pasado, y queda atrapada en ellas.
Proyectar una imagen de Rama, Siva, Cristo, Buda o Mataji, y luego
adorar esa proyección, es una forma de autohipnosis que trae
efectivamente visiones extraordinarias, un estado de trance, y todo
lo demás de esa tontería; pero la meditación es el proceso de
liberar a la mente del pasado, para que no haya tales prospecciones
en absoluto.
De
modo que el adorar una proyección, por noble que sea, no es
meditación. Y la meditación no es oración, la oración, que
reclama, pide, mendiga algún resultado. Ni es tampoco la persecución
de la virtud, que se convierte en una actividad egocéntrica. Cuando
la mente está libre de la hipnosis del pasado, de la persecución de
sus propias actividades, de sus propias proyecciones, cuando ya no
esta experimentando las cosas que ha aprendido, entonces descubriréis
qué es meditación. Entonces nunca preguntareis cómo se medita,
porque de la mañana a la noche, en cualquier cosa que estéis
haciendo, estará allí sutil, oculto el perfume de la meditación.
Pero el limitaros a cerrar los ojos, repetir algunas frases,
manipular las cuentas (del rosario) es meramente vano. Estas cosas no
liberan a la mente en absoluto; al contrario, la mente se hace
esclava de ellas. Lo que tiene importancia es el investigar sobre que
es la meditación, eso es lo que tiene gran profundidad y visión, no
la indagación solare qué sistema seguir. Es solo la mente estúpida,
arrogante, la que quiere un sistema. La mente libre jamás pregunta
cómo, sino que está siempre descubriendo, moviéndose, viviendo.
25 de marzo de 1956.
XIX
ESTA será la última de
la presente serie de reuniones, y me pregunto qué hemos sacado la
mayor parte de nosotros de estas charlas y discusiones. ¿Qué hemos
comprendido, hasta dónde hemos penetrado en nuestros problemas y los
hemos comprendido? ¿Hemos escuchado para hallar meramente una
respuesta, una solución para nuestros problemas, una manera práctica
de arreglarnos con el sufrimiento de cada día y las pruebas de la
existencia? ¿O hemos penetrado en una más amplia y más profunda
percepción de nosotros mismos, de modo que independiente y
libremente podamos resolver los problemas que inevitablemente surgen
en nuestra vida? Creo que es muy importante, después de haber
escuchado estas conferencias y discusiones, descubrir por sí mismo
lo que uno ha comprendido, y como opera esa comprensión en nuestras
actividades diarias. Evidentemente, el mero escuchar, divorciado de
la acción, tiene muy poco sentido; y me parece que sería
completamente inútil y vano asistir a estas reuniones sin que de
ellas salga algo, no algo que se compone, una conclusión a la que se
llega lógicamente, o un plan que se piensa sistemáticamente para
una futura actividad, sino más bien el derribo de los estrechos
muros del condicionamiento de la mente, que la hacen incapaz de ver
la totalidad de las cosas. La única cuestión importante es la de si
esos muros han sido derribados al escuchar estas pláticas, y no
cuánto ha aprendido uno de todo lo que se ha dicho. Lo que importa
es descubrir por nosotros mismos nuestro propio condicionamiento y
demolerlo espontáneamente, con facilidad, casi inconscientemente;
porque no es el pensamiento deliberado, con su particular acción,
sino más bien el espontaneo y casi inconsciente desprendimiento de
este condicionamiento, lo que va a liberar a la mente.
Así,
pues, considerando el estado actual de la sociedad, la total
confusión en que nos encontramos con guerras, desigualdad,
diversas formas de degradación, y la constante batalla interna y
externa- me parece muy importante, para aquellos de nosotros que
hayamos tomado estas pláticas en serio, el descubrir si hemos
producido en nosotros mismos un cambio radical; porque, después de
todo, es sólo el individuo, no las circunstancias, lo que puede
provocar un cambio radical. Cuando meramente cedemos al cambio de las
circunstancias, la mente resuelve sus problemas en un nivel muy
superficial, y por tanto se vuelve pobre e incapaz de ver el todo.
Creo que es la comprensión del todo, lo total, lo ilimitado, o
siquiera una ligera brecha en la mente condicionada, lo que va a
resolver nuestros problemas, y no el proceso de disecar y analizar
nuestros problemas uno por uno. Un árbol está formado, no sólo por
el tronco, las ramas, las hojas, las flores y el fruto, sino también
por las raíces ocultas en la profundidad de la tierra; y sin
comprender todo eso, sin sentir la totalidad de ello, nunca podéis
experimentar la plenitud, la belleza del árbol.
Ahora
bien, me parece que lo que estamos haciendo la mayoría de nosotros
es muy desafortunado. Tratando de comprender nuestras diarias luchas
y miserias separadamente, es decir, por la gradual acumulación de
conocimiento, creemos que comprenderemos lo totalidad de la vida.
Pero reuniendo muchas partes no se hace lo íntegro. Juntando hojas,
ramas, un tronco y algunas raíces, no tendréis un árbol; y sin
embargo eso es lo que estamos haciendo. Abordamos los problemas de la
vida separadamente, no como un proceso unitario; y lo íntegro no
puede comprenderse mediante el conocimiento analítico, acumulativo.
El conocimiento tiene su lugar; pero el conocimiento se convierte en
un impedimento, en una completa barrera para el descubrimiento de la
verdad en su totalidad, en su belleza, para lo cual la mente ha de
ser extraordinariamente sencilla.
La
mayoría de vosotros os interesáis por qué hacer, queréis saber
qué resultados prácticos habéis obtenido por escuchar estas
pláticas. Estoy seguro de que muchos de vosotros os habéis hecho
esa pregunta, y otros me la han formulado a mí. Sinceramente espero
que no hayáis ganado nada práctico; porque la mente busca lo que es
práctico, lo que puede usarse, o llevarse a cabo, sólo cuando está
preocupada con las pequeñas actividades de sus propias impulsiones.
¿Cómo puedo practicar lo que he oído? ¿De qué modo puedo
utilizarlo? Todas esas preguntas me parecen muy superficiales, y es
una mente pobre la que las hace, no una, mente que ve la totalidad,
la inmensidad de la vida, con todos sus muchos problemas. Cuando uno
ve realmente la inmensidad, la extraordinaria profundidad y amplitud
de la vida, esa percepción misma produce una acción que no es la de
la mente insignificante. Lo que hace la mente pobre, condicionada, es
producir actividad en su propia dimensión, y así la confusión
aumenta cada vez más.
¿Por
qué es que pensamos en partes, es decir, en términos de un
particular sector de la sociedad? ¿Os habéis preguntado alguna vez
esto? ¿No es porque nuestras mentes están condicionadas por la
literatura que leemos, la educación que se nos da, las influencias
culturales y religiosas a que estamos expuestos desde la niñez?
Todos estos factores condicionan la mente, y este condicionamiento es
lo que nos hace pensar en partes. Pensamos de nosotros mismos como
hindúes o cristianos, norteamericanos o rusos, como pertenecientes
al mundo asiático o al occidental. Aquí en la India, nos dividimos
aun más; somos malabares, madrasis o gujarathis, pertenecemos a esta
o aquella casta, leemos este o aquel libro.
Señor,
¿os importarla no sacar fotografías ahora? No sé para qué creéis
que son estas reuniones. Ya es bastante malo que se os tenga que
recordar qué clase de asamblea es ésta. Cuando sacáis fotografiar,
cuando observáis la gente que entra, cuando miréis para ver dónde
se han sentado vuestros amigos, cuando conversáis unos con otros,
todo esto indica gran falta de respeto, no para mí, sino para
vuestro vecino y para vosotros mismos Cuando no podéis seguir
diligente y deliberadamente un pensamiento hasta el fin, ello
demuestra a qué extraordinaria superficialidad os habéis reducido.
Con sólo que escuchéis, creo muy firmemente que en ese mismo acto
de escuchar demoleréis vuestro condicionamiento; el acto de escuchar
es lo único que hace falta. El pensamiento posterior, el pensamiento
que acumuláis y os lleváis con vosotros para reflexionar no os va a
liberar. Lo que derribará el muro es el prestar vuestra plena
atención ahora; y no podéis prestar plena atención si muestra
mente anda errante, si estáis distraídos. Cuando estáis escuchando
una canción que os encanta, vuestra música favorita, no hay
esfuerzo, simplemente escucháis y dejáis que la música ejerza su
propia acción sobre vosotros. Del mismo modo, si queréis escuchar
ahora con esa clase de atención, con esa facilidad, hallaréis que
el acto mismo de escuchar hace algo que tiene una significación
mucho mayor que cualquier deliberado esfuerzo por vuestra parte para
oír, para racionalizar y para llevar a cabo lo que se dice.
Estaba
yo preguntando por qué es que todos nosotros pensamos en partes, en
pequeños segmentos, cuando por todo el mundo los seres humanos están
luchando con más o menos los mismos problemas, tienen las mismas
inquietudes, los mismos temores y transitorias alegrías. ¿Por qué
no tomamos esta extraordinaria vida en nuestra tierra como un todo,
como algo que vosotros y yo tenemos que comprender, no como indos o
ingleses, chinos o alemanes, comunistas o capitalistas, sino como
seres humanos? ¿No es porque pensamos en estos pequeños sectores
que estamos siempre disputando, combatiendo, destruyéndonos unos a
otros? Y este pensamiento parcial, esta dividida comprensión, tiene
lugar porque, debido a la educación, a las influencias sociales, a
lo que llamamos instrucción religiosa, a los libros y a su
interpretación, nuestras mentes están condicionadas. Sólo puede
ser libre la mente que no esté condicionada; y no podéis
descondicionar la mente poniéndoos a hacerlo deliberadamente. Tenéis
que comprender todo el proceso del condicionamiento, y por qué la
mente está condicionada. Cada acto, cada pensamiento, cada
movimiento de la mente, está limitado; y con esa mente limitada
estamos tratando de comprender algo que tiene la hondura y amplitud
de toda la existencia.
La
cuestión no es, pues, qué hay que hacer, o si uno ha aprendido algo
práctico asistiendo a estas reuniones. No es simplemente tratando de
encontrar respuesta, una solución al problema, sino más bien
escuchando, discutiendo, inquiriendo profundamente, haciendo serias y
fundamentales preguntas, como se destruye el condicionamiento de la
mente. Pero el condicionamiento ha de destruirse espontáneamente, la
mente no puede hacer nada sobre ello. Estando condicionada, la mente
no puede actuar sobre su propio condicionamiento. Una mente estrecha
que trate de ser amplia, seguirá siendo estrecha. Una mente mezquina
puede concebir a Dios, la verdad, pero su concepción no puede ser
más que una proyección de su propia mezquindad. Cuando la mente
comprende esto, ya no formula qué es Dios, ni lucha por ser libre.
Abandona todo eso porque ahora sólo le interesa investigar todo el
proceso del condicionamiento; y si sois serios, hallaréis que esta
misma indagación abre la puerta para que vuestro condicionamiento se
ponga de relieve y se destruya. Vosotros no destruís vuestro
condicionamiento; pero la misma percepción del hecho de que estáis
condicionados, trae una vitalidad que destruye ese condicionamiento.
No creo que veamos esto. El hecho mismo de que soy codicioso, y de
que lo sé, tiene su propia vitalidad para destruir la codicia.
Así
pues, si realmente podemos inquirir y comprender por qué piensa la
mente en partes, entonces creo que habremos descubierto un hecho muy
importante sobre nosotros mismos; y es de este inquirir que surge la
individualidad. Actualmente no somos individuos libres, estamos
condicionados por la sociedad y somos meros juguetes del ambiente;
pero si la mente puede inquirir sobre ese condicionamiento y
liberarse así de él, entonces de allí surge el individuo libre que
no sigue, que no tiene autoridad, ni líder; y con este estado de la
mente libre de influencias, viene la creatividad que no es del
tiempo.
Si
se me permite sugerirlo, pues, no indaguéis para descubrir lo que
podéis aprender. Si estáis escuchando meramente para aprender,
entonces creáis un maestro al que seguís. Lo que importa, por
cierto, es ver muy claro que vuestra mente está limitada,
condicionada, lo cual es un hecho evidente, y que cualquier solución
que la mezquina mente pueda hallar, será también mezquina. La
comprensión misma de este hecho que estáis condicionados, y
que vuestros valores, vuestras opiniones, vuestro saber, vuestros
juicios, son mezquinos, torpes, vacíos- es el comienzo de la
humildad. No es la mente que ha cultivado la humildad; sólo una
mente que es sencilla, humilde, que se encuentra siempre en un estado
de no saber, es la que puede hallar lo incognoscible. La mente que
persigue la virtud, la respetabilidad, la que busca un sistema o una
filosofía práctica para vivir en este mundo, nunca encontrará lo
incognoscible. Pero la que comprende su propio condicionamiento, y
así se vuelve sencilla, humilde; la mente que no acumula, que está
insegura, siempre en un estado de no saber, y que por eso es una cosa
viviente, móvil, dinámica, una mente así es la que puede
experimentar lo incognoscible, o que puede permitir que lo
incognoscible sea.
PREGUNTA: Muchas veces
me parece que presentáis el aspecto sombrío más bien que el feliz
de la vida. ¿Lo hacéis así deliberadamente?
KRISHNAMURTI: Señor,
nuestra vida es a la vez sombría y alegre, oscura y clara. Sería
terrible y destructor el que la vida no fuera más que luz, alegría,
felicidad, o nada más que oscuridad; pero la vida no es así,
¿verdad? La vida tiene extraordinaria variedad. Pero
desgraciadamente, queréis aferraros a la claridad, a lo placentero,
a lo bello, y relegar todo lo demás; y llamáis sombrío a cualquier
hombre que diga, ‘Mirad, existe también el otro lado, y si
realmente lo comprendieseis, creo que surgiría un estado totalmente
diferente’. Como veis, hemos dividido la vida en felicidad y
desdicha, de modo que continuamente estamos debatiéndonos entre
ambas. Sabemos que la vida a veces tiene deleite, pero para la
mayoría de nosotros la vida es pesar. Para los que tienen dinero,
posición, autoridad, respetabilidad, la vida puede ser alegre; pero
eso hace muy superficial a la mente, como se observa en la moderna
civilización. Mientras que, si cada uno de nosotros comprende todo
el significado del pesar y la alegría como un proceso total, no como
opuestos en conflicto uno con otro, entonces quizá hallemos que la
vida no es pesar ni alegría, sino algo enteramente diferente, que no
tiene esta condición dualista; y si nunca hemos sentido o
experimentado ese estado, es sólo porque estamos presos en esta
incesante lucha entre los opuestos.
Ese
estado más allá de los opuestos no es una fórmula, un mero
concepto, y ha de ser directamente experimentado; pero, como veis, no
puede ser directamente experimentado mientras la mente esté buscando
felicidad. La felicidad es un producto derivado; como la virtud, es
de importancia secundaria. El hombre que persigue la felicidad nunca
será feliz, dichoso, porque la felicidad nos llega repentina,
obscura, inesperadamente. ¿No habéis notado que, en cuanto sabéis
que sois feliz, habéis perdido la felicidad? Cuando decís, ‘Estoy
alegre’, ello ha terminado, ha concluido. La felicidad, como el
amor, es algo de lo cual la mente nunca puede ser consciente. En el
momento en que la mente es consciente de que ama, ya no hay amor. Es
muy extraño, y muy interesante, el hecho de que la mente que trata
deliberadamente de experimentar algo, pierde todo el perfume de la
vida. Este no es un decir poético desdeñable, sino más bien un
hecho que hay que comprender. La mente no tiene que buscar nada,
porque aquello que busque lo experimentará; y lo que entonces
experimenta, no es la verdad, porque en su misma búsqueda ha
proyectado lo que desea. Esa proyección proviene del pasado, ya ha
sido sentida; por consiguiente la proyección, y el logro de esa
proyección, no son felicidad, sino una ilusión, un proceso de
autohipnosis. Una vez que comprendáis esto, si sois algo serios y os
interesáis profundamente, hallaréis que vuestra mente siempre está
vacía, siempre experimentando y sin acumular nunca.
Pero
nuestras mentes están llenas, ¿no es así? Están llenas de
virtudes adquiridas; están constantemente ocupadas persiguiendo
ideales, buscando a Dios, la verdad, esto o aquello; por lo tanto,
siempre hay una respuesta condicionada. Así, lo importante es
comprender que, en su búsqueda misma, la mente crea su propio
obstáculo; porque lo que encuentre será la proyección de su propio
deseo. Cuando la mente comprende esto profundamente, toda búsqueda
termina; la mente está muy quieta, alerta, y entonces surge un
estado del todo distinto. Cuando empezáis a comprender el pesar, a
observar cómo surge; cuando penetráis en ello, cuando lo ponderáis,
en lugar de resistirlo meramente, entonces hallaréis que la mente no
está aprisionada en el dolor ni en su opuesto, porque una mente así
está vacía, en el sentido profundo de esa palabra. La mayoría de
las mentes están vacías en el sentido superficial de que están
perpetuamente ocupadas con problemas. No me refiero a esa clase de
vacío. Hablo del vacío que tiene extraordinaria hondura y amplitud;
y una mente que esté sin cesar ocupada con problemas y con
soluciones inmediatas, no puede estar vacía en ese profundo sentido
de la palabra.
PREGUNTA: ¿Qué es la
enfermedad psicosomática? Y ¿podéis sugerir maneras de curarla?
KRISHNAMURTI: No creo que
sea posible encontrar medio de curar la enfermedad psicosomática; y
quizá la búsqueda misma de un medio para curar la mente, sea lo que
está produciendo la enfermedad. Encontrar un medio o practicar un
método, implica inhibir, controlar, reprimir el pensamiento, que es
no comprender la mente. Es bastante evidente que la mente crea
enfermedad en el organismo físico. Si coméis cuando estáis
irritado, se os trastorna el estómago; si odiáis a alguien
violentamente, tenéis una perturbación física; si limitáis la
mente a una determinada creencia, os volvéis mental o psíquicamente
neurótico, y ello reacciona sobre el cuerpo. Todo esto es parte del
proceso psicosomático. Por supuesto, no todas las enfermedades son
psicosomáticas; pero el miedo, la ansiedad, y otras perturbaciones
psíquicas, producen enfermedades físicas. Así pues, ¿es posible
hacer que la mente sea sana? Muchos de nosotros nos preocupamos por
mantener sano el cuerpo mediante un correcto régimen alimenticio,
etc., lo cual es indispensable; pero a muy pocos les preocupa
mantener la mente sana, joven, alerta, vital, de modo que no se
deteriore.
Ahora
bien, si la mente no ha de deteriorarse, es evidente que nunca debe
seguir, tiene que ser independiente, libre. Pero nuestra educación
no nos ayuda a ser libres; al contrario, nos ayuda a adaptarnos a
esta sociedad en descomposición, y por lo tanto la mente misma se
deteriora. Se nos incita desde la infancia a ser miedosos,
competidores, a pensar siempre en nosotros mismos y en nuestra propia
seguridad. Por cierto, una mente así tiene que estar en perenne
conflicto, y ese conflicto produce efectos materiales. Lo importante,
pues, es descubrir y comprender por nosotros mismos, mediante nuestra
propia vigilante observación, todo el proceso del conflicto, sin
depender de ningún psicólogo o gurú. Seguir un gurú
es destruir vuestra mente. Lo seguís porque deseáis lo que creéis
que él tiene; por tanto, habéis puesto en marcha un proceso de
deterioro. El esfuerzo para ser algo, mundana o espiritualmente, es
otra forma de deterioro, porque semejante esfuerzo siempre trae
ansiedad; produce temor, frustración, haciendo enfermiza la mente,
que a su vez afecta al cuerpo. Creo que esto es bastante sencillo.
Pero el acudir a otro para curar la mente, es parte del proceso de
deterioro.
PREGUNTA: Habéis
sugerido que sólo mediante el darse cuenta es posible la
transformación ¿Qué entendéis por darse cuenta?
KRISHNAMURTI: Señor,
esta es una cuestión muy compleja; pero trataré de describir lo que
es darse cuenta, si tenéis la bondad de escuchar y seguirlo
pacientemente paso a paso hasta el fin. Escuchar no es sólo seguir
lo que estoy describiendo, sino también experimentar efectivamente
lo que se describe, cosa que significa vigilar el funcionamiento de
vuestra mente a medida que yo lo describo. Si os limitáis a seguir
lo que se está describiendo, entonces no estáis dándoos cuenta, no
observáis, no vigiláis vuestra propia mente. El seguir meramente
una descripción es como leer una guía mientras el paisaje pasa
desapercibido; pero si vigiláis vuestra mente mientras escucháis,
entonces la descripción tendrá significado, y descubriréis por vos
mismo lo que significa darse cuenta.
¿Qué
queremos decir con la expresión ‘darse cuenta’? Empecemos al
nivel más sencillo. Os dais cuenta del ruido que se produce, os dais
cuenta de los coches, los pájaros, los árboles, las luces
eléctricas, las personas que están sentadas en torno vuestro, el
cielo sereno, el aire sofocante. De todo eso os dais cuenta, ¿no es
así? Ahora bien, cuando oís un ruido, o una canción, o veis que se
empuja un carretón, etc., lo que se oye, o lo que se observa, es
traducido, es juzgado por la mente; eso es lo que estáis haciendo,
¿no es así? Os ruego que sigáis esto despacio. Cada experiencia,
cada respuesta, es interpretada de acuerdo con vuestro trasfondo,
según vuestros recuerdos. Si hubiera un ruido que oyerais por
primera vez, no sabríais de qué se trata; pero habéis oído el
ruido antes una docena de veces, de modo que vuestra mente lo traduce
de inmediato, cosa que constituye el proceso que llamamos pensar.
Vuestra reacción a un determinado ruido es el pensamiento de un
carretón que es empujado, lo cual es una manera de darse cuenta. Os
dais cuenta del color, de los diferentes rostros, las diversas
actitudes, las expresiones, los prejuicios, etc. Y si estáis algo
alerta, os dais cuenta también de cómo respondéis a estas cosas,
no sólo superficial, sino también profundamente. Tenéis ciertos
valores, ideales, motivos, impulsos, en diferentes niveles de vuestro
ser; y el ser consciente de todo eso es parte del darse cuenta.
Juzgáis lo que es bueno y lo que es malo, lo que es correcto y lo
que es erróneo; condenáis, evaluáis, de acuerdo con vuestro
trasfondo, es decir, según vuestra educación y la cultura en que os
habéis criado. Ver todo esto es parte del darse cuenta, ¿no es así?
Ahora,
vayamos un poco más allá. ¿Qué ocurre cuando os dais cuenta de
que sois codiciosos, violentos, o envidiosos? Tomemos la envidia y
fijémonos únicamente en ella. ¿Os dais cuenta de que sois
envidiosos? Por favor, avanzad conmigo paso a paso, y tened presente
que no estáis siguiendo una fórmula. Si lo convertís en una
fórmula, habréis perdido el sentido de todo ello. Estoy
desarrollando el proceso del darse cuenta; pero si meramente
aprendéis de memoria lo que se ha descrito, estaréis exactamente
donde estáis ahora. En cambio, si empezáis por ver vuestro
condicionamiento, que es el daros cuenta del funcionamiento de
vuestra propia mente a medida que sigo explicando, entonces llegaréis
al punto en que es posible una efectiva transformación.
Os
dais cuenta, pues, no sólo de las cosas externas y de vuestra
interpretación de ellas, sino que también habéis empezado a daros
cuenta de vuestra envidia. Pero, ¿qué ocurre cuando os dais cuenta
de la envidia en vosotros mismos? La condenáis, ¿verdad? Decís que
está mal, que no debéis ser envidiosos, que debéis amar, lo cual
es el ideal. El hecho es que sois envidiosos, mientras que el ideal
es lo que deberíais ser. Al ir tras el ideal, habéis
creado una dualidad; así, has un conflicto constante, y en ese
conflicto estáis presos.
¿Os
dais cuenta, mientras estoy describiendo este proceso, que no hay más
que una cosa, que es el hecho de que sois envidiosos? Lo otro, el
ideal, es un disparate, no es una cosa efectiva. Y es muy difícil
para la mente estar libre del ideal, estar libre de lo opuesto;
porque tradicionalmente, a través de siglos de una particular
cultura, se nos ha enseñado a aceptar el héroe, el ejemplo, el
ideal del hombre perfecto, y a luchar por él. Eso es lo que se nos
ha enseñado a hacer. Queremos cambiar la envidia en no envidia, pero
nunca hemos descubierto la manera de cambiarla; y así estamos
atrapados en una perpetua pugna.
Ahora
bien, cuando la mente se da cuenta de que es envidiosa, esa palabra
misma, ‘envidiosa’, es condenatoria. ¿Estáis siguiendo,
señores? El mero nombrar ese sentimiento es condenatorio; pero la
mente no puede pensar sino en palabras. Esto es, surge un sentimiento
con el cual se ha identificado cierta palabra, de modo que el
sentimiento nunca es independiente de la palabra. En cuanto hay un
sentimiento, como la envidia, hay el nombrar, de modo que siempre
estáis abordando un nuevo sentimiento con una vieja idea, una
tradición acumulada. El sentimiento siempre es nuevo, y siempre es
traducido en términos de lo viejo.
Ahora
bien, ¿puede la mente no nombrar un sentimiento, como la envidia,
sino abordarlo de nuevo como algo nuevo? El hecho mismo de nombrar
ese sentimiento es convertirlo en lo viejo, es tomarlo y meterlo en
el viejo molde. Y, ¿puede la mente no nombrar un sentimiento es
decir, no traducirlo dándole un nombre, y con ello condenándolo o
aceptándolo- sino meramente observarlo como un hecho?
Señor,
experimentad con vos mismo y veréis cuán difícil es para la mente
no verbalizar, no dar un nombre a un hecho. Esto es, cuando uno tiene
cierto sentimiento, ¿puede dejarse ese sentimiento sin nombre, y
mirársele puramente como un hecho? Si podéis tener un sentimiento y
seguirlo realmente hasta el fin sin nombrarlo, hallaréis entonces
que acaece algo inesperado. Actualmente, la mente aborda el hecho con
una opinión, con evaluación, con juicio, con negación o
aceptación. Eso es lo que estáis haciendo Hay un sentimiento, que
es un hecho, y la mente aborda este hecho con un término, con una
opinión, con un juicio, con una actitud condenatoria, que son cosas
muertas. ¿Comprendéis? Son cosas muertas, carecen de valor, son
sólo el recuerdo que actúa sobre el hecho. La mente aborda el hecho
con un recuerdo muerto, y por lo tanto el hecho no puede actuar sobre
la mente. Pero si la mente sólo observa el hecho sin evaluar, sin
juzgar, sin condenación, aceptación o identificación, entonces
hallaréis que el hecho mismo tiene una extraordinaria vitalidad,
porque es nuevo. Lo que es nuevo puede disipar lo viejo; por lo tanto
no hay lucha para no ser envidioso: hay la total cesación de la
envidia. Es el hecho que tiene vigor, vitalidad, no vuestros juicios
y opiniones sobre el hecho; y pensar el asunto a fondo, del principia
al fin, es todo el proceso del darse cuenta.
PREGUNTA: ¿Por qué
hay tanto miedo a la muerte?
KRISHNAMURTI: Nuevamente,
si se me permite sugerirlo, pensemos el problema hasta el fin, sin
detenernos a medio camino, o desviarnos por una tangente. Sabemos que
el cuerpo decae y muere; el corazón sólo tate tantas veces en
tantos años, y todo el organismo físico, estando en constante uso,
tiene que gastarse inevitablemente y llegar al fin. No tenemos miedo
de eso, es un evento común, cotidiano, y con frecuencia vemos llevar
un cadáver a la incineración. Pero entonces decimos, ‘¿Es eso
todo? ¿Al termina el cuerpo, terminarán también las cosas que he
acumulado, mi saber, mi amor, mi virtud? Y si todo eso termina,
entonces, ¿de qué sirve viviré?’ Empezamos, pues, a inquirir,
queremos saber si hay aniquilación o continuidad después de la
muerte.
Este
no es un problema sólo para los supersticiosos, o para los llamados
educados; es un problema para cada uno de nosotros, y tenemos que
hallar por nosotros mismos la verdad del asunto, sin aceptar ni
rechazar, sin creer ni ser escépticos. El hombre que tiene miedo de
morir, y que por eso se aferra a la creencia en la reencarnación, en
esto o aquello, nunca descubrirá la verdad del asunto; pero una
mente que en realidad quiere saber y que está tratando de descubrir
la verdad, se encuentra en un estado muy diferente; y eso es lo que
estamos haciendo aquí.
Ahora
bien, ¿qué es lo que continúa? ¿Comprendéis, señores? ¿Cómo
sabéis que habéis continuado desde ayer, y que, si todo va bien y
no hay ningún accidente, continuaréis a través del hoy hacia el
mañana? Eso lo sabéis sólo por la memoria, ¿no es verdad?
Pongamos la cuestión muy sencillamente, y no filosofemos ni
introduzcamos muchas palabras. Conozco, pues, que existo sólo a
causa de la memoria. La mera afirmación de que existo no tiene
sentido; pero sé que existo porque hoy recuerdo haber existido ayer,
y espero existir mañana. El hilo de la continuidad es. pues, la
memoria, que se ha ido acumulando durante siglos, que ha pasado por
muchísimas experiencias, desviaciones, frustraciones, penas,
alegrías, por a interminable lucha de la ambición. Queremos que
todo eso continúe; y como no sabemos lo que va a ser de todo eso
cuando el cuerpo muera, surge el temor. Ese es un hecho. Y, ¿por qué
separamos la muerte de la vida? Puede ser del todo falso el
dividirla. Puede ser que vivir sea morir, y acaso sea esa la belleza
del vivir. Pero el vivir es algo que la mayoría de nosotros no hemos
captado o comprendido plenamente, ni hemos comprendido tampoco lo que
es la muerte; tenemos, pues, miedo de vivir, y tenemos miedo a la
muerte.
Ahora
bien, ¿qué entendemos por vivir? Vivir no es meramente ir a la
oficina, o aprobar exámenes, o tener hijos, o la eterna lucha por el
pan y la manteca; eso es sólo parte de aquel. El vivir implica
también ver los árboles, la luz del sol en el río, un ave en
vuelo, la luna a través de las nubes; es darse cuenta de las
sonrisas y las lágrimas, de las inquietudes y las ansiedades; es
saber amar, ser bondadoso, compasivo, y percibir la extraordinaria
hondura y amplitud de la existencia. ¿Conocemos todo eso? ¿O es que
sólo conocemos una pequeña parte, la parte constituida por mi
lucha, mi empleo, mi familia, mi virtud, mi
religión, mi casta, mi país? Lo único que conocemos
es el ‘yo’, con sus actividades egocéntricas, y eso es lo que
llamamos vida.
De
modo que no sabemos lo que es el vivir. Hemos separado el vivir del
morir, lo que indica que no hemos comprendido toda la profundidad y
amplitud de la vida, en la cual puede estar incluida la muerte. Creo
que la muerte no Es algo que esté aparte de la vida. Es sólo cuando
morimos cada día para todas las cosas que hemos acumulado para
nuestro conocimiento, nuestras experiencias, para todas nuestras
virtudes- que podemos vivir. No vivimos porque continuamos del ayer,
a través del hoy, hacia el mañana. Por cierto, sólo lo que termina
tiene un comienzo; pero nosotros nunca terminamos. Tampoco esto es
una mera frase poética, de modo que no la desdeñéis. No tenemos
ningún comienzo porque no estamos muriendo; nunca conocemos un
momento atemporal, y por eso nos preocupa la muerte. Para la mayoría
de nosotros, el vivir es un proceso de lucha y lágrimas; y lo que
nos atemoriza no es lo desconocido, aquello que llamamos muerte, sino
la pérdida de todo lo que hemos conocido. ¿Y qué conocemos? No
mucho. Esto no es cinismo, sino un hecho. ¿Qué es lo que realmente
conocemos? Apenas algo. Nuestros nombres, nuestras pequeñas cuentas
bancarias, nuestros empleos, nuestras familias, lo que otras personas
han dicho en el Gita, en la Biblia o los Upanishads,
las diversas preocupaciones de una vida superficial, esas son las
cosas que conocemos; pero no conocemos las profundidades de nuestro
propio ser. Estamos, pues, tapando lo desconocido con lo conocido, y
nos da miedo tener que abandonar, que renunciar a lo conocido. Más
renunciar para encontrar a Dios no es renunciación; es simplemente
otra manera de buscar una recompensa. Un hombre que renuncie al mundo
con el fin de hallar a Dios, nunca hallará a Dios, porque todavía
sigue en busca de algo. Hay renunciación total sólo cuando no se
pide nada, cuando no se acumula para mañana, lo cual es morir para
todo lo de ayer. Entonces encontraréis que la muerte no es algo de
temer y de lo que haya que huir, ni requiere creencia en el más
allá. Es lo conocido lo que nos aprisiona y nos retiene, no lo
desconocido; y la mente está llena de lo conocido. Es sólo cuando
la mente está libre de lo conocido, que puede ser lo desconocido. La
muerte y la vida son una sola cosa; y la muerte hay que
experimentarla, no en el último momento de la enfermedad y la
corrupción, o el accidente, sino mientras estamos viviendo y la
mente es aún vigorosa.
Como
veis, señores, la atemporalidad es un estado de la mente; y mientras
estemos pensando en términos de tiempo, habrá muerte y miedo a la
muerte. La atemporalidad no es cosa de la que se pueda hablar
volublemente, sino que ha de ser directamente experimentada; y no
puede experimentarse la atemporalidad mientras haya continuidad de
todas las cosas que uno ha acopiado. La mente debe, pues, estar libre
de todas sus acumulaciones, y es sólo entonces que surge lo
desconocido. Lo que nos da miedo es abandonar lo conocido; pero una
mente que no esté muerta para lo conocido, libre de lo conocido,
jamás podrá experimentar el extraordinario estado de atemporalidad.
28 de marzo de 1956
Última página
La ola de trivialidad que
invade el mundo, es hoy motivo de alarma y preocupación general.
Frente a la presión de las circunstancias, frente a la incertidumbre
del mañana, frente a las exigencias materiales del diario vivir, con
su áspera lucha sin cuartel, se busca la fácil salida de la
expresión egocéntrica, de las sensaciones y los goces sensoriales.
Es sin duda la línea de menor resistencia, pero es también el
camino de las ilusiones. Las enfermizas consecuencias de la ambición,
la envidia y el miedo, de la búsqueda de seguridad y felicidad
personal en las diarias actividades, refléjanse en una honda y sorda
angustia que oprime los corazones. Y de esta angustia se huye y se
busca alivio apelando superficialmente a las distracciones, a las
excentricidades de todo género, el cultivo de los intereses, o aun a
las actividades intelectuales, sociales o religiosas. Pero todo esto
sólo refuerza los factores determinantes del conflicto. Hay
confusión, y lejos de auscultar con calma las causas intimas, los
motivos profundos de esa confusión, de esos innumerables problemas y
conflictos que a todos afligen, insístese ciegamente en el uso de
antídotos y falsos remedios. El mundo está, sin duda, en crisis.
Así como se derrumban los valores de la niñez y la juventud cuando
llega la madurez, asé también se derrumban hoy los viejos valores
sociales y morales en que confiaba el mundo. Y Krishnamurti, “el
Instructor del mundo”, en este nuevo y extraordinario conjunto de
pláticas que es La crisis del hombre, nos invita a
detenernos, a serenarnos y a ponderar el sentido más hondo y final
de todo cuanto pensamos y hacemos, de todos nuestros sentimientos de
nuestras emociones y experiencias de cada momento, y hasta de
nuestros gestos, para llegar asé a percibir lo que realmente somos,
el verdadero sentido y valor de nuestra impulsión psicológica. el
verdadero estado de nuestra mente.
1
Maestro religioso hindú.
2
Instructor espiritual o
religioso.
3
Versículos de las obras
védicas, utilizados como medios mágicos.
4
“El Cántico Divino”, poema
religioso del Mahabharata.
5
‘Gran Alma’ o Maestro de
Sabiduría.
6
Serie de tratados místicos de
la literatura védica.
7
Discípulo.
8
Del Mito y quiere decir, poder.
9
Los iluminados.
10
Servicio devoto en honor de una
divinidad.
11
Monje o asceta hindú.
12
Nombres de dos partidos o grupos
lingüísticos de regiones indias.
13
Penitencia, sacrificio, ofrenda.