Jiddu
Krishnamurti
La libertad
interior
Primera
edición: Octubre 1993
Segunda
edición: Julio 1994
CAPÍTULO 1
La seriedad. Las
ideologías. La cooperación Las divisiones ideológicas y
religiosas. Los peligros de la autoridad. Las guerras. El problema
total y esencial del ser humano. La naturaleza del pensamiento.
Espero
que desde el primer día y durante estas reuniones seamos muy serios.
Temo que la mayoría de nosotros hayamos venido con un espíritu de
vacaciones a contemplar las colinas y las montañas, los verdes
valles y los arroyos que fluyen; a estar tranquilos, a encontrarnos
con los amigos y a divertirnos un poco, todo lo cual está bien; pero
si hemos de sacar algo que valga la pena de estas reuniones, tenemos
que ser muy serios desde el principio.
Hay
enormes problemas a los cuales hemos de enfrentarnos como seres
humanos. Como vivimos en un mundo insensato y estúpido tenemos que
ser serios. Y me parece que las personas que son realmente serias, en
su corazón, en su intimo ser no de un modo neurótico, ni con
arreglo a ningún principio o compromiso determinado-, tienen ese
carácter, esa condición de seriedad que es necesaria.
Cuando
uno observa lo que está pasando en este mundo: la situación de la
juventud, la ansiedad por la guerra, la pobreza extrema, los odios y
motines raciales, la forma lamentable en que los pequeños países
soportan su situación monetaria, etc., uno siente que no sabe lo que
está sucediendo. Hemos oído muchísimas explicaciones de los
filósofos, los intelectuales, los teólogos, los sacerdotes, los
psicólogos, de todas las burocracias organizadas, y así
sucesivamente. Pero las explicaciones no son bastante buenas, y aún
conociendo la causa de estas perturbaciones, no se resuelve la
cuestión. Aquí, durante estas reuniones, vamos a ser responsables
como individuos y como seres humanos: vamos a ver si podemos entender
el problema de nuestra existencia con su desorden, su caos, la
desdicha y el enorme dolor, que es a la vez interno y externo.
Evidentemente, estamos obligados a disipar las tinieblas que como
individuos hemos creado en nosotros y en los demás. Por eso, tenemos
que ser muy serios.
Como
ustedes saben existen personas que son serias de un modo neurótico;
creen que son serias si siguen cierto principio, creencia, dogma o
ideología, y si continúan practicándolo. Tales personas no son
serias. Tienen una creencia, y esa creencia engendra un
extraordinario estado de desequilibrio. De modo que uno tiene que
estar sumamente alerta para descubrir qué es lo que significa ser
serios.
Podemos
ver que las ideologías desempeñan un enorme papel en la vida del
hombre en todas las partes del mundo, y que, en efecto, dividen al
hombre en grupos: el republicano y el demócrata, la izquierda y la
derecha, etc. Separan a las personas y por su misma naturaleza, estas
ideologías llegan a convertirse en “autoridad”. Y entonces los
que asumen el poder tiranizan de manera democrática o despiadada.
Esto se puede observar en todo el mundo. Las ideologías, los
principios y las creencias, no solo separan a los hombres en grupos,
sino que en realidad impiden la cooperación; sin embargo, lo que
necesitamos en este mundo es cooperar, colaborar, actuar juntos, sin
que usted lo haga de una manera por pertenecer a un grupo, y yo de
otra. La división surge inevitablemente si usted cree en determinada
ideología, sea la comunista, la socialista, la capitalista, etc.;
sea cual fuere esa ideología, tiene que dividir y crear conflicto.
El
ideólogo no es serio, no ve las consecuencias de su ideología. Por
lo tanto, para ser en realidad serio, uno tiene que desechar
completamente, totalmente, estas divisiones nacionalistas y
religiosas, negar lo que es absolutamente falso: y entonces, como
resultado, quizás habría una posibilidad de ser real y
verdaderamente serios. Tenemos que construir un mundo enteramente
distinto, que nada tenga que ver con el mundo de hoy, lleno de
manías, conflictos y competencias, un mundo cruel, brutal y
violento.
Sólo
la mente religiosa es verdaderamente revolucionaria. No existe otra
mente revolucionaria; aunque se llame de extrema izquierda o de
centro, no será revolucionaria. La mente que a sí misma se llama de
izquierda o de centro está tratando con un fragmento de la totalidad
y divide incluso este fragmento en otras partes diversas. Esto no es,
en absoluto, una mente verdaderamente revolucionaria. La mente
realmente religiosa en el sentido profundo de esta palabra es
revolucionaria, porque esta más allá de la izquierda, de la derecha
y del centro. Comprender esto y cooperar unos con otros es producir
un orden social diferente. Y esa es nuestra responsabilidad. Si
pudiéramos desechar todas estas cosas pueriles, toda esta inmadurez,
creo que podríamos ser la sal de la tierra; y este es el único
motivo de habernos reunido. Ustedes no van a sacar nada de mí, ni yo
de ustedes. Lo que es absolutamente esencial no es posible lograrlo
por medio de una ideología. Creo que esto, desde el punto de vista
histórico y de los hechos, es muy obvio. Lo que está pasando en el
mundo muestra la división y el conflicto que crean las ideologías.
Si usted conoce y se adhiere a una ideología por superior, grande y
noble que sea, se incapacita para la cooperación. Quizás esa
ideología pueda dar lugar a una destructiva tiranía de la derecha o
de la izquierda, más no es posible que pueda traer la cooperación
de la comprensión y el amor.
La
solidaridad sólo es posible cuando no hay «autoridad» alguna. Como
ustedes saben, una de las cosas más peligrosas del mundo es la
«autoridad». Uno asume «autoridad» en nombre de una ideología o
en nombre de Dios o de la Verdad. Y es imposible que produzcan un
orden mundial el individuo o el grupo de personas que han asumido esa
«autoridad».
Espero
que ustedes estén escuchando todo esto y que no se hallen
hipnotizados por las palabras, ni siquiera por la intensidad del que
habla; espero que estén compartiendo estas cosas con él.
La
autoridad le da mucha satisfacción al hombre que la ejerce no
importa el nombre en que lo haga-; deriva inmenso placer de ello y
por lo tanto él es el más... Uno tiene que poner una atención
intensa en semejante persona. Desde el principio de estas charlas,
debemos tener bien claro por lo menos este punto: la seriedad implica
no aceptar ninguna autoridad, ni siquiera la del que está hablando.
Algunos vienen del Oriente y afirman, desafortunadamente, que tienen
las experiencias más extraordinarias: que pueden mostrar a otro el
pasado, que conocen alguna palabra que les ayudará a meditar con
máxima excelencia, etc. No sé si ustedes han caído en esta clase
de trampa; a muchas personas les ha pasado, a millares, a millones.
Tal autoridad le impide al ser humano ser una luz para sí mismo.
Cuando cada uno es luz para sí mismo, sólo entonces puede cooperar,
amar; sólo entonces hay un sentido de comunión de unos con otros.
Pero si usted tiene su particular autoridad, tanto si esa autoridad
es un individuo como si es una experiencia que usted mismo ha tenido
o conocido, entonces esa experiencia, esa autoridad, esa conclusión,
esa postura definida, impide una comunicación mutua. Sólo una mente
realmente libre es la que puede estar en comunión, la que puede
cooperar.
Durante
estos días les ruego que sean muy sensatos y no acepten la autoridad
de nadie, ni la propia cultivada mediante la experiencia, el
conocimiento u otras varias conclusiones a las que ustedes hayan
llegado- ni la autoridad del que habla, ni la de ningún otro. Sólo
entonces, cuando la mente es libre, libre de verdad, es cuando puede
aprender; una mente así es a la vez el maestro y el discípulo. Es
vital que comprendamos esto, porque es lo que vamos a investigar en
todas estas charlas y discusiones.
Uno
tiene que ser al mismo tiempo, para sí mismo, tanto el maestro como
aquello que es enseñado. Y esto únicamente es posible cuando hay un
sentido de observación, de ver las cosas en uno mismo tal como son.
Como ustedes saben, la mayoría de nosotros somos inconscientes de
nosotros mismos. No sé si habrán observado a las personas que
continuamente están hablando de sí mismas, haciendo la propia
valoración de su posición en la vida. «Primero yo, y en segundo
lugar todo lo demás».
Si
ha de haber solidaridad entre nosotros, comunicación y comunión
entre uno y otro, es evidente que tiene que desaparecer esta barrera
de «primero yo, y todo lo demás en segundo lugar». El «yo» asume
una importancia enorme. ¡Se expresa de tantas maneras! Por eso
llegan a ser un peligro las organizaciones. Y, sin embargo, es
necesaria la organización. Los que están a la cabeza de una
organización o que asumen el poder de ella, se convierten poco a
poco en la fuente de la «autoridad». Y con esas personas uno no
puede cooperar, no puede estar en comunión.
Tenemos
que crear un mundo nuevo. Estas no son meras palabras, una simple
idea. Tenemos que crear, efectivamente, un mundo por completo
diferente, en el que, como seres humanos, no estemos combatiendo unos
con otros, destruyéndonos mutuamente; en que uno no domine al otro
con sus ideas ni con sus conocimientos; en que cada ser humano sea
libre en realidad, no en teoría. Y sólo en esta libertad es posible
aportar orden al mundo. Vamos, pues, a desenredar si es que podemos,
la red que hemos tejido en torno a nosotros mismos, la cual impide la
cooperación y nos divide; y produce tan intensa ansiedad, dolor y
aislamiento.
Sería
maravilloso que, al terminar estas reuniones, pudiéramos salir y
decir. «Miren, lo he conseguido». No es que usted «posea» algo,
sino que usted mismo vea que está libre por completo, que se ha
convertido en un ser humano con vitalidad, energía, claridad e
intensidad. Así, pues, esa es la cuestión. Tal vez sea esto
demasiado, pero a menos que lo logremos, traeremos al mundo mucha
desdicha, y las guerras continuarán; de las cuales somos
responsables no los norteamericanos o los norvietnamitas-; todo
ser humano es responsable. Y los que viven en este país, exento de
peligros; son también responsables. Asimismo, todos lo somos por la
división que continúa en el mundo, no sólo en lo ideológico, sino
también en lo religioso. De modo que, por favor, si es posible,
vamos a poner en esto nuestra mente y nuestro corazón. Hacerlo no
requiere mucho esfuerzo intelectual. El intelecto nada ha resuelto.
Puede inventar teorías, puede dar explicaciones, puede ver la
fragmentación y crear más fragmentos. Pero siendo el intelecto un
fragmento, no puede resolver todo el problema de la existencia
humana. Tampoco pueden hacer nada el emocionalismo y el
sentimentalismo: ambos son también la reacción de un fragmento.
Unicamente
es posible actuar de manera completa, y no en fragmentos, cuando
vemos todo el problema humano en su totalidad, no sólo los
fragmentos. ¿Cuál es, pues, el problema? ¿En qué consiste el
problema total, esencial del ser humano, que una vez comprendido, una
vez visto (como vemos un árbol, una bella nube), nos permite
resolver todos los demás fragmentos? Partiendo de ahí usted puede
actuar. ¿Qué es, pues, esta percepción total, esta visión total?
Yo pregunto y ustedes tienen que hallar la respuesta. Si aguardan a
que yo dé la respuesta y la aceptan, entonces no será de ustedes;
entonces yo me convierto en «autoridad», cosa que aborrezco. ¿Cuál
es, pues, la respuesta de usted como ser humano que vive en este
mundo, con toda la confusión, los disturbios, las revoluciones; con
esta terrible división entre hombre y hombre; con una sociedad
inmoral, con la inmoralidad religiosa de los sacerdotes? Cuando usted
ve todo esto desplegado ante sus ojos, y ve la agonía del hombre,
¿cuál es su respuesta? ¿Cómo actúa según cada caso? O pertenece
usted a una parte, a un fragmento y trata de reducir todos los
fragmentos al suyo particular cosa que evidentemente muestra
mucha falta de madurez, de sentido-, o ve toda esta fragmentación y
este mismo hecho de ver le da una percepción total. ¿Cuál es,
pues, para usted el problema, la cuestión esencial, el reto único
que, habiéndolo comprendido totalmente, disuelve todos los demás
problemas, o le hace a usted capaz de comprenderlos o acometerlos?
Es
muy interesante -¿no es así?-, que descubra usted mismo cuál es la
cuestión esencial en la vida, no según la opinión del psicólogo,
del filósofo, del teólogo, o de Krishnamurti, no de acuerdo con
nadie, sino descubrirla usted mismo. ¿Cómo va usted a descubrirla?
Puede ser que no haya pensado sobre ello. O si lo ha pensado, ¿cómo
va a encontrar esa respuesta o cuestión esencial? ¿Va usted a
preguntarle a otro? Claro que no, porque cuando usted mira en
cualquier dirección, está mirando hacia la «autoridad». Lo que
dice la «autoridad» no es real, a usted le interesa la más
importante cuestión, y ésta tiene que descubrirla usted mismo. Si
no busca a otro para que le ayude a descubrir cuál es la cuestión
fundamental, verdadera, entonces, ¿qué hará usted? ¿Cómo la
descubrirá? Por favor, este es un asunto muy serio.
Primeramente,
ante todo, ¿se ha formulado alguna vez semejante pregunta? ¿Se ha
preguntado uno a sí mismo si hay una cuestión esencial, en cuya
comprensión está la respuesta de todas las demás cuestiones
menores? Si usted no se la ha formulado, yo se la planteo. Si la
escucha como espero que la esté escuchando, entonces ¿cómo va a
descubrirla?
¿Cómo
va a investigar? ¿Lo hará por medio del pensamiento, pensando mucho
sobre ello, sobre cada problema, cada cuestión, cada fragmento;
complicándose cada vez más, y luego llegando a una conclusión y
diciendo: «Esta es la cuestión esencial»? ¿Le ayudará el
pensamiento? ¿Le ayudará una indicación, por sutil que sea? Porque
si se fía de ella, usted está perdido otra vez. De modo que el
pensar sobre ello no da la respuesta, ¿verdad?
¿Cuál
es la naturaleza del pensamiento? El pensamiento, como uno puede
observar, surge de la memoria acumulada. Obsérvelo por usted mismo,
por favor. El reto para usted es éste: ¿cuál es la cuestión
esencial en la vida? El reto es nuevo, y si usted se enfrenta a él
en términos del pensamiento, lo hace partiendo de los recuerdos
acumulados y su respuesta vendrá de lo viejo. Esto está bastante
claro, ¿no es así?
Si
me aferro a mi hinduismo con todas sus supersticiones, creencias,
dogmas, tradiciones y toda esa tontería y aparece ante mí algo
nuevo, o surge un nuevo reto, sólo puedo responder partiendo de lo
viejo. Por eso veo que la respuesta de lo viejo no es el camino hacia
el descubrimiento. ¿Cierto? Por lo tanto, no dependeré del
pensamiento, aunque sea el de la persona más erudita, ni del mío
propio. De modo que desecho completamente (por favor, háganlo
mientras hablamos) el uso del pensamiento para investigar. ¿Puede
uno hacerlo? Parece fácil, pero, en realidad, ¿podemos hacerlo? Lo
cual significa que aquí tenemos un reto totalmente nuevo. Lo miro
con ojos nuevos, con claridad. El pensamiento, sin embargo, por muy
maduro, astuto y libre que sea, no trae claridad. Veo así que el
pensamiento no es el camino para descubrir lo esencial, de modo que
no desempeña papel alguno en esta búsqueda, en esta investigación.
¿Puede usted experimentarlo? Significa que el pensamiento, que es
viejo, que está interfiriendo de modo constante, ya no se impone ni
domina. ¿Qué ocurre entonces? Por favor, observe esto usted mismo.
Cuando usted ya no busca algo en términos de su condicionamiento,
entonces ha negado -¿no lo ha hecho usted?- toda la carga del ayer.
Lo
que trato de decir es en realidad muy sencillo, usted tiene que
hallar una nueva manera de vivir, de actuar, para poder descubrir lo
que significa el amor. Y para descubrir eso, no puede usar los viejos
instrumentos que tenemos. El intelecto, las emociones, la tradición,
el conocimiento acumulado: esos son los viejos instrumentos. Los
hemos utilizado de manera interminable, sin que hayan producido un
mundo diferente, un estado mental distinto; son completamente
inútiles. Tienen su valor en ciertos niveles de la existencia, pero
carecen de valor cuando estamos preguntando, cuando tratamos de
descubrir una manera de vivir que sea del todo nueva. Para decirlo de
otro modo: nuestra crisis no está en el mundo, sino en nuestra
conciencia. No se trata de poner fin a una guerra o de reformar
universidades o de dar más o menos trabajos, o más salario, etc.; a
ese nivel no hay respuesta. Cualquier reforma trae más complicación.
La crisis está en la mente misma, en la de usted en su conciencia, y
a menos que usted responda a esa crisis, a ese reto, usted aumentará,
de modo consciente o inconsciente, la confusión, la desdicha y la
inmensidad del dolor.
Nuestra
crisis está en la mente, en nuestra conciencia, y tenemos que
responder a ella de manera total. ¿Cuál es la verdadera respuesta,
la cuestión esencial? Es obvio, como hemos visto, que el pensamiento
no puede ayudarnos en este caso; lo cual no quiere decir que
lleguemos a ser personas irresolutas, que nos volvamos
inconsistentes, soñolientos, embotados. Cuando usted ya no usa el
pensamiento para descubrir por sí mismo cuál es la cuestión
esencial en la vida, ¿qué ha ocurrido entonces en la mente?
¿Comprende mi pregunta? ¿Nos estamos comunicando uno con otro? Por
favor, diga que sí o qué no. Para comunicarnos, para estar en
comunión uno con otro, tenemos que hacerlo al mismo nivel, al mismo
tiempo, y con la misma intensidad. Es como el amor, y si usted dice
que sí, ello significa que ha desechado por ahora el pensamiento
como instrumento para investigar. Entonces usted y el que habla están
al mismo nivel; ambos investigamos intensamente, y usted no está
esperando que sea yo quien se lo diga.
Cuando
le dice a alguien «te amo», puede ser que lo diga de un modo casual
y sin sentirlo realmente, o puede ser que usted lo diga con gran
intensidad y con un sentimiento profundo y urgente, mientras que la
otra persona se queda indiferente o se pone a mirar en otra
dirección; en ambos casos la comunión entre ambos deja de existir.
La comunión solamente es posible cuando ambos ponen toda su
intensidad, no de un modo casual o con reservas. Como usted sabe,
cuando usted y el otro son generosos -¿comprende?- se produce en
efecto una intensidad extraordinaria; dador y receptor dejan de
existir.
Así,
pues, ¿qué creen ustedes? ¿qué sienten? ¿cómo perciben lo que
es la cuestión esencial en la vida?
¿Vamos
a dejar esta cuestión hasta el martes por la mañana? ¿Quieren
algún tiempo para pensar sobre el asunto, para discutirlo con otras
personas, para sentarse bajo un árbol o en su habitación, y dejar
que venga a ustedes la respuesta? Si esperan a que el tiempo les
ayude, el tiempo no va a ayudarles. El tiempo es la cosa mas
destructiva.
Interlocutor. Usted
dijo que el pensamiento es producto de la memoria. Ahora me doy
cuenta de que la mayoría de mis pensamientos están muy
condicionados, pero no estoy muy seguro de que no sea posible que
otro pensamiento no esté condicionado por la memoria.
K.: ¿Hay algún
pensamiento que no esté condicionado? ¿Lo hay? O es que todo
pensamiento lo está? Evidentemente, todo pensamiento es la respuesta
de la memoria, la respuesta de la experiencia, la tradición y el
conocimiento acumulados.
¿Cuál
cree usted que es la cuestión esencial en la vida? Vamos a hablar de
ello unos minutos.
Interlocutor: Crear
armonía.
K.: ¿Dónde?
¿Internamente, externamente o en ambos niveles? ¿Cómo se puede
crear armonía fuera de uno mismo si no se es armónico internamente?
La armonía interior es lo primero, no la exterior. ¿Es esa la
cuestión esencial? ¿O podría ser que la armonía fuera un
resultado y no un fin en sí mismo? Existe, sobreviene. Es como estar
muy saludable y salir a dar un paseo. Pero el buscar la armonía como
un fin en ella misma... ¿es eso posible? Tiene uno que hallarla
internamente. Para lograrlo tiene que haber una investigación
tremenda dentro de sí: ver las contradicciones, los esfuerzos, la
disciplina, todo lo que entraña el problema. ¿Es esa la cuestión
esencial? Dice usted que la cuestión esencial puede ser la armonía,
pero puede ser el placer. Por favor, escuche lo que acabamos de
decir. Hemos dicho que la cuestión esencial, para la mayoría de las
personas, puede ser la urgencia de placer, su continuidad y
reforzamiento. El placer que se deriva de la seguridad, de la
experiencia sexual, es deliberado, no una cosa en sí misma. No sé
si está siguiendo la discusión. Saco placer de algo: el hacerlo me
da placer. Por eso es importante el acto del cual derivo placer: este
no es un fin en sí mismo, sino que resulta de algún acto. De modo
que ¿es ese el reto? ¿es esa la cuestión esencial?
Por
favor, mire el mundo, mire todas las cosas que están sucediendo: el
extraordinario progreso técnico, las guerras, la sociedad opulenta y
la pobreza, una nación luchando contra otra por su seguridad, por su
gloria, etc. Todo eso es lo que esta pasando, está ahí, ante usted.
Si lo mira de modo objetivo, como miraría un mapa, tendría la
respuesta, que es: mirar.
Interlocutor: El reto
o la cuestión esencial es la responsabilidad de la relación.
K.: La responsabilidad de
la relación. ¿Es eso?
Interlocutor: Sólo es
parte de ello.
K.: Sí, también es un
fragmento. La relación: ¿Qué significa estar relacionado con
personas, con individuos; estar relacionado con el mundo, con la
naturaleza, con todo lo que está ocurriendo? ¿Cómo puede uno estar
relacionado, no simplemente con su esposa o marido, sino con todo lo
que acontece en el mundo? ¿Cómo es eso posible si usted está
aislado, si todo su pensamiento, su actividad, su ocupación, sus
palabras, le están aislando, que es como decir «Yo primero, y al
diablo con todos los demás»?
Tenemos
que detenernos por hoy, pero les ruego que no olviden esta cuestión.
Pongan su mente y corazón en ver el mundo como es, no como creen que
debería ser, sino como es en realidad. Cuando ustedes lo vean
claramente, el mismo acto de ver puede darles la respuesta.
CAPÍTULO 2
El problema total y
esencial del hombre. La libertad. El condicionamiento y las
diferencias ideológicas. Los sistemas, métodos o disciplinas. La
autoridad.
Es
importante saber lo que es la cooperación, y cuándo cooperar, o
cuándo no hacerlo. Para conocer el estado de la mente que no quiere
cooperar, tiene uno que aprender también lo que significa cooperar;
ambas cosas son importantes. Seguramente la mayor parte de nosotros
cooperamos cuando tenemos un interés personal, cuando vemos
provecho, placer o ganancia en hacerlo. Entonces sí cooperamos
generalmente; ponemos en ello nuestro corazón y nuestro
entendimiento. Nos entregamos a un compromiso, a algo en que creemos;
con esa autoridad, con ese ideal cooperamos en efecto. Pero también,
es muy importante aprender cuándo no cooperar. Muchos no estamos
dispuestos a averiguar lo que es no cooperar, cuando estamos en
actitud de cooperar. Ambas cosas van juntas realmente.
Es
importante saber que si cooperamos con una idea, con una persona, si
adoptamos una actitud hacia aquello con que cooperamos, entonces cesa
la cooperación. Cuando termina el interés por esa idea, por esa
autoridad, rompemos con ella; y entonces tratamos de cooperar con
otra idea o autoridad. Todo eso, seguramente, se basa en el propio
interés y cuando esa cooperación que es interés propio ya no trae
ganancia, beneficio o placer, entonces dejamos de cooperar.
Saber
cuándo no cooperar es tan importante como saber cuándo hacerlo. La
cooperación tiene realmente que surgir de una dimensión del todo
distinta. De este asunto vamos a hablar luego.
Preguntábamos,
cuando nos reunimos la última vez: «¿Cuál es la cuestión
esencial en la vida?» No sé si ustedes han examinado esto, y si han
pensado sobre ello. Pero, ¿cuál creen ustedes que es el problema
central en la vida humana, tal como se vive en este mundo, con todo
este desorden, el caos, la desdicha, la confusión; con personas que
tratan de dominarse unas a otras, etc.? Yo me pregunto cuál es para
ustedes la cuestión central, o el único reto, al que se ha de
responder cuando uno ve realmente lo que está pasando por todo el
mundo: el conflicto de varias clases, el conflicto estudiantil y
político, las divisiones entre hombre y hombre, las diferencias
ideológicas por las cuales estamos dispuestos a matarnos unos a
otros, las religiosas, que engendran la intolerancia; las diversas
formas de brutalidad, etc. Viendo todo eso desplegado ante nosotros,
en realidad, no en teoría, ¿cuál es la cuestión central?
El
que habla va a señalar cuál es la cuestión central. Y les ruego
que no muestren asentimiento ni disconformidad con lo que diga.
Examínenlo, mírenlo, vean si es verdad o falso. Para descubrir lo
que es verdadero, uno tiene que mirar objetivamente, con rigor, y
también con penetración. Tiene uno que mirarlo con el interés
personal que se concede cuando está uno pasando por una crisis en su
vida, cuando todo el ser se enfrenta a un reto. La cuestión central
es la completa y absoluta libertad del hombre, primero en el aspecto
psicológico o interno, y luego en el externo. No hay división
alguna entre lo interno y lo externo, pero para verlo claramente uno
tiene que comprender primero la libertad interna. Tenemos que
descubrir si de alguna manera es posible vivir en este mundo en
libertad psicológica, sin retirarse neuróticamente a algún
monasterio, ni apartarse en una torre aislada de la propia
imaginación. Viviendo en este mundo, ese es el único reto que uno
tiene: la libertad. Si no hay libertad interior, entonces empieza el
caos y surgen los innumerables conflictos psicológicos, las
oposiciones e indecisiones, la falta de claridad y de penetración
profunda que, evidentemente, se expresan en lo exterior. ¿Puede uno
vivir en este mundo libremente, sin pertenecer a ningún partido
político, ni al comunismo ni al capitalismo; sin pertenecer a
ninguna religión: sin aceptar ninguna autoridad exteriormente? Uno
tiene que acatar las leyes del país (seguir hacia la derecha o hacia
la izquierda al conducir) pero la decisión de obedecer, de
consentir, viene de la libertad interna; la aceptación de los
requerimientos del mundo exterior, de la ley externa, es la
aceptación que brota de una libertad interna. Esa es la cuestión
central, no otra.
Nosotros,
los seres humanos, no somos libres, estamos fuertemente condicionados
por la cultura en que vivimos, por el ambiente social, la religión,
los intereses creados del ejército o de la política, o por el
compromiso ideológico al que nos hemos entregado. Así
condicionados, somos agresivos. Los sociólogos, los antropólogos y
los economistas explican esta agresión. Hay dos teorías: o ha
heredado usted del animal este espíritu agresivo, o bien la sociedad
que cada ser humano ha contribuido a establecer, le impele, le
obliga, le fuerza a ser agresivo. Pero el hecho es más importante
que la teoría. No importa si la agresión viene del animal o de la
sociedad. Somos agresivos, brutales; no somos capaces de mirar y
examinar imparcialmente las sugerencias, el punto de vista o el
pensamiento de otro.
Como
estamos condicionados, la vida se vuelve fragmentaria. La vida, que
es el vivir diario, los pensamientos cotidianos, las aspiraciones, el
sentido de superación cosa tan fea- todo eso es fragmentario.
Este condicionamiento convierte a cada uno en un ser humano
egocéntrico, que lucha por su «yo», por su familia, por su nación,
por su creencia. Y, por lo tanto, surgen las diferencias ideológicas.
Usted es cristiano, y otro es musulmán o hindú. Ambos pueden
tolerarse mutuamente, pero en lo fundamental, internamente, hay honda
división y menosprecio, uno de los dos se siente superior, y todo lo
demás. Así, este condicionamiento, no sólo nos vuelve
egocéntricos, sino que, además, en ese egocentrismo está el
proceso de aislamiento, de separación, de división, y esto hace que
nos sea imposible cooperar del todo.
Uno
se pregunta: ¿Es posible ser libre? ¿Es posible que nosotros, tal
como somos, seres condicionados, moldeados por toda clase de
influencias por la propaganda, por los libros que leemos, el
cine, la radio, las revistas, todos haciendo impacto en la mente,
moldeándola- vivamos en este mundo completamente libres, no sólo de
manera consciente, sino en las raíces mismas de nuestro ser? Ese, me
parece, es el reto, el único problema. Porque si no se es libre, no
hay amor; hay celos, ansiedad, miedo, predominio, la búsqueda del
placer sexual o de otra índole. Si no se es libre, no se puede ver
claramente y no hay sentido de la belleza. Esto no es mera
argumentación para sostener una teoría de que el hombre tiene que
ser libre; una teoría así se convierte también en una ideología
que igualmente dividirá a las personas. De manera que si para
ustedes esa es la cuestión básica, el principal reto de la vida, no
se trata entonces de si usted es feliz o desgraciado eso se
vuelve secundario- de si puede usted vivir en armonía con otros o de
si sus creencias y opiniones son más importantes que las del otro.
Todas esas cuestiones secundarias serán contestadas si esa cuestión
central es comprendida y resuelta completamente, profundamente. Si
usted en realidad cree que ese es el reto único en la vida: ver los
hechos reales que están a nuestro alrededor y los que están dentro
de nosotros; ver lo estrechos de mente, mezquinos y pequeños que
somos; cómo estamos llenos de ansiedad, de culpabilidad y temor; si
ve que el depender de las ideas, opiniones y juicios de otras
personas, que el rendir culto a la opinión pública, el tener héroes
y modelos, crea fragmentación y división; si usted mismo ha visto
muy claramente todo el mapa de la existencia humana, con sus
nacionalidades y guerras, las divisiones de dioses, sacerdotes e
ideologías, el conflicto, la desdicha y el dolor; si usted mismo ve
todo esto, no por información de otro, no como una idea, ni como
algo a que debe aspirar, entonces hay en usted un completo sentido
interno de libertad; entonces no hay miedo a la muerte: entonces
usted y el que habla estamos en comunión; usted y el que habla
podemos comunicarnos. ¿Es eso en verdad posible?
Podemos
entonces penetrar en el problema paso a paso. Pero si para usted ese
no es el interés principal, si ese no es el reto principal, y se
pregunta si es posible que un ser humano encuentre a Dios, la Verdad,
el Amor y todo lo demás, no es usted libre. ¿Cómo puede entonces
encontrar algo, cómo puede explorar, hacer un viaje, si lleva toda
esa carga, todo ese temor que ha acumulado generación tras
generación? Ese es el único problema: si es posible que los seres
humanos, usted y yo, seamos realmente libres.
Tal
vez usted diga que no podemos estar libres del dolor físico. Casi
todos hemos tenido algún dolor físico de una u otra clase, y si
usted es realmente libre, sabrá cómo tratar ese dolor. Pero si está
asustado, si no es libre, entonces la enfermedad se convierte en una
espantosa carga. De modo que si usted y el que habla ven esto
claramente, sin que el expositor le imponga sus ideas o influya en
usted, o que por motivo del énfasis de sus palabras usted lo siga de
modo consciente o inconsciente, entonces habrá comunicación entre
ambos. Por favor, vea la importancia de esto. Si también ve la
verdad de ello, entonces usted y yo juntos podemos descubrir si es de
algún modo posible llegar a ser libres totalmente, por completo.
¿Podemos partir de este punto? Mientras empezamos a examinar y
comprender la cuestión, se irán aclarando sus enormes implicaciones
y la naturaleza y cualidad de la misma. Pero si usted dice: «No es
posible» o «es posible», entonces ha dejado usted de inquirir, ha
perdido el sentido de la dirección que le conduce a ver el problema.
De manera que, si me permite indicarlo, no se diga a usted mismo que
es o que no es posible. Hay intelectuales y otras personas que dicen:
«No es posible; por lo tanto, condicionemos mejor la mente;
reeduquémosla primero y luego hagámosla cumplir, obedecer, seguir,
aceptar, tanto en lo exterior, técnicamente, como en lo interior,
para seguir la autoridad del Estado, del gurú, del sacerdote, del
ideal», etc. Y si dicen «es posible», entonces se trata sólo de
una idea, no de un hecho real. La mayoría de nosotros vivimos en un
mundo de vacío, irreal, ideológico. Un hombre dispuesto a penetrar
en el problema de manera profunda, ha de ser libre para observar, ha
de librarse de afirmar qué es o qué no es posible. De modo que,
para examinar esta cuestión, empecemos por la libertad; la
libertad no está al final.
Este
es el problema: si es posible que un ser humano, usted, un individuo,
aún viviendo en este mundo, yendo a la oficina o atendiendo la casa,
teniendo niños, viviendo en esta sociedad tan compleja, o
conviviendo en íntima relación con otro, si es posible que sea
libre. ¿Es posible que un hombre viva con una mujer, en una relación
de completa libertad, en que no haya autoridad, celos, obediencia y,
por lo tanto, una relación en que quizás haya amor? Bien, ¿es esto
posible?
Si
no hay libertad, ¿cómo podemos ver claramente cualquier cosa: los
árboles y las estrellas, el mundo y la sociedad que el hombre ha
creado, ese mundo que es usted mismo? Si al acercarse a lo que desea
lo mira con una idea, una ideología, con miedo, esperanza o
ansiedad, con sentimiento de culpabilidad y el resto de toda esta
agonía, es evidente que no podrá ver.
Si
usted ve, lo mismo que el que habla, la importancia de ser libre por
completo: libre de temor, de celos, de ansiedad, del miedo a la
muerte y del miedo a no ser amado, del temor a la soledad y del temor
de no tener éxito, de no ser famoso, de no triunfar, ya saben
ustedes, de todos los temores; si para usted ésta es la cuestión
central, entonces podemos partir de ahí. La libertad completa es lo
fundamental en la existencia humana, porque el hombre ha buscado la
libertad desde el principio mismo del tiempo, pero ha dicho: «Hay
libertad en el cielo, no en la tierra». Cada grupo, cada comunidad,
tiene una idea diferente de la libertad. Descartando, dejando a un
lado todo eso, preguntamos si viviendo aquí, ahora, es posible ser
libre. Si usted y yo vemos este factor común como único reto en la
vida, entonces podemos empezar a descubrir por nosotros mismos la
manera de abordarlo, de observarlo, de llegar hasta él. ¿Vamos a
partir de ahí?
En
primer lugar, ¿es que hay un sistema? Por favor, reflexionemos sobre
esto juntos. ¿Existe un sistema, un método? Todo el mundo dice que
lo hay. «Haga esto, haga aquello, siga a este gurú, siga este
sendero, medite de esta manera», dicen. Usted sigue un sistema, para
ir creando gradualmente, paso a paso, un molde al que usted se
ajusta, con la esperanza de alcanzar esta extraordinaria libertad que
todos prometen. Eso es, pues, lo primero que tiene uno que
investigar, no verbalmente, sino en la acción, de modo que si no es
un hecho real, los destruirá usted, y nunca, bajo ninguna
circunstancia, aceptará un sistema, un método, una disciplina. Por
favor, vea la importancia de las palabras que estamos usando. Un
sistema implica la aceptación de una autoridad que le da a usted el
sistema. Y seguir ese sistema implica disciplina, hacer la misma cosa
repetidamente, reprimiendo los propios requerimientos y respuestas a
fin de ser libre.
¿Hay
verdad en toda esta idea de un sistema? Siga esto con cuidado tanto
internamente como en lo externo. El comunista promete una utopía y
el gurú, el instructor, el salvador dice: «Haz esto». Vea las
implicaciones en ello. No queremos hacer esto demasiado complejo al
principio; llegará a ser muy complejo a medida que avancemos. Pero
si se acepta un sistema, tanto en la escuela, en política o
internamente, entonces no se aprende, no hay comunicación directa
entre el maestro y el estudiante. Por otro lado, cuando no hay
distancia entre el profesor y su alumno, entonces ambos están
examinando, discutiendo, y hay libertad para observar y aprender.
Si
usted acepta un régimen rígido, establecido por algún infortunado
gurú y éstos son muy populares en el mundo- y usted lo sigue,
¿qué es lo que ha pasado realmente? Usted se está destruyendo para
alcanzar la libertad prometida por otro, entregándose a algo que
puede ser falso por completo, demasiado estúpido, sin que tenga
realidad alguna en sí. Por lo tanto, uno tiene que ver muy claro
esto, desde el principio. Si lo ve muy claro, ya lo ha descartado por
completo y nunca volverá a ello. Comprende que entonces ya no
pertenece a ninguna nación, ideología, religión, partido político:
todas esas cosas se basan en fórmulas, ideologías y sistemas que
prometen algo. Ningún sistema en el mundo exterior va a ayudar al
hombre: al contrario, van a dividirlo. Esto es lo que siempre ha
estado pasando en todas partes. Además, aceptar internamente a otro
como autoridad, aceptar la autoridad de un sistema, es vivir en
aislamiento, separado de los demás. Por consiguiente, no hay
libertad.
Así,
pues, ¿cómo comprende y obtiene uno la libertad de manera natural?
Porque esta no es una cosa que usted busca a tientas, a la cual se
aferra o que cultiva. Lo que se cultiva es algo artificial. Si ve la
verdad de esto, entonces para usted no tienen valor en absoluto
ninguno de los sistemas y métodos de meditación. Y así habrá
destruido usted uno de los mayores factores de condicionamiento.
Cuando vea la verdad de que ningún sistema jamás ayudará al hombre
a ser libre, cuando vea la verdad de ello, ya estará libre de esa
enorme falsedad.
¿Está
usted libre de ella ahora, no mañana, no en días venideros, sino
realmente ahora? No podemos avanzar más hasta que cada uno de
nosotros comprenda esto, no en lo abstracto, no como una idea, sino
que vea en efecto el hecho en sí, porque cuando uno ve el hecho de
que esta falsedad no tiene valor, ésta se desvanece, llega a su fin.
¿Podemos discutir este asunto no con argumentos a favor o en contra
del mismo, sino mirarlo efectivamente, examinarlo, hablar de ello
juntos, como dos amigos, para descubrir si es real?
¿Comprende
usted lo que estamos haciendo? Estamos viendo los factores del
condicionamiento. Estamos viéndolos, no haciendo algo en relación
con ellos. El verlos constituye el hecho en sí. ¿No es cierto? Si
veo un abismo, actúo; surge la acción inmediata, Si veo algo que es
venenoso, no lo tomo; para mí ha terminado: la no acción es
instantánea. Vemos, pues, el hecho de que uno de los grandes
factores condicionantes es esta aceptación de sistemas, con toda la
autoridad, con todas las sutiles gradaciones involucradas en los
mismos. ¿Podemos discutirlo? ¿O el que habla les ha abrumado?
Espero que no.
Interlocutor: Es muy
fácil seguirle a usted verbalmente, en las palabras; en las ideas,
no es muy difícil...
K.: ...Pero
desembarazarse realmente de la aceptación de sistemas, es cuestión
muy distinta, ¿no es cierto? ¿Qué quiere usted decir cuando
afirma: «Le sigo a usted verbalmente, claramente»? ¿Quiere decir:
«Comprendemos las palabras que usted dice, oímos las palabras y
nada más»? ¿Qué quiere decir eso? Usted escucha las palabras y es
evidente que puede escuchar algunas que carecen de todo sentido. La
pregunta es: ¿Cómo es posible escuchar las palabras de manera que,
al mismo tiempo, el propio escuchar sea la acción? A1guien dice:
«Comprendo intelectualmente eso de que usted habla, las palabras son
claras, tal vez el razonamiento es bastante bueno, un tanto lógico,
etc., etc. Comprendo todo eso intelectualmente, pero la acción
efectiva no se realiza. No estoy libre por completo de aceptar
sistemas». Ahora bien, ¿cómo se va a salvar esta separación entre
el intelecto y la acción? ¿Está eso claro? Por las palabras,
intelectualmente, comprendo lo que usted ha dicho en la mañana de
hoy, pero no existe una libertad real derivada de esa comprensión;
¿cómo se va a convertir en acción instantáneamente este concepto
intelectual? Pero, ¿por qué creemos comprender intelectualmente?
¿Por qué ponemos ante todo la comprensión intelectual? ¿Por qué
prevalece ésta? ¿Entiende usted mi pregunta? Estoy seguro de que
todos creen comprender intelectualmente, muy bien, lo que está
explicando el que habla, y entonces usted se dice a sí mismo: «¿Cómo
voy a poner eso en acción?» De modo que la comprensión es una
cosa, y la acción otra; luego, estamos pugnando por tender un puente
entre ambas. Pero, ¿es que existe siquiera la comprensión
intelectual? Puede que ello sea una falsa afirmación que se
convierte en un bloque mental, en un impedimento. Mire usted, vea,
observe con cuidado porque esto se convierte en un sistema
-¿entiende?-. El sistema que todos usan: «Intelectualmente
comprendo». Y puede ser falso por completo.
Todo
lo que queremos decir es: «Oigo lo que usted está hablando», oigo
las vibraciones de esas palabras pasar por mis oídos. Y eso es todo.
No ocurre nada. Es como un hombre o una mujer que tiene mucho dinero
y oye la palabra «generosidad», percibe vagamente la belleza de
ésta, pero vuelve a la avaricia, a la falta de generosidad. No
digamos, pues, «comprendo»; no nos permitamos afirmar: «He captado
lo que usted dice», cuando simplemente hemos oído muchas palabras.
La pregunta es entonces: ¿Por qué no ve usted la verdad de que
ningún sistema, exterior o interno, va a traer la libertad, va a
librar al hombre de su desdicha? ¿Por qué no ve usted esta verdad
instantáneamente? Ese es el problema, y no el de cómo tender un
puente para salvar la distancia entre estos dos hechos: el de captar
intelectualmente algo y el ponerlo en acción. ¿Por qué no ve la
completa verdad en todo esto? ¿Qué le impide verla?
Interlocutor. Creemos
en el sistema.
K.: Creemos en el
sistema. ¿Por qué? Ese es su condicionamiento. Su condicionamiento
está dictando constantemente; le impide ver la verdad de uno de los
factores más grandes en la vida que llevan al hombre a aceptar el
sistema; el que establece, por ejemplo, la diferencia de clases, la
guerra, o el que promete la paz, que a su vez es destruida por la
nacionalidad, que es otro sistema. ¿Por qué no vemos esta verdad?
¿Es porque tenemos intereses creados en el sistema? Es que si
viéramos esta verdad, podríamos perder dinero, podríamos no
conseguir un empleo, estaríamos solos en un mundo monstruosamente
feo. De modo que, consciente o inconscientemente, decimos: «Comprendo
muy bien eso de que habla usted, pero no puedo ponerlo en acción.
Adiós». Y así termina todo -lo cual sería más honrado.
Interlocutor: Señor,
para que nos comuniquemos con usted o con los otros tenemos que estar
en movimiento, y el movimiento requiere energía. La pregunta es:
¿por qué ocurre que a veces podemos producir esta energía y a
veces no?
K.: Bueno, mientras
escuchamos esta pregunta, ¿por qué no ve usted la verdad del hecho
de que los sistemas nos destruyen y nos dividen? Para verla usted
necesita energía. ¿Por qué no tiene la energía para verla ahora,
no mañana? ¿Es que no tiene la energía para verla ahora porque
está asustado? ¿No es que inconscientemente, muy adentro de usted
mismo, pone usted resistencia porque tendría que renunciar a su
gurú, a su nacionalidad, a su particular ideología, etc., etc.? Por
eso dice: «Comprendo intelectualmente».
Interlocutor: El
sistema le impide a uno ver la verdad del asunto.
K.: Lo cual es cierto. El
sistema le educa a usted, afirma su personalidad, le da una posición,
por consiguiente, usted no pone en tela de juicio el sistema, externa
ni internamente. Un comunista bien establecido en el campo del
comunismo, no pondrá en duda el sistema, porque en el mismo acto de
hacerlo, éste se destruiría. Para él la tiranía es importante,
tanto interna como externamente. Pero esa no es nuestra pregunta.
¿Por
qué, mientras está usted escuchando, no tiene energía para
observar? A fin de tener la energía necesaria para observar, ha de
estar atento, ha de poner su mente y corazón en la observación.
¿Por qué no lo hace?
Interlocutor: ¿Qué
le dice usted al hombre que teme observar?
K.: Es evidente que no
puede usted forzarlo a observar. No puede engatusarlo, no puede
prometerle que si observa, conseguirá algo. Usted puede decirle: «No
se moleste en observar, pero dése cuenta de su miedo». «No se
moleste en ver este factor de los sistemas que se han desarrollado al
correr de los siglos, pero dése cuenta de su propio temor». Pero él
puede muy bien decir: «No deseo ni siquiera darme cuenta, no quiero
ni aún tocarlo, acercarme a él». Entonces usted no puede ayudarle
porque él mismo se inhibe de observar, pues cree que si
observa perderá su familia, su dinero, su posición, su empleo todo
lo demás- lo que significa que perderá su seguridad. Teme perder la
seguridad. Pero mire usted lo que está sucediendo, porque todo ello
no es más que una idea.
¿Me
entiende? Puede ser que nunca pierda su seguridad, puede ocurrir
alguna otra cosa.
El
pensamiento le dice: «Cuidado, no observe». El pensamiento crea el
miedo. Le impide observar diciendo: «Si efectivamente observa, puede
crear una gran confusión en su vida. ¡Como si no estuviera ya
viviendo en confusión! De modo que el pensamiento crea el temor e
impide ver la verdad de que ningún sistema en la tierra de Dios, en
el mundo de cualquier gurú, salvador o «comisario», lo va a
liberar a usted.
Interlocutor: Tal vez
una persona no pueda darse cuenta del temor porque no sabe lo que es.
K.: ¡Ah! bien, si no
sabe lo que es el temor, no hay problema. Entonces usted está libre.
Aún las pobrecitas aves están asustadas.
El
hecho de que el hombre haya aceptado los sistemas como inevitables,
es uno de los mayores impedimentos de la mente humana. Estos sistemas
han sido creados por el hombre en su búsqueda de seguridad. La
búsqueda de seguridad por medio de sistemas está destruyendo al
hombre, cosa evidente cuando uno ve lo que pasa en el mundo exterior,
y lo mismo ocurre internamente; mi gurú, el de usted, mi verdad y la
de usted, mi sendero y el suyo, mi familia y la suya.
Todo
esto está impidiendo que el hombre sea libre. Ahora bien, el ser
libre da a la vida un sentido totalmente distinto. El sexo puede
tener un significado del todo diferente. Entonces habrá paz en el
mundo, y no esta división entre hombre y hombre. Más usted ha de
tener la energía para ver, lo que significa observar con todo su
corazón y su mente, no observar con palabras, con los ojos llenos de
miedo.
CAPÍTULO 3
Los sistemas. Los
hábitos. La tradición. El condicionamiento. La seguridad. El
observador y lo observado. La mente condicionada.
Vivimos
en un mundo que está por completo roto y fragmentado, un mundo en
que hay una constante lucha de un grupo contra otro, de una clase,
una nación, una ideología contra otra, etc. Tecnológicamente ha
habido un gran adelanto, pero hay ahora más fragmentación que
nunca. Cuando uno observa de hecho lo que está sucediendo, ve que es
absolutamente indispensable que el hombre, es decir, cada uno de
nosotros, aprenda a cooperar. No hay nada en que nos sea posible
trabajar juntos, no importa que sea a favor de la nueva escuela o de
la relación de uno con otro o para terminar con las monstruosas
guerras que han proseguido, si cada individuo, si cada ser humano se
está aislando en una ideología, con su vida fundamentada en un
principio, una disciplina, una técnica, una creencia, un dogma. Con
una base como esa, no puede haber cooperación. Esto me parece obvio
en grado tal que no necesitamos discutirlo. Y estábamos examinando
el problema de si es absolutamente posible destruir todos estos
valores que uno ha establecido deliberadamente contra otros: si es
del todo posible que el hombre sea libre.
Decíamos
que la libertad, tanto en lo externo como en lo interno, no puede ser
producto de ningún sistema, lo mismo si es político que económico,
comunista o capitalista, ni de ninguna religión organizada, ni del
acto de seguir a determinado grupito separado de los demás.
Examinamos eso lo suficiente el otro día; dijimos además que a la
libertad no se llega por ninguna filosofía, por ninguna teoría
intelectual. Vamos, pues, a examinar esta mañana la posibilidad de
que cada uno de nosotros se libre realmente de cualquier sistema o
método. Es una de las cosas más complejas de comprender.
Cuando
hablamos de sistemas, no nos referimos sólo a seguir externamente
una creencia, un gurú, un instructor, una particular religión
organizada, etc.; sino también el hecho de seguir un hábito mental,
de vivir según cierta creencia, dogma o principio. Todo ello forma
una clase de sistema. Uno tiene que preguntar por qué el hombre
insiste en seguir un sistema. En primer lugar, por qué usted y yo
queremos un sistema internamente; y, en segundo lugar por qué
también queremos uno externamente, ¿Por qué quiere usted un
sistema, siendo el sistema una tradición, una disciplina, un hábito,
una serie de rutinas que la mente sigue? ¿Por qué? Si desechamos
una serie de rutinas entonces seguimos otra.
Decíamos
que la paz, el amor o la belleza no son posibles si no hay libertad
completa. Decíamos que, evidentemente, no es posible ser libres
totalmente, completamente, si en nuestro interior, psicológicamente,
seguimos un método, un sistema o un hábito particular que hemos
cultivado acaso durante muchos años o muchas generaciones, hábito
que se ha convertido en tradición. ¿Por qué hacemos esto? Espero
que mi pregunta esté clara. La tradición puede ser de ayer o de
hace mil años. Es una tradición creer que usted es católico
o protestante. Se trata de un sistema cuando dice «soy
francés» o usted pertenece a un grupo determinado o piensa con
arreglo a una cultura determinada. ¿Por qué hacemos esto? ¿Es que
la mente está buscando seguridad, tratando de estar a salvo, segura?
¿Puede alguna vez ser libre una mente que de manera constante busca
psicológicamente seguridad para sí misma? Y si no es libre, ¿puede
alguna vez ver la verdad? ¿Puede alguna vez ver lo verdadero por
medio de un sistema o tradición que le promete eventualmente la
belleza, un estado de mente indescriptible?
Por
favor, pensemos de nuevo en esto, más bien examinémoslo. Si se me
permite sugerirlo, no escuchen simplemente un número de palabras.
Decir «Intelectualmente comprendo» es una afirmación tan falsa...
Cuando decimos que entendemos intelectualmente, queremos decir que
oímos muchas palabras cuyo sentido comprendemos. Pero comprender
significa también acción inmediata; no es que primero hay
comprensión y más tarde, acaso muchos días después, viene la
acción. Usted ve el significado de este problema particular; ve que
no es posible que exista la libertad cuando se persigue algo o cuando
se acepta u obedece cualquier ideología o tradición determinada. Si
usted ve esto en realidad, no verbalmente, entonces hay acción, y lo
abandona de inmediato. Pero, decir «comprendo verbalmente eso de que
usted está hablando», es simplemente eludir el hecho real.
¿Por
qué, psicológicamente, queremos seguridad? Tiene que haber
seguridad material: alimentos, ropas y albergue. Eso es obvio. Pero,
¿por qué la mente busca certeza, exige una estructura que se
convierta en sistema que le dé seguridad? ¿Por qué? ¿Y por qué
insiste constantemente en su propia seguridad, en su propia
protección, en su propia certidumbre? ¿Puede jamás ser libre una
mente que psicológicamente esté segura de algo? Lo cual no
significa que la mente haya de estar siempre en un estado de
incertidumbre. Esto suscita un problema de dualidad. El conflicto, en
cualquier forma que sea, es un derroche de energía. Cuando hay
dualidad, hay conflicto, y éste en esencia es un completo
desperdicio de energía. Cuando la mente busca certeza, tiene que
crear inevitablemente el propio opuesto de ésta. Cuando mi mente
está buscando con insistencia un estado en el que no haya trastorno,
perturbación, conflicto, tiene que huir de modo inevitable hacia lo
opuesto, hacia el trastorno, la perturbación y el conflicto. Surge
la incertidumbre y la urgencia de certeza. Hay conflicto entre ambas
cosas, y este conflicto en que estamos presos la mayoría de nosotros
es un desgaste de energía. ¿Por qué, pues busca certeza la mente?
Ustedes
han oído cómo pasaba volando ese avión. Hacía mucho ruido. Antes
de eso ustedes prestaban atención y tal vez deseaban que el avión
no hubiera venido de manera alguna. ¿Cierto? Ustedes crean, pues, un
opuesto, hacen resistencia al ruido, cosa que gasta energía
inútilmente. Pero, si hubieran escuchado ese ruido sin hacer
resistencia, es decir, si le hubieran prestado toda su atención, no
les habría afectado nada, no habría habido ruido en conflicto con
un estado en que no existe el ruido. (Me pregunto si ustedes están
entendiendo todo esto).
Nos
preguntamos por qué ocurre que la mente siempre busca una imagen,
una fórmula, confiando en un estado de certeza que llega a ser el
sistema. Aunque la mente busque constantemente protección, una
sensación de seguridad y permanencia, nunca preguntamos si es que
existe del todo semejante estado. Lo deseamos. Lo exigimos, pero
¿existe tal estado? Deseo una relación permanente con mi amigo, con
mi esposa; y la urgencia de tal relación permanente es el sistema,
la tradición, la estructura que va a establecer un sentido de
permanencia en esa relación.
Por
eso me pregunto: ¿Por qué no puede la mente vivir libre? ¿Por qué
se aferra a fórmulas y sistemas? Es obvio que tiene miedo y que
desea alguna imagen, algún símbolo, fórmula o sistema en los que
pueda apoyarse. (Por favor, obsérvelo en usted mismo). Y cuando se
agarra a algo en forma desesperada, no sólo teme perderlo, sino que
ese mismo hecho de aferrarse a algo, ese miedo mismo de perderlo,
está creando el propio opuesto de ello. Hay lucha entre el deseo de
certeza y el miedo de no estar seguro. Y prosigue una batalla.
La
mente puede inquirir si hay en la vida permanencia psicológica;
puede tratar de descubrir si de algún modo es posible tal estado. ¿O
no puede ser que descubra que la vida es un constante movimiento, un
estado en que siempre está ocurriendo lo nuevo? Pero la mente no
puede ver lo nuevo, porque constantemente está viviendo en el
pasado. El pasado, que es el sistema. Cuando usted dice: «soy
cristiano» o «soy hindú», el que habla es el pasado y usted no
puede ver nada nuevo. Y la vida puede ser algo extraordinario en su
movimiento mismo, precisamente ese movimiento que es lo nuevo y que
nosotros rechazamos. Este movimiento es la libertad.
Sólo
hay una cuestión, una crisis o reto para el hombre, que consiste en
que tiene que ser completamente libre. Mientras la mente se aferre a
una estructura, a un método, a un sistema, no habrá libertad.
¿Puede abandonarse por completo esta estructura, inmediatamente?
(¿Entienden ustedes la pregunta?) El condicionamiento de la mente,
que ha continuado durante muchos años o siglos, ese mismo
condicionamiento es el sistema, la tradición, el hábito, etc.
Mientras la mente esté cautiva en todo eso, nunca podrá ser libre.
Y esta libertad no está al final; no es una cuestión de liberarse
con el tiempo; no existe eso de liberarse «eventualmente», es
decir, «llegar a ser» libre mediante una disciplina, una fórmula.
La fórmula o el sistema sólo sirve para reformar el
condicionamiento aunque de maneras distintas y no hay libertad. La
pregunta es, por lo tanto: ¿Es posible que una mente condicionada en
forma tan excesiva quede libre por completo de este condicionamiento,
inmediatamente? Porque, en caso contrario, tal condicionamiento
persistirá de diversas maneras. ¿Podemos seguir adelante partiendo
de este punto?
Uno
nace dentro de la doctrina cristiana, la católica, o bien pertenece
a una de las muchas ramas del protestantismo. Está condicionado
desde la infancia, creyendo en un Salvador, en sacerdotes, en
rituales, en un solo Dios ya se sabe- en todas estas cosas. O
usted es comunista, criado en el comunismo, condicionado por lo que
dijeron Lenin o Marx. Por cierto que me estaba riendo solo al ver con
qué facilidad quedamos presos en las palabras. El comunista
sustituye la palabra «Jesús» y su filosofía por la palabra
«Lenin» y la filosofía de éste. Muy fácilmente quedamos cogidos
en una red de palabras. Estamos condicionados, y el reto, la crisis
en la totalidad de la conciencia, es que el hombre tiene que ser
libre: de lo contrario, va a destruirse a sí mismo.
¿Puede
desechar la mente todo su condicionamiento de modo que sea libre en
realidad, no de manera verbal o teórica o ideológica, sino de hecho
libre completamente? Ese es el único reto, el único problema, ahora
y siempre. Si usted también ve la importancia de esto, entonces
podemos examinar la pregunta de si la mente puede descondicionarse a
sí misma. ¿Podemos seguir adelante desde aquí? ¿Es posible? En
esta pregunta están implicadas varias cosas. En primer lugar, ¿cuál
es la entidad que va a descondicionar la mente condicionada?
¿Comprenden? Yo quiero descondicionarme. Habiendo nacido hindú o
habiéndome criado en determinada parte del mundo, con todas las
impresiones, culturas, libros, revistas, con lo que la gente ha dicho
o no ha dicho, tan constante presión ha moldeado mi mente. Y veo que
ésta tiene que ser del todo libre. Pero, ¿cómo va a ser libre?
¿Hay alguna entidad que la vaya a liberar?
El
hombre ha dicho que esa entidad existe; la llaman el Atman en la
India, el alma o la gracia de Dios en Occidente, esto o aquello. Es
una entidad que traerá esta libertad si se le da la oportunidad de
hacerlo. Se sugiere que si vivo rectamente, si hago ciertas cosas, si
sigo ciertas fórmulas, ciertos sistemas, ciertas creencias, entonces
seré libre. De modo que primero se afirma que existe una forma o
agente eterno superior que me ayudará a ser libre, que liberará mi
mente si hago estas cosas, ¿no es así? Pero el «si usted hace
estas cosas» es un sistema que va a condicionarme, y eso es lo que
ha sucedido. Los teóricos y los teólogos y las personas de diversas
religiones han dicho: «haz estas cosas, practica, medita, domina,
compele, reprime, sigue, obedece». Y luego, al final, ese agente
externo vendrá, hará algún milagro y usted será libre. Vea cuán
falso es esto. Y sin embargo, todas las religiones lo creen de manera
distinta. Por lo tanto, si usted ve la verdad de esto, que no hay
agente exterior, Dios lo que sea- que vaya a liberar la mente
condicionada, entonces toda la estructura religiosa organizada de los
sacerdotes con sus rituales, con su murmullo de palabras y más
palabras sin sentido, ya no tendrá significación alguna.
En
segundo lugar, si usted ha desechado todo eso realmente, ¿cómo es
posible que se disuelva este condicionamiento? ¿Cuál es la entidad
que va a hacerlo? Usted ha descartado ese agente exterior, lo
sagrado, lo divino, todo eso; luego tiene que haber alguien que vaya
a disolverlo. Entonces, ¿quién es? ¿El observador? ¿El yo, que es
el mismo observador? Detengámonos en esa palabra: el «observador»
-eso es suficiente. ¿Es el observador el que va a disolverlo? El
observador dice: «tengo que ser libre y, por lo tanto, tengo que
desembarazarme de todo este condicionamiento». Usted ha rechazado la
entidad superior, el agente divino, pero ha creado usted otro, que es
el observador. Ahora bien, es el observador distinto de la cosa
observada por él? Por favor, siga esto. ¿Entiende? Esperábamos que
un agente externo nos liberase: Dios, los Salvadores, Maestros, los
gurús, etc. Si usted descarta todo eso, entonces verá que también
tiene que descartar al observador, que es otra clase de agente. El
observador es resultado de la experiencia, del conocimiento, del
deseo de liberarse de su propio condicionamiento. Él dice: «tengo
que ser libre». El «yo» es el observador. El yo dice: «tengo que
liberarme». Pero ¿es el yo distinto de aquello que observa? Él
afirma: «estoy condicionado, soy nacionalista, soy católico, soy
esto, soy aquello». ¿Es en realidad diferente el «yo» de la cosa
que está separada de él, la que es, según dice, su
condicionamiento?
De
modo que el «observador», el «yo» ese «yo» que dice que
es diferente de la cosa de la cual quiere librarse- ¿está separado
en realidad de la cosa observada? ¿Es eso? ¿Es que hay dos
entidades separadas, el observador distinto de la cosa observada? ¿O
es que hay sólo una cosa, y que lo observado es el observador, y
éste es aquél? (¿Se está volviendo esto muy difícil?)
Cuando
usted ve la verdad de que el observador es lo observado, entonces no
hay dualidad alguna, por lo tanto, no hay conflicto (habíamos dicho
que es un derroche de energía). Entonces sólo existe el hecho real,
el hecho de que la mente está condicionada. No significa que «yo
esté condicionado y vaya a librarme de mi condicionamiento». Así
es que cuando la mente ve la verdad de esto, entonces no hay
dualidad, sino sólo un estado de condicionamiento, o estado
condicionado. Ninguna otra cosa. ¿Podemos seguir adelante partiendo
de este punto?
¿Ve
usted, pues, eso, no como una idea, sino de hecho? ¿Ve usted
realmente que sólo existe el condicionamiento, no el «yo» y el
«condicionamiento» como dos cosas distintas: el «yo» ejerciendo
su «voluntad» para librarse del condicionamiento, y de ahí el
conflicto? Cuando usted ve que el observador es lo observado, no hay
conflicto en absoluto; éste se elimina del todo, de modo que cuando
la mente ve que sólo hay un estado condicionado, ¿qué va a suceder
entonces? Usted ha eliminado del todo la entidad que va a ejercer su
poder, disciplina o voluntad para librarse de este condicionamiento,
lo que significa en esencia que la mente ha eliminado del todo el
conflicto.
Ahora
bien, ¿lo ha hecho usted? Si no lo ha hecho, no podemos seguir
adelante. Mire para decirlo con mayor sencillez- cuando usted
ve un árbol, existe el observador el que ve- y la cosa vista.
Entre el observador y la cosa observada hay un espacio; entre la
entidad que ve el árbol y éste hay un espacio. El mira ese árbol y
tiene diversas imágenes o ideas sobre los árboles. A través de
esas innumerables imágenes, mira el árbol. ¿Puede él eliminar
esas imágenes botánicas, estéticas, etc., de modo que mire el
árbol sin ninguna imagen, sin idea alguna? ¿Lo ha intentado usted
alguna vez? Si no lo ha intentado, si no lo hace, no podrá penetrar
en este problema mucho más complejo que estamos investigando. El de
la mente que lo ha mirado todo como «el observador», como algo
distinto de la cosa observada y, por lo tanto, con un espacio, una
distancia entre ella como «el observador» y la cosa «observada»;
como el espacio que hay entre usted mismo y el árbol. Si puede
hacerlo, es decir, si usted puede mirar un árbol sin ninguna imagen,
sin ningún conocimiento, entonces el observador es lo observado. Eso
no quiere decir que se convierta en el árbol cosa que sería
muy tonta- sino que desaparece la distancia entre el observador y lo
observado. Y ese no es una especie de estado místico, abstracto o
hermoso, no significa que usted caiga en un éxtasis.
Cuando
la mente descarta el factor externo divino o místico, o
cualquier cosa que sea invención de una mente que no ha podido
resolver el problema de liberarse de su propio condicionamiento-
cuando descarta ese agente exterior, inventa otro, el «yo», el
«observador», que dice: «voy a librarme de mi condicionamiento».
Pero de hecho sólo existe una mente que se halla en estado
condicionado, no la dualidad de una mente que dice que está
condicionada, que tiene que ser libre, que tiene que ejercer la
voluntad sobre su estado condicionado. Sólo existe una mente
condicionada. Por favor, escuche esto con mucho cuidado. Si realmente
escucha con atención, con todo su corazón, con toda su mente, verá
lo que pasa. La mente está condicionada, ¡sólo eso! No hay nada
más. Todas las invenciones psicológicas relación permanente,
divinidad, dioses, todo lo demás- nacen de esta mente condicionada.
Sólo hay eso y ninguna otra cosa más. ¿Es esto un hecho para
usted? Esta es la cuestión. Si usted puede llegar a este hecho, es
en verdad, una cosa de extraordinaria importancia. Porque en la
observación de eso solamente, y nada más, empieza el sentido de
libertad, que es la liberación del conflicto ¿Vamos a seguir o han
tenido ya bastante por esta mañana?
Interlocutor: ¿Podría
usted repetir la última afirmación?
K.: Dije, creo, que si
usted ve sólo ese estado, si lo conoce por completo, si se da
cuenta, sin elección alguna, de que la mente está totalmente
condicionada, entonces conocerá, o empezará a sentir o captar el
aroma o el gusto de ese extraordinario sentido de libertad. Empezará.
Pero usted aún no lo tiene, no se escape con sólo el aroma de un
perfume.
Interlocutor: Si digo
que «tengo la mente condicionada», ese «yo» es también un
condicionamiento; entonces no sé, qué otra cosa queda.
K.: Eso es precisamente.
Si digo: «Yo estoy condicionado», ese «yo» lo está también.
¿Qué queda entonces? Sólo existe un estado condicionado. Vea que
en efecto sólo existe eso. Más la mente se opone a ello, quiere
hallar una salida. No dice que está condicionada y que se quedará
ahí tranquilamente. Cualquier movimiento por mi parte, consciente o
inconsciente, es el movimiento de lo condicionado. ¿Cierto? No hay,
pues, movimiento, sino sólo un estado condicionado. Si usted puede
quedarse por completo así sin volverse neurótico -¿entiende?-
entonces usted lo descubrirá. Pero dirá: «¿cuál es la entidad
que va a descubrir?» No hay otra entidad que vaya a descubrir. Así
empezará la misma cosa, la oposición, el hallar una salida.
No
sé si usted está siguiendo todo esto.
La
mente siempre ha eludido este estado implacable. Está condicionada
desde la infancia, desde el principio mismo de la vida, desde hace
millones de años, y ensaya todas las formas para escapar: dioses,
sistemas, filosofías, sexo, placer, ideas. Hace todo por salir de
ese estado condicionado, y aún lo sigue haciendo cuando dice: «tengo
que ir más allá de esto». Así que, no importa el movimiento que
haga una mente condicionada, cualquiera que sea el movimiento que
siga continuará en estado de condicionamiento. Por eso uno se
pregunta si la mente podrá quedarse por completo con el hecho, y
nada más. ¿Comprende? Quedar así, habiendo descartado todo el
sistema de gurús, maestros, instructores, salvadores, ya sabe, todas
las cosas que el hombre ha inventado para ser libre.
CAPÍTULO 4
La mente religiosa. El
condicionamiento. La manera total de mirarnos a nosotros mismos. La
verdadera libertad para mirar.
Me
parece muy importante que se comprenda el estado de una mente por
completo religiosa y que éste llegue a realizarse. Una mente así
puede resolver todos nuestros problemas no de manera abstracta
o teórica. Una mente religiosa no está presionada por ideologías,
dogmas, ni suposiciones de clase alguna, sino que se interesa en el
hecho, en lo que es, y en trascender éste.
Nuestra
conciencia está condicionada por la educación, por diversos estados
mentales, heredados o adquiridos, por varias contradicciones y por el
conflicto de los opuestos: esa es la conciencia que somos. Creo que
es bastante obvio que cada uno de nosotros sólo puede descubrir el
condicionamiento de tal estado mental, mirándose de manera objetiva.
Parece que una de las cosas más difíciles es vernos cómo somos en
realidad, sin ayuda de teoría alguna, sin desesperación ni
esperanza, sin exigencias u opiniones- simplemente mirarnos. A menos
que hagamos esto, no sé cómo pudiéramos trascender este limitado y
estrecho círculo en que vivimos.
¿De
qué manera es posible producir un estado en que nos demos cuenta
internamente de lo que en realidad está sucediendo en nosotros
mismos, sin prejuicios ni suposiciones neuróticas de clase alguna,
en que nos demos cuenta de lo que está ocurriendo realmente, sin
elegir una cosa u otra? No sé si han intentado ustedes alguna vez
examinar todo pensamiento, todo sentimiento, no de manera
psicoanalítica- si han tratado de descubrir la fuente de ese
pensamiento o sentimiento, de ver en el examen de la conducta la
causa, el motivo y las diversas capas -si se me permite usar esta
palabra de la mente, de nuestra conciencia. Pero eso llevaría
demasiado tiempo y no nos conduciría a ninguna parte, por que el
proceso analítico implica un analizador, y el analizador está
condicionado. Así que, cualquier cosa que éste examine, estará
también condicionada y será vista a través de su estado de
condicionamiento. Evidentemente, el proceso analítico está limitado
en esta forma.
Tiene
que haber una manera de mirarnos a nosotros mismos totalmente, sin
pasar por todas las complicaciones del análisis introspectivo, etc.
Tiene que haber un estado, una atención, un mirar que revele todo el
contenido de nuestro condicionamiento. No sé si ustedes se habrán
hecho esta pregunta, y en tal caso, me pregunto yo cómo responderían
a ella. ¿Comprenden ustedes el problema?
Los
seres humanos están condicionados. El resultado de esta mente
condicionada se muestra en la totalidad de su norma de conducta: su
punto de vista, sus actividades, su agresividad, sus estados mentales
contradictorios, desesperación y esperanza, odio y amor, placer y
dolor esta batalla constante en todas las capas de la
conciencia, la invención de dioses, creencias y dogmas. Nuestras
nacionalidades, las divisiones de la gente, como las raciales, etc.,
son el resultado de nuestra educación y de la influencia de la
sociedad que hemos establecido. Y así somos, tal es la extensión de
nuestra conciencia, tan evidentemente condicionada. ¿Cómo va uno a
librarse de esto por completo, para que no haya conflicto de ninguna
clase? El conflicto, la lucha y la batalla son un desperdicio de
energía. Toda nuestra vida se gasta de este modo. Un deseo se opone
a otro, una urgencia, un apremio, un instinto, se oponen a otros. Esa
es nuestra vida y uno se pregunta si se puede vivir de una manera
totalmente diferente, y en ese caso, cómo hacerlo. ¿Es esto posible
de modo alguno?
Decíamos
que los sistemas, las filosofías y las religiones no han liberado al
hombre. Aún sigue dentro de la prisión que él mismo ha hecho de la
conciencia, y esa no es libertad de ninguna manera. Es como un preso
que aún viviendo entre cuatro paredes, dice que es libre. No lo es,
puede pasear por el espacio cercado, pero la libertad es algo
enteramente distinto, reside por completo fuera de la prisión.
Viendo toda esta compleja relación humana, este complejo de
condicionamientos, la pugna, la lucha, el miedo a la muerte, la
soledad, la desesperación, la falta de amor, la brutalidad, la
agresividad, lo que somos, nos preguntamos: ¿es posible trascenderlo
por completo y quedar libres de todo ello? No puede ayudarnos ningún
agente exterior; el agente externo es otra invención de una mente
condicionada, otra ideología de una mente que no puede encontrar una
salida y que, por eso asume como un hecho lo que sólo es una
creencia.
Pues
bien, cuando usted desecha todo esto se queda con este hecho real:
que la mente está por completo condicionada, lo mismo la mente
consciente que las capas inconscientes más profundas. Si uno se da
cuenta de esto, ¿qué ocurre en realidad? Si me doy cuenta de que no
importa lo que haga, de que cualquier movimiento dirigido a hacer un
esfuerzo o a pensar, estará dentro de la limitación de aquél
condicionamiento, ¿qué pasa entonces realmente? ¿Entiende mi
pregunta? Me doy cuenta hasta qué punto mi mente, el complejo mismo
de las propias células cerebrales, está recargada con el pasado,
los recuerdos, la experiencia, los conocimientos, la tradición; con
sistemas de conducta que uno ha aceptado en nombre de la ley y el
orden y que, sin embargo, nos separan; con la agresión, matándonos
unos a otros, destruyendo por medio de la palabra, del gesto, de la
acción. Ahora bien, ¿cómo me doy cuenta de esto?
¿Intelectualmente? (Por favor, siga esto hasta el fin con el que
habla; no se limite a escuchar, a oír meramente, sino actúe en
realidad). ¿Cómo me doy cuenta de este hecho real? Tengo que
preguntarme qué quiero decir con «darme cuenta», cómo miro mi
condicionamiento. Es evidente que, cuando lo miro, lo condeno, lo
justifico o bien lo acepto como inevitable.
Por
favor, hagan esto. ¿Están ustedes participando en lo que se dice?
Si no lo hacen, entonces no hay comunicación entre ustedes y el que
habla, y no podemos seguir adelante. Si pudiéramos actuar juntos,
entonces sería un descubrimiento no del individuo- una
comprensión, una percepción humana total, no una percepción
limitada.
Entonces,
¿qué entendemos por ser consciente? Me doy cuenta de que estoy
condicionado. Ese es un hecho, lo veo, soy consciente de él, lo
conozco. ¿Qué quiere decir esto? ¿Hay separación entre este
estado de ser consciente (awareness) y la cosa de la cual uno se da
cuenta? ¿Me doy cuenta de mi condicionamiento como alguien de fuera
que mira dentro de mí? Uno sabe que es agresivo de palabra, de
sentimiento, de obra. ¿Lo sabe uno intelectualmente? ¿O bien se
comunica uno con ese hecho, no como alguien de fuera, sino en estado
de comunión establecida entre la entidad que es consciente y la cosa
de la cual está consciente? ¿Entiende usted? Creo muy importante
que se comprenda esto. Cuando digo «sé», «sé que estoy
condicionado», la palabra «sé» es muy compleja. Usted ha mirado
antes su condicionamiento y ha aprendido algo sobre él. Y dice: «yo
sé». Más, cuando lo dice, ya ha acumulado conocimiento acerca de
el, y es con ese conocimiento que mira. Pero la cosa, el
condicionamiento, tiene que cambiar entretanto, y efectivamente
cambia. Por eso decir «sé» es de lo más peligroso. Decir «le
conozco a usted» es absurdo, que «conozco» a mi esposa, a mi
marido, a mis hijos, a mi jefe político, mi Dios (eso es peor);
decir «te conozco» significa que usted conoce a su esposa, marido,
amigo, como eran hace dos o tres días. Pero, mientras tanto, ese
amigo o marido o esposa han sufrido un cambio. Decir, pues, «le
conozco» es incorrecto si se me permite usar esta palabra.
El
conocimiento, por lo tanto, le impide a usted mirar, ¿no es verdad?
Pero, ¿puedo yo mirar sin experiencia previa, sin conocimientos,
mirar con una mente fresca y nueva? La vida es una serie de
experiencias, conscientes o inconscientes. Estas experiencias, las
distintas formas de influencia, ideas, propaganda, todas se están
vaciando en el interior, y cada una de ellas deja una huella. Es con
estas diversas heridas, huellas, recuerdos, en forma de conocimiento,
que miro, de modo que mi mirada está siempre nublada, nunca está
clara. ¿Puedo mirarme yo con ojos que nunca hayan sido tocados por
la experiencia? (Por favor, siga esto y observe; observe y verá
algo). Si me miro con los ojos de la experiencia, con ojos que han
mirado tantas cosas por las que he pasado; tantas tragedias,
pensamientos, penas y desesperanzas entonces esos ojos nunca
ven nada con claridad. Para mirar, ¿puede librarse la mente de todo
el pasado?
¿Puede
la mente darse cuenta de su condicionamiento? ¿Puede mirarlo sin
distorsión alguna, sin ninguna predisposición? Ese es el problema.
¿Es posible mirar cualquier cosa, el árbol, la nube, la flor, el
niño, el rostro de una mujer o de un hombre como si usted lo
estuviera mirando por primera vez? Esa es realmente la cuestión
fundamental: verdadera libertad para mirar.
Y la
libertad implica estar libre de todo el trasfondo del pasado. El
pasado es la cultura en que nos hemos criado, las influencias
sociales y económicas, las tendencias peculiares de cada uno de
nosotros, los impulsos, los dogmas religiosos, las creencias, todo
eso es pasado; y con ese pasado tratamos de mirarnos, aún cuando
nosotros mismos somos ese pasado.
Hay
dos clases de libertad, ¿no es así? Hay el estar libre de algo
estoy libre de cólera- por ejemplo, pero estar libre de algo
es una reacción. Evidentemente eso no es libertad. Estar libre de la
propia nacionalidad no significa absolutamente nada. Un hombre muy
inteligente está libre de ese particular veneno, pero ello no
constituye libertad, en absoluto. Y existe una clase distinta de
libertad, un estado mental en que no hay esfuerzo alguno. Esa
libertad es amor; no es como cuando usted dice: «Tengo que aprender
a amar, a practicar el amor»; «odio a la gente, pero voy a luchar,
voy a tratar de amar». Eso no es amor. La libertad es un estado
mental en que el amor existe, y no es lo opuesto del odio, de los
celos o de la agresión. Cuando luchamos con opuestos y nos
esforzamos por librarnos de uno y realizar el otro, entonces el otro
tiene su raíz en su propio opuesto, ¿no? Mediante el conflicto no
se puede comprender la libertad de manera alguna.
Volvamos
a esta cuestión; que significa estar consciente (aware).
¿Está la mente consciente frente a ese árbol, esa nube, la verde
hierba que brilla a primera hora de la mañana? ¿Se da cuenta de
ello, sin elección alguna, sin ninguna intervención del pensamiento
ni del conocimiento que divide? Decíamos el otro día: mire en
efecto el árbol o una nube o lo que sea, sin crear un espacio. ¿Lo
hizo usted? ¿Ha intentado alguna vez mirar a su esposa, al marido, a
la amiga o al amigo, sin la imagen que tiene de ellos? ¿Ha visto sus
implicaciones y ha visto si puede estar libre de implicaciones para
poder mirar? Creo muy importante que comprendamos esto, y creo que es
la clave de todo el asunto.
Cuando
no hay separación entre el observador y la cosa observada, no hay
conflicto y, por consiguiente, hay acción inmediata. Me doy cuenta
de que tengo ira. Si el observador está separado de lo observado, ve
la ira como algo que está separado de sí, fuera de sí mismo.
Cuando hay esta división entre el observador y lo observado, el
observador dice: «tengo que desembarazarme de esto», «tengo que
reprimirlo» o «tengo que comprenderlo», «tratar de ver su causa»,
etc. En eso hay conflicto, un estado de perturbación, de dominio, de
represión, de ceder al hecho o de racionalizarlo, justificarlo, etc.
Todo eso es un despilfarro de energía, a causa del conflicto que hay
en ello. Pero, cuando el observador se da cuenta de que él mismo es
la cosa observada, entonces ve que él es la ira (que no existen él
mismo y la ira como dos cosas separadas). Cuando ve que él es la
ira, no hay desperdicio de energía. ¿Qué ocurre efectivamente, qué
sucede entonces? Veo que estoy irritado. (Ese estado lo conocen todos
ustedes). No estoy separado de la ira. Soy la ira y me doy cuenta de
ello, no hay división. ¿Y qué ocurre entonces? Cuando no hay
esfuerzo ni pugna, ni contradicción ni batalla, sólo hay un cosa:
aquello que en realidad es. Y lo que en realidad es soy yo
mismo. (El observador que creía ser distinto de lo observado), y
sólo existe ese hecho real: la ira, los celos o lo que sea. Y todo
el movimiento del pensar contradictorio ha terminado. Por lo
tanto, sólo hay percepción, un ver en el cual no hay división o
contradicción. Y surge un nuevo estado de energía. Este nuevo
estado de energía va a disipar por completo aquel hecho real.
Necesitamos
mucha energía para mirar un árbol sin este espacio, sin esta
división entre el que ve y lo visto; usted necesita gran energía en
su atención y también es menester que tenga un sentido de libertad.
La libertad y la atención tienen que ir juntas. De ahí nace el
amor, cualidad de atención en que no existe el observador.
Me
pregunto si ustedes están captando todo esto. He estado hablando
durante unos 45 minutos y no sé qué han sacado de ello. ¿Podrían
decirme qué es lo que en realidad han comprendido, no lo que han
memorizado, reuniendo unas cuantas ideas y explicaciones, sino qué
es lo que efectivamente han captado tras de escuchar 50 minutos
aproximadamente?
Interlocutor: ¿Es el
ver una fuerza explosiva?
K.: No sé por que me lo
pregunta usted. Descúbralo usted mismo. Mire, no sé cómo podemos
comunicarnos mutuamente la seriedad que hay en todo esto. Ustedes se
han tomado muchas molestias y han incurrido en gastos para venir aquí
y escuchar durante una hora por la mañana, tres veces por semana. Y
al terminar este verano tras diez conversaciones o dos, ¿qué han
sacado ustedes en claro?
Interlocutor: Es
difícil expresarlo en palabras.
K.: Es difícil decirlo
en palabras. ¿No es así? ¿Está uno fuera de toda esta vida de
desdicha? ¿Se ha liberado uno de toda su confusión interna?
Interlocutor: (No se
registra en la grabadora).
K.: Señora, esto no es
una confesión. ¡Por Dios! No bajemos a ese nivel. No se trata de
desnudarnos frente a los otros y decir que hemos avanzado mucho, lo
que sería demasiado tonto. Lo que preguntamos es: ¿Nos hemos
comunicado unos con otros? ¿Hay comunión sobre algo entre usted y
el que habla? Cuando usted le dice a alguien: «te amo», esas pocas
palabras bastan; ha comunicado usted algo que siente muy
profundamente, algo muy real, que no son simples palabras. Y si
podemos decirlo de esta manera: «¿hay amor en nosotros, lo que es
realmente un estado de comunión no sentimiento ni emoción, no
toda esa bagatela, sino libertad hay amor, de modo que seamos
seres humanos totalmente distintos?» Al fin y al cabo, tal es el
sentido de esta reunión: sacudir el fundamento mismo de nuestro
ser para que descubramos algo de una dimensión por completo
diferente. Podemos cometer un error, probablemente lo
cometeremos, pero cuando así sea, podemos verlo de inmediato y
eliminarlo sin seguir encenagándonos en ese error.
No
sé si ustedes están siguiendo todo esto. Miren, señores, tenemos
que hacer juntos un enorme trabajo, tenemos una gran responsabilidad.
El mundo está en una confusión tan espantosa, en un estado tan
alarmante, que, cuando nos marchemos de aquí, tenemos que ser seres
humanos completamente distintos, totalmente responsables, para que
podamos crear un mundo diferente. Es decir, hemos de ser
revolucionarios en el sentido de que tiene que realizarse en nosotros
una honda revolución interna.
CAPÍTULO 5
La acción. La acción
correcta. El mundo en que vivimos. La vida total. El motivo. El amor.
El placer El estado de amor. La acción que no engendra conflicto. La
vida religiosa.
Me
gustaría saber si alguna vez usted se ha hecho una pregunta
fundamental; la pregunta que, por el hecho mismo de hacerla, indica
profunda seriedad; y cuya respuesta no depende necesariamente de otra
persona, ni de ninguna filosofía, maestro, etc. Quisiera hacer esta
mañana una de estas preguntas serias y fundamentales.
¿Hay
alguna acción buena que lo sea en todas las circunstancias? ¿O es
que sólo existe la acción como tal ni buena ni mala-? La
acción correcta varía con el individuo y las diferentes
circunstancias en que éste se ve colocado. Al individuo en oposición
a la comunidad, por ejemplo, al soldado, podría preguntársele:
«¿cuál es la acción correcta?» Evidentemente, para él la acción
correcta sería, mientras esté en el frente, matar. Y para el
individuo encerrado con su familia, dentro de las cuatro paredes de
la idea de «lo mío», de «mi familia», de «mis posesiones»,
también hay una acción correcta. Y también la hay para el hombre
de negocios en la oficina. Y así, la acción correcta crea
oposición: la acción individual, opuesta a la colectiva.
Cada
uno sostiene que su acción es la correcta. El hombre religioso, con
sus creencias y dogmas exclusivos, se dedica a lo que considera una
buena acción, y ésta lo separa del incrédulo, de los que piensan o
sienten lo contrario de lo que él cree. Existe la acción del
especialista que está trabajando con arreglo a cierto conocimiento
especializado. Dice él: «esta acción es la correcta». Están los
políticos, con sus acciones buenas o malas, los comunistas, los
socialistas, los capitalistas, etc. Existe toda una corriente de vida
comercial, política, religiosa, familiar, y también una corriente
de vida en que hay belleza, amor, bondad, generosidad, etc.
Uno
se pregunta al ver todas estas acciones fragmentarias que
engendran sus propios opuestos- al ver todo esto, se pregunta: ¿Qué
acción es buena en todas las circunstancias? ¿O es que sólo hay
acción como tal, que no es buena ni mala? Esta última es una
afirmación muy difícil, incluso de hacer o de creer, porque
evidentemente matar es una acción mala, y evidentemente también es
una acción mala el estar cautivo de un determinado dogma y actuar de
acuerdo con él.
Hay
quienes, al ver todo esto, dicen: «somos activistas, no nos
interesan las filosofías, las teorías, las diversas formas de
ideología especulativa; nos interesa la acción, «actuar». Y hay
los que dejan de «actuar» y se retiran a los monasterios, se
vuelven a su interior y se escapan a su propio paraíso o se pasan
años en meditación creyendo encontrar así la verdad para entonces
actuar.
Cuando
se observan estos fenómenos las acciones opuestas y
fragmentarias de los que dicen «tenemos razón» y «esta es la
acción correcta», «esto resolverá los problemas del mundo», y
que, sin embargo, crean de ese modo consciente o inconscientemente,
actividades opuestas, perpetuando así las divisiones y actitudes
agresivas uno se pregunta: «¿qué vamos a hacer?»
¿Qué
va uno a hacer en un mundo que es en realidad espantoso, brutal; un
mundo en que hay tanta violencia, tanta corrupción, en el que
importa enormemente el dinero, dinero, dinero, y en que uno está
dispuesto a sacrificar a otro al buscar poder, posición, prestigio,
fama; donde cada hombre quiere o se esfuerza por afirmarse, por
llenar un cometido, por ser alguien? ¿Qué va uno a hacer? ¿Qué va
a hacer usted?
No
sé si usted se ha hecho esta pregunta: «¿Qué voy a hacer,
viviendo en este mundo, viendo todo esto ante mí: la desdicha, el
enorme sufrimiento que el hombre causa al hombre, el hondo
sufrimiento por el que uno pasa, la ansiedad, el miedo, el sentido de
culpa, la esperanza y la desesperación?» Viendo todo esto, si se da
cuenta de ello de alguna manera, uno tiene que preguntarse: «¿Qué
voy a hacer, viviendo en un mundo así?» ¿Cómo respondería usted
a esa pregunta?
Si
usted se formula esa pregunta con toda seriedad, si lo hace muy, muy
seriamente, tendrá una inmediatez e intensidad extraordinarias.
¿Cuál es su respuesta a este reto? Vemos que la acción
fragmentaria, la acción que es «correcta», conduce en efecto a la
contradicción, a la oposición, a la separatividad: y el hombre ha
buscado ésta, la acción correcta, llamándola moralidad, siguiendo
un modelo de conducta, un sistema en el cual está preso y el cual lo
ha condicionado. Para él hay acciones buenas y malas, las cuales a
su vez producen otras contradicciones y oposiciones, de modo que uno
se pregunta: «¿Hay alguna acción que no sea correcta ni
incorrecta, sino sólo acción?»
Por
favor, no se limite usted a oír una serie de palabras e ideas con
las cuales esté o no esté de acuerdo, que acepte o rechace. Es un
problema muy, muy serio, el que está involucrado en esto: cómo
vivir una vida que no sea fragmentaria, una vida que no esté
dividida en partes familia, negocio, religión, política,
diversión, seriedad- ya saben ustedes, desmembrada constantemente.
¿Cómo
vivir una vida completa, total? Espero que usted se haga esta misma
pregunta. Si se la hace, entonces podemos seguir adelante juntos,
podemos comunicarnos y estar en verdadera comunión uno con otro
sobre esta cuestión que es muy fundamental, muy seria.
En
Oriente tienen su propio patrón de conducta. Ellos dicen: «nosotros,
los brahmines, tenemos razón, somos superiores, somos esto, aquello,
nosotros sabemos». Afirman sus dogmas y creencias, su conducta y
moralidad, y, sin embargo, todos en oposición, se «toleran» unos a
otros y se matan en cualquier momento. Nos preguntamos, pues: «¿hay
una vida de acción que nunca sea fragmentaria, nunca exclusiva,
nunca dividida?» ¿Cómo vamos a descubrirla? ¿Se ha de descubrir
por explicaciones verbales, o porque otro se lo informe a usted? ¿Se
ha de descubrir porque usted, cuyas acciones han sido incompletas,
esté tan cansado, agotado, desalentado, que por este cansancio y
desesperanza quiera hallar otra cosa? Uno tiene que ser muy claro
sobre el motivo que le impele a hacer esta pregunta. Si tiene un
motivo de cualquier clase, la propia respuesta no tendría
sentido alguno, por que el motivo dicta la respuesta.
Uno
tiene que hacerse esta pregunta sin motivo alguno, porque sólo
entonces se ha de hallar la verdad, la verdad de cualquier cosa. Al
hacer esta pregunta uno tiene que descubrir su propio motivo. Y si se
tiene alguno porque uno quiere ser feliz o quiere paz en el
mundo; o porque ha luchado tanto tiempo, o bien, el motivo para
buscar la acción completa es la fatiga, la desesperación, o
diversas formas de anhelo, de escape, de autorrealización- entonces
la propia respuesta será muy limitada, inevitablemente. Por lo
tanto, uno tiene que estar consciente, en realidad, cuando se formula
esta pregunta. Si usted la puede formular sin ningún motivo, en
absoluto, entonces está libre para mirar. ¿Comprende? Está libre
para descubrir, no está atado a una urgencia particular, a un
apremio determinado. ¿Podemos seguir, partiendo de aquí? Es muy
difícil estar libre de motivo alguno.
¿Cuál
es, pues, la acción que no es fragmentaria, que no es buena ni mala
y que no crea oposición, la acción que no es dualista? Por favor,
siga todo esto. ¿Cuál es la acción que no engendra conflicto,
contradicciones? Una vez que se haya hecho esta pregunta con toda
seriedad, ¿cómo va a hallar la respuesta? Usted tiene que hallarla.
Nadie puede hacerlo por usted. No seria entonces su propio hallazgo,
no sería algo que hubiera encontrado usted mismo por haber mirado
con claridad, y, por lo tanto, algo que no pudiera serle nunca
arrebatado, destruido por la circunstancia.
Al
hacer esta pregunta, el intelecto, con toda su astucia, puede decir:
«Haré esto», una vez que se le den todos los datos, todas las
circunstancias, y vea que toda acción contradictoria crea conflicto
y, por tanto, desdicha. El intelecto puede convertir su respuesta en
un principio, un patrón, una fórmula, con arreglo a la cual vivirá.
Pero entonces usted vivirá de acuerdo con esa fórmula, como lo ha
hecho anteriormente: entonces usted está otra vez creando
contradicciones, imitando a otro, siguiéndolo, obedeciéndolo. Vivir
de acuerdo con una fórmula, con una ideología, con una conclusión
previsible, es vivir una vida de adaptación, de imitación, de
conformidad y, por lo tanto, una vida de oposiciones, de dualidad, de
interminable conflicto y confusión. El intelecto no puede contestar
la pregunta que nos hemos formulado, ni puede hacerlo el pensamiento.
Si usted ha examinado profundamente su pensamiento, verá que está
siempre dividido. El pensamiento nunca puede producir unidad de
acción. Y una acción integrada que sea producto del pensamiento
creará, de modo inevitable, acciones contradictorias.
Vemos
el peligro del pensamiento, que es la respuesta de la memoria, de la
experiencia, del conocimiento, de la convicción, etc.; vemos cómo
el pensamiento, que es la reacción del pasado, puede establecer una
manera de vivir y por fuerza se ajusta a la fórmula que
ideológicamente ha creado; y vemos que eso implica conflicto
interno, porque en ello está lo correcto y lo incorrecto, lo
verdadero o lo falso, lo que debería ser y lo que no es, lo que
podría haber sido, etc., etc. De modo que si la mente, al hacerse
esta pregunta, puede estar libre de motivo alguno, libre del peligro
de la percepción intelectual y de la conformidad a una ideología
que haya inventado, entonces puede formular tal pregunta, y la
respuesta será totalmente distinta.
¿Es
posible vivir tan plenamente, de manera tan completa, total, que no
haya acciones fragmentarias? Como observamos, la vida es acción; sea
lo que sea, cualquier cosa que usted haga, piense o sienta, es
acción. La vida es movimiento, un movimiento incesante sin principio
ni fin, y la hemos dividido en pasado, presente y futuro, en vivir y
morir, así como en amor y odio, en nacionalidades, etc. Y nos
preguntamos: ¿hay alguna forma de vida, no en el aspecto ideológico,
sino en la realidad, en que se pueda vivir cada minuto del día sin
contradicciones, sin oposiciones, sin fragmentación, esto es, en que
el vivir mismo sea completa acción?
¿Ha
reflexionado usted alguna vez lo que es el amor? ¿Es el amor esta
tortura? Puede ser bello al principio, cuando usted le dice a
alguien: «te amo», pero pronto degenera en toda forma de astucia,
de relación posesiva, dominante, con su odio y sus celos, su
ansiedad, su temor. Semejante amor es placer y deseo, el placer del
sexo y la urgencia del deseo, alimentado por el pensamiento, que
rumia aquel particular placer día tras día; eso es lo que llamamos
amor. El amor al país, el amor a Dios, el amor al prójimo, todo eso
no significa absolutamente nada. Son meras ideas. Cuando hablamos del
amor al prójimo, en la iglesia o en el templo, no somos sinceros
realmente. Somos hipócritas, porque el lunes por la mañana
destruimos a nuestro prójimo en los negocios, por la competencia,
por querer una mejor posición, más poder, etc., etc., etc. El amor
en particular a la familia y el amor del hombre, fuera de ese
círculo, es el amor como posesión: poseer a mi esposa, a mi marido,
a mi hijo, dominándolos; o bien dejarlos en paz porque estoy
demasiado ocupado, tengo negocios, otros intereses, tengo... Dios
sabe qué más! De modo que no hay hogar; y aún cuando haya un
hogar, hay una constante batalla por poseer y dominar al otro; hay
miedo, celos, el intento de reafirmarse uno mismo por medio de la
familia, por el sexo. A todos estos fenómenos los llamamos amor: no
creo que exageremos. Nos limitamos a exponer el hecho real: puede ser
que no nos guste, pero, ahí está.
En
ese amor también están las acciones correctas e incorrectas que
igualmente crean varias clases de conflicto. ¿Es eso amor? ¿Eso que
aceptamos como tal, lo que ha llegado a formar parte de nuestra
naturaleza? Instintivamente ocultamos este modo de ser del amor, más
cuando usted lo mira en forma objetiva, muy seriamente, con claridad,
¿es eso amor? Es obvio que no. Y cautivos dentro del patrón de
conducta establecido por nosotros mismos y por la sociedad durante
siglos, no podemos escapar, no sabemos qué hacer y, de ahí el
conflicto entre el amor «correcto» y el «incorrecto», entre lo
que debería ser y lo que es. La «moralidad» de esa estructura es
realmente inmoral. Y sabiéndolo así, creamos otra ideología y en
consecuencia, el conflicto, al oponernos a la inmoralidad. ¿Qué es,
pues el amor? No la opinión de usted, ni alguna conclusión suya, ni
lo que piensa sobre el asunto. ¿Quién se preocupa de lo que se
piense acerca del amor? Sólo puede usted descubrir lo que es cuando
se libre por completo de la estructura en que se apoyan los celos, la
dominación, el odio, la envidia, deseo de posesión, la estructura
del placer.
El
placer es algo que hay que examinar. No estamos diciendo que el
placer sea malo o bueno, lo que también nos llevaría a varias
conclusiones y, por lo tanto, a oposiciones. Más, para la mayoría
de nosotros el amor está asociado, íntimamente enlazado con el
placer sexual o de otra índole-. Y si el amor es placer,
entonces es dolor. Cuando hay dolor, ¿hay amor? Lógicamente no lo
hay, y sin embargo, seguimos con él, día tras día. ¿Puede uno
romper con esta estructura la tradición- en que estamos
presos, y descubrir o dar con ese estado de amor que no sea nada de
esto? Está más allá, fuera de esta carpa, no está en este lugar,
ni dentro de nosotros.
¿Es
posible una vida en que el vivir mismo sea la belleza de la acción y
del amor? Sin amor siempre hay acción correcta o incorrecta, lo que
engendra conflicto, contradicción y oposición. Sólo hay una acción
que proviene del amor; no hay ninguna otra que no engendre
contradicción o conflicto. Ya sabemos, el amor es agresivo y no
agresivo no me entienda mal- el amor no es una cosa pacífica,
callada, que esté abajo, en alguna parte de la bodega, o arriba, en
el cielo. Cuando ama, en usted hay vitalidad, impulso, intensidad y
acción inmediata. ¿Es posible, pues, que nosotros, los seres
humanos, lleguemos a envolvernos en esta belleza de la acción, que
es amor?
Sería
extraordinario que todos nosotros, los que estamos aquí, pudiéramos
llegar a comprender esto no como idea, no como algo que se ha
de alcanzar especulativamente- y desde hoy mismo saliéramos
efectivamente a una dimensión distinta y viviéramos una vida
completa, total, sagrada. Tal es la Vida religiosa, no hay otra vida,
no hay otra religión. Una vida así resolverá todos los problemas,
porque el amor es extraordinariamente inteligente y práctico. Y
posee la más elevada forma de sensibilidad. Además, en él hay
humildad. Esto es lo único importante en la vida: o uno está
empapado de amor o no lo está.
Si
todos pudiéramos llegar a esto de modo natural, fácil, sin ningún
esfuerzo o conflicto, entonces tendríamos una vida distinta, de gran
inteligencia, perspicacia, claridad. Es esta claridad la que
constituye una luz para uno mismo; esta claridad resuelve todos los
problemas.
Interlocutor:
¿Significa esto que no hay que hacer planes?
K.: Me temo que no. Yo
tuve que hacer un plan cuando me levanté esta mañana para venir
aquí: usted tiene que hacer un plan cuando va a tomar el tren. Mire,
la inteligencia responderá a estas preguntas. Habiendo vivido una
vida de imitación, de aceptación, de obediencia, de conformidad a
una fórmula, cuando eso se le quita por la fuerza, o lo rechaza
porque ve su absurdo, usted está perdido y dice: «¿Es que no debo
hacer esto, aquello» Y ¿qué ocurre? Al contrario, si observa usted
íntimamente, si observa realmente la estructura, la fórmula, el
sistema en que vive; si lo ve y lo siente y lo prueba, entonces de
esa observación surge la inteligencia, y ésta actuará. Esta
inteligencia, por su misma naturaleza, es libre.
CAPÍTULO 6
El placer. El amor. La
belleza. El placer y el pensamiento. La autoexpresión. La vacuidad o
el vacío interno. La inatención y la atención completa.
Cuando
nos marchamos la última vez, nos disponíamos a hablar sobre el
placer. Al explorar ese importantísimo factor de la vida, tenemos
también que comprender lo que es el amor, y, al comprender éste,
tenemos asimismo que descubrir lo que es la belleza. Aquí hay, pues,
tres cosas involucradas: hay placer, hay belleza, de la cual hablamos
mucho y nos emociona tanto; y hay amor, esa palabra tan maltratada.
Examinaremos
todo, paso a paso, más bien diligentemente, pero con
indeterminación, por que estas tres cosas abarcan un campo muy vasto
de la existencia humana. Y para llegar a cualquier conclusión, para
decir «esto es placer» o «no debe uno tener placer», o bien «esto
es amor, es belleza», me parece que se requiere la más clara
comprensión y el sentido de la belleza, del amor y del placer. De
modo que si somos bastante prudentes, tenemos que evitar toda
fórmula, toda conclusión, o cualquier concepción determinada sobre
este serio asunto. Entrar en contacto con la profunda verdad de estas
tres cosas no es materia de intelección, ni de definición de
palabras ni de ningún sentimiento vago, místico o parapsicológico.
Ya
saben, yo no he examinado esto realmente, salvo que tengo una visión
general de ello, por lo tanto, también estoy investigando con
ustedes. No es que yo haya preparado una conferencia y venga aquí a
soltarla, de modo que si vacilo y voy más bien despacio, espero que
ustedes tengan igual cuidado e investiguen con lentitud e
indeterminación.
Para
la mayoría de nosotros es muy importante el placer y su forma de
expresión. La mayor parte de nuestros valores morales se basan en
eso, en el placer último e inmediato. Nuestras tendencias
hereditarias o psicológicas y nuestras reacciones físicas y
neurológicas se expresan en el placer. Si usted examina no sólo los
valores y juicios externos de la sociedad, sino también mira en su
propio interior, verá que el placer y la valoración del mismo es lo
que perseguimos principalmente en nuestras vidas. Podemos resistir,
sacrificar, lograr o negar algo, pero al final siempre está esa
sensación de querer lograr el placer, la satisfacción, el contento
de quedar complacido o satisfecho. La autoexpresión y la
autorrealización son formas de placer, y cuando ese placer se
frustra, se obstaculiza, hay temor, y de ese temor surge la agresión.
Por
favor, observe esto en usted mismo. Usted no está escuchando
meramente una serie de palabras o ideas; éstas no tendrían sentido.
Usted puede leer en un libro una explicación psicológica, que no
tendrá valor. Pero si investigamos juntos, paso a paso, entonces
verá por usted mismo qué cosa tan extraordinaria surge de todo
esto. Tenga en cuenta que no estamos diciendo que no debemos tener
placer, que el placer sea malo, como sostienen los diversos grupos
religiosos por todo el mundo. No decimos que usted tenga que
reprimirlo, negarlo, dominarlo, trasladarlo a un nivel más alto, y
todas esas cosas. Simplemente estamos investigando, y si podemos
investigar muy objetiva y profundamente, entonces de ahí surgirá un
estado mental diferente en que hay bienaventuranza, pero no placer.
La bienaventuranza es algo totalmente distinto.
Sabemos
lo que es placer: contemplar una bella montaña, un hermoso árbol,
la luz en una nube perseguida por el viento a través del cielo, la
belleza del río con su corriente límpida. Es grande el placer
cuando se observa todo esto o se ve el bello rostro de una mujer, de
un hombre o de un niño; y todos conocemos el placer que viene por el
tacto, el gusto, la vista o el oído. Y cuando ese intenso placer
está alimentado por el pensamiento, entonces surge la acción
opuesta, es decir, la agresión, la represalia, la ira, el odio,
nacidos del sentimiento de no poder lograr ese placer que
perseguimos. De ahí el temor, también bastante obvio si lo
observamos.
Cualquier
clase de experiencia es alimentada por el pensamiento; por ejemplo,
el placer de una experiencia de ayer, no importa cómo sea, sensual,
sexual o visual. El pensamiento discurre sobre el placer, lo rumia,
lo recorre una y otra vez creando una imagen o fotografía que lo
sustenta, que lo nutre. El pensamiento es el sostén de ese placer de
ayer, le da continuidad hoy y mañana. Observe esto, por favor. Y
cuando se inhibe el placer sostenido por ese pensamiento, porque está
limitado por las circunstancias, por diversas clases de obstáculos,
entonces ese pensamiento se rebela, convierte su energía en
agresión, en odio, en violencia, lo que es también otra forma de
placer.
La
mayoría de nosotros buscamos placer por la autoexpresión. Queremos
expresarnos en pequeñas o grandes cosas. El artista quiere
expresarse en el lienzo; el autor, en los libros; el músico,
utilizando un instrumento, etc. ¿Es acaso belleza esta
autoexpresión, de la cual se deriva una enorme dosis de placer?
Cuando un artista se expresa, siente placer e intensa satisfacción,
-¿es eso belleza?- Pero si no puede transmitir por completo al
lienzo o en palabras lo que siente, hay descontento, lo cual es otra
forma de placer.
¿Es,
pues, placer la belleza? Y cuando hay autoexpresión de cualquier
forma, ¿comunica ésta la belleza? ¿Es placer el amor? El amor ha
llegado a ser ahora casi sinónimo de sexo y de su expresión, con
todo lo que ello encierra olvido de sí mismo, etc.- ¿Es esto
amor, cuando el pensamiento extrae de ello intenso placer? Porque
cuando es contrariado se convierte en celos, ira, odio. El placer
perpetúa el dominio, la posesión, la dependencia y, por lo tanto,
el miedo. Por eso uno se pregunta si es placer el amor. ¿Es el amor
deseo en todas sus formas sutiles- sexo, compañerismo, ternura
y ese olvido de uno mismo? ¿Es amor todo eso? Y, si no lo es,
entonces, ¿qué es el amor?
Si
ha observado usted su propia mente en funcionamiento, dándose cuenta
de la actividad misma del cerebro, verá que desde tiempos antiguos,
desde el principio mismo, el hombre ha perseguido el placer. Si usted
ha observado el animal, verá cuán extraordinariamente importante es
el placer para él, cómo busca el placer y cómo se vuelve agresivo
cuando se ve contrariado. Estamos hechos así; nuestros juicios,
nuestros valores, nuestros requerimientos sociales, nuestras
relaciones, etcétera, se basan en este principio esencial del placer
y en su autoexpresión. Y cuando eso se frustra, cuando se refrena,
se tuerce, se elude, entonces hay ira, agresividad, lo que se
convierte en una forma más de placer.
¿Qué
relación tiene el placer con el amor? ¿O es que el placer no tiene
relación alguna con el amor? ¿Es el amor algo enteramente distinto?
¿Es el amor algo que no está fragmentado por la sociedad, por la
religión, en elemento humano y divino? ¿Cómo va usted a
descubrirlo? ¿Cómo va a descubrirlo por usted mismo? Sin que sea
otro el que se lo diga, porque si alguien le dice lo que es y usted
afirma: «sí, eso es verdad», entonces no es algo suyo, no es algo
que usted mismo haya descubierto y sentido profundamente.
¿Que
relación tiene el placer de la autoexpresión con la belleza y el
amor? El hombre de ciencia tiene que conocer la verdad de las cosas.
¿Es la verdad algo estático para el ser humano, no para el filósofo
especializado, el científico, el técnico, sino para el ser humano
interesado en la vida diaria, en ganarse la vida, en la familia,
etc.? ¿O es algo que descubre usted mientras avanza, algo nunca
estacionario, nunca permanente, sino que siempre está en movimiento?
La verdad no es un fenómeno intelectual, no es un asunto emotivo o
sentimental, y nosotros tenemos que encontrar la verdad del placer,
la verdad de la belleza y la realidad de lo que es el amor.
Uno
ha visto la tortura del amor, su sujeción, el temor que produce, la
soledad de no ser amado y la perpetua búsqueda de él en toda clase
de relaciones, sin encontrarlo nunca en forma que nos satisfaga
completamente. Pregunta uno, pues, si el amor es satisfacción y al
mismo tiempo, un tormento cercado por la valla de los celos, la
envidia, el odio, la ira, la dependencia.
Cuando
no hay belleza en el corazón, vamos a los museos y conciertos,
visitamos un antiguo templo griego y admiramos su belleza, con sus
hermosas columnas, su proporción frente al cielo azul. Hablamos sin
cesar de la belleza, perdemos del todo el contacto con la naturaleza,
como lo está perdiendo el hombre moderno que busca más y más las
ciudades para vivir. Se forman sociedades para ir al campo a
contemplar las aves, los árboles y los ríos; como si formando
sociedades para admirar los arboles uno fuera a palpar la naturaleza
y a entrar en contacto extraordinario con la inmensa belleza. Como
hemos perdido el contacto con la naturaleza, adquieren demasiada
importancia la moderna pintura objetiva, los museos y los conciertos.
Hay
una vacuidad, una sensación de vacío interno que siempre esta
buscando la autoexpresión y lo que produce placer, creando así
temor de no lograrlo por completo. Hay resistencia, agresividad y
todo lo demás. Procedemos a llenar ese vacío interior y esa
sensación de completo aislamiento y soledad que estoy seguro todos
ustedes han sentido con libros, con conocimientos, con relaciones,
con toda clase de tretas, pero al final, aun está ese vacío que no
se puede llenar. Entonces acudimos a Dios, el último recurso.
¿Es
posible el amor, la belleza, cuando existe esta vacuidad, esta
sensación de vacío insondable? Si uno es consciente (aware)
de ese vacío y no escapa de él, ¿qué ha de hacer entonces? Hemos
intentado llenarlo con dioses, conocimientos, experiencias, con
música, con cuadros, con extraordinaria información tecnológica;
en eso estamos ocupados de la mañana a la noche. Uno se da cuenta de
que ninguna persona puede llenar ese vacío. Vemos la importancia de
esto. Si usted lo llena con eso que llamamos relación con otra
persona o con una imagen, entonces viene la dependencia y el miedo de
perderla; luego, la posesión agresiva, los celos y todo lo que
sigue. Así que uno se pregunta: ¿Puede llenarse jamás ese vacío
con alguna cosa, con la actividad social, con buenas obras, yendo a
un monasterio a meditar o estando consciente (aware)? Esto
también es un absurdo.
Si
uno no puede llenar ese vacío, ¿qué va a hacer entonces?
¿Comprende la importancia de esta pregunta? Uno ha tratado de
llenarlo con lo que se llama placer, con la autoexpresión, con la
búsqueda de la verdad, de Dios; comprende que nunca podra llenarse
con nada, ni con la imagen que ha creado de sí mismo, ni con la
imagen o idea que ha creado del mundo, con nada. Y así, uno ha
utilizado la belleza, el amor y el placer para disimular este vacío.
Y si no escapa más, sino que permanece con él, ¿qué va a hacer
entonces? ¿Esta clara la pregunta? ¿Me han seguido ustedes por lo
menos un poco?
¿Qué
es esta soledad, esta sensación de profundo vacío interior? ¿Qué
es y cómo nace? ¿ Es que existe porque estamos tratando de llenarlo
o de eludirlo? ¿Existe porque lo tememos? ¿Es sólo una idea de
vacío, y por tanto, la mente nunca esta en contacto con lo que ello
es en realidad no sé si ustedes siguen todo esto- porque nunca
esta en relación directa con ello?
Veo
que ustedes no captan lo que quiero decir.
Descubro
este vacío en mí mismo y dejo de huir pues está claro que
escapar es una actividad sin madurez- me doy cuenta de ello; ahí
está y nada puede llenarlo. Ahora me pregunto cómo ha nacido este
vacío. ¿Lo habrá producido todo mi vivir, todas mis actividades y
suposiciones diarias, etc.? ¿Es que el «yo», el «mí», el «ego»,
o como se le quiera llamar, se esta aislando de sí mismo en toda su
actividad? La naturaleza misma del «mí», del «yo», del «ego»
es el aislamiento; es separativa. Todas estas actividades han
producido este estado de aislamiento, de hondo vacío en mí, de modo
que es un resultado, una consecuencia, no algo que sea inherente a mí
mismo. Veo que, mientras mi actividad sea egocéntrica y
autoexpresiva, tiene que haber este vacío; veo que, para llenarlo,
hago toda clase de esfuerzos cosa que también es egocéntrica-
y el vacío se hace más extenso y profundo.
¿Es
posible trascender este estado, no escapando de él ni
diciendo, «no seré egocéntrico»? Cuando uno dice «no seré
egocéntrico», ya lo es. Cuando ejercemos la voluntad para negar la
actividad del «yo», esa misma voluntad es factor de aislamiento.
La
mente se ha condicionado a través de siglos y siglos en su urgencia
de seguridad y protección; ha creado, tanto fisiológica como
psicológicamente, esta actividad egocéntrica que impregna su vida
diaria en «mi familia», «mi empleo», «mis posesiones», y eso
produce este vacío, este aislamiento. ¿Cómo va a terminar esta
actividad? ¿Puede terminar alguna vez? ¿O tiene uno que rechazarla
totalmente y dotarla de otra cualidad del todo distinta?
Me
pregunto si están ustedes siguiendo todo esto. Veo este vacío, cómo
ha surgido en mí. Comprendo que la voluntad o cualquier otra
actividad ejercida para desechar al creador de este vacío es sólo
otra forma de actividad egocéntrica. Eso lo veo muy claramente,
objetivamente, y de pronto me doy cuenta de que no puedo hacer nada
sobre ello. ¿Comprenden? Antes hice algo en relación con este
vacío, escape o traté de llenarlo, me esforcé por comprenderlo y
penetrarlo, pero todas esas son otras formas de aislamiento. Así,
pues, súbitamente comprendo que no puedo hacer nada: que cuanto más
trato de hacer sobre ello, tanto más estoy creando y construyendo
murallas de aislamiento. La mente misma se da cuenta de que no puede
hacer nada, que el pensamiento no puede tocar esto, porque tan pronto
lo toca, engendra vacío de nuevo. De manera que observando con
cuidado y objetividad, veo todo este proceso, y el mismo hecho de
verlo es suficiente. Miren lo que ha sucedido. Antes he utilizado
energía para llenar este vacío, he vagado por todas partes, y ahora
veo su absurdo, la mente ve muy claro cuán absurdo es todo ello, de
modo que ahora no estoy disipando energía. El pensamiento se
aquieta; la mente se queda completamente serena: ha visto el mapa
completo de esto, y así llega el silencio. En ese silencio no hay
soledad. Cuando adviene tal silencio, ese silencio absoluto de la
mente, hay belleza y amor, que puede o no- expresarse.
¿Han
seguido esto del todo? ¿Hemos emprendido juntos el viaje? Señora,
no diga que sí... Este problema, del cual estamos hablando, es uno
de los más difíciles, y más peligrosos, porque, si usted es de
algún modo neurótica, como lo somos la mayoría de nosotros,
entonces se vuelve complicado y feo. Este es un problema enormemente
complejo. Cuando usted examina su extraordinaria complejidad, se
vuelve sencillísimo, y su misma sencillez le lleva a usted a decir:
«¡Qué simple es!». Y cree que lo ha captado.
De
modo que sólo hay dicha plena más allá del placer; y existe la
belleza, que no es la expresión de una mente astuta, sino la belleza
que se conoce cuando la mente está en completa quietud, en silencio.
Está
lloviendo y pueden oír el ruido compasado de las gotas, lo pueden
oír con los oídos y pueden oírlo desde el fondo del profundo
silencio. Si lo oyen con la mente en completo silencio, entonces su
belleza es tal que no puede expresarse en palabras ni en el lienzo,
porque esta belleza está más allá de la autoexpresión. El amor
evidentemente es bienaventuranza, la cual no es placer.
¿Quieren
hablar sobre esto, explorarlo juntos?
Interlocutor: Cuando
uno no está consciente todas las viejas respuestas vuelven a la
mente. ¿Cómo va uno a impedir o inhibir o dejar de lado las viejas
respuestas?
K.: Digámoslo en otras
palabras. Tal vez esto nos ayude. Hay estados de inatención y de
atención. Cuando están en atención completa la mente, el corazón,
los nervios, todo lo que usted posee, en ese momento no vuelven los
viejos hábitos, las reacciones mecánicas; el pensamiento no
participa de esto. Pero nosotros no podemos sostener esa atención
todo el tiempo. De modo que casi siempre estamos inatentos, un estado
en que no somos conscientes sin elección alguna.
¿Qué
ocurre? Hay inatención y atención en raras ocasiones. Y nosotros
tratamos de tender un puente entre una y otra. ¿Cómo puede mi
inatención convertirse en atención? O bien, ¿puede haber completa
atención todo el tiempo?
La
inatención nunca puede convertirse en atención. ¿Cómo podría
hacerlo? ¿Cómo puede usted convertir el odio en amor? No puede.
Pero
investigue usted los caminos de la inatención, obsérvela, vea cómo
crece, dése cuenta de la inatención y no trate de convertirla en
atención. No haga nada. ¡Bien! Usted no está atento. ¿Qué pasa?
Mírelo con mucho cuidado, dése cuenta de que no está atento, no
trate de forzar su estado para convertirlo en atención, y se dará
cuenta de que no está atento y entonces cambiará. Pero no puede
hacerlo si dice: «quiero darme cuenta de que no estoy atento».
¿Comprende
usted lo que digo? Por favor, obsérvelo, no llegue a ninguna
conclusión. Primero observe. Hay dos estados: uno es la inatención
y el otro, en raros momentos, es la atención completa, en que el
pensamiento no participa en ninguna forma. En esos raros momentos
descubrirá algo totalmente nuevo. En esa atención completa hay una
dimensión del todo distinta. Si entonces eso llega a ser algo que
usted ha conocido, que ha sentido, que guarda en la memoria, si llega
a ser un recuerdo y usted se dice a sí mismo: «desearía poder
captar eso otra vez, retenerlo, no dejarlo ir», entonces eso es de
nuevo el estado de inatención. De modo que dése cuenta del estado
de inatención, no de «la manera de estar atento». No haga nada con
la inatención. Muy bien, no estoy atento, pero tengo mucho cuidado,
lo estoy observando, no trato de darle una forma, no trato de
cambiarlo, me limito a observarlo. Ese mismo acto de observar es
atención..
Interlocutor: La mayor
parte de nuestra vida diaria se vive sólo al nivel de los hechos,
especialmente en el caso de los niños, que aprenden a conocer hechos
en la escuela. ¿Es esta actividad real, que es diaria y necesaria,
un impedimento para la libertad psicológica?
K.: Señor, nada es
impedimento para la libertad psicológica. ¡Nada! Un impedimento
surge sólo cuando hay resistencia. Si no hay resistencia, entonces
no hay problema psicológico. Si usted trata con resistencia, como un
obstáculo, el vivir diario el ganarse la vida, educar los
hijos, el fastidio de todo ello, la rutina, la tarea diaria de lavar
platos- entonces todo se convierte en un problema. Pero cuando usted
se da cuenta de todo este proceso del vivir con su rutina, sus
habites, su aburrimiento, con sus ansiedades, disgustos, el miedo, la
dominación, las posesiones- cuando usted se da cuenta de esto sin
elegir nada (no puede hacer usted nada sobre esa lluvia o sobre el
perfil de esas colinas) y si puede usted mirar su propia actividad de
la misma manera, calladamente, sin ninguna elección, sin resistencia
alguna, entonces no hay problema psicológico. De ahí sólo surge
entonces la libertad.
CAPÍTULO 7
Los hábitos. La
ausencia del amor. Los hábitos y el temor. Los escapes. El
observador y lo observado. La naturaleza del pensamiento. Los sueños.
El amor.
Lo
importante no es acumular palabras, razonamientos o explicaciones,
sino más bien producir, en cada uno de nosotros, una honda
revolución, una profunda mutación psicológica, para que haya una
sociedad de tipo distinto: una relación totalmente diferente entre
hombre y hombre, que no se base en la inmoralidad, como ahora. Una
revolución así, en el más profundo y completo sentido de la
palabra, no se realiza mediante sistema alguno, ni por acción de la
voluntad, ni por ninguna combinación del hábito y de la previsión.
Una
de nuestras mayores dificultades -¿no es verdad?- es que somos
prisioneros del hábito. Y el hábito, aunque sea refinado, sutil, y
esté hondamente arraigado y establecido, no es amor. El amor nunca
puede ser una cosa de hábito. El placer, como decíamos el otro día,
puede convertirse en hábito y en continuada urgencia, mas yo no veo
cómo puede volverse hábito el amor. Y el cambio profundo y radical
de que estamos hablando ha de venir con esta cualidad de amor, una
cualidad que nada tiene que ver con el emocionalismo o el
sentimentalismo; no tiene nada que ver con la tradición, con la
cultura hondamente arraigada de sociedad alguna. La mayoría de
nosotros, como carecemos de esa extraordinaria cualidad del amor,
caemos en hábitos «de rectitud»; y los hábitos nunca pueden ser
rectos. El hábito no es bueno ni malo. Sólo hay hábito, una
repetición, una imitación, un ajuste al pasado y a la tradición,
que es resultado del instinto heredado y del conocimiento adquirido.
Si
uno va tras el hábito o vive en él, tiene que aumentar
inevitablemente el temor, y de esto es que vamos a hablar juntos en
la mañana de hoy. Una mente atrincherada en el hábito y la
mayor parte de las nuestras están así- tiene que vivir siempre en
el temor. Al decir hábito, no me refiero solo a la repetición, sino
a los hábitos de conveniencia, los hábitos en que uno cae en
determinada forma de relación, como la conyugal, como aquella entre
la comunidad y el individuo, entre las naciones, etc. Todos vivimos
en el hábito, en las tradicionales y bien establecidas líneas de
conducta y comportamiento, en las muy respetadas maneras de ver la
vida, en las opiniones tan profundamente atrincheradas y arraigadas
en forma de prejuicios.
Mientras
la mente no sea sensible, alerta y ágil, no será capaz de vivir con
la realidad de la vida, que es muy fluida, que está cambiando
constantemente. Psicológicamente, internamente, nos negamos a seguir
el movimiento de la vida, porque nuestras raíces están
profundamente asidas al hábito y a la tradición, en la obediencia a
lo que se nos ha dicho, en la aceptación. Y me parece que es muy
importante comprender esto y romper con ello, pues no sé cómo el
hombre puede seguir viviendo sin amor. Sin amor nos estamos
destruyendo unos a otros, estamos viviendo en fragmentos, un
fragmento en agresión contra el otro, en rebelión contra el otro. Y
el hábito en cualquier forma que sea, inevitablemente tiene que
engendrar el miedo.
Si
se me permite sugerirlo, no se limiten, por favor, a aceptar
meramente y decir: «Sí, en efecto, vivimos dependientes de hábitos.
¿Qué haremos?», sino más bien dénse cuenta, sean conscientes de
los hábitos que tiene cada uno; dénse cuenta, no sólo de los
hábitos físicos, como los de fumar, comer carne, beber, sino
también de los que están muy arraigados en la psiquis, los que nos
hacen aceptar, creer, esperar y desesperar, padecer agonías y penas.
Si juntos pudiéramos penetrar en este problema del hábito y también
del miedo, para tal vez así llegar a terminar con el dolor, podría
entonces existir la posibilidad de un amor que nunca hemos conocido,
una dicha que está más allá del contacto del placer.
La
mayoría de nosotros seguimos las rutinas del hábito consciente o
inconsciente; creemos que los hábitos son correctos e incorrectos,
buenos y malos, hábitos de conducta, y otros que no son respetables,
los hábitos que la sociedad considera inmorales. Pero la moralidad
social es en sí misma inmoral. Ustedes pueden ver eso con bastante
sencillez, porque la sociedad se basa en la agresión, en el afán de
adquirir, en el sentido de predominio del uno sobre el otro, etc.,
el sistema cultural. Hemos aceptado esa moralidad, vivimos de
acuerdo con ese patrón moral, lo aceptamos como cosa inevitable, y
así se ha convertido en hábito. Cambiar este hábito, ver cuán
extraordinariamente inmoral es aunque esa inmoralidad se haya vuelto
altamente respetable; ver eso y actuar con una mente que ya no es
prisionera del hábito, actuar de un modo distinto por completo, sólo
es posible cuando comprendemos la naturaleza del miedo. Con mucha
facilidad cambiaríamos cualquier costumbre, nos abriríamos paso a
través de cualquier hábito atrincherado, arraigado profundamente,
si no hubiera el temor de que, al romperlo, sufriríamos aún más,
estaríamos aún más inciertos, más inseguros. Les ruego que se
observen ustedes mismos, observen sus propios estados mentales, vean
que la mayoría de nosotros romperíamos fácil y felizmente un
hábito si, por otro lado, no hubiera temor, ni incertidumbre.
Lo
que hace que la mayoría de nosotros nos aferremos a nuestros
hábitos, es el temor. Investiguemos, pues, esta cuestión del miedo,
no de manera intelectual ni verbal, sino dándonos cuenta de nuestros
propios temores psicológicos, examinándolos. Es decir, demos
espacio al temor para que pueda florecer y observémoslo en su
florecimiento mismo. Miren, el temor es un fenómeno muy extraño,
tanto en lo biológico como en lo psicológico. Si pudiéramos
comprender los miedos psicológicos, entonces podríamos remediar,
comprender con facilidad los biológicos. Por desgracia, nos mueven
rápidamente los temores físicos y descuidamos los psíquicos; nos
amedrentan mucho la enfermedad y el dolor; la mente toda se
intranquiliza y no sabemos cómo arremeter contra ese dolor sin
producir una serie de conflictos en la psiquis, dentro de uno mismo.
Por el contrario, si uno pudiera empezar con los temores psíquicos,
entonces acaso los físicos podrían comprenderse y tratarse con
cordura.
Es
obvio que para observar el temor, no puede haber escape alguno. Todos
hemos cultivado medios de escape para eludir el miedo. El hecho de
eludirlo no sirve más que para aumentarlo. También esto es muy
sencillo. De modo que lo primero es ver que huir del temor es una
forma de temor. Cuando lo evitamos, sencillamente le volvemos la
espalda, pero siempre está ahí. Comprendan, pues, no de
manera verbal ni intelectual- comprendan en realidad que no es
posible eludirlo, está ahí, como una lengua ulcerada, como una
herida; no podemos evitarlo. Está ahí. Este es un hecho. Entonces
ustedes tienen que dar espacio al miedo para que florezca, como
dejarían espacio para que floreciera la bondad. Tienen que dejar
espacio para que el temor salga a la superficie. Entonces pueden
observarlo.
Ya
ustedes saben, si han plantado alguna vid de crecimiento rápido y
están interesados en ella, que si vuelven a mirarla al terminar el
día, se encuentran con que ya tiene dos hojas; está creciendo
rápidamente. Del mismo modo, vea el temor y déle espacio para que
quede expuesto a la luz. Esto significa que en realidad no teme
mirarlo. Es como una persona que depende de otras porque tiene miedo
a estar sola y al depender de otros, lleva a cabo una serie de
acciones hipócritas. Dándose cuenta de las actividades de la
hipocresía, dejándolas de lado, puede ver lo temerosa que se siente
de estar sola; puede estar con ese temor, dejarlo que se mueva, que
aumente, mirar su naturaleza, su estructura, su cualidad.
Cuando
usted puede mirar el miedo sin eludirlo de ninguna manera, ese miedo
tiene una cualidad distinta. (Espero que usted esté haciendo esto,
que tome su particular temor, por mucho que lo haya alimentado, por
mucho que lo haya evitado cuidadosamente, y que lo esté mirando
ahora sin recurrir a ningún escape, sin juzgarlo, condenarlo, ni
justificarlo). Luego surge la cuestión si es que uno llega tan
lejos- sobre «quién» es el que está observando el temor. Tengo
miedo de no importa lo que sea- la muerte, de perder mi empleo,
de envejecer, miedo de una enfermedad; tiene uno miedo y no lo
rehuye, ahí está. Lo miro, y para mirar cualquier cosa, tiene que
haber espacio. Si estoy muy cerca de ella, no puedo verla. Y cuando
miro el temor y le doy espacio y libertad para mantenerse vivo,
¿quién está entonces mirando el temor? ¿Quién es el que dice:
«no he escapado del miedo, lo estoy mirando, no desde muy cerca,
para que pueda desarrollarse, para que pueda vivir, y no lo estoy
sofocando con mi ansiedad?» ¿Quién es entonces el que lo está
mirando? ¿Quién es el «observador», siendo el temor la cosa
observada?
El
«observador» es, desde luego, la serie de hábitos, la tradición
que «él» ha aceptado y dentro de la cual vive; «él» es la norma
de conducta, la creencia o la inclinación a evitarla: el observador
es eso, ¿no es así? Es la entidad cultivada, la mente cultivada,
estilizada, sistematizada, que funciona en el hábito; es el
«observador» el que está mirando el temor; por lo tanto, «él»
no lo está mirando directamente, en absoluto. Lo mira con la
cultura, con la ideología tradicional, de modo que hay conflicto
entre «él» (con todo su trasfondo y condicionamiento), entre «él»,
la entidad, y la cosa observada: el temor. «Él» está mirándolo
indirectamente, buscando razones para no aceptarlo, y hay así una
constante batalla entre el observador y la cosa observada. Lo
observado es el temor, y el «observador» lo mira con el
pensamiento, que es la respuesta de la memoria, de la tradición, de
la cultura.
Uno
tiene entonces que comprender la naturaleza del pensamiento.
(¿Podemos examinar esto? Miren, es una cosa muy sencilla; espero que
yo no la esté haciendo complicada). No sé lo que va a pasar mañana.
Podría perder el empleo, no sé, cualquier cosa puede pasar. Así
que tengo miedo del mañana. Es el pensamiento lo que ha producido
este miedo. Dice: «Podría perder mi puesto, mi esposa podría
abandonarme, puede que esté solo, tal vez tenga aquél dolor que
tuve ayer, etc.». El pensamiento, el pensar sobre el mañana y tener
la incertidumbre del futuro crea temor. Esto está bastante claro,
¿no?
Si
algo inmediato produce una sacudida, sin tiempo para que intervenga
el pensamiento, no habrá temor. Es sólo cuando hay un intervalo
entre el incidente y la reacción que el pensamiento puede intervenir
y dice: «tengo miedo». Se tiene miedo a la muerte, ese miedo a la
muerte es el hábito, la cultura en que nos hemos criado. Así, que
por ejemplo, dice el pensamiento: «moriré algún día. ¡Por Dios!
No pensemos en ello. Alejémoslo de la mente». Pero el pensamiento
está atemorizado, ha creado una distancia entre sí mismo y ese día
inevitable, por lo cual tiene miedo. De modo que para comprender el
temor, uno tiene que penetrar en toda la estructura y naturaleza del
pensamiento.
Ahora
bien, resulta muy sencillo ver lo que es el pensamiento. El
pensamiento es la respuesta de la memoria; experiencias a millares
que han dejado un residuo, una huella en las mismas células
cerebrales. Y el pensamiento es la respuesta de esas células. Es
algo muy material. ¿Puedo yo entonces, puede el observador mirar el
temor sin invocar o incitar el pensamiento con todo su trasfondo de
cultura y de explicaciones? ¿Puedo yo mirar el miedo sin todo eso?
¿Habrá miedo entonces? (No sé si están siguiendo todo esto).
En
primer lugar, uno está asustado, por que no ha observado el miedo,
lo ha eludido a toda costa. El evitarlo sólo sirve para crear miedo,
conflicto y lucha, lo que produce varias formas de acción neurótica,
violencia, odio, dolor, etc. Ahora bien, cuando en la observación no
interviene el pensamiento, uno tiene que ser muy sensible, tanto
física como psicológicamente; pero esto es imposible cuando uno
actúa dentro de los límites del pensamiento. Ir más allá del
pensamiento, lo cual es lo «imposible» para la mayoría de
nosotros, implica descubrir si es «posible» estar libre en absoluto
del pensamiento.
¿Podemos
seguir? ¿Nos estamos comunicando unos con otros? Lo siento. Si no
podemos, es inútil.
La
mayoría de nosotros somos muy insensibles físicamente porque
comemos demasiado, fumamos, nos entregamos a varias formas de
deleites sensuales no es que no debamos hacerlo- la mente se
amodorra de esa manera y cuando la mente se embota, el cuerpo se
embota aún más. Éste es el patrón en que hemos vivido. Ustedes
ven lo difícil que es cambiar de régimen alimenticio, estamos
acostumbrados a una dieta particular que satisface el gusto, y
tenemos que repetirla continuamente; si no lo conseguimos, creemos
que vamos a enfermar, nos asustamos, etc.
El
hábito físico produce insensibilidad. Evidentemente un hábito de
drogas, de bebidas alcohólicas, de fumar, cualquier hábito tiene
que insensibilizar el cuerpo, y esto afecta la mente. La mente, que
es en sí la percepción total, tiene que ver con mucha claridad, sin
confusión, y en ella no debe haber conflictos de ninguna clase.
El
conflicto no es sólo desperdicio de energía; además, embota la
mente, la vuelve perezosa, pesada, estúpida. Una mente así, presa
del hábito, es insensible. Por esta insensibilidad, por este
embotamiento, no aceptará nada nuevo, porque tiene miedo a aceptar
algo nuevo como una idea, una ideología o una nueva formula (sería
el colmo de la estupidez, de la idiotez). Al darnos cuenta de cómo
todo este proceso de vivir en el hábito produce la insensibilidad,
incapacitando la mente para comprender, percibir y moverse con
rapidez, empezamos a ver el temor como es realmente. Viendo que es
producto del pensamiento, entonces nos preguntamos si podemos mirar
cualquier cosa sin que funcione toda la maquinaria del pensamiento.
No sé si usted ha mirado alguna vez una cosa sin poner a funcionar
esa maquinaria. Ello no significa que soñemos despiertos, no quiere
decir que usted se vuelva inseguro, que vague por ahí en una especie
de sordo estupor; al contrario, implica ver toda la estructura del
pensamiento el pensamiento mismo- que tiene cierto valor a
determinado nivel, y ningún valor a otro nivel. Mirar el temor,
mirar el árbol, mirar a su esposa o a sus amigos, mirar con ojos que
el pensamiento no haya tocado en absoluto... Cuando usted haya
logrado esto, dirá que el temor no tiene realidad alguna, que es
producto del pensamiento y como todos los productos del pensamiento
excepto los de la tecnología- carece de toda validez.
De
modo que, mirando el temor y dejándolo en libertad, termina el
temor. Uno espera ver la verdad, escuchando todo esto en esta mañana,
escuchando, otorgando auténtica atención, no a las palabras o a los
razonamientos, no a su secuencia lógica o ilógica, etc., sino
escuchando efectivamente. Y si usted ve la verdad de esto, de lo que
se está diciendo, al salir de este edificio, estará libre del
temor.
Ya
saben, este mundo está tiranizado por el miedo, y éste es uno de
los más monstruosos problemas que tiene cada uno de nosotros. Miedo
de ser descubierto, miedo de arriesgarse, miedo de que se repita lo
que dijo usted hace años, y está usted nervioso y miente. Tiene que
conocer la extraordinaria naturaleza del temor y saber que cuando
vive uno en el temor, vive en tinieblas. ¡Es una cosa terrible! Lo
percibe uno, pero no sabe qué hacer con él; con el miedo a la vida,
el miedo a la muerte, el miedo a los sueños.
En
cuanto a los sueños, uno siempre ha aceptado como normal que debe
tener sueños, ha aceptado como hábito que uno tiene que soñar, que
es inevitable; y ciertos psicólogos han dicho que si uno no sueña
se volvería loco. Es decir, se afirma que lo imposible es no soñar
nada. Y nunca se pregunta uno: «¿Por qué tengo que soñar? ¿Para
qué soñar?» No se trata de qué son los sueños y cómo han de
interpretarse, cosa que se vuelve muy complicada y que en realidad
tiene muy poco sentido. Pero ¿puede uno descubrir si hay alguna
posibilidad de no soñar, para que, cuando uno duerma lo haga
plenamente, en completo descanso, para que a la mañana siguiente la
mente despierte fresca, sin haber pasado por toda la batalla? Yo digo
que es posible.
Como
hemos dicho, encontramos lo posible sólo cuando vamos más allá de
lo «imposible», ¿Por qué soñamos? Soñamos porque durante el día
la mente consciente, la superficial, está ocupada por favor,
no esta mas usando términos técnicos, sólo palabras ordinarias,
ninguna jerga especial- la mente está ocupada durante el día en el
empleo, en ir a la oficina, a la fábrica, en cocinar, lavar platos;
ya saben, está ocupada superficialmente, y la capa más profunda de
la conciencia está despierta, pero incapacitada para informar a la
mente consciente, pues esta última está ocupada en cosas
superficiales. Esto es sencillo.
Cuando
usted duerme, la mente superficial está más o menos callada, pero
no por completo. Tiene la preocupación de la oficina, de lo que
usted le dijo a la esposa y el sermoneo de ésta ya sabe, los
temores- pero se encuentra bastante callada. Sin embargo, dentro de
esta relativa quietud, el inconsciente proyecta las insinuaciones de
sus propias exigencias, de sus propios anhelos, de sus temores, los
cuales son traducidos por la mente superficial en forma de sueños.
¿Ha experimentado usted con esto? Es bastante sencillo.
No
es muy importante interpretar sueños o decir que usted tiene que
soñar; pero, si puede, descubra usted si hay posibilidad de no soñar
en absoluto. Sólo es posible siempre y cuando usted se dé cuenta
durante el día de todo el movimiento del pensar, si percibe sus
motivaciones, la forma cómo camina, cómo habla, lo que dice, por
qué fuma, las implicaciones de su trabajo, si se da cuenta de la
belleza de las colinas, de las nubes, de los árboles, del barro en
el camino y la relación de usted con otra persona. Dése cuenta, sin
ninguna elección, de modo que esté observando, observando,
observando; y dése cuenta de que en eso hay también inatención. Si
procede usted así durante todo el día, se le vuelve la mente
extraordinariamente aguda, alerta, no sólo la superficial, sino la
conciencia completa, el total de ella, porque no deja que escape
ningún pensamiento secreto, no hay un rincón de la mente que no sea
tocado, que no quede al descubierto. Y después, cuando se va en
efecto a dormir, la mente está extraordinariamente tranquila, no
sueña nada y prosigue una actividad muy distinta. La mente, que ha
vivido con intensidad completa durante el día, ha despertado toda la
cualidad de la conciencia porque se ha dado cuenta de sus palabras y
al cometer un error, está consciente de ello, no dice: «no debo» o
«tengo que combatirlo»; está con él, lo mira, se ha dado cuenta
de él completamente. Cuando se va a dormir, ya ha desechado todas
las viejas cosas de ayer.
El
temor (¿No les estaré adormeciendo con mis palabras?), no es un
problema insoluble. Cuando se comprende el temor, se comprenden
también todos los problemas relacionados con ese temor. Cuando no
hay miedo, hay libertad. Y cuando existe esta libertad interna,
psicológica, total, y no hay dependencia alguna, entonces la mente
no queda tocada por ningún hábito. ¿Sabe usted? El amor no es
hábito, no puede cultivarse; los hábitos, sí pueden cultivarse, y
para la mayoría de nosotros, el amor es algo que está muy lejos;
nunca hemos conocido su cualidad, ni conocemos si quiera su
naturaleza. Para dar con el amor, tiene que haber libertad. Cuando la
mente está en completa calma, dentro de su propia libertad, entonces
surge lo «imposible», que es el amor.
CAPÍTULO 8
Lo inexpresable. Lo
conocido. La aceptación, la autoridad y la fórmula. El dolor. El
pensamiento. El morir y el vivir. La vida de bienaventuranza.
Creo
que todo ser humano desea alguna experiencia trascendente, alguna
emoción o un estado mental que no esté preso en la monotonía
cotidiana, en la soledad y el fastidio de la vida. Todos queremos un
objeto por qué vivir. Queremos dar un significado a la vida, porque
la encontramos más bien aburrida, llena de turbulencia, y al
parecer, sin sentido; por eso inventamos un propósito, una
significación, llenamos la vida de palabras, de símbolos, de
sombras. La mayoría de nosotros aceptamos involuntariamente una vida
superficial, pero rodeándola de gran misterio.
Existe
un misterio algo muy increíble- que no puede ser apresado por
una creencia, por una experiencia ni por ningún anhelo. Hay un
«misterio» en realidad no debería usar esa palabra- hay algo
que no puede expresarse en palabras; no tiene nada que ver con el
sentimiento, ni con una explosión emotiva y sólo puede advenir
cuando no estamos presos en lo «conocido». Pero la mayoría de
nosotros no sabemos siquiera lo que es «lo conocido» y así, sin
comprender fundamentalmente nuestra naturaleza con sus crudos
instintos animales, su violencia y agresividad, tratamos de alcanzar
mentalmente o por algún proceso meditativo, una visión, un
sentimiento de «algo diferente». Creo que esto es lo que muchos
buscamos a tientas, no importa lo que seamos, comunistas o católicos
o adeptos de alguna pequeña secta que tomamos como entretenimiento.
Todos queremos algo que sea increíblemente bello, inviolable, que no
se halle sujeto en la red del tiempo.
Estamos
presos en lo «conocido»; y «lo conocido», el conocimiento de
nosotros mismos, es muy difícil de comprender. ¡Es tan difícil
mirarnos a nosotros mismos cara a cara, sin que medie ningún
prejuicio, ninguna opinión, ningún juicio, simplemente mirarnos tal
como somos! Hemos heredado del animal, del mono, todos los instintos
y reacciones; hemos crecido con todas las tradiciones y culturas;
esas son las cosas que no nos gusta mirar; esas cosas constituyen lo
«conocido».
¡Si
sólo pudiéramos mirar dentro de nosotros mismo! Muchos de nosotros,
por desgracia, no parecemos dispuestos a hacerlo. Queremos hallar
algo extraordinariamente bello, algo noble, pero sin querer admitir
lo que es, lo real, conocido consciente o inconscientemente, aunque
la mayoría de nosotros no lo sabemos. ¡Tenemos tanto miedo de ir
más allá de esto «conocido»! Para ir más allá, tenemos que
examinarlo, tenemos que estar en completa intimidad y familiarizarnos
con ello, comprender su estructura y naturaleza. La mente no puede
trascender los hechos de lo conocido si no los ha comprendido y
vivido totalmente, por completo, en íntimo contacto con los
movimientos del pensamiento y del sentimiento, con la brutalidad, con
los instintos animales. Sólo entonces puede uno ir más allá y
encontrar algo que puede llamarse la verdad, y una belleza que no
está separada del amor; un estado, una dimensión diferente, donde
hay un movimiento siempre nuevo, fresco, joven, decisivo.
¿Por
qué estamos tan inclinados a aceptar? No importa lo que sea. ¿Por
qué accedemos tan fácilmente y decimos que «sí» a las cosas?
Seguir es una de nuestras tradiciones; como los animales en una
manada, todos seguimos al líder, a los maestros y gurús, y por eso
existe la «autoridad». Donde hay autoridad, evidentemente tiene que
haber miedo. El miedo da cierto impulso y la energía para triunfar,
para, lograr algo prometido, como la esperanza, la felicidad, etc.
¿Es posible, pues, no aceptar nunca, sino examinar, explorar?
Ya
sabemos, cuando usted está sentado ahí, y el orador está arriba,
en el estrado, una de las cosas más difíciles es no concederle
cierta autoridad. De modo inevitable, esta relación (lo alto y lo
bajo, físicamente hablando) produce cierto grado de aceptación;
«Usted sabe, nosotros no sabemos»; «usted nos dice lo que hay que
hacer, nosotros lo seguiremos, si podemos». Y esto, me parece, es la
acción más destructiva que jamás pueda emprender una mente: seguir
a cualquiera, imitar un patrón establecido por otro. Una
fórmula impuesta por otro lleva inevitablemente al conflicto, a la
desdicha, a estar psicológicamente amedrentado. Y así es como
vivimos. Parte de esa armazón de autoridad se apoya en la aceptación
de la forma en que vivimos y en el hecho de no poder trascenderla.
Queremos que otro nos diga lo que debemos hacer.
Para
examinarnos como somos realmente y esa realidad es en efecto
más bien ilusoria- necesitamos humildad; no la severa humildad
cultivada por un hombre vanidoso, no esa severidad del sacerdote o
del disciplinante. Necesitamos humildad para mirar de otro modo. No
somos humildes por naturaleza. Somos más bien arrogantes, creemos
saber mucho. Cuanto más envejecemos, tanto más arrogantes llegamos
a ser, más audaces. No hay humildad donde hay un juicio, una
valoración, una hipótesis de lo que deberíamos ser, una ideología,
una fórmula.
Uno
de nuestros mayores problemas es el dolor. Hemos aceptado el dolor
como una forma de vida lo mismo que hemos aceptado la guerra como una
forma de vida guerra, no sólo en el campo de batalla, sino
guerra dentro de nosotros mismos- la perpetua lucha, tanto interna
como externa. Hemos aceptado el dolor como un modo de vivir, pero
nunca nos hemos preguntado si es del todo posible terminar con él
por completo.
Me
pregunto por qué tenemos que sufrir. Sufrimos, tal vez, porque no
estamos bien físicamente, sentimos mucho dolor y quizás sin
remedio; o el dolor es tan agudo, tan penetrante, que nos quita toda
razón. En eso hay gran dolor, como lo hay en todo caso de
enfermedad, de incapacidad física, de envejecimiento físico
acompañado de la pena y el miedo a la vejez. Luego están todo el
dolor y la aflicción en el campo psicológico de la existencia; la
pena que nos invade cuando no tenemos amor y queremos ser amados,
cuando no hay caridad, cuando no podemos mirar lo que es con ojos
inmaculados. Hay el dolor de la ignorancia no de los libros, ni
de la técnica; las máquinas calculadoras están extraordinariamente
bien informadas, pero son máquinas ignorantes- la ignorancia con
respecto a la comprensión de uno mismo, de lo que uno es, en
realidad. Esa ignorancia causa gran dolor, no sólo dentro de uno
mismo, sino en toda la comunidad, en la raza, en los pueblos del
mundo. Hay el dolor de aceptar el tiempo como medio de logro, de
ganar alguna bendición en el futuro. Y hay, desde luego, el dolor de
una vida que termina, de la muerte, la muerte de otro, la de uno
mismo.
La
pena del padecimiento físico, el dolor de no amar y las
frustraciones de la autoexpresión, el dolor del mañana que nunca
llega, el dolor de vivir en el mundo de lo conocido y de estar
siempre atemorizado por lo desconocido -esa es la forma en que
vivimos. Hemos aceptado tal manera de vivir, y esta aceptación misma
crea una barrera para trascenderla. Sólo cuando la mente no acepta,
si no cuando está siempre interrogando, dudando, inquiriendo,
descubriendo, puede enfrentarse a, lo que en realidad «es», tanto
externa como internamente. Quizás entonces pueda ir más allá de
este perpetuo sufrimiento del hombre.
Exploremos,
pues, juntos, y averigüemos si es posible acabar con el dolor, no
verbalmente, intelectualmente o por medio de la razón. El
pensamiento nunca puede terminar con el dolor; sólo puede
engendrarlo. Pensar es invitar al dolor. El pensamiento, la capacidad
intelectual de razonar, por muy cuerda que sea, no da fin al dolor;
para lograr esto debemos tener una capacidad del todo distinta no
cultivada en el tiempo- la capacidad para observar.
¿Por
qué sufrimos? Primeramente, observemos el sufrimiento psicológico,
el dolor, la soledad, la pena, la ansiedad, el miedo, los pasajeros
entusiasmos que engendran sus propias dificultades. Si podemos
comprender esos dolores psicológicos, entonces tal vez podamos
tratar el dolor físico, la enfermedad del cuerpo y la vejez, en que
hay incapacidad, decaimiento de la energía, falta de impulso, etc.
Investigaremos primero el dolor psicológico y entonces, en el acto
mismo de comprender éste, se comprenderá también el problema
físico. ¿Que es el dolor? ¿Qué diría usted? Seguramente que
usted ha tenido dolor, el dolor que se expresa en lágrimas, en una
sensación de aislamiento, una sensación de estar fuera de toda
relación humana, el dolor que implica mucha lástima de uno mismo.
Si mira usted en su interior y hace esta pregunta: ¿qué es el
dolor?, me gustaría saber cómo respondería. No estamos preguntando
lo que es el dolor físico, sino qué es el sentimiento de aflicción,
el sentimiento de extrema desdicha, de impotencia, de estar frente a
una pared en blanco.
Yo
me pregunto qué significará para usted el dolor. ¿O es que lo
elude y nunca se pone en contacto con él de algún modo? Evitarlo es
en sí otra forma de dolor, y eso es lo único que sabemos. Por
ejemplo, consideremos la muerte, el morir. El mismo hecho de eludir
esa palabra, de nunca prestarle atención, de nunca encararse con lo
inevitable, el hecho mismo de eludirla es -¿no es cierto?- una forma
de dolor, una forma de miedo, que crea el dolor mismo. ¿Qué es,
pues, el dolor? Por favor, no espere usted que le dé una
explicación.
La
mayoría de nosotros hemos sentido dolor de varias maneras. La
urgencia de autoexpresión y la incapacidad para lograrla, engendra
dolor. Querer ser famoso y no tener la capacidad de lograr fama, eso
también trae dolor. El dolor de la soledad, la de no haber amado y
de querer siempre que se nos ame; el dolor de abrigar una esperanza
del futuro y de nunca tener la certeza de esa esperanza... ¡Por
favor, mírelo usted mismo! No espere que el que habla le haga la
descripción del dolor.
La
mayoría de nosotros sabemos lo que es el dolor: una emoción
frustrada, soledad, aislamiento, una sensación de estar desgajados
de todo, una sensación de vacío, la completa incapacidad para hacer
frente a la vida y la lucha incesante: todo eso engendra dolor. Nos
damos cuenta de ello y decimos. «El tiempo lo curará», «lo
olvidaremos», «se producirá algún otro incidente que será más
importante, una experiencia que será mucho más real». Y así
estamos siempre huyendo del hecho real del dolor a través del
tiempo. Es decir, uno vive recordando los agradables días que ha
tenido en el pasado, trayendo a la memoria placenteras experiencias:
uno vive con eso, que es vivir en el tiempo. Y también vivimos en el
porvenir; eludimos el dolor que está ahí, en la realidad y vivimos
con alguna futura ideología, una futura esperanza, una creencia.
Nunca
hemos podido escapar de este ciclo, nunca hemos podido terminarlo y
abrirnos camino a través de él; al contrario, todo el mundo
occidental rinde culto al dolor. Entre en cualquier iglesia y verá
adorar el dolor. En Oriente lo explican mediante varias palabras
sánscritas que, realmente, no tienen ningún sentido, como la ley de
causa y efecto, por la cual uno sufre, y así sucesivamente. Cuando
uno se da cuenta de todo esto, cuando lo ve con mucha claridad, cómo
es en efecto, cuando lo palpa y lo prueba, entonces uno mismo se
pregunta si es posible trascender todo ello. Y ¿cómo va usted a
trascenderlo?, Esta es en realidad una pregunta muy importante que
cada uno de nosotros tiene que contestarse a sí mismo.
Mire,
cuando usted ve por primera vez esas montañas, distantes,
majestuosas, elevadas por completo sobre toda la fealdad de la vida;
la belleza del entorno y la luz de la puesta del sol sobre ellas,
entonces su misma magnificencia tiende a silenciar la mente. El
efecto de esto lo deja atónito. Y el silencio que producen esas
colinas, montañas y verdes valles es completamente artificial.
Sucede como en el caso de un niño con un juguete. El juguete absorbe
el interés del niño, y cuando ha jugado bastante con él y lo ha
roto, pierde interés por el mismo. Entonces se vuelve vagabundo,
travieso. Del mismo modo somos despertados por algo grande, por algún
gran reto, una gran crisis, que nos silencia de repente, pero
entonces salimos de ese silencio que puede durar pocos minutos
o pocos días- y volvemos otra vez al mismo estado.
He
ahí este enorme hecho del dolor que el hombre nunca ha podido
trascender; puede escapar por medio de la bebida, por medio de todas
las diversas formas de evasión, pero eso no es trascenderlo, eso es
eludirlo. Bueno, ahí está el hecho real como el hecho de la muerte
o el del tiempo. ¿Puede usted mirarlo en completo silencio? ¿Puede
mirar su propio dolor en completo silencio? No de manera que la cosa
sea tan grande, de tal magnitud, de tal complejidad, que lo aquiete a
la fuerza, sino de otra manera: ¿Puede usted mirarlo, aún
conociendo su magnitud, sabiendo cuán extraordinariamente complejos
son la vida, el vivir, y la muerte? ¿Puede mirar esto con toda
objetividad y en silencio? Creo que ésta es la salida. Uso la
palabra «creo» en forma vacilante, pero en realidad esa es la única
salida.
Si
la mente no está en silencio, quieta, ¿cómo puede comprender algo?
¿Cómo puede captar, mirar, estar en completa intimidad y
familiarizada con la muerte, con el tiempo o con el dolor? Y, ¿qué
es eso que dice: «estoy apenado», «soy desdichado», «he pasado
días en conflicto, en sufrimiento, en completa desesperación»?
¿Qué es esa cosa que sigue repitiendo: «no puedo dormir», «no me
he sentido bien», «soy esto, soy aquello», «soy infeliz», «usted
no me ha mirado», «usted no me ha amado»? ¿Qué es esa cosa que
sigue hablándose a sí misma? Seguramente, es el pensamiento.
Volvemos
a esta cosa primaria, el pensamiento, que ha buscado el placer y que
se ha visto frustrado, que se queja diciendo: «He perdido a alguien
a quien amaba y me siento solo, desgraciado, lleno de pena», y esto
implica tener lástima de sí mismo, compadecerse de sí mismo. Es
también el pensamiento, recordando la compañía de que disfrutó,
los placenteros días pasados, tras los cuales se ocultaban la
soledad, el vacío interior, y el pensamiento empieza a quejarse.
«Soy desgraciado». Tal es la naturaleza misma del sentimiento de la
propia lástima.
¿Puede,
por lo tanto, mirarse usted usted que es la totalidad de esta
compleja entidad: el pensamiento- con lástima de sí mismo, con su
dolor, con sus ansiedades, sus temores, su agresividad, su
brutalidad, sus exigencias sexuales, sus impulsos; puede usted
mirarse por completo en silencio? Y, cuando se haya mirado así,
entonces podrá quizás preguntar: «¿qué es la muerte?».
(Se
oye en lo alto el ruido de un avión). ¿Escucharon ustedes el sonido
maravilloso que produjo el paso del avión, el estruendo del mismo?
¿Puede uno escuchar con esa misma beatitud de silencio el ruido
total de la vida?
Si
uno puede observar, escuchar, entonces puede honradamente
preguntarse: ¿Qué es la muerte? ¿Qué significa morir? Esta no es
sólo una pregunta para los viejos, sino para todo ser humano, como
cuando uno pregunta: ¿qué es el amor?, ¿que es el placer? ¿qué
es la belleza? ¿Cuál es la naturaleza de la verdadera relación
humana en la cual no hay interferencia de imágenes? Así también
tiene uno que hacer esta pregunta fundamental como la del amor
o la de la belleza-: ¿Qué es la muerte? No nos abrevemos a
formularla, probablemente por estar algo atemorizados. Uno puede
decirse: «Me gustaría experimentar ese estado de ir muriendo, ser
consciente en realidad mientras uno muere, y así toma drogas a fin
de mantenerse despierto, para observar el momento mismo en que el
aliento cesa, porque uno quiere experimentar ese momento
extraordinario en que la Vida deja de ser».
¿Qué
es, pues la muerte, qué es el morir, llegar al final? No «qué es
lo que pasa después», cosa que no viene al caso. Para esto usted
puede inventar muchas teorías, creencias, esperanzas, fórmulas.
Morir, no de vejez o enfermedad, como cuando todo el organismo se
deteriora y uno se escapa. No en ese último momento, sino morir en
efecto, cuando uno está vivo, lleno de vitalidad, de energía, de
intensidad, con capacidad para explorar. Así, pues, ¿qué es
«morir»? no mañana, sino hoy. ¡Morir para descubrir! Ésta
no es una pregunta morbosa.
¿No
quiere usted saber, profundamente, usted mismo, con todos sus
nervios, su cerebro, con todo lo que posea, no quiere saber lo que
significa amar? ¿No quiere saber lo que eso significa, tener esa
extraordinaria bendición y saber con la misma avidez, con la misma
vitalidad, lo que la muerte es? ¿Cómo va a descubrirlo? Morir
implica conocer la cualidad de la inocencia. Más nosotros no somos
personas inocentes, hemos tenido miles de experiencias, un millar de
años; todo está ahí, en las células cerebrales mismas. El tiempo
ha cultivado la agresión, la brutalidad, la violencia, el
sentimiento de dominación y... ¡Oh! ¡tantas experiencias! Nuestras
mentes no son inocentes, claras, frescas, jóvenes; han sido
manchadas, torturadas, distorsionadas.
Para
preguntar qué es la inocencia uno tiene que vivirla y saber lo que
es la muerte. De seguro, sólo cuando uno muere para todo lo que
conoce, psicológicamente, internamente, cuando muere para su pasado,
muere con naturalidad, libre y felizmente; sólo en esa muerte hay
inocencia, hay una renovación, hay ojos inmaculados. ¿Puede uno
llegar a eso? ¿Puede uno desechar con facilidad, sin esfuerzo, las
cosas a que se ha aferrado? Los recuerdos agradables y los
desagradables, el sentido de «mi familia», «mis hijos», «mi
Dios», «mi marido», «mi esposa», y toda la actividad egocéntrica
que sigue y prosigue... ¿Puede uno desechar todo eso?
Voluntariamente, no por compulsión, por miedo, por necesidad, sino
con el reposo que adviene cuando uno observa el problema del vivir
un vivir lleno de contiendas, un campo de batalla. Poner fin a
ese problema, salir de él, «estar fuera» de todo lo relacionado
con esa forma de vida... ¿Puede uno hacerlo?
Escuche,
por favor, la pregunta: ¿Puede uno hacerlo? Usted puede decir: «No,
no puedo, no es posible». Cuando afirma que no es posible, lo que
quiere decir es que sólo será posible si sabe lo que pasará cuando
termine todo eso. Esto es, usted renunciará a una cosa cuando esté
seguro de otra. Dice que no es posible, solamente porque no sabe qué
es lo «imposible». Y para averiguarlo hay que darse cuenta tanto de
lo posible como de lo «imposible», e ir más allá. Entonces usted
mismo verá que todo lo que ha acumulado psicológicamente puede
desecharlo con mucha facilidad; sólo entonces sabrá usted qué es
vivir.
Vivir
es morir, morir todos los días para todas las cosas con que ha
luchado y las que ha acumulado para la propia importancia, por
lástima de sí mismo, para el dolor, el placer y la agonía de este
hecho que se llama vivir. Eso es lo único que conocemos y para verlo
todo, la mente tiene que estar extraordinariamente callada. En ver
precisamente la estructura completa consiste la disciplina; este
mismo «ver» nos disciplina. Y entonces tal vez sabremos lo que
significa morir; sabremos lo que significa vivir, no esta vida
torturada, sino una vida enteramente distinta, una vida que ha nacido
de una profunda revolución psicológica, que no implica desviarse de
la vida.
Quisiera
hablar la próxima vez, si se me permite, de una cosa que es en
realidad tan importante como el amor, la belleza del amor y el
significado de la muerte: la meditación. Lo que deberíamos hacer,
si es posible, es investigar esta cuestión de cómo podemos vivir en
forma del todo distinta, de cómo producir esta inmensa revolución
psicológica, para que no haya agresión, sino inteligencia. La
inteligencia puede estar por encima, tanto de la agresión como de la
no agresión, porque comprende el camino de la agresión y de la
violencia. Una revolución así crea una vida de la más alta
sensibilidad y, por lo tanto, de la más alta inteligencia. Creo que
éste es el único problema: cómo vivir una vida de bienaventuranza,
de gran intensidad, para que, conociendo la naturaleza misma y la
estructura del propio ser que está arraigado en el animal, en
el mono uno lo trascienda.
CAPÍTULO 9
La meditación. Los
“gurús”. La carga del conocimiento psicológico. La virtud. La
disciplina. La verdad. El amor. El condicionamiento. Lo que es. El
observador y lo observado.
Vamos
a hablar juntos sobre un problema complejo. La mayoría de nosotros
actuamos fragmentariamente: en lo político, religioso, social,
individual, familiar, etc. No parece que seamos capaces de descubrir
por nosotros mismos una acción que sea total no fragmentaria
y que responda ampliamente a todos los problemas. Parece que no
podemos vivir una vida plena, completa, total y siempre estamos
tratando de dar con una acción que de alguna manera nos traiga
satisfacción o contento en cualquier cosa que hagamos, ya seamos
profesionales, políticos o personas religiosas. Parece casi
imposible hallar una actividad que conteste todas estas preguntas sin
contradicciones, sin dejar una sensación de insuficiencia.
En
la mañana de hoy podemos entrar en un tema que tal vez dé respuesta
a esta urgencia por una actividad abarcadora y total en que no haya
división ni lucha de una acción contra otra. Vamos a hablar juntos
de este tema: la meditación. Acaso algunos de ustedes crean que la
meditación es simplemente una entretenida experiencia individual,
con el fin de descubrir algo que está más allá de lo que la mente
puede medir. Algunos de ustedes podrán creer que no es más que una
introducción innecesaria a algo que carece de valor cuando estamos
interesados en el vivir diario. Y algunos quizás habrán
experimentado ya con sistemas de meditación que proceden del Lejano,
Cercano o Mediano Oriente.
Antes
de entrar en el tema, creo que deberíamos presentar, como
aclaración, ciertas cosas absolutamente necesarias. En primer lugar,
tenemos que estar libres de toda hipocresía; no debe haber
fingimiento de clase alguna, ni doblez en las normas de la vida, ni
doblez en las actividades eso de decir una cosa y hacer otra-.
Toda forma de superchería propia está descartada. ¡Y la mayoría
nos balanceamos tan sutilmente entre la hipocresía y el deseo de
decir la verdad...! ¡Somos presuntuosos sólo por haber tenido la
experiencia de alguna insignificante visioncita o algún estado de
emoción que creemos es el fin absoluto de todo!
Así
que, ¿es posible que la mente, la totalidad de nuestro propio ser,
en acción, en pensamiento, sea honrada completamente, y no
hipócrita? Eso es muy importante; el ser hipócrita, en cualquier
forma, conduce al propio engaño, a la ilusión. Una mente que quiera
descubrir lo que es la verdadera meditación, de ninguna manera debe
proponerse esta doblez de normas en la vida, camino por el cual se
desliza uno con tanta facilidad al decir una cosa, hacer otra y
pensar otra cosa del todo distinta.
En
segundo lugar, tiene que haber la más elevada forma de disciplina. A
muchos nos disgusta la palabra «disciplina». Creo que esta palabra
significa, por su raíz en latín, «aprender», pero hemos
representado o interpretado mal su sentido dándole el significado de
conformidad, obediencia, imitación. En todo ello está envuelta la
represión de los propios deseos, ambiciones y necesidades, para
ajustarnos a un patrón o una fórmula, a fin de seguir un ideal. En
esto siempre hay conflicto entre lo que es y lo que debería ser.
Ir en pos de lo que debería ser, lleva a la hipocresía. Y
si se me permite decirlo cortésmente- en la mayor parte de los
idealistas hay un tinte de hipocresía porque eluden lo que es.
Ajustarse
a un modelo de lo que debería ser conduce al conflicto, a la
pugna, a una existencia dual; e inevitablemente lleva al doblez en
las normas y a la hipocresía. Cuando usamos la palabra «disciplina»,
lo hacemos en un sentido del todo diferente. Dijimos que tiene que
haber la más alta y completa forma de disciplina sin conformismo,
sin represión, sin seguir una ideología y sin crear una existencia
doble, dual. Esta disciplina no es compulsión externa ni nada que
usted se imponga como una exigencia interior para conformarse a algo,
imitar, seguir, obedecer; la disciplina está más bien en el acto
mismo de aprender cualquier cosa. Si quiero aprender un idioma, ese
idioma requiere que la mente sea disciplinada; el aprender mismo
implica disciplina. En eso no hay conflicto alguno. Si no quiere
usted aprender un idioma, ahí termina el asunto; pero si, en efecto,
quiere aprenderlo, entonces el aprendizaje mismo produce su propia
disciplina. Así es que la disciplina en el más elevado sentido, que
es la sensibilidad de la inteligencia, tiene que existir. Esa es,
pues, la segunda cosa.
En
tercer lugar algo que es un poco más complejo es todo este problema
de los gurús. Creo que esa voz, en sánscrito, significa «uno que
señala». El no asume ninguna responsabilidad por usted. Esa palabra
ha sido mal usada, como muchas otras. El gurú, en la antigüedad,
era alguien con quien usted vivía; le decía qué hacer, cómo
observar, cómo examinar. Vivía usted con él y con eso tal vez
aprendía sin imitarlo, sin ajustarse al modelo que él presentaba,
sino observando. De ahí se desarrolló toda esta ficción de
los gurús.
Por
favor, uno tiene que saber esto con alguna profundidad, porque al
proponerse penetrar en este asunto de la meditación, que en sí
misma es muy, muy compleja- uno tiene que comprender la necesidad de
estar libre de toda autoridad incluyendo la de quien habla
para que la mente, esa forma más elevada de suprema inteligencia,
sea una luz para sí misma. Y esa inteligencia no aceptará ninguna
autoridad, ya sea la del salvador, del maestro, del gurú o de
cualquiera. Tiene que ser y lo es, una luz para sí misma. Puede que
cometa un error, que sufra, pero justamente en el proceso de sufrir,
de cometer un error, está aprendiendo y, por lo tanto, se está
convirtiendo en una luz para sí misma.
Hay
muchos gurús en el mundo, los que se ocultan y los que se presentan
abiertamente. Cada uno de ellos promete que, al conformarse a cierto
sistema o método, la mente llegará a la realización de lo que es
la verdad. Pero ningún sistema o método que implica
imitación, conformismo, inclinación a seguir a otros, y, por tanto,
temor- tiene importancia de clase alguna para quien está
investigando todo este asunto de la meditación, asunto que requiere
una mente muy delicada, inteligente, en extremo sensible. Se supone
que el gurú sabe y que usted no sabe. Se le supone muy avanzado en
evolución y que por tanto ha adquirido un conocimiento ilimitado a
lo largo de muchas vidas, de muchas experiencias de haber seguido a
otros gurús superiores, etc. Y usted que está muy por debajo, va a
llegar de grado en grado a esa más alta forma de conocimiento. Todo
este sistema jerárquico que existe, no sólo fuera en la
sociedad, sino también internamente y aún entre los llamados gurús-
es, evidentemente, una ilusión, cuando se está investigando lo que
es verdad.
¿De
qué valor es el conocimiento aparte del tecnológico? Tiene
que haber conocimiento técnico, científico, no se puede eliminar
todo lo que el hombre ha acumulado al correr de los siglos. Ese
conocimiento tiene que existir, no es posible que usted y yo lo
destruyamos. Los santos y todos los que han dicho que el conocimiento
mecánico es inútil tienen su propio prejuicio particular.
Yo
puedo tener el conocimiento más profundo de mí mismo; sin embargo,
cuando hay acumulación de conocimientos, se empieza a interpretar, a
traducir lo que se ve, en términos del propio pasado. Mientras haya
esta carga de conocimiento psicológico, de conocimiento interno, no
habrá actividad libre. Y existe la diferencia entre el hombre que
está libre de esa carga y el que dice que sabe y que le conducirá a
otro a ese conocimiento, a esa cosa suprema; y, si afirma que lo ha
logrado, entonces desconfíe usted de él por completo, porque un
hombre que dice que sabe, no sabe. Y esa es la belleza de la Verdad.
Tiene
que haber base para la recta conducta, para la rectitud. Cometemos un
error, ponemos una piedra angular que puede no ser resistente; pero
pongamos una resistente para que el cimiento sea inquebrantable en
virtud. No hay virtud si no hay amor; la virtud no es cosa que deba
cultivarse, para convertirla en hábito. La virtud nunca es un
hábito, es una cosa viva, y, como no es hábito, su belleza reside
en que está siempre viva.
La
virtud, pues, no puede tener como cimiento hipocresía alguna, ni el
propio engaño, por supuesto. Y tiene que haber la más elevada forma
de disciplina, que es una sensibilidad para actuar y comprender
rápidamente. La disciplina no es algo que uno convierta en hábito.
Tenemos que vigilarla todo el tiempo, cada minuto, cada día. Es que
si no levantamos este cimiento, nos vendrá toda clase de
calamidades, engaño, hipocresía, ilusión. Y como ya dijimos, toda
autoridad (hablamos de la autoridad interna, no de la autoridad de la
ley) anclada en el conocimiento, en la experiencia, en el concepto de
que hay uno que sabe y el otro que no sabe, sólo sirve para crear
arrogancia y falta de humildad, tanto respecto del que sabe como del
que trata de seguir a éste. De modo que cuando tenemos esto
firmemente, profundamente establecido, entonces podemos proceder a
investigar esa cosa extraordinaria llamada meditación.
Para
la mayoría de nosotros, la palabra «meditación» tiene muy poco
sentido. En Oriente se ha establecido firmemente que la «meditación»
envuelve ciertas maneras de pensar, de concentrarse, la repetición
de palabras y el acto de seguir sistemas, todo lo cual niega la
libertad y la vivacidad de la mente. La meditación no es una
desviación o un entretenimiento; es parte de toda nuestra vida. Es
tan fundamentalmente importante y esencial como el amor y la belleza.
Si no hay meditación, entonces no sabe uno cómo amar, no sabe lo
que es la belleza. Y, haga uno lo que quiera (puede uno indagar, ir
de una religión, de un libro, de una actividad a otra, tratando
siempre de descubrir lo que es la verdad), nunca descubrirá nada,
porque la «búsqueda» de la verdad implica que una mente puede
hallarla y que tiene la capacidad de decir «esa es la verdad».
Pero, ¿sabe uno lo que es la Verdad? ¿Puede reconocerla? Si la
reconoce, ya es algo que pertenece al pasado. De modo que la verdad
no puede encontrarse buscándola; ha de venir sin ser invitada, o si
uno es afortunado, por suerte. La meditación no es una evasión de
la vida, no es proceso nuestro, particular, individual, que nos
pertenezca.
No
hay sendero que conduzca a la verdad. No existe el sendero suyo o el
mío. No hay un camino cristiano hacia la verdad, ni un camino hindú
tampoco. Un «camino» implica un proceso estático hacia algo que
también es estático. Hay un camino desde aquí a ese pueblo
próximo. El pueblo está firme allí, arraigado en los edificios, y
hay una carretera hasta él. Pero la verdad no es así; es una cosa
viva, algo que se mueve, y por eso no puede haber sendero que nos
lleve a ella, ni suyo ni mío ni de los otros. Esto ha de estar muy
claro en nuestra mente, en nuestra comprensión, pues el hombre ha
inventado tantos caminos, ha dicho que usted tiene que hacer esto o
aquello para encontrar algo como los comunistas cuando afirman
que el de ellos es el único camino para gobernar a la gente, es
decir, tiranía, dictadura, brutalidad, asesinato. Cuando uno ha
despejado el campo, ha despejado la cubierta, puede entonces pasar a
descubrir lo que la meditación es. Y no es un monopolio del Oriente.
(Una de las cosas más monstruosas es decir que existen los que le
enseñarán a uno a meditar; eso es evidentemente... ¡no quiero usar
adjetivos!)
Procedamos,
pues, a descubrir por nosotros mismos no como individuos, sino
como seres humanos que somos, viviendo en este mundo, con toda la
extraordinaria complejidad de la sociedad moderna- tratemos de
descubrir lo que es el amor. No «encontrarle», sino hallarnos en
ese estado de perfección, en esa condición de la mente que no está
agobiada por los celos, la desdicha, el conflicto, la lástima de sí
mismo. Sólo entonces hay una posibilidad de vivir en una dimensión
diferente, que es el amor. Y así como el amor es de importancia
inmensa, también lo es la meditación.
¿Cómo
vamos (hago esta pregunta, no por casualidad, sino seriamente), cómo
vamos a proceder con este problema? El problema, bastante obvio, de
que nuestras mentes están condicionadas, de que nuestras mentes
están eternamente charlando, nunca en silencio. Tratamos de
imponerle silencio, o ello ocurre de manera casual, por suerte. Para
encararse a este problema, para aprender, para ver, se requiere una
mente serena que no esté dividida, que no está desgarrada,
atormentada. Si quiero ver algo con mucha claridad: el árbol o la
nube, o el rostro de una persona que está junto al mí, para ver muy
claramente sin distorsión alguna, es obvio que la mente no debe
estar parloteando. Tiene que estar muy callada, para observar, para
ver. Y el ver mismo es acción y aprendizaje.
¿Qué
es entonces la meditación? ¿Es posible la meditación (utilizo la
palabra con el significado que le da el diccionario, no con el
sentido extraordinario que le dan los que creen saber lo que es
meditación), es posible considerar, observar, comprender, aprender,
ver con mucha claridad, sin ninguna distorsión, oír todo tal como
es, sin interpretarlo, sin traducirlo conforme a nuestro propio
prejuicio? Cuando usted escucha al pájaro una mañana, ¿es posible
escuchar por ejemplo, sin que una palabra surja en su mente, escuchar
con atención total, sin decir «¡Qué bella, qué agradable, qué
hermosa mañana!» Todo esto significa que la mente ha de estar en
silencio, y no puede estar así cuando es afectada por cualquier
clase de distorsión. Por eso tenemos que comprender toda forma de
conflicto entre el individuo y la sociedad, entre el individuo y el
prójimo, entre él mismo y su esposa, sus hijos, su marido, etc.
Toda forma de conflicto, a cualquier nivel, es un proceso de
deformación. Cuando hay contradicción interna, la cual surge cuando
uno quiere expresarse de varias maneras distintas y no puede, emerge
entonces un conflicto, una pugna, una pena. Esto trastorna la
calidad, la sutileza, la viveza de la mente.
La
meditación es comprender la naturaleza de la vida, con su actividad
dual, su conflicto: es ver su verdadero significado, su verdad, de
modo que la mente se vuelva clara sin distorsión alguna, aunque haya
estado condicionada durante millares de años, viviendo en conflicto,
en lucha, en combate. La mente ve que la distorsión tiene que
producirse cuando sigue una ideología, la idea de lo que debería
ser en oposición a lo que es. De ahí viene una dualidad, un
conflicto, una contradicción, y, por tanto, una mente atormentada,
deformada, pervertida.
Sólo
hay una cosa: aquello que es, lo que es, nada más. Al interesarse
uno por completo en lo que es, desecha toda forma de dualidad, y por
eso no hay conflicto, no hay tortura mental. La meditación es
entonces el estado de la mente que ve en realidad «lo que es», sin
interpretarlo, sin traducirlo, sin desear que no existiera, sin
aceptarlo. La mente puede ver esto únicamente cuando cesa el
«observador». (Por favor, es importante comprender esto). Casi
todos nosotros estamos amedrentados: hay miedo, y el que desea
librarse del miedo es el observador. Este observador es la entidad
que reconoce el temor nuevo y lo traduce en términos de los viejos
temores que conoció y acumuló del pasado del cual ha escapado. Así
pues, mientras existan el observador y la cosa observada tiene que
haber dualidad y, por tanto, conflicto. Hay un retorcimiento de la
mente, y esa es una de las condiciones más complicadas, algo que
tenemos que entender. Mientras exista el «observador», tiene que
existir el conflicto de la dualidad. ¿Es posible ir más allá del
«observador», siendo éste toda la acumulación del pasado, el yo,
el ego, el pensamiento que brota de este pasado acumulado? Bien, la
meditación es la comprensión de todo el mecanismo del pensamiento.
Espero que, mientras el que habla pone esto en palabras, usted lo
estará escuchando y observando con mucha claridad, para ver si es
posible eliminar todo conflicto, a fin de que la mente pueda estar
totalmente en paz no contenta, pues el contentamiento surge
sólo cuando hay descontento, que es además el proceso de la
dualidad. Cuando no hay observador, sino sólo «observar», y, por
tanto, no hay conflicto, únicamente entonces puede haber completa
paz, de otro modo, hay violencia, agresión, brutalidad,
guerras, y todas las demás formas de comportamiento en la vida
moderna.
Así,
pues, la meditación es el medio de comprender el pensamiento y de
descubrir por uno mismo si el pensamiento puede terminar. Sólo en
este caso, cuando la mente está en silencio, es que puede ver en
realidad lo que es, sin ninguna distorsión, hipocresía o concepción
ilusoria de sí misma. Ahí están esos sistemas y los gurús, etc.,
que dicen que, para terminar con el pensamiento, uno tiene que
aprender a concentrarse, a dominarse. Pero una mente disciplinada en
el sentido de haber sido disciplinada para imitar, para someterse,
aceptar y obedecer, siempre tiene miedo. Una mente así nunca puede
estar en silencio, sólo puede fingir que lo está. Y a ese estado de
la mente silenciosa no es posible llegar mediante el uso de ninguna
droga ni por la repetición de palabras. Puede uno reducirla al
embotamiento, pero no estará en silencio.
Por
la meditación se termina con el dolor, con el pensamiento que
engendra miedo y dolor el miedo y el dolor en la vida diaria,
cuando uno está casado, cuando entra en los negocios. En el trabajo
tiene que usar su conocimiento técnico, mas cuando este conocimiento
se usa para fines psicológicos- para llegar a ser más poderoso,
ocupar una posición que le dé a usted prestigio, honra, fama sólo
crea antagonismo y odio. No es posible que una mente en ese estado
pueda comprender nunca lo que es la verdad.
Meditar
es comprender el comportamiento de la vida, es comprender el dolor y
el miedo y trascenderlos. Trascenderlos no es simplemente captar de
manera intelectual o racional el significado del proceso del dolor y
el temor, sino que es ir realmente más allá de ellos. Ir más allá
es observar con verdadera claridad el dolor y el miedo como son. Al
verlos con suma claridad, el «observador» tiene que terminar.
La
meditación implica seguir el camino de la vida, no escapar de ella.
Evidentemente, meditar no es experimentar para tener visiones o
extrañas experiencias místicas. Como saben, uno puede tomar una
droga que dilata la mente, que produce ciertas reacciones químicas y
la vuelve altamente sensible. En ese estado sensible usted puede ver
las cosas realzadas, pero de acuerdo con sus condicionamientos.
Y
meditar no es repetir palabras. Ya saben, ha estado de moda
últimamente que alguien le dé a uno una palabra, una palabra
sánscrita; la está uno repitiendo y con ello espera lograr alguna
experiencia extraordinaria lo cual es completamente absurdo.
Desde luego, que si usted sigue repitiendo una serie de palabras, se
embota la mente y, por tanto, se aquieta; pero eso no es meditación
en absoluto. La meditación es la comprensión constante de la forma
en que se vive, cada minuto, mientras la mente se mantiene
extraordinariamente viva, alerta, sin estar agobiada por ningún
miedo, ninguna esperanza, ninguna ideología, ninguna pena. Y, si
podemos ir juntos hasta este punto (espero que algunos de nosotros
hayamos podido llegar en realidad y no en teoría, hasta ahí),
entonces entraremos en algo por completo diferente.
Como
dijimos al principio, uno no puede llegar muy lejos sin poner los
cimientos de esta comprensión de la vida diaria, la cotidiana vida
de soledad, de tedio, de excitación, de placeres sexuales, de las
urgencias para realizar algo, para autoexpresarse; la vida diaria de
conflicto entre el odio y el amor, vida en la cual uno reclama que se
le ame; una vida de profunda soledad interna. Si no se comprende todo
eso, sin distorsión alguna, sin volverse neurótico; si no se es
completa y sumamente sensible y equilibrado; sin esa base usted no
puede llegar muy lejos. Y cuando ésta se halla profundamente
establecida, entonces la mente es capaz de estar en completo silencio
y, por tanto, en completa paz lo cual es muy distinto a estar
contento como una vaca. Sólo entonces es posible descubrir si existe
algo que esté más allá de lo que la mente puede medir; si existe
la realidad, Dios, algo que el hombre ha buscado durante millones de
años, algo que ha buscado mediante sus dioses y templos,
sacrificándose a sí mismo, convirtiéndose en un ermitaño y
creyendo en todos los absurdos y ficciones por los que ha pasado.
Ustedes
saben que hasta cierto punto es posible la explicación, la
comunicación verbal, pero mas allá de eso no hay comunicación
verbal lo cual no implica que haya alguna cosa misteriosa,
metafísica ni parapsicológica. Las palabras sólo existen para
fines de comunicación, para comunicar algo que pueda expresarse en
palabras o por un gesto.
Pero
no es posible poner en palabras lo que esta más allá de todo esto.
Describirlo no llega a tener sentido alguno. Lo único que puede uno
hacer es abrir la puerta, esa puerta que solo se mantiene abierta
cuando existe este orden no el orden de la sociedad, que es
desorden- el orden que adviene cuando usted ve realmente «lo que
es», sin ninguna distorsión producida por el «observador». Cuando
no hay distorsión alguna, entonces hay orden, que en sí mismo lleva
su propia disciplina, extraordinaria, sutil. Y lo único que uno
puede hacer es dejar abierta esa puerta, venga o no por ella esa
realidad. No puede uno invitarla. Y, si uno es muy afortunado por
alguna casualidad extraña, puede que venga y dé su bendición.
Usted no puede buscarla. Después de todo, así son la belleza y el
amor. No puede usted buscarlos; si los busca, llegan a ser
simplemente la continuación del placer, que no es amor. Hay una
dicha que no es placer. Cuando la mente se halla en ese estado de
meditación hay dicha inmensa. Entonces el vivir diario, con sus
contradicciones, brutalidades y violencias, no tiene aquí lugar.
Pero tiene uno que trabajar de manera muy intensa todos los días,
para echar los cimientos; eso es lo único que importa, ninguna otra
cosa. De ese silencio, que es la naturaleza misma de una mente
meditativa, puede venir el amor y la belleza.
CAPÍTULO 10
La sensación de
belleza y amor. La comunicación. La intención y el motivo. La
naturaleza de la religión. La comprensión del temor. Lo que es la
religión. Lo conocido y lo desconocido. La vida religiosa.
Tiene
que habernos ocurrido a muchos de nosotros. Cuando vamos caminando
solos por un bosque, y el sol está a punto de ponerse, sobreviene
una calma peculiar. No se mueve el aire, los pájaros han cesado de
cantar, no se siente ni el movimiento de una hoja, y nos invade una
sensación de quietud, de alejamiento. Mientras observamos, mientras
sentimos la belleza del anochecer en esa extraordinaria quietud,
cuando casi todo parece estar inmóvil, nos hallamos entonces en
completa comunión, en completa armonía con todo lo que nos rodea.
No hay pensamiento ni palabra, no hay juicio ni valoración, no hay
sentido de separatividad. Estoy seguro que usted tiene que haber
experimentado todo esto en sus paseos a solas, cuando ha dejado todos
sus cuidados, preocupaciones y problemas en casa, y ha seguido una
senda a lo largo de un río que está en constante rumor. Su mente se
halla muy serena y se siente usted totalmente en paz, con una
extraordinaria sensación de belleza y amor, sentimiento que ninguna
palabra puede describir.
Estoy
seguro de que usted ha tenido semejante experiencia. Pero al
describirla, mientras está sentado aquí, al poner en palabras esa
quietud peculiar que le viene por las tardes, usted escucha con el
propósito de captar esa cualidad; aunque, por tener un motivo, esa
cualidad no vendrá. Del mismo modo, un motivo le va a impedir
escuchar al que habla. Él está simplemente describiendo algo; no
tiene ningún motivo y si usted pretende poseer con un motivo lo que
él describe, no importa que lo haga en forma sutil, con envidia o
agresión, la comunicación entre el que habla y usted mismo termina
entonces. Usted tiene un motivo y el que habla no tiene ninguno. Él
se limita a hablar no para divertirlo, no para decirle qué cosa tan
maravillosa posee él, suscitando así su envidia, pues también
usted quiere tener esa clase de experiencia. En este caso habría
incomprensión entre nosotros.
Vivimos
en un mundo de incomprensión. Se dice una cosa y usted la interpreta
de acuerdo con su trasfondo, con sus deseos, con su compleja
naturaleza, y así se crean conceptos falsos. Esta división entre un
hecho y la forma en que usted lo interpreta, lleva a la desavenencia.
Y ese asunto que vamos a examinar en la mañana de hoy es
necesariamente complejo; sin embargo, tiene que expresarse en
palabras. Las palabras tienen una forma y un contenido, tanto para
usted como para el que habla; y si esa forma y contenido no están
muy claros en la mente de ambos, habrá desavenencia y usted puede
vivir en un mundo suyo, lejos de lo que se está diciendo.
Tenemos,
por lo tanto, que ser muy claros al comunicarnos unos con otros, cómo
escuchamos la palabra y la imagen que el signo crea en nuestra mente.
Después de todo, uno usa palabras para comunicarse, y si el
contenido, la imagen, la forma de la palabra, no son muy claros para
nosotros, entonces vivimos en mundos separados. Cada uno la entiende
a su manera, lo que puede, o no, ser incomprensión. Así pues, las
palabras llegan a ser extraordinariamente peligrosas, a menos que las
usemos sin motivo alguno, como cuando meramente se le dice a usted
que el árbol es verde, que el día es hermoso. Pero cuando yo digo.
«He tenido la más maravillosa experiencia de la realidad», la
intención y el motivo entonces es despertar envidia en usted: «yo
la he tenido, usted no; he poseído esta cosa tan valiosa que usted
también debe poseer». En este caso, mi motivo es suscitar su
envidia, su agresividad, y de este modo tal vez me siga usted o me
ponga en un pedestal. Esto está ocurriendo continuamente a nuestro
alrededor. Alguien dice: «He llegado a la realidad de Dios», o
bien, «He tenido la suprema experiencia». Esto se dice con el
motivo (como es evidente, porque de lo contrario no lo diría) de
despertar una envidia agresiva en usted. De manera que ambos, el que
dice que ha tenido la más maravillosa experiencia y usted, que
codicia alcanzarla, viven en un mundo de incomprensión; entonces no
es posible comunicarse. Esto está bastante claro.
Del
mismo modo, no es posible que su mente esté muy serena si tiene
intención o motivo alguno; cuando usted camina por los bosques a
solas, entonces no hay palabra, no hay dicho, no hay «observador»,
con toda la compleja naturaleza de su condicionamiento, sus
exigencias, su envidia, su deseo de oprimir y explotar, y todo eso.
Se limita a estar allí, caminando tranquilo, sin pensar en sí
mismo. No hay «observador», y por ello está totalmente en relación
con todo lo que le rodea. En eso no hay separatividad ni división,
ni juicio, sino una completa unidad, que tal vez pueda llamarse amor.
Y
veamos si esto está claro la forma en que invariablemente
entendemos mal cada palabra con un sentido distinto para cada uno de
nosotros, no sólo el contenido esa palabra, sino que cada una de
ellas despierta deseos y diversas cualidades emotivas- si esto no
ocurre, entonces sólo es posible explorar. Es lo que vamos a hacer,
si podemos en la mañana de hoy, dándonos cuenta cada uno de
nosotros del peligro de la palabra, de la imagen que la mente va a
crear de ella, dándole un contenido que puede que no refleje en
forma alguna la intención del que habla; dándonos cuenta de que
entonces habrá comprensión entre nosotros. Usted se marchará con
una impresión y otro individuo le dará un sentido distinto. Y puede
ser que el que habla no tenga la intención que usted cree que tiene.
Tenemos
que tener mucho cuidado, estar extraordinariamente alertas y ser
inteligentes, cuando exploramos la naturaleza de la religión. Cuando
usted oye esa palabra «religión», si usted es intelectual en sumo
grado, y vive en este moderno, sofisticado mundo, obviamente dirá:
«¿Qué tonterías está diciendo? ¿Por qué trae usted aquí esa
palabra? Esa palabra no es más que una distracción, una invención
de los sacerdotes, de los capitalistas, etc.». De modo que esa
palabra «religión» estamos hablando de meras palabras-
despierta en la mente de usted cierto contenido, cierta forma, que
usted acepta o rechaza; para el que habla, sin embargo, no tiene
ningún sentido en absoluto.
La
palabra religión ha sido usada por el hombre en busca de algo
permanente durante miles de años. Dice el hombre: «Vivo en este
mundo de cosas pasajeras, en este mundo transitorio, de caos,
desorden, agresión, violencia, guerras y opresión, en que todo
muere; tiene que haber algo que sea eterno». Y así busca con el
motivo de encontrar alguna cosa permanente, imperecedera, que le dé
esperanzas, porque en este mundo hay desesperación, agonía, y a
veces, alegría pasajera; su motivo es hallar alguna clase de
consuelo perdurable. Y así encontrará lo que busca, porque ya tiene
predeterminado lo que quiere hallar. Esto es bastante sencillo.
Cuando uno hace la pregunta «qué es religión», a fin de explorar
lo que es, al usar la palabra, ésta no ha de llevar consigo ningún
deseo, no debe estar cargada de contenido. Esto también está
bastante claro.
Al
preguntar «qué es la religión», en el sentido de querer el hombre
encontrar una realidad, hay dos maneras de mirar la pregunta: la
forma negativa y la positiva. Uno tiene que negar por completo
aquello que la religión no es. De otra manera, uno ya tiene una
respuesta, ya está condicionado, porque uno se siente totalmente
perdido, al no tener dónde agarrarse de forma intelectual, verbal o
emocional. No es posible entonces explorar, ya que vivimos en un
mundo de incomprensión creado por uno mismo. Y si el que habla dice:
«vamos a examinar esta pregunta», «entremos en ella sin ningún
prejuicio», y usted no rechaza lo que no es la religión, entonces
vive en un mundo de falsos conceptos, y por eso se aleja de aquí con
cierta confusión, esperando descubrir la verdad por medio de otra
persona. Si esto está claro, entremos en el asunto.
Ante
todo, el hombre desde el mono hasta el individuo más
civilizado- se ha preguntado siempre si hay alguna otra cosa fuera de
este mundo; este mundo donde hay trabajo, trastorno, desdicha,
confusión, pena incesante, conflicto que aumenta y aumenta y
aumenta, problema tras problema, guerras, una nación contra otra, un
grupo ideológico opuesto a otro. Y así, ve todo esto en lo
exterior, y también ve su propia confusión interna, su desdicha, su
completa soledad, el ocasional gozo fugaz y el fastidio de la vida.
Sólo imagínese un hombre que se pasa 40 años o más yendo todos
los días a la oficina; ¡qué completo aburrimiento tiene que ser
eso para él, aunque le ofrezca también una extraordinaria forma de
escape de sí mismo, de la familia, de la lucha diaria! Ahí está,
bien encerrado en competencia con otros, cosa que disfruta, ya que
esa es su vida. Y al ver todo esto, desde el principio mismo del
tiempo como los antiguos egipcios, etc- siempre ha preguntado
si hay alguna cosa más allá, algo más, algo que pueda llamarse la
Verdad, a lo cual se pueda dar un nombre.
Salió
el hombre a buscar algo, queriendo encontrarlo, y vinieron los
sacerdotes, los teólogos, que le dijeron: «sí, eso existe». O
tenían un salvador, un maestro, que les decía lo que hay. Y esa
energía que empleó en buscar queriendo encontrar, fue aprisionada y
organizada, se creó «una imagen» que llego a ser encarnación de
la realidad, etc. La energía que es necesaria para descubrir fue
aprisionada, puesta en un marco de creencia organizada, llamada
«religión» con sus rituales, sus sacerdotes, su excitación,
su entretenimiento, sus imágenes. Eso llego a ser el medio que tuvo
el hombre que utilizar para descubrir. Evidentemente eso no es
religión. Ver eso con toda claridad y negarlo por completo, requiere
energía. ¿Podemos hacer esto? Como dijimos antes, hay que negar lo
que es falso para descubrir lo verdadero. Usted no puede tener un pie
en lo falso y vagamente sacar el otro pie para descubrir la verdad.
Podemos
ver muy bien que el miedo ha producido esta estructura -la estructura
de lo que se llama la «vida religiosa» el temor de este mundo y de
lo que va a pasar después que uno muera, el miedo a la inseguridad.
Como
la vida es incierta, nada está seguro, nada es permanente, ni la
esposa, ni el marido, ni la familia, ni la nación; aunque tengamos
una buena cuenta bancaria, nos durará sólo mientras vivamos.
Comprende uno, pues, que no existe en absoluto nada que sea
permanente ninguna relación, nada- y de ahí nace el temor. El
temor es una forma de energía, y esta energía es apresada por los
que prometen y dicen: «yo sé y usted no sabe», «he tenido la
experiencia y usted no», «esto es real y eso no lo es», «siga
este sistema y encontrará lo que busca». Pues bien, para ver todo
eso como lo falso por completo, usted ha de tener energía, y
esa energía se disipa cuando no ha comprendido usted el temor.
Cuando hay una parte de usted que tiene miedo y otra que dice «he de
tener algo perdurable», surge la contradicción, y esto es un
desperdicio de energía.
¿Puede
uno, entonces, rechazar completamente toda forma de eso que se llama
organización o creencia religiosa? lo que se ha convertido en
un medio de entretenimiento, en una distracción. Cuando uno ve esto
con claridad, ¿puede desecharlo por completo, para no ser explotado
por nadie que prometa o que diga «he tenido esta experiencia, que es
suprema, soy el salvador», de modo que tenga uno la energía y el
estado mental que no teme descubrir y que, por lo tanto, no acepta
ninguna autoridad, sea la que fuere, incluso la del que ahora habla?
Así
que al negar por completo lo que es falso, lo que no es religión,
entonces usted puede proceder a averiguar, a explorar lo que podría
ser, lo que es -no como una idea- sino lo que es; no de acuerdo
conmigo, con usted o con cualquier otro. Si es de acuerdo con el que
les habla, entonces usted vive en un mundo de incomprensión que él
trata de comunicarle, creando de ese modo más incomprensión. ¿Está
esto bastante claro? ¿O se está volviendo algo complicado?
Mire
usted, toda forma de conversación o de comunicación es muy difícil,
especialmente cuando se trata de algo que es más bien sutil, de la
estructura psicológica del pensamiento y sentimiento humanos. A
menos que esté consciente internamente, escuchando mientras
hablamos, entonces lo que decimos se convierte en insensata
verbosidad. Estamos hablando del contenido total de la vida, no sólo
de un segmento; estamos hablando de todo el campo de la acción, no
de la acción fragmentada.
La
religión es una acción completa, total, que abarca toda la vida no
dividida en vida de los negocios, vida sexual, científica y
religiosa. Vivimos en un mundo de acciones fragmentadas, que se
contradicen unas a otras, y eso no es vida religiosa, eso crea
antagonismo, desdicha, confusión, dolor. Por eso uno tiene que
explorar y averiguar por sí mismo, no como individuo separado, sino
como ser humano, lo que es esta acción completa, cada minuto, donde
quiera que se realice ya sea en la familia o en el mundo de los
negocios, o lo que sea, al pintar, al hablar- una acción completa,
total, sin ninguna contradicción en sí misma: por lo tanto, una
acción que no engendra desdicha. Ese es un modo de vida religioso.
Ese es el aspecto positivo. Hemos negado lo que no es la religión y
estamos diciendo lo que es. Entonces, si hay tal acción, hay una
vida de armonía, una vida en que se logra la unidad entre hombre y
hombre, y no la contradicción ni odio, ni antagonismo. Esto último,
según vemos, es lo que las religiones han creado, aunque hablen del
amor, aunque hablen de la paz.
La
religión es un modo de vida en que hay armonía interior, un
sentimiento de unidad completa. Como dijimos antes, cuando usted
camina por los bosques en silencio, mientras la luz del sol poniente
cubre lo alto de las montañas o una hoja, se establece una completa
unión entre usted y el paisaje. No existe usted en absoluto, no hay
«palabra», no hay «observador» (que es la palabra y el contenido
de la misma, su imagen), no existe el «observador» en absoluto, por
lo tanto, no hay contradicción Por favor, no se lance usted a algún
estado emocional, especulativo. Esto implica una labor muy intensa:
ver con mucha claridad cómo estamos viviendo fragmentariamente, en
oposición, en antagonismo mutuo, despertando en el otro agresión,
violencia, odio. En ese estado no es posible la unidad, y ésta
significa amor. Así, un modo religioso de vivir es por la acción
total en que no hay nada de fragmentación, la fragmentación que
ocurre cuando existe el «observador», la palabra, el contenido de
ésta, su imagen y toda la memoria. Mientras exista esa entidad, el
«observador», tiene que haber contradicción en la acción.
No
es posible terminar con el odio por medio de su propio opuesto.
¿Comprende usted lo que significa? Si odio a alguien y a causa de
este odio, digo: «No tengo que odiar, tengo que amar» el amor será
el resultado de aquel odio. Todo opuesto tiene sus raíces en el
propio opuesto.
Vivimos
en un mundo no sólo en lo exterior; también internamente-
junto a cosas conocidas. Es decir, conozco el pasado de mi propia
actividad, conozco a través de mi pasado condicionado; vivo en lo
«conocido» es un hecho evidente que no necesita gran explicación.
Lo intelectual, lo científico, los negocios, la vida cotidiana,
están dentro del campo de lo conocido. Tememos salir de esa
dimensión. Sentimos que hay una dimensión distinta, que no es lo
conocido. Le tenemos miedo a esto y le tenemos miedo a dejar que se
nos vaya lo conocido, lo pasado, lo familiar, lo habitual.
Tememos
lo desconocido; ¿podemos estar libres de ese miedo y estar con lo
«desconocido» -¿estar? Si le da miedo lo que no conoce, empieza a
crear imágenes de ello, tanto externa como internamente. Y entonces
hay división: su imagen y la mía, por muy sutil que sea. ¿Puede,
pues, la mente permanecer, estar, con lo desconocido, vivir en ello?
Porque sólo entonces hay renovación de la vida, sucede algo nuevo.
Pero si vive usted siempre en lo conocido como lo hacemos la
mayoría de nosotros- lo conocido proyectado hacia el mañana, y
llamándolo usted «lo desconocido», entonces no lo es, sigue siendo
lo conocido como idea. En ese campo de lo conocido hay repetición,
imitación, conformismo, y por eso hay siempre contradicción.
El
«observador» es lo conocido. Cuando miramos un árbol, siempre lo
miramos con la imagen de ese árbol, como determinada especie, como
algo conocido. Usted mira a su esposa, o a su marido, o a su vecino,
con la imagen de lo conocido. Nunca dice: «No conozco a mi esposa o
a mi marido». Sin embargo, permanezca en ese estado en que dice: «En
realidad no conozco», y vea lo que ocurre en esa relación con su
esposa. Entonces usted no acepta, está sensible y alerta a todas las
cosas que le están ocurriendo a usted y a ella. En tal caso la
relación es del todo diferente, no hay imagen que haya sido creada
por hábito, por toda forma de experiencia, etc. -por lo conocido. Y,
cuando se vive con otro en un estado mental sin imagen, un estado en
que «yo no le conozco a usted y usted no me conoce a mí», la
relación llega a ser extraordinariamente creadora. No hay conflicto.
Entonces la relación despierta la más alta forma de sensibilidad e
inteligencia.
Así,
una vida religiosa es una vida en la existencia diaria de lo
«desconocido» -«No sé, no conozco». Me pregunto si se habrá
dicho usted alguna vez: «En realidad no sé nada». Usted puede
saber algo por medio del conocimiento técnico, usted puede saber
leer, etc., pero internamente, psicológicamente, ¿ha dicho usted
alguna vez: «No sé» en serio, sin haberse puesto neurótico por
ello? Si usted lo ha dicho alguna vez, no verbalmente, sino de hecho,
entonces habrá visto que desaparece todo condicionamiento. Decirse
«no sé» y vivir ese estado requiere inmensa energía, porque todos
los que están a su alrededor actúan en lo «conocido» su
esposa, su marido, todo lo que le rodea está dentro de lo
«conocido». Cuando usted dice que no conoce, siempre está en
peligro y necesita mucha energía e inteligencia para permanecer en
ese estado. Por eso la mente siempre está aprendiendo: y aprender no
es acumular.
La
vida es acción, vivir significa actuar. La vida religiosa es una
vida de acción, no conforme a un patrón determinado, sino acción
en que no hay contradicción, acción que no está segmentada,
dividida en vida de negocios, vida social, vida política, vida
religiosa, vida familiar, etc., ni vida como conservador ni como
liberal. Ver que existe una acción que no está fragmentada, que es
total, completa; y vivir de esa manera, es vivir la vida religiosa.
Usted sólo puede actuar de ese modo cuando hay amor amar. Y el
amor no es placer cultivado y nutrido por el pensamiento; el amor no
es cosa para cultivarse. Es sólo el amor lo que produce esta acción
total y que puede posiblemente traer este completo sentido de unidad.
Lo
«desconocido» no es algo extraordinario. Al vivir con lo «conocido»
se convierte lo «desconocido» en su opuesto, algo que es
contradictorio. Más cuando usted comprende la naturaleza de lo
«conocido», las pasadas experiencias, las imágenes que uno ha
creado del mundo, como las naciones, las razas, la diferenciación
entre las distintas creencias religiosas dogmáticas todas esas
cosas componen lo conocido- y si la mente no está presa en ello,
puede haber amor; de lo contrario, haga usted lo que haga, y aunque
tenga innumerables organizaciones para traer la paz al mundo, no
habrá paz.
Después
sigue uno preguntando: ¿Puede un ser humano, usted y yo, u otro,
podemos alcanzar una vida en que no haya muerte? ¿Podemos dar con
una vida que realmente esté fuera del tiempo? una vida en la cual
termine el pensamiento, que crea el tiempo psicológico, como sus
temores. El pensamiento tiene su propia importancia, pero
psicológicamente no tiene ninguna en absoluto. El pensamiento es
dañino, está siempre buscando el placer internamente. El amor no es
placer, el amor es bienaventuranza, algo enteramente distinto. Y
cuando todo esto se vea con mucha claridad y uno viva de esa manera,
no verbalmente ni en un mundo de incomprensión, sino cuando
todo eso sea muy claro, muy sencillo- entonces tal vez haya una vida
sin principio ni fin, una vida eterna.
ÍNDICE
CAPÍTULO 1
............................................................. 7
La
seriedad. Las ideologías. La cooperación. Las divisiones
ideológicas y religiosas. Los peligros de la autoridad. Las guerras.
El problema total y esencial del ser humano. La naturaleza del
pensamiento.
CAPÍTULO 2
............................................................. 21
El
problema total y esencial del hombre. La libertad. El
condicionamiento y las diferencias ideológicas. Los sistemas,
métodos o disciplinas. La autoridad.
CAPÍTULO 3
............................................................. 37
Los
sistemas. Los hábitos. La tradición. El condicionamiento. La
seguridad. El observador y lo observado. La mente condicionada.
CAPÍTULO 4
............................................................. 51
La
mente religiosa. El condicionamiento. La manera total de mirarnos a
nosotros mismos. La verdadera libertad para mirar.
CAPÍTULO 5
............................................................. 61
La
acción. La acción correcta. El mundo en que vivimos. La vida total.
El motivo. El amor. El placer. El estado de amor. La acción que no
engendra conflicto. La vida religiosa.
CAPÍTULO 6
............................................................. 71
El
placer. El amor. La belleza. El placer y el pensamiento. La
autoexpresión. La vacuidad o el vacío interno. La inatención y la
atención completa.
CAPÍTULO 7
............................................................. 83
Los
hábitos. La ausencia del amor. Los hábitos y el temor. Los escapes.
El observador y lo observado. La naturaleza del pensamiento. Los
sueños. El amor.
CAPÍTULO 8
............................................................. 95
Lo
inexpresable. Lo conocido. La aceptación, la autoridad y la fórmula.
El dolor. El pensamiento. El morir y el vivir. La vida de
bienaventuranza.
CAPÍTULO 9
............................................................. 109
La
meditación. Los “gurús”. La carga del conocimiento psicológico.
La virtud. La disciplina. La verdad. El amor. El condicionamiento. Lo
que es. El observador y lo observado.
CAPÍTULO 10
............................................................. 123
La
sensación de belleza y amor. La comunicación. La intención y el
motivo. La naturaleza de la religión. La comprensión del temor. Lo
que es la religión. Lo conocido y lo desconocido. La vida religiosa.
Contraportada
Jiddu
Krishnamurti es, sin duda, uno de los personajes más fascinantes del
siglo xx. Durante años, su centro de acción en Occidente fue en la
localidad de Saanen, un bellísimo lugar de los Alpes suizos al cual
acudían personas de todo el mundo para escuchar su enseñanza.
Enseñanza
paradójica, pues Krishnamurti invitaba a sus oyentes a prescindir de
la autoridad de los maestros; no hacen falta gurús ni
principios generales; lo esencial es la propia liberación, el
descondicionamiento, la libertad interior.
Al
hilo de esta libertad. Krishnamurti va enfocando en el presente libro
los grandes temas del amor, la religión, las ideologías, el dolor,
la belleza, la felicidad, la meditación. Un estímulo para que cada
lector aceda, por sí mismo, a su propia e irreductible realización.