J.
KRISHNAMURTI
EL VUELO
DEL
ÁGUILA
Contiene pláticas y
discusiones
de Krishnamurti en
Londres, Ámsterdam,
París y Saanen (Suiza)
ÍNDICE
Primera parte
1. La libertad. Pensamiento, placer y dolor 11
2. La fragmentación. La división. Lo consciente y lo
inconsciente. Morir para lo “conocido” 25
3. La meditación. El significado de la “búsqueda”; problemas
implicados en la práctica y el dominio; la calidad del silencio 37
Segunda parte
4. ¿Puede cambiar el hombre? La energía; su disipación en el
conflicto 53
5. ¿Por qué no podemos vivir en paz? Cómo surge el miedo. El
tiempo y el pensamiento. La atención: mantenerse “despierto” 65
6. La totalidad de la vida. Comprender la pasión sin motivo 77
Tercera parte
7. El temor. La resistencia; energía y atención 91
8. Lo trascendental. ¿Penetrar en la realidad? La tradición en
la meditación. La realidad y la mente silenciosa 99
Cuarta parte
9. La violencia. ¿Qué es la violencia? La imposición en la raíz
de la violencia psicológica. Necesidad de observar. La falta de
atención 111
10. El cambio radical. ¿Cuál es el instrumento que observa? 130
11. El arte de ver. Darse cuenta sin intervalo de tiempo. El tigre
a la caza del tigre 142
12. Penetrar en lo desconocido. La represión. Acción que surge
del silencio. Viaje al interior de uno mismo; falsas caminatas y la
imagen de lo “desconocido” 156
PRIMERA PARTE
1. LA LIBERTAD
Pensamiento, placer y dolor
Para
la mayoría de nosotros la libertad es una idea, no una realidad.
Cuando hablamos de libertad, lo que queremos es ser libres en lo
externo, hacer lo que nos plazca, viajar, estar libres para
expresarnos de diferentes maneras y para pensar lo que gustemos.
La
expresión externa de la libertad parece ser de extraordinaria
importancia, especialmente en los países donde hay tiranía y
dictadura. Y en aquellos países donde es posible la libertad
externa, uno busca más y más placer, más y más posesiones.
Si
es que vamos a inquirir profundamente en lo que la libertad implica:
ser total y completamente libres en lo interno lo cual se
expresa luego exteriormente en la relación con la sociedad- entonces
me parece que debemos preguntarnos si la mente humana, que está tan
excesivamente condicionada, puede alguna vez ser del todo libre.
¿Tiene la mente que vivir y funcionar siempre dentro de las
fronteras de su propio condicionamiento, de manera que no haya
posibilidad alguna de libertad para ella? Vemos cómo la mente, al
comprender de manera verbal que no existe libertad alguna sobre esta
tierra, ni interna ni exteriormente, comienza entonces a inventar la
libertad en otro mundo, una liberación futura, un cielo, etcétera.
Descartemos
todos los conceptos teóricos e ideológicos de la libertad para que
podamos inquirir si nuestras mentes, la de ustedes y la mía, pueden
alguna vez estar realmente libres, libres de la dependencia del
miedo, de la ansiedad, libres de los innumerables problemas, tanto de
los conscientes como de los que se ocultan en las capas más
profundas del inconsciente. ¿Puede existir libertad psicológica
completa, de manera que la mente humana pueda dar con algo que no sea
temporal, que no sea producto del pensamiento, y que al mismo tiempo
no constituya un escape de las realidades de la vida cotidiana?
A
menos que la mente humana esté del todo libre interna,
psicológicamente, no es posible ver lo que es verdadero, ver si
existe una realidad que no sea inventada por el temor, que no sea
moldeada por la sociedad o por la cultura en que vivimos, y que no
sea un escape de la rutina diaria, con su tedio, soledad, inquietud y
desesperación. Para descubrir si realmente existe tal libertad, uno
tiene que darse cuenta de su propio condicionamiento, de los
problemas, de la monótona superficialidad, del vacío e
insuficiencia de su vida cotidiana y, sobre todo, tiene que darse
cuenta del temor. Uno ha de ser consciente de sí mismo no de manera
introspectiva o analítica, sino dándose cuenta de cómo uno es en
realidad, y ver también si es posible estar enteramente libre de
todos esos problemas que parecen nublar y confundir la mente.
Para
explorar, como vamos a hacerlo, tiene que haber libertad, no al
final, sino desde el mismo principio. Uno no puede explorar,
investigar o examinar las cosas a menos que sea libre. Para poder
mirar profundamente se requiere no sólo libertad, sino también la
disciplina necesaria para observar. La libertad y la disciplina van
juntas (no es que uno deba ser disciplinado para luego ser libre).
Usamos la palabra “disciplina” no en el aceptado sentido
tradicional que implica conformar, imitar, reprimir según un patrón
determinado, sino más bien con el significado de la raíz de la
palabra, que es “aprender”. El aprender y la libertad van juntos,
y la libertad genera su propia disciplina; no una disciplina impuesta
por la mente para obtener cierto resultado. Estas dos cosas son
esenciales: la libertad y el acto de aprender. Uno no puede aprender
sobre sí mismo a menos que sea libre, de modo que pueda observar, no
de acuerdo con algún patrón, fórmula o concepto, sino observarse a
sí mismo tal como uno es. Esa observación, esa percepción, ese
ver, generan su propia disciplina y su propio aprender. Esto no
implica conformidad, imitación, represión o control de clase
alguna; y en ello hay gran belleza.
Es
un hecho obvio que nuestras mentes están condicionadas por una
cultura o sociedad en particular, influidas por diversas impresiones,
por las exigencias y tensiones de la vida de relación, por factores
económicos, climáticos, educativos, por la conformidad religiosa,
etcétera. Nuestras mentes están entrenadas para aceptar el miedo y
para escapar, si ello es posible de ese miedo, y nunca somos capaces
de poner término completamente a la naturaleza y estructura total
del miedo. De manera que nuestra primera pregunta es: ¿puede la
mente, tan recargada como está, poner fin por completo, no sólo a
su condicionamiento, sino también a sus miedos? Porque es el miedo
lo que nos hace aceptar el condicionamiento.
No
se limiten a escuchar un sinnúmero de palabras e ideas que realmente
no tienen valor alguno; observen, mediante el acto de escuchar, los
propios estados de la psiquis, tanto verbales como no verbales.
Inquieran si la mente puede llegar a ser libre, no aceptando el
miedo, ni escapando, ni diciendo “debo desarrollar valor,
resistencia”, sino dándose cuenta completamente del miedo en el
que uno está atrapado. Uno no puede ver muy clara y profundamente
mientras no está libre de esa cualidad del miedo; y es obvio que
cuando hay miedo no hay amor.
Por
lo tanto, ¿puede la mente llegar de hecho a estar libre del miedo?
Me parece que ésa es tanto para mí como para cualquier
persona cabalmente seria- una de las preguntas básicas y esenciales
que deben ser formuladas y resueltas definitivamente. Hay temores
físicos y temores psicológicos. Existen los miedos físicos al
dolor y los miedos psicológicos, el recuerdo de haber sufrido dolor
en el pasado, y la idea de que puede repetirse ese dolor en el
futuro. Existen también los miedos a la vejez y a la muerte, los
miedos a la inseguridad física, a la incertidumbre del mañana, a no
lograr ser un gran éxito, a no llegar a realizar la ambición de ser
alguien en este feo mundo; los miedos a la destrucción, a la
soledad, a no amar o no ser amado, etc. Existen los miedos
conscientes al igual que los miedos inconscientes. ¿Puede la mente
estar completamente libre de todo esto? Si la mente dice que no
puede, entonces se ha incapacitado ella misma, se ha distorsionado y
es incapaz de percibir, de comprender; incapaz de estar quieta, en
completo silencio. Es, pues, una mente que en la oscuridad busca la
luz sin jamás encontrarla y, por lo tanto, inventa una “luz”
hecha de palabras, conceptos, teorías.
¿Cómo
puede una mente tan sobrecargada de miedos, con todo su
condicionamiento, estar alguna vez libre de todo eso? ¿O es que
debemos aceptar el miedo como algo inevitable en la vida? Y la
mayoría de nosotros aceptamos el miedo, lo toleramos. ¿Qué hemos
de hacer? ¿Cómo vamos usted y yo, seres humanos, a deshacernos del
miedo? No de un miedo en particular sino del miedo total, de toda la
naturaleza y estructura del temor.
¿Qué
es el temor? (Si se me permite sugerirlo, no acepten lo que dice el
que habla, pues no tiene autoridad alguna, no es un maestro, ni es un
gurú; porque si lo fuera entonces ustedes serían seguidores, y si
ustedes son seguidores, se destruyen a sí mismos y destruyen al
maestro). Estamos tratando de descubrir la verdad sobre la cuestión
del miedo, en forma tal que la mente no vuelva a abrigar temor y
esté, por lo tanto, por completo libre interna, psicológicamente,
de toda dependencia. La belleza de la libertad es que no deja rastro.
El águila, en su vuelo, no deja rastro; el científico lo deja. Al
inquirir en esta cuestión de la libertad es indispensable que haya,
no sólo la observación científica, sino también el vuelo del
águila que no deja rastro alguno. Ambos son necesarios; tiene que
haber tanto la explicación verbal como la percepción no verbal,
pues la descripción nunca es la realidad descrita: es obvio también
que la explicación nunca es la cosa explicada. Es decir, la palabra
nunca es la cosa.
Si
todo esto está claro, entonces podemos proseguir. Podemos descubrir
por nosotros mismos no por boca del que habla, no por medio de
sus palabras, ideas o pensamientos- si la mente puede estar
completamente libre del miedo.
Lo
dicho en esta primera parte no es una introducción; si no lo han
escuchado claramente y no lo han comprendido, no pueden pasar a la
siguiente.
A
fin de inquirir tiene que haber libertad para mirar; tiene uno que
estar libre de prejuicios, conclusiones, conceptos, ideales, de modo
que pueda observar por sí mismo qué es el miedo. Cuando uno
observa muy de cerca, íntimamente, ¿hay miedo alguno? Esto es:
uno puede observar el miedo muy de cerca, íntimamente, sólo cuando
el “observador” es lo “observado”. Vamos a investigar esto.
¿Qué es el temor? ¿Cómo surge? Los miedos físicos obvios los
podemos comprender, al igual que los peligros físicos, para los
cuales tenemos una reacción instantánea; son bastante fáciles de
entender y no tenemos que profundizar mucho en ellos. Pero hablemos
sobre los miedos psicológicos: ¿cómo surgen? ¿Cuál es su origen?
Esta es la cuestión. Existe el miedo de algo que ocurrió ayer; el
miedo de algo que podría ocurrir más tarde, hoy o mañana. Existe
el miedo de lo que hemos conocido, y existe el miedo de lo
desconocido, que es el mañana. Uno puede ver por sí mismo muy
claramente que el miedo se origina en la estructura del pensamiento,
pensando en aquello que ocurrió ayer y que uno teme, o pensando en
el futuro. ¿Verdad? El pensamiento genera el miedo, ¿no es así?
Por favor, vamos a estar bien seguros de esto; no acepten mis
palabras; estén absolutamente seguros por sí mismos de que el
pensamiento es el origen del miedo. Pensar sobre el dolor, el dolor
psicológico que uno experimentó hace algún tiempo y desear que no
se repita, el sólo pensar sobre ello, engendra miedo. ¿Podemos
proseguir desde ahí? No podremos ir más lejos a menos que veamos
esto muy claramente. Al pensar sobre una experiencia, una situación
en que ha habido malestar, peligro, tristeza o dolor, el pensamiento
genera miedo. Y habiendo establecido psicológicamente cierta
seguridad, no quiere que esa seguridad se altere, porque cada
incertidumbre constituye un peligro, y, por lo tanto, surge el miedo.
El
pensamiento es responsable del temor y también es responsable del
placer. Cuando uno ha disfrutado de una experiencia agradable, el
pensamiento piensa en ella y desea perpetuarla; y cuando eso no es
posible, hay resistencia, ira, desesperación y miedo. Por lo tanto,
el pensamiento engendra el temor y el placer, ¿no es así? Esto no
es una conclusión verbal, ni una fórmula para evadir el miedo. Ello
quiere decir que donde hay placer hay dolor y miedo perpetuados por
el pensamiento. El placer va junto al dolor. Los dos son
indivisibles, y el pensamiento es responsable por ambos. Si no
hubiera el mañana, ni el momento siguiente, sobre los cuales pensar
en términos de temor o de placer, entonces ninguno de los dos
existiría. ¿Seguimos adelante? ¿Es ello una realidad, no como una
idea, sino como una cosa que uno mismo ha descubierto y que, por lo
tanto, es real, de manera que uno pueda decir: “he descubierto que
el pensamiento genera tanto el placer como el miedo”? Uno ha
disfrutado del placer sexual y después piensa en él a través de
imágenes, cuadros mentales, y el mismo pensar sobre el sexo
fortalece ese placer que ahora existe en las imágenes del
pensamiento, y cuando eso se frustra hay dolor, ansiedad, miedo,
celos, mortificación, ira, brutalidad. Y con ello no queremos decir
que uno no deba experimentar placer.
La
bienaventuranza no es placer; el éxtasis no es generado por el
pensamiento; es una cosa del todo diferente. Uno puede llegar a la
bienaventuranza o al éxtasis sólo cuando comprende la naturaleza
del pensamiento, el cual genera tanto el placer como el temor.
Entonces
surge la pregunta: ¿puede uno detener el pensamiento? Si el
pensamiento genera el miedo y el placer porque es bastante
obvio que donde hay placer tiene que haber dolor- entonces uno se
pregunta: ¿puede cesar el pensamiento? lo cual no significa
que termine la percepción o el disfrute de la belleza-. Es como si
viéramos la belleza de una nube o de un árbol y la disfrutáramos
total, completa y plenamente; pero cuando el pensamiento busca tener
la misma experiencia mañana, el mismo deleite que experimentó ayer
viendo esa nube, ese árbol, esa flor, la faz atractiva de alguna
persona, entonces invita a la desilusión, al dolor, al miedo y al
placer.
¿Puede,
por lo tanto, terminar el pensamiento? ¿O es ésa una pregunta
totalmente errónea? Es una pregunta errónea porque deseamos
experimentar un estado de éxtasis, de bienaventuranza, lo cual no es
placer. Mediante la terminación del pensamiento esperamos encontrar
algo que sea inmenso, que no sea producto del placer y del temor. La
pregunta correcta es: ¿qué papel desempeña el pensamiento en la
vida? y no ¿cómo podemos acabar con el pensamiento? ¿Cuál es la
relación del pensamiento con la acción y con la inacción? ¿Cuál
es la relación del pensamiento con la acción cuando la acción es
necesaria? ¿Por qué, cuando existe el disfrute completo de la
belleza, tiene que surgir el pensamiento en forma alguna? porque
si no surgiera no se proyectaría hacia el futuro-. Deseo averiguar
cuando existe el pleno disfrute de la belleza de una montaña,
de un rostro hermoso, de una extensión de agua- por qué ha de
brotar el pensamiento diciendo: “tengo que volver a disfrutar de
ese placer mañana”. Tengo que descubrir cuál es la relación del
pensamiento con la acción, y también si debe intervenir el
pensamiento cuando el pensamiento no es necesario en absoluto. Veo un
árbol bello, sin una sola hoja, erguido contra el cielo; es
extraordinariamente bello, y eso es suficiente; fin. ¿Por qué tiene
que inmiscuirse el pensamiento y decir, “debo experimentar ese
mismo deleite mañana”? Y también veo que el pensamiento tiene que
operar en la acción. La habilidad en la acción es también
habilidad en el pensamiento. Por lo tanto, ¿cuál es la verdadera
relación entre el pensamiento y la acción? Tal como ocurre, nuestra
acción se basa en conceptos, en ideas. Tengo una idea o un concepto
de lo que debería hacerse, y lo que se hace es una aproximación a
ese concepto, idea o ideal. De manera que existe una división entre
la acción y el concepto, el ideal, “lo que debería ser”; y en
esa división hay conflicto. Cualquier división psicológica tiene
que engendrar conflicto. Me pregunto: “¿cuál es la relación del
pensamiento con la acción?” Si existe división entre la acción y
la idea, entonces la acción es incompleta. ¿Existe alguna acción
en la cual el pensamiento ve algo instantáneamente y actúa de
inmediato, sin que haya ninguna idea, ninguna ideología que actúe
separadamente? ¿Existe alguna acción en la cual el mismo ver es la
acción, en la cual el mismo pensar es la acción? Veo que el
pensamiento genera miedo y placer; veo que donde existe el placer hay
dolor y, por lo tanto, resistencia al dolor. Veo eso claramente, y el
verlo es la acción inmediata; en el verlo participan el pensamiento,
la lógica y el pensar con claridad; y no obstante, el verlo y la
acción son instantáneos. Por lo tanto, en ello hay libertad.
¿Nos
estamos comunicando? Vayamos despacio porque esto es complicado,
difícil. Por favor, no diga “sí” tan fácilmente. Si dice que
sí, entonces cuando abandone la carpa debe estar libre del miedo. El
decir que “sí” es una mera aseveración de que ha comprendido
verbalmente, intelectualmente lo cual no significa nada-. Usted
y yo estamos aquí esta mañana investigando la cuestión del temor y
cuando salga de aquí debe estar completamente libre del temor. Ello
significa que usted es un ser humano libre, un ser humano diferente,
totalmente transformado; pero no que va a serlo mañana, sino que lo
es ahora mismo, porque usted ve con claridad que el pensamiento
engendra miedo y placer, usted ve que todos nuestros valores están
basados en el miedo y el placer los valores morales, éticos,
sociales, religiosos o espirituales-. Si usted ve esta verdad y
para verla tiene que estar extraordinariamente alerta, observando
cada movimiento del pensamiento en forma clara y lógica-, entonces
ese mismo ver es una acción total y, por lo tanto, cuando usted sale
de aquí está completamente libre del miedo. De lo contrario dirá
¿cómo voy a estar libre del miedo mañana?
El
pensamiento tiene que funcionar en la acción. Uno tiene que pensar
cuando va para su casa o cuando va a abordar un autobús, un tren,
cuando va a la oficina, y entonces el pensamiento funciona
eficientemente, objetivamente, en forma impersonal y sin emociones.
Ese pensamiento es de vital importancia. Pero cuando el pensamiento
continúa esa experiencia que usted ha tenido y la lleva a través de
la memoria, hacia el futuro, entonces tal acción es incompleta, y,
por lo tanto, existe una forma de resistencia, etcétera.
Podemos
entonces pasar a la siguiente pregunta, la cual sugiero formulemos
así: ¿cuál es el origen del pensamiento y quién es el pensador?
Uno puede ver que el pensamiento es la respuesta del conocimiento, de
la experiencia como recuerdo acumulado, de cuyo trasfondo surge una
respuesta del pensamiento a cualquier reto. Si a uno le preguntan
dónde vive, la respuesta es inmediata. La memoria, la experiencia,
el conocimiento es el trasfondo del cual brota el pensamiento. Por lo
tanto, el pensamiento nunca es nuevo; el pensamiento es siempre
viejo; el pensamiento no puede ser nunca libre, porque está atado al
pasado, y por lo tanto no puede ver nada nuevo. Cuando comprendo esto
con claridad, la mente se aquieta. La vida es un movimiento constante
de relación, y el pensamiento, tratando de capturar ese movimiento
en términos del pasado como memoria, siente miedo a la vida.
Cuando
vemos todo eso, cuando vemos que la libertad es necesaria para
inquirir y para inquirir claramente tiene que haber la
disciplina del aprender, y no de la represión o la imitación-
cuando vemos cómo la mente ha sido condicionada por la sociedad, por
el pasado, cuando vemos que todo pensamiento que se origina en el
cerebro es viejo y, por lo tanto, incapaz de comprender nada nuevo,
entonces la mente se aquieta por completo sin ser controlada, ni
aquietada. No existe sistema o método alguno no importa que
sea Zen del Japón o un sistema de la India- para lograr que la mente
esté quieta, porque lo más tonto que pueda hacer la mente es
disciplinarse para estar quieta. Si vemos ahora todo eso si lo
vemos realmente y no como algo teórico- de ese percibir surge
entonces una acción, y esa acción es la que nos libera del miedo.
Así, en cada ocasión en que el miedo surge, hay inmediata
percepción y terminación de ese miedo.
¿Qué
es el amor? Para la mayoría de nosotros es placer y, por lo tanto,
miedo. Eso es lo que llamamos amor. Entonces, ¿qué es el amor
cuando comprendemos el placer y el miedo? ¿Quién va a contestar esa
pregunta? ¿El que habla, el sacerdote, el libro? ¿Es que algún
agente externo nos va a decir que lo estamos haciendo muy bien y que
debemos continuar adelante? ¿O es que habiendo examinado, observado
y visto en forma no analítica la estructura y la naturaleza total
del placer, del miedo, del dolor, encontramos que “el observador”,
“el pensador” es parte del pensamiento? Si no existe el
pensamiento, no existe el “pensador”, pues ambos son
inseparables; el pensador es el pensamiento. Hay cierta belleza y
sutilidad en ver eso. ¿Dónde está ahora la mente que comenzó a
inquirir en este problema del miedo? ¿Comprenden? ¿Cuál es ahora
la condición de la mente que ha pasado por todo ello? ¿Es la misma
que era antes de llegar a este estado? Después de haber visto esto
íntimamente, de haber visto la naturaleza de esta cosa llamada
pensamiento, miedo y placer; ¿cuál es el verdadero estado de la
mente ahora? Es obvio que nadie, excepto usted mismo, puede contestar
esa pregunta, y si ha podido ahondar en ella verá que la mente ha
experimentado una transformación total.
Interlocutor:
(Inaudible).
Krishnamurti: Una
de las cosas más fáciles que hay es hacer una pregunta.
Probablemente algunos han estado pensando qué pregunta iban a
formular mientras yo hablaba. Estamos más interesados en nuestra
pregunta que en escuchar. Hay que hacer preguntas sobre uno mismo
tanto aquí como en cualquier otro sitio. Es mucho más importante
hacer la pregunta correcta que recibir la respuesta. La solución de
un problema reside en la comprensión del problema; la respuesta no
está fuera del problema, sino en el problema mismo. No podemos ver
el problema muy claramente si estamos preocupados con la respuesta,
con la solución. La mayoría de nosotros anhelamos resolver el
problema sin investigarlo, y para investigarlo debidamente es preciso
tener energía, intensidad, pasión, y no la indolencia y la pereza
que padecemos casi todos nosotros, ya que preferimos que alguna otra
persona lo resuelva. No hay nadie que vaya a resolver ninguno de
nuestros problemas, sean políticos, religiosos o psicológicos.
Hemos de tener mucha energía, pasión e intensidad para mirar y
observar el problema, y entonces, al observarlo, la solución surge
muy claramente.
Ello
no implica que ustedes no deben hacer preguntas; por el contrario,
tienen que hacerlas. Deben dudar de todo lo que se ha dicho, sin
importar quién lo diga, inclusive el que habla.
Interlocutor:
¿Existe el peligro de caer en la introspección al dirigir la mirada
a nuestros problemas personales?
Krishnamurti: ¿Por
qué no ha de haber peligro? Hay peligro al cruzar la calle. ¿Quiere
usted decir que no debemos mirar porque es peligroso hacerlo?
Recuerdo que una vez si se me permite relatar un caso que sirve
de ejemplo- un hombre muy rico vino a vernos y dijo: “Soy muy, muy
serio, y estoy interesado en lo que usted dice y deseo resolver todo
mi ‘esto y lo de más allá’” ustedes saben, las
tonterías de que habla la gente. Le dije: “muy bien, señor,
investiguemos eso”, y hablamos. Volvió varias veces, y después de
la segunda semana vino y me dijo: “tengo sueños horribles,
espantosos, y me parece ver que todo lo que me rodea desaparece, que
todas las cosas se van”; y añadió: “probablemente eso es el
resultado de inquirir dentro de mí mismo y veo el peligro que eso
representa”. Desde entonces, no volvió más.
Todos
queremos estar a salvo, seguros en nuestro pequeñito mundo el mundo
del “orden bien establecido” que es desorden, el mundo de
nuestras relaciones particulares que no deseamos que se perturben la
excluyente y estrecha relación entre marido y mujer, en la que hay
desdicha, desconfianza, temor, peligro, celos, ira, dominio-.
Existe
una manera de mirar dentro de nosotros mismos sin miedo, sin peligro;
es el mirar sin condenación ni justificación, simplemente el mirar,
sin interpretar, sin juzgar, sin evaluar. Para ello la mente ha de
estar ansiosa de aprender mediante la observación de lo que
realmente es. ¿Qué peligro hay en “lo que es”? Los seres
humanos son violentos; eso es en realidad “lo que es”, y el
peligro que han provocado en el mundo es el efecto de esta violencia,
es el resultado del miedo. ¿Qué hay de peligroso en observarlo y en
tratar de extirpar completamente ese miedo, de tal manera que podamos
crear una sociedad diferente con diferentes valores? Hay gran belleza
en la observación, en ver las cosas como son, psicológica,
internamente; lo cual no quiere decir que uno acepte las cosas como
son, ni tampoco que las rechace o desee alterar “lo que es”,
porque la misma percepción de “lo que es” genera su propia
mutación. Pero uno debe conocer el arte de “mirar” y el arte de
“mirar” nunca es introspectivo o analítico, sino que consiste,
simplemente, en observar, sin opción alguna.
Interlocutor: ¿No
existe el miedo espontáneo?
Krishnamurti:
¿Llamaría usted miedo a eso? Cuando usted sabe que el fuego quema,
cuando ve un precipicio, ¿es miedo alejarse? Cuando se aparta ante
un animal salvaje, una serpiente, ¿es eso miedo, o es inteligencia?
Esa inteligencia puede ser el resultado del condicionamiento, porque
usted ha sido condicionado a los peligros de un precipicio, de otro
modo podría caer, y ello sería el final. Esa inteligencia le
advierte que tenga cuidado; ¿es miedo esa inteligencia? ¿Pero es
ésa la inteligencia que funciona cuando nos dividimos en
nacionalidades, en grupos religiosos? Al dividirnos entre “tú” y
“yo”, “nosotros” y “ellos”, ¿actuamos con inteligencia?
Lo que opera en esta división, lo que ocasiona peligros, lo que
separa a la gente, lo que provoca guerras, ¿es inteligencia en
acción, o es miedo? Eso es miedo, no inteligencia. En otras
palabras, nos hemos fragmentado; una parte de nosotros actúa, si es
necesario, inteligentemente, como cuando evitamos un precipicio o un
autobús que pasa, pero no somos lo bastante inteligentes para ver
los peligros del nacionalismo, los peligros de la división entre los
seres humanos. De manera que una parte de nosotros una parte
muy pequeña- es inteligente, y el resto no lo es. Donde hay
fragmentación tiene que haber conflicto y miseria; la esencia misma
del conflicto es la división y la contradicción en nosotros mismos.
Esa contradicción no puede ser integrada. Una de nuestras ideas más
peculiares es la de que debemos integrarnos a nosotros mismos. No sé
lo que eso realmente significa. ¿Quién es el que va a integrar las
dos naturalezas divididas y en oposición? ¿No es parte de esa
división el propio integrador? Sin embargo, cuando uno ve la
totalidad de ello, cuando la percibe sin opción alguna, entonces no
hay división.
Interlocutor:
¿Existe alguna diferencia entre pensamiento correcto y acción
correcta?
Krishnamurti:
Cuando usted usa la palabra “correcto” en relación con
pensamiento y acción, entonces esa acción “correcta” es acción
“incorrecta”, ¿no es así? Cuando usamos la palabra “correcta”,
ya tenemos una idea de lo que es correcto. Cuando usted tiene
una idea de lo que es “correcto”, ello es “incorrecto”,
porque lo que considera “correcto” se basa en su prejuicio, en su
condicionamiento, en su temor, en su cultura, en su sociedad, en sus
propias características particulares, temores, sanciones religiosas,
etcétera. Usted tiene la norma, el patrón, y ese mismo patrón es
en sí incorrecto e inmoral. La moralidad social es inmoral. ¿Está
usted de acuerdo? Si está de acuerdo entonces ha rechazado la
moralidad social que es codicia, envidia, ambición, culto a las
jerarquías, etcétera. ¿Pero cuando dice que está de acuerdo es
porque lo ha vivido? ¿Quiere usted significar realmente que la
moralidad social es inmoral, o se trata únicamente de unas cuantas
palabras? Señor, el ser realmente moral, virtuoso, es una de las
cosas más extraordinarias en la vida, y esa moralidad no tiene
absolutamente nada que ver con la conducta social y ambiental. Para
ser realmente virtuoso hay que ser libre, y uno no es libre si sigue
la moralidad social de la codicia, la envidia, la competencia, el
culto al éxito ustedes saben, todas esas cosas que la sociedad
antepone como morales.
Interlocutor:
¿Tenemos que esperar a que ocurra este cambio, o existe alguna
disciplina que podamos utilizar?
Krishnamurti:
¿Necesitamos acaso una disciplina para darnos cuenta de que el
propio ver es acción? ¿La necesitamos?
Interlocutor:
¿Podría hablarnos de la mente quieta? ¿Es ella el resultado de la
disciplina? ¿O no lo es?
Krishnamurti:
Mire, señor, en una parada un soldado está muy quieto, con su
espalda recta, sosteniendo el rifle con precisión; se ha ejercitado
día tras día; para él no existe libertad alguna. Está muy quieto,
¿pero es eso quietud? ¿Es quietud la de un niño que está absorto
en un juguete? Quítele el juguete y el niño vuelve a su propia
manera de ser. Comprenda esto de una vez y para siempre, porque es
muy sencillo: ¿puede la disciplina crear la quietud? Puede que
produzca embotamiento, un estado de estancamiento, pero, ¿produce
esa quietud que, siendo quietud, es al mismo tiempo intensamente
activa?
Interlocutor:
Señor, ¿qué quiere usted que hagamos nosotros aquí en este mundo?
Krishnamurti: Muy
simple, señor: yo no quiero nada. Eso es lo primero. Lo segundo:
viva, viva en este mundo. Este mundo es tan maravillosamente bello.
Es nuestro mundo, la tierra nuestra sobre la cual vivimos. Pero no
vivimos, somos mezquinos, divididos, ansiosos; somos seres humanos
atemorizados y, por lo tanto, no vivimos, no conocemos la verdadera
relación, somos seres solitarios y desesperados. No sabemos lo que
significa ese sentido de vivir en éxtasis, en la dicha. Digo que
podemos vivir de esa manera únicamente cuando sabemos cómo estar
libres de todas las tonterías que llenan nuestra vida. Y estar
libres de ellas sólo es posible cuando nos damos cuenta de nuestra
relación, no sólo con los seres humanos, sino también con las
ideas, con la naturaleza, con todo. En esa relación descubrimos lo
que somos: nuestro miedo; nuestra ansiedad, desesperación, soledad,
y nuestra completa ausencia de amor. Uno está repleto de teorías,
de palabras, de conocimientos de lo que otras personas han dicho,
pero nada conoce sobre sí mismo, y, por lo tanto, uno no sabe cómo
vivir.
Interlocutor:
¿Cómo explica usted los diferentes niveles de conciencia del
cerebro humano? El cerebro parece ser una cosa física, y la mente no
parece serlo. Además, la mente parece tener una parte consciente y
otra inconsciente. ¿Cómo podemos ver con alguna claridad estas
diferentes ideas?
Krishnamurti: Lo
que usted quiere saber es la diferencia entre el cerebro y la mente,
¿no es así, señor? ¿No es el cerebro en sí, que es el resultado
del pasado, consecuencia de la evolución, de muchos miles de ayeres,
con todos sus recuerdos, conocimientos y experiencia, no es ese
cerebro parte de la mente total? la mente en que hay un nivel
consciente y otro inconsciente-. ¿No es todo eso una totalidad, lo
físico así como lo no físico, lo psicológico? ¿No somos nosotros
los que hemos hecho la división entre lo consciente y lo
inconsciente, el cerebro y el no cerebro? ¿No podemos mirar la cosa
entera como una totalidad no fragmentada?
¿Es
lo inconsciente tan distinto de lo consciente? ¿O es lo inconsciente
una parte de la totalidad que nosotros hemos dividido? De ahí surge
la pregunta: ¿cómo puede la mente consciente darse cuenta de la
inconsciente? ¿Puede lo positivo, que es lo funcional lo que
trabaja todo el día- observar lo inconsciente?
No
sé si tenemos tiempo para dilucidar esta cuestión. ¿No están
ustedes cansados? Por favor, señores, no conviertan esto en un
entretenimiento, como podrían hacerlo sentados en una habitación
agradable y cálida oyendo la voz de alguien. Estamos tratando con
cosas muy serias, y si ustedes han trabajado como uno debe hacerlo,
entonces tienen que estar cansados. El cerebro no puede asimilar más
sin fatigarse, y para ahondar en esa cuestión de lo consciente y lo
inconsciente, necesitamos una mente aguda, clara, que pueda observar.
Dudo mucho que al final de hora y media sean ustedes capaces de
hacerlo. ¿Están ustedes conformes en que consideremos esta cuestión
después?
Londres,
16 de marzo de 1969
2. LA FRAGMENTACIÓN
La división. Lo
consciente y lo inconsciente. Morir para lo “conocido”
Íbamos
a hablar esta noche sobre el tema de lo consciente y lo inconsciente,
de la mente superficial y las capas más profundas de lo
inconsciente. Me pregunto por qué dividimos la vida en fragmentos:
la vida de los negocios, la vida social, la familiar, la religiosa,
la deportiva, etcétera. ¿Por qué existe esta división, no sólo
en nosotros mismos, sino también socialmente: nosotros y ellos,
usted y yo, amor y odio, morir y vivir? Me parece que debemos ahondar
lo bastante en esta cuestión para descubrir si existe un modo de
vida en el cual no haya división alguna entre el vivir y el morir,
entre lo consciente y lo inconsciente, la vida social y la de los
negocios, la vida familiar y la individual.
Estas
divisiones entre nacionalidades, religiones, clases sociales; toda
esta separación dentro de uno mismo, donde hay tanta contradicción,
¿por qué vivimos de ese modo? Ello engendra mucho desorden,
conflicto, guerras; produce verdadera inseguridad, tanto interna como
externamente. Hay tanta división; Dios y el diablo, lo malo y lo
bueno, “lo que debería ser” y “lo que es”.
Considero
que valdría la pena que dedicáramos esta noche a tratar de
descubrir si existe una manera de vivir no teórica o
intelectual, sino real- en la cual no haya división alguna, en la
cual la acción no esté fragmentada, de manera que la vida sea un
fluir constante, y donde cada acción esté relacionada con todas las
demás acciones.
Para
descubrir una manera de vivir en la cual no haya fragmentación,
tenemos que indagar muy profundamente en la cuestión de la muerte y
del amor. Si comprendemos esto, puede que alcancemos un modo de vida
que sea un movimiento continuo, no fragmentado, un modo de vida
altamente inteligente. Una mente fragmentada carece de inteligencia.
El hombre que lleva media docena de vidas lo cual es aceptado
como siendo muy moral- evidentemente revela falta de inteligencia.
A mí
me parece que la idea de integración juntar varios fragmentos
para hacer un todo- no es una idea inteligente, porque ello implica
que existe un integrador, uno que está integrando, juntando todos
los fragmentos. Pero la misma entidad que trata de hacer esto es
también parte del fragmento.
Lo
que necesitamos es una inteligencia y pasión de tal naturaleza que
pueda producir una revolución radical en nuestra vida, de manera que
no haya acción contradictoria, sino un movimiento total y continuo.
Para que ocurra ese cambio en nuestra vida, tiene que haber pasión.
Para poder hacer cualquier cosa que valga la pena uno debe tener esta
pasión intensa, la cual no es placer. Para comprender esa acción
que no es fragmentaria o contradictoria, tiene que existir esta
pasión. Los conceptos intelectuales y las fórmulas no cambiarán
nuestro modo de vida; sólo lo hará la real comprensión de “lo
que es”; y para ello debe haber intensidad, pasión.
Para
averiguar si existe una manera de vivir un vivir cotidiano y no
monástico- que tenga esa calidad de pasión e inteligencia, uno debe
comprender la naturaleza del placer. El otro día examinamos la
cuestión del placer, cómo el pensamiento sostiene la experiencia
que nos ha proporcionado un placer momentáneo, y cómo pensando en
este placer lo prolonga. Y también consideramos que donde hay placer
tiene que haber dolor y miedo. ¿Es placer el amor? Para la mayoría
de nosotros los valores morales se basan en el placer. Aun la
abnegación y el dominio de sí mismo a fin de adaptarse se deben al
impulso del placer no importa lo grande o noble que éste sea-.
¿Es
el amor una cosa de placer? Esa palabra “amor” está tan
recargada; todo el mundo la usa, desde el político hasta el marido y
la esposa. Y a mí me parece que sólo el amor, en el sentido más
profundo de la palabra, es lo que puede crear un modo de vida en el
cual no haya fragmentación alguna. El miedo siempre forma parte del
placer, y es obvio que, donde haya alguna clase de miedo en la
relación, tiene que existir fragmentación, división.
Este
inquirir por qué la mente humana siempre se divide a sí misma en
oposición a otras, trayendo como resultado violencia y lo que se
espera conseguir mediante la violencia, es realmente un planteo muy
profundo. Los seres humanos estamos comprometidos con una forma de
vida que conduce a la guerra, a pesar de que a la vez deseamos paz y
libertad; pero se trata de la paz sólo como una idea, como una
ideología. Y al mismo tiempo, todo lo que hacemos nos condiciona.
Psicológicamente
existe la división del tiempo: tiempo como pasado (el ayer), hoy y
mañana, y tenemos que investigar esto si deseamos encontrar una
manera de vivir en la cual no exista división alguna. Tenemos que
averiguar si es el tiempo como pasado, presente y futuro el
tiempo psicológico- la causa de esa división. ¿Es la división
producida por lo conocido, como memoria, que es el pasado, que es el
contenido del propio cerebro? ¿O es que la división surge porque el
“observador”, el “experimentador”, el “pensador” está
siempre separado de la cosa que observa, que experimenta? ¿O es la
actividad egocéntrica, que es el “yo” y el “tú”, al crear
sus propias resistencias, sus propias actividades aisladas, lo que
ocasiona esa división? Al examinar este asunto, tenemos que darnos
cuenta de los siguientes problemas: el tiempo; el “observador”,
separándose a sí mismo de la cosa observada; el experimentador,
diferente de la experiencia; el placer, y si todo esto tiene algo que
ver con el amor.
¿Existe
psicológicamente el mañana? ¿Existe en una forma real, que no sea
invención del pensamiento? Existe un mañana en el tiempo
cronológico, pero ¿existe en realidad el mañana psicológicamente,
internamente? Si existe el mañana como idea, entonces la acción no
es completa, y esa acción engendra división, contradicción. La
idea del mañana, del futuro, es la causa de no ver muy claramente
las cosas como son ahora, y por eso pensamos: “espero verlas con
más claridad mañana”. ¿No es así? Somos perezosos y no tenemos
esa pasión, ese interés vital que es necesario para inquirir. El
pensamiento inventa la idea de llegar eventualmente, de comprender
eventualmente, y para ello el tiempo es necesario, y muchos días son
necesarios. ¿Trae el tiempo comprensión, lo capacita a uno para ver
algo muy claramente?
¿Es
posible para la mente estar libre del pasado de manera que no se
halle atada por el tiempo? Psicológicamente hay el mañana en
términos de lo conocido; entonces, ¿existe la posibilidad de estar
libre de lo conocido? ¿Es posible una acción que no lo sea en
términos de lo conocido?
Una
de las cosas más difíciles es comunicarse. Debe haber comunicación
verbal, eso es obvio, pero creo que existe un plano más profundo de
comunicación, en el cual no hay únicamente comunicación verbal,
sino comunión, donde ambos nos encontramos en el mismo nivel,
con la misma intensidad, con la misma pasión. Es sólo entonces
cuando hay comunión, que es algo mucho más importante que la mera
comunicación verbal. Y como estamos hablando de algo más bien
complejo, que toca muy profundamente nuestra vida cotidiana, tiene
que haber no sólo comunicación verbal, sino también comunión. Lo
que nos interesa es una revolución psicológica radical; no en un
futuro distante, sino realmente hoy, ahora nos interesa descubrir si
la mente humana, que ha estado tan condicionada, puede cambiar
inmediatamente, de manera que sus acciones sean una unidad continua,
no fraccionada y, por lo tanto, no socavada por sus arrepentimientos,
desesperanzas, temores, ansiedades, su sentimiento de culpa,
etcétera. ¿Cómo puede la mente despojarse de todo eso y ser
completamente fresca, joven, inocente? Ese es realmente el problema.
No creo que una revolución tan radical sea posible mientras exista
división entre el “observador” y lo observado, entre el
“experimentador” y lo experimentado. Esta división es la que
engendra el conflicto. Toda división tiene que traer conflicto, y es
obvio que mediante el conflicto, mediante la lucha, la contienda, no
puede haber cambio en el sentido psicológico profundo, aun cuando
pueda haber cambios superficiales. Así pues, ¿cómo se enfrentarán
la mente, el corazón y el cerebro, nuestra condición total, a este
problema de la división?
Dijimos
que indagaríamos en esta cuestión del consciente y de las capas más
profundas, o sea, del inconsciente; y ahora preguntamos por qué
existe esta división entre la mente consciente que está ocupada en
sus actividades diarias, preocupaciones, problemas, placeres
superficiales, subsistencia, etcétera, y los niveles más profundos
de esa mente con todas sus ocultas motivaciones, sus impulsos, sus
demandas apremiantes, sus miedos. ¿Por qué existe esta división?
¿Existe porque estamos tan ocupados superficialmente con nuestra
charla interminable, con nuestra constante demanda de diversión,
entretenimiento, tanto religioso como de otra naturaleza? Porque no
es posible que la mente ahonde y sondee en ella misma mientras surja
esta división.
¿Cuál
es el contenido de las capas más profundas de la mente no de
acuerdo con los psicólogos, Freud, etcétera- y cómo lo averiguan
ustedes si no leen lo que otros han dicho? ¿Cómo descubren lo que
es su inconsciente? Ustedes lo observan, ¿no es así? ¿O esperan
que sus sueños interpreten el contenido del inconsciente? Y ¿quién
va a descifrar esos sueños? ¿Los expertos? Ellos también están
condicionados por su especialización. Y uno pregunta: ¿es posible
no soñar en absoluto? excepto, desde luego, si uno tiene
pesadillas cuando ha tomado el alimento indebido, o ha cenado
excesivamente durante la noche-.
Existe
el inconsciente (por el momento usaremos la palabra). ¿De qué está
hecho? Es obvio que del pasado; de todas las conciencias raciales, el
residuo racial, la tradición familiar, los diversos
condicionamientos religiosos y sociales; ocultos, oscuros, ignorados.
¿Puede todo eso ser descubierto y revelado sin sueños, o sin
visitar a un analista, de manera que cuando la mente duerme esté
quieta y no incesantemente activa? Y por el hecho de estar quieta,
¿no es posible que surja en ella una cualidad distinta, una
actividad del todo diferente, que esté disociada de las ansiedades,
temores, preocupaciones, problemas y exigencias diarias? Para
descubrir si eso es posible, o sea, no soñar en absoluto, de manera
que la mente esté fresca al despertar por la mañana, uno tiene que
darse cuenta de todas las insinuaciones e intimaciones durante el
día. Únicamente puede uno descubrirlas en la convivencia, cuando
está observando su relación con otros, sin condenar, enjuiciar ni
evaluar; simplemente observando cómo uno se comporta, cómo
reacciona; observando sin opción alguna, simplemente observando, de
manera que durante el día el inconsciente sea revelado.
¿Por
qué damos un significado y sentido tan profundo al inconsciente?
después de todo es tan trivial como el consciente-. Si la
mente consciente está extraordinariamente activa, observando,
escuchando, viendo, entonces la mente consciente se vuelve más
importante que la inconsciente. En ese estado el contenido del
inconsciente se revela y cesa la división entre las distintas
etapas. Si observan sus reacciones mientras están sentados en el
autobús, cuando hablan con la esposa o el marido, cuando se hallan
en la oficina, escribiendo, mientras están solos si es que
alguna vez están solos entonces en ese proceso total de
observación, en ese acto de ver (en el cual no hay división entre
el “observador” y lo “observado) cesa la contradicción.
Cuando
esto resulta claro, entonces podemos preguntar: ¿Qué es el amor?
¿El amor es placer? ¿El amor son celos? ¿El amor es posesivo? ¿El
amor es dominante? la esposa dominando al marido y el marido a
la esposa-. Indudablemente, ninguna de esas cosas es amor; sin
embargo, llevamos el peso de ellas, y aun así le decimos a nuestro
esposo o a nuestra mujer, o a quien sea, “te amo”. Ahora bien, la
mayoría de nosotros somos envidiosos en una u otra forma. La envidia
surge de la comparación, del medir, del desear ser algo diferente de
lo que uno es. ¿Podemos ver la envidia como es en realidad, y estar
completamente libres de ella, de manera que no vuelva a surgir? De
otro modo no puede existir amor. El amor no es del tiempo; el amor no
puede cultivarse; no es cosa de placer.
¿Qué
es la muerte? ¿Cuál es la relación entre el amor y la muerte? Creo
que encontraremos la relación entre ambos cuando comprendamos el
significado de la “muerte”; para ello tenemos que comprender lo
que es vivir. ¿Qué es en realidad nuestro vivir? el vivir
cotidiano, no el ideológico, no la cosa intelectual, eso que
consideramos debiera ser, pero que es realmente falso-. ¿Qué es en
verdad nuestro vivir? el vivir de todos los días en conflicto,
desesperación, soledad, aislamiento-. Nuestra vida es un campo de
batalla, tanto dormidos como despiertos; tratamos de escapar de
varias maneras mediante la música, el arte, los museos, el
entretenimiento religioso o filosófico, enhebrando muchas teorías,
enredados en el conocimiento; todo menos poner fin al conflicto, a
esta batalla que llamamos vivir, con su dolor constante.
¿Puede
terminar el dolor en la vida cotidiana? A menos que la mente cambie
de modo radical, nuestro vivir tiene muy poco significado: ir todos
los días a la oficina, ganarse la vida, leer unos pocos libros,
poder citar a otros hábilmente, estar muy bien informado, una vida
vacía, una verdadera vida burguesa. Y según uno se va dando cuenta
de esta situación, comienza a inventarle un sentido a la vida, trata
de encontrarle alguna justificación; entonces busca a las personas
talentosas que puedan darle a uno el significado, el propósito de la
vida. Lo cual constituye un escape más del vivir. Esta clase de vida
tiene que sufrir una transformación radical.
¿Por
qué le tememos a la muerte? como le ocurre a la mayoría de la
gente-. ¿Qué tememos? Por favor, observen sus propios temores a lo
que llamamos muerte tener miedo de llegar al final de esta
batalla que llamamos vivir-. Tenemos miedo de lo desconocido, de lo
que pueda ocurrir; tenemos miedo de abandonar las cosas conocidas, la
familia, los libros, el apego a la casa y los muebles, a las personas
que nos rodean. Tenemos miedo de dejar atrás las cosas conocidas, y
lo conocido es este vivir en sufrimiento, dolor y desesperación, con
destellos ocasionales de alegría. No hay fin para esta lucha
constante, y eso es lo que llamamos vivir y lo que tememos perder.
¿Es el “yo” que es el resultado de toda esa acumulación-
quien tiene miedo de que ello llegue a su fin? Entonces reclama una
esperanza futura; por lo tanto tiene que existir la reencarnación.
La idea de la reencarnación, en la cual cree todo el Oriente, es que
uno nacerá en la próxima vida un poco más alto en los peldaños de
la escala. Si usted ha sido un lavaplatos en esta vida será un
príncipe o lo que sea en la siguiente, y alguien lavará los platos
por usted. Para aquellos que creen en la reencarnación importa mucho
lo que uno es en esta vida, porque lo que uno hace, la manera de
comportarse, lo que son sus pensamientos, sus actividades, le hará
acreedor de una recompensa o castigo en la vida siguiente, la cual
dependerá de todo eso. Pero a estas personas no les importa un bledo
la manera de comportarse porque para ellas es sólo una creencia más,
como la creencia de que existe el cielo, Dios, o lo que se quiera. Lo
que de veras importa es lo que uno es ahora, hoy, cómo realmente se
comporta tanto interna como externamente. El Occidente tiene su
propia manera de consolarse respecto de la muerte y la racionaliza de
acuerdo con su propio condicionamiento religioso.
Por
lo tanto, ¿qué es realmente la muerte, el final? El organismo va a
terminar porque envejece, o debido a enfermedad o a un accidente. Muy
pocos de nosotros envejecemos bellamente, porque somos seres
torturados, y eso se refleja en nuestros rostros con el paso de los
años; hay tristeza en la vejez al recordar las cosas del pasado.
¿Puede
uno morir psicológicamente para todo lo “conocido” de día en
día? A menos que nos liberemos de lo “conocido”, nunca podremos
apresar lo que es “posible”. Tal como están las cosas, nuestra
“posibilidad” está siempre dentro del campo de lo “conocido”,
pero cuando hay libertad, entonces la “posibilidad” es inmensa.
¿Puede uno morir psicológicamente para todo el pasado, para todos
los apegos, temores, para la ansiedad, la vanidad, el orgullo, morir
tan completamente que mañana despierte siendo un ser humano nuevo?
Ustedes dirán: ¿cómo va uno a hacer eso, cuál es el método? No
existe método alguno porque el “método” implica un mañana,
implica que algo será practicado y realizado eventualmente, mañana,
después de muchos mañanas. ¿Pueden ver inmediatamente la verdad de
ello verla realmente y no en teoría- ver que la mente no puede
ser fresca, inocente, joven, vital, apasionada, a menos que
psicológicamente termine todo el pasado? Pero no queremos
desprendernos del pasado porque somos el pasado; todos nuestros
pensamientos se basan en el pasado; todo conocimiento es el pasado;
por lo tanto, la mente no puede abandonarlo; y cualquier esfuerzo
para hacerlo es todavía parte del pasado que espera alcanzar un
estado diferente.
La
mente tiene que volverse extraordinariamente quieta, silenciosa; y
esto ocurre sin resistencia alguna, sin sistema alguno, cuando ella
ve la totalidad del problema. El hombre siempre ha perseguido la
inmortalidad; cuando pinta un cuadro y lo firma, esa es una forma de
inmortalidad; dejando un nombre tras él, lo que siempre desea es
dejar algo de sí mismo. ¿Qué tiene el hombre que dar de sí mismo,
fuera de su conocimiento tecnológico? ¿Qué es él? ¿Qué somos
ustedes y yo psicológicamente? Ustedes pueden tener una cuenta de
banco más abultada, pueden ser más inteligentes que yo, o esto o
aquello, pero, ¿qué somos psicológicamente, sino muchas palabras,
recuerdos, experiencias, las cuales deseamos pasar a un hijo,
consignarlas en un libro, o pintarlas en un cuadro, qué somos sino
el “yo”? El “yo” se vuelve extremadamente importante, el “yo”
en oposición a la comunidad, deseando identificarse a sí mismo,
deseando realizarse, convertirse en algo grande, ustedes saben, todo
eso. Cuando uno observa ese “yo”, ve que es un haz de recuerdos,
de palabras huecas. Y es a eso lo que nos apagamos, ésa es la
esencia misma de la separación entre usted y yo, ellos y nosotros.
Cuando
comprenden todo esto lo observan cuidadosamente por sí mismos
y no a través de otro, sin juzgarlo, evaluarlo, reprimirlo, sino que
simplemente observan- entonces ven que el amor es posible únicamente
cuando hay muerte psicológica. El amor no es recuerdo ni placer. Se
dice que el amor está relacionado con el sexo, y con ello volvemos a
la división entre amor profano y amor sagrado, aprobando uno y
rechazando al otro. Sin duda, el amor no es ninguna de estas cosas.
Uno no puede llegar a él total, completamente, a menos que haya un
morir para el pasado, un morir para toda la lucha, el conflicto y el
sufrimiento. Entonces hay amor; entonces uno puede hacer lo que
quiera.
Como
dijimos el otro día, es bastante fácil hacer una pregunta; pero
para que ésta tenga importancia, hay que hacerla con un propósito y
persistir en ella hasta tanto uno mismo la haya contestado
totalmente, pues el formular preguntas porque sí tiene muy poco
sentido.
Interlocutor: Si
uno no establece la división entre “lo que es” y “lo que
debería ser”, podría sentirse satisfecho y no se preocuparía por
las cosas terribles que ocurren.
Krishnamurti:
¿Cuál es la realidad de “lo que debería ser”? ¿Es que tiene
alguna realidad? El hombre es violento pero el “debería ser” es
pacífico. ¿Cuál es la realidad del “debería ser” y por qué
insistimos en el “debería ser”? De cesar esa división, ¿se
volvería el hombre más complaciente y lo aceptaría todo?
¿Aceptaría yo la violencia si no tuviese el ideal de la no
violencia? La no violencia ha sido predicada desde los tiempos más
remotos: no mates, sé compasivo, etcétera; y el hecho es que el
hombre es violento; eso es “lo que es”. Si el hombre lo acepta
como inevitable, entonces se vuelve complaciente, tal como lo es
ahora. Ha aceptado la guerra como una forma de vida y continúa
haciéndolo a pesar de que miles de sanciones religiosas, sociales y
de otra clase dicen: “No mates” no sólo al hombre, tampoco
a los animales-. Pero el hombre mata animales para comer y va a la
guerra. De modo que si no tuviéramos ideal alguno, nos quedaríamos
con “lo que es”. ¿Lo haría eso complaciente a uno? ¿O tendría
uno entonces la energía, el interés, la vitalidad para resolver “lo
que es”: es el ideal de no violencia un escape del hecho de la
violencia? Cuando la mente no está escapando sino que está
enfrentándose al hecho de la violencia de que uno es violento,
sin condenar el hecho ni juzgarlo- entonces esa mente tiene, sin
duda, una calidad del todo diferente y deja de ser violenta. Una
mente así no acepta la violencia. La violencia no implica sólo
herir o matar a alguien; violencia es también esta distorsión que
hay en el adaptarse, imitar, seguir la moralidad social, o en el
seguir la propia y peculiar moralidad de cada uno. Toda forma de
dominio y de represión es distorsión y, por lo tanto, es violencia.
No hay duda de que para comprender “lo que es” tiene que existir
un estado de atención, de alerta vigilancia, a fin de descubrir lo
real. Y el hecho real es la división que el hombre ha creado
mediante el nacionalismo, una de las principales causas de la guerra;
lo aceptamos rendimos culto a la bandera. Y están las divisiones
creadas por la religión, somos cristianos, budistas, esto o aquello.
¿No podríamos liberarnos de “lo que es”, observando el hecho
real? Uno puede estar libre de ello sólo cuando la mente no deforma
lo que observa.
Interlocutor:
¿Cuál es la diferencia entre el ver conceptual y el ver real?
Krishnamurti: ¿Ve
usted un árbol conceptualmente o lo ve en realidad? Cuando ve una
flor, ¿la ve directamente, o la ve a través del tamiz de su propio
conocimiento botánico o no botánico, o del placer que le brinda?
¿Cómo la ve usted? Si el ver es conceptual, o sea, a través del
pensamiento, ¿es eso ver? ¿Ven ustedes a su esposa o a su marido?
¿O ven la imagen que tienen de él o de ella? Esa imagen es el
concepto mediante el cual uno ve de modo intelectual, pero cuando no
hay imagen alguna, entonces, uno realmente ve, entonces está
realmente en relación.
Así,
pues, ¿cuál es el mecanismo que construye la imagen, que nos impide
ver realmente el árbol, la esposa o el marido, o el amigo, o lo que
sea? Espero equivocarme, pero es obvio que ustedes tienen una imagen
de mí, ¿no es así? Si tienen una imagen del que habla, no están
realmente escuchándolo en absoluto. Y cuando uno mira a su esposa, o
a su marido, etcétera, y lo hace a través de una imagen, no ve
realmente a la persona, sino que la ve a través de la imagen, y por
lo tanto no existe relación en absoluto. Uno puede decir “te amo”,
pero eso no tiene sentido alguno.
¿Puede
la mente dejar de construir imágenes en el sentido en que estamos
hablando? Eso es posible sólo cuando la mente está por completo
atenta en el momento, en el instante mismo del reto o de la
impresión. Tomemos un ejemplo muy simple: a usted lo adulan, eso le
gusta, y el mismo “gustar” construye la imagen. Pero si usted
escucha esa adulación con atención completa, sin gusto ni disgusto,
si la escucha completamente, totalmente, entonces no se forma la
imagen; no llama a esa persona su amigo y, a la inversa, tampoco
llama enemigo a la persona que lo insulta. La “formación de
imágenes” surge de la inatención. Cuando hay atención no se crea
concepto alguno. Hágalo; verá lo sencillo que es descubrirlo.
Cuando usted pone atención completa al mirar un árbol, o una flor,
o una nube, no hay entonces proyección alguna de sus conocimientos
de botánica, o de su gusto o disgusto; usted simplemente mira (lo
cual no quiere decir que se identifica con el árbol, de ninguna
manera puede usted convertirse en el árbol). Si mira a su esposa o
amigo sin ninguna imagen, entonces la relación es del todo
diferente; entonces el pensamiento no interviene en absoluto y hay
una posibilidad de amor.
Interlocutor: ¿Son
concomitantes el amor y la libertad?
Krishnamurti:
¿Podemos amar sin libertad? Si no somos libres, ¿podemos amar?
¿Podemos amar si somos celosos? ¿Podemos amar si estamos
atemorizados? Si mientras estamos en la oficina perseguimos nuestra
particular ambición y al regresar al hogar decimos “te amo,
querida” ¿es eso amor? En la oficina somos brutales, astutos, y en
el hogar tratamos de ser amables, dóciles, ¿es eso posible? ¿Es
posible matar con una mano y con la otra amar? ¿Puede amar en forma
alguna el hombre ambicioso, o puede el hombre competitivo saber
alguna vez lo que el amor significa? Aceptamos todas esas cosas y la
moralidad social. Pero cuando negamos esa moral social por completo,
con todo nuestro ser, entonces somos en realidad morales; pero no
hacemos eso. Somos moral y socialmente respetables, y así
desconocemos lo que es el amor. Sin amor no es posible descubrir qué
es la Verdad, ni si existe o no existe eso que llamamos Dios. Podemos
conocer lo que es el amor sólo cuando sabemos morir para todo lo del
ayer, para todas las imágenes del placer, sexual o de otra clase.
Entonces, cuando hay amor, que en sí es virtud, que en sí es
moralidad toda la ética está contenida en él- únicamente
entonces podrá surgir esa Realidad, ese algo que es inconmensurable.
Interlocutor: El
individuo, que vive en un torbellino, crea la sociedad, ¿sostiene
usted que para cambiar la sociedad el individuo se separe de ella de
manera que no dependa de la sociedad?
Krishnamurti: ¿No
es el individuo la sociedad? Usted y yo hemos creado esta sociedad
con nuestra codicia, nuestra ambición, nuestro nacionalismo, nuestra
competencia, brutalidad, violencia; eso es lo que hemos hecho en el
mundo exterior porque eso es lo que somos internamente. Usted y yo
somos realmente responsables de la guerra que está desarrollándose
en Vietnam porque hemos aceptado la guerra como sistema de vida.
¿Sugiere usted que nos separemos de ello? Al contrario, ¿cómo
puede usted separarse de sí mismo? Uno es parte de todo este
embrollo y sólo puede estar libre de esta fealdad, de esta
violencia, de todo esto, no separándose, sino aprendiendo,
observando y comprendiéndolo todo en uno mismo. Usted no puede
separarse de sí mismo, y de ahí surge el problema de “quién”
va a hacerlo. ¿Quién va a separarme a “mí” de la sociedad, o a
“mí” de mí mismo? ¿No es parte de todo este circo la misma
entidad que trata de separarse de sí misma? El comprender todo eso
que el “observador” no es diferente de la cosa observada-
es meditación. Ello requiere gran penetración dentro de uno mismo,
no en forma analítica; es al observarse en la relación con las
cosas, con la propiedad, con la gente, con las ideas, con la
naturaleza, que uno llega a este sentido de completa libertad
interna.
Londres,
20 de marzo de 1969
3. LA MEDITACIÓN
El significado de la
“búsqueda”; problemas implicados en la práctica y el dominio;
la calidad del silencio
Me
gustaría hablar de algo que considero muy importante; al
comprenderlo quizá podamos tener, por nosotros mismos, una
percepción total de la vida sin fragmentación alguna, de modo que
seamos capaces de actuar de manera total, libre y gozosamente.
Siempre
estamos buscando alguna forma de misterio porque estamos muy
insatisfechos con la vida que vivimos, con la superficialidad de
nuestras actividades que tienen muy poco significado y a las cuales
tratamos de darle una significación, un sentido. Pero eso es un acto
intelectual que, por lo tanto, sigue siendo superficial, falso y en
última instancia, vacío. Y a pesar de que sabemos todo eso que
nuestros placeres terminan muy pronto, que nuestras actividades
cotidianas son una rutina; sabiendo también que nuestros problemas,
tantos de ellos, tal vez nunca sean resueltos; sabiendo que no
creemos en nada, y que no tenemos fe en los valores tradicionales, en
los maestros, en los gurús, en las sanciones de la iglesia o de la
sociedad- conociendo todo esto, la mayoría de nosotros está siempre
explorando o buscando, tratando de encontrar algo que en realidad
valga la pena, algo que no esté contaminado por el pensamiento y que
realmente tenga un extraordinario sentido de belleza y de éxtasis.
Me parece que la mayoría de nosotros está tratando de buscar algo
duradero, que no sea fácilmente susceptible de corrupción.
Desechamos lo que es obvio y existe un hondo anhelo no
emocional o sentimental- un inquirir profundo que podría abrir la
puerta a algo que no está en la medida del pensamiento, que no puede
ser clasificado en ninguna categoría, fe o creencia. Pero, ¿tiene
algún sentido la búsqueda, la exploración?
Vamos
a discutir el asunto de la meditación, que es más bien complejo, y
antes de examinarlo, debemos ver claro en esta cuestión de la
búsqueda, en este esforzarse tras la experiencia tratando de
encontrar una realidad. Tenemos que comprender el significado de la
búsqueda e investigación de la Verdad, el tanteo intelectual tras
algo nuevo que no sea temporal, que no sea producto de nuestras
exigencias, apremios y desesperación. ¿Puede la verdad ser
encontrada mediante la búsqueda? ¿Es ella reconocible cuando la
hemos encontrado? Si la encontramos, ¿podemos decir “ésta es la
Verdad”, “esto es lo real”? ¿Tiene algún sentido la búsqueda?
La mayoría de la gente religiosa está siempre hablando de buscar la
verdad, y nosotros preguntamos si la verdad puede ser buscada en
forma alguna. ¿En la idea de buscar y de encontrar, no existe
también la idea de reconocimiento, la idea de que si encuentro algo
debo ser capaz de reconocerlo? ¿No implica el reconocimiento que eso
ya lo he conocido antes? ¿Es la verdad “reconocible”, en el
sentido de haber sido ya experimentada, de manera que pueda uno decir
“esto es la Verdad”? Así, ¿cuál es el valor del buscar en
forma alguna? O, si no hay valor en ello, ¿está entonces el valor
únicamente en la observación constante, en el escuchar constante,
que no es lo mismo que buscar? Cuando existe la observación
constante, no hay movimiento del pasado. “Observar” implica ver
muy claramente, y para ver claramente tiene que haber libertad,
libertad del resentimiento, de la enemistad, de cualquier prejuicio o
rencor, libertad de todos esos recuerdos que hemos almacenado como
conocimiento, los cuales nos impiden ver. Cuando existe esa calidad,
esa clase de libertad con observación constante no sólo de
las cosas externas sino también de lo interno- de lo que realmente
está ocurriendo ¿qué necesidad hay entonces de buscar en absoluto?
Porque todo está allí siendo observado; el hecho, “lo que es”.
Pero tan pronto queremos cambiar “lo que es” en alguna otra cosa,
tiene lugar el proceso de distorsión. En la observación libre, sin
distorsión, sin evaluación, sin deseo alguno de placer, en ese puro
observar, vemos que “lo que es” sufre un cambio extraordinario.
La
mayoría de nosotros tratamos de llenar nuestra vida con el
conocimiento, con entretenimientos, con creencias y aspiraciones
espirituales, las cuales, según observamos, tienen muy poco valor.
Deseamos experimentar algo trascendental, algo más allá de las
cosas mundanas; queremos experimentar algo inmenso, que no tenga
límites, que esté fuera del tiempo. Para “experimentar” algo
inconmensurable, tenemos que comprender las implicaciones de la
“experiencia”. ¿Por qué necesitamos en absoluto tener
“experiencia”?
Por
favor no acepten ni rechacen lo que se está diciendo, limítense a
examinarlo. El que habla seamos precisos una vez más al
respecto- no tiene importancia alguna (Es como el teléfono; ustedes
no obedecen lo que el teléfono dice. El teléfono no tiene
autoridad, pero ustedes lo escuchan). Si uno escucha cuidadosamente,
en ello hay afecto, no acuerdo o desacuerdo, sino una calidad de
mente que dice “veamos de qué habla usted, veamos si ello tiene
algún valor, y qué hay en ello de verdadero o de falso”. No
acepten ni rechacen, sino observen y escuchen, estén atentos no sólo
a lo que se dice, sino también a sus propias reacciones, a sus
distorsiones mientras están escuchando; vean sus prejuicios, sus
opiniones, sus imágenes, sus experiencias, y observen cómo esas
cosas están impidiéndoles escuchar.
Estamos
preguntando: ¿cuál es el significado de la experiencia? ¿Tiene
ella algún significado? ¿Puede la experiencia despertar a una mente
que está dormida, que ha llegado a ciertas conclusiones y que está
atada y condicionada por creencias? ¿Puede la experiencia
despertarla y romper toda esa estructura? ¿Puede una mente así tan
condicionada y tan recargada con sus innumerables problemas y
aflicciones y sufrimientos- responder a reto alguno? ¿Puede hacerlo?
Y si responde, ¿no tiene que ser inadecuada esa respuesta, y por lo
tanto causa de mayor conflicto? Buscar experiencias más amplias, más
profundas y trascendentales es siempre una forma de escape de la
realidad, de “lo que es” ahora, lo cual somos nosotros mismos,
nuestra propia mente condicionada. ¿Por qué ha de necesitar
“experiencia” alguna una mente extraordinariamente despierta,
inteligente, libre? La luz es la luz, no tiene necesidad de más luz.
El deseo de más “experiencia” es un escape de lo real, de “lo
que es”.
Si
uno está libre de esta perpetua búsqueda, libre de la exigencia y
del deseo de experimentar algo extraordinario, entonces puede
proceder a investigar qué es la meditación. Esa palabra al
igual que las palabras “amor, muerte, belleza, felicidad”- está
muy recargada. ¡Hay tantas escuelas que le enseñan a uno cómo
meditar! Pero para comprender lo que es la meditación, uno ha de
establecer primero las bases del recto comportamiento. Sin esas bases
la meditación es realmente una forma de autohipnosis. Si no estamos
libres de ira, celos, envidia, codicia, adquisividad, odio,
competencia, deseo de éxito de todas las formas consideradas
respetables y morales en nuestro actual sistema de vida- sin
establecer la base correcta, sin vivir una vida cotidiana
verdaderamente libre de distorsión, de miedo personal, de ansiedad,
codicia, etcétera, la meditación tiene muy poco sentido. Establecer
esa base es de suma importancia. De manera que uno pregunta: ¿qué
es la virtud? ¿Qué es la moralidad? Por favor, no digan que ésta
es una pregunta burguesa, que ella no tiene sentido en una sociedad
tolerante que lo permite todo. No estamos interesados en esa clase de
sociedad; nos interesa una vida completamente libre de temor, una
vida que sea capaz de un amor profundo y duradero. Sin eso la
meditación se vuelve un extravío, es como tomar una droga como
tantos lo han hecho- para disfrutar de una experiencia extraordinaria
a pesar de vivir una vida falsa e insignificante. Los que usan drogas
tienen algunas experiencias extrañas, quizá vean un poco más de
color, puede que se tornen algo más sensitivos y que gracias a la
sensibilidad provocada por las sustancias químicas tal vez vean las
cosas sin espacio entre el “observador” y lo observado. Pero
cuando el efecto químico se ha ido, están donde estaban antes, con
el miedo, el tedio, otra vez en la vieja rutina; por lo tanto tienen
que tomar la droga de nuevo.
A
menos que uno establezca las bases de la virtud, la meditación se
convierte en una treta para controlar la mente, para aquietarla, para
obligarla a adaptarse al patrón de un sistema que dice: “Haga
estas cosas y recibirá una gran recompensa”. Pero una mente así
haga lo que haga con todos los métodos y sistemas disponibles-
seguirá siendo pequeña, mezquina, condicionada y, por lo tanto, sin
valor. Tenemos que inquirir en lo que es la virtud, lo que es el
comportamiento. ¿Es el comportamiento resultado del condicionamiento
ambiental, de una sociedad, de una cultura, en la cual uno se ha
criado y de acuerdo con la cual uno actúa? ¿Es eso virtud? ¿O
consiste la virtud en estar libre de la moralidad social de la
codicia, la envidia, etcétera, todo lo cual se considera altamente
respetable? ¿Puede la virtud ser cultivada? Y si puede serlo ¿no se
convierte entonces en una cosa mecánica que, por lo tanto, no tiene
virtud alguna? La virtud es algo vivo, que fluye, que se renueva
constantemente a sí mismo y no puede ser cultivada en el tiempo; es
como sugerir que uno puede cultivar la humildad. ¿Puede cultivarse
la humildad? Únicamente el hombre vanidoso “cultiva” la
humildad, y no importa lo que cultive, seguirá siendo vanidoso. Pero
en el ver muy claramente la naturaleza de la vanidad y del orgullo,
en el mismo hecho de verlo, hay liberación de esa vanidad y ese
orgullo, y en ello hay humildad. Cuando esto está bien claro,
entonces podemos proceder a averiguar lo que es la meditación. Si no
podemos hacerlo con gran profundidad, del modo más serio y verdadero
no sólo por uno o dos días y después abandonarlo- entonces
no hablemos, por favor, de meditación. Si uno comprende lo que es la
meditación, ve que es una de las cosas más extraordinarias, pero no
es posible comprender esto a menos que se haya terminado con la
búsqueda, el tanteo, el deseo y ese aferrarse ávidamente a algo que
uno considera ser la verdad, pero que sólo es proyección de uno
mismo. No se llega al estado de meditación si no cesa toda demanda
de “experiencia” y si uno no comprende la confusión en que vive
y el desorden que impera en su propia vida. De la observación de ese
desorden surge el orden, lo cual no es una imagen. Cuando uno ha
hecho esto que en sí es meditación- entonces puede preguntar
no solamente lo que es meditación, sino también lo que no es
meditación, porque en la negación de lo que es falso, está la
verdad.
Cualquier
sistema o método que nos enseñe cómo meditar es falso. Uno puede
ver esto intelectualmente, lógicamente, porque si uno practica
conforme a un método no importa lo noble, antiguo, moderno o
popular que sea- se está convirtiendo en una máquina, ya que repite
algo una y otra y otra vez con el fin de obtener un resultado. En la
meditación el fin no es diferente de los medios. Pero el método nos
promete algo; es un medio para alcanzar un fin. Si el medio es
mecánico, entonces el fin es también algo producido por la máquina,
la mente mecánica dice: “conseguiré algo”. Uno ha de estar
completamente libre de todo método y de todo sistema, y eso ya es el
comienzo de la meditación, porque uno está negando algo que es
totalmente falso y carente de sentido.
Por
otra parte, hay personas que practican “la percepción alerta”
(awareness). ¿Puede uno practicar
la percepción alerta? Si la “practica” entonces está inatento
todo el tiempo. Por lo tanto, estén perceptivos, atentos a la propia
inatención, no practiquen cómo estar atentos; si se dan cuenta de
su inatención, entonces de esa percepción alerta surge la atención,
no necesitan practicarla. Entiendan esto, por favor, es tan claro y
tan sencillo. No tienen que ir a Birmania, China, lugares que
consideramos románticos, pero que no lo son en los hechos. Recuerdo
que una vez estaba viajando en un automóvil, en la India, con un
grupo de personas. Me hallaba en el asiento delantero con el
conductor y en el asiento trasero había tres personas hablando sobre
la percepción alerta (awareness),
queriendo discutir conmigo lo que es el darse cuenta. El coche iba
muy ligero. Había una cabra en la carretera, y como el conductor no
estaba muy atento, arrolló al pobre animal. Los caballeros que
estaban detrás de nosotros discutían sobre qué es la percepción
alerta, pero nunca se dieron cuenta de lo que había ocurrido.
Ustedes ríen, pero eso es lo que todos hacemos; estamos
intelectualmente interesados en la idea de la percepción alerta, en
la investigación verbal y dialéctica de la opinión, pero no
estamos perceptivamente alertas a lo que está ocurriendo.
No
hay práctica alguna, sino la cosa viva solamente. Y entonces surge
la pregunta: ¿cómo se puede controlar el pensamiento? El
pensamiento vaga por cualquier parte, y cuando uno desea pensar en
algo, se desvía hacia otra cosa. Se dice: practica, controla; piensa
en un cuadro, en una oración, o en lo que sea; concéntrate; y como
el pensamiento se va en otra dirección, volvemos a insistir en que
retroceda, y seguimos en la misma lucha hacia adelante y hacia atrás.
De manera que uno se pregunta: ¿qué necesidad hay de controlar el
pensamiento en absoluto, y cuál es la entidad que va a ejercer el
control? Escuchen esto atentamente, por favor. A menos que uno
comprenda esta pregunta fundamental, no podrá ver el significado de
la meditación. Cuando uno dice, “debo controlar el pensamiento”,
¿quién es el que controla, quién es el censor? ¿Es el censor
distinto de la cosa que desea controlar, moldear o cambiar en algo
diferente? ¿No son ambos lo mismo? ¿Qué sucede cuando el
“pensador” ve que él es el pensamiento y lo es-, que el
“experimentador” es la experiencia? ¿Qué hace uno entonces?
¿Están siguiendo esto? El pensador es el pensamiento, y el
pensamiento divaga; entonces el pensador, pensando que está
separado, dice: “debo controlarlo”. ¿Es el pensador diferente de
la cosa llamada pensamiento? Si no existe el pensamiento, ¿existe un
pensador?
¿Qué
ocurre cuando el pensador ve que él es el pensamiento? ¿Qué ocurre
en realidad cuando el “pensador” es el pensamiento, al igual que
el “observador” es lo observado? ¿Qué ocurre? En eso no existe
separación ni división y, por lo tanto, no hay conflicto, de manera
que el pensamiento no tiene que seguir siendo controlado o moldeado.
Entonces, ¿qué ocurre? ¿Existe entonces divagación alguna del
pensamiento? Antes había control y concentración del pensamiento, y
existía el conflicto entre el “pensador” que deseaba controlar
el pensamiento, y el pensamiento que divagaba. Eso ocurre
permanentemente con todos nosotros. Luego surge la súbita
comprensión de que el “pensador” es el pensamiento, lo cual no
es una aseveración verbal sino una realidad. ¿Qué ocurre entonces?
¿Existe tal cosa como el pensamiento que divaga? Ello sucede sólo
cuando el “observador” es diferente del pensamiento que él
censura; entonces puede decir: “este pensamiento es correcto o éste
es incorrecto”, o: “el pensamiento divaga, tengo que
controlarlo”, ¿Pero hay divagación alguna cuando el pensador se
da cuenta de que es el pensamiento? Señores, investiguen esto, no lo
acepten, y lo verán por ustedes mismos. Únicamente hay conflicto
cuando hay resistencia, y esa resistencia es creada por el pensador,
el cual piensa que está separado del pensamiento. Pero cuando el
pensador se da cuenta de que es el pensamiento, entonces no hay
resistencia; lo cual no quiere decir que el pensamiento anda por
cualquier parte y hace lo que le place, sino lo contrario.
Todo
el concepto de control y concentración sufre un cambio tremendo; se
convierte en atención, que es algo completamente distinto. Cuando
uno comprende la naturaleza de la atención, que la atención puede
ser enfocada, entonces se da cuenta de que es una cosa muy diferente
de la concentración, pues ésta es exclusión. Entonces ustedes
preguntarán: “¿Puedo hacer algo sin concentración?” “¿No
necesito concentrarme para hacer algo?” ¿Pero no pueden hacer algo
con atención, que no es concentración? “Atención” implica
atender, o sea, escuchar, oír, ver con la totalidad de nuestro ser,
con nuestro cuerpo, nuestros nervios. En esa atención total en
la cual no hay división- ustedes pueden hacer cualquier cosa, y en
esa atención no hay resistencia.
Ahora
veamos lo siguiente: ¿puede la mente, que incluye el cerebro el
cerebro, que está condicionado, que es la consecuencia de miles y
miles de años de evolución y que es el depósito de la memoria-,
puede esa mente aquietarse? Porque sólo cuando la mente está
totalmente silenciosa, quieta, hay percepción y se ve con claridad,
con una mente que no está confusa. ¿Cómo puede la mente estar
silenciosa, quieta? No sé si ustedes han podido ver por sí mismos
que para mirar un árbol, o una nube llena de luz y de gloria, tienen
que mirar completamente, en silencio; de lo contrario no la están
mirando directamente, sino con alguna imagen placentera o con el
recuerdo de ayer. No la miran en realidad, están viendo la imagen
más bien que el hecho.
De
manera que uno se pregunta: ¿puede la totalidad de la mente,
incluyendo el cerebro, estar completamente quieta? Hay personas muy
serias que se han formulado esta pregunta sin haber podido
resolverla; han probado tretas, han dicho que la mente puede
aquietarse mediante la repetición de palabras. ¿Han tratado ustedes
de hacerlo alguna vez repitiendo “Ave María” o esas
palabras sánscritas que algunas personas han traído de la India,
los mantras- repitiendo ciertas palabras para aquietar la mente? No
importa de qué palabra se trate Coca Cola, cualquier palabra-
repítanla rítmicamente, repítanla a menudo y notarán que la mente
se aquieta. Pero es una mente embotada, no una mente sensitiva,
alerta, activa, vital, apasionada, intensa. Aun cuando una mente
embotada diga: “he tenido una experiencia trascendental tremenda”,
está engañándose a sí misma.
De
manera que ello no depende de la repetición de palabras, ni de
tratar de lograrlo mediante esfuerzo; demasiadas tretas se han usado
para aquietar la mente. Pero en su interior uno sabe bien que cuando
la mente está quieta todo el problema ha terminado; uno sabe que
entonces hay verdadera percepción.
¿Cómo
va a estar la mente, incluyendo el cerebro, completamente quieta?
Algunos dicen: respire de modo apropiado, aspire aire profundamente,
o sea, introduzca más oxígeno en su sangre. Es posible que una
mente pequeña y embotada respirando muy hondo, día tras día, pero
siempre seguirá siendo lo que es, una mente pequeña y embotada.
Igual ocurre con la práctica del Yoga; hay tantas cosas envueltas en
esto. Yoga significa destreza en la acción, y no meramente la
práctica de ciertos ejercicios necesarios para conservar el cuerpo
saludable, fuerte y sensitivo lo cual incluye comer alimentos
apropiados, sin hartarse de carne, etc. (no entraremos en eso, pues
probablemente todos ustedes comen carne). La destreza en la acción
requiere gran sensibilidad del cuerpo, cierta agilidad física,
ingerir comidas adecuadas, no lo que dicta el paladar o aquello a que
están acostumbrados.
Entonces
¿qué ha de hacer uno? ¿Quién formula esa pregunta? Vemos muy
claramente que nuestras vidas están en desorden, interna y
externamente y, sin embargo, el orden es necesario en forma tan
ordenada como en la matemática. Pero habrá orden únicamente
mediante la observación del desorden, y no tratando de actuar
conforme a la imagen de lo que otros y ustedes puedan considerar
orden. El orden surge cuando uno ve y se da cuenta del desorden. Uno
ve también que la mente debe estar extraordinariamente quieta,
sensible, alerta, no aprisionada en un hábito físico o psicológico.
¿Y cómo se logra esto? ¿Quién formula la pregunta? ¿La mente que
parlotea sin cesar, que posee cimientos? ¿Ha aprendido ella una cosa
nueva, o sea, que puede ver claramente sólo cuando está quieta, y
que por lo tanto tiene que estar quieta? Entonces dice: “¿cómo
voy a estar quieta?” Sin duda que esa pregunta es de por sí
errónea; tan pronto pregunta “cómo”, está buscando un sistema
y, en consecuencia destruye la misma cosa que se está investigando,
que es: ¿cómo puede la mente estar completamente quieta? -no
mecánicamente quieta, no forzada ni obligada a estarse quieta. Una
mente que no es obligada a estar quieta, es extraordinariamente
activa, sensitiva, alerta. Pero cuando uno pregunta “cómo”, ahí
ha surgido entonces la división entre el observador y la cosa
observada.
Cuando
ustedes comprenden que no existe método ni sistema, ni mantra, ni
maestro, ni nada en el mundo que pueda ayudarlos a aquietar la mente,
y comprenden la verdad de que sólo una mente quieta puede ver,
entonces la mente se torna extraordinariamente silenciosa. Es como
ver el peligro y evitarlo; de la misma manera, cuando uno ve que la
mente tiene que estar completamente silenciosa, la mente se silencia.
Pero
la calidad del silencio es lo importante. Una mente muy
pequeña puede estar muy tranquila porque tiene su propio pequeño
espacio donde se mantiene quieta; ese pequeño espacio, con su
pequeña quietud, es la cosa mas muerta imaginable ustedes
saben lo que es. Pero una mente con espacio ilimitado que posea esa
quietud, ese silencio, no tiene el centro del “yo”, del
“observador” y, por lo tanto, es del todo diferente. En ese
silencio no existe el “observador” en absoluto; esa calidad de
silencio tiene un vasto espacio sin fronteras y está intensamente
activa. La actividad de ese silencio es completamente distinta de la
actividad egocéntrica. Si la mente de un hombre ha ido tan lejos (y
en realidad no está tan lejos, está siempre ahí si uno sabe
mirar), quizás entonces allí esté, sin ser invitado, lo que el
hombre ha buscado por siglos: Dios, la verdad, lo inconmensurable, lo
innominado, lo intemporal. Ese es un hombre bienaventurado, para él
son la verdad y el éxtasis.
¿Creen
ustedes que deberíamos hablar de esto y hacer preguntas? Podría ser
que ustedes me dijeran: ¿qué valor tiene todo esto en nuestras
vidas diarias? tengo que vivir, ir a la oficina, también están
la familia, el jefe y la competencia, ¿qué tiene que ver con ello
lo que usted dice? ¿Es que ustedes no preguntan esto? Si lo
preguntan es porque no han prestado atención a todo lo que se ha
dicho durante esta mañana. La meditación no es algo diferente de la
vida cotidiana. No se retiren al rincón de una habitación a meditar
durante diez minutos para salir después de allí y seguir siendo un
carnicero tanto metafóricamente como de hecho. La meditación
es una de las cosas más serias mediten todos los días, en la
oficina, estando con la familia y también cuando le dicen a alguien,
“te amo”; cuando están pensando en los hijos, cuando los educan
para que sean soldados, para que maten, para que rindan culto a la
bandera; cuando los educan para que entren en esta trampa del mundo
moderno. El observar todo eso y darse cuenta de que uno forma parte
de ello, es meditación. Y cuando ustedes mediten de esa manera,
descubrirán en ello una belleza extraordinaria; actuarán
correctamente en todo momento, y si en un determinado momento no lo
hicieran, ello no importa; se recobrarán y no perderán tiempo en
lamentaciones. La meditación es parte de la vida, y no algo
diferente.
Interlocutor:
¿Puede decirnos algo sobre la pereza?
Krishnamurti: La
pereza. Ante todo: ¿qué hay de malo en la pereza? No confundamos la
pereza con el ocio. Desafortunadamente, la mayoría de nosotros somos
perezosos e inclinados a ser indolentes, y por eso nos fustigamos
para ser activos, convirtiéndonos de esa manera en más perezosos.
Mientras más resisto la pereza, más perezoso me vuelvo. Pero
observemos la pereza por la mañana cuando nos despertamos,
sintiéndonos terriblemente perezosos y sin deseos de hacer tantas
cosas. ¿Por qué se vuelve perezoso el cuerpo? Probablemente porque
uno ha comido demasiado, o se ha extralimitado en el sexo; porque uno
ha hecho de todo durante el día y la noche anterior para que el
cuerpo se sienta pesado, embotado. Entonces el cuerpo dice: por amor
de Dios, déjenme tranquilo por un ratito; y uno necesita fustigarlo,
activarlo. Pero como no corrige su modo de vida uno termina tomando
una píldora para sentirse activo. Sin embargo, si uno observa se da
cuenta de que el cuerpo tiene su propia inteligencia, pero es
necesario ser muy inteligente para observar la inteligencia del
cuerpo. Uno fuerza el cuerpo, lo estimula. Uno está acostumbrado a
comer carne, a beber, a fumar, y a todas esas cosas que ustedes
conocen; por lo tanto, el cuerpo pierde su intrínseca inteligencia
orgánica. Para dejar que el cuerpo actúe con inteligencia, la mente
ha de volverse inteligente y no permitirse a sí misma interferir con
el cuerpo. Inténtelo y verán que la pereza sufre un cambio
tremendo.
Existe
también la cuestión del ocio. La gente dispone de más y más
tiempo libre, especialmente en las sociedades acomodadas. ¿Qué hace
uno con el ocio? Eso se está convirtiendo en un problema: más
diversión, más cinematógrafo, más televisión, más libros, más
parloteo, más botes, más criquet, ustedes saben, aquí y allí,
cubriendo el tiempo ocioso con toda clase de actividades. La Iglesia
dice que lo llenemos con Dios, yendo a la iglesia y rezando todas
estas tretas que siempre han usado pero que no son otra cosa que una
forma de entretenimiento. O nos dedicamos a hablar interminablemente
de esto y de aquello. Si disponen de ocio ¿lo usarán para volverse
hacia lo interno o hacia lo externo? La vida no es sólo vida
interior; la vida es un movimiento, es como la marea que fluye y
refluye. ¿Qué haría usted con el ocio? ¿Volverse más erudito,
más hábil en citar libros? ¿Se iría por el mundo dando
conferencias (lo cual desafortunadamente hago yo), o se volvería muy
profundamente hacia dentro? Para poder penetrar muy hondo en lo
interno, es indispensable comprender también lo externo. Mientras
más comprenden lo externo no meramente el hecho de la
distancia entre aquí y la luna, ni el conocimiento técnico, sino
los movimientos externos de la sociedad, de las naciones, las
guerras, el odio que hay en todas partes- cuando lo comprenden,
entonces pueden penetrar profundamente en lo interno, y esa
profundidad interna no tiene límites. Uno no dice, “he llegado al
final, esto es la iluminación”. Nadie puede darnos la iluminación;
ésta surge cuando se comprende la confusión, y para comprender la
confusión hay que observarla.
Interlocutor:
Usted dice que el pensador y el pensamiento no están separados; que
si uno cree que el pensador está separado y, por lo tanto, trata de
controlar el pensamiento, eso meramente reanuda la lucha y la
complejidad de la mente; que de esa manera no habrá quietud.
Entonces, no comprendo: si el pensador es el pensamiento, ¿cómo
surge esa separación en primer término? ¿Cómo puede el
pensamiento luchar consigo mismo?
Krishnamurti:
¿Cómo surge la separación entre el pensador y el pensamiento
cuando son realmente uno? ¿Es eso así para usted? ¿Es un hecho que
el pensador es el pensamiento, o usted piensa que debería ser así,
y por lo tanto no es una realidad para usted? Para comprender eso,
hay que tener gran energía; es decir, cuando usted ve un árbol debe
tener la energía que no permita que exista esta división entre el
“yo” y el árbol. Comprender esto requiere tremenda energía;
entonces no hay división y, por lo tanto, no hay conflicto entre
ambos, porque no hay dominio de uno sobre el otro. Pero como la
mayoría estamos condicionados con la idea de que el pensador es
diferente del pensamiento, entonces surge el conflicto.
Interlocutor: ¿Por
qué se nos hace tan difícil comprendernos?
Krishnamurti:
Porque tenemos mentes muy complejas, ¿no es así? No somos personas
sencillas que miran las cosas sencillamente, porque tenemos mentes
complejas. Y la sociedad evoluciona volviéndose más y más compleja
como nuestras mentes. Uno tiene que ser muy sencillo para poder
comprender algo muy complejo. Para comprender algo complejo, un
problema muy difícil, hay que observar el problema mismo sin
introducir en la investigación todas las conclusiones, respuestas,
suposiciones y teorías que conocemos. Cuando ustedes miran el
problema sabiendo que la respuesta está en el problema mismo-
la mente se torna muy sencilla; la sencillez está en la observación,
y no en el problema, el cual puede ser complejo.
Interlocutor:
¿Cómo puedo ver la totalidad de la cosa, todo, como una unidad?
Krishnamurti:
Estancos acostumbrados a mirar las cosas fragmentariamente, a ver el
árbol, la esposa, la oficina, el jefe todo separado, todo en
fragmentos. ¿Cómo puedo ver el mundo del cual soy parte, completa y
totalmente, no en divisiones? Ahora, simplemente escuche, señor,
simplemente escuche: ¿quién va a contestar esa pregunta? ¿Quién
va a decirle cómo mirar? ¿El que habla? Usted ha formulado la
pregunta y espera una contestación, ¿de quién? Si la pregunta es
realmente muy seria -y no estoy diciendo que sea errónea entonces
¿cuál es el problema? En tal caso el problema es: “no puedo ver
las cosas totalmente porque lo miro todo en fragmentos”. ¿Cuándo
es que la mente mira las cosas en fragmentos? ¿Por qué? ¡Amo a mi
esposa y odio al jefe! ¿Comprende? Si amo a mi esposa, debo amar
también a todo el mundo. ¿No? No digan que sí, porque ustedes no
aman a sus esposas ni a sus hijos, no los aman, aunque hablen de
ello. Si amaran a sus esposas y a sus hijos, los educarían en forma
diferente, se ocuparían de ellos no tan sólo financieramente, sino
de otro modo. Sólo cuando hay amor no existe división. ¿Comprende,
señor? Cuando usted odia hay división, porque entonces está
ansioso, es codicioso, envidioso, brutal, violentos pero cuando ama
no con su mente, el amor no es una palabra, el amor no es
placer- cuando realmente ama, entonces el placer, el sexo, etc.,
tienen una cualidad diferente; en ese amor no hay división. La
división surge cuando existe miedo. Cuando uno ama, no hay “yo”
y “tu”, “nosotros” y “ellos”. Pero dirá ahora: “¿Cómo
voy a amar? ¿Cómo voy a conseguir ese perfume?” Hay sólo una
contestación a eso: mírese, obsérvese; no combata consigo mismo,
sino observe, y de este observar viendo las cosas como ellas son,
quizás entonces surja ese amor. Pero uno ha de trabajar muy
arduamente en la observación, no se puede ser perezoso ni desatento.
Londres,
23 de marzo de 1969
SECUNDA PARTE
4. ¿PUEDE CAMBIAR EL
HOMBRE?
La energía; su
disipación en el conflicto
Al
observar las condiciones prevalecientes en el mundo, vemos lo que
ocurre: revueltas estudiantiles, prejuicios de clase, conflicto entre
el negro y el blanco, las guerras, la confusión política y las
divisiones causadas por los nacionalismos y las religiones. También
nos damos cuenta del conflicto, de la lucha, la ansiedad, la soledad,
la desesperación, de la falta de amor, y del miedo. ¿Por qué
aceptamos todo esto? ¿Por qué aceptamos el ambiente social y moral
cuando sabemos muy bien que es totalmente inmoral? ¿Por qué vivimos
de este modo, si sabemos todo eso, no emocional o sentimentalmente,
sino mediante la observación del mundo y de nosotros mismos? ¿Por
qué es que nuestro sistema educativo no produce verdaderos seres
humanos, sino entidades mecánicas entrenadas para aceptar ciertos
empleos y finalmente morir? La educación, la ciencia y la religión
no han resuelto en absoluto nuestros problemas. ¿Por qué al ver
toda esta confusión, en vez de adaptarnos a ella y aceptarla, no
hacemos estallar todo el proceso en nosotros mismos? Creo que debemos
hacernos esta pregunta, observando la confusión serenamente, firme
la mirada, sin juzgar ni evaluar, y no intelectualmente ni con el fin
de encontrar algún dios, alguna realización, o alguna peculiar
felicidad que inevitablemente conduce a toda clase de escapes. Como
personas adultas que somos, debemos preguntarnos por qué vivimos de
esta manera: vivir, luchar y morir. Y cuando formulamos esa pregunta
seriamente, con plena intención de comprenderla, entonces las
filosofías, las teorías e ideas especulativas no tienen cabida en
absoluto. Lo que importa no es lo que debería ser o lo que podría
ser, ni qué principio deberíamos seguir, o qué ideales debemos
sustentar o a cuál religión o gurú debemos volvernos. Es obvio que
todas esas respuestas carecen por completo de sentido cuando ustedes
se enfrentan a esta confusión, a la miseria y a los constantes
conflictos en que vivimos. Hemos convertido la vida en un campo de
batalla, con cada familia, cada grupo y cada nación en contra de la
otra. Al ver esto, al verlo no como una idea, sino como algo que
realmente observan y deben afrontar, ustedes se preguntarán qué es
todo ello. ¿Por que seguimos así, sin vivir ni amar, sino llenos de
miedo y de terror hasta que morimos?
¿Qué
harán cuando se formulen esa pregunta? No pueden formularla aquellas
personas que están cómodamente establecidas en ideales de familia,
en una casa confortable, que tienen algún dinero y que son muy
respetables y burguesas. Si esas personas hacen preguntas, las
interpretan de acuerdo con sus exigencias personales de satisfacción.
Pero como éste es un problema muy humano y común que toca la vida
de todos nosotros, ricos y pobres, viejos y jóvenes, ¿por que
entonces vivimos esta vida monótona, sin sentido, yendo a la oficina
y trabajando en un laboratorio o una fábrica durante cuarenta años,
engendrando unos cuantos hijos, educándolos en forma absurda, para
luego morir? Creo que debemos hacernos esta pregunta con todo nuestro
ser si es que queremos descubrir la respuesta. Entonces podemos pasar
a preguntarnos si los seres humanos pueden alguna vez cambiar radical
y fundamentalmente, de manera que sean capaces de mirar el mundo en
forma nueva, con ojos diferentes, con un corazón diferente, no más
llenos de odio, de antagonismo, de prejuicios raciales, sino con una
mente que sea muy clara, que tenga tremenda energía.
Al
ver todo esto: las guerras, las divisiones absurdas que las
religiones han ocasionado, la separación entre el individuo y la
comunidad, la familia en oposición al resto del mundo, cada ser
humano aferrado a algún ideal peculiar, dividiéndose a sí mismo en
“yo”, “tú”, “nosotros” y “ellos”; al ver todo eso
objetiva y psicológicamente, nos queda solo una pregunta, un
problema fundamental: si la mente humana, que está tan excesivamente
condicionada, puede cambiar. No en alguna futura encarnación o al
final de la vida, sino cambiar radicalmente ahora, de modo que se
convierta en una mente nueva, fresca, joven, inocente, aliviada de su
carga, para que así sepamos lo que significa amar y vivir en paz.
Creo que éste es el único problema. Cuando sea resuelto, todo otro
problema económico o social, todas esas cosas que nos conducen a la
guerra terminarán y habrá una estructura social diferente.
De
modo que nuestra pregunta es si la mente, el cerebro y el corazón
pueden vivir como si fuera por vez primera, incontaminados, frescos,
inocentes, sabiendo lo que significa vivir en felicidad y en éxtasis,
con profundo amor. Ustedes conocen el peligro que hay en escuchar
cuestiones retóricas. Esta no es una cuestión retórica en
absoluto; se trata de nuestra vida. No estamos interesados en
palabras o ideas. La mayoría de nosotros estamos atrapados en
palabras, sin jamás comprender profundamente que la palabra nunca es
la cosa, que la descripción nunca es la cosa descrita. Y si podemos
durante estas pláticas tratar de comprender este hondo problema de
cómo la mente humana que incluye, ya lo vimos, el cerebro, la
mente y el corazón- ha sido condicionada a través de los siglos por
la propaganda, el miedo y otras influencias entonces podremos
preguntar si esa mente puede sufrir una transformación radical, de
modo que el hombre sea capaz de vivir pacíficamente en todo el
mundo, con gran amor, con gran éxtasis y con la realización de
aquello que es inconmensurable.
Este
es nuestro problema: si la mente, que está tan recargada de
recuerdos y tradiciones, puede hacer surgir dentro de sí misma, sin
esfuerzo, lucha o conflicto, la llama que queme los residuos del
ayer. Habiéndonos formulado esta pregunta que estoy seguro se
hace toda persona seria y reflexiva- ¿por dónde empezamos?
¿Comenzamos con lo exterior, con el cambio en el mundo burocrático,
en la estructura social? ¿O comenzaremos con lo interno, esto es, lo
psicológico? ¿Vamos a considerar el mundo exterior con todo su
conocimiento tecnológico, las maravillas que el hombre ha realizado
en el campo científico? ¿Comenzaremos por allí para llevar a cabo
una revolución? El hombre ya lo intentó, demasiado. Ha dicho:
cuando cambiemos las cosas externas radicalmente, como lo han hecho
todas las revoluciones sangrientas de la historia entonces el hombre
cambiará y será un ser humano feliz. La revolución comunista y
otras revoluciones han dicho: produzcamos orden en lo externo y habrá
orden en lo interno. También han dicho que no importa si no hay
orden interno; lo que importa es que tengamos orden en el mundo
exterior, un orden ideal; una Utopía en nombre de la cual millones
han sido asesinados.
Por
lo tanto, comencemos con lo interno, con lo psicológico. Esto no
significa que dejemos permanecer como está el presente orden social
con toda su confusión y desorden. ¿Pero hay acaso división entre
lo interno y lo externo? ¿O sólo hay un movimiento en el cual
existen lo interno y lo externo simplemente como movimiento, y no
como dos cosas separadas? Considero muy importante, si hemos de
establecer una comunicación que no sea sólo verbal el uso del
inglés como nuestro idioma común y de palabras que comprendemos
todos- que también podamos emplear una clase diferente de
comunicación, porque vamos a penetrar muy profunda y seriamente en
las cosas. Por lo tanto, debe haber comunicación en lo verbal y más
allá de lo verbal. Tiene que haber comunión, lo cual implica que
todos estamos profundamente interesados, que atendemos y miramos este
problema con afecto y con el empeño de comprenderlo. Es necesario,
pues, que además de comunicación verbal, tengamos también una
comunión profunda en la cual no haya acuerdo o desacuerdo. El
acuerdo y el desacuerdo no deben surgir nunca porque no estamos
tratando con ideas, opiniones, conceptos o ideales, sino que estamos
interesados en el problema de la transformación humana. En ello las
opiniones la mía o la de ustedes- carecen de todo valor. Si
dicen que es imposible que cambien los seres humanos, que han sido
así por miles de años, ustedes se han bloqueado a sí mismos de
antemano y no podrán continuar inquiriendo o explorando. Y si
ustedes meramente dicen que es posible, entonces viven en un mundo de
posibilidades, y no de realidades.
De
manera que uno debe abordar esta cuestión sin decir que es o no es
posible cambiar. Tenemos que encararla con una mente fresca, ávida
por descubrir, y lo suficientemente joven para examinar y explorar.
No sólo tenemos que establecer una comunicación verbal clara, sino
que también debe haber comunión entre el que habla y ustedes, un
sentimiento de afecto y amistad que sólo existe cuando todos estamos
tremendamente interesados en algo. Cuando el esposo y la esposa están
profundamente interesados en sus hijos, descartan todas las
opiniones, sus gustos y disgustos particulares, porque están
preocupados por los niños. En ese interés hay gran afecto; no es
una opinión la que controla la acción. Igualmente debe haber ese
sentimiento de comunión profunda entre ustedes y el que habla, de
manera que todos estemos confrontados al mismo problema con la misma
intensidad y al mismo tiempo. Entonces podemos establecer esta
comunión, lo único que hace posible una comprensión profunda.
Así,
pues, existe este problema de cómo puede la mente, que está tan
profundamente condicionada, cambiar de manera radical. Espero que
ustedes mismos se planteen este problema, porque a menos que exista
una moralidad que no es la moralidad social, a menos que haya una
austeridad que no es la austeridad del sacerdote con su dureza y
violencia, a menos que haya un profundo orden interno, esta búsqueda
de la verdad, de la realidad, de Dios o cualquiera sea el
nombre que gusten darle- no tiene sentido alguno. Quizás aquellos de
ustedes que han venido aquí tratando de encontrar a Dios, o en busca
de alguna experiencia misteriosa, queden desilusionados, porque a
menos que tengan una mente nueva, fresca, y ojos que puedan ver lo
que es verdadero, no podrán comprender lo inconmensurable, lo
innominado, lo que es.
Si
meramente desean experiencias más amplias y profundas mientras
llevan una vida falsa, vacía, entonces tendrán experiencias sin
valor alguno. Debemos investigar esto juntos; ustedes encontrarán
que esta es una cuestión muy compleja porque hay muchas cosas
envueltas en ella. Para comprenderla ha de haber libertad y energía;
tenemos que tener ambas cosas: gran energía y libertad para
observar. Si están atados a una creencia determinada o a una
imaginaria utopía particular, es obvio que no son libres para
observar.
Existe
esta mente compleja, condicionada como católica o protestante,
buscando seguridad, y presa en la ambición y la tradición. Para una
mente que se ha vuelto superficial excepto en el campo
tecnológico- el ir a la luna es un logro maravilloso. Pero los que
han construido la nave espacial viven sus propias vidas falsas,
pequeñas, celosas, llenas de ansiedad y de ambición, y sus mentes
están condicionadas. Nos preguntamos si esas mentes pueden estar
completamente libres de todo condicionamiento, de manera que les sea
posible vivir una vida totalmente distinta. A fin de descubrirlo
necesitamos libertad para observar, no como cristiano, hindú,
holandés, alemán o ruso, o cualquier otra cosa. Tiene que haber
libertad para observar claramente, lo cual implica que la propia
observación es acción. Esa misma observación produce una
revolución radical. Para ser capaces de tal observación necesitamos
gran energía.
Por
lo tanto, vamos a averiguar por qué los seres humanos no tienen la
energía, el empuje, la intensidad para cambiar. Tienen cualquier
cantidad de energía para disputar, para matarse los unos a los
otros, para dividir el mundo e ir a la luna: para estas cosas tienen
energía. Pero aparentemente no tienen energía para cambiar ellos
mismos de manera radical. Así que nos preguntamos por qué carecemos
de esta indispensable energía.
Me
gustaría saber cuál es su respuesta cuando se les plantea una
cuestión semejante. Dijimos que el hombre tiene suficiente energía
para odiar; cuando hay guerra, pelea, y cuando desea escapar de lo
que realmente es, tiene energía para huir mediante las ideas, el
entretenimiento, los dioses, la bebida. Cuando desea placer, sexual o
de otra clase, persigue esas cosas con gran energía. Tiene
inteligencia para sobreponerse a su ambiente, tiene energía para
vivir en el fondo del mar o en los cielos, para eso tiene energía
vital. Pero aparentemente no tiene energía para cambiar el hábito
más pequeño. ¿Por qué? Porque disipa esa energía en el conflicto
interno. No estoy tratando de persuadirlos, no hago propaganda, no
sustituyo viejas ideas con otras nuevas. Estamos tratando de
descubrir, de comprender.
Vean
ustedes, nos damos cuenta de que debemos cambiar. Tomemos como
ejemplo la violencia y la brutalidad; éstos son hechos. Los seres
humanos son brutales y violentos; han construido una sociedad que es
violenta a pesar de todo lo que han dicho las religiones sobre el
amor al prójimo y a Dios. Todas esas cosas son meras ideas, sin
valor alguno, porque el hombre continúa siendo brutal, violento y
egoísta; y siendo violento, inventa el opuesto, que es la no
violencia. Por favor, examinen esto conmigo.
El
hombre está permanentemente tratando de llegar a ser no violento. Y
así hay conflicto entre lo que es la violencia- y lo que
debería ser, que es la no violencia. Hay conflictos entre ambas. Esa
es la misma esencia del desperdicio de energía. En tanto hay
dualidad entre lo que es y lo que debería ser el hombre
tratando de volverse algo distinto, haciendo un esfuerzo por alcanzar
lo que “debería ser” en ese conflicto hay disipación de
energía. En tanto hay conflicto entre los opuestos, el hombre no
dispone de energía suficiente para cambiar. ¿Por qué debo tener
opuesto alguno, como la no violencia, como el ideal? El ideal no es
real, no tiene sentido, y sólo conduce a diferentes formas de
hipocresía, como el ser violento y pretender no serlo. O si dice
usted que es un idealista y que eventualmente llegará a ser
pacífico, ese es un gran pretexto, una excusa, porque le tomará
muchos años dejar de tener violencia en verdad puede que ello
nunca ocurra. Entretanto sigue siendo hipócrita y violento. De modo
que si podemos, no en abstracto sino realmente descartar por completo
todos los ideales y sólo tratar con el hecho que es la
violencia- entonces no hay desperdicio de energía. Es muy importante
comprender esto, que no es una teoría particular del que habla.
Mientras el hombre viva en el corredor de los opuestos, tendrá que
desperdiciar energía y, por lo tanto, no podrá cambiar.
Pues
bien, de un soplo pueden ustedes barrer con todas las ideologías y
todos los opuestos. Investiguen esto, por favor, y compréndanlo; es
realmente extraordinario lo que ocurre. Si un hombre que es colérico
pretende o trata de no serlo, en ello hay conflicto. Pero si dice:
“observaré lo que es la cólera, no trataré de escapar o de
racionalizarla”, entonces hay energía para comprender y para
terminar con la cólera. Si meramente desarrollamos una idea de que
la mente debe estar libre de condicionamiento, continuará la
dualidad entre el hecho y ‘lo que debería ser” y, por lo tanto,
habrá disipación de energía. Mientras que si decimos: “averiguaré
en qué forma está condicionada la mente”, eso será como ir a un
cirujano cuando uno tiene cáncer. El cirujano está interesado en
operar y extirpar la enfermedad. Pero si el paciente está pensando
en el tiempo maravilloso del cual va a disfrutar posteriormente, o
tiene miedo de la operación, ése es un desperdicio de energía.
Estamos
interesados únicamente en el hecho de que la mente está
condicionada, y no en que la mente “debería ser libre”. Si la
mente no está condicionada, es libre. De manera que vamos a
investigar, a examinar muy de cerca, qué es lo que condiciona tanto
la mente, cuáles son las influencias que han producido este
condicionamiento y por qué lo aceptamos. Ante todo, la tradición
juega un papel enorme en la vida. En esa tradición el cerebro se ha
desarrollado de manera que pueda tener seguridad física. Uno no
puede vivir sin seguridad y esa es la primera y primordial urgencia
animal: la de que haya seguridad física; uno debe tener albergue,
comida y ropa. Pero la forma psicológica en que utilizamos esa
urgencia de seguridad es causa de caos dentro y fuera de uno mismo.
La psiquis, que es la propia estructura del pensamiento, también
desea seguridad interna en todas sus relaciones. Entonces el problema
comienza. Tiene que haber seguridad física para todos, no sólo para
unos pocos, pero esa seguridad física para todos es negada cuando la
seguridad psicológica se busca mediante la nacionalidad, la religión
o la familia. Espero que comprendan y que hayamos establecido alguna
clase de comunicación entre nosotros.
De
manera que está el condicionamiento necesario para la seguridad
física, pero cuando existe la búsqueda y demanda de seguridad
psicológica, entonces el condicionamiento se vuelve tremendamente
poderoso. Quiere decir que, psicológicamente, queremos seguridad en
nuestras relaciones con las ideas, la gente y las cosas; pero ¿existe
seguridad alguna en cualquier relación? Es obvio que no. Desear
seguridad psicológica es negar la seguridad externa. Si quiero estar
psicológicamente seguro como hindú, con todas las tradiciones,
supersticiones e ideas, me identifico con la unidad más grande, lo
que me brinda gran comodidad. Por eso rindo culto a la bandera, la
nación, la tribu y me separo del resto del mundo. Y esa división
produce, evidentemente, inseguridad física. Cuando rindo culto a la
nación, a las costumbres, a los dogmas religiosos, a las
supersticiones, me separo a mí mismo dentro de esas categorías, y
es entonces obvio que tengo que negarle seguridad física a todos los
demás. La mente necesita seguridad física, la cual se le niega
cuando busca seguridad psicológica. Esto es un hecho, no una
opinión; ello es así. Cuando busco seguridad en mi familia, en mi
esposa, mis hijos, mi casa, tengo que estar contra el mundo, tengo
que separarme de otras familias y estar contra el resto del mundo.
Uno
puede ver muy claramente cómo comienza el condicionamiento, cómo
dos mil años de propaganda en el mundo cristiano han hecho que la
gente sea devota de esta cultura mientras que la misma clase de cosas
ha estado ocurriendo en el Oriente. De modo que la mente, a través
de la propaganda, de la tradición, del deseo de seguridad, comienza
a condicionarse... ¿Pero existe alguna seguridad psicológica en la
relación con las ideas, con las personas y con las cosas?
Si
la relación significa estar en contacto directo con las cosas, no
estamos relacionados si no existe el contacto. Si tengo una idea, una
imagen de mi esposa, no estoy en relación con ella. Puedo dormir con
ella, pero no estoy en relación, porque mi imagen de ella impide el
contacto directo. De igual manera, la imagen que ella tiene de mí,
impide su contacto directo conmigo. ¿Existe alguna certeza o
seguridad psicológica como la que nuestra mente está siempre
buscando? Es obvio, cuando observamos muy de cerca cualquier
relación, que no hay certeza en la misma. ¿Qué ocurre en el caso
del marido y la mujer o de dos jóvenes que desean establecer una
relación sólida? Cuando el esposo o la esposa miran a alguna otra
persona, hay temor, celos, ansiedad, ira y odio, no una relación
permanente. Sin embargo, la mente necesita todo el tiempo del
sentimiento de posesión.
De
modo que ése es el factor del condicionamiento, por medio de la
propaganda, de los periódicos, las revistas, desde el púlpito; y
uno se vuelve tremendamente consciente de lo necesario que es no
depender de influencias externas en absoluto. Entonces descubre uno
qué significa no estar influenciado. Escuchen esto, por favor.
Cuando ustedes leen un periódico son influenciados consciente o
inconscientemente. Lo son cuando leen una novela o un libro
cualquiera; hay presión, esfuerzo por clasificar lo leído en alguna
categoría. Ese es todo el propósito de la propaganda. Comienza en
la escuela, y luego vamos por la vida repitiendo lo que otros han
dicho. Somos, por lo tanto, seres de segunda mano. ¿Cómo puede un
ser humano así, de segunda mano, descubrir algo que sea original,
que sea verdadero? Es muy importante comprender qué es el
condicionamiento e investigarlo muy profundamente; a medida que lo
observan, ustedes tienen la energía para romper con todos esos
condicionamientos que atan la mente.
Quizá
deseen ahora hacer preguntas y así entrar en esta cuestión, mas
debemos tener en cuenta que es muy fácil formular preguntas, pero
que hacer la pregunta correcta es una de las cosas más difíciles.
Ello no significa que el que les habla les impida hacer preguntas.
Debemos preguntar, dudar de todo lo que otros hayan dicho, de los
libros, las religiones, las autoridades ¡dudar de todo! Tenemos que
indagar, dudar, ser escépticos. Pero debemos saber también cuándo
dejar el escepticismo de lado y formular la pregunta correcta, porque
en esa misma pregunta está la respuesta. De manera que si desean
preguntar, háganlo, por favor.
Interlocutor:
¿Está usted loco, señor?
Krishnamurti: ¿Le
pregunta usted al que habla si está loco? Bien. Me gustaría saber
qué quiere decir usted con esa palabra “loco”. ¿Quiere decir
desajustado, mentalmente enfermo, con ideas peculiares, neurótico?
Todas esas cosas están implícitas en la palabra “loco” ¿Quién
es el juez? ¿Usted, yo o algún otro? ¿Es la persona loca la que
juzga quién está loco y quién no lo está? Cuando usted juzga si
el que le habla está equilibrado o desequilibrado, ¿no es el juicio
parte de la locura de este mundo? ¿Cómo juzgar a alguien sin saber
nada sobre él, excepto su reputación, la imagen que se tiene de él?
Si juzga de acuerdo con la reputación y la propaganda que usted ha
absorbido ¿está capacitado para juzgar? Emitir un juicio implica
vanidad; no importa que el juez sea neurótico o no siempre hay
vanidad. ¿Puede la vanidad percibir lo que es verdadero? ¿No se
necesita gran humildad para mirar, para comprender, para amar? Señor,
una de las cosas más difíciles es estar cuerdo en este mundo
anormal y desequilibrado. Cordura implica no tener ilusiones, no
tener imagen alguna de uno mismo o de otro. Usted dice: “soy esto,
soy aquello, soy grande, soy pequeño, soy bueno, soy noble”; todos
esos epítetos son imágenes de uno mismo. Cuando uno tiene una
imagen de sí mismo, seguramente no está cuerdo y vive en un mundo
de ilusión. Me temo que la mayoría de nosotros vivimos así. Cuando
usted se llama a sí mismo holandés perdóneme por hablar así-
no está totalmente equilibrado. Usted se separa a sí mismo, se
aísla al igual que otros lo hacen cuando se llaman a sí mismos
hindúes. Esas divisiones nacionalistas y religiosas, con sus
ejércitos, sus sacerdotes, evidencien un estado de desequilibrio
mental.
Interlocutor:
¿Podemos comprender la violencia sin tener el opuesto de ella?
Krishnamurti:
Cuando la mente quiere continuar con la violencia, invita el ideal de
la no violencia. Mire, esto es muy sencillo. Deseo continuar siendo
violento, lo cual es lo que soy y lo que son los seres humanos
brutales. Pero tengo la tradición que durante diez mil años
ha dicho: “cultiven la no violencia”. Así, pues, existe el hecho
de que soy violento y el pensamiento que dice: “mira, tienes que
ser no violento”. Ese es mi condicionamiento. ¿Cómo voy a
liberarme de mi condicionamiento de modo que pueda observar, que
pueda permanecer con la violencia, pasar por ella, comprenderla y
ponerle fin?- no sólo en el nivel superficial, sino también
profundamente, en el llamado nivel inconsciente. ¿Cómo puede la
mente evitar ser atrapada en lo ideal? ¿Es ésa la pregunta?
Escuchen,
por favor. No estamos hablando de Martin Luther King, del señor
Gandhi, o de X, Y, Z. No nos conciernen en absoluto esas personas;
ellos tienen sus ideales, su condicionamiento, sus ambiciones
políticas, y no estoy interesado en nada de eso. Estamos tratando
con lo que somos nosotros ustedes y yo, como seres humanos. Como
seres humanos somos violentos, estamos condicionados por la
tradición, la propaganda y la cultura para crear los opuestos;
usamos el opuesto cuando nos conviene, y no lo usamos cuando no nos
conviene. Lo usamos política o espiritualmente de diferentes
maneras. Pero lo que estamos diciendo es que cuando la mente desea
permanecer con la violencia y comprenderla totalmente, vienen a
inmiscuirse la tradición y el hábito. Ellos dicen: “debes tener
el ideal de la no violencia”.
Existe
el hecho y existe la tradición. ¿Cómo va la mente a romper con la
tradición para dedicar toda su atención a la violencia? Ese es el
problema. ¿Lo han comprendido? Existe el hecho de que soy violento,
y existe la tradición que dice que no debo serlo. Ahora miraré
únicamente la tradición, no la violencia. Si aquélla interfiere
con mi necesidad de prestar atención a la violencia, ¿por qué
interfiere? No me interesa comprender la violencia, sino comprender
por que interviene la tradición. ¿Lo entienden? Presto atención a
eso, y entonces ya no hay interferencia. Así descubro por qué la
tradición juega un papel tan importante en la vida de uno: la
tradición es un hábito. Ya se trate del hábito de fumar, de beber,
del hábito sexual o del hábito de perorar, ¿por qué vivimos en
hábitos? ¿Nos damos cuenta de ellos? ¿Nos damos cuenta de nuestras
tradiciones? Si ustedes no se dan cuenta completamente, si no
comprenden la tradición, el hábito, la rutina, entonces ello
inevitablemente afectará e interferirá con lo que desean observar.
Una de las cosas más fáciles de hacer es vivir en hábitos, pero
romperlos implica muchas cosas; por ejemplo, puedo perder mi empleo.
Tengo miedo de romper con ellos porque vivir en hábitos me da
seguridad, me confiere certeza, ya que todos los demás seres humanos
hacen lo mismo. Despertar súbitamente en un mundo holandés y decir:
“yo no soy holandés”, provoca un sobresalto. Así surge el
miedo. Y si dicen: “estoy contra todo este orden establecido, que
es desorden”, serán rechazados; entonces tienen miedo y lo
aceptan. La tradición juega un papel extraordinariamente importante
en la vida. ¿Han tratado alguna vez de comer un alimento al cual no
están acostumbrados? Inténtenlo y verán cómo se rebelan el
estómago y la lengua. Si uno tiene el hábito de fumar, continuará
fumando y consumirá años luchando por romper con ese hábito.
Por
lo tanto, la mente encuentra seguridad en los hábitos al decir “mi
familia, mis hijos, mi casa, mis muebles”. Cuando decimos “mis
muebles”, somos esos muebles. Usted podrá reír, pero
cuando le quitan esos muebles que ama, se irrita, porque usted es
esos muebles, esa casa, ese dinero, esa bandera. Vivir así no es
sólo vivir una vida superficial y tonta, sino que implica vivir en
la rutina y el aburrimiento. Y cuando se vive en la rutina y el
aburrimiento, la violencia es inevitable.
Ámsterdam,
3 de mayo de 1969
5. ¿POR QUE NO PODEMOS
VIVIR EN PAZ?
Cómo surge el miedo.
El tiempo y el pensamiento. La atención: mantenerse “despierto”
Parece
extraño que no podamos encontrar una manera de vivir en la cual no
haya conflicto, confusión ni desdicha, sino gran abundancia de amor
y de consideración. Leemos libros de personas intelectuales que nos
dicen cómo la sociedad debe ser organizada económica, social y
moralmente. Entonces recurrimos a libros de escritores religiosos y
de teólogos con sus ideas especulativas. Aparentemente es muy
difícil para la mayoría de nosotros descubrir una forma de vida que
sea dinámica, pacífica, llena de energía y claridad, sin depender
de otros. Se supone que somos gente muy madura y sofisticada. Los
mayores entre nosotros hemos vivido dos guerras espantosas,
revoluciones, levantamientos, y toda forma de infelicidad. Y a pesar
de ello aquí estamos en una mañana encantadora, hablando de todas
estas cosas, esperando quizá que se nos diga qué hacer, que se nos
muestre una manera práctica de vivir, de seguir a alguien que nos
pueda ofrecer alguna clave hacia la belleza de la vida y la
inmensidad de algo más allá de la rutina diaria.
Me
pregunto y también pueden hacerlo ustedes- por qué escuchamos
a otros. ¿Por qué no podemos encontrar claridad por nosotros mismos
en nuestras propias mentes y corazones, sin distorsión alguna, y por
qué tenemos que estar recargados de libros? ¿Es que no podemos
vivir sin perturbaciones, plenamente, con gran éxtasis y realmente
en paz? Ese estado de cosas me parece muy extraño en verdad, pero
así es. ¿Se han preguntado alguna vez si es posible vivir
plenamente, sin esfuerzo ni lucha? Estamos esforzándonos
constantemente por cambiar esto, transformar suprimir esto, aceptar
aquello, por imitar y por seguir ciertas fórmulas e ideas.
Y no
estoy seguro de que nos hayamos preguntado alguna vez si es posible
vivir sin conflicto no en aislamiento intelectual o de manera
emocional, sentimental, y más bien confusa- sino vivir sin ninguna
clase de esfuerzo en absoluto. Porque el esfuerzo, no importa lo
agradable (o desagradable), satisfactorio o provechoso que pueda ser,
deforma y corrompe la mente. Es como una máquina que está siempre
moliendo, que nunca funciona suavemente y que por lo tanto se
desgasta muy pronto. Entonces, uno se hace la pregunta y creo
que es una pregunta importante- si es posible vivir sin esfuerzo,
pero al propio tiempo sin volverse perezoso, solitario, indiferente,
falto de sensibilidad, sin convertirse en un ser humano inactivo.
Toda nuestra vida, desde el momento en que nacemos hasta que morimos,
es una lucha interminable por adaptarnos, cambiar o llegar a ser
algo. Esta lucha y conflicto traen confusión, embotan la mente, y
nuestros corazones se tornan insensibles.
¿Es
posible, por lo tanto no como una idea, o como algo sin
esperanza, más allá de nuestro alcance- encontrar una manera de
vivir sin conflicto, no sólo en lo superficial sino también muy
hondo en el así llamado inconsciente, en las profundidades de
nuestro propio ser? Quizás esta mañana podamos penetrar hondamente
en esta cuestión.
Ante
todo uno se pregunta por qué inventamos los conflictos, sean
placenteros o desagradables, y si es posible terminar con ellos.
¿Podemos poner fin a esto y vivir una clase de vida totalmente
distinta, con gran energía, claridad, capacidad intelectual,
racionalidad, y así tener un corazón pleno de abundante amor en el
verdadero sentido de la palabra? Creo que debemos dedicar nuestras
mentes y nuestros corazones a investigar este problema y a
compenetrarnos de él completamente.
Es
obvio que el conflicto existe debido a la contradicción en nosotros
mismos, la cual se manifiesta exteriormente en la sociedad, en la
actividad del “yo” y del “no yo”; es decir, el “yo” con
todas sus ambiciones, impulsos, empeños, placer, ansiedades, odio,
competencia y temores, y lo “otro”, que es el “no yo”. Existe
también la idea acerca del vivir sin conflictos o sin deseos
contradictorios, empeños y urgencias. Si nos damos cuenta de esta
tensión, podemos ver en nosotros mismos los tirones de las demandas
contradictorias, de las creencias opuestas, de las ideas y empeños.
Es
esta dualidad, estos deseos opuestos con sus temores y
contradicciones lo que origina el conflicto. Creo que ello es
bastante claro si lo observamos en nosotros mismos. Idéntico patrón
se repite una y otra vez no sólo en la vida diaria, sino también en
el así llamado vivir religioso entre el cielo y el infierno,
lo bueno y lo malo, lo noble y lo innoble, el amor y el odio, etc. Si
se me permite sugerirlo, les pido por favor que no escuchen meramente
las palabras, sino que se observen a sí mismos en forma no
analítica, usando al que les habla como un espejo en el cual ustedes
se ven como realmente son, de manera que, al mirar en ese espejo, se
den cuenta del funcionamiento de sus propias mentes y corazones. Uno
puede ver cómo toda forma de división, separación o contradicción,
dentro o fuera de uno mismo, inevitablemente engendra conflicto entre
la violencia y la no violencia. Dándonos cuenta de este estado de
cosas tal como es en realidad ¿es posible terminar con él no sólo
en el nivel superficial de nuestra conciencia, en nuestra vida
diaria, sino también hondamente en las mismas raíces de nuestro
ser, de manera que no haya contradicción, ni demandas o deseos
contrapuestos, ni actividad alguna de la mente dualista y
fragmentaria? Ahora bien ¿cómo vamos a hacer esto? Fabricamos un
puente entre el “yo” y el “no yo” el “yo” con todas
sus ambiciones, impulsos y contradicciones, y el “no yo’ que es
lo ideal, que es la fórmula, el concepto. Estamos siempre tratando
de construir un puente entre lo que es y lo que debería ser. Y en
eso hay contradicción y conflicto y de esa manera desperdiciamos
todas nuestras energías. ¿Puede la mente cesar de dividir y
quedarse completamente con lo que es? ¿Existe conflicto alguno en la
comprensión de lo que es?
Me
gustaría entrar en esta cuestión enfocándola en forma diferente,
en relación con la libertad y el temor. La mayoría de nosotros
deseamos libertad aun cuando vivimos en actividades egocéntricas y
pasamos los días interesados en nosotros mismos, en nuestros
fracasos y realizaciones. Deseamos ser libres no sólo en lo
político, lo cual es comparativamente fácil excepto en el mundo de
las dictaduras- sino también libres de la propaganda religiosa.
Cualquier religión, antigua o moderna, es obra de los propagandistas
y, por lo tanto, no es religión en absoluto. Cuanto más serios
somos, cuanto más interesados estamos en la totalidad del vivir, más
libertad buscamos y más inquirimos, sin aceptar ni creer.
Necesitamos ser libres para descubrir si existe la realidad, si
existe o no algo eterno, intemporal. Hay esta demanda extraordinaria
de libertad en todas nuestras relaciones, pero esa libertad
generalmente se convierte en un proceso autoaislador y, por lo tanto,
no hay verdadera libertad.
En
la misma demanda de libertad hay miedo, porque la libertad puede
implicar inseguridad total, absoluta, y uno teme estar completamente
inseguro. La inseguridad parece una cosa muy peligrosa; todo niño
exige seguridad en sus relaciones. Y según envejecemos continuamos
exigiendo seguridad y certeza en todas nuestras relaciones: con las
cosas, con las personas y con las ideas. Esa demanda de seguridad
engendra inevitablemente temor, y sintiéndonos atemorizados
dependemos más y más de las cosas a las cuales estamos apegados.
Por lo tanto, surge esta cuestión de la libertad y del temor; si es
del todo posible estar libre de temor, no sólo física, sino también
psicológicamente; no sólo en la superficie, sino en los oscuros
escondrijos de nuestra mente, en los secretos refugios donde nunca se
ha penetrado. ¿Puede la mente estar completamente libre de todo
miedo? Es el miedo el que destruye el amor esto no es una
teoría- es el miedo el que engendra ansiedad, apego, deseo de
posesión, de dominación, celos en todas las relaciones, y es el
miedo el que engendra la violencia. Podemos observar cómo en las
ciudades, con sus poblaciones excesivas y a punto de explotar, existe
gran inseguridad, incertidumbre, miedo. Esto contribuye con su parte
a la violencia. ¿Podemos estar libres de miedo, de manera que cuando
salgan de este salón ustedes puedan caminar sin sombra alguna de esa
oscuridad que el miedo produce?
Para
comprender el temor tenemos que examinar no sólo los temores
físicos, sino la red compleja de los temores psicológicos. Quizá
podamos investigar esto. El problema es: cómo surge el miedo, qué
lo sostiene y le da duración, y si es posible terminar con él. Es
relativamente fácil comprender los temores físicos. Hay una
respuesta instantánea al peligro físico, que es la respuesta de
muchos siglos de condicionamiento, porque sin ello no habría habido
supervivencia física y la vida habría terminado. Tenemos que
sobrevivir físicamente, y la tradición de miles de años dice que
debemos tener cuidado, y la memoria dice: “ten cuidado, hay
peligro, debes actuar inmediatamente”. ¿Pero es miedo esta
respuesta física ante el peligro?
Por
favor, sigan todo esto cuidadosamente, porque vamos a entrar en algo
muy sencillo y, sin embargo, complejo, y a menos que le presten toda
su atención, no lo comprenderán. Preguntamos si es miedo esa
respuesta física y sensoria ante el peligro, la cual implica acción
inmediata. ¿O es inteligencia y, por lo tanto, no es miedo en
absoluto? ¿Y es la inteligencia una cuestión que atañe al cultivo
de la tradición y la memoria? Si lo es ¿por qué no funciona
completamente, como debe ser, en el campo psicológico, donde uno
está tan terriblemente temeroso de tantas cosas? ¿Por qué esa
misma inteligencia que actúa cuando observamos el peligro, no
funciona cuando hay temores psicológicos? ¿Es esa inteligencia
física aplicable a la naturaleza psicológica del hombre? Esto es,
existen temores de varias clases que todos conocemos miedo a la
muerte, a la oscuridad, a lo que la esposa o el esposo pueda decir o
hacer, o a lo que el vecino o el jefe pueda pensar- toda la madeja de
los temores. No vamos a bregar con los detalles de las varias formas
de temor; nos interesa el miedo mismo, no un miedo en particular.
Cuando existe temor y nos damos cuenta de ello, hay un movimiento
para escapar de él, sea reprimiéndolo, sea huyendo o evadiéndolo
mediante varias formas de entretenimiento, incluso los de carácter
religioso, o desplegando valor, que es resistencia al miedo. El
escape, el entretenimiento y el valor, son formas diversas de
resistencia al hecho real del miedo.
Mientras
mayor es el miedo, mayor es la resistencia a él, y ello da origen a
una serie de actividades neuróticas. Hay temor y la mente o el
“yo”- dice: “no debe haber temor”, y en consecuencia hay
dualidad. Está el “yo” que es diferente del temor, que escapa
del temor y lo resiste, que cultiva la energía, que teoriza o va al
analista; y está el “no yo”. El “no yo” es temor, y el “yo”
está separado de ese temor. De ese modo hay conflicto inmediato
entre el miedo y el “yo” que está sobreponiéndose al miedo.
Existen el observador y lo observado. Lo observado es el miedo, y el
observador es el “yo” que desea deshacerse de ese miedo. Hay,
pues, una oposición, una contradicción, una separación, y por lo
tanto hay conflicto entre el miedo y el “yo” que desea deshacerse
de ese miedo. ¿Estamos comunicándonos?
El
problema consiste, pues, en este conflicto entre el “no yo” del
miedo y el “yo” que piensa que es diferente del miedo y lo
resiste o trata de vencerlo, escapar de él, reprimirlo o
controlarlo. Esa división da lugar invariablemente al conflicto, tal
como sucede entre dos naciones con sus ejércitos, sus armadas y sus
gobiernos soberanos separados.
De
modo que existen el observador y lo observado, el observador que
dice: “debo deshacerme de esta cosa terrible, debo terminar con
ella”. El observador está siempre luchando y se halla en un estado
de conflicto. Esto se ha convertido en nuestro hábito, nuestra
tradición, nuestro condicionamiento. Y el romper cualquier clase de
hábito es una de las cosas más difíciles, porque nos gusta vivir
en hábitos, tales como el fumar, el beber, o los hábitos sexuales y
los psicológicos. Igual ocurre con las naciones, los gobiernos
soberanos, que hablan de “mi país y tu país”, “mi Dios y tu
Dios”, “mi creencia y tu creencia”. Por tradición combatimos y
resistimos el temor, y así incrementamos el conflicto y avivamos aun
más el miedo.
Si
esto está claro, podemos entonces dar el siguiente paso que es:
¿existe alguna diferencia real entre el observador y lo observado en
este caso específico? El observador piensa que es diferente de lo
observado, qué es el miedo. ¿Hay alguna diferencia entre él y la
cosa que observa, o son ambos lo mismo? Es obvio que ambos son la
misma cosa. El observador es lo observado y si surge algo
totalmente nuevo, entonces no hay observador en absoluto. Pero dado
que el observador reconoce su reacción como miedo, al cual ha
conocido previamente, esta división existe. Y según ahondamos más
y más en el asunto, como espero estén haciéndolo ahora-
descubrimos por nosotros mismos que el observador y lo observado son
esencialmente lo mismo. Por lo tanto, si son lo mismo, que da por
completo eliminada la contradicción, el “yo” y “el no yo”, y
con ellos también se elimina totalmente toda clase de esfuerzo. Pero
esto no significa que uno acepta el miedo o se identifica con él.
Existen
el miedo, la cosa observada y el observador que es parte de ese
miedo. ¿Qué vamos a hacer, pues? (¿Están ustedes trabajando tan
duro como el que les habla? Si meramente escuchan las palabras,
entonces me temo que no resolverán a fondo esta cuestión del
miedo). Existe sólo el miedo, y no el observador que lo observa,
porque el observador es el miedo. Aquí ocurren varias cosas.
Primero, ¿qué es el miedo y cómo surge? No estamos hablando de los
resultados del miedo, o de la causa del miedo, o de cómo el miedo
oscurece nuestra vida con su desdicha y fealdad. Estamos indagando
qué es el miedo y cómo surge. ¿Debemos analizar el miedo
continuamente para descubrir sus interminables causas? Porque cuando
ustedes comienzan a analizar, el analizador tiene que estar
extraordinariamente libre de todo prejuicio y condicionamiento; tiene
que mirar, que observar. De otra manera, si existe alguna clase de
tergiversación en su juicio, esa tergiversación aumenta según él
continúa analizando.
Por
lo tanto, el analizar para poner fin al miedo no termina con él.
¡Espero que haya algunos analistas aquí! Porque al descubrir la
causa del miedo y actuar sobre tal descubrimiento, la causa se vuelve
el efecto, y el efecto se vuelve la causa. Se comienza con el efecto
y se actúa sobre ese efecto para encontrar la causa; entonces el
descubrir la causa y actuar de acuerdo con ella pasa a ser la
siguiente etapa. Ambos, causa y efecto, se convierten así en una
cadena interminable. Si descartamos la comprensión de la causa del
temor y el análisis del temor, entonces, ¿qué hay que hacer?
Ustedes
saben, esto no es un entretenimiento, pero hay gran júbilo en
descubrir y en comprender todo esto. ¿Qué hace que surja el miedo,
pues? El tiempo y el pensamiento crean el miedo el tiempo como
ayer, hoy y mañana-; existe el miedo de que algo podrá ocurrir
mañana: la pérdida del empleo, la muerte, el hecho de que la esposa
o el marido puedan dejarme, de que la enfermedad y el dolor que
experimenté hace algunos días se repitan. Ahí es donde el tiempo
interviene. El tiempo, que envuelve lo que el vecino pueda decir de
mí mañana, o el tiempo que hasta ahora ha encubierto algo que hice
muchos años atrás. El tiempo como miedo de que no se realicen
algunos deseos profundos y secretos. De manera que el tiempo forma
parte del temor, el temor a la muerte que llega al final de la vida o
que puede estar esperando a la vuelta de una esquina; y por eso tengo
miedo. Así, el tiempo envuelve al miedo y al pensamiento. No existe
el tiempo si no existe el pensamiento. El pensar en lo que ocurrió
ayer, y el temer que vuelva a repetirse mañana, es lo que engendra
tanto el tiempo como el miedo.
Por
favor, observen esto, mírenlo ustedes mismos, no acepten ni rechacen
nada, sino escuchen, descubran por si mismos la verdad de esto; no se
detengan meramente en las palabras para decir si están o no están
de acuerdo; sigan adelante. Para encontrar la verdad se requiere
sensibilidad, pasión por descubrir, y una gran energía. Entonces
descubrirán que el pensamiento engendra el miedo; el pensar en e
pasado o en el futuro siendo el futuro el siguiente minuto, o
el siguiente día, o diez años después- el pensar acerca de ello
hace de ello un acontecimiento. Y el pensar en un acontecimiento que
fue placentero ayer, mantiene y da continuidad a ese placer, no
importa que ese placer sea sexual, sensorio, intelectual o
psicológico. El pensar acerca de ello y construir una imagen como
hace la mayoría de la gente, le confiere a ese acontecimiento pasado
una continuidad a través del pensar, y eso engendra más placer.
El
pensamiento engendra miedo y también placer; ambos son cosas del
tiempo. De manera que el pensamiento engendra esa moneda de dos caras
del placer y del dolor, que es el miedo. ¿Qué hay que hacer
entonces? Rendimos culto al pensamiento, el cual se ha vuelto tan
extraordinariamente importante, que pensamos que mientras más
ingenioso es, mejor es. En el mundo de los negocios, en el mundo
religioso, o en el mundo de la familia, el intelectual se complace
con el uso del pensamiento, esa moneda de dos caras, esa guirnalda de
palabras ¡Cómo honramos a las personas que son intelectual y
verbalmente hábiles en su modo de pensar! Pero el pensamiento es
responsable del temor y de lo que llamamos placer.
No
decimos que no debiéramos tener placer. No somos puritanos, tratamos
de comprenderlo, y en la misma comprensión de todo este proceso, el
miedo cesa. Entonces verán que el placer es algo completamente
diferente. (Examinaremos esto si tenemos tiempo). El pensamiento es
por lo tanto responsable de esta agonía: un lado es agonía y el
otro lado es placer y su continuidad; la urgencia de placer y su
persecución, en todas las formas, incluyendo la religiosa. ¿Qué
debe hacer, entonces, el pensamiento? ¿Puede terminar? ¿Es ésa la
pregunta correcta? ¿Y quién va a terminar con él? ¿Es el “yo”,
que no es pensamiento? Pero el “yo” es resultado del pensamiento.
Y así se repite el mismo viejo problema; el “yo” y el “no yo”
que es el observador que dice: “¡Si sólo pudiera poner fin al
pensamiento, entonces podría disfrutar de una vida distinta!” Pero
existe únicamente el pensamiento, y no el observador que dice:
“deseo que el pensamiento termine”, porque el observador es el
producto del pensamiento. Y, ¿cómo surge el pensamiento? Podemos
ver muy fácilmente que es la respuesta de la memoria, de la
experiencia y el conocimiento todo lo cual es el cerebro, depósito
de la memoria. Cuando le preguntamos cualquier cosa, responde con una
reacción que es memoria y reconocimiento. El cerebro es el resultado
de milenios de evolución y condicionamiento el pensamiento es
siempre viejo, nunca es libre; es la respuesta de todo el
condicionamiento.
¿Qué
hemos de hacer? Cuando el pensamiento se da cuenta de que no puede
hacer nada con el miedo porque él crea el miedo, entonces surge el
silencio; entonces hay una negación completa de cualquier movimiento
que engendre temor. Por lo tanto, la mente, incluyendo el cerebro,
observa todo ese fenómeno del hábito, de la contradicción y lucha
entre el “yo” y el “no yo”. Y comprende que el observador es
lo observado. Y viendo que el miedo no puede ser meramente analizado
y descartado, sino que siempre estará allí, la mente también ve
que el análisis no es el camino. Entonces uno se pregunta: ¿cuál
es el origen del temor? ¿Cómo surge?
Dijimos
que es engendrado por el tiempo y el pensamiento. El pensamiento es
la respuesta de la memoria, y el pensamiento crea el miedo. También
dijimos que el miedo no puede cesar mediante el mero dominio o
represión del pensamiento, o tratando de transmutar el pensamiento,
o complaciéndonos en todas las tretas que nos jugamos a nosotros
mismos. Al darse cuenta de todo este patrón sin elección alguna
objetivamente, y al ver todo esto por sí mismo, el propio
pensamiento dice: “estaré quieto sin control ni represión
alguna”. “Estaré silencioso”.
Así
el miedo llega a su fin, lo cual significa el cese del sufrimiento y
la comprensión de uno mismo, el conocimiento de uno mismo. Sin este
conocimiento no hay fin para el dolor y el miedo. Sólo una mente que
está libre de miedo puede enfrentarse a la realidad.
Quizás
ahora ustedes tengan interés en hacer preguntas. Debemos hacer
preguntas, es necesario este preguntar, este revelarse uno frente a
sí mismo aquí, y también lo es cuando está uno solo en su
habitación o en el jardín, o sentado tranquilamente en un autobús,
o caminando; uno ha de preguntar para descubrir. Pero tiene que
formular la pregunta correcta, y en la misma formulación de la
pregunta correcta está la respuesta correcta.
Interlocutor: ¿Es
lo correcto aceptarse uno mismo, aceptar su propio sufrimiento, su
propio dolor?
Krishnamurti:
¿Cómo puede uno aceptar lo que es? ¿Quiere usted decir que acepta
su fealdad, su brutalidad, su violencia, sus pretensiones, su
hipocresía? ¿Puede usted aceptar todo eso? ¿No desea usted
cambiar? ¿No debemos cambiar realmente todo esto? ¿Cómo podemos
aceptar el orden establecido de la sociedad con su moralidad que es
inmoralidad? ¿No es la vida un movimiento constante de cambio?
Cuando uno esta viviendo no hay aceptación sino sólo el vivir.
Entonces vivimos con el movimiento de la vida, y el movimiento de la
vida exige cambio, una revolución psicológica, una mutación.
Interlocutor: No
comprendo.
Krishnamurti: Lo
siento. Quizá cuando utilizó la palabra “aceptar” no se dio
cuenta de que en el inglés corriente significa aceptar las cosas
como son. Quizá podría expresarlo en holandés.
Interlocutor:
Aceptar las cosas como vienen.
Krishnamurti:
¿Debo aceptar las cosas como vienen, digamos, cuando la esposa me
abandona? ¿Aceptaré las cosas como vienen cuando pierdo dinero,
cuando pierdo mi trabajo, cuando soy despreciado, insultado?
¿Aceptaré la guerra? Para tomar las cosas como vienen, realmente y
no en teoría, uno tiene que estar libre del “mi”, y del “yo”.
Y de todo eso hemos estado hablando durante la mañana de hoy: de
vaciar la mente del “yo” y del “tú”, del “nosotros” y
del “ellos”. Entonces puede uno vivir de instante en instante,
interminablemente sin lucha, sin conflicto. Pero eso es verdadera
meditación, acción verdadera, y no conflicto, brutalidad y
violencia
Interlocutor:
Tenemos que pensar; es inevitable.
Krishnamurti: Sí,
comprendo, señor. ¿Sugiere usted que no deberíamos pensar en
absoluto? Para realizar un trabajo hay que pensar, para ir a su casa
tiene usted que pensar; y existe la comunicación verbal, que es el
resultado del pensamiento. ¿Qué lugar ocupa, pues, el pensamiento
en la vida? El pensamiento tiene que funcionar cuando hacemos algo.
Escuche esto, por favor. Para llevar a cabo un trabajo técnico, para
funcionar como lo hace la computadora aun cuando no tan
eficientemente- el pensamiento es necesario. Lo es para pensar
claramente, objetivamente, sin emociones, sin prejuicio, sin opinión;
el pensamiento es indispensable para poder actuar con claridad. Pero
también sabemos que el pensamiento engendra el miedo, y ese mismo
miedo nos impide actuar eficazmente. Por lo tanto, ¿puede uno actuar
sin miedo cuando el pensamiento es necesario, y puede éste
permanecer quieto cuando no lo es? ¿Entiende usted? ¿Puede uno
tener una mente y un corazón que comprendan todo este proceso del
temor, del placer, del pensamiento y de la quietud de la mente?
¿Puede uno actuar con reflexión cuando es necesario y no utilizar
el pensamiento cuando no lo es? Sin duda todo esto es sencillo, ¿no
es así? Esto es, ¿puede la mente estar tan por completo atenta que
cuando se halle despierta piense y actúe si es necesario y
permanezca despierta en esa acción, sin dormirse y sin trabajar de
un modo mecánico?
De
manera que la cuestión no es si debemos pensar o no, sino cómo
mantenernos despiertos. Para permanecer despiertos es indispensable
esa profunda comprensión del pensamiento del miedo, del amor, el
odio y la soledad; uno tiene que estar del todo comprometido en esta
forma de vida tal como uno lo está, pero comprendiéndola
completamente. Podemos comprenderla a fondo sólo cuando la mente
está por completo despierta, sin distorsión alguna.
Interlocutor
¿Quiere decir que simplemente reaccionamos de acuerdo con nuestra
experiencia cuando estamos frente al peligro?
Krishnamurti: ¿No
lo hace usted? Cuando usted ve un animal peligroso, ¿no reacciona de
acuerdo con la memoria, con la experiencia, que quizá no sea su
propia experiencia personal sino la experiencia de la raza, que dice:
“tenga cuidado”?
Interlocutor: Eso
es lo que tenía en la mente.
Krishnamurti:
¿Pero por qué no actuamos con igual eficiencia cuando vemos el
peligro del nacionalismo, de la guerra, de los gobiernos separados
con sus derechos soberanos y sus ejércitos? Estas son las cosas más
peligrosas; ¿por qué no reaccionamos, por qué no decimos,
“cambiemos todo eso”? Esto significa que tiene que ocurrir un
cambio en uno mismo en ese “sí mismo” que ahora conocemos-
de modo que uno no pertenezca a ninguna nación, a ninguna bandera,
país o religión, y que por lo tanto sea un ser humano libre. Pero
no lo hacemos. Reaccionamos a los peligros físicos, pero no a los
peligros psicológicos, que son los más devastadores. Aceptamos las
cosas como están o nos rebelamos contra ellas para crear alguna
utopía fantástica, con lo cual volvemos a lo mismo. Ver el peligro
interno y ver el peligro externo es la misma cosa, o sea, mantenernos
despiertos, lo cual significa ser inteligentes y sensibles.
Ámsterdam,
10 de mayo de 1969
6. LA TOTALIDAD DE LA VIDA
Comprender la pasión
sin motivo
Uno
se pregunta por qué los seres humanos en todo el mundo carecen de
pasión. Anhelan vehementemente el poder, la posición, diversas
clases de entretenimiento, tanto sexual como religioso, y otras
formas de sensualidad. Pero al parecer pocos tienen la pasión
profunda que se consagra a comprender el proceso total del vivir,
pocos son los que no dedican toda su energía a la actividad
fragmentaria. El gerente de banco está tremendamente interesado en
su negocio bancario y el artista y el científico están entregados a
sus propios intereses especiales, pero aparentemente una de las cosas
más difíciles es tener una pasión intensa y perdurable puesta en
la comprensión de la totalidad de la vida.
A
medida que penetramos en esta cuestión de lo que constituye la
comprensión total del vivir, amar y morir, necesitamos no sólo
capacidad intelectual e intenso sentimiento, sino mucho más que todo
eso, la gran energía que únicamente la pasión puede brindar.
Teniendo este problema enorme, complejo, sutil y muy profundo,
debemos dedicar nuestra total atención que después de todo es
pasión- para ver y descubrir por nosotros mismos si hay otra manera
de vivir por completo diferente de la actual. Para comprender esto
tenemos que adentrarnos en varias cuestiones, inquirir en el proceso
de la conciencia, examinar tanto las capas superficiales como las
profundas de nuestra propia mente, y observar también la naturaleza
del orden, no sólo del externo, del social, sino también del
interno.
Tenemos
que descubrir el sentido del vivir, no darle una importancia sólo
intelectual, sino ver realmente qué significa vivir. Asimismo
tenemos que examinar la cuestión de lo que es el amor y qué
significa. Todo esto debe ser explorado en el consciente y en los
profundos y ocultos rincones de la propia psiquis. Hemos de
preguntarnos qué es orden, qué significa realmente vivir, y si
podemos vivir una vida de completo y total afecto, compasión,
ternura y amor. También tenemos que descubrir por nosotros mismos el
significado de esa cosa extraordinaria que llamamos muerte.
Esos
no son fragmentos, sino el movimiento completo, la totalidad de la
vida. No podremos comprender esto si lo dividimos en vivir, amar y
morir, porque todo es un solo movimiento. Para comprender este
proceso total, tiene que haber energía, no sólo energía
intelectual, sino la energía de un sentir intenso, y esto implica
tener esa pasión sin motivo que pueda arder constantemente dentro de
uno. Como nuestras mentes están fragmentadas, es necesario
investigar la cuestión de lo consciente y lo inconsciente, porque
allí comienza toda división el “yo” y “el no
yo”, el “tú” y el “yo”, el “nosotros” y el “ellos”.
Mientras exista esta separación en la nacionalidad, la
familia, entre religiones con sus dependencias posesivas separadas
habrá inevitablemente divisiones en la vida. Habrá el vivir
cotidiano con su tedio y rutina y eso que llamamos amor, cercado por
los celos, la posesividad, la dependencia, y la dominación; habrá
temor y la inevitabilidad de la muerte. ¿Podemos penetrar en esta
cuestión seriamente no sólo en forma verbal, teórica, sino
investigarla mirándola realmente dentro de nosotros mismos y
preguntándonos por qué existe esta división que engendra tanta
desdicha, confusión y conflicto?
Podemos
observar muy claramente en nosotros mismos la actividad de la mente
superficial con su preocupación por la subsistencia, y su
conocimiento técnico, científico, adquisitivo. Uno puede observarse
siendo competidor en la oficina, puede ver las operaciones
superficiales de la propia mente. Pero hay partes ocultas que no han
sido exploradas porque no sabemos cómo hacerlo. Si deseamos
exponerlas a la luz de la claridad y de la comprensión, leemos
libros que nos hablan de ellas, o acudimos a algún analista o
filósofo. Pero no sabemos cómo mirar las cosas por nosotros mismos;
aun cuando seamos capaces de observar la actividad externa y
superficial de la mente, estamos aparentemente incapacitados para
mirar en esa cueva profunda y secreta en la que está contenido todo
el pasado. ¿Puede la mente consciente con sus positivas exigencias y
aseveraciones mirar en las capas más profundas del propio ser? No sé
si han tratado de hacerlo alguna vez, pero si lo han hecho con
suficiente insistencia y seriedad, habrán encontrado ustedes mismos
el vasto contenido del pasado, la herencia racial, las imposiciones
religiosas, las divisiones, pues todas esas cosas están escondidas
allí. La expresión ocasional de una opinión se origina en esas
acumulaciones del pasado que se basan esencialmente en el
conocimiento y la experiencia pasada, con sus diversas formas de
conclusiones y opiniones. ¿Puede la mente mirar dentro de todo esto,
comprenderlo y trascenderlo de manera que no exista división alguna?
Esto
es importante porque estamos muy condicionados para mirar la vida en
forma fragmentaria. Y mientras continúe esta fragmentación,
existirá la demanda de realización el “yo” deseando
realizar, lograr, competir, ser ambicioso. Es esa fragmentación de
la vida lo que nos hace individual y colectivamente egocéntricos y
necesitados de identificarnos con algo más grande mientras
permanecemos separados. Es esta profunda división en la conciencia,
en la estructura y naturaleza total de nuestro ser, la que causa
división en nuestras actividades, en nuestros pensamientos y
nuestros sentimientos. Así dividimos la vida y esas cosas que
llamamos amar y morir.
¿Es
posible observar el movimiento del pasado, que es lo inconsciente?
si es que podemos utilizar la palabra “inconsciente” sin
darle un significado especial psicoanalítico. El inconsciente
profundo es el pasado, y actuamos partiendo de ahí. Por lo tanto,
existe la división en pasado, presente y futuro, lo cual es tiempo.
Todo
eso puede aparecer más bien complicado, pero no lo es. Es realmente
bastante sencillo si podemos mirar dentro de nosotros mismos y
observarnos en la acción, observar el funcionamiento de nuestras
propias opiniones, pensamientos y conclusiones. Guando nos miramos
críticamente podemos ver que nuestras acciones están basadas en
conclusiones pasadas, o en una fórmula o patrón que se proyecta al
futuro como un ideal, y actuamos de acuerdo con ese ideal. Por lo
tanto, el pasado está siempre funcionando con sus motivos,
conclusiones y fórmulas; el corazón y la mente están sobrecargados
de recuerdos que moldean nuestras vidas y crean la fragmentación.
Tenemos
que preguntarnos si la mente consciente puede ver dentro de lo
inconsciente de modo tan completo que uno pueda comprender la
totalidad de su contenido, que es el pasado. Esto requiere capacidad
crítica pero no crítica basada en opiniones propias-;
capacidad crítica para observarse uno mismo. Si se está realmente
despierto, entonces cesa esa división en la totalidad de la
conciencia. Tal estado de la mente despierta sólo es posible cuando
existe esta crítica autoobservación exenta de todo juicio.
Así,
observar significa ser crítico, no utilizando una crítica basada en
evaluaciones u opiniones, sino siendo críticamente atento, alerta.
Pero si esa crítica es personal, si está cercada por el miedo o
cualquier forma de prejuicio, cesa de ser una verdadera crítica y se
convierte en algo meramente fragmentario.
Lo
que nos interesa es comprender todo el proceso, la totalidad de la
vida, y no un fragmento en particular. No nos preguntamos qué hacer
respecto de un problema en particular, o en relación con la
actividad social que es independiente del proceso total del vivir,
sino que tratamos de descubrir qué está incluido en la comprensión
de la realidad y si existe tal realidad, tal inmensidad, tal
eternidad. En esa percepción total y completa no fragmentaria-
estamos interesados. Esa comprensión del movimiento total de la vida
como una sola actividad unitaria es posible únicamente cuando en la
totalidad de nuestra conciencia terminan todos nuestros conceptos,
principios, ideas y divisiones como el “yo” y el “no yo”. Si
eso es claro y espero que lo sea- entonces podemos continuar
indagando qué es el vivir.
Consideramos
el vivir como una acción positiva: hacer, pensar, el interminable
bullicio, conflicto, miedo, sufrimiento, culpabilidad, ambición,
competencia, el anhelo de placer con su dolor, el deseo de éxito.
Todo esto es lo que llamamos vivir. Esa es nuestra vida, con sus
alegrías ocasionales, sus momentos de compasión sin ningún motivo
y de generosidad espontánea. Existen raros momentos de éxtasis, de
una bienaventuranza sin pasado ni futuro. Pero el ir a la oficina, la
ira, el odio, el desprecio, la enemistad, es lo que llamamos el vivir
cotidiano, y consideramos eso como extraordinariamente positivo.
La
negación de lo positivo es lo único verdaderamente positivo. Negar
ese llamado vivir que es feo, aislante, temeroso, brutal y
violento- sin conocer lo otro, es la acción más positiva. ¿Nos
estamos comunicando mutuamente? Ustedes saben que negar del todo la
moralidad convencional es ser altamente moral, porque lo que llamamos
moral social, la moral de la respetabilidad, es totalmente inmoral;
somos competidores, codiciosos, envidiosos, y hacemos lo que nos
place ustedes saben cómo nos comportamos. Llamamos a eso
moralidad social; la gente religiosa habla de una moralidad distinta,
pero sus vidas, todas sus actitudes, la estructura jerárquica de las
organizaciones religiosas y de las creencias, es inmoral. Negar eso
no es reaccionar, porque la reacción constituye otra forma de
disentir mediante la propia resistencia. Pero cuando negamos porque
comprendemos, existe la más alta forma de moralidad.
De
la misma manera, negar la moralidad social, negar la manera en que
vivimos nuestras vidas insignificantes, nuestro pensar y
existir superficiales, la satisfacción que en un nivel superficial
sentimos con las cosas que hemos acumulado- negar todo eso, no como
una reacción, sino viendo la total estupidez y la naturaleza
destructiva de esa manera de vivir, negar todo eso es vivir. Ver lo
falso como falso es ver lo verdadero.
Luego
¿qué es el amor? ¿Es placer el amor? ¿Es deseo? ¿Es el amor
apego, dependencia, la posesión de la persona a la que amamos y
dominamos? ¿Es amor decir “esto es mío y no tuyo, mi propiedad,
mis derechos sexuales, en los cuales están envueltos los celos, el
odio, la ira y la violencia”? Y además, el amor se ha dividido en
sagrado y profano como parte del condicionamiento religioso; ¿es
todo eso amor? ¿Puede uno amar y ser ambicioso? ¿Puede usted amar a
su esposo y puede decir el que la ama, cuando es ambicioso? ¿Puede
haber amor cuando hay competencia y afán de éxito?
Negar
todo eso, no sólo intelectual o verbalmente, sino extirparlo de
nuestro propio ser, de manera que nunca volvamos a experimentar
celos, envidia, rivalidad o ambición negar todo eso, sin duda
es amor-. Ambas maneras de actuar no pueden jamás ir juntas. El
hombre que es celoso, o la mujer que es dominante, no saben lo que
significa el amor. Pueden hablar de amor, pueden dormir juntos,
poseerse mutuamente, depender recíprocamente para su comodidad,
seguridad, o por miedo a la soledad, pero sin duda alguna, nada de
eso es amor. Si la gente que dice amar a sus hijos los amara de
verdad, ¿habría guerras, habría divisiones nacionales, habría
estas separaciones? Lo que llamamos amor es tortura, desesperación,
un sentimiento de culpabilidad. Este amor está generalmente
identificado con el placer sexual. No es que seamos puritanos o
mojigatos; no decimos que no debe existir el placer. Cuando miramos
una nube o el cielo, o un rostro hermoso, en ello hay deleite. Cuando
miramos una flor, su belleza está allí no negamos la
belleza-. La belleza no es el placer del pensamiento, pero es el
pensamiento el que da placer a la belleza.
De
la misma manera, cuando amamos y hay sexo, el pensamiento da
continuidad al placer a través de la imagen de lo que se ha
experimentado y de lo que ha de repetirse mañana. En esta repetición
hay un placer que no es belleza. La belleza, la ternura y el sentido
total del amor no excluyen el sexo. Pero en estos días cuando todo
es permitido, parece que el mundo ha descubierto de pronto el sexo, y
éste se ha vuelto extraordinariamente importante. Probablemente ése
es el único escape y la única libertad que el hombre tiene ahora;
en todo lo demás es atropellado, amedrentado, profanado intelectual
y emocionalmente; y en toda forma es un esclavo, está destruido, y
se siente libre sólo durante la experiencia sexual. En esa libertad
disfruta de cierto deleite y quiere repetirlo. Al ver todo esto,
¿dónde está el amor? Sólo una mente y un corazón plenos de amor
pueden percibir el movimiento total de la vida. Entonces, cualquier
cosa que haga, un hombre que posee ese amor es moral, bueno, y lo que
hace es bello.
¿Y
cómo interviene el orden en todo esto, sabiendo como sabemos que
nuestra vida es tan confusa y tan desordenada? Todos queremos orden,
no sólo en la casa, teniendo las cosas en el lugar adecuado, sino
que también deseamos orden en lo externo, en la sociedad, donde
existe tan inmensa injusticia social. Asimismo deseamos orden
interno; y debe haber orden, orden profundo, matemático. ¿Y es éste
un orden que pueda ser producido conforme a un patrón que
consideramos ordenador? Entonces estaríamos comparando el patrón
con el hecho y habría conflicto. ¿No es desorden este mismo
conflicto? Por lo tanto, no es virtud. Cuando una mente lucha por ser
virtuosa, moral, ética, genera resistencia, y en ese mismo conflicto
hay desorden. De manera que la virtud es la propia esencia del orden,
aun cuando no nos guste utilizar esta palabra en el mundo moderno.
Esa virtud no nace del conflicto del pensamiento, sino que surge sólo
cuando vemos el desorden críticamente con una inteligencia despierta
y comprendiéndonos a nosotros mismos. Entonces hay orden completo en
su más alta expresión, lo cual es virtud. Y eso es posible sólo
cuando hay amor.
Está
luego la cuestión del morir, que hemos apartado de nosotros
cuidadosamente, como algo que va a ocurrir en el futuro, un futuro
quizá dentro de cincuenta años o tal vez mañana. Tememos morir,
llegar físicamente al final y ser separados de las cosas que hemos
poseído, por las que hemos trabajado, las que hemos experimentado:
la esposa, el marido, la casa, los muebles, el pequeño jardín, los
libros, los poemas que hemos escrito o esperábamos escribir. Y
tememos abandonar todo eso porque nosotros somos los muebles, la
pintura que poseemos; cuando sabemos tocar el violín, somos ese
violín. Eso es así porque nos hemos identificado con esas cosas,
somos todo eso y nada más. ¿Han mirado esto así alguna vez? Somos
la casa, con sus persianas, el dormitorio, los muebles que poseemos y
que hemos pulido cuidadosamente por años; eso es lo que somos. Si
eliminamos todo eso, no somos nada.
De
eso tenemos miedo; de no ser nada. ¿No es muy extraño ver cómo
pasa alguien cuarenta años yendo a la oficina y, cuando deja de
hacerlo, sufre un ataque al corazón y muere? Somos la oficina, los
archivos, el gerente, el empleado, o lo que sea el puesto que
ocupamos; somos eso y nada más. Y tenemos muchas ideas acerca de
Dios, de la bondad, de la verdad, de lo que debe ser la sociedad; eso
es todo. En ello hay sufrimiento. Nos entristece profundamente llegar
a darnos cuenta de que somos eso, pero el sufrimiento mayor es que no
nos damos cuenta. Ver eso y descubrir su significado es morir.
La
muerte es inevitable, y todos los organismos tienen que morir. Pero
tememos abandonar el pasado. Somos el pasado, somos el tiempo, el
dolor y la desesperación, con una percepción ocasional de belleza,
un florecimiento de bondad o de ternura como algo pasajero, no
perdurable. Y como tenemos miedo a la muerte, decimos: ¿volveré a
vivir?, lo cual implica continuar la lucha, el conflicto, la
desdicha, la posesión de cosas, la experiencia acumulada. Todo el
Oriente cree en la reencarnación. Deseamos ver reencarnar aquello
que somos, pero somos toda esta confusión, este desorden, este
enredo. La reencarnación implica también que volveremos a nacer en
otra vida; por lo tanto, importa lo que hagamos hoy, y no cómo vamos
a vivir cuando renazcamos en nuestra próxima vida, si es que existe
tal cosa. Si vamos a nacer de nuevo, lo que importa es cómo vivimos
hoy, porque el hoy es lo que va a sembrar la semilla de la belleza o
la semilla del dolor. Pero aquellos que creen tan fervientemente en
la reencarnación no saben cómo comportarse; y si estuvieran
interesados en su comportamiento, entonces no les preocuparía el
mañana, porque la bondad está en la atención que prestemos hoy.
El
morir es parte del vivir. Ustedes no pueden amar sin morir, morir
para todo lo que no es amor, morir para todos los ideales que son la
proyección de sus demandas internas, morir para todo el pasado, para
la experiencia, de manera que sepan lo que significa el amor, y, por
lo tanto, lo que significa el vivir. Vivir, amar y morir son, pues,
la misma cosa, que consiste en vivir total y completamente ahora.
Entonces hay una acción que no es contradictoria y que no trae
consigo dolor y sufrimiento; existe un vivir, un amar y un morir en
que hay acción. Esa acción es orden. Y si uno vive de esa manera y
uno debe hacerlo, no en momentos ocasionales, sino cada día y cada
minuto- entonces tendremos orden social, y habrá unidad en el
hombre, y los gobiernos serán manejados por computadoras, no por
políticos con sus ambiciones personales y su condicionamiento. Por
lo tanto, vivir es amar y es morir.
Interlocutor:
¿Puede uno quedar libre instantáneamente y vivir sin conflictos, o
eso toma tiempo?
Krishnamurti:
¿Puede uno vivir inmediatamente sin el pasado, o toma tiempo
deshacerse del pasado? Si toma tiempo, ¿impide esto que viva uno en
lo inmediato? Ese es el problema. El pasado es como una cueva
escondida, como un sótano donde usted guarda el vino si es que
tiene vino. ¿Toma tiempo estar libre de ello? ¿Qué está envuelto
en el hecho de tomar tiempo?- que es a lo que estamos acostumbrados.
Uno se dice a sí mismo: “me tomaré tiempo; la virtud es una cosa
que ha de ser adquirida, que debe ser practicada día tras día; me
desharé de mi odio, de mi violencia, gradualmente, poco a poco”; a
esto es a lo que estamos acostumbrados, éste es nuestro
condicionamiento. Así es que nos preguntamos si es posible
deshacernos del pasado gradualmente, lo cual implica tiempo. Esto es,
siendo violento, me digo: “gradualmente me libraré de esto”.
¿Qué quiere decir “gradualmente”, “paso a paso”? Significa
que entretanto sigo siendo violento. La idea de deshacerse
gradualmente de la violencia es una forma de hipocresía. Es obvio
que si soy violento no puedo dejar de serlo gradualmente, sino que
tengo que terminar con ello de inmediato. ¿Puedo poner fin a cosas
psicológicas inmediatamente? No puedo hacerlo si acepto la idea de
liberarme gradualmente del pasado. Pero lo que importa es ver el
hecho tal y como es ahora, sin distorsión alguna. Si soy celoso y
envidioso, debo verlo completamente mediante la observación total, y
no parcial. Observo mis celos, ¿por qué soy celoso? Porque estoy
solo, la persona de la cual dependo me ha abandonado y súbitamente
me enfrento a mi vacuidad, a mi aislamiento, y como estoy temeroso de
todo eso, dependo de usted. Y si usted me abandona, siento ira,
celos. El hecho es que estoy triste, necesito compañía, necesito
alguien que cocine para mí, que me consuele, que me proporcione
placer sexual, etc.; y todo ello se debe a que básicamente estoy
solo. Por eso soy celoso. ¿Puedo comprender esta soledad en el acto?
Puedo comprenderla sólo si la observo, si no huyo, si puedo
observarla críticamente, con inteligencia despierta, sin buscar
excusas, sin tratar de llenar el vacío o de encontrar una nueva
compañía A fin de observar eso, tiene que haber libertad, y cuando
hay libertad para mirar, estoy libre de los celos. De manera que la
percepción, la total observación de los celos y la liberación de
ellos no depende del tiempo, sino de prestar atención completa, de
darse cuenta con objetividad crítica, observando sin elección
alguna, instantáneamente, todas las cosas según surgen. Entonces
hay libertad no en el futuro, sino ahora- de aquello que
llamamos celos.
Esto
se aplica igualmente a la violencia, a la ira y a cualquier otro
hábito, sea el de fumar, el de ingerir bebidas o a los hábitos
sexuales. Si los observamos con mucha atención, en su totalidad, con
nuestra mente y corazón, nos damos cuenta inteligentemente de su
contenido total; entonces hay libertad. Una vez que este estado de
atención, de percepción alerta está funcionando, cualquier cosa
que surge entonces ira, celos, violencia, brutalidad,
ambigüedades, enemistad- puede ser observada instantáneamente,
completamente. En eso hay libertad, y la cosa que estaba allí deja
de estar. De modo que el pasado no será eliminado a través del
tiempo. El tiempo no es el camino a la libertad. ¿No es esta idea de
lo gradual una forma de indolencia, de incapacidad para enfrentar el
pasado instantáneamente en el momento que surge? Cuando ustedes
tienen esa prodigiosa capacidad para observarlo claramente según
surge y lo observan con toda su mente, con todo su corazón, entonces
el pasado cesa.
Por
lo tanto, el tiempo y el pensamiento no ponen fin al pasado, porque
el tiempo y el pensamiento son el pasado.
Interlocutor: ¿Es
el pensamiento un movimiento de la mente? ¿Es la percepción alerta
función de una mente quieta?
Krishnamurti: Como
dijéramos el otro día, el pensamiento es la respuesta de la
memoria, como si se tratara de una computadora que hemos alimentado
con toda clase de información. Y cuando pedimos la respuesta, lo que
hemos almacenado en la computadora responde. En esa misma forma la
mente, el cerebro que es el almacén del pasado, que es memoria,
cuando es retado responde en pensamientos de acuerdo con su
conocimiento, experiencia, condicionamiento, etcétera. Por lo tanto,
el pensamiento es el movimiento, o más bien parte del movimiento, de
la mente y del cerebro. El interlocutor desea saber si la percepción
alerta implica quietud de la mente. ¿Puede usted observar cualquier
cosa un árbol, su esposa, su vecino, el político, el
sacerdote, un bello rostro- sin ningún movimiento de la mente? Las
imágenes de su mujer, de su vecino, el conocimiento de la nube o del
placer, todo eso se interpone, ¿no es así? Cuando alguna imagen se
interpone, en forma sutil u obvia, entonces no hay observación,
usted no se da cuenta total y realmente; está sólo parcialmente
alerta. Para observar con claridad no puede haber imagen alguna que
se interponga entre el observador y la cosa observada. Cuando usted
mira un árbol, ¿puede hacerlo sin el conocimiento de términos
botánicos, o del conocimiento de placer o deseo que tenga acerca de
él? ¿Puede mirarlo tan completamente que el espacio entre usted el
observador- y la cosa observada desaparezca? ¡Eso no quiere decir
que usted se vuelva el árbol! Pero cuando ese espacio desaparece,
cesa el observador y queda únicamente la cosa observada. En esa
observación hay percepción, se ve la cosa con vitalidad
extraordinaria: su color, su forma, la belleza de la hoja o del
tronco; cuando no existe el centro del “yo” que está observando,
usted se halla en íntimo contacto con aquello que observa.
Existe
el movimiento del pensamiento que es parte del cerebro y de la
mente- cuando hay un reto que tiene que ser contestado por el
pensamiento. Pero para descubrir algo nuevo, algo que nunca se ha
visto antes, tiene que haber esta atención intensa sin movimiento
alguno. Esto no es algo misterioso u oculto que usted tenga que
practicar por años y años; eso es pura tontería. Ello se produce
cuando, entre dos pensamientos, usted está observando.
¿Sabe
cómo el hombre descubrió la propulsión a chorro? ¿Cómo ocurrió?
El conocía todo lo que había que conocer acerca del motor de
combustión y buscaba algún otro método. Para mirar hay que estar
silencioso; si uno lleva consigo todo el conocimiento de su motor a
combustión, encontrará únicamente lo que ya conoce. Aquello que
uno aprendió tiene que estar dormido, quieto, y entonces puede
descubrirse algo nuevo. De la misma manera, para ver a su esposa, a
su esposo, el árbol, al vecino, la total estructura social que es
desorden ustedes tienen que encontrar silenciosamente una manera
nueva de mirar y, por lo tanto, una manera nueva de vivir y de
actuar.
Interlocutor:
¿Cómo encontramos el poder de vivir sin teorías ni ideales?
Krishnamurti:
¿Cómo tiene usted el poder de vivir con ellos? ¿Cómo tiene esa
energía extraordinaria para vivir con fórmulas, ideales y teorías?
Usted vive con esas fórmulas, ¿cómo tiene la energía? Esa energía
está siendo disipada en el conflicto. Lo ideal está allá y usted
está aquí y trata de vivir de acuerdo con aquello. Hay, por lo
tanto, división, conflicto, que es un desperdicio de energía. Así
pues, cuando ve el desperdicio de energía, cuando ve lo absurdo de
tener ideales, formulas, conceptos, y los conflictos constantes que
todos ellos causan, entonces tiene la energía para vivir sin eso.
Entonces tiene energía en abundancia porque no hay desgaste en
absoluto a través del conflicto. Pero usted ve, tememos vivir de esa
manera debido a nuestro condicionamiento, y aceptamos esta estructura
de fórmulas e ideales como otros lo han hecho. Vivimos con ellos y
aceptamos el conflicto como un modo de vida. Cuando vemos todo eso,
no de manera verbal, teórica, ni intelectual, sino que nos damos
cuenta con todo nuestro ser de lo absurdo que es vivir así, entonces
tenemos la abundancia de energía que surge cuando no hay conflicto
alguno. Entonces existe el hecho y nada más. Existe el hecho de que
uno es codicioso, y no el ideal de que no debe ser codicioso eso
es un desperdicio de energía-. Está únicamente el hecho de que se
es codicioso, posesivo y dominante. Ese es el único hecho, y cuando
uno presta su total atención a ese hecho, entonces tiene la energía
para disiparlo y, por lo tanto, para vivir libremente, sin ideal
alguno, sin principio alguno, y sin creencia alguna. Y eso es amar y
morir para todas las cosas del pasado.
Ámsterdam,
11 de mayo de 1969
TERCERA PARTE
7. EL TEMOR
La resistencia;
energía y atención
La
mayoría de nosotros está atrapada en hábitos físicos y
psicológicos. Algunos somos conscientes de ellos y otros no. Si nos
damos cuenta de esos hábitos, ¿es posible entonces terminar con un
hábito en particular instantáneamente y no arrastrarlo por muchos
meses y años? Si nos damos cuenta de determinado hábito, ¿es
posible que terminemos con él sin lucha alguna y que cese
instantáneamente el hábito de fumar, la sacudida singular de la
cabeza, la sonrisa habitual o cualquiera de los distintos hábitos
peculiares que tenemos? ¿Es posible darse cuenta del parloteo
interminable sobre naderías, de la inquietud de la mente; puede uno
hacerlo sin resistencia o control alguno, de modo que cese fácilmente
sin esfuerzo, de inmediato? En eso hay varias cosas involucradas:
primero, la comprensión de que la lucha contra algo como un hábito
en particular, desarrolla una forma de resistencia contra ese hábito;
y uno aprende que la resistencia, en cualquier forma, engendra más
conflicto. Si resistimos un hábito, tratamos de reprimirlo y
luchamos contra él, malgastamos en la lucha por controlarlo la misma
energía necesaria para comprenderlo. En eso está envuelta una
segunda cosa: damos por supuesto que el tiempo es necesario y que
cualquier hábito en particular tiene que acabarse lentamente, tiene
que ser suprimido poco a poco.
Estamos
acostumbrados por un lado a la idea de que la única manera de
librarnos de un hábito es mediante la resistencia y el desarrollo de
un hábito opuesto y, por otro lado, a la idea de que sólo podemos
hacerlo gradualmente a través de un período de tiempo. Pero si
examinamos el asunto, vemos que cualquier forma de resistencia
engendra más conflicto, y también que el tiempo, el tomar muchos
días, semanas, años, no termina realmente con el hábito. Y
preguntamos si es posible poner fin a un hábito sin resistencia y
sin tiempo, inmediatamente.
Para
liberarnos del temor lo que se requiere no es la resistencia durante
un período de tiempo sino la energía que pueda hacer frente a este
hábito y disolverlo inmediatamente: eso es atención. La atención
es la misma esencia de toda energía. Poner atención significa
entregar nuestra mente, nuestro corazón y nuestra total energía
física al acto de atender, y con esa energía afrontar o darse
cuenta del hábito en particular; entonces verán que el hábito ha
perdido su apoyo y desaparece instantáneamente.
Uno
puede pensar que sus diversos hábitos carecen de especial
importancia; si uno los tiene, ¡qué importa! O bien encuentra
excusas para sus hábitos. Pero si uno pudiera establecer la cualidad
de atención en la mente, una vez que la mente captara el hecho la
verdad de que la energía es atención y que la atención es
necesaria para disolver cualquier hábito determinado-, entonces al
darse cuenta de un hábito o tradición en particular, uno vería que
éste cesa completamente.
Tenemos
un modo habitual de hablar, o nos complacemos charlando
interminablemente sobre naderías, pero si nos volvemos sensiblemente
alertas, atentos, entonces disponemos de una energía extraordinaria,
energía que no es engendrada por la resistencia, como lo son la
mayor parte de las energías. Esta energía de la atención es
libertad. Si comprendemos esto real y profundamente, no como teoría
sino como un hecho verdadero que hemos experimentado, un hecho que
hemos visto y del cual nos hemos dado cuenta totalmente, entonces
podemos proceder a inquirir en la total naturaleza y estructura del
miedo. Y debemos tener en mente cuando hablamos de esta cuestión más
bien complicada, que la comunicación verbal entre ustedes y el que
les habla se torna bastante difícil; y que si uno no escucha con
suficiente cuidado y atención, la comunicación no es posible. Si
ustedes piensan en una cosa y el orador habla de algo distinto,
entonces es obvio que la comunicación cesa. Si ustedes están
preocupados por algún miedo particular y toda su atención se enfoca
en ese miedo, entonces la comunicación verbal entre ustedes y quien
les habla también termina. Para comunicarnos verbalmente tiene que
existir una calidad de atención en la cual haya interés en la cual
haya intensidad, urgencia por comprender esta cuestión del miedo.
Más
importante que la comunicación es la comunión. La comunicación es
verbal, y la comunión no lo es. Dos personas que se conozcan muy
bien pueden, sin pronunciar palabra alguna, comprenderse
completamente, inmediatamente, porque han establecido cierta forma de
comunicación entre ellos. Cuando encaramos una cuestión tan
complicada como el miedo tiene que haber comunión tanto como
comunicación verbal, ambas tienen que marchar unidas todo el tiempo
o de lo contrario no estaremos trabajando juntos. Habiendo dicho todo
esto era necesario hacerlo- consideremos la cuestión del
temor.
No
es que tengamos que estar libres del temor. Tan pronto
tratamos de liberarnos del temor, creamos resistencia contra él. La
resistencia, en cualquier forma, no termina con el temor siempre
estará allí, aun cuando tratemos de escapar de él resistirlo,
controlarlo, etcétera. El controlarlo, el huir, el reprimirlo, son
todas formas de resistencia, y el temor continúa aun cuando
desarrollemos mayor fuerza para resistirlo. No estamos, pues,
hablando de estar libres del temor. Estar libres de algo no es
libertad. Comprendan esto, por favor, porque al examinar este
problema, si han puesto toda su atención en lo que se ha estado
diciendo, deben abandonar este recinto sin ningún sentimiento de
miedo. Eso es lo único que importa, y no lo que dice o no dice el
que les habla, o si ustedes están o no de acuerdo; lo que importa es
terminar psicológicamente con el temor, de manera absoluta, en lo
más íntimo de nuestro ser.
Por
lo tanto, no es que uno tenga que estar libre del temor o tenga que
resistirlo, sino que debe comprender toda la naturaleza y estructura
del temor, comprenderlo. Eso implica aprender acerca de él,
observarlo, y entrar en contacto directo con él. Hemos de aprender
acerca del temor, y no cómo escapar de él, ni cómo resistirlo
mediante el valor, etcétera Tenemos que aprender. ¿Qué significa
esa palabra “aprender”? Seguramente que no es acumular
conocimientos acerca del temor. Sería más bien inútil examinar el
asunto a menos que comprendamos esto completamente. Pensamos que
aprender implica la acumulación de conocimientos acerca de algo. Si
deseamos aprender italiano, es necesario acumular palabras y su
significado, la gramática y cómo combinar oraciones, etcétera, y
habiendo acumulado conocimientos, entonces uno puede hablar ese
idioma en particular. Esto es, hay acumulación de conocimientos y
luego acción; el tiempo está involucrado en ello. Ahora bien, esa
acumulación no es aprender. El verdadero aprender está siempre en
el presente activo, y no es el resultado de haber acumulado
conocimientos; el aprender es una acción que siempre está en el
presente. La mayoría estamos acostumbrados a la idea de acumular
ante todo conocimientos, información, experiencia, y a actuar
partiendo de ahí. Nosotros estamos diciendo algo enteramente
distinto. El conocimiento está siempre en el pasado, y cuando
actuamos, el pasado determina esa acción. Decimos que el aprender
está en la acción misma, y que, por lo tanto, nunca hay acumulación
de conocimiento.
El
aprender acerca del temor está en el presente y es algo fresco. Si
afronto el miedo con el conocimiento del pasado, con recuerdos y
asociaciones del pasado, no me encuentro cara a cara con el miedo y,
por lo tanto, no aprendo acerca de él. Puedo hacer eso únicamente
si mi mente es fresca, nueva. Y ésa es nuestra dificultad porque
siempre abordamos el miedo con todas las asociaciones, recuerdos,
incidentes y experiencias que nos impiden mirarlo y aprender sobre él
en forma nueva.
Existen
muchos temores temor a la muerte, a la oscuridad, a perder el
empleo, al marido o a la esposa, temor a la inseguridad, a la
soledad, a no lograr algo, a no ser amado, a no ser un éxito. ¿No
son estos diversos temores la expresión de un temor básico?
Entonces uno se pregunta: “¿Vamos a tratar con un temor en
particular, o estamos tratando con el hecho del temor mismo?”
Deseamos
comprender la naturaleza del temor, y no cómo éste se expresa en
una dirección determinada. Si podemos encarar el hecho básico del
temor, entonces podremos resolver o hacer algo respecto de un miedo
en particular. Por lo tanto, no tomen su miedo particular para decir:
“tengo que resolver esto”, sino comprendan la naturaleza y
estructura del temor; entonces sabrán qué hacer con ese miedo en
particular.
Vean
la importancia de que la mente se halle en un estado en el cual no
haya miedo alguno, porque donde hay miedo hay oscuridad, y la mente
se embota; entonces busca varios escapes, estímulo mediante el
entretenimiento no importa que se entretenga en la iglesia o en
el campo de fútbol o con la radio. Una mente así tiene miedo, es
incapaz de ver con claridad y no sabe qué significa amar; puede que
conozca el placer, pero seguramente no sabe lo que significa amar. El
miedo destruye y afea la mente.
Hay
temor físico y temor psicológico. Existe el miedo físico al
peligro, como encontrarse con una serpiente o frente a un precipicio.
Ese temor, el miedo físico de enfrentarse al peligro ¿no es
inteligencia? Allí hay un precipicio; lo veo y reacciono
inmediatamente, no me acerco. Bien, ¿no es ese miedo, la
inteligencia que me dice: “ten cuidado, hay peligro”? Esa
inteligencia se ha acumulado con el tiempo, otros han caído, o mi
madre o mi amigo me han dicho: “ten cuidado con ese precipicio”.
De manera que en esa expresión física del temor están el recuerdo
y la inteligencia funcionando simultáneamente. Existe además el
temor psicológico al miedo físico que hemos experimentado, el de
haber sufrido una enfermedad que nos causó mucho dolor. Habiendo
experimentado dolor, que es un fenómeno puramente físico, no
deseamos que se repita, y tenemos el miedo psicológico a ese dolor
aun cuando ha cesado de ser real. Bien, ¿puede ese miedo psicológico
ser comprendido de manera que no vuelva a surgir en absoluto? He
tenido dolor la mayoría lo hemos sufrido- lo tuve la semana
pasada o hace un año. El dolor era desesperante, y no quiero que se
repita y temo que pueda volver. ¿Qué ha ocurrido? Escuchen esto
cuidadosamente, por favor. Existe el recuerdo de ese dolor, y el
pensamiento dice: “no dejes que se repita, ten cuidado”. Pensar
acerca del pasado dolor provoca el miedo de que se repita, y el
pensamiento atrae el miedo sobre sí mismo. Esa es una forma
particular de miedo, o sea, el miedo a que la enfermedad se repita
con su dolor.
Existen
todos los diversos miedos psicológicos que se derivan del
pensamiento: el miedo a lo que pueda decir el vecino miedo de no ser
altamente distinguido y respetable, miedo de no acatar la moralidad
social que es inmoralidad-, miedo de perder el empleo, miedo a
la soledad, miedo a la ansiedad (que es miedo en sí mismo),
etcétera, siendo todo ello el producto de una vida basada en el
pensamiento.
No
sólo existen los temores conscientes, sino también los hondos y
ocultos temores en la psiquis, en las capas más profundas de la
mente. Podemos enfrentarnos a los temores conscientes, pero es mucho
más difícil hacerlo con los temores secretos y profundos. ¿Cómo
puede uno hacer que esos temores profundos, inconscientes, ocultos,
salgan a la superficie y queden al descubierto? ¿Puede hacerlo la
mente consciente? ¿Puede la mente consciente, con su pensamiento
activo, descubrir lo inconsciente, lo oculto? (No estamos usando la
palabra “inconsciente”’ en forma técnica; únicamente en el
sentido de no estar consciente o no conocer los niveles ocultos, eso
es todo). ¿Puede la mente consciente, la que está entrenada con el
fin de ajustarse para sobrevivir, para continuar con las cosas como
están ustedes saben lo tramposa que es esta mente consciente-
puede esa mente consciente descubrir todo el contenido de lo
inconsciente? No creo que pueda hacerlo. Puede que descubra una capa
y la interprete de acuerdo con su condicionamiento. Pero esa
interpretación misma conforme a su condicionamiento perjudicará más
adelante a la mente consciente, de manera que estará aun menos
capacitada para examinar por completo la subsiguiente capa.
Vemos
que el mero esfuerzo consciente para examinar el contenido más
profundo de la psiquis se torna en extremo difícil a menos que la
mente superficial esté por completo libre de todo condicionamiento,
de todo prejuicio, de todo temor de lo contrario, ella es
incapaz de ver. Uno ve que eso es extremadamente difícil y quizá
totalmente imposible. Por lo tanto, uno se pregunta: ¿hay alguna
otra manera que sea del todo diferente?
¿Puede
la mente liberarse del temor mediante el análisis, el autoanálisis
o el análisis profesional? En eso hay envuelto algo más. Cuando me
analizo y me miro, capa tras capa, examino, juzgo, evalúo; digo:
“esto es correcto”, “esto es incorrecto”, “esto lo
conservaré”, “esto lo desecharé”. Cuando me analizo, ¿soy
diferente de la cosa que analizo? Tengo que contestar a esto por mí
mismo y ver la verdad al respecto. ¿Es el analizador diferente da la
cosa que analiza, digamos los celos? No es diferente, él es esos
celos, y trata de separarse de los celos como la entidad que dice:
“Voy a observar los celos, deshacerme de ellos, o estar en contacto
con ellos”. Pero los celos y el analizador son parte el uno del
otro.
En
el proceso del análisis está involucrado el tiempo, es decir:
necesito muchos días o muchos años para analizarme. Al final de
muchos años todavía tengo miedo. Por lo tanto, el análisis no es
el camino. El análisis implica mucho tiempo y cuando la casa está
quemándose, uno no se sienta a analizar, ni visita a un profesional
para decirle: “dígame algo sobre mí mismo, por favor”. Uno
tiene que actuar. El análisis es una forma de escape, de pereza e
ineficiencia. (Puede estar bien que un neurótico vaya a un analista,
pero aun entonces no terminará completamente con la neurosis. Pero,
ésa es otra cuestión).
La
solución no es el análisis del inconsciente por el consciente. La
mente ha visto eso y se dice: “no analizaré más porque veo la
inutilidad de hacerlo”; “no resistiré más el miedo”. ¿Se dan
cuenta de lo que le ha ocurrido a la mente? Cuando ha descartado el
método tradicional del análisis, la resistencia, el tiempo, ¿qué
le ha sucedido entonces a la mente misma? Ella se ha vuelto
extraordinariamente aguda. Por la necesidad de observarse, se ha
vuelto extraordinariamente intensa, aguda, viva. La mente se pregunta
si hay alguna otra manera de encarar este problema de descubrir todo
su contenido: el pasado, la herencia racial, la familia, el peso de
la tradición cultural y religiosa, el producto de dos mil o diez mil
años. ¿Puede la mente estar libre de todo eso, puede descartarlo
por completo y, por lo tanto, deshacerse de todo temor?
Tenemos
pues este problema, problema que una mente aguda la mente que
ha desechado toda forma de análisis que necesariamente toma tiempo y
para la cual no existe el mañana- tiene que resolver completamente y
ahora. Por lo tanto no existe ideal alguno; no es cuestión de un
futuro que diga: “estaré libre de ello”. De modo que la mente
está ahora en un estado de completa atención. Ha dejado de
escapar y ya no inventa el tiempo como una manera de resolver el
problema; ha dejado de analizar o de resistir. La mente misma tiene
entonces una cualidad enteramente nueva.
Los
psicólogos dicen que debemos soñar o, de lo contrario, nos
volveremos locos. Me pregunto: “¿por qué debo soñar de manera
alguna?” ¿Hay un modo de vivir que no requiera soñar en absoluto?
Porque si uno no sueña del todo entonces la mente descansa de veras.
La mente ha estado activa todo el día, observando, escuchando,
inquiriendo, mirando la belleza de una nube, el rostro de una persona
atractiva, el agua, el movimiento de la vida, todo. Ha estado
observando y observando, y cuando duerme debe tener completo
descanso; de lo contrario, al despertar en la mañana siguiente está
cansada y es todavía vieja.
Uno
se pregunta entonces si hay alguna manera de no soñar en absoluto,
de modo que durante el sueño la mente disfrute de completo descanso
y llegue a dar con cualidades que no pueden aparecer durante las
horas de vigilia. Es un hecho, y no una suposición, teoría,
invención o esperanza, que eso es posible sólo cuando uno está
completamente despierto durante el día, observando toda actividad
del pensamiento, del sentir; despierto a cada motivación, a cada
sugestión, a cada insinuación de lo que está muy adentro,
profundamente; despierto cuando charla, cuando camina, cuando escucha
a alguien, cuando observa su ambición, sus celos, cuando observa su
respuesta a la “gloria de Francia”, cuando lee un libro que dice:
“sus creencias religiosas son tonterías”; cuando observa para
ver lo que está implicado en la creencia.
Estén
completamente despiertos durante las horas de vigilia, cuando están
sentados en un autobús, cuando hablan con la esposa, con los hijos,
con el amigo, cuando fuman por qué fuman-, cuando leen una
novela policial por qué leen eso-, cuando van al cine por
qué-, ¿por la excitación, por el sexo? Cuando vean un árbol bello
o el movimiento de una nube en el cielo, estén completamente atentos
a lo que ocurre dentro y fuera de ustedes mismos, y entonces verán
que cuando duermen no sueñan, y que cuando despiertan a la mañana
siguiente, la mente está fresca, intensa y viva.
París,
13 de abril de 1969
8. LO TRASCENDENTAL
¿Penetrar en la
realidad? La tradición en la meditación. La realidad y la mente
silenciosa
Hemos
estado hablando del caos en el mundo, de la gran violencia, de la
confusión que existe, no sólo en lo externo, sino también
internamente. La violencia es resultado del temor, y ya hemos
discutido la cuestión del temor. Creo que ahora debemos pasar a algo
que pudiera ser un poco ajeno a la mayoría de ustedes; pero tiene
que ser considerado, y no meramente rechazado diciendo que es una
ilusión, una fantasía, etcétera.
A
través de la historia, el hombre, al darse cuenta de que su vida es
muy corta, de que está llena de accidentes y sufrimientos, y de que
la muerte es inevitable, ha formulado una idea con el nombre de Dios.
Se dio cuenta, como también nos ocurre ahora a nosotros, de que la
vida es transitoria y quiso experimentar algo inmensamente grande,
supremo, algo no creado por la mente o por la emoción; deseaba
experimentar un mundo por completo diferente, un mundo que
trascendiera éste, que estuviera más allá de toda desdicha y
tortura. Y esperaba encontrar este mundo trascendental descubriéndolo
por medio de su búsqueda.
Debemos
examinar este problema de si existe o no existe una realidad no
importa el nombre que le demos- que sea de una dimensión del todo
diferente. Para penetrar en su profundidad, debemos darnos cuenta de
que no basta comprenderlo meramente en el nivel verbal, porque la
descripción nunca es lo descrito, la palabra nunca es la cosa.
¿Podemos penetrar en el misterio si es ello un misterio que el
hombre siempre ha tratado de penetrar o capturar, invitándolo,
reteniéndolo, adorándolo, volviéndose devoto del mismo?
Siendo
la vida lo que es más bien superficial, vacía, una cosa
tortuosa, sin mucha significación- tratamos de inventarle un
significado, de darle un sentido. Si tenemos cierto talento, el
significado y propósito de la invención se torna más bien
complejo. Y al no encontrar la belleza, el amor y el sentido de
inmensidad que esperábamos, podemos volvernos cínicos y no creer en
nada. Uno ve que es más bien absurdo e ilusorio y sin mucho sentido
el meramente inventarse una ideología, una fórmula, afirmando que
existe Dios o que no existe, cuando la vida no tiene significado
alguno lo cual es cierto porque el modo en que vivimos no tiene
sentido. Así que no le inventemos un sentido.
¡Si
pudiéramos penetrar juntos en esto y descubrir por nosotros mismos
si hay o no hay una realidad que no sea meramente un escape o una
invención intelectual o emocional! El hombre, a través de la
historia, ha dicho que existe una realidad para la cual debemos
prepararnos y para la cual debemos hacer ciertas cosas:
disciplinarnos, resistir toda clase de tentación, controlarnos,
controlar el sexo, vivir conforme a un patrón establecido por la
autoridad religiosa, los santos, etcétera. O que debemos negar el
mundo, recluirnos en un monasterio o en una cueva donde podamos
meditar, estar solos y no ser tentados. Vemos lo absurdo de ese
esfuerzo; vemos que no es posible escapar del mundo, de “lo que
es”, del sufrimiento, de la distracción, y de todo lo que el
hombre ha producido mediante la ciencia. Con respecto a las
teologías, es obvio que tenemos que descartarlas todas y también
todas las creencias. Si en realidad descartamos completamente toda
forma de creencia, entonces no habrá temor en absoluto.
Sabiendo
que la moralidad social no es moralidad, que ella es inmoral, uno ve
que debe ser extraordinariamente moral, porque después de todo, la
moralidad consiste únicamente en establecer orden tanto dentro como
fuera de uno mismo. Pero esa moralidad tiene que ponerse en acción,
no es una moralidad ideal o conceptual, sino verdadera conducta moral
¿Es
posible disciplinarse uno mismo sin reprimirse, controlarse o
escapar? La raíz etimológica de la palabra disciplina, es
“aprender”, no amoldarse o convertirse en un discípulo de
alguien, ni imitar o reprimir, sino aprender. El propio acto de
aprender requiere disciplina, una disciplina que no es impuesta ni se
acomoda a ninguna ideología; no la inflexible austeridad del monje.
No obstante, sin una profunda austeridad nuestra conducta cotidiana
nos lleva únicamente al desorden. Podemos ver lo esencial que es
tener completo orden en uno mismo como el orden matemático, y no el
relativo o el comparativo, no el orden que emana de la influencia
ambiental. El comportamiento, que es rectitud, tiene que ser
establecido para que la mente esté en completo orden. Una mente
torturada, frustrada, moldeada por el ambiente, que se ajusta a la
moralidad social, tiene que estar confusa. Y una mente confusa no
puede descubrir lo verdadero.
Si
la mente ha de descubrir ese misterio extraño si es que existe
tal cosa- tiene que sentar la base de un comportamiento, de una
moralidad que no es la de la sociedad, una moralidad en la cual no
hay temor en absoluto y que, por lo tanto, es libre. Es únicamente
entonces después de sentar esa base profunda- cuando la mente
puede proceder a descubrir lo que es la meditación, esa cualidad de
silencio, de observación, en la cual no existe el “observador”.
Si esa base de conducta recta no se establece en nuestra vida, en
nuestra acción entonces la meditación tiene muy poco sentido.
En
el Oriente existen muchas escuelas, sistemas y métodos de meditación
incluyendo el Zen y el Yoga- que se han traído al Occidente.
Tenemos que comprender con mucha claridad esta sugerencia de que
mediante un método, un sistema, o por el ajuste a determinado modelo
o tradición, la mente puede encontrar esa realidad. Podemos ver lo
absurdo que eso es, no importa que sea traído del Oriente o que sea
inventado aquí. El método implica conformidad, repetición, implica
que alguien, habiendo alcanzado cierta iluminación, nos dice que
hagamos esto o que no hagamos aquello. Y nosotros, que estamos tan
ansiosos por tener esa realidad, seguimos, nos sometemos, obedecemos
y practicamos lo que se nos ha dicho día tras día, como un montón
de máquinas. Una mente embotada e insensible, que no es inteligente
en alto grado, puede practicar interminablemente un método y se
tornará más y más embotada, más y más estúpida. Tendrá su
propia “experiencia” dentro del campo de su propio
condicionamiento.
Quizás
algunos de ustedes han estado en el Oriente y allí han estudiado la
meditación. Existe toda una tradición tras ella. En la antigüedad
ese asunto hizo explosión en la India y en toda Asia. Esa tradición
domina nuestras mentes aun ahora y se han escrito volúmenes
interminables sobre el tema. Pero cualquier forma de tradición un
arrastre del pasado- que se use para descubrir si existe esa gran
realidad, es evidentemente un desperdicio de esfuerzo. La mente tiene
que estar libre de toda forma de tradición y sanción espiritual; de
lo contrario, carecemos totalmente de la forma más elevada de
inteligencia.
¿Qué
es entonces la meditación, si no es tradicional? Y no puede ser
tradicional, nadie puede enseñarnos, ni podemos seguir un sendero
particular, y decir: “a lo largo de ese sendero aprenderé lo que
es la meditación”. El significado total de la meditación estriba
en que la mente se aquiete por completo, pero que esté quieta no
sólo en el nivel consciente, sino también en los profundos,
secretos, ocultos niveles de la conciencia; en quietud tan completa y
total que el pensamiento esté en silencio y no divague en todas
direcciones. Una de las enseñanzas tradicionales de la meditación,
el enfoque tradicional de que hablamos, es que el pensamiento tiene
que ser controlado, pero eso tiene que descartarse, y para
descartarlo uno debe observarlo muy de cerca, de manera objetiva y no
emocional.
La
tradición nos dice que necesitamos un gurú, un maestro que nos
ayude a meditar y que nos explique lo que debemos hacer. El Occidente
tiene su propia forma de tradición, de rezo, contemplación y
confesión. Pero en todo el fundamento de que alguna otra persona
sabe y uno no sabe, de que el que sabe nos va a enseñar, a dar la
iluminación, en eso está involucrada la autoridad, el maestro, el
gurú, el salvador, el Hijo de Dios, etcétera. Ellos saben y uno no
sabe; ellos dicen: siga este método, este sistema, día tras día,
practique y llegará eventualmente allá, si tiene suerte. Lo cual
significa que uno lucha consigo mismo todo el día, tratando de
ajustarse a un patrón, a un sistema, tratando de reprimir sus
deseos, sus apetitos, la envidia, los celos y las ambiciones. Por lo
tanto, hay conflicto entre lo que somos y lo que deberíamos ser de
acuerdo con el sistema. Esto significa que hay esfuerzo, y una mente
que se esfuerza jamás puede estar quieta; mediante el esfuerzo la
mente nunca se silencia por completo.
La
tradición también dice que debemos concentrarnos para controlar el
pensamiento. Concentrarse es sólo resistir, erigir un muro alrededor
de uno, proteger un enfoque exclusivo en una idea, en un principio,
un cuadro, o en lo que uno quiera. La tradición dice que debemos
pasar por eso para encontrar lo que sea que busquemos. También nos
dice que no debemos tener sexo, ni mirar este mundo, como han dicho
siempre todos los santos, los cuales son más o menos neuróticos. Y
cuando vemos en forma no meramente verbal o intelectual, sino
realmente, lo que está envuelto en todo eso y sólo podemos
verlo cuando lo miramos de manera objetiva y no estamos comprometidos
con ello- entonces podemos descartarlo por completo. Tenemos que
descartarlo por completo, porque entonces la mente, en el mismo acto
de descartarlo, se libera, y, por lo tanto, se torna inteligente,
alerta y no está expuesta a ser atrapada en ilusiones.
Para
meditar en el más profundo sentido de la palabra, uno debe ser
virtuoso, moral, pero no con la moralidad de un modelo, de una
práctica, o del orden social, sino con la moralidad que surge
inevitablemente, de manera natural y agradable, cuando uno comienza a
conocerse a sí mismo, cuando se da cuenta de sus pensamientos, de
sus sentimientos, actividades, apetitos, ambiciones, etcétera;
sensiblemente alerta sin preferencia alguna, meramente observando. De
esa observación emana la acción correcta, que nada tiene que ver
con la conformidad, o con el actuar de acuerdo con un ideal.
Entonces, cuando eso existe profundamente en uno mismo, con su
belleza y austeridad en que no hay ni un átomo de dureza porque
la dureza existe sólo cuando hay esfuerzo- cuando uno ha observado
todos los sistemas, todos los métodos, todas las promesas, y las ha
examinado objetivamente, sin agrado o desagrado, entonces puede
descartarlos completamente de manera que la mente esté libre del
pasado. Entonces puede uno proceder a descubrir lo que es la
meditación.
Si
no hemos sentado realmente las bases, podemos jugar con la
meditación, pero eso no tiene sentido; ocurre como en el caso de
esas personas que van al Oriente y visitan a algún maestro que les
dice cómo sentarse, cómo respirar, qué hacer, si esto o aquello, y
que al regresar escriben un libro que es pura tontería. Uno tiene
que ser su propio maestro y su propio discípulo, porque no hay
autoridad, sólo hay comprensión.
La
comprensión es posible únicamente cuando hay observación sin el
centro como observador. ¿Alguna vez han observado, han estado
alerta, han tratado de descubrir qué es la comprensión? La
comprensión no es un proceso intelectual, ni una intuición o un
sentimiento. Cuando decimos: “comprendo algo muy claramente”, hay
una observación que nace de un completo silencio; sólo entonces hay
comprensión. Cuando decimos que “comprendemos algo”, queremos
decir que la mente escucha en silencio, sin aceptar ni rechazar. En
ese estado se escucha completamente y sólo entonces hay comprensión
y esa misma comprensión es acción. No es que primero haya
comprensión y que la acción siga después; es un solo movimiento
simultáneo.
De
modo que la meditación esa palabra tan recargada por la
tradición- consiste en llevar la mente y el cerebro, sin esfuerzo y
sin ninguna clase de compulsión, a su capacidad máxima. Esto es
inteligencia, esto es ser altamente sensitivo. El cerebro está
sereno. Ese depósito del pasado que ha evolucionado a través de un
millón de años y que se halla constante e incesantemente activo,
ese cerebro está quieto.
¿Es
de algún modo posible que esté quieto el cerebro, el cual reacciona
en todo instante y responde al más insignificante estímulo de
acuerdo con su condicionamiento? Los tradicionalistas dicen que puede
aquietarse mediante la adecuada respiración y la práctica de un
estado de atención alerta. Esto envuelve otra vez la cuestión de
“quién” es la entidad que controla, practica y moldea el
cerebro. ¿No es el pensamiento, el que dice: “soy el observador y
voy a controlar el cerebro y poner fin al pensamiento”? El
pensamiento engendra al pensador.
¿Es
posible para el cerebro estar completamente quieto? Es parte de la
meditación el averiguarlo; no es cosa para ser enseñada, pues nadie
puede decirnos cómo hacer. Puede nuestro cerebro tan
condicionado por la cultura, por toda forma de experiencia, y que es
el resultado de una vasta evolución-, ¿puede ese cerebro estar
quieto? Porque si no lo está, cualquier cosa que vea o experimente
será tergiversada, será interpretada de acuerdo con su
condicionamiento.
¿Qué
papel juega el sueño en la meditación, en la vida? Es una pregunta
muy interesante; si la han examinado ustedes mismos, habrán
descubierto muchas cosas. El otro día decíamos que los sueños son
innecesarios. Y dijimos: la mente, el cerebro, tienen que estar
completamente alertas durante el día atentos a lo que ocurre
tanto dentro como fuera de nosotros, dándose cuenta de las
reacciones internas a las cosas del exterior con sus tensiones;
atentos a las intimaciones del inconsciente- y entonces, al final del
día, deberán tomar todo eso en cuenta. Si no tenemos presente al
final del día todo lo que ha ocurrido, es obvio que el cerebro tiene
que trabajar durante la noche mientras duerme, para establecer el
orden en sí mismo. Si hemos hecho todo eso, entonces cuando dormimos
estamos aprendiendo algo del todo muy diferente, algo de una
dimensión totalmente distinta, y eso es parte de la meditación.
Está
el hecho de cimentar las bases de una conducta en la cual la acción
es amor. Y está el hecho de descartar toda tradición de modo que la
mente esté completamente libre, y el cerebro totalmente silencioso.
Si hemos penetrado en esto, veremos que el cerebro puede estar
quieto, no mediante alguna treta, ni mediante drogas, sino
manteniendo durante todo el día ese estado de atención alerta, a la
vez activo y pasivo. Y si al final del día hacemos un inventario de
lo que ha ocurrido y, por lo tanto hemos establecido orden, entonces
durante el sueño el cerebro está tranquilo, aprendiendo con un
movimiento diferente.
De
esa manera el cuerpo entero, el cerebro, todo está quieto sin
distorsión alguna; es sólo entonces cuando la mente puede recibir
la realidad, si tal realidad existe. Esa inmensidad, si hay tal
inmensidad, no puede ser invitada. Si existe lo innominado, lo
trascendental, si hay tal cosa, es sólo una mente así la que puede
ver lo falso o lo verdadero de esa realidad.
Ustedes
podrían preguntar: “¿qué tiene que ver todo esto con el vivir?”
“Tengo que vivir todos los días, ir a la oficina, lavar platos,
viajar en un autobús atestado de gente con el ruido constante, ¿qué
tiene que ver la meditación con todo esto?” Sin embargo, después
de todo la meditación es la comprensión de la vida, la vida
cotidiana con sus complejidades, desdicha, sufrimiento, soledad,
desesperación, el afán de ser famoso, de tener éxito, el temor, la
envidia; comprender todo eso es meditación. Sin comprenderlo, el
mero intento de desentrañar el misterio es totalmente inútil,
carece de valor. Es como una vida desordenada, una mente desordenada
que trata de encontrar el orden matemático. Todo en la meditación
tiene que ver con la vida; meditar no consiste en huir hacia algún
estado emocional o de éxtasis. Hay un éxtasis que no es placer; ese
éxtasis surge únicamente cuando existe este orden matemático en
uno mismo, orden que es absoluto. Sólo cuando la meditación es el
modo de vida de todos los días, puede surgir aquello que es
imperecedero, que no es temporal.
Interlocutor:
¿Quién es el observador que se da cuenta de sus propias reacciones?
¿Qué energía se usa?
Krishnamurti: ¿Ha
mirado usted algo sin reacción alguna? ¿Ha mirado un árbol, el
rostro de una mujer, una montaña, o una nube, o la luz sobre el
agua, sólo observando, sin traducirlo en agrado o desagrado, en
placer o dolor, sino simplemente observándolo? ¿Existe algún
observador en esa observación, cuando uno está completamente
atento? Hágalo, señor, no me pregunte a mí si lo hace lo
descubrirá. Observe las reacciones sin juzgar, evaluar, tergiversar;
esté completamente atento a cada reacción, y en esa atención verá
que no existe observador, pensador, o experimentador alguno.
Veamos
la segunda pregunta: ¿qué energía se usa para cambiar cualquier
cosa en uno mismo, para llevar a cabo una transformación, una
revolución en la psiquis? ¿Cómo se obtiene esa energía? Ahora
tenemos energía, pero en estado de tensión, de contradicción, de
conflicto; hay energía en la batalla entre dos deseos, entre lo que
tengo que hacer y lo que debería hacer eso consume una gran
cantidad de energía. Pero si no hay contradicción alguna, entonces
tenemos gran abundancia de energía. Observemos nuestra propia vida,
observémosla realmente: es una contradicción; queremos ser
pacíficos y odiamos a alguien; deseamos amar y somos ambiciosos. Esa
contradicción engendra conflicto, lucha, y esa lucha disipa energía.
Si no hay contradicción en absoluto, tenemos la suprema energía
para transformarnos. Uno se pregunta: ¿cómo es posible no tener esa
contradicción entre el “observador” y “lo observado”, entre
el “experimentador” y lo “experimentado”, entre el amor y el
odio? ¿Cómo es posible vivir sin estas dualidades? Es posible
cuando existe únicamente el hecho y nada más, el hecho de que
odiamos, de que somos violentos, y no el opuesto como idea. Cuando
tenemos miedo desarrollamos el opuesto, o sea, el valor, que es
resistencia, contradicción, esfuerzo y tensión. Pero cuando
comprendemos completamente lo que es el miedo y no escapamos a lo
opuesto; cuando le prestamos toda nuestra atención al miedo,
entonces vemos que no sólo cesa psicológicamente, sino que también
tenemos la energía necesaria para hacerle frente. Los
tradicionalistas dicen: “Usted debe tener esa energía y, por lo
tanto, no sea sexual, no sea mundano, concéntrese, ponga su mente en
Dios, abandone el mundo, evite la tentación” todo ello para
que tengamos esta energía. Pero uno continúa siendo un ser humano
con apetitos, ardiendo interiormente, con urgencias sexuales,
biológicas, deseando hacer algo, controlándose, esforzándose y
todo lo demás; por lo tanto, disipando energía. Pero si usted
vive con el hecho y nada más si está enojado, compréndalo y
no se preocupe por “cómo no estar enojado”, examine el hecho,
vívalo, esté con él, préstele completa atención- verá que tiene
esa energía en abundancia. Es esa energía la que mantiene la mente
clara, el corazón abierto, de manera que haya abundancia de amor, no
sólo ideas o sentimientos.
Interlocutor: ¿Qué
entiende usted por éxtasis? ¿Puede describirlo? ¿Dijo usted que el
éxtasis no es placer, que el amor no es placer?
Krishnamurti: ¿Qué
es éxtasis? Cuando usted mira una nube, la luz en esa nube, hay
belleza. La belleza es pasión. Para ver la belleza de una nube o la
belleza de la luz sobre un árbol, tiene que haber pasión, tiene que
haber intensidad. En esta intensidad, en esta pasión, no hay
sentimiento de agrado o desagrado. El éxtasis no es personal; no es
suyo ni mío, al igual que el amor no es suyo ni mío. Cuando hay
placer él sí es suyo o mío. Cuando existe esa mente meditativa,
ella tiene su propio éxtasis, que no puede ser descrito, que no
puede ser expresado en palabras.
Interlocutor:
¿Dice usted que no existe lo bueno y lo malo, que todas las
reacciones son buenas es eso lo que usted dice?
Krishnamurti: No,
señor, no dije eso. Yo dije: observe su reacción, no la llame buena
o mala. Cuando la llama buena o mala, usted engendra contradicción.
¿Ha mirado alguna vez a su esposa siento tener que insistir en
esto- sin la imagen que tiene de ella, esa imagen que usted ha
construido a través de treinta años o los que fueren? Usted tiene
una imagen de ella, y ella tiene una imagen de usted; esas imágenes
están en relación; usted y ella no lo están. Esas imágenes surgen
cuando no estamos atentos en nuestra relación, es la falta de
atención la que engendra imágenes. ¿Puede usted mirar a su esposa
sin condenar, evaluar, sin decir que ella está en lo correcto, o en
lo incorrecto, sino meramente observarla sin introducir en ello sus
prejuicios? Verá entonces que existe una acción del todo diferente
que emana de esa observación.
París,
24 de abril de 1969
CUARTA PARTE
9. LA VIOLENCIA
¿Qué es la
violencia? La imposición en la raíz de la violencia psicológica.
Necesidad de observar. La falta de atención
Krishnamurti: El
propósito de estas discusiones es observar creativamente, es
observarnos a nosotros mismos creativamente mientras hablamos. Todos
debemos cooperar en el tratamiento de cualquier tema que deseemos
discutir y debe haber cierta franqueza no rudeza o el
referirnos ásperamente a la ignorancia (o inteligencia) de otro,
sino que cada uno debe participar en la discusión de un tema
determinado con toda su capacidad. En la misma exposición de lo que
sentimos o inquirimos debe haber un sentimiento de percibir algo
nuevo. Eso es creación, no la repetición de lo viejo, sino la
expresión de lo nuevo en el descubrimiento de nosotros mismos
mientras nos expresamos en palabras. Así es como creo que estas
discusiones serán provechosas.
Interlocutor (1):
¿Podemos investigar más profundamente esta cuestión de la energía
y cómo es desperdiciada?
Interlocutor (2):
Usted ha estado hablando de la violencia, la violencia de la guerra,
la violencia en la forma de tratar a la gente, la violencia en la
forma de pensar y de mirar a otras personas. Pero, ¿qué hay de la
violencia en la autoconservación? Si yo fuera atacado por un lobo,
me defendería apasionadamente con todas mis fuerzas. ¿Es posible
ser violento en una parte de nosotros, y no en otra?
Krishnamurti: Ha
habido una sugestión respecto de la violencia, cuando nos deformamos
a nosotros mismos para ajustarnos a un patrón particular de la
sociedad, o de la moralidad; pero también existe el problema de la
autoconservación. ¿Dónde está la línea divisoria entre la propia
conservación que algunas veces requiere violencia- y otras
formas de violencia? ¿Desean discutir eso?
Público: Sí.
Krishnamurti: Si
se me permite, sugiero que discutamos las varias formas de violencia
psicológica, y entonces veremos cuál es el sitio de la propia
conservación cuando somos atacados. Me pregunto qué pensarán
ustedes sobre la violencia. ¿Qué es la violencia para ustedes?
Interlocutor (1):
Es una forma de defensa.
Interlocutor (2):
Es una perturbación de mi comodidad.
Krishnamurti: ¿Qué
significa para usted la violencia, el sentimiento, la palabra, la
naturaleza de la violencia?
Interlocutor (1):
Es agresión.
Interlocutor (2):
Si uno está frustrado se torna violento.
Interlocutor (3):
Si un hombre es incapaz de lograr algo, entonces se pone violento.
Interlocutor (4):
Odio, en el sentido de sojuzgar.
Krishnamurti: ¿Qué
significa la violencia para ustedes?
Interlocutor (1):
Una manifestación de peligro, cuando el “yo” interviene.
Interlocutor (2):
Miedo;
Interlocutor (3):
Sin duda con la violencia herimos a alguien o a algo, sea mental o
físicamente.
Krishnamurti:
¿Conoce usted la violencia porque conoce la no violencia? ¿Sabría
lo que es la violencia sin el opuesto? Porque conoce estados de no
violencia, ¿reconoce, por lo tanto, la violencia? ¿Cómo conoce la
violencia? Porque uno es agresivo, competidor, y ve los efectos de
todo eso, que es violencia, uno construye un estado de no violencia.
¿Si no hubiera el opuesto, sabría lo que es la violencia?
Interlocutor: Yo
no la identificaría, pero sentiría algo.
Krishnamurti: ¿Es
que existe ese sentimiento o ha surgido porque usted conoce la
violencia?
Interlocutor: Creo
que la violencia nos causa dolor y es un sentimiento malsano del que
queremos desembarazarnos. Por ese motivo deseamos llegar a ser no
violentos.
Krishnamurti: No
sé nada acerca de la violencia, ni sobre la no violencia. No parto
de ningún concepto o fórmula. No sé realmente lo que significa la
violencia. Quiero descubrir.
Interlocutor: La
experiencia de haber sido herido y atacado hace que uno desee
protegerse.
Krishnamurti: Sí,
comprendo eso: ha sido sugerido antes. Todavía estoy tratando de
averiguar qué es violencia. Quiero investigarlo, explorarlo,
desarraigarlo, cambiarlo, ¿me comprende?
Interlocutor: La
violencia es ausencia de amor.
Krishnamurti:
¿Sabe lo que es amor?
Interlocutor: Creo
que todas esas cosas se originan en nosotros.
Krishnamurti: Sí,
es exactamente eso.
Interlocutor: La
violencia surge de nosotros.
Krishnamurti: Eso
es correcto. Deseo averiguar si viene de fuera o de adentro.
Interlocutor: Es
una forma de protección.
Krishnamurti:
Vayamos poco a poco, por favor; es un problema muy serio y el mundo
entero está involucrado en él.
Interlocutor: La
violencia disipa parte de mi energía.
Krishnamurti: Todo
el mundo ha hablado de violencia y de no violencia. La gente dice:
“debemos vivir violentamente”, o viendo el efecto de ello, dice:
“debemos vivir pacíficamente”. Hemos escuchado tantas cosas, de
libros, de predicadores, educadores y otros; pero quiero descubrir si
es posible desentrañar la naturaleza de la violencia y qué lugar
tiene en la vida si es que tiene alguno. ¿Qué es lo que nos
hace violentos, agresivos, competidores? ¿Y está involucrada la
violencia en la conformidad a un modelo por noble que éste sea? ¿Es
la violencia parte de la disciplina impuesta por uno mismo o por la
sociedad? ¿Es la violencia un conflicto dentro y fuera de nosotros
mismos? Quiero descubrir el origen, el comienzo de la violencia, pues
de lo contrario, lo que hago es simplemente ensartar un montón de
palabras. ¿Es natural ser violento en el sentido psicológico?
(Consideraremos después los estados fisiopsicológicos).
¿Internamente es la violencia, agresión, ira, odio, conflicto,
represión, conformidad? ¿Y está basada la conformidad en esa lucha
constante por descubrir, lograr, llegar a ser, alcanzar,
autorealizarse, ser noble, etcétera? Todo eso está dentro del campo
psicológico. Si no podemos penetrar en ello muy profundamente,
entonces no seremos capaces de comprender cómo es posible producir
un estado diferente en nuestra vida diaria, lo cual requiere cierta
cantidad de autoconservación. ¿Correcto? Así que empecemos desde
ahí.
¿Qué
consideraría usted que es la violencia, no verbalmente, sino de
hecho, internamente?
Interlocutor (1):
Es violar otra cosa. Es imponerse sobre algo.
Interlocutor (2)
¿Qué hay del rechazo?
Krishnamurti:
Consideremos la imposición primero, violar “lo que es”. Soy
celoso e impongo sobre eso la idea de no ser celoso: “no debo ser
celoso”. La imposición, el violar “lo que es”, constituye
violencia. Comenzaremos poco a poco, y quizás en esa única frase
podamos cubrir la cosa completa. “Lo que es” está siempre en
movimiento, no es estático. Lo violo al imponerle algo que creo
“debería ser”.
Interlocutor:
¿Quiere decir que cuando siento ira pienso que la ira no debe
existir, y en vez de estar encolerizado me reprimo? ¿Es eso
violencia? ¿O es violencia cuando la expreso?
Krishnamurti:
Veamos algo en esto: estoy encolerizado y para desahogarme lo ataco,
y eso pone en marcha una cadena de reacciones, de manera que usted me
devuelve la agresión. La misma expresión de esa ira es violencia. Y
si impongo sobre el hecho de que estoy encolerizado algo más, o sea,
“no estar encolerizado”, ¿no es eso violencia también?
Interlocutor:
Estaría de acuerdo con esa definición general, pero para ello la
imposición tiene que ocurrir en forma brutal. Eso es lo que la hace
violenta. Si uno se impone gradualmente, entonces no seria violento.
Krishnamurti.:
Comprendo, señor. Si usted se impone con gentileza, con tacto,
entonces eso no es violencia. Violo el hecho de que odio,
suprimiéndolo y gradualmente. Eso, dice el señor, no sería
violencia. Pero no importa que lo haga violenta o suavemente, el
hecho es que impone otra cosa sobre “lo que es”. ¿Estamos más o
menos de acuerdo con eso?
Interlocutor: No.
Krishnamurti:
Examinémoslo. Digamos que tengo la ambición de ser el más grande
poeta del mundo (o lo que sea) y estoy frustrado porque no puedo
serlo. Esta frustración, esta misma ambición, es una forma de
violencia contra el hecho de que no lo soy. Me siento frustrado
porque usted es mejor que yo. ¿No engendra eso violencia?
Interlocutor: Toda
acción contra una persona o contra una cosa es violencia.
Krishnamurti:
Observe, por favor, la dificultad envuelta en esto. Existe el hecho y
la violación de ese hecho por otra acción. Digamos, por ejemplo,
que no me gustan los rusos, o los alemanes, o los americanos, e
impongo mi opinión personal o mi evaluación poética; eso
constituye una forma de violencia. Cuando me impongo sobre usted, eso
es violencia. Cuando me comparo con usted (que es más famoso, más
inteligente), estoy ejerciendo violencia sobre mí mismo, ¿no es
así? Soy violento. En la escuela “B” es comparado con “A”,
quien es mejor en los exámenes y los pasa brillantemente. El maestro
dice a “B”: “tienes que ser como él”; por lo tanto, cuando
compara a “B” con “A”, hay violencia y destruye a “B”.
Vea lo que está envuelto en este hecho, que cuando impongo sobre “lo
que es” aquello que “debería ser” (el ideal, lo perfecto, la
imagen, etc.), hay violencia.
Interlocutor (1):
Siento dentro de mí que si hay alguna resistencia, algo que podría
destruir, entonces surge la violencia, pero igualmente siento que si
no resisto también podría estar violentándome.
Interlocutor (2)
¿No se trata en todo esto del ego, del “yo”, que es la raíz de
toda violencia?
Interlocutor (3):
Supongamos que acepto lo que usted dice acerca de esto. Supongamos
que usted odia a alguien y le gustaría eliminar ese odio. Hay dos
maneras de abordar el problema: el enfoque violento y el no violento.
Si se impone sobre su propio ser para eliminar ese odio, será
violento con usted mismo. Si, por el contrario, se toma el tiempo, se
toma el trabajo de conocer sus sentimientos y el objeto de su odio,
vencerá gradualmente ese odio. Entonces habrá resuelto el problema
sin violencia.
Krishnamurti: Creo
que eso está bastante claro, señor, ¿no es así? No estamos ahora
tratando de resolver cómo arreglarnos con la violencia, si en forma
violenta o no violenta, sino qué es lo que provoca esta violencia en
nosotros. ¿Qué es la violencia, psicológicamente, en nosotros?
Interlocutor: ¿No
hay, en la imposición, la ruptura de algo? Entonces uno se siente
incómodo y comienza a ponerse más violento.
Krishnamurti: El
romper con las propias ideas y con nuestra manera de vivir, etcétera,
ocasiona incomodidad. Esa incomodidad trae violencia.
Interlocutor (1):
La violencia puede surgir de dentro o de fuera. Generalmente culpo lo
exterior por esa violencia.
Interlocutor (2):
¿No es la fragmentación la raíz de la violencia?
Krishnamurti: Por
favor, ¡hay tantas maneras de demostrar lo que es la violencia o
cuáles son sus causas! ¿No podemos ver un hecho sencillo y comenzar
ahí, poco a poco? ¿No podemos ver que cualquier forma de imposición
del padre sobre el hijo, o del hijo sobre el padre, del maestro sobre
el discípulo, de la sociedad, del sacerdote, son todas formas de
violencia? ¿No podríamos estar de acuerdo en eso y comenzar ahí?
Interlocutor: Eso
viene de afuera.
Krishnamurti:
Hacemos eso no sólo en lo externo, sino también internamente. Me
digo, “estoy colérico”, e impongo sobre eso la idea de que no
debo estarlo. Decimos que eso es violencia. En el mundo exterior,
cuando un dictador reprime al pueblo, eso es violencia. Cuando
reprimo lo que siento porque tengo miedo, porque no es noble, porque
no es puro, etcétera, eso es violencia también. Por lo tanto, el no
aceptar el hecho de “lo que es”, engendra esa imposición. Si
acepto el hecho de que soy celoso y no lo resisto, no hay imposición;
entonces sabré qué hacer al respecto. En eso no hay violencia.
Interlocutor:
Usted dice que la educación es violencia.
Krishnamurti: Lo
digo. ¿No existe una manera de educar sin violencia?
Interlocutor: No
de acuerdo con la tradición.
Krishnamurti: El
problema es éste: por naturaleza soy un ser humano violento en mis
pensamientos, en mi forma de vivir; soy agresivo, competidor, brutal,
etcétera soy eso. Y me pregunto: “¿cómo voy a vivir en
forma diferente?” porque la violencia engendra tremendos
antagonismos y destrucción en el mundo. Quiero comprenderlo y
librarme de eso, vivir en forma diferente. Entonces me pregunto:
“¿qué es esta violencia en mí? ¿Es frustración porque deseo
ser famoso y sé que no puedo serlo y, por lo tanto, odio a las
personas que son famosas?” Soy celoso y no deseo ser celoso, y odio
ese estado de celos con toda su ansiedad, temor y molestias y por tal
motivo lo reprimo. Hago todo esto y me doy cuenta de que constituye
una forma de violencia. Ahora quiero averiguar si eso es inevitable,
o si hay una manera de comprenderlo, mirándolo y haciéndole frente
de manera que pueda uno vivir en forma distinta. Por lo tanto, tengo
que descubrir qué es la violencia.
Interlocutor: Es
una reacción.
Krishnamurti:
Usted es demasiado rápido. ¿Me ayuda eso a comprender la naturaleza
de mi violencia? Quiero investigarla, necesito descubrir qué es. Veo
que mientras haya dualidad o sea, violencia y no violencia-
habrá conflicto y, desde luego, más violencia. Mientras imponga
sobre el hecho de que soy estúpido la idea de que debo ser
inteligente, ahí estará el principio de la violencia. Cuando me
comparo con usted, que es mucho más que yo, eso es también
violencia. La comparación, la represión, el control, todo ello
indica una forma de violencia. Estoy hecho así. Comparo, reprimo,
soy ambicioso. Dándome cuenta de eso, me pregunto: “¿cómo voy a
vivir sin violencia?” Necesito encontrar una manera de vivir sin
toda esta lucha.
Interlocutor: ¿No
es el ego, el “yo”, el que está contra el hecho?
Krishnamurti: Ya
discutiremos eso. Veamos el hecho, veamos primero lo que ocurre. Toda
mi vida, desde que estaba en la escuela hasta ahora, ha sido una
forma de violencia. La sociedad en que vivo es una forma de violencia
La sociedad me dice: adáptese, acepte, haga esto, no haga aquello, y
yo obedezco. Eso es una forma de violencia. Y cuando me rebelo contra
la sociedad, eso también es una forma de violencia (rebelión en el
sentido de no aceptar los valores establecidos por la sociedad). Me
rebelo contra ello y entonces creo mis propios valores, que se tornan
en el patrón; y ese patrón es impuesto sobre otros y sobre mí
mismo, lo cual se convierte en otra forma de violencia. Vivo esa
clase de vida. Esto es: soy violento. ¿Qué debo hacer ahora?
Interlocutor: Uno
debería preguntarse primero por qué no quiere continuar siendo
violento.
Krishnamurti:
Porque veo lo que la violencia ha causado en el mundo tal como es:
guerras en lo exterior, conflicto interno, conflicto en la relación.
Objetivamente y dentro de mí veo que esa batalla continúa, y me
digo: “tiene que haber, sin duda, una manera diferente de vivir”.
Interlocutor: ¿Por
qué le disgusta ese estado de cosas?
Krishnamurti: Es
muy destructivo.
Interlocutor:
Entonces eso quiere decir que usted mismo ya le ha dado el más alto
valor al amor.
Krishnamurti: No
le he dado valor a nada, estoy sólo observando.
Interlocutor: Si
no le agrada es porque entonces lo ha evaluado.
Krishnamurti: No
estoy evaluando, observo. Observo que la guerra es destructiva.
Interlocutor: ¿Qué
hay de malo en eso?
Krishnamurti: No
digo que sea correcto o incorrecto.
Interlocutor: ¿Por
qué quiere entonces cambiarlo?
Krishnamurti:
Deseo cambiarlo porque mi hijo muere en una guerra, y me pregunto:
“¿existe alguna forma de vivir en que no nos matemos unos a
otros?”
Interlocutor: De
manera que lo que usted quiere hacer es experimentar con una manera
diferente de vivir, y entonces compara la nueva manera de vivir con
lo que ocurre ahora.
Krishnamurti: No,
señor. No comparo. Ya he expresado todo esto. Veo que mi hijo es
muerto en una guerra y me digo: “¿no existe una manera diferente
de vivir?” Quiero descubrir si existe una manera de vivir en la que
no haya violencia.
Interlocutor: Pero
suponiendo...
Krishnamurti: No
hagamos suposiciones, señor. Han matado a mi hijo y quiero encontrar
un modo de vivir en que los hijos de otros no corran la misma suerte.
Interlocutor: De
manera que usted lo que desea es una u otra de dos posibilidades.
Krishnamurti: Hay
docenas de posibilidades.
Interlocutor: Su
urgencia por descubrir otra manera de vida es tan grande que desea
adoptar una distinta, no importa la que sea. Quiere experimentar con
ella y compararla.
Krishnamurti: No,
señor, temo que usted insiste en algo que no he presentado con
claridad.
O
aceptamos este modo de vida con violencia y todo lo demás, o decimos
que la inteligencia humana puede encontrar un modo diferente de vivir
en el cual no exista violencia. Eso es todo. Y decimos que esa
violencia prevalecerá mientras haya comparación, represión,
conformidad y autodisciplina como el modo de vida de acuerdo a un
patrón establecido. En eso hay conflicto y, por lo tanto, violencia.
Interlocutor: ¿Por
qué surge la confusión? ¿No es ésta creada en torno al “yo”?
Krishnamurti: Ya
discutiremos eso, señor.
Interlocutor: La
cosa que está en el fondo de la violencia, la raíz, la esencia de
ella nos afecta. Por el hecho de que existimos, influimos en el resto
de la existencia. Estoy aquí. Al respirar el aire afecto lo que
existe dentro de él. De manera que sostengo que la esencia de la
violencia es el hecho de producir efecto en algo, lo cual es
inherente a la existencia. Cuando el efecto es la discordia, la falta
de armonía, llamamos a eso violencia. Pero si armonizamos,
encontramos que ése es, entonces, el otro lado de la violencia que
aún sigue afectando. En un caso el efecto es en contra de algo, que
es violencia, y en otro caso el efecto es a favor de algo.
Krishnamurti:
¿Puedo preguntar algo, señor? ¿Está usted interesado en la
violencia? ¿Está usted involucrado en la violencia? ¿Está usted
preocupado por esta violencia, tanto por la suya como por la del
mundo, hasta el punto de sentir que “no puede vivir de esta
manera”?
Interlocutor:
Cuando nos rebotamos contra la violencia, creamos un problema porque
la rebelión es violencia.
Krishnamurti:
Comprendo, señor, pero ¿cómo podemos proseguir con este tema?
Interlocutor: No
estoy de acuerdo con la sociedad. La rebelión contra las ideas
dinero, eficiencia, etcétera- es mi forma de violencia.
Krishnamurti: Sí,
comprendo. Por lo tanto, esa rebelión contra la cultura presente, la
educación, etcétera, es violencia.
Interlocutor: Así
es como veo mi violencia.
Krishnamurti: Sí,
y ¿qué hará entonces con eso? Eso es lo que estamos tratando de
discutir.
Interlocutor: Eso
es lo que quiero saber.
Krishnamurti: Yo
también deseo saber acerca de esto, así que vamos a ceñirnos al
tema.
Interlocutor: Si
tengo un problema con una persona, puedo comprenderlo mucho más
claramente. Si odio a alguien lo sé; reacciono contra ello. Pero eso
no es posible con la sociedad.
Krishnamurti:
Consideremos esto, por favor. Me rebelo contra la actual estructura
moral de la sociedad. Me doy cuenta de que la mera rebelión contra
esta moralidad, sin descubrir lo que es la verdadera moralidad, es
violencia. ¿Qué es la verdadera moralidad? A menos que lo descubra
y lo viva, el rebelarme simplemente contra la estructura de la
moralidad social tiene muy poco sentido.
Interlocutor:
Señor, no es posible conocer la violencia sin vivirla.
Krishnamurti: ¡Oh!
¿Dice usted que debo vivir violentamente antes que pueda comprender
lo otro?
Interlocutor:
Usted dijo que para comprender la verdadera moralidad hay que
vivirla. Tenemos que vivir violentamente para ver lo que es el amor.
Krishnamurti:
Cuando dice que debo vivir de esa manera, usted está de antemano
imponiéndome una idea de lo que piensa que es el amor.
Interlocutor: Eso
equivale a repetir sus palabras.
Krishnamurti:
Señor, existe la moralidad social contra la cual me rebelo porque
veo lo absurdo que es. ¿Qué es la verdadera moralidad, en la cual
no hay violencia?
Interlocutor: ¿No
está la verdadera moralidad controlando la violencia? Sin duda que
hay violencia en todos; cierta gente los llamados seres
superiores- la controlan. Está siempre en la naturaleza. Trátese de
una tormenta eléctrica o de un animal salvaje que mata a otro, o de
un árbol que muere, la violencia está en todas partes.
Krishnamurti:
Puede haber una forma más elevada de violencia, más sutil, más
tenue, y también existen las formas más brutales. La vida entera es
violencia, en lo pequeño y en lo grande. Si queremos averiguar si es
posible salir de toda esta estructura de la violencia, es necesario
investigarlo. Eso es lo que estamos tratando de hacer.
Interlocutor:
Señor, ¿qué quiere usted significar con “investigarlo”?
Krishnamurti: Con
“investigarlo” quiero decir, primero examinar, explorar “lo que
es”. Para explorar debo estar libre de toda conclusión, de todo
prejuicio. Entonces, con esa libertad observo el problema de la
violencia. Eso es “investigarlo”.
Interlocutor:
¿Ocurrirá algo entonces?
Krishnamurti: No,
no ocurre nada.
Interlocutor:
Descubro que mi reacción contra la guerra es que “no quiero
pelear”. Pero encuentro que lo que hago es tratar de mantenerme
alejado, vivir en otro país, o alejarme de la gente que no me
agrada. Me limito a alejarme de la sociedad norteamericana.
Krishnamurti: Ella
dice: “no soy una manifestante ni soy de las que protestan, pero no
vivo en el país donde hay todo eso. Me mantengo alejada de la gente
que no me gusta”. Todo esto es una forma de violencia. Por favor,
prestemos un poco de atención a esto. Dediquemos nuestras mentes a
comprender esta cuestión. ¿Qué ha de hacer un hombre que ve el
patrón general de comportamiento político, religioso y económico
en el cual la violencia está involucrada en mayor o menor grado,
cuando se siente cogido en la trampa que él mismo ha creado?
Interlocutor:
Permítame sugerir que no existe la violencia, sino que el
pensamiento la crea.
Krishnamurti: ¡Oh!
Mato a alguien y pienso en ello y, por lo tanto, eso es violencia.
No, señor, ¿estamos acaso jugando con palabras? ¿No podríamos
penetrar en esto un poco más? Hemos visto que siempre que me impongo
a mí mismo psicológicamente, una idea o conclusión, ello engendra
violencia. (Consideremos eso por ahora). Soy cruel, verbalmente y en
mis sentimientos. Me impongo sobre este hecho, diciendo: “no debo”,
y me doy cuenta de que eso es una forma de violencia. ¿Cómo voy a
encararme con ese sentimiento de crueldad sin imponer algo más sobre
él? ¿Puedo comprenderlo sin reprimirlo, sin huir de él, sin
ninguna otra forma de escape o de sustitución? Aquí hay un hecho;
soy cruel. Eso es para mí un problema y ninguna cantidad de
explicaciones que digan “debo o no debo” lo resolverán. Aquí
hay un problema que me afecta y necesito solucionarlo, porque veo que
puede haber una manera diferente de vivir. Entonces me digo: “¿cómo
puedo estar libre de esta crueldad, sin conflicto?” Porque tan
pronto introduzco el conflicto para deshacerme de la crueldad, ya he
engendrado la violencia. De manera que primero debo ver claramente lo
que el conflicto implica. Si existe algún conflicto respecto de la
crueldad de la cual quiero librarme- en ese mismo conflicto se
engendra la violencia. ¿Cómo voy a estar libre de la crueldad sin
conflicto?
Interlocutor:
Aceptándola.
Krishnamurti: Me
pregunto qué queremos decir con aceptar nuestra crueldad. ¡Está
ahí! No la acepto ni la niego. ¿Qué hay de bueno en decir “la
acepto”? Es un hecho que tengo la piel morena; es así. ¿Por qué
debo aceptarlo o rechazarlo? El hecho es que soy cruel.
Interlocutor: Veo
que soy cruel y lo acepto, lo comprendo; pero también tengo miedo de
actuar cruelmente y de seguir haciéndolo.
Krishnamurti: Sí.
Dije: “soy cruel”. Ni lo acepto ni lo rechazo. Es un hecho; y es
otro hecho que cuando existe conflicto en el librarse de la crueldad,
entonces hay violencia. De manera que tengo que habérmelas con dos
cosas: la violencia y la crueldad, y el deshacerme de ello sin
esfuerzo. ¿Qué he de hacer? Toda mi vida es esfuerzo y lucha.
Interlocutor: La
cuestión no es la violencia, sino la creación de una imagen.
Krishnamurti: A
esa imagen se le impone algo, o nosotros imponemos esa imagen sobre
“lo que es” ¿correcto?
Interlocutor: Eso
surge de la ignorancia acerca de nuestro verdadero ser.
Krishnamurti: No
me doy cuenta exacta de lo que usted quiere decir con “verdadero
ser”.
Interlocutor:
Quiero decir que uno no está separado del mundo, que uno es el mundo
y, por lo tanto, uno es responsable de la violencia que tiene lugar
en lo externo.
Krishnamurti: Sí.
Dice que el verdadero ser está en reconocer que uno es el mundo y el
mundo es uno, y que la crueldad y la violencia no son algo diferente,
sino parte de uno. ¿Es eso lo que quiere decir, señor?
Interlocutor: No.
Parte de la ignorancia.
Krishnamurti: ¿De
manera que dice usted que existe el verdadero ser y que existe la
ignorancia? Existen dos estados, el verdadero ser y el verdadero ser
recubierto por la ignorancia. ¿Por qué? Esa es una vieja teoría de
la India. ¿Cómo sabe que existe un verdadero ser oculto tras la
ilusión y la ignorancia?
Interlocutor: Si
nos damos cuenta de que los problemas que tenemos existen en términos
de opuestos, todos los problemas se desvanecerán.
Krishnamurti: Todo
lo que tenemos que hacer es no pensar en términos de opuestos.
¿Hacemos eso, o es una mera idea?
Interlocutor:
Señor, ¿no es la dualidad inherente al pensamiento?
Krishnamurti:
Llegamos a un punto y nos alejamos de él. Sé que soy cruel, por
varias razones psicológicas. Eso es un hecho. ¿Cómo me libraré de
ello sin esfuerzo?
Interlocutor: ¿Qué
quiere decir “sin esfuerzo”?
Krishnamurti:
Expliqué lo que entiendo por esfuerzo. Si lo reprimo hay involucrado
esfuerzo en el sentido de que existe contradicción: la crueldad y el
deseo de no ser cruel. Hay conflicto entre “lo que es” y “lo
que debería ser”.
Interlocutor: Si
realmente lo observo, no puedo ser cruel.
Krishnamurti:
Quiero descubrir, no aceptar aseveraciones. Quiero descubrir si es
del todo posible estar libre de crueldad. ¿Es posible liberarse de
ella sin reprimirla, sin huir, sin tratar de forzarla? ¿Qué ha de
hacer uno?
Interlocutor: La
única cosa que se ha de hacer es ponerla en descubierto.
Krishnamurti: Para
ello debo dejarla salir, dejar que se manifieste no en el
sentido de que me torne más cruel. ¿Por qué no la dejo
exteriorizarse? Ante todo la temo. No sé si dejándola manifestarse
no me volvería más cruel. Y si la exteriorizo, ¿soy capaz de
comprenderla? ¿Puedo observarla cuidadosamente, es decir,
atentamente? Puedo hacerlo sólo si mi energía, mi interés y mi
urgencia coinciden en este momento de exteriorizarla. En este momento
tengo que tener la urgencia de comprenderla, debo tener una mente sin
distorsión alguna. Necesito una tremenda energía para mirar. Y esas
tres cosas tienen que ocurrir instantáneamente en el momento de la
manifestación. Lo cual significa que soy lo suficientemente sensible
y libre para tener esta energía vital, esa intensidad y esa
atención. ¿Cómo puedo tener esa atención intensa? ¿Cómo la
alcanzo?
Interlocutor: Si
llegamos al punto de desear comprenderlo con desesperación, entonces
tenemos esa atención.
Krishnamurti:
Comprendo. Sólo estoy diciendo: “¿es posible estar atento?”
Espere, veo las implicaciones, lo que está envuelto en eso. No le dé
significados, ni presente un nuevo juego de palabras. Aquí estoy. No
sé lo que la atención significa. Probablemente nunca he prestado
atención a nada, porque la mayor parte de mi vida soy inatento.
Súbitamente viene usted y me dice: “mire, esté atento a la
crueldad”; y yo digo: “lo haré” pero, ¿qué quiere
decir eso? ¿Cómo ha de producirse ese estado de atención? ¿Existe
un método? Si hay un método, y puedo practicar para estar atento,
eso tomará tiempo, y mientras tanto seguiré siendo inatento, y así
ocasionaré más destrucción. ¡De manera que todo eso debe ocurrir
instantáneamente!
Soy
cruel. No lo reprimiré, ni escaparé. Eso no quiere decir que he
tomado la determinación de no escapar, ni que he resuelto no
reprimirlo. Pero veo y comprendo inteligentemente que la represión,
el control, el escape, no resuelven el problema; en consecuencia los
descarto. Ahora bien, tengo esta inteligencia que ha surgido al
comprender la futilidad de la represión, del escape, del tratar de
imponerme. Con esta inteligencia estoy investigando y observando la
crueldad. Me doy cuenta de que para observarla debe haber una gran
dosis de atención y que para tener esa atención debo ser muy
cuidadoso con mi inatención. De manera que mi interés es darme
cuenta de la inatención. ¿Qué quiere decir eso? Si trato de
practicar la atención, se torna mecánica, estúpida y sin sentido;
pero si me vuelvo atento, o me doy cuenta de mi falta de atención,
entonces comienzo a descubrir cómo surge la atención. ¿Por qué no
estoy atento a los sentimientos de otros, a mi modo de hablar, de
comer, a lo que la gente dice y hace? Al comprender el estado
negativo, llegaré a lo positivo, lo cual es atención. Estoy, pues,
examinando, tratando de comprender cómo surge esa inatención.
Esta
es una cuestión muy seria porque el mundo entero está ardiendo. Si
soy parte de ese mundo y ese mundo soy yo, debo poner fin al
incendio. De manera que estamos varados en este problema, porque es
la falta de atención lo que ha ocasionado todo este caos en el
mundo. Vemos el hecho curioso de que la inatención es negación:
falta de atención, falta de “estar ahí”, en el momento. ¿Cómo
es posible darse cuenta de la inatención de modo tan completo que
ésta se convierta en atención? ¿Cómo he de darme cuenta de mi
crueldad completamente, instantáneamente, con gran energía, de una
manera en que no haya fricción, ni contradicción, y que sea
completa, total? ¿Cómo puedo lograr eso? Dijimos que es posible
únicamente cuando hay atención completa; y esa atención completa
no existe porque nuestra vida se agota malgastando energía en la
inatención.
Saanen,
Suiza, 3 de agosto de 1969
10. EL CAMBIO RADICAL
¿Cuál es el
instrumento que observa?
Krishnamurti: El
hombre no ha cambiado muy profundamente. Estamos hablando de la
revolución radical en el hombre, no de la imposición de otro patrón
de conducta sobre el viejo patrón. Estamos interesados sólo en el
cambio fundamental de lo que está ocurriendo realmente dentro de
nosotros. Hemos dicho que el mundo y nosotros no somos dos cosas
diferentes, sino que el mundo es nosotros, y nosotros somos el mundo.
Realizar un gran cambio en la misma raíz de nuestro ser, una
revolución, una mutación una transformación no importa la
palabra que usemos- eso es lo que nos ocupa durante estas
discusiones.
Preguntábamos
ayer: ¿Podemos observarnos nosotros mismos claramente, sin
distorsión alguna siendo la distorsión el deseo de evaluar,
juzgar, realizar, y deshacerse de “lo que es”? Todo eso impide la
clara percepción, impide que miremos exacta e íntimamente “lo que
es”. Pues bien, creo que en esta mañana debemos invertir algún
tiempo hablando, tratando juntos acerca de la naturaleza de la
observación, de la manera de mirar, de escuchar, de ver.
Intentaremos descubrir si es posible ver no sólo con una parte de
nuestro ser, la parte visual, intelectual o emocional. ¿Es del todo
posible observar muy de cerca, sin distorsión alguna? Quizá sería
provechoso investigar eso. ¿Qué es ver? ¿Podemos mirarnos, mirar
el hecho básico de nosotros mismos que es codicia, envidia,
ansiedad, temor, hipocresía engaño, ambición- podemos observar eso
nada más, sin distorsión alguna?
¿Podemos
dedicar algún tiempo esta mañana tratando de aprender qué es
mirar? El aprender es un movimiento constante, una constante
renovación. No es “haber aprendido” para luego mirar desde allí.
Escuchando lo que se está diciendo y observándonos un poco,
aprendemos algo, experimentamos algo; y miramos partiendo de ese
aprender y experimentar. Miramos con el recuerdo de lo que hemos
aprendido y de lo que hemos experimentado; con ese recuerdo en la
mente observamos. Por lo tanto, eso no es observar, no es aprender.
El aprender implica una mente que aprende de nuevo cada vez. De
manera que el aprender es siempre nuevo. Teniendo eso presente no
estamos interesados en el cultivo de la memoria, sino más bien en
observar lo que realmente ocurre. Trataremos de estar muy alertas,
muy atentos, de manera que lo que hemos visto y lo que hemos
aprendido no se convierta en un recuerdo con el que miramos, el cual
es ya una distorsión. Miremos cada vez como si fuese la primera vez.
Mirar, observar “lo que es” con recuerdos, quiere decir que la
memoria dicta, modela o dirige nuestra observación, la que, por lo
tanto, ya está deformada. ¿Podemos continuar desde ahí?
Deseamos
averiguar qué significa observar. El científico puede mirar algo a
través de un microscopio y observar muy de cerca; hay un objeto
externo y lo mira sin prejuicios, aunque con algún conocimiento
necesario para observar. Pero aquí estamos observando la estructura
total, el movimiento total de la vida, el ser total que soy “yo
mismo”. No debemos mirarlo en forma intelectual, emocional y con
alguna conclusión sobre lo correcto o lo incorrecto, o de si “esto
no debe ser”, o “esto debería ser”. En vista de ello, antes
que podamos mirar profundamente, tenemos que darnos cuenta de este
proceso continuo de evaluar, juzgar, llegar a conclusiones, el cual
impedirá la observación.
Ahora
estamos interesados no en el mirar, sino en aquello que está
mirando. ¿Está el instrumento que mira, manchado, deformado,
torcido, recargado? En este momento lo que nos importa no es el mirar
sino la observación del instrumento que mira, que es uno mismo. Si
tengo una conclusión, como por ejemplo el nacionalismo, y miro con
ese condicionamiento profundo, esa cosa tribal, excluyente llamada
nacionalismo, es obvio que miro con mucho prejuicio; por lo tanto, no
puedo ver con claridad. O si tengo miedo de mirar, entonces eso es
evidentemente un mirar deformado. O si ambiciono la iluminación, o
una posición más alta, o lo que sea, eso también impide la
claridad de percepción. Tenemos que ser conscientes de todo eso,
darnos cuenta del instrumento que mira y descubrir si está limpio.
Interlocutor: Si
uno mira y encuentra que el instrumento no está limpio, ¿qué hace
uno entonces?
Krishnamurti:
Tenga la amabilidad de escuchar esto cuidadosamente. Hemos hablado de
observar “lo que es”, o sea la básica actividad egoísta,
egocéntrica, aquello que resiste, que está frustrado y que se
encoleriza; observar todo eso. Después hablamos de observar el
instrumento que observa y descubrir si ese instrumento está limpio.
Nos hemos desplazado del hecho al instrumento que va a mirar. Estamos
investigando si ese instrumento está limpio y encontramos que no lo
está. ¿Qué hemos de hacer entonces? Se ha agudizado la
inteligencia; antes estábamos interesados únicamente en observar el
hecho, “lo que es”; estábamos observándolo y nos alejamos de
esa observación y dijimos: “debemos observar el instrumento que
mira y ver si está limpio”. En ese mismo cuestionar hay una
inteligencia -¿van siguiendo todo esto? Hay, pues, una agudización
de la inteligencia, una agudización de la mente, del cerebro.
Interlocutor: ¿No
implica esto que existe un nivel de conciencia donde no hay división,
ni condicionamiento?
Krishnamurti: No
sé lo que implica. Simplemente me estoy moviendo poco a poco. No se
trata de un movimiento fragmentario. No está fraccionado. Cuando
miraba anteriormente no tenía inteligencia. Decía: “debo
cambiarlo”; “no debo cambiarlo”; “esto no debe ser”; “esto
es bueno”; “esto es malo”; “esto debería ser” todo
eso. Con esas conclusiones observaba y nada sucedía. Me doy cuenta
ahora de que el instrumento debe estar extraordinariamente limpio
para mirar. De modo que hay un único movimiento constante de la
inteligencia, y no un estado fragmentario. Deseo continuar con esto.
Interlocutor: ¿Es
energía esta misma inteligencia? Si depende de algo, fracasará.
Krishnamurti: De
momento no se preocupe; deje a un lado la cuestión de la energía.
Interlocutor:
Usted lo ha conseguido ya, mientras que para nosotros parece
refinamiento sobre refinamiento, pero el impulso es el mismo.
Krishnamurti: Sí.
¿Es eso lo que ocurre refinamiento? ¿O es que la mente, el
cerebro, todo el ser, se ha vuelto muy embotado debido a varios
factores, tales como presiones, actividades, etcétera? Y decimos que
es necesario despertar completamente todo el ser.
Interlocutor: Esa
es la treta.
Krishnamurti:
Espere, a eso voy a referirme, lo verá. La inteligencia no
evoluciona. La inteligencia no es resultado del tiempo. La
inteligencia es esta cualidad de atención sensible y alerta ante “lo
que es”. Mi mente está embotada y digo: “debo observarme”; y
esta mente embotada trata de observarse a sí misma. Pero es obvio
que no ve nada. O resiste, o rechaza, o se somete; es una mente muy
respetable, una pequeña mente burguesa la que está mirando.
Interlocutor:
Usted comenzó hablando de sistemas ideológicos de moralidad y ahora
va más lejos y sugiere que debemos observarnos a nosotros mismos,
que todos los otros sistemas son inútiles. ¿No es eso también una
ideología?
Krishnamurti: No,
señor. Digo, por el contrario, que si mira con cualquier ideología,
incluyendo la mía, entonces está usted perdido, no mira en forma
alguna. Tenemos tantas ideologías, respetables y no respetables, y
todo lo demás; es con esas ideologías en el cerebro, en el corazón,
que miramos. Esas ideologías han embotado el cerebro, la mente y
todo nuestro ser. Entonces, la mente embotada mira. Y es obvio que no
importa lo que esa mente mire; tanto si medita o si va a la luna,
seguirá siendo una mente embotada. De manera que mientras esa mente
embotada observa, alguien viene y dice: “mire, amigo, usted está
embotado y todo lo que mira estará como usted, porque si su mente
está embotada es inevitable que lo que vea también lo esté”. Es
un gran descubrimiento el de que una mente embotada que observa algo
extraordinariamente vital lo vuelve también embotado al observarlo.
Interlocutor: Pero
la misma cosa continúa extendiéndose.
Krishnamurti: Si
no tiene inconveniente, espere, vaya despacio. Avance paso a paso
conmigo.
Interlocutor: Si
una mente embotada reconoce que está embotada, es porque no está
tan embotada.
Krishnamurti:
¡Pero no lo reconozco! Sería excelente si la mente embotada
reconociera que está embotada, pero no lo hace. Trata de pulirse más
y más, tornándose erudita, científica, y todo eso, o si se da
cuenta de que está embotada, dice: “Esta mente embotada no puede
ver claramente”. Entonces la siguiente pregunta es: ¿Cómo puede
esa mente embotada, nublada, volverse extraordinariamente
inteligente, de manera que el instrumento a través del cual uno mira
esté bien limpio?
Interlocutor:
¿Quiere usted decir que cuando la mente plantea la cuestión en esa
forma, ha puesto fin al embotamiento? ¿Puede uno hacer lo correcto
por razones equivocadas?
Krishnamurti: No.
Desearía que descartara sus conclusiones y captara lo que estoy
expresando.
Interlocutor: No,
señor. Póngase usted en mi lugar.
Krishnamurti: Lo
que usted dice es que trata de alcanzar algo que hará que la mente
embotada se torne más aguda y clara. Yo no digo eso. Lo que estoy
diciendo es: observe el embotamiento.
Interlocutor: ¿Sin
el movimiento continuo?
Krishnamurti:
¿Cómo se observa la mente embotada sin el movimiento continuo de la
distorsión? Mi mente embotada mira, por lo tanto, no hay nada que
ver. Me pregunto: “¿Cómo es posible tornar clara la mente?” ¿Ha
surgido esta pregunta porque he comparado a la mente torpe con otra
mente hábil diciendo: “debo ser como ella”? ¿Entiende usted?
Esa misma comparación es la continuación de la mente embotada.
Interlocutor:
¿Puede la mente embotada compararse a si misma con otra inteligente?
Krishnamurti: ¿No
se compara siempre con alguna mente brillante? Eso es lo que llamamos
evolución, ¿no es así?
Interlocutor: La
mente embotada no compara, sino que pregunta: “¿por qué debo
comparar?” O podemos ponerlo de manera diferente: creemos que si
podemos ser un poco más inteligentes conseguiremos algo más.
Krishnamurti: Sí,
es la misma cosa. De modo que he descubierto algo. La mente embotada
dice: “Estoy embotada por causa de la comparación; soy torpe
porque ese hombre es listo”. No se da cuenta de que es torpe en si
misma. Existen dos estados diferentes. Si me doy cuenta de que soy
torpe porque usted es brillante, eso es una cosa. Si me doy cuenta de
que soy torpe sin comparación, es una cosa muy diferente. ¿Cuál es
su caso? ¿Se compara usted con otro y por lo tanto, dice: “soy
torpe”? ¿O se da cuenta de que es torpe sin comparación? ¿Puede
ser eso? Quédese con ello un momento, por favor.
Interlocutor: ¿Es
esto posible, señor?
Krishnamurti: Por
favor, concédale dos minutos a esta cuestión. ¿Me doy cuenta de
que tengo hambre porque usted me lo dice, o es que siento hambre? Si
me dice que tengo hambre, puede que tenga un poco, pero eso no es
hambre en realidad. Pero si tengo hambre, tengo hambre. De
manera que he de ver claro si mi embotamiento es el resultado de la
comparación. Entonces puedo proseguir desde ahí.
Interlocutor: ¿Qué
lo ha convencido hasta el punto de poder dejarlo y estar interesado
únicamente en si es torpe o no?
Krishnamurti:
Porque veo la verdad de que la comparación embota la mente. Cuando
comparamos a un niño con otro en la escuela, lo destruimos al hacer
la comparación. Si le decimos al hermano menor que tiene que ser tan
inteligente como el hermano mayor, hemos destruido al menor, ¿no es
así? De ese modo no estamos interesados en el hermano menor, sino en
la inteligencia del hermano mayor.
Interlocutor:
¿Puede una mente embotada observar y descubrir que está embotada?
Krishnamurti:
Vamos a averiguarlo, así que comencemos de nuevo, por favor ¿No
podríamos ceñirnos a esta única cosa esta mañana?
Interlocutor:
Mientras haya ese impulso, ¿qué valor tiene si soy torpe en mí
mismo o por comparación?
Krishnamurti:
Vamos a investigarlo. Siga conmigo por unos pocos minutos, por favor,
sin aceptar ni rechazar, sino observándose usted mismo. Dijimos al
comienzo del diálogo de esta mañana que la revolución tiene que
realizarse en la misma raíz de nuestro ser, y que puede tener efecto
únicamente cuando sabemos observar lo que somos. La observación
depende de la agudeza, claridad y sensibilidad de la mente que mira.
Pero la mayoría de nosotros estamos embotados y decimos que no vemos
nada cuando miramos; lo que vemos es ira, celos, etc., pero sin
resultado alguno. Así que estamos interesados en la mente embotada,
y no en lo que ella mira. Esta mente embotada dice: “debo ser
inteligente para poder mirar”. De manera que tiene un patrón de lo
que es la inteligencia y está tratando de ajustarse a él. Alguien
le expresa: “la comparación siempre traerá embotamiento”.
Entonces ella dice: “debo tener tremendo cuidado con eso, no
compararé. Únicamente por la comparación supe lo que es el
embotamiento. Si no comparo, ¿cómo voy a saber que estoy embotada?”
De modo que me digo: No lo llamaré embotamiento. No haré uso alguno
de esta palabra. Tan sólo observaré “lo que es” y no lo llamaré
“embotamiento”, porque tan pronto lo llamo así, al darle ese
nombre, lo he embotado. Pero si no le doy nombre y sólo observo, he
eliminado la comparación, he descartado la palabra “embotado”, y
queda únicamente “lo que es” ¿Es eso difícil? Obsérvelo usted
mismo, por favor. ¡Observe lo que ha ocurrido ahora! Mire dónde
está ahora la mente.
Interlocutor: Veo
que mi mente es demasiado lenta.
Krishnamurti:
Tenga la amabilidad de escuchar simplemente. Iré poco a poco, paso a
paso.
¿Cómo
me doy cuenta de que mi mente es torpe? ¿Es porque usted me lo ha
dicho? ¿Porque he leído libros que parecen extraordinariamente
talentosos, intrincados y sutiles? ¿O es que he visto a personas
brillantes y al compararme con ellas me tildo de torpe? Tengo que
averiguarlo. Por lo tanto, no comparo; rehuso compararme con algún
otro. ¿Sé entonces si soy torpe? ¿La palabra me impide observar?
¿O es que la palabra sustituye “lo que realmente es”? ¿Está
siguiendo esto? No usaré, pues, una palabra, no lo llamaré torpe,
no lo tildaré de lento, no le pondré nombre alguno, sino que
averiguaré “lo que es”. De manera que he descartado la
comparación, que es la cosa más sutil. Mi mente se ha vuelto
extraordinariamente inteligente porque no compara, no usa una palabra
con la cual ver “lo que es”, porque se ha dado cuenta de que la
descripción no es lo descrito. Por lo tanto ¿qué es realmente el
hecho de “lo que es”?
¿Podemos
proseguir desde ahí? Observo el hecho, la mente está observando su
propio movimiento. Ahora bien ¿lo condeno, juzgo y evalúo, y digo:
“esto debería ser”, “esto no debería ser”? ¿Tiene la mente
alguna fórmula, algún ideal alguna resolución, alguna conclusión
que inevitablemente deformará “lo que es”? He de investigar eso.
Si tengo alguna conclusión, no puedo mirar. Si soy un moralista, si
soy una persona respetable, o un cristiano, un vedantista, o un
“iluminado”, o esto o aquello, todo eso me impide mirar. Por lo
tanto, tengo que estar libre de todo ello. Estoy observando si tengo
alguna clase de conclusión. Por lo tanto, la mente se ha tornado
extraordinariamente clara, y dice: “¿Hay temor?” Lo observo y
digo: “Hay temor, hay un deseo de seguridad existe la urgencia de
placer”, etc. Veo que no es posible mirar si existe alguna
conclusión, si tiene lugar algún movimiento de placer. De manera
que observo y encuentro que soy muy apegado a la tradición, y me doy
cuenta de que una mente en tales condiciones no puede mirar. Tengo un
interés intenso por mirar, y ese profundo interés me revela el
peligro de cualquier conclusión. Por consiguiente, la percepción
misma del peligro es la eliminación de ese peligro. Entonces mi
mente no está confusa, no tiene conclusión alguna, no piensa en
términos de palabras, de descripciones, y no compara. Una mente así
puede observar y lo que observa es ella misma. Ha ocurrido, pues, una
revolución.
Interlocutor: No
creo que esta revolución haya ocurrido. Hoy me las arreglé para
observar la mente en la forma que usted señala; la mente se agudiza,
pero mañana habré olvidado cómo mirar.
Krishnamurti: No
puede olvidarlo, señor. ¿Olvida usted una serpiente? ¿Olvida usted
un precipicio? ¿Olvida el frasco rotulado “veneno”? No puede
olvidarlo. El caballero preguntó: “¿Cómo puedo limpiar el
instrumento que observa?” Dijimos que limpiar el instrumento
implica darse cuenta de cómo él está embotado, nublado,
oscurecido. Hemos descrito aquello que lo nubla y también hemos
dicho que la descripción no es la verdadera cosa descrita. Por lo
tanto, no debe usted dejarse atrapar por las palabras. Manténgase
con la cosa descrita, que es el instrumento que se embota.
Interlocutor:
Indudablemente si se observa usted mismo tal como lo ha descrito,
usted espera algo.
Krishnamurti: No
estoy esperando una transformación, la iluminación, o una mutación;
no espero nada porque no sé lo que va a ocurrir. Sólo sé
claramente una cosa: que el instrumento que mira no está limpio,
está nublado, está resquebrajado. Eso es todo lo que sé y nada
más. Mi único interés está en descubrir cómo ese instrumento
puede hacerse íntegro y saludable.
Interlocutor: ¿Por
qué está usted observando?
Krishnamurti: El
mundo está ardiendo, y yo soy ese mundo. Estoy terriblemente
perturbado, terriblemente contundido, y de algún modo tiene que
haber cierto orden en todo esto. Eso es lo que me hace observar. Pero
si decimos: “el mundo está bien, ¿por qué nos molestamos con él
y no lo dejamos tranquilo, ya que tenemos buena salud y algún
dinero, con una esposa, hijos y una casa?...” entonces, desde
luego, el mundo no está ardiendo. Pero está ardiendo, a
pesar de todo, nos guste o no. De manera que eso es lo que me hace
mirar, y no algún concepto intelectual, ni alguna excitación
emocional, sino el hecho real de que el mundo está ardiendo con las
guerras, el odio, la decepción, las imágenes, los dioses falsos,
etc. Y esta misma percepción de lo que ocurre en el exterior me hace
estar alerta internamente. Y digo que el estado interno es el estado
exterior, pues ambos son un solo hecho indivisible.
Interlocutor:
Hemos vuelto al mismo sitio donde comenzamos. El hecho es que la
mente embotada no ve que mediante la comparación piensa que debe ser
diferente.
Krishnamurti: No,
todo eso está equivocado. ¡No deseo ser diferente! Sólo veo que el
instrumento está embotado. No sé qué hacer con él. Por lo tanto,
voy a investigar esto, lo cual no quiere decir que deseo transformar
el instrumento. No deseo hacerlo.
Interlocutor:
¿Constituye el uso de cualquier palabra un obstáculo para ver?
Krishnamurti: La
palabra no es la cosa; por lo tanto, si estamos mirando la cosa, a
menos que pongamos a un lado la palabra, ésta se torna
extraordinariamente importante.
Interlocutor:
Pienso que no estoy de acuerdo con usted. Cuando uno mira ve que el
instrumento tiene dos partes, una de las cuales es percepción y la
otra es expresión. Es imposible separarlas. Es un problema de
lingüística, no de embotamiento. La dificultad radica en el
lenguaje, en lo desacertado de la expresión.
Krishnamurti:
Usted dice que en la observación hay percepción y expresión y que
las dos no están separadas. Por lo tanto, cuando uno percibe tiene
que haber también claridad de expresión, la comprensión
lingüística, sin que nunca se separen la expresión y la
percepción, ya que siempre tienen que ir juntas. De manera que usted
dice que es muy importante usar la palabra correcta.
Interlocutor: Digo
“expresión”, no digo “intención”.
Krishnamurti:
Comprendo expresión. De ello surge otro factor: percepción,
expresión y acción. Si la acción no es expresión y percepción
siendo la expresión por medio de las palabras entonces
hay una fragmentación. ¿No es entonces acción la percepción? El
mismo percibir es el actuar. Ocurre como cuando percibo un precipicio
y hay acción inmediata; esa acción es la expresión de la
percepción. De manera que la percepción y la acción nunca pueden
estar separadas; por lo tanto es imposible unir el ideal y la acción.
Si veo la tontería de un ideal, la mera percepción de esa tontería
es la acción de la inteligencia. Por consiguiente, el observar el
embotamiento, el percibirlo, implica limpiar la mente de su
embotamiento, lo cual es acción.
Saanen,
Suiza, 6 de agosto de 1969
11. EL ARTE DE VER
Darse cuenta sin
intervalo de tiempo. El tigre a la caza del tigre
Krishnamurti: Me
parece que es importante comprender la naturaleza y la belleza de la
observación, del ver. Mientras la mente esté distorsionada en
alguna forma por impulsos y sentimientos neuróticos, por
miedo, sufrimiento, falta de salud, ambición, snobismo y la
persecución del poder- no será posible que escuche, observe, vea.
El arte de ver, escuchar, observar, no es cosa que pueda cultivarse,
ni es una cuestión de evolución o desarrollo gradual. Cuando uno se
da cuenta del peligro, hay acción inmediata, la respuesta instintiva
e instantánea del cuerpo y de la memoria. Uno ha sido condicionado
desde la infancia para enfrentarse al peligro de manera que la mente
responda instantáneamente porque, de lo contrario, habría
destrucción física. Nos preguntamos si es posible actuar en el
mismo instante del ver, en el cual no existe condicionamiento alguno.
¿Puede una mente responder libre e instantáneamente a cualquier
forma de distorsión y, por lo tanto, actuar? En otras palabras, la
percepción, la acción y la expresión son todas una, no están
divididas, fragmentadas. El ver es en sí la acción, y ésta es la
expresión de ese ver. Cuando uno se da cuenta del temor, debe
observarlo tan íntimamente que la observación en sí implique
librarse del mismo, lo cual es acción. ¿Podríamos examinar eso
esta mañana? Creo que es muy importante: quizá podríamos penetrar
en lo desconocido. Pero una mente que está condicionada por sus
propios temores, ambiciones, codicia, desesperación, etc., no puede
penetrar en algo que requiere un ser extraordinariamente saludable,
cuerdo, equilibrado y armonioso.
De
manera que nuestra pregunta es si la mente queriendo significar
todo el ser- puede darse cuenta de alguna forma particular de
perversión, de alguna forma particular de lucha, de violencia y, si
viéndola, puede ponerle fin instantáneamente, y no de modo gradual.
Esto implica no permitir que el tiempo intervenga entre la percepción
y la acción. Cuando uno ve el peligro, no hay intervalo de tiempo:
surge la acción instantánea.
Estamos
acostumbrados a la idea de que gradualmente nos volveremos sabios,
iluminados, a través del observar y practicar día tras día. A eso
estamos habituados, y ése es el patrón de nuestra cultura y nuestro
condicionamiento. Ahora decimos que este proceso gradual de la mente
para liberarse a sí misma del miedo y de la violencia, lo que hace
es estimular el miedo y seguir fortaleciendo la violencia.
¿Es
posible poner fin a la violencia -no sólo externamente, sino bien
hondo en las propias raíces de nuestro ser- y poner fin al sentido
de agresión, a la persecución del poder? ¿Podemos ponerle fin
completamente en el mismo acto de verlo sin dejar que surja el factor
tiempo? ¿Podemos discutir eso esta mañana? Usualmente permitimos
que el tiempo surja como el intervalo entre el ver y el actuar, el
espacio entre “lo que es” y “lo que debería ser”. Existe el
deseo de deshacernos de lo que es para alcanzar algo o convertirnos
en algo diferente. Debemos comprender ese intervalo de tiempo muy
claramente. Pensamos en esos términos porque desde la niñez somos
criados y educados para pensar que eventualmente, gradualmente,
seremos algo. Uno puede ver que en el mundo exterior, en el campo
tecnológico, el tiempo es necesario. No puedo llegar a ser un
carpintero de primera clase, o un físico o matemático sin dedicar
muchos años a ello. Uno puede tener la claridad no me gusta
usar la palabra “intuición”- para comprender un problema
matemático cuando uno es muy joven. Y se da cuenta de que a fin de
cultivar la memoria requerida para aprender una nueva técnica o un
nuevo idioma, el tiempo es absolutamente necesario. No es posible que
hable alemán mañana; necesito muchos meses. No sé nada sobre
electrónica y quizá necesite varios años para aprenderla. Por lo
tanto, no confundamos el elemento tiempo que es necesario para
aprender una técnica con el peligro de permitir que el tiempo
interfiera con la percepción y la acción.
Interlocutor:
¿Podríamos hablar acerca de los niños, de su crecimiento?
Krishnamurti: Un
niño tiene que crecer. ¡Tiene que aprender tantas cosas! Cuando
decimos “usted tiene que crecer”, ésa resulta una palabra más
bien humillante.
Interlocutor:
Señor, dentro de nosotros tiene lugar un cambio psicológico
parcial.
Krishnamurti:
¡Desde luego! Uno estuvo enojado, o uno está enojado y dice: “no
debo estar enojado”, y uno trabaja sobre ello gradualmente y
produce un estado parcial en el cual uno está un poco menos enojado,
menos irritable y más controlado.
Interlocutor: No
quiero decir eso.
Krishnamurti:
Entonces, ¿qué es lo que usted quiere decir, señora?
Interlocutor: Me
refiero a algo que uno tiene y que ha abandonado. Puede que vuelva a
haber confusión, pero no es lo mismo.
Krishnamurti: Sí,
¿pero no se trata siempre de la misma confusión, que sólo ha sido
modificada un poco? Hay una continuidad modificada. Uno puede dejar
de depender de alguien, pasando por el dolor de la dependencia y la
pena de la soledad mientras dice: “no seguiré dependiendo”. Y
quizá sea capaz de renunciar a esa dependencia. Entonces uno dice
que ha ocurrido cierto cambio. La siguiente dependencia no será
exactamente igual a la anterior. Y vuelve a repetir lo mismo y a
abandonarlo otra vez, etc. Ahora preguntamos si es posible ver la
naturaleza total de la dependencia y quedar instantáneamente libre
de ella no gradualmente- en la misma forma en que uno actúa de
inmediato frente al peligro. Esta es una cuestión de veras
importante en la que debemos penetrar no sólo de manera verbal, sino
profundamente, internamente. Observe lo que ello implica. Toda Asia
cree en la reencarnación: esto es, uno vuelve a nacer en la próxima
vida dependiendo de cómo haya vivido en ésta. Si ha vivido en forma
brutal, agresiva, destructiva, pagará por ello en la próxima vida.
No se convertirá necesariamente en un animal, pero volverá a vivir
una vida más dolorosa, más destructiva, porque anteriormente no
vivió una vida ejemplar. Aquellos que creen en esta idea de la
reencarnación, creen únicamente en la palabra, y no en el
significado profundo de esa palabra. Lo que uno hace ahora
tiene enorme importancia mañana porque mañana, que es la
próxima vida, vamos a pagar por ello. De manera que la idea de ir
gradualmente adquiriendo formas distintas es en esencia la misma en
el Oriente que en Occidente. Existe siempre el elemento tiempo, “lo
que es” y “lo que debería ser”. Alcanzar lo que debería ser
requiere tiempo, y el tiempo es esfuerzo, concentración, atención.
Como uno no ha logrado la atención o la concentración, hay un
esfuerzo constante por practicar la atención, lo cual requiere
tiempo.
Tiene
que haber una manera totalmente distinta de afrontar este problema.
Uno tiene que comprender la percepción, incluyendo tanto el ver como
la acción, pues no están separadas, no están divididas. Tenemos
que inquirir igualmente en el problema de la acción, del hacer. ¿Qué
es acción, el hacer?
Interlocutor:
¿Cómo puede actuar un hombre ciego, que carece de percepción?
Krishnamurti: ¿Ha
tratado usted de ponerse una venda en los ojos por una semana?
Nosotros lo hemos hecho como entretenimiento. Usted sabe,
desarrollamos otras sensibilidades; los sentidos se agudizan. Antes
de llegar uno a la pared, a la silla o al escritorio, ya sabe que la
cosa está ahí. Nos referimos a estar ciegos para nosotros mismos,
internamente. Estamos extremadamente alertas a las cosas externas,
pero internamente estamos ciegos.
¿Qué
es acción? ¿Está la acción siempre basada en una idea, en un
principio, una creencia, una conclusión, una esperanza, una
desesperanza? Si uno tiene una idea, un ideal, está actuando
conforme a ese ideal; existe un intervalo entre el ideal y el acto.
Ese intervalo es tiempo. “Seré ese ideal”; al identificarme con
ese ideal, él actuará eventualmente y no habrá separación entre
la acción y el ideal. ¿Qué ocurre cuando existe este ideal y la
acción que intenta aproximarse al ideal? ¿Qué ocurre en ese
intervalo?
Interlocutor: Una
comparación incesante.
Krishnamurti: Sí,
comparación y todo lo demás. ¿Qué acción tiene lugar si usted
observa?
Interlocutor:
Ignoramos el presente.
Krishnamurti:
Luego, ¿qué más?
Interlocutor:
Contradicción.
Krishnamurti Es
una contradicción que conduce a la hipocresía. Estoy irritado y el
ideal dice: “no estés irritado”. Estoy reprimiendo, controlando,
sometiéndome, aproximándome al ideal y, por lo tanto, estoy siempre
en conflicto y fingiendo. El idealista es una persona que finge. En
esta división, también hay conflicto, y surgen otros factores.
Interlocutor: ¿Por
qué no se nos permite recordar nuestras vidas anteriores? Ello
facilitaría nuestra evolución.
Krishnamurti: ¿Lo
haría?
Interlocutor:
Podríamos evitar errores.
Krishnamurti: ¿Qué
entiende usted por vida anterior? ¿La vida de ayer, de hace
veinticuatro horas?
Interlocutor: La
última encarnación.
Krishnamurti: ¿La
de hace cien años? ¿Cómo haría ello la vida más fácil?
Interlocutor:
Comprenderíamos mejor.
Krishnamurti: Por
favor, siga esto paso a paso; tendríamos con nosotros el recuerdo de
lo que hicimos o de lo que no hicimos, de lo que sufrimos hace cien
años, que es exactamente lo mismo que ayer. Ayer hicimos cosas que
recordamos con gusto o que lamentamos porque nos causaron pena,
desesperación o tristeza. Recordamos todo eso. Y tenemos el recuerdo
de hace mil años, que es esencialmente lo mismo que ayer. ¿Por qué
llamar a eso reencarnación, y no la encarnación de ayer, que
ha nacido hoy? Usted ve, no nos gusta eso porque pensamos que somos
seres extraordinarios, o que tenemos tiempo para desarrollarnos para
llegar a ser, para reencarnar. Nunca hemos observado lo que
reencarna, que es nuestra memoria. No hay nada sagrado o santo en
ello. Su memoria de ayer renace en lo que está haciendo hoy; el ayer
controla lo que está haciendo hoy. Y mil años de memorias operan a
través del ayer y a través del hoy. De manera que hay una constante
encarnación del pasado. No crean que ésta es una manera hábil de
salir del tema mediante una explicación. Cuando uno ve la
importancia de la memoria y su absoluta futilidad, nunca hablará de
reencarnación.
Estamos
inquiriendo qué es la acción. ¿Es la acción alguna vez libre,
espontánea, inmediata? ¿O es la acción siempre prisionera del
tiempo, que es pensamiento, que es memoria?
Interlocutor:
Estaba observando un gato mientras cazaba un ratón. El gato no
piensa: “es un ratón”; lo atrapa inmediatamente,
instintivamente. Me parece que nosotros también debemos actuar
espontáneamente.
Krishnamurti: Ni
“debemos” ni “deberíamos”. Por favor, señor, creo que nunca
hay que decir “debemos” o “deberíamos” si uno comprende
esencialmente el elemento tiempo. Nos preguntamos en forma no verbal,
ni intelectual, sino internamente, profundamente, qué es la acción.
¿Está la acción siempre sujeta al tiempo? La acción que emana de
un recuerdo, del miedo, de la desesperación, está siempre atada al
pasado. ¿Existe alguna acción que sea completamente libre y, por lo
tanto, libre del tiempo?
Interlocutor:
Usted dice que cuando vemos una serpiente actuamos de inmediato. Pero
las serpientes crecen con la acción. La vida no es tan sencilla,
pues no hay únicamente una serpiente, sino dos serpientes, y el
asunto llega a ser como un problema matemático. Entonces interviene
el tiempo.
Krishnamurti: Dice
usted que vivimos en un mundo de tigres y no nos encontramos con un
tigre, sino con una docena de tigres en forma humana, que son
brutales, violentos, avaros, codiciosos, cada uno persiguiendo su
propia y personal satisfacción. Y a fin de vivir y actuar en ese
mundo, uno necesita tiempo para matar un tigre tras otro. El tigre
soy yo mismo está en mí- hay una docena de tigres en mí. Y
usted dice que para librarse de esos tigres, uno a uno, necesita
tiempo. Eso es precisamente lo que estamos investigando juntos. Hemos
aceptado que se requiere tiempo para matar gradualmente una tras
otra, esas serpientes que están dentro de mí. El “yo” es el
“tú”, el tú con tus tigres, con tus serpientes- todo eso es
también el “yo”. Y nos preguntamos: ¿por qué matar esos
animales que hay en mí, uno tras otro? Hay un millar de “yoes”
dentro de mí, mil serpientes, y cuando las haya matado todas, ya
estaré muerto.
Haga
el favor de escuchar esto, no conteste, investigue: ¿hay alguna
manera de deshacerse de todas las serpientes de una vez, y no
gradualmente? ¿Puedo yo ver el peligro de todos los animales, de
todas las contradicciones que hay en mí y liberarme de ellas
instantáneamente? Si no puedo hacerlo, entonces no hay esperanza
para mí. Puedo fingir toda clase de cosas, pero si no puedo eliminar
instantáneamente todo eso que hay en mí, soy un esclavo para
siempre, no importa que renazca en una próxima vida o en diez mil
vidas más. Así, pues, tengo que descubrir una manera de actuar, de
mirar, que ponga fin en el instante de percepción, al dragón, al
mono particular que hay en mí.
Interlocutor:
¡Hágalo!
Krishnamurti: No,
señora, por favor, ésta es realmente una cuestión extraordinaria
que no podemos despachar diciendo “haga esto” o “no haga
aquello”. Esto requiere una indagación tremenda; no me diga que
usted lo ha logrado, o que uno debe hacer esto o aquello, pues eso no
me interesa; quiero descubrir.
Interlocutor: ¡Si
sólo pudiese verlo!
Krishnamurti: Por
favor, no diga “si...”
Interlocutor: Si
percibo algo, ¿debo expresarlo en palabras o sólo dejarlo que
permanezca dentro de mí?
Krishnamurti: ¿Por
qué traduce usted en sus propias palabras aquello que ha sido
expresado en un lenguaje muy simple? ¿Por qué no puede ver lo que
se está haciendo? Tenemos muchos animales dentro de nosotros, muchos
peligros. ¿Puedo librarme de todos ellos mediante una sola
percepción, viendo inmediatamente? Tal vez usted lo haya hecho,
señora, no estoy cuestionando si lo ha hecho o no, eso sería
atrevimiento de parte mía. Pero estoy preguntando: ¿es ello
posible?
Interlocutor: La
acción consta de dos partes. La parte interna, la de decisión,
ocurre inmediatamente. La acción hacia el mundo externo requiere
tiempo. Tender un puente entre estos dos aspectos de la acción
requiere tiempo. Es una cuestión de lenguaje, de comunicación.
Krishnamurti:
Comprendo, señor. Hay la acción externa que requiere tiempo, y hay
la acción interna que es percepción y acción. ¿Cómo puede uno
tender un puente entre esta acción interna, con su percepción,
decisión y acción inmediata, y la otra acción que requiere tiempo?
¿Es clara la pregunta?
Si
se me permite señalar, no creo que eso requiera un puente. No hay
nada que tienda un puente entre las dos acciones o que las conecte.
Le voy a demostrar lo que quiero decir. Me doy cuenta muy claramente
de que el ir de aquí hasta allá toma tiempo, de que para aprender
un idioma se necesita tiempo, de que hace falta tiempo para realizar
algo físicamente. Pero, ¿es necesario el tiempo en lo interno? Si
puedo comprender la naturaleza del tiempo, entonces me encararé
correctamente con el elemento tiempo en el mundo exterior, y no lo
dejaré inmiscuirse con el estado interno. De manera que no comienzo
con lo externo porque me doy cuenta de que lo externo requiere
tiempo. Pero me pregunto si en la percepción, decisión y acción
internas existe el tiempo en absoluto. Por lo tanto, pregunto: ¿es
necesaria del todo la decisión? aún siendo la decisión una
parte instantánea de tiempo, un segundo, un punto. El “yo decido”
significa que hay un elemento de tiempo; la decisión está
basada en la voluntad y el deseo, y todo eso implica tiempo. Me
pregunto, por lo tanto: ¿por qué tiene la decisión que entrar en
esto de manera alguna? O esa decisión es parte de mi
condicionamiento que dice “debes tener tiempo”.
Por
lo tanto, ¿hay percepción y acción sin que intervenga la decisión?
Esto es, me doy cuenta del temor, un temor producido por el
pensamiento, por memorias del pasado, por experiencias que son la
encarnación del temor de ayer en el hoy. He comprendido toda la
naturaleza, la estructura y la esencia del temor. Y el verlo sin que
medie la decisión, es acción que libera del miedo. ¿Es esto
posible? No diga que sí, que lo ha hecho, o que alguna otra persona
lo ha hecho, ése no es el punto. ¿Puede ese miedo terminar
instantáneamente en el momento de surgir? Existen los temores
superficiales, que son los temores del mundo. El mundo está lleno de
tigres, y esos tigres, que son parte de mí, van a destruirme; por
consiguiente hay guerra entre mí una parte del tigre- y los
demás tigres.
Existe
también el miedo interno estar psicológicamente inseguro,
psicológicamente indeciso- todo engendrado por el pensamiento. El
pensamiento engendra el placer, el pensamiento engendra el temor; veo
todo eso. Veo el peligro del miedo como veo el peligro de una
serpiente, de un precipicio, de una profunda corriente de agua. Veo
el peligro completamente. Y el mismo hecho de verlo es la terminación
del miedo, sin siquiera un intervalo de fracción de segundo para
tomar una decisión.
Interlocutor: A
veces uno puede reconocer un temor y a pesar de ello todavía tiene
ese temor.
Krishnamurti: Hay
que investigar esto muy cuidadosamente. Ante todo, no deseo
deshacerme del temor. Lo que deseo es expresarlo, comprenderlo,
dejarlo fluir, que venga, que explote dentro de mí, etc. No sé nada
acerca del temor. Sé que estoy atemorizado. Ahora me interesa
averiguar en qué nivel, a qué profundidad tengo miedo, si
conscientemente o en la misma raíz, en los niveles profundos de mí
ser en las cavernas, en las regiones inexploradas de mi mente.
Quiero averiguarlo. Quiero que todo ello se manifieste y se ponga al
descubierto. Por lo tanto ¿cómo voy a hacerlo? Tengo que hacerlo, y
no gradualmente ¿comprende? Ello tiene que salir completamente de mi
ser.
Interlocutor: Si
hay mil tigres y me siento en el suelo, no puedo verlos, pero si me
traslado a un sitio más alto, puedo bregar con ellos.
Krishnamurti: No
diga “si”. “Si pudiera volar vería la belleza de la tierra”.
No puedo volar, estoy aquí. Me temo que esas formulaciones teóricas
no tienen valor alguno y aparentemente no nos damos cuenta de ello.
Tengo hambre, y usted me está alimentando con teorías. Tenemos aquí
un problema; obsérvelo, por favor, porque todos estamos
atemorizados; todo el mundo tiene algún temor, de una o de otra
clase. Existen temores profundos y ocultos y estoy bien familiarizado
con los temores superficiales, los temores del mundo; los temores que
surgen al perder un empleo o por esto o aquello temor de perder
a mi esposa, a mi hijo. Conozco todo eso muy bien. Quizás existan
capas más profundas de temores. ¿Cómo puedo yo, cómo puede esta
mente traer a la superficie todo eso instantáneamente? ¿Qué dice
usted?
Interlocutor:
¿Dice usted que debemos ahuyentar al animal de una vez y para
siempre, o tenemos que perseguirlo cada vez que sea necesario?
Krishnamurti: El
interlocutor dice que estoy sugiriendo que es posible ahuyentar al
animal completamente y para siempre, y no perseguirlo un día y
dejarlo que regrese al día siguiente. Eso es lo que estamos
diciendo. No deseo perseguir al animal repetidas veces. Eso es lo que
todas las escuelas, todos los santos y todas las religiones y
psicólogos dicen: ahuyéntelo poco a poco. Eso no tiene sentido para
mí. Quiero averiguar cómo ahuyentar al animal de tal modo que no
regrese jamás. Y cuando regrese sabré qué hacer; no permitiré que
entre en la casa. ¿Comprende?
Interlocutor:
Tenemos que darle al animal su verdadero nombre: es el pensamiento. Y
cuando regrese sabremos qué hacer con él.
Krishnamurti: No
sé qué hacer, veremos. ¡Todos ustedes están tan ansiosos!
Interlocutor: ¡Se
trata de nuestra vida, tenemos que estar ansiosos!
Krishnamurti:
Quiero decir ansiosos por contestar. Desde luego, tenemos que estar
ansiosos. Este es un tema tan difícil; ustedes no pueden limitarse a
insertar palabras y palabras. Esto requiere cuidado.
Interlocutor: ¿Por
qué no practicamos en realidad la percepción ahora mismo?
Krishnamurti: Eso
es lo que sugiero.
Interlocutor: ¿Qué
pasa si lo miro a usted? Primero percibo su presencia. Por favor,
míreme; lo primero que ocurre es la percepción visual de mi
presencia, ¿correcto? Entonces ¿qué pasa? El pensamiento
interviene en esa representación visual.
Krishnamurti: Eso
es exactamente la misma cosa que decía la señora. El pensamiento es
el animal. Limítese a ese animal, por favor. No diga que el animal
es el pensamiento, o el ego, el yo, el miedo, la codicia, la envidia,
para luego volver a dar otra descripción de él. Decimos que ese
animal es todo eso. Y vemos que el animal no puede ser
ahuyentado gradualmente porque siempre regresará en diferentes
formas. Si estoy bastante alerta, digo: qué tonto es todo esto, este
constante ahuyentar al animal y cada vez que regresa tener que
ahuyentarlo de nuevo. Quiero descubrir si es posible ahuyentarlo
completamente de manera que no regrese más.
Interlocutor: Veo
diferentes funciones en mí, con diferentes intensidades. Si una
función persigue a otra, por ejemplo, si la emoción persigue la
idea, nada sucede. Uno tiene que observar con todas las funciones.
Krishnamurti:
Usted está expresando la misma cosa en diferentes palabras.
Interlocutor:
Usted comenzó a dar una explicación que fue interrumpida. Empezó a
decir que no quería deshacerse del temor en absoluto.
Krishnamurti: Les
dije, ante todo, que no quiero deshacerme del animal. No deseo
ahuyentarlo. Antes de tomar el látigo o el guante de terciopelo,
deseo saber quién está tratando de ahuyentarlo. Puede que sea un
tigre más grande el que trata de hacerlo. Por lo tanto, me digo a mí
mismo: no quiero ahuyentar nada. ¡Vea la importancia de eso!
Interlocutor:
Puede que el ahuyentarlo sea su eventual sentencia de muerte.
Krishnamurti: No, no sé.
Vaya poco a poco, señor, déjeme explicar. Digo que antes de
perseguir al animal necesito averiguar quién es la entidad que lo va
a cazar. Y digo que puede que sea un tigre más grande. Si deseo
deshacerme de todos los tigres, no es bueno que permita que un tigre
más grande cace al tigre pequeño. De manera que digo: esperemos, no
quiero ahuyentar nada. Vea lo que está ocurriéndole a mi mente. No
quiero ahuyentar nada, pero deseo mirar. Deseo observar, pues quiero
estar seguro si un tigre más grande está cazando a un tigre más
pequeño. Este juego seguirá para siempre; eso es lo que ocurre en
el mundo la tiranía de un país en particular que caza a uno
más pequeño.
Por
lo tanto, me doy cuenta observen esto, por favor- de que no
debo perseguir nada. Debo arrancar de raíz este principio de
perseguir algo, de vencerlo, de dominarlo. Porque la decisión que me
impele a decir: “tengo que deshacerme del pequeño tigre”, puede
convertirse en el tigre grande. De manera que tiene que cesar
completamente toda clase de decisión, toda la urgencia por
deshacerme de algo, de ahuyentarlo. Entonces puedo observar; y me
digo a mí mismo (verbalmente): “no ahuyentaré nada”. Por lo
tanto, estoy libre de la carga del tiempo, que consiste en cazar un
tigre con otro tigre. En eso hay un intervalo de tiempo, de manera
que digo: “no haré nada, no perseguiré, no actuaré, no decidiré,
primero debo observar”.
Estoy
mirando no me refiero al ego, sino a que la mente, el cerebro,
están observando. Puedo localizar los diversos tigres, a la madre
tigresa con sus cachorros y a su consorte; puedo observar todo eso,
pero tiene que haber cosas más profundas dentro de mí y quiero
exteriorizarlas todas. ¿Debo manifestarlas mediante la acción,
haciendo algo? ¿Volviéndome más y más iracundo y entonces
calmándome, y una semana después volver a sentirme iracundo y otra
vez calmarme? ¿O es que hay alguna manera de observar a todos los
tigres, al pequeño, al grande, al recién nacido- a todos ellos?
¿Puedo observarlos a todos tan completamente que comprenda la
totalidad del asunto? Si no soy capaz de hacer eso, entonces mi vida
continuará en su vieja rutina, en su forma burguesa, complicada,
estúpida y astuta. Eso es todo. De manera que si han sabido cómo
escuchar, el sermón de esta mañana ha terminado.
¿Recuerdan
el cuento del maestro que hablaba a sus discípulos todas las
mañanas? Un día, cuando subió a la tribuna, llegó un pajarito, se
posó en la repisa de la ventana y comenzó a cantar. El maestro lo
dejó cantar. Después de haber estado cantando por algún tiempo,
voló. Entonces el maestro dijo a sus discípulos: “El sermón de
esta mañana ha terminado”.
Saanen,
Suiza, 7 de agosto de 1969
12. PENETRAR EN LO
DESCONOCIDO
La represión. Acción
que surge del silencio. Viaje al interior de uno mismo; falsas
caminatas y la imagen de lo “desconocido”
Krishnamurti: Nos
hemos preguntado cómo deshacernos de toda la colección de fieras
que tenemos en nuestro interior. Estamos discutiendo todo esto porque
vemos al menos yo lo veo- que uno tiene que penetrar en lo
desconocido. Después de todo, cualquier buen matemático o físico
tiene que investigar lo desconocido, y quizá también el artista, si
no se ha dejado arrastrar demasiado por sus propias emociones e
imaginación. Y nosotros, gente corriente con problemas cotidianos,
también tenemos que vivir con un sentido profundo de comprensión.
También nosotros tenemos que penetrar en lo desconocido. Una mente
que está siempre persiguiendo los animales que ella misma ha
inventado, los dragones, las serpientes, los monos, con todos sus
problemas y contradicciones así somos- no tiene posibilidad de
penetrar en lo desconocido. Como somos personas corrientes que no
hemos sido dotadas de intelectos brillantes o grandes visiones, sino
que sólo vivimos las monótonas, feas y pequeñas vidas de todos los
días, estamos interesados en cómo cambiar todo eso inmediatamente.
Eso es lo que estamos considerando.
La
gente cambia con los nuevos inventos, nuevas presiones, nuevas
teorías, nuevas situaciones políticas; todo eso produce cierta
cualidad de cambio. Pero nosotros hablamos de una revolución
radical, básica, en nuestro ser, y de si esa revolución va a
efectuarse en forma gradual, o instantáneamente. Ayer examinamos
todo lo que está involucrado en llevarla a cabo gradualmente, todo
el sentido de distancia, y el tiempo y esfuerzo requeridos para
salvar esa distancia. Dijimos que el hombre ha tratado de hacer esto
durante milenios, pero que de alguna manera no ha podido cambiar
radicalmente, con la excepción, quizá, de uno o dos. De modo que es
necesario ver si cada uno de nosotros y, por lo tanto, el mundo ya
que nosotros somos el mundo y el mundo es nosotros, y no dos estados
separados- puede eliminar instantáneamente todo el afán, la ira, el
odio y la enemistad que hemos creado, y la amargura que soportamos.
Aparentemente la amargura es una de las cosas más comunes que
tenemos. ¿Podemos erradicar toda esa amargura instantáneamente
conociendo sus causas, viendo toda su estructura?
Dijimos
que eso es posible únicamente cuando hay observación. Cuando la
mente puede observar con gran intensidad, entonces esa misma
observación es la acción que pone término a la amargura. También
consideramos el asunto de lo que es acción: si es que existe alguna
acción libre, espontánea y que no dependa de la voluntad. ¿O se
basa la acción en la memoria, en nuestros ideales, en nuestras
contradicciones, nuestras heridas, nuestra amargura, etc.? ¿Está la
acción aproximándose siempre a un ideal, a un principio, a un
patrón? Y dijimos que tal acción no es acción en absoluto, porque
engendra contradicción entre “lo que debería ser” y “lo que
es”. Cuando tenemos un ideal está la distancia a salvar entre lo
que uno es y lo que uno debería ser. Ese “debería ser” puede
requerir años o, como muchos creen, encarnar una y otra vez durante
muchas vidas hasta alcanzar esa utopía perfecta. También dijimos
que existe la encarnación del ayer en el hoy; no importa que ese
ayer abarque muchos milenios o sólo veinticuatro horas; él continúa
operando cuando la acción está basada en esta división entre el
pasado, el presente y el futuro, que es “lo que debería ser”.
Todo esto, dijimos, crea contradicción, conflicto y miseria; no es
acción. El percibir es acción; la percepción en sí es acción, la
cual tiene lugar cuando nos enfrentamos con un peligro. Entonces hay
acción instantánea. Creo que ayer llegamos hasta ese punto.
También
están los momentos en que hay una gran crisis, un reto, o un gran
sufrimiento. Entonces la mente está extraordinariamente quieta por
un instante porque ha recibido una sacudida. No sé si lo han
observado. Cuando uno mira la montaña en el atardecer o temprano en
la mañana, con esa luz extraordinaria sobre ella, las sombras, la
inmensidad, la majestuosidad, el sentimiento de soledad profunda,
cuando uno ve todo eso, la mente no puede absorberlo totalmente, por
el momento está en completo silencio. Pero pronto se sobrepone a esa
sacudida y responde conforme a su condicionamiento, a sus propios
problemas personales, etc. De manera que hay un instante en que la
mente está por completo silenciosa, pero no puede sostener ese
sentimiento de absoluta quietud. Esa quietud puede ser producida por
una emoción intensa. La mayoría de nosotros conoce esa sensación
de absoluta quietud cuando hay una gran sacudida. Esta puede
producirse en lo externo por algún incidente, o puede ser creada
artificialmente en lo interno mediante una serie de preguntas
imposibles como las que se formulan en alguna escuela Zen, o por
algún estado imaginario, alguna fórmula que fuerza la mente a
silenciarse -lo cual, evidentemente, es más bien infantil e
inmaduro. Para una mente que es capaz de percibir en el sentido de
que hemos estado hablando, esa percepción es acción. Para percibir,
la mente tiene que estar por completo silenciosa; de otro modo ella
no puede ver. Si quiero escuchar lo que usted está diciendo, tengo
que escuchar silenciosamente. Cualquier pensamiento errabundo,
cualquier interpretación de lo que usted está diciendo, cualquier
sentido de resistencia, impide el verdadero escuchar.
Por
lo tanto, la mente que quiere escuchar, observar, ver o estar atenta,
tiene que hallarse, por necesidad, extraordinariamente quieta. No es
posible que esa quietud se produzca con motivo de una conmoción
interna o por encontrarse la mente absorta en una idea particular.
Cuando un niño está absorto en un juguete, está muy quieto,
jugando. Pero es el juguete lo que ha absorbido la mente del niño y
ha hecho que permanezca quieto. Cuando se toma una droga o se hace
cualquier cosa artificial, existe este sentimiento de haber sido
absorbido por algo más grande; una pintura, una imagen, una utopía.
La mente puede llegar a estar silenciosa sólo mediante la
comprensión de todas las contradicciones, perversiones,
condicionamientos, temores, distorsiones. Nos preguntamos si esos
temores, desdichas, confusiones, pueden ser erradicados todos
instantáneamente, de manera que la mente esté serena para observar,
para penetrar en sí misma.
¿Puede
uno hacerlo realmente? ¿Puede uno mirarse a sí mismo, en completa
quietud? Cuando la mente se halla activa, entonces está deformando
todo lo que ve, traduciendo, interpretando, diciendo: “esto me
gusta” o “esto no me gusta”. Se torna tremendamente excitada,
emocional, y no es posible que una mente así pueda ver.
Nos
preguntamos por lo tanto: ¿pueden los seres humanos corrientes como
nosotros hacer esto? ¿Puedo mirarme a mí mismo, no importa lo que
yo sea, conociendo el peligro de palabras como “temor” o
“amargura”, y que la misma palabra impide el ver realmente “lo
que es”? ¿Puedo observar, dándome cuenta de las trampas del
lenguaje? No permitiendo tampoco que intervenga sentido alguno de
tiempo ningún sentido de “lograr algo”, de “destacarse
de algo” sino sólo observar silenciosamente, intensamente.
En ese estado de intensa atención son vistos los senderos ocultos,
los recónditos lugares jamás descubiertos de la mente. En ello no
hay análisis de ninguna clase, únicamente percepción. El análisis
implica tiempo y también el analizador y lo analizado. ¿Es el
analizador diferente de la cosa analizada? Si no lo es, el análisis
carece de sentido. Uno tiene que darse cuenta de todo, descartarlo
todo: tiempo, análisis, resistencia, el tratar de llegar al otro
lado, el vencer, etcétera, porque por esa puerta no hay fin para el
sufrimiento.
Después
de escuchar todo esto, ¿puede uno hacerlo realmente? Esta es una
pregunta de veras importante. No hay un “cómo”. No hay nadie que
le diga a usted qué hacer y que le dé la energía necesaria. Para
observar se requiere gran energía: una mente silenciosa es la
energía total sin desperdicio alguno; de otro modo, no está
silenciosa. ¿Y puede uno observarse con esta energía total, de
manera tan completa que el ver sea el actuar, y, por lo tanto, el fin
del problema?
Interlocutor:
Señor, ¿no es su pregunta igualmente imposibles?
Krishnamurti: ¿Es
ésta una pregunta imposible? Si es una pregunta imposible, ¿entonces
por qué están ustedes sentados aquí? ¿Simplemente para oír la
voz de un hombre que habla, para escuchar el río que fluye, para
disfrutar de unas agradables vacaciones entre estas colinas y
montañas y praderas? ¿Por qué no pueden hacerlo? ¿Es tan difícil?
¿Es cuestión de tener un cerebro muy hábil? ¿O es que ustedes
nunca se han observado realmente en sus vidas y por eso encuentran
esto tan imposible? ¡Uno tiene que hacer algo cuando la casa está
quemándose! ¡Usted no dice: “es imposible, no lo creo, no puedo
hacer nada al respecto” y se sienta a observar como arde! Usted
hace algo en relación con el hecho real, no algo relacionado con lo
que usted piensa que debería ser. El hecho real es la casa que se
está quemando; puede que usted sea incapaz de apagar el fuego
completamente antes de que llegue la bomba de incendios, pero
mientras tanto no existe tal “mientras tanto”- usted actúa
en relación con el incendio.
De
manera que cuando usted dice que es una pregunta imposible, tan
difícil, tan imposible como “poner un pato dentro de una botella
pequeña”, ello demuestra que no se da cuenta de que la casa está
ardiendo. ¿Por qué no se da uno cuenta de que la casa está
ardiendo? La casa significa el mundo, el mundo que es usted, con su
descontento, con todas las cosas que están ocurriendo dentro de
usted y en el mundo exterior. Si uno no es consciente de esto, ¿por
qué no lo es? ¿Es porque uno carece de talento, porque no ha leído
innumerables libros, o porque uno no es sensible como para percibir
lo que sucede dentro de uno mismo, y no se da cuenta de lo que
realmente está pasando? Si usted dice: “lo siento, no lo estoy”,
entonces, ¿por qué no lo está? Usted se da cuenta cuando tiene
hambre, cuando alguien lo insulta. Está muy alerta si alguien lo
adula o cuando desea satisfacer sus deseos sexuales. Entonces está
muy alerta. Pero aquí usted dice: “no lo estoy”. Por lo tanto,
¿qué ha de hacer uno? ¿Confiar en el estimulo e incentivo de
alguien?
Interlocutor:
Usted dice que tiene que haber una mutación y que se puede llegar a
ello mediante la observación de nuestros propios pensamientos y
deseos, y que esto tiene que ocurrir instantáneamente. He hecho esto
una vez sin que haya ocurrido cambio alguno. Si hacemos lo que usted
sugiere, ¿resultará en un estado permanente, o tendrá que hacerse
regularmente todos los días?
Krishnamurti:
¿Puede la percepción, que es acción, ocurrir una sola vez y para
siempre, o tiene que efectuarse todos los días? ¿Qué creen
ustedes?
Interlocutor: Creo
que puede ocurrir después de escuchar música.
Krishnamurti: Por
lo tanto, la música se torna necesaria como una droga, sólo que la
música es mucho más respetable que una droga. La cuestión es ésta:
¿tiene uno que observar todos los días, cada momento, o puede uno
observar un día tan completamente que la cosa termine del todo?
¿Puedo dormirme el resto del tiempo una vez que he visto la cosa
completamente? ¿Comprende la pregunta? Me temo que hay que observar
todos los días y no dormirse. Tenemos que estar atentos, no sólo a
los insultos, a la adulación, a la ira, a la desesperación, sino
también a la totalidad de las cosas que están ocurriendo todo el
tiempo a nuestro alrededor y dentro de nosotros. Uno no puede decir:
“ahora estoy completamente iluminado; nada podrá tocarme”.
Interlocutor: En
el momento, o en el minuto, o en el tiempo que toma lograr esa
percepción y comprender lo que ha ocurrido, ¿no está uno entonces
reprimiendo una reacción violenta que tuvo cuando recibió el
insulto? ¿No es esa percepción simplemente la represión de la
reacción que tendría lugar? En vez de reaccionar, uno percibe, y la
percepción puede ser sencillamente la represión de la reacción.
Krishnamurti: Ya
investigamos esto bastante a fondo, ¿no es así? Tengo una reacción
de disgusto; usted no me agrada y observo esa reacción. Si la
observo con mucha atención ella se abre, revela mi condicionamiento,
la cultura en que he sido criado. Si estoy aún observando y no me he
dormido, si la mente está observando lo que ha sido descubierto,
muchas, muchas cosas son reveladas; no hay problema de represión en
absoluto. Porque estoy interesado en ver lo que está ocurriendo, no
en ir más allá de todas las reacciones. Estoy interesado en
descubrir si la mente puede mirar, percibir la verdadera estructura
del yo, del ego, de mí mismo. Y ¿cómo puede en eso existir forma
alguna de represión?
Interlocutor: A
veces siento un estado de quietud; ¿puede surgir alguna acción de
esa quietud?
Krishnamurti:
Pregunta usted: “¿Cómo puede esta quietud mantenerse, sostenerse,
seguir funcionando?” ¿Es eso?
Interlocutor:
¿Puedo continuar con mi trabajo cotidiano?
Krishnamurti:
¿Puede surgir del silencio las actividades cotidianas? Todos ustedes
esperan que yo les de la contestación. Tengo horror de convertirme
en oráculo, y el hecho de que esté sentado en una tarima no me
confiere autoridad alguna. La pregunta es: ¿Puede la mente que está
muy quieta, actuar en la vida diaria? Si usted separa la vida diaria
de la quietud, de utopía, del ideal que es silencio- entonces
los dos nunca se encontraran. ¿Puedo mantener ambos divididos, puedo
decir: éste es el mundo, mi vida cotidiana, y éste es el silencio
que he experimentado, que he sentido dentro de mí? ¿Puedo trasladar
ese silencio a mi vida diaria? No es posible hacerlo. Pero si ambos
no están separados la mano derecha es la mano izquierda- y hay
armonía entre ambos, entre el silencio y la vida diaria, cuando hay
unidad, entonces uno nunca preguntará: “¿Puedo actuar desde el
silencio?”
Interlocutor:
Usted habla de una intensa percepción, de un mirar intenso, de un
ver intenso. ¿No podríamos decir que el grado de intensidad que uno
tenga es lo que primordialmente hace posible todo ello?
Krishnamurti: Uno
es vitalmente intenso y tiene esa intensidad profunda, básica; ¿es
eso?
Interlocutor: La
forma en que uno llega a ello con pasión no motivada, no por
ello, es lo que parece ser un requisito primordial.
Krishnamurti:
Requisito que ya tenemos. ¿Sí?
Interlocutor: Sí
o no.
Krishnamurti:
Señor, ¿por qué damos por sabidas tantas cosas? ¿No es posible
hacer un viaje y explorar, sin saber nada? ¿Un viaje dentro de uno
mismo, sin saber lo que es bueno o malo, lo que es correcto o
incorrecto, lo que debería ser, lo que tiene que ser, sino
simplemente hacer el viaje sin carga alguna? Esa es una de las cosas
más difíciles, el viajar internamente sin sentimiento alguno de
peso. Y mientras usted viaja, descubre, no parte diciendo desde el
comienzo: “esto no debería ser así”, o “esto debería ser”.
Aparentemente ésa es una de las cosas más difíciles de hacer, no
se por qué. Miren señores, no hay nadie para ayudarlos, incluyendo
al que les habla. No hay nadie en quien tener fe, y espero que no
tengan fe en nadie. No hay autoridad que pueda decirles lo que
es o lo que debería ser, decirles que caminen en una dirección y no
en otra, que se cuiden de los peligros, todos señalados ya para
ustedes; uno está caminando solo. ¿Puede usted hacer eso? Usted
dice: “no puedo hacerlo porque tengo miedo”. Tome entonces el
miedo e investíguelo hasta comprenderlo totalmente. Olvídese del
viaje, olvídese de la autoridad examine toda esta cosa llamada
miedo; miedo porque no hay nadie en quien pueda apoyarse, nadie que
le diga qué debe hacer, miedo porque podría cometer un error.
Cometa el error y al observarlo saltará instantáneamente fuera de
él.
Descubra
según camina. En ello hay más creatividad que en el acto de pintar,
de escribir un libro, de subir al escenario y hacer de sí mismo un
mono. Hay mayor si puedo usar la palabra- excitación, un mayor
sentido de...
Interlocutor:
¿Exaltación?
Krishnamurti: Oh,
no sugiera la palabra.
Interlocutor: Si
llevamos a cabo nuestra vida diaria sin introducir al observador,
entonces nada perturba el silencio.
Krishnamurti: Ese
es todo el problema. Pero el observador está siempre jugando tretas,
está siempre proyectando una sombra, y de ese modo creando más
problemas. Nos preguntamos si usted y yo podemos hacer un viaje
internamente sin saber nada y descubriendo según caminamos, nuestros
apetitos sexuales, nuestros anhelos e intenciones. Esa es una
aventura tremenda, más grande que la de ir a la Luna.
Interlocutor: Este
es el problema. Ellos sabían adónde iban, conocían la dirección a
seguir cuando decidieron ir a la Luna. Internamente no existe
dirección alguna.
Krishnamurti: El
caballero dice que ir a la Luna es algo objetivo, que sabemos adónde
ir. Aquí, al hacer un viaje internamente, no sabemos adónde vamos.
Por lo tanto hay inseguridad y temor. Si usted sabe adónde va nunca
penetrará en lo desconocido; por lo tanto, nunca será la persona
verdadera que descubre lo que es eterno.
Interlocutor:
¿Puede haber percepción inmediata, total, sin la ayuda de un
maestro?
Krishnamurti: De
eso es de lo que hemos estado hablando.
Interlocutor: No
terminamos la otra pregunta. Esto es un problema porque sabemos
adónde vamos; queremos continuar aferrados al placer, no deseamos
realmente lo desconocido.
Krishnamurti: Sí,
queremos continuar agarrados a los faldones del placer. Deseamos
aferrarnos a las cosas que conocemos. Y con todo eso deseamos
realizar un viaje. ¿Ha escalado alguna vez una montaña? Mientras
más cargado va, más difícil es. Aun para subir a esas pequeñas
colinas es bastante difícil hacerlo si usted lleva una carga. Y para
escalar una montaña, hay que estar más libre. No sé realmente cuál
es la dificultad. Queremos llevar con nosotros todo lo que conocemos:
los insultos, las resistencias, las estupideces, los deleites, los
regocijos, todo lo que hemos experimentado. Guando usted dice: “voy
a hacer un viaje llevando todo eso”, está haciendo un viaje a
alguna otra parte, no al interior de aquello que lleva consigo. Por
lo tanto, su viaje es imaginario, es irreal. Pero haga un viaje al
interior de las cosas que lleva, lo conocido no al interior de
lo desconocido- al interior de lo que ya conoce: sus placeres,
deleites, desesperanzas, sufrimientos. Haga un viaje al interior de
eso, porque eso es todo lo que tiene. Usted dice: “deseo hacer un
viaje al interior de lo desconocido llevando todo eso y añadir a eso
lo desconocido, añadir otros deleites, otros placeres”. O puede
que el viaje sea tan peligroso que usted diga: “no quiero hacerlo”.
Saanen,
Suiza, 8 de agosto de 1969
Contraportada
Con El vuelo del
águila, Paidós inicia la publicación de las más recientes
obras de J. Krishnamurti inéditas en idioma castellano. Nacido hace
79 años en la India Krishnamurti comienza desde muy temprana edad
una trayectoria jalonada de extraños y complejos acontecimientos que
desembocan en un vasto movimiento esotérico-religioso de dimensión
mundial, “toda una operación Barnum al decir de Roger Maria-
erigida artificialmente para convertirlo en un nuevo Mesías, el gran
misionero del siglo XX”. En la cumbre de su fama, adorado por
multitudes de seguidores, endiosado, glorificado, Krishnamurti se
rebela, renuncia a todo y hace añicos una estructura cuidadosamente
edificada para él a lo largo de 18 años. Se queda solo. Eso ocurre
en agosto de 1929. De entonces son sus palabras: “... sólo tengo
un propósito: hacer al hombre libre, incitarle hacia la libertad,
ayudarle a escapar de todas sus limitaciones”.
A partir de allí
Krishnamurti desarrolla una incansable labor a través de todo el
mundo; sus pláticas y escritos, originalmente en idioma inglés, se
difunden y traducen al francés, italiano, español, ruso, alemán,
portugués... Su obra despierta la atención de pensadores y
escritores de renombre universal: Bertrand Russell, Aldous Huxley,
Bernard Shaw, Henry Miller... Dice este último: “Si Krishnamurti
tiene una misión, esa misión consiste en despojar a los hombres de
sus ilusiones y alucinaciones, derribar los falsos pilares de
ideales, creencias y fetiches y todos los tipos de muletas, y
devolver así al hombre la plena majestad, la plena potencia de su
humanidad (...) Nunca conocí personalmente a Krishnamurti, aunque no
existe ningún hombre viviente a quien mas me sentiría honrado en
conocer”. (Los libros en mi vida). René Foueré, en su
prefacio a Krishnamurti y la revolución de lo real declara:
“Estas páginas pretenden llamar la atención de muchas mentes
acerca de una enseñanza que nunca fue más necesaria, sobre una
enseñanza que descubre el mal esencial del hombre y de todas sus
‘civilizaciones’ pasadas y presentes; la fuente profunda y sutil
de barbaries que resisten a las reformas así como a las revoluciones
más espectaculares y ruidosas”. El lector podrá apreciar que el
estilo de Krishnamurti es sencillo, claro directo, carece
completamente de complicaciones técnicas y puede ser entendido por
todos sin dificultad: “¡Uno debe hacer algo cuando la casa está
quemándose! Usted no dice, ‘es imposible yo no lo creo, nada puedo
hacer al respecto’ y se queda ahí sentado observándola arder.
Usted hace algo en relación con la realidad, no en relación con lo
que usted piensa que debería ser. La realidad es la casa que se
quema. Tal vez usted sea incapaz de apagar el fuego antes de que
lleguen los bomberos, pero entretanto y no hay ‘entretanto’
en absoluto- usted actúa en relación con el fuego”. Acción,
acción espontánea y directa frente al hecho que llama a actuar.
Acción sin “entretanto”, sin lucubraciones intelectuales que
postergan interminablemente. Acción sin tiempo.
No está demás, sin
embargo, advertir al lector que el enfoque de Krishnamurti puede
resultar desconcertante a veces para el modo habitual de encarar
psicológicamente la vida. Pero como este “modo” dio los frutos
que han llevado a la civilización hasta su alarmante disyuntiva
presente se justifica conceder a la palabra de Krishnamurti la
profunda, seria e inteligente atención que ella solicita.
Quizás esa palabra, que llega “al fondo de las cosas”, esté
señalando la dirección correcta.
La obra trata los
siguientes temas: la libertad, la fragmentación, la meditación,
¿puede cambiar el hombre?, por qué no podemos vivir en paz, la
totalidad de la vida, el temor, lo trascendental, la violencia, el
cambio radical, el arte de ver, penetrar en lo desconocido.